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3/18/22, 5:25 PM Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº1- El niño del psicoanálisis distintos modelos teóricos y sus consecuencias

cuencias en la clínica / M…

ASOCIACIÓN
ESCUELA ARGENTINA DE PSICOTERAPIA PARA GRADUADOS
Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº1
 
El
niño del psicoanálisis: distintos modelos teóricos y
sus consecuencias en la
clínica
 
María Teresa Cena
 
 
Introducción
 
Un psicoanalista va cambiando a medida que transcurre
el tiempo. A veces una decisión
voluntaria que proviene de un cuestionamiento a
fondo de su vieja teoría y práctica provoca su
adhesión a una nueva teoría que
aparece, por lo menos en el primer momento, como la panacea
universal para sus
males (de analista). Pero esta forma que el cambio tiene de presentarse no es
la más frecuente. En general, en los psicoanalistas predomina la idea de ser
coherentes con la
idea de ruptura.
Rosolato dice que la evolución de un psicoanalista,
práctica o teórica, se desarrolla
insensiblemente y se comunica après-coup.
Cuando una teoría surge en un medio analítico, ya
sea como producto de ese
medio, ya sea importada, se produce alrededor de este hecho una
serie de
acontecimientos que van desde las adhesiones más apasionadas a los
cuestionamientos
más agresivos. Pero en ese debate, en esa lucha, todo el medio
analítico se va modificando. De
pronto nos encontramos usando nuevas palabras
para designar viejos hechos, o hacemos nuevas
preguntas o tenemos nuevas formas
de escuchar. También reorientamos nuestro interés hacia
fenómenos que hasta ese
momento no habíamos percibido.
Me interesa discutir con ustedes esta evolución
subclínica del psicoanalista, en este caso, de
niños. Un profesor de filosofía,
Luis Guerrero, decía que cuando surge una gran obra de arte,
queda allí plasmada
toda la transformación y los nuevos modelos que la sociedad ha creado en
ese
momento histórico. Pero además, más allá de esa gran obra, podemos seguir los
cambios en
la vida cotidiana: en los utensilios de uso corriente, en las modas
y costumbres. Entonces, la
pregunta sería: "¿cuáles son nuestros
utensilios ahora?".
Esta pregunta me obligó a hacer un alto y procesar mi
quehacer de todo este tiempo. En esta
historia vamos a encontrar, por supuesto,
los grandes pensadores en psicoanálisis de niños,
quienes  intervinieron e
intervienen en nuestro medio psicoanalítico, a saber: Melanie Klein –el
origen
mismo del psicoanálisis de niños en nuestro país–,  Anna Freud, Winnicott
y, actualmente,
los analistas de niños de filiación lacaniana.
 
El niño del psicoanálisis: distintos modelos teóricos
y sus consecuencias para el tratamiento
 
Tenemos un punto de partida, un momento teórico
importante. ¿Cómo es concebido el ser
humano en cada teoría? ¿Cuáles son los
supuestos que éstas implican y qué modelos nos traen?
Finalmente, ¿cuáles son
sus consecuencias en la clínica?
El pensamiento de Melanie Klein es, en este punto,
absolutamente opuesto a aquel que
imaginase un nacimiento a partir de la mente
en blanco, de una tabla rasa acognoscitiva,
aconflictiva, sobre la cual se irán
inscribiendo las distintas experiencias.
El conflicto es para ella inherente al ser humano,
como lo es la angustia. El yo emerge en medio
del conflicto, del fragor de la
batalla entre las pulsiones de vida y muerte. En este sentido, para
Melanie
Klein, el ser humano nace en una situación de alto riesgo. Herido desde el
vamos por la
pulsión de muerte, tiene como primera tarea hacer frente a la
angustia de aniquilamiento que
es su correlato.

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Surgen así las primeras deflexiones, las primeras escisiones,


la disociación: intentos de
organización de una primitiva vida mental que es
concebida como corroída por la acción de la
angustia. La pulsión libidinal
también se proyecta, se deflexiona y constituye objetos. Esto,
sabemos, mitiga
la angustia y será el embrión del yo unificado. Lagache habla de una
fantasmática trascendental en el pensamiento de Melanie Klein. La fantasía
inconsciente, ese
producto privilegiado y omnipresente de la vida mental, tiene
un origen interno, constitucional,
instintivo. Pensamos que hay "un
apriorismo" en el pensamiento de Melanie Klein. En medio de
la lucha
pulsional, los primitivos medios de defensa parecen funcionar como categorías a
priori,
así como las categorías kantianas de espacio y tiempo, como la
forma humana de organizar los
datos empíricos. Este a priori en Melanie
Klein nos daría, a la vez, la posibilidad de un
conocimiento y un
desconocimiento del objeto. El objeto no es percibido como objeto natural,
para
tener una representación interna de él, sino, en primera instancia, para ser
proyectado,
para portar la pulsión de muerte, para ser un no-yo amenazante,
pero que puede ser recusado.
Esto nos lleva inevitablemente a interrogarnos por la
función de ese primer objeto: la madre.
Ésta es una función que nada tiene que
ver con lo que imagina un realismo ingenuo. La madre
está allí para ser
proyectada, para soportar esta proyección. Es importante que la madre tenga
la
capacidad de soportar ser el primer objeto persecutorio del niño. Si lo soporta
(el odio) y
devuelve amor, inicia un proceso de introyección benigno. Si no lo
hace, condena al niño a un
mundo de objetos malignos externos e internos.
La función de la madre es mitigar. Si ella mitiga, el
niño repara. Además de un objeto parcial
(bueno y malo), Melanie Klein postula
una presencia total de la madre desde el principio soporte
y embrión de la
posibilidad de un reconocimiento futuro como persona completa. He aquí un
aspecto interesante de la famosa reparación en Melanie Klein. El objeto debe
llegar a ser
reconocido con una existencia independiente, con deseos propios
más allá de esta manipulación
proyectiva.
Este paso no se da sin dolor. Hay un paso del temor al
dolor que se hace a través de la culpa que
es vehiculizada por el amor. Sin
amor por el objeto no hay culpa ni integración posible. El dolor
por el objeto,
el temor, ya no de la aniquilación personal sino del otro, es un requisito
indispensable para la integración y también para el conocimiento. En los
primeros momentos de
su teoría, angustia y dolor son las emociones básicas del
hombre. Son el eje de su creación
teórica y de su actuación técnica. El penar
por el objeto, el duelo.
El duelo es uno de los nódulos de su teoría. De allí
nos quedan descripciones extraordinarias: la
manía, con su correlato de omnipotencia,
idealización y negación; la reparación obsesiva; la
caracterización del triunfo
y el desprecio, y la culpa inconsciente y el fracaso como sus
consecuencias.
Pensamos que esta temática no debe ser ajena a la vida
de Melanie Klein, signada por el duelo.
En su infancia muere una hermana de 9
años, quien  le había enseñado a leer y escribir. En su
juventud pierde a
un hermano de 25 años, artista, que había tenido mucha influencia en su
vida.
Melanie Klein abandona sus estudios universitarios recién comenzados, no
sabemos si a
raíz de ese último duelo, pero coincide con él. Luego se casa,
tiene varios hijos, y uno de ellos
muere en un accidente de montaña.
También sabemos que este duelo fue tomado por ella
como material de autoanálisis en su
trabajo sobre el duelo y su relación con
los estados maníaco-depresivos.
A esta altura tenemos derecho a pensar, de acuerdo con
lo expuesto, si sería inexacto decir que
el niño que Melanie Klein nos trae es
un niño enfermo, o, dicho de otro modo, que en principio
no hay niño sano. Las
psicosis y las neurosis no son eventualidades del desarrollo normal sino
inevitables experiencias por las que todos pasamos. De las ansiedades
psicóticas iniciales, la
neurosis es un primer grado de cura, de modo que
nuestra manera de referirnos a ella sufre una
variación esencial. Desde esta
perspectiva, decir que un niño es neurótico es una redundancia:
todo niño lo
es. Y más aún, para Melanie Klein implica ya un logro del desarrollo. Un logro
arduo, trabajoso, otro paso hacia la normalidad y la salud.
En el mundo infantil primitivo terrorífico, lo
percibido y lo proyectado fantasmático se
confunde. Baranger dice que la idea
de un mundo objetivo compartido no deformado y la

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posibilidad de un sujeto
integrado son conquistas, son producto final de un largo proceso; según
Klein,
nunca definitivo.
Poner la pulsión de muerte en el seno mismo de la
angustia primera; la agresión y la
destructividad en el centro mismo de la
relación del sujeto consigo mismo y con el mundo, es
decir, llevar sistemáticamente
este concepto hasta sus últimas consecuencias, permitieron a
Melanie Klein
avanzar audazmente en el problema de la psicosis.
Los recursos kleinianos vuelven inteligibles las
estructuras paranoides subyacentes a síntomas
como la encopresis y la anorexia,
los terrores nocturnos, el insomnio y la hipocondría como
internalizaciones
corporizadas.
Al llevar sistemáticamente la ansiedad y la angustia
al seno mismo del desarrollo libidinal
psicosexual, Melanie Klein abre una
óptica diferente, a partir de la cual se hacen comprensibles
las patologías
sexuales, se hace comprensible lo tortuoso del desarrollo sexual humano.
Ahora bien, ¿cuál es la consecuencia que esta teoría
tiene en la clínica? Una primera
consecuencia es que Melanie Klein, interrogada
acerca del psicoanálisis de niños, afirma: si
fuera posible, todo niño debiera
ser analizado; sólo cuestiones de otro orden lo hacen
impracticable. También se
desprende otra consecuencia: el jugar del niño, modo privilegiado de
elaborar
la angustia y obtener placer.
Desde lo más íntimo de la teoría kleiniana, es decir,
desde sus teorías de la angustia, surge uno
de sus mayores hallazgos técnicos:
el psicoanálisis de niños basado en el juego.
El ser humano juega. Juega para repetir, pero también
para elaborar, para simbolizar. Despliega
en el juego ese fascinante mundo de
imagos que a través de las personificaciones cobran vida.
Al leer los historiales de Melanie Klein desfilan ante
nosotros figuras arquetípicas: el padre
castrador, el brujo, la diosa madre nutricia,
el hada, la mujer fálica, la bruja, y todos los
demonios y los dioses que –como
constelación imaginaria– son patrimonio de la humanidad en
sus mitos, poemas,
dibujos, cuentos. Melanie Klein tiene el genio de traerlos al interior de la
sesión.
Pretender analizar niños sin juegos es ,desde Melanie
Klein, como analizar adultos sin palabras;
en tanto el juego "habla",
dice de los conflictos del niño. El jugar en la sesión del niño es como
el
soñar en la del adulto, la vía regia de acceso al inconsciente.
Hay una jerarquía en el juego, así como también hay
una jerarquía de la experiencia analítica
sobre las demás experiencias
infantiles. En tanto los procesos de introyección y estructuración
son tan
precoces para ella (como correctora de patología), los primeros años de vida
son
decisivos para el ser humano, si de normalidad o de patología se trata.
Pero hay algo más:
Melanie Klein postula, en determinado punto, la
inmutabilidad de ciertas estructuras, su
impermeabilidad respecto a la
experiencia y el hecho de que no entren en el circuito
madurativo de la
proyección/introyección.
Hablamos de determinado aspecto de superyó precoz,
fraguado en el punto de sadismo máximo
y que Melanie Klein describe como
profundo, inmutable creador de severa patología en los niños
y sólo accesible a
la experiencia analítica. Aun en ella encontramos un límite teórico a la cura,
que a veces no logra "reducir o mitigar su exagerado poder". La
descripción de este superyó
precoz y sádico es también de innegable valor en la
comprensión de los procesos melancólicos y
de las neurosis obsesivas graves.
La acción de este superyó precoz, verdadera
cristalización de identificaciones sádicas, provoca
estragos en la vida
psíquica. Sabe de la fantasía inconsciente, amenaza, es fuente de intensos
sufrimientos en las niños ya que genera culpa inconsciente. El superyó precoz
no amenaza con la
castración, sino con la devoración y el despedazamiento. En
el psicoanálisis de niños, Melanie
Klein lo coloca como factor etiológico de
las perturbaciones psicóticas y neuróticas, y su acción
comienza en la mitad
del primer año de vida.
No hay en Melanie Klein una teoría de la neurosis. Por
el contrario, los cuadros neuróticos se
disuelven a través de una estructura de
ansiedades y defensas donde quedan, como restos, los
núcleos psicóticos,
siempre puestos a desarrollar una nueva y potente actividad (crisis de la
vida). No hay garantía.
El pensamiento kleiniano nos deja un ensanchamiento
del campo de analizabilidad en niños y en
psicóticos. Esta ampliación se debe
al hecho de habernos familiarizado con la idea de que la

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culpa inconsciente
genera sufrimiento psíquico aun en niños muy pequeños. De la mano de
Melanie
Klein nos atrevimos a analizar niños con neurosis graves y psicosis, incluso en
niños muy
pequeños. Desde su teoría no necesitamos la llamada alianza
terapéutica.
Para Melanie Klein, el conocimiento consciente y la
colaboración consciente no son nunca
suficiente garantía como lo es el alivio
de la culpa producido por la interpretación rápida,
certera y profunda que
apunta inmediatamente a la fantasía inconsciente.
Para ella, los elementos básicos del proceso analítico
son la transferencia –sabemos que la
concibe como inmediata aun en niños
pequeños– y la interpretación. El suceder de este proceso
analítico pasa por la
integración, no por el recuerdo. Melanie Klein enfatiza la disociación y
minimiza la represión. En su teoría hay una hipertrofia del concepto de
fantasía inconsciente en
desmedro de la reconstrucción histórica freudiana.
También de la identificación proyectiva en
desmedro de la identificación que
había descrito Freud, no hay un proceso de identificaciones
singularizado.
Descentra el campo del Edipo, como estructurante, y el deseo en favor de la
angustia. Tenemos en ella un sujeto que produce una neurosis casi como una
creación
predominantemente subjetiva y desde una perspectiva pulsional más que
significativa. ¿Cuál es
la posición del analista en este punto? ¿Cuál es su
técnica?
En tanto la neurosis, decíamos, es concebida como una
creación predominantemente subjetiva,
el análisis transcurre en soledad. Quedan
fuera de la teoría y del consultorio, no sólo la historia,
sino también la
familia y la delicada trama que une la patología individual con la estructura
familiar, que es una de las tantas preocupaciones actuales del psicoanalista de
niños.
He podido chequear los conceptos de Melanie Klein en
la clínica ya que durante mis primeros
años de analista tuve una formación
kleiniana ortodoxa. Así pude reconocer los grandes
hallazgos de su pensamiento
y sus limitaciones.
Desde el campo de la práctica cotidiana, esta teoría
me dejaba sin instrumentos para abordar
los casos menos graves, las consultas
que no implican neurosis o psicosis. Me faltaban los
eslabones intermedios para
dar respuesta a reclamos que no implicaran como indicación un
tratamiento.
Desde la teoría y la clínica necesitaba incluir la
historia familiar, los padres, y, como decía
antes, la comprensión que aporta
el conocimiento de la delicada trama que une la patología
individual con la
familiar.
Desde la intimidad del proceso terapéutico me faltaba
uno de los ejes fundamentales de la
teoría freudiana: el de la identificación.
El hecho de que los conflictos no son sólo pulsionales
sino conflictos
identificatorios. Y mi idea de que el modo de transmisión de los modelos
familiares, ya sea en la ideología, en el carácter, en la patología
sistemática, se hacen a través
de la identificación. Descentrar al paciente de
este conocimiento imaginario de su yo, es uno de
los ejes del proceso
terapéutico, a mi juicio.
Desde una perspectiva diametralmente opuesta a la de
Melanie Klein, Anna Freud introduce –en
su teoría del desarrollo libidinal y
yoico–  la idea de una potencialidad que, en un despliegue
total y sin
interferencias, llevaría al individuo a la salud entendida como logro de una
vida
genital y de la constancia objetal. Así como vi en Melanie Klein el niño
enfermo, vi en Freud el
niño sano. En Anna Freud  hay una
promesa de desarrollo normal, hay un niño sano. Hay
tendencias innatas al
equilibrio, una vida instintiva pautada y también conflictos esperables en
cada
una de las etapas. Existe un progresivo crecimiento desde el estado de
inmadurez al de
madurez sobre líneas congénitas predeterminadas. Más aún, las
tendencias innatas hacia la
normalidad son tan fuertes –dice Anna Freud– que
pueden ayudar al niño a superar experiencias
altamente patológicas. Hablando de
pacientes adultos, ella dice que existen apetencias innatas
en las personas
tendientes a completar su desarrollo, obtener satisfacción de los impulsos y
preferir la normalidad. Considera que los psicoanalistas debiéramos ser capaces
de imaginar un
desarrollo interno idealmente normal, así como su contrapartida,
condiciones ambientales
ideales.
Si recorremos la obra de Anna Freud, vemos que la
preocupación por la prevención de la salud
mental es constante. Desde esta
posición teórica es posible proponernos la tarea de detectar los
agentes
patógenos, antes que éstos hayan comenzado su tarea nociva.

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En realidad, a lo largo de toda su obra, ella muestra


dos preocupaciones: una acerca de la
posibilidad y dificultad en lograr una
predicción, es decir, un pronóstico clínico del desarrollo.
Dice que dedicarnos
a la predicción es encarar un apasionante y conflictivo problema práctico,
la
evaluación y el diagnóstico de los trastornos de la infancia, la predicción de
la patología, la
detección precoz del peligro.
Mientras que para Melanie Klein la verdadera prevención,
diríamos la única, es el análisis, para
Anna Freud se abre un inmenso campo a
partir de la aplicación de los conceptos psicoanalíticos
a la educación, a la
crianza y a la pediatría. Ella trabaja permanentemente con médicos y
legistas,
y así, por mencionar algunos de sus hallazgos, trató de crear una técnica de
primeros
auxilios mentales en los hospitales pediátricos. En sus últimos años
estudiaba, con un grupo de
abogados, el modo de proponer reformas a la severa
ley de adopción inglesa, con la idea básica
de que los padres adoptivos son los
verdaderos padres.
En su pensamiento es muy importante entonces la idea
de desarrollo y de factores traumáticos
o de agentes patógenos posibles
de ser detectados.
Para Anna Freud, a diferencia de Melanie Klein, la neurosis
no es inevitable, sino una
eventualidad del desarrollo, una de las alternativas
posibles. Ella dice que el término neurosis
infantil, a su juicio, se ha usado
con demasiada frecuencia y desaprensión. Retoma el concepto
freudiano del
Edipo, como complejo nuclear estructurante de la neurosis, y la neurosis como
efecto de la resolución del Edipo, de modo que hay un límite de la
analizabilidad en la latencia.
Anna Freud realiza una descripción muy rica de
fenómenos intermedios entre la neurosis, por un
lado, y la salud, por el otro.
Categoriza desórdenes infantiles y perturbaciones como trastornos
en el
desarrollo. Digamos que diagnostica, entonces, no sólo neurosis y psicosis sino
reacciones
neuróticas, fenómenos neuróticos transitorios, demoras, fallas,
trabas y fracasos o detenciones
en el proceso de desarrollo, inhibiciones,
regresiones normales, regresiones patológicas severas.
Anna Freud se acerca con cautela al análisis de niños,
que, como vemos, es una de sus tantas
tareas. Su perfil diagnóstico, ya célebre
por su extensión, por el detallismo con que ella hace
allí una semiología del
yo y del superyó, y de la libido y la agresión, es una guía no solamente
para
un diagnóstico psicoanalítico, sino también para uno psiquiátrico
psicoanalítico. Con
cuidado habla de un primer período de investigación en el
análisis del niño, que llama período
preparatorio o preanalítico, y que está
destinado a lograr la alianza terapéutica y a reafirmar la
transferencia
positiva. Hay un segundo período de cura. Se podría hacer casi un contrapunto,
tanto en la teoría como en la técnica, entre los conceptos kleinianos y los
conceptos
annafreudianos.
Mientras Melanie Klein va directamente a la fantasía
inconsciente, Anna Freud toma una especie
de recaudo: un largo período preparatorio
antes de iniciar la tarea analítica propiamente dicha.
Creemos que esto que
hemos descrito como cautela, como cuidado, teóricamente tiene otro
nombre, y se
relaciona con el hecho de que, en la medida en que Anna Freud adhiere cada vez
más a los conceptos de Hartmann y Kris, el yo aparece como un gran actor de la
escena: es el
aliado terapéutico, se trata de preservarlo, cuidarlo, de sacar
las defensas patológicas e
instaurar defensas normales. Hay un aprendizaje en
la tarea terapéutica, un cuidado con la
regresión y la desorganización. Ahora
bien, ¿quién sostiene el tratamiento analítico?
La respuesta en Melanie Klein es sencilla: la culpa.
La culpa inconsciente, la angustia. La culpa
es nuestro mejor aliado
terapéutico (es decir, el alivio de la culpa por la interpretación).
Para Anna Freud, el proceso analítico se hace a partir
de un contrato. Hay un contrato de
trabajo, y quien lo sostiene es, a mi
juicio, el analista. Ella dice que el niño, como tal, olvida
los propósitos a
largo plazo, los propósitos del análisis, y es llevado por la búsqueda de
satisfacción inmediata. El niño quiere satisfacer sus impulsos, y el medio
ignorante o
excesivamente represor es el creador de traumas. De este choque
surge la patología y también
el lugar del analista, que para ella está en lugar
del ideal del yo, o sea, quien normativiza al
niño.
Desde aquí es coherente su idea de la finalidad
analítica como adaptación que en potencia el
individuo y su ambiente tienen, en
tanto están coordinados para lograr ese estado ideal de
adaptabilidad anterior
al conflicto.

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Anna Freud aporta ideas interesantes para el analista


de niños: a) la reconstrucción de la
historia del niño en tanto traumática; b)
la reubicación de la neurosis como contingente y no
necesaria en una evolución;
c) la patología también puede ser producto de un error, ¿cómo
ubicamos aquí la
ignorancia? (esta idea la lleva a desarrollar una intensa tarea pedagógica y
educativa no sólo dentro del análisis, sino también con los padres, maestros,
abogados, etc.); d)
la predicción de la patología y el hecho de actuar
preventivamente para evitar la enfermedad
infantil. 
En esta apretada síntesis trataré de transmitirles las
dificultades y los hallazgos de mi
acercamiento al tercer autor que voy a
considerar: Winnicott. Él nos aporta un modelo de niño,
pero también un modelo
de analista. La primera lectura de Winnicott me llevó a pensar que
éste era un
psicoanalista "no analítico". No podía ubicar este nuevo lenguaje con
el que
abordaba temas tan básicos como enfermedad y salud, en términos de
"el ser persona", "el ser
persona completa", por ejemplo.
Me parecía que, después de haber alcanzado una gran
precisión terminológica,
estábamos de nuevo en el lenguaje corriente. Sus conceptos acerca del
verdadero
y falso self también parecían categorías que habíamos dejado de lado en
nuestro
quehacer psicoanalítico.
El segundo paso que di en su lectura fue ubicar
algunos de sus conceptos como pertenecientes a
un orden completamente diferente
al del lenguaje cotidiano, o sea, justamente como
pertenecientes al lenguaje
filosófico.
Cuando Winnicott describe los procesos tempranos del
desarrollo, parece postular una especie
de posibilidad innata de evolución
creadora, un principio vital o "élan vital" bergsoniano. Éste
debe ser cuidado y sostenido por una identificación creadora materna, y así
dará  lugar a la
continuidad del ser, la única garantía de salud.
El concepto de verdadero o falso self 
también remite a un concepto filosófico –en este caso,
hegeliano–: el de
existencia auténtica e inauténtica, impropia y cotidiana, como dos momentos
ontológicos del existir. La continuidad del ser, la historicidad de este
devenir existencial, la
angustia frente a la nada.
Winnicott tiene la suficiente libertad de pensamiento
como para manejarse tanto con conceptos
estrictamente psicoanalíticos, o de la
tradición psicoanalítica, como con conceptos  filosóficos,
introduciéndolos a su vez en el campo psicoanalítico, enriqueciéndolo.
Esta libertad de pensamiento la encontramos en la
siguiente respuesta: "No comenzaré por dar
una visión histórica,
panorámica, ni por mostrar el desarrollo de mis ideas a partir de las ideas
de
otro, porque mi mente no trabaja en esta forma. Lo que hago es reunir esto o
aquello, aquí y
allá. Lo adapto a la experiencia clínica, formo mis propias
teorías y al final de todo me intereso
en saber qué robé y de dónde".
Estas ideas de Winnicott dieron respuesta a una
problemática que se suscitó en nuestro medio
acerca del análisis de niños. ¿Es posible
operar psicoanalíticamente con el niño? O, como dice
Rosolato, el psicoanálisis
de niños, ¿es psicoanálisis, o psicoanálisis transferencial?, ¿un
maternaje?
Por esta ventana, y por su extraordinaria descripción
de las personalidades esquizoides, empecé
a entender el pensamiento de
Winnicott y su particular modo de trabajo. Creo que cada uno de
nosotros tiene
un modo de penetrar en el universo de este autor.
En las personas o fenómenos esquizoides es donde
justamente está cuestionado el ser. Futilidad
y máscara en vez de autenticidad.
Discontinuidad en lugar de temporalidad.
La angustia impensable, producto de una falla materna
temprana, ha quedado atrás. Aunque ha
dejado sus huellas en este ser que vive
pero no hace historia.
Otra ventana que me posibilitó entender el
descubrimiento de Winnicott es la idea de que la
madre debe respetar al bebé.
Si no lo respeta, si no lo considera de entrada como persona,
nunca llegará a
serlo. Es el gesto espontáneo, la movilidad, la agresividad constitutiva del
mundo
y de la realidad, la omnipotencia infantil, lo que la madre debe sostener en un
primer
momento para que este ser humano alcance ese sentimiento básico de
confianza que dice –
aunque no lo diga–: "Si yo lo deseo o lo pienso, sé
que va a haber en el mundo". Sabemos que
sólo después puede ser
desilusionado, y que de este modo accederá al no-yo, al simbolismo y,
de allí,
al campo inmenso de la cultura.

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La vinculación de Winnicott con la pediatría


–vinculación que nunca dejó de lado– marca su
peculiar modelo de analista. Él
es un analista que arranca de la clínica, y de una clínica de
pacientes graves,
psicóticos, borderline, o severamente regresivos.
Winnicott establece dos condiciones para ser
analista: la primera de ellas es que el analista
debe creer en la naturaleza
humana, y en el proceso de desarrollo. Esto es captado
inmediatamente por el
paciente. La segunda condición es que el analista no debe refugiarse en
la
teoría ni en la técnica. Éstas no están hechas para proteger al analista, quien
debe
mantenerse vulnerable, es decir, expuesto.
Ahora bien, ¿cuál es la posición del analista?
Winnicott dice: "Al principio siempre me adapto un
poco a lo que el
paciente espera de mí. Sería inhumano no hacerlo. Sin embargo, en ningún
instante dejo de maniobrar en pos de la posición que me permita hacer un
análisis con todas las
de la ley". ¿Qué significa hacer un análisis con
todas las de la ley?
Significa comunicarse con el paciente desde la
posición en la cual lo coloca la neurosis o la
psicosis de transferencia.
En tal posición se hallan presentes en mí algunas de
las características de un fenómeno
transicional, dado que, si bien por una
parte  represento el principio de realidad, por otra no
dejo de ser un
objeto subjetivo de la fantasía del paciente. Podemos seguir preguntándole a
Winnicott: ¿cómo llega el analista a esa posición? Según él, lo quiera o no el
analista, se
producen fallas. El analista produce fallas en el tratamiento que,
a su vez, reproducen
metafóricamente otras: aquellas de las que el paciente no
tiene recuerdos.
Winnicott aporta una idea original en ese sentido: la
del proceso analítico en términos de re-
desarrollo. He aquí una nueva
posibilidad para el psicótico, para el paciente esquizoide grave.
Según él
podemos rehacer lo hecho, lo mal hecho, o lo no hecho.
El regreso a lo real es necesario si la psicosis debe
curar. En el caso de la psicosis, para
Winnicott, no es posible un tratamiento
tradicional u ortodoxo. Éste está  reservado para las
psiconeurosis.
Con los pacientes psicóticos debemos establecer
condiciones para que el derrumbe sea posible,
y que a partir de allí se rehaga
o recubra ese hueco de experiencia. En el devenir de las
sesiones, se
metaforiza la falla, pero también se metaforiza el holding materno.
El niño y el analista juegan juntos, y así crean entre
dos una escena que nunca ocurrió.
Podríamos decir que Winnicott adaptaba su técnica a lo
que planteaba cada caso en particular.
Así como el enfoque de Anna Freud permite desplegar
una descriptiva muy rica de fenómenos
intermedios entre la neurosis y la salud,
y de este modo articular una serie de recursos técnicos
para el abordaje de
dichos fenómenos, que no requieren psicoanálisis, en Winnicott
encontramos algo
similar pero desde el punto de vista de la psicoterapia. Él convierte la
consulta terapéutica en un fragmento de terapia, en un minitratamiento.
Las "sesiones a pedido", a diferencia de las
sesiones regulares, y las sesiones de duración
indefinida, la conducción, son
el método más apropiado para el tratamiento de las psicosis. 
En este marco también podemos citar el concepto de
regresión terapéutica, que podía ser
realizada en la propia casa del paciente,
si contaba con un medio apropiado de sostén.
Winnicott considera que no es útil
ni práctico recomendar un único tratamiento psicoanalítico
para cada niño; el
aprovechamiento cabal de las primeras entrevistas pone al terapeuta en
condiciones de hacer frente a las dificultades que ofrece cada caso en
particular. "No hay dos
casos iguales", dice Winnicott, y entre el terapeuta
y el paciente se da un intercambio mucho
más libre que el que se produce en un
tratamiento psicoanalítico ortodoxo. Eso no significa
desmerecer la importancia
del análisis de larga duración: hay casos en los que,
específicamente, está
indicado y "el trabajo se lleva a cabo a partir de la emergencia día a
día,
en el material clínico, de elementos que llegan a hacerse conscientes como
consecuencia de la
continuidad del trabajo". "El psicoanálisis sigue
siendo la base de mi tarea".
Winnicott trabajó cuarenta años en un hospital;
calculo que, entre niños y padres, vio unos
sesenta mil pacientes. Este hecho
en sí marca un modelo de analista.
 
Consideraciones finales
 

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Podemos decir que en nuestro país la obra de Lacan se


conoce desde hace ya algún tiempo, por
lo menos quince años. Con lo cual
tenemos dos generaciones: una nueva, que ha sido formada
casi con
exclusividad en esta teoría, y otra que comprende a los antiguos
analistas. 
También podemos decir que la teoría de Lacan cae, entre
nosotros, en un piso kleiniano, lo cual
produce efectos especiales. Por un
lado, este piso era fértil y permeable, ya que estaba
cuestionado y sentíamos
la necesidad de reubicar el universo kleiniano en un contexto más
amplio. En
este sentido nos interesó la opinión de Mannoni cuando dijo: "Toda teoría
kleiniana
se beneficiaría si se retomara dentro del campo de la palabra".
Luego agregó: "Los objetos
kleinianos se sitúan dentro del orden de lo
imaginario entre las dos cadenas del discurso
manifiesto y reprimido".
En esta teoría, la fantasía inconsciente de Klein
queda reubicada entonces en el orden de lo
imaginario como un inventario de las
infinitas formas del fantasma.
Uno de los parámetros lacanianos más aceptados en un
sector de la comunidad analítica de
Buenos Aires que se dedica a niños es el
siguiente:  se acepta una nueva concepción de síntoma
y de la enfermedad
infantil donde ésta pierde su exclusiva dimensión individual para pasar a ser
también, como dice Mannoni,"la denuncia de un malestar colectivo".
Según este marco teórico, la constitución del sujeto
se hace en el otro, y su corte o separación
lo deja ligado para siempre a una
estructura significante. Hay una prioridad lógica de
representaciones y
significantes paternos que preceden al niño y lo ubican con un nombre y un
lugar. En el niño neurótico el síntoma es, entonces, portavoz de los fantasmas
paternos y está
indisolublemente unido a ellos. El deseo inconsciente de los
padres es vehiculizado, a través del
lenguaje, por lo dicho o no dicho de un
discurso, y se inscribe en el inconsciente del niño
produciendo su efecto a
nivel del síntoma. Dolto dice: "Nuestros niños son portadores de nuestro
pasivo, de la dinámica no resuelta, de todo aquello que hemos vivido y
rechazado".
El síntoma tiene un texto, es ya una primera
interpretación; en ese texto leemos el discurso
paterno, el significante del
otro en mí. Así como imaginé en Klein al "niño enfermo" y en Anna
Freud al "niño sano", cuando leí a los franceses imaginé  que
nos traían un "niño atrapado", es
decir, marcado o significado por el
deseo inconsciente de los padres, o por los significantes que
lo precedían.
La lectura de material clínico de estos autores nos
llevó a otras cuestiones: ¿no existiría aquí
una hipertrofia del efecto del deseo,
así como en Klein había una hipertrofia del efecto de la
pulsión?
Más tarde, leyendo a Rosine Lefort, coincidí con ella
cuando dice: "El lugar que el niño va a
ocupar en el fantasma debe ser
calificado en cada caso [...] debemos retomar la cuestión de la
atención
prestada al discurso familiar y ver cómo el niño le responde. Y, por lo tanto,
considerar
que la prioridad del análisis con los niños es la escucha de los
niños mismos como sujetos
enteros, separada de la escucha de los padres, de los
cuales no es meramente un apéndice".
Así, reubicamos a los padres de otro modo: no se trata
de cuestionarlos, pues ellos también
están "atrapados", ni se trata
de culpabilizarlos ni de perdonarlos. Cuando nos comentan acerca
de su niño,
debemos interrogarlos, es decir, "llevarles o devolverles a ellos esta
cuestión del
síntoma", en tanto el síntoma del niño –como todo síntoma–
dice una verdad que el sujeto
desconoce. Pero en este caso se trata de una
verdad de todos, y de la que todos saben y no
saben.
El movimiento lacaniano y los autores de niños de
filiación lacaniana abren nuevas cuestiones,
por ejemplo el lugar del trauma en
la vida infantil.
¿Cuándo el nacimiento de un hermano se vuelve
traumático? ¿Cuándo el niño cambia su carácter,
comenzando a desplegar una
nueva patología, o bien regresando a un estado psicótico?
Al respecto, Dolto, en el caso Dominique, aporta una
idea interesante. Ella dice: "Dominique,
niño psicótico, bien adaptado al
principio de su vida, personalidad de apariencia, hasta el
nacimiento de un
hermano, ignoraba el papel de fetiche que tenía en la madre [...] Es a partir
de este estatuto de fetiche fálico que el psicoanalista puede dar todo su valor
traumatizante al
nacimiento de la hermana [...] Desde el día del nacimiento de
la hermana Dominique ha perdido
sus referencias, ha sufrido un completo
desnarcisamiento. La posición subjetiva de Dominique

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3/18/22, 5:25 PM Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº1- El niño del psicoanálisis distintos modelos teóricos y sus consecuencias en la clínica / M…

es tal que, habiendo


escapado a la castración humanizante, lo deja ahora a merced de una
'imagen sin
palabras'".
La nueva idea es que los celos, la envidia, la
agresión destructiva no son efectos de la pulsión de
muerte sino que han sido
disparados por el lugar que el niño ocupaba previamente en la
estructura
fantasmática materna y paterna.
Ahora bien –otra cuestión que despertó nuestro
interés–, si en el adulto el análisis busca
levantar la represión y hacer
surgir el recuerdo o la fantasía, ¿dónde estaría lo reprimido en el
niño?
Podemos decir que en la memoria de los padres, en lo reprimido de los padres,
en el lugar
que ocupa ese niño en el discurso paterno. La historia está
presente otra vez en la enfermedad
infantil, pero no se trata de las
alternativas de la pulsión como en Klein, ni de la presencia de
factores
traumáticos como en Anna Freud, sino de la historia del deseo inconsciente y de
la
posición que en el curso de tres generaciones tienen los protagonistas con
relación a la
castración y el Edipo. Rosolato dice que se necesitan tres
generaciones para dar cuenta de una
identidad. La historia retorna otra vez
como la vuelta de lo reprimido. ¿Cuál será lo reprimido
ahora nuevamente? He
tratado de hablarles no sólo del niño y los modelos en la teoría, sino
también
del niño como síntoma de la teoría del analista.
 
DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS
/ PSICOANALISTA / NIÑO
 
Resumen
 
Las preguntas que hemos abordado y respondido en este
trabajo son las siguientes: ¿cómo es
concebido el sujeto infantil del análisis
en cada teoría?, ¿cuáles son los supuestos que éstas
implican y qué modelos
aportan?, ¿cuáles son sus consecuencias en la clínica?
Hemos hecho referencia a tres autores: Melanie Klein,
Anna Freud y Donald Winnicott.
El pensamiento de Melanie Klein gira alrededor del ser
humano como ser en conflicto y, por
tanto, referido permanentemente a la
angustia. Angustia y duelo son ejes fundamentales de su
teoría. En principio,
para esta autora, no hay niño sano, sino "niño enfermo". Con lo cual
el
psicoanálisis infantil es el único y privilegiado modo de prevención.
Anna Freud, en posición diametralmente opuesta a
Klein, introduce en su teoría la idea de una
potencialidad del niño que, en un
despliegue total y sin interferencias, llevaría al individuo a la
salud.
Para el niño de Anna Freud hay una promesa de
desarrollo normal, y un "niño sano". Ella sostiene
que es posible
detectar los factores patógenos antes que éstos hayan comenzado su tarea
nociva.
Para Anna Freud, la prevención de la salud se abre en
abanico y cubre un inmenso campo que va
desde lo familiar hasta lo pediátrico,
lo educacional y lo social.
Donald Winnicott describe un modelo de niño y también
un modelo de analista. La angustia
impensable es, para él, producto de una
falla maternante temprana. El niño debe ser
"sostenido" para que
desarrolle la continuidad del ser, el sentimiento básico de confianza que
permite acceder al área transicional primero y, luego, al área simbólica, es
decir, a su
potencialidad creativa. Winnicott trabajó durante cuarenta años en
un hospital y, entre niños y
padres, vio unos sesenta mil pacientes. Este hecho
marca también un modelo de analista.
 
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Esta publicación es propiedad de la 
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Graduados
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