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Un desafío para el psicoanálisis
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Cambios actuales en la familia y su
impacto en la infancia y el psicoanálisis
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Es innegable: en estos últimos tiempos la influencia del psicoa
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cionadas instituciones, instituciones que vienen condicionando la
subjetividad del humano desde hace siglos.
La trama social, las relaciones humanas, la estructura de poder,
las prácticas de crianza, los lazos y compromisos familiares, la
infancia, es decir, todas las instituciones, vienen variando a un
ritmo cada vez más acelerado desde los tiempos en que nació el psi
coanálisis hasta hoy.
Sabemos, por otra parte, que quien se queda quieto frente a un
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panorama cambiante en realidad retrocede. Para “avanzar” -sea esa
consigna moderna lo que sea- en tiempos cambiantes como estos,
uno debe ante todo revisar los fundamentos que viene siguiendo
y, si llega a la conclusión de que es necesario y sabe cómo hacer
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lo, cambiarlos. Porque a menudo -como le pasó a Esparta en la
Antigüedad frente a la decadencia de su poder militar, cuando e!
medio se torna adverso las instituciones tienden a cerrar sus filas y
endurecer las prácticas y sus fundamentos-. Cuando así ocurre, la
extinción de la práctica en cuestión suele ser inevitable, y cualquier
“renovación” se verá obstaculizada.
De modo que, de ser fieles herederos y custodios de la exquisita
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diferencia de otras especies sexuadas, no tenemos un sistema ins
cripto en los genes que sea adecuado para administrar nuestra vida
instintiva ni nuestra sexualidad. Debemos conducirla a través de la
trama social en que vivimos que, a su vez, la condiciona. Por ello
en nosotros no es primero el deseo y después la ley que lo prohíbe;
la ley y el deseo se nos presentan al mismo tiempo y entramados
inseparablemente.
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Por ello las presentaciones de lo sexual dependen de las estruc
turas de poder vigentes en cada época y en cada cultura. Y eso
puede constatarse. El poder en la modernidad se ejerció más que
por la espada o el cañonazo por el control que ejercieron las insti
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tuciones dominantes -Iglesia y Estado- sobre la sexualidad a través
de la familia. Revisaremos entonces la notable y única peculiaridad
de la configuración de la familia moderna con la que se encontró
Freud, la cual creo que tuvo mucho que ver con la forma que adop
tó el psicoanálisis en sus primeros tiempos. Las cosas en relación
con el sexo y la familia no fueron siempre como Freud las describe.
Por el contrario, la época freudiana fue decididamente diferente a
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(“el que se le presenta más a menudo a los psicoanalistas”): es “la
ternura de los padres [...] que rara vez desmiente su carácter eró
tico [lo que] contribuye a acrecentar aportes del erotismo que no
podrán sino entrar en cuenta en el desarrollo posterior”. Por ello
-y eventualmente por ocasionales “frustraciones” en la vida amo
rosa con objetos no familiares- la libido ligada a lo estrictamen
te sexual (que debería ya estar separada de las ¡magos parentales,
pero que demasiado comúnmente no lo está) sufre una introversión
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de la cual derivan, como tantas veces explicó Freud, la mayoría de
las configuraciones neuróticas, entre otras, la “inhibición psíquica”
de la que habla en el trabajo que estamos comentando. Es decir,
por haber estado la crianza tan cargada de erotismo (“el niño como
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juguete erótico de los padres”), la libido que debería volcarse a los
objetos sexuales nuevos es constreñida a permanecer introvertida
en el inconsciente y por ello sacada de circulación en los nuevos
vínculos. Esto, dice Freud, es mucho más frecuente de lo que sole
mos pensar.
Insisto: para Freud esta configuración no es debida a algo que
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humano.
Pero no fue siempre un avatar inevitable. Recién a partir
del siglo XVII, y no antes, la sexualidad humana de los niños se
comienza a encerrar en la familia conyugal que la confisca y absorbe
en una verdadera práctica de enciciTo. Para entender las consecuen
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niños, sin tomar en cuenta la vida sexual y/o afectiva de los futuros
esposos. Los códigos de lo grosero, lo obsceno, lo indecente eran,
si se los compara con los del siglo XIX y principios del XX, muy
laxos. Manifestaciones de esto pueden observarse en los cuadros de
Brueghel: gestos procaces directos, transgresiones visibles, niños
desvergonzados vagabundeando sin molestia ni escándalo pavo
neando sus cuerpos semidesnudos entre las risas de los adultos. La
sexualidad circulaba por fuera de la familia tradicional que, recordé
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moslo, no estaba centrada en la crianza de los hijos como lo estaría
en la Modernidad. Por otra parte, el núcleo familiar en sí era mucho
más amplio de lo que sería posteriormente: incluía al vecindario y
a parientes directos y no directos que vivían bajo un mismo techo.
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Los hijos solían ser cuidados desde poco después del nacimiento
hasta los 6 a 7 años por una balia o ama de leche fuera de la familia
(véase Moreno, 2002: cap. 8). Los controles para evitar el incesto
-aun cuando desde siempre fue prohibido- eran ejercidos funda
mentalmente desde afuera de la familia, por la Iglesia y el Estado.
A partir del siglo XVIII surge, de manera más o menos abrup
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ta, la familia moderna que se impone hasta mediados del siglo XX.
La familia pasa a ser, al menos como ideal, el escenario primor
dial, cuna del amor romántico, de la reciprocidad de sentimientos
y de deseos entre esposos padres e hijos. En esta nueva modali
dad de crianza se favoreció definitivamente, también como ideal,
la cercanía física y afectuosa de padres e hijos amorosos. La célula
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1) la histerización del aieipo femenino, del que se encargó la medicina
viendo a la madre como una mujer nerviosa;
2) la sexnalización del niño, al comenzar a sospecharse que los niños,
concebidos hasta entonces como inocentes y sin sexualidad pro
pia, podían llegar a ser manipulados para una actividad sexual
peligrosa y deformante, por lo cual se encargó a educadores
padres y médicos que los vigilen (un claro antecedente de la teo
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ría de la seducción de Freud);
3) la socialización de las conductas procreadoras, a través de lo cual el
Estado y la Iglesia pretenden regular el producto de esa función
sexual, los hijos;
4) la psiquiatrización del placer perverso (que Freud describe en el
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primero de sus “Tres ensayos”), generando una nueva especie
como anomalía perfectamente encasillada que una vez designada
se puede aislar e intentar airar, el perverso;
5) la aparición de la impotencia psíquica (Freud, 1912a) en el cruce
de los dispositivos sexual y de alianza de los hombres de la época
que los vuelve impotentes frente a la mujer amada.
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emergente ligado a una de las particularidades propias de su época.
Sin embargo no es así: esos condicionamientos no tienen la misma
vigencia en la actualidad ni la tuvieron en épocas anteriores a la
Modernidad decimonónica.
Podemos leer con toda claridad que estas condiciones modernas
y sus consecuencias dominaban el cuadro de la época. En sus histo
riales, el caso Dora, el de Catalina, el de la Joven Homosexual, el
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de Isabel de R., Juanito y el de casi todos los pacientes de Freud de
principio de siglo: un exceso sexual (el del dispositivo de la sexua
lidad) se introduce con violencia en el dispositivo de alianza que
antes reglamentaba el vínculo conyugal y el parentofilial. Este es
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totalmente excedido y no resulta adecuado para sostener las con
tradicciones que genera esa mezcla. Los síntomas no hacen sino
hablar sobre que los vínculos de parentesco modernos son invadi
dos por el dispositivo de la sexualidad incestuosa, lo que genera una
ruidosa turbulencia en el psiquismo y en los vínculos familiares,
que nosotros solemos llamar “neurosis”.
De modo que lo que constituyó la fortaleza de la familia moder
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Edipo y creó el psicoanálisis.
Los síntomas con los que se encontró Freud emergen sobre
todo de la contradicción provocada por la presencia simultánea de
los dispositivos que reglamentan la sexualidad y la alianza dentro de
la familia. Freud, como buen y genial pensador moderno, pretendió
enmarcarlos en un orden racional y respondió intentando articu
lar magistralmente tan disímiles reglamentaciones. Aunque hasta
donde sé nunca lo expresó así, es como si lo hubiese dicho: Sí, el
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vínculo familiar es el quejalona y sostiene el dispositivo de la sexualidad,
y es por ello que el deseo incestuoso es la madre de todos los deseos; pero, al
mismo tiempo, su oportuna prohibición es condición sine qua non de la
nonnalidad.
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El scpultamiento de ese complejo de Edipo no es entonces la
terminación de su función como causa. Más bien es el centro pro
ductor de la sexualidad que eventualmente la futura mujer y el futu
ro hombre desarrollarán en una familia propia, transfiriendo el ero
tismo que recibieron como hijos a sus propios hijos. La neurosis,
tal como la describió Freud, tiene así mucha relación con la época
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había propiciado (por ello ambas propuestas tuvieron en diferentes
momentos cierto prestigio: ora prohibir más, ora permitir más).
La familia moderna nació con esa suerte de pecado original de
estimular y prohibir el incesto. De ahí que bajo su égida resultara
tan difícil responder -sin caer en banalidades- a esta pregunta: ¿qué
es la sexualidad normal*
La familia posmoderna surge en la década del sesenta con un
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contrato entre cónyuges que no tiene en su base una unión per
manente. Pero al mismo tiempo la atribución de autoridad en la
familia -otrora dominio del padre- comienza a decaer. La “división
de tareas” (madre que cría/padre que trabaja) se desvanece (véase
el capítulo 7). Aumentan los divorcios, las separaciones y la recom
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posición conyugal. Los niños pasan a estar cada vez menos prote
gidos -o menos encerrados, depende de cómo se lo mire- en su
crianza dentro del claustro familiar, el dispositivo de encierro en el
que se había basado la educación y la crianza moderna se agota, y
los medios masivos de comunicación ven abierta la posibilidad de
dominar los discursos.
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rá más en un futuro cercano- a quién le perteneció el óvulo y/o el
espermatozoide de quien es hijo, habría que redefinir incluso qué
es el incesto, tema central alrededor del que siempre ha girado la
reglamentación de la alianza y que ocupó uno de los centros del
gran invento de Freud: el inconsciente.
En segundo lugar, los niños y sus progenitores, pero fundamen
talmente los primeros, están en contacto con fuentes de placer e
información diferentes de las que surgieron del ámbito familiar de
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la Modernidad. Pronto, cada vez más temprano, los hijos pasan a
tener contacto directo con un medio social por fuera del claustro
familiar y a portar más marcas de subjetividad y erogenicidad que
le vienen “de afuera” de la familia. Las fuentes de esas marcas son
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en primer lugar los medios que atraviesan toda las coberturas fami
liares, estatales o religiosas que otrora “protegían” (y encerraban,
insisto, depende de cómo se lo mire) la formación dé los párvu
los dentro su familia. No hay “protección al menor” que hoy sea
capaz de aislar a los niños de los medios, y estos están fuera de todo
control conocido. Además, la infancia es el vehículo privilegiado
en la cadena que propugna la invasión informática de los medios
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se impone a la determinación.
El psicoanálisis fue creado y dio sus primeros pasos en tiempos
de apogeo de la modernidad sólida, preñada de una tendencia a la
comprensión totalitaria y determinista e inclinada a ver una homo
geneidad enemiga de la contingencia, la variabilidad y lo aleatorio.
La únicas variables a considerar eran las contingencias de la vida
de cada quien, dentro de un marco más o menos invariable. En el
ideal del pensamiento moderno clásico todo tenía un sentido y el
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azar era simplemente debido a causas ignoradas. Se pretendió dar
cuenta de la realidad como en un diseño para ajustarla a los dictá
menes de la razón. Fue lo que en rigor pretendió hacer Freud con
la sexualidad, aun cuando se le resistió a sus empeños, como la Irma
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del “Sueño de la inyección de Irma” que no lo dejaba aplicar una
“solución” expresada (tal vez irónicamente en el sueño de Freud)
como la fórmula química de la trimetilamina.
El temor ligado a lo que podría ser un futuro siniestro, descrito
en 1984 por G. Orwell (1948), por el Mando feliz de Huxley (1939)
o por el “panóptico” estudiado por Foucault (1989), suponía un
mundo futuro de manipuladores y manipulados, sin mayor liber
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te de familias ensambladas, inonoparentales o provenientes de más
de un matrimonio o de parejas homosexuales adoptantes contra
dice la necesariedad que sostenía a la familia moderna. La belle
za del cuerpo de una mujer -otrora ligada al cuerpo gestante de
una madona- es un cuerpo desprendido de todo vestigio maternal.
Hace ya algunos años leí en un pasquín una noticia que por prime
ra vez me asombró. Decía algo así: “Dolores Barreiro (una famosa
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modelo argentina) recuperó su cuerpo luego de tan solo veinte días
de haber dado a luz”. “ ¿Qué cuerpo habrá recuperado Dolores?”,
me pregunté.
¿Cuáles son los ejes de las diferencias con la modernidad deci
monónica de Freud?
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Primero, la existencia presunta de una perfección -concebida
como una totalidad a encontrar- es un ideal que colapsa en todos
los campos. Esto tiene su efecto, sin duda, en lo que hace a idea
les que pueden sostener a una pareja sexual y regir a la hora de la
“elección” del género. Cada vez más el ideal tiene que ver con una
visión aislada de la trilogía edípica: madre, padre o niño.
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Como dijo Peter Drucker (1989), “la sociedad dejó de existir [él
se refería al ideal de una sociedad justa, con derechos a alcanzar], y
ahora solo existe el individuo”. En estos tiempos el individuo es el
encargado y el responsable -al menos así lo proclaman los medios-
de ser lo que uno es. Ya no hay casilleros “dados” que uno pueda
simplemente ocupar. En vez de ocupar casilleros preexistentes, hay
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res preexistentes.
Con respecto a lo normal y lo anormal, también hay noveda
des. Lo que ocurrió no fue que se abolió la norma, ni que esta se
hizo innecesaria; los heterosexuales -otrora “normales”- pueden
seguir siéndolo y considerarse normales si así lo desean. Simple
mente se crearon otros lugares, otros casilleros de modo que exis
ten numerosas normas, numerosas formas “normales”. Se puede ser
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un normal heterosexual, o un normal gay, homosexual, un normal
travestí, transexual, cross-dresser, bisexual, drag queeti, metrosexual,
etc., etc. Lo que resulta notorio es que cada uno de esos “nuevos”
lugares co-existe con las demás normas sin destituirlas. La misma
frase “numerosas normas” encierra una suerte de contradicción
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que puede resultar confusa. De hecho, amplía el conjunto de posi
bilidades y hace que se tenga la sensación -la obligación y la res
ponsabilidad- de “elegir” lo que es. Esa diversificación de posibles
casilleros en cierto modo anula la efectividad de la norma y gene
ra confusión entre ser y aparentar ser. Todo esto genera una cierta
libertad para, por ejemplo, encarar la vida sin tener que cumplir
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nuestro psicoanálisis.
.C La impronta mediática
en el discurso infantil
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La subjetividad de padres y niños es generada por prácticas y
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es en estos tiempos en que esas diferencias son muy evidentes y se
establecen con cada vez mayor celeridad. Los padres de los niños,
a su vez, los crían de acuerdo a cómo conciben la infancia, y ese
hecho les confirió también formas de ser diferentes en cada una de
esas tres épocas.
Visto en perspectiva, parece que el proceso generador de sub
jetividades en la crianza está de algún modo encadenado con la
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transformación social venidera. ¿Cómo se logrará esta maravillosa
adecuación entre la crianza y las subjetividades venideras? Podría
ser por una anticipación inteligente que se adelanta a “lo que se ven
drá ; por una suerte de ley natural forjada por misteriosas fuerzas
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que vehiculizan el cambio actuando sin que las detectemos; o por
alguna otra cualidad propia del humano que guía las transformacio
nes prospectivas como lo hace el acoplamiento de cambios del envi-
ronment y la prevalencia del genoma que resultará más apto para el
éxito evolutivo.1
De todos modos, es un hecho que la eficacia del dispositivo
crianza” para ensamblar el devenir de los sujetos es constatable.
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1. Podríamos intentar razonar ese ajuste como una máquina del tipo lamarkia
710 (donde primaría una adecuación anticipada a los cambios socioambientales que
se vienen ) o a través de un dispositivo del tipo tianvinirnto (donde sobreviven las
subjetividades más aptas de una variedad amplia de ellas para habitar el futuro).
Aáe resulta poco probable que estas dos posibilidades, por sí solas, den cuenta de la
mencionada “adecuación”.
publicadas por Kant en 1803 (aunque quizá fue Kant el que siguió
mandatos de la época, anónimos pero evidentes), fueron ¡mplemen-
tados nuevos dispositivos aptos para generar niños, a los que ya no
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se concibieron como frutos a los que simplemente había que dejar
madurar (como en el medioevo): era necesario formarlos. Se conci
bió e implemento -a través de la educación- formar a los pequeños
para que fuesen adultos adecuados a la ideología de la modernidad.
Junto con ello, los niños eran criados en un ámbito familiar bastan
te cerrado, lo cual intensificaba el efecto crucial en la subjetividad
generada en la modernidad, el complejo al que Freud llamó “de
Edipo”.
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En 1995 describí por primera vez lo que llamé “discurso infan
til” (DI). Supuse entonces que el vínculo entre padres e hijos seguía
siendo reglamentado por ese discurso gestado en la Modernidad.
Percibía ciertas variaciones pero no logré darme cuenta de que el
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DI estaba cambiando tan aceleradamente. Quizá por ello lo llamé
“DI en transición” sin comprender cuán rápida sería la transición
ni hacia qué se dirigía. Hoy, pienso que si bien aquel DI tal como
lo describí para la Modernidad sigue reglamentando en parte el vín
culo parentofilial y sus producciones, ya no tiene la hegemonía de
antes. El discurso y sus producciones están cambiando y lo hacen
de modo cada vez más acelerado. Aquí intentaré argumentar cómo
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novedades del exterior de la familia transmitidas por los medios,
parece que son los niños los que están en un contacto más vivo, más
inmediato y más efectivo, por ser ellos vehículos privilegiados del
contacto conectivo más que asociativo (véanse el capítulo 3 de este
libro y Moreno, 2002: cap. 3). Como resultado, la interfaz niños-pa
dres también ha cambiado de permeabilidad y de dirección. Antes
iba sin dudas de padres a hijos, ahora es de jóvenes a mayores.
De manera que los modos de entender los hechos en padres e
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hijos se distancian y ya no pueden interactuar como antes con la
simple mediación que propuse para el DI. La interfaz que media
entre padres e hijos se ha vuelto notablemente menos permeable
que en épocas modernas.
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Ahora nos empeñaremos en ahondar, cuanto nos sea posible,
qué puntos del discurso infantil y del complejo de Edipo que confi
guran la relación y la confrontación entre generaciones (la llamada
“confrontación generacional”) resultaron afectados por la revolución
informática que vivimos y sus consecuencias.
Entendamos desde ya que no se trata de que el discurso infantil
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siciones no son explicitables por los pequeños, son más bien como
algo dado, como las creencias que según Ortega y Gasset se diferen
cian de las ideas porque, como dijo él, mientras tenemos ideas, vivi
mos en las creencias. Estamos abiertos a ellas. Podríamos decir que el
niño puede ignorar (véase el capítulo 3) las razones de sus creencias
y el contenido de ellas, pero de todos modos vive en la suposición,
o, mejor vive como si supusiera que los padres de algún modo deben
saber de esas cosas acerca de las que ellos, consecuentemente, no
tienen por qué ocuparse. Con el tiempo, “cuando sea grande”, se
supone que sabrá cómo son. Esto no impide que tengan una cier
ta desconfianza de la atribución de saber que han supuesto en sus
padres, suspicacia que va creciendo, hasta alcanzar su cénit típico
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en la adolescencia, cuando los niños, que aún conservan efectos
del DI, pueden todavía enfrentar y discutir con los que supusieron
que tenían la versión correcta. Para establecer ese DI y para cur
sar el desprendimiento de él en la adolescencia es necesario que la
interfaz que separa los saberes de padres e hijos sea razonablemente
permeable.2
Cuando presenté la idea del DI, tampoco me di cuenta de que
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para que este “funcione”, las subjetividades y las creencias de niños
y padres (aun cuando eran diferentes en el sentido de que los gran
des supuestamente sabían todo más y mejor que los niños) debían
poder interactuar a través de una matriz más o menos homogénea o
con códigos y transformaciones posibles. Es decir, la interfaz entre
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las creencias, modos de ser y suposiciones de padres e hijos debía ser
permeable en ambas direcciones (padres —» hijos e hijos padres),
de modo que la interacción entre ellos fluyera más o menos libre
mente o, al menos, mediada por articulaciones y no por senderos
disyuntos.
El corazón de estos ciclos que van de padres a hijos tiene que
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niños cohabitaran con sus padres (compartiendo baños, caricias
y hasta lechos con ellos) hasta alrededor de los 5 años, sin otros
espacios como las escuelas o guarderías que son habituales en la
actualidad.
El cruce o ensamble entre el DI y el complejo de Edipo con
forma algo así como una máquina que supo ser responsable de
generar, hacer o moldear las subjetividades de hijos y padres en
la Modernidad. Ese dispositivo transmitía modos de ser y conteni
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dos (culturales, históricos, libidinales); una transmisión que cursó
en paralelo a la del la tradición y la de los mitos. La presencia de
los hijos, a su vez, moduló por esta vía la subjetividad de los padres
modernos ayudándolos a “ser padres” al estilo del DI; de modo que
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todos los “engranajes” del dispositivo subjetivizante eran compati
bles, solían ser armoniosos y se reforzaban mutuamente.
Podemos considerar cuatro tipos de transmisiones posibles
entre padres e hijos: transmisiones explícitas (las de los anhelos
parentales); itnplicitas (aquello que podemos pensar como “conte
nidos” o formulaciones del inconsciente); transmisión de exclusiones
específicas (aquello que no fue parte de lo asociativo, lo no repre
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que los lincamientos de la crianza eran creencias dadas e indiscuti
bles (es decir, la interfaz entre P y H fue suficientemente permea
ble por tener claves compatibles -como las de un diccionario-, y el
DI y el complejo de Edipo eran de últimas vehículos privilegiados
del tráfico entre esos contenidos y conformaciones). De modo que
las transmisiones en ambas direcciones (P-*H e H~*P) se pudieron
realizar y modular entre ellas. Así pues, las subjetividades de P y II,
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aun no siendo idénticas, eran compatibles y ensamblables. Podían
interactuar y también podía hacerse un relato más o menos cohe
rente de su interacción como si se tratara de dos polos homogéneos
del dispositivo crianza. Existían desacuerdos y luchas por posicio
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nes, pero dentro de una convención con claves compartidas.
Cuando hace su entrada en esta escena lo massmediático, con su
fuerte penetración,4 fue cambiando la homogeneidad de estas dis
posiciones, como un visitante desconocido que se infiltró solapa
damente en el dispositivo que hemos llamado máquina de producción
de subjetividades de la Modernidad. Además, propició un distancia-
miento entre el pensar y los pensamientos de niños y adultos. Los
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je con comandos, como un reloj digital, una consola de videojuegos
apta para iinplementar un videojuego, una tablet o un iPad, y se los
ofrecemos a un adulto y a un niño de hoy veremos una notable dife
rencia: el niño se comporta en general rápidamente como un experto,
en cambio el adulto muestra enormes dificultades para entender (por
que los adultos creemos que debemos entender para luego hacer la
práctica, prejuicio que a los niños no los condiciona) cómo se mane
ja ese dispositivo. Es más, el niño ni se ocupará en “comprender” la
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forma de funcionar de esos aparatos, simplemente interactúa conecti
vamente con ellos sin preguntarse cuál es la lógica de su funcionar ni
consultar el (hoy por lo general inexistente) manual del usuario. Los
adultos creemos (quizá porque así nos lo enseñaron, así nos criaron o
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así fuimos subjetivizados) que debemos entender el dispositivo asocia
tivamente para, después, intentar usarlo. Lo notable es que hace unos
cien años posiblemente los adultos eran los más avezados hasta con
los dispositivos clásicos a los que sí convenía comprender para, des
pués, usar. Quienes no lo hacían eran como torpes primates.
Como resultado, los impactos de lo mediático que atraviesan la
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interfaz que media con los niños son mucho más penetrantes y con
formantes que los que atraviesan la interfaz que separa lo mediático
de los adultos.
Para avanzar en lo que sigue, me gustaría llamar a los frentes
que separan y unen a los protagonistas de esta cuestión “interfa
ces”.5 En informática, “interfaz” designa el elemento de conexión
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útil distinguir tres interfaces que separan y unen componentes:
1) la que se interpone entre lo mediático y los niños;
2) la que media entre lo mediático y los padres, y
3) la que separa y une la forma y el contenido del pensamiento de
padres e hijos.
Estas tres interfaces tienen en la actualidad permeabilidades y
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características muy distintas a las que regían hace apenas cincuenta
o cien años. Diferencias que son producidas por la disímil permea
bilidad con lo mediático de los distintos personajes envueltos en el
discurso. Ante todo, la interfaz entre niños de hoy y los disposi
tivos informáticos es muchísimo más permeable que la que media
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entre los padres y esos dispositivos. Esto genera que los niños estén
mucho más y mejor conectados con los medios que los adultos.
Como esa alta conexión con lo mediático provoca cambios en las
conformaciones mentales, entre los niños y los adultos se estable
ce una barrera diferente a la de antaño. Lo cual quiebra de algu
na manera la continuidad subjetiva entre padres e hijos que regía
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Figura 1
IN T E R F A Z 1
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En la Modernidad de principios del siglo pasado podríamos
decir que las diferencias entre 1, 2 y 3 existieron también, pero la
discrepancia entre ellas era mínima comparada con las actuales y las
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genuos y un poco tontos o naifs. La familia fue un importante dis
positivo de encierro o de protección del niño que quedaba aislado
de los aconteceres de la vida externa.
El filme La vita é bella de Roberto Begnini ilustra este espíritu
de proteger a los niños aislándolos de los horrores de la vida de
los adultos. En esta película se llevan las cosas a una exageración
casi ridicula pero ilustrativa: un padre prisionero con su hijo en un
campo nazi evita que el niño se dé cuenta de que están detenidos
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en un campo de concentración. El y todos los demás prisioneros
fingen vivir algo parecido a una fiesta, hasta que al final llegan los
estadounidenses, el padre muere y el niño vive una vida que pre
suntamente es próspera y feliz...
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En la Modernidad, estas prácticas de encierro favorecieron
el hecho de que la familia se comportara (en relación con lo que
sucede en la actualidad) como un claustro, donde preponderó con
toda su fuerza el conflicto edípico y, como es natural y puede leerse
en Estudios sobre la histeria de Freud y Breuer de 1895, las neuro
sis florecieron púr doquier. Los niños eran, además de integran
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anda”, porque las figuras no se desplazaban como en el disposi
tivo touch. Las revistas no son touch pero el mundo que espera a
las niñas como ella quizá lo sea, porque en los chicos de hoy hay
una creciente preponderancia de lo conectivo sobre lo asociativo.
La ignorancia no saturada con preconceptos sobre cómo son las
cosas (no han sido contaminados con el saber enciclopédico de los
adultos) genera un campo particularmente fértil para descubrir,
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crear y alojar novedades y para que estas se conecten generando
nuevas configuraciones más que que se asocien con las represen
taciones de lo ya sabido. Como lo mediático no sigue la lógica de
lo sucesivo, ni la de lo asociativo, ni del logos, los elementos no
se articulan entre sí según el principio de verdad y falsedad, sino
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a través del de simultaneidad, donde una presentación es barrida
(7vipped) por la próxima sin necesidad de haber sido descartada,
sin tener que despedirse, sin discutir ni dar razones para que unas
presentaciones devengan obsolescentes y sean reemplazadas por
otras: se sustituyen, lo cual no es necesariamente un reemplazo,
sin despedidas.
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También hay cambios en el polo parental de la máquina de
fabricar subjetividades que venimos describiendo. Hay dos formas
de control del trabajo del adulto por las fuentes productivas, usual
mente dominadas por los dueños del capital: antes (digamos que
a partir de la Revolución industrial) los trabajos solían durar alre
dedor de 8 a 10 intensas horas en la fábrica, con un comienzo y
un fin. Esto dejaba los tiempos por fuera de la ocupación laboral
más o menos libres para la vida social, familiar y parental.6 Aunque
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el abuso de la sociedad industrial achicaba los tiempos del obrero
para compartirlo con su familia, el corte y la división entre tiem
po de trabajo y tiempo de familia era claro. Ahora, sobre todo en
las grandes metrópolis, imperan los llamados trabajos cognitivos,
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que emplean toda la energía de los trabajadores en un frenesí de
productividad que penetra en los aparatos mentales de los nue
vos “obreros”. Estos quedan ocupados como por un chip que los
domina. Su consigna es producir al estilo de una máquina corpora
tiva. Cuentan cada vez más con dispositivos “inteligentes”, que no
los dejan descansar por estar conectados (en rigor, también vigi
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pre porque si te quedas quieta en verdad retrocederás”. El control
no está centralizado pero cunde por todas partes haciendo trabajar
sin descanso el cerebro de los obreros controlados. Los sujetos son,
más que ocupantes de un lugar, nómades que siguen las luces que
los atraen.
Los lincamientos a seguir no son producto de un precipita
do identitario como en el viejo sujeto. El DI y el F.dipo eran, en
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la Modernidad disciplinaria, como un molde para formar sujetos
solo ligeramente diferentes a los de la generación anterior y pos
terior. Ahora no, y esto quiebra la continuidad transformacional
que pudiera haber en el cambio de generaciones. Se trata de habitar
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situaciones constantemente cambiantes. La cultura no es una supe
restructura determinante, es como una serie de ventanas que hacen
banales las continuidades lineales de una vida y más aún de los cur
sos y las transformaciones transgeneracionales más o menos suaves
y uniformes, y por ello pasibles de una narrativa. Ya no hay siquiera
francas luchas generacionales en las que uno gana por demostrar
la falsedad, la mentira o la verdad de la generación anterior; las
LA
do” que anuncian los GPS cuando cambia nuestro tránsito por la
ruta. Padres y niños no habitan lugares compatibles como antes,
sino más bien situaciones que cambian a distinta velocidad. Los
niños tienen un nuevo compañero, tremendamente influyente,
en las pantallas que presentan las novedades informáticas y en los
OM
y en el complejo de Edipo (y hasta de la vida amorosa romántica
y sexual con sus partenaires). Incluso, el contacto cuerpo a cuerpo
no mediado por imágenes entre semejantes se ve opacado. El dis
positivo-chip cerebral del que metafóricamente hablábamos en las
sociedades de control los deja sin la misma energía disponible para
la parentalidad, para la conyugalidad y para las relaciones “cuerpo a
cuerpo” que tuvieran los adultos de antaño. O, por lo menos, cues
.C
tiona también ese paradigma de la Modernidad.
Además, como dice Berardi (2007), “generación”, más que nom
brar a grupos de edades semejante (como la generación del sesen
ta o del ochenta), alude al horizonte de comunidades cognitivas y
DD
experienciales. Jóvenes y viejos no necesariamente se cruzan en una
lucha por el podef, como lo hicieron Layo y Edipo en el cruce de
caminos, sino que corren por andariveles paralelos. En estos tiem
pos, la lucha entre generaciones no se da en términos de quien
demuestra a quien que la propuesta de la otra generación es falsa.
La propuesta de una generación simplemente se queda o se va, se
propaga o languidece sin derrocar a la otra o ser derrocada por ella.
LA