IMAGINE a cientos y cientos de millones de voces elevando un mismo ruego a la
autoridad suprema del universo. Se trata de una petición concreta, pero, sorprendentemente, muy pocas de esas personas saben qué es lo que están pidiendo. ¿Podría suceder algo así? En realidad, sucede todos los días. ¿Y qué es lo que piden? Que venga el Reino de Dios. ¿Qué es el Reino de Dios? ¿CUÁL fue el tema principal de la predicación de Jesús? Según él mismo enseñó, fue el Reino de Dios (Lucas 4:43). Quienes lo escucharon seguramente le oyeron referirse muchas veces a ese Reino. ¿Los dejó eso confundidos o perplejos? ¿Le preguntaron qué era ese Reino? No. Los Evangelios no registran ninguna pregunta de ese tipo. Por consiguiente, ¿sabían aquellas personas lo que era el Reino de Dios? Lo cierto es que las antiguas Escrituras, que los judíos consideraban santas, describían ese Reino. De hecho, revelaban en términos muy claros y concretos tanto lo que es como lo que logrará. Hoy podemos saber aún más sobre el Reino, y básicamente del mismo modo: acudiendo a la Biblia. Veamos siete verdades expuestas en ella. Las primeras tres no fueron ningún secreto para los judíos de los días de Jesús e incluso antes. Las tres siguientes fueron reveladas por Cristo o por sus apóstoles durante el siglo primero. Y la séptima y última se ha hecho evidente en nuestro propio tiempo. ¿Cuándo vendrá el Reino de Dios? “SEÑOR, ¿estás restaurando el reino a Israel en este tiempo?” (Hechos 1:6.) Esta pregunta de los apóstoles indica que estaban ansiosos por saber cuándo establecería Jesús su Reino. Y hoy día, unos dos mil años después, muchas personas siguen preguntándose con impaciencia: “¿Cuándo vendrá el Reino de Dios?”. Puesto que Jesús hizo del Reino el tema principal de su predicación, es de esperar que contestara esa pregunta. Y así fue, pues habló extensamente de un período concreto de tiempo al que llamó “la presencia del Hijo del hombre” (Mateo 24:37). Dicha presencia guarda estrecha relación con el establecimiento del Reino mesiánico. Por eso, ¿qué es la presencia de Cristo? Veamos cuatro aspectos fundamentales que revela la Biblia sobre dicha presencia. 1. La presencia de Cristo comenzaría mucho tiempo después de su muerte. En una de sus parábolas, Jesús se comparó a un hombre que “viajó a una tierra distante para conseguir para sí poder real”, es decir, “un reino” (Lucas 19:12; nota). ¿Cómo se cumplió esta ilustración profética? Pues bien, una vez que Jesús murió y fue resucitado, viajó a la “tierra distante”, que representa el cielo. Y tal como predijo en una parábola similar, “después de mucho tiempo” volvería investido de poder real (Mateo 25:19). Algunos años después de que Jesús ascendió al cielo, el apóstol Pablo escribió: “[Jesús] ofreció un solo sacrificio por los pecados perpetuamente, y se sentó a la diestra de Dios, esperando desde entonces hasta que se coloque a sus enemigos como banquillo para sus pies” (Hebreos 10:12, 13). Así que, tras ascender al cielo, Jesús esperó un largo tiempo. Dicha espera finalmente concluyó cuando Jehová Dios colocó a su Hijo en el trono del Reino mesiánico, prometido tanto tiempo atrás. En ese momento comenzó la presencia de Cristo como Rey. Pero ¿verían los seres humanos ese acontecimiento trascendental? 2. La presencia de Cristo es invisible. Recuerde que Jesús habló de la señal de su presencia (Mateo 24:3). Piense en esto: si su presencia fuera visible, ¿verdad que no se necesitaría una señal? Pongamos un ejemplo. Imagine que emprende un viaje a la costa para ver el mar. Quizá encuentre señales indicadoras a lo largo del trayecto, pero una vez que llegue a la orilla y contemple la inmensa masa de agua que se extiende hasta el horizonte, ¿esperaría encontrar un gran letrero que dijera: “Este es el mar”? ¡Claro que no! ¿Para qué ponerle una señal a algo que uno puede reconocer en cuanto lo ve? Si Jesús tuvo que detallar la señal de su presencia, es porque esta no sería evidente. En realidad, la señal nos ayudaría a percibir algo que tendría lugar en los cielos. Por eso declaró: “El reino de Dios no viene de modo que sea llamativamente observable” (Lucas 17:20). Entonces, ¿cómo revelaría la señal que la presencia de Cristo ya habría comenzado? 3. La presencia de Jesús sería un período marcado por graves problemas en la Tierra. Jesús dijo que su presencia como Rey en los cielos sería un tiempo de guerras, hambrunas, terremotos, epidemias y delincuencia aquí en la Tierra (Mateo 24:7-12; Lucas 21:10, 11). ¿A qué se debería todo ese sufrimiento? La Biblia explica que Satanás, “el gobernante de este mundo”, está lleno de ira, pues sabe que le queda poco tiempo ahora que ha comenzado la presencia de Cristo como Rey (Juan 12:31; Revelación 12:9, 12). De hecho, en nuestros días hay abundantes pruebas visibles de la cólera de Satanás y de la presencia de Cristo. Tales pruebas se han visto a una escala mundial y sin precedentes desde 1914, año en que, según los historiadores, el mundo cambió. Quizá le parezca que todo esto pinta un cuadro muy sombrío, pero no es así. En realidad, las cosas que están pasando indican que el Reino mesiánico ya está gobernando en los cielos. Muy pronto, ese gobierno asumirá el dominio de toda la Tierra. Pero ¿cómo podrían los seres humanos saber que ese Reino existe y lo que deben hacer para ser sus súbditos? 4. Durante la presencia de Jesús se realizaría una obra mundial de predicación. Jesús declaró que su presencia sería un período parecido a “los días de Noé” (Mateo 24:37-39). Noé no solo fue el constructor del arca: también fue un “predicador de justicia” (2 Pedro 2:5). Advirtió a la gente que se acercaba el castigo divino. Pues bien, Jesús dijo que sus seguidores harían una obra similar durante su presencia. “Estas buenas nuevas del reino —profetizó— se predicarán en toda la tierra habitada para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin.” (Mateo 24:14.) Como vimos en el artículo anterior, el Reino de Dios destruirá a todos los gobiernos del mundo. Mediante la predicación del Reino se advierte a los seres humanos que este gobierno celestial está a punto de asumir el control de la Tierra. De esa forma, se les da la oportunidad de escapar de la destrucción y hacerse súbditos del Reino. Por lo tanto, ahora la pregunta es: ¿qué hará usted? Anime a su familia con “palabras deleitables” CON cada minuto que pasaba, David se sentía más frustrado. Mientras esperaba a su esposa, Diana, en el automóvil, no dejaba de mirar su reloj. Cuando ella por fin salió de la casa, David no pudo contenerse y explotó. —¿Cómo es posible que me hagas esperar tanto? —le dijo enojado—. ¡Siempre llegas tarde! ¿Es que ni una sola vez puedes estar lista a tiempo? Diana rompió a llorar desconsolada y volvió a la casa corriendo. David enseguida se dio cuenta del terrible error que había cometido. Su arranque solo había empeorado la situación. ¿Qué haría ahora? Apagó el motor, dio un suspiro y, lentamente, caminó hacia la casa para hablar con su esposa. Este ejemplo presenta un cuadro muy realista, ¿no es cierto? ¿Ha deseado usted alguna vez retirar lo que acaba de decir? Cuando hablamos sin pensar, solemos decir cosas que luego lamentamos. Con razón, la Biblia declara: “El corazón del justo medita para responder” (Proverbios 15:28). No obstante, a veces resulta difícil pensar con claridad antes de hablar, en especial cuando sentimos ira, temor o dolor. Cualquier intento de comunicar nuestros sentimientos, sobre todo a familiares allegados, puede acabar fácilmente en una acusación o crítica. Y eso puede ocasionar sentimientos heridos o incluso riñas. ¿Qué nos ayudará a conseguir mejores resultados? ¿Cómo evitar que nuestras emociones nos dominen? Podemos extraer consejos útiles de los escritos de Salomón. Pensemos en qué decir y cómo decirlo A medida que Salomón, el escritor del libro bíblico de Eclesiastés, redactaba su instructiva exposición sobre la vanidad de la vida, expresó sentimientos intensos respecto a este tema. “Odié la vida”, dijo él, e incluso en un momento dado la llamó “vanidad de vanidades” (Eclesiastés 2:17; 12:8, nota). Con todo, Eclesiastés no es un recuento de las frustraciones de Salomón. Él no se limitó a describir crudamente la realidad, pues al final del libro revela que “procuró hallar las palabras deleitables y la escritura de palabras correctas de verdad” (Eclesiastés 12:10). Otra traducción indica que “procuró expresar sus ideas de la mejor manera posible, y [...] con palabras claras y verdaderas” (Traducción en lenguaje actual). Salomón evidentemente reconocía que necesitaba controlar sus sentimientos. En efecto, se preguntaba de continuo: “¿Es totalmente cierto lo que pienso decir? Si lo digo de esta manera, ¿cómo se sentirán los demás? ¿Les gustará? ¿Lo aceptarán?”. Al buscar “palabras deleitables” y ciertas, Salomón evitó que sus sentimientos nublaran su modo de pensar. Gracias a ello, no solo contamos con una obra maestra de la literatura, sino también con una fuente de sabiduría divina que nos ilumina sobre el significado de la vida (2 Timoteo 3:16, 17). Si imitamos la forma en que Salomón dominó sus emociones al tratar un tema tan delicado, ¿lograremos comunicarnos mejor con nuestros seres queridos? Veamos un ejemplo. Aprendamos a controlar nuestros sentimientos Para ilustrarlo, digamos que un jovencito llega a casa con su libreta de calificaciones en la mano y con el ánimo por el piso. Cuando el padre ve la lista de materias y observa que no ha aprobado una de ellas, inmediatamente se enoja y recuerda las muchas ocasiones en que el hijo postergó sus tareas. Se siente con deseos de decirle: “¡Eres un holgazán! Si sigues así, ¡nunca vas a lograr nada en la vida!”. Pero antes de permitir que el enfado domine su reacción, el padre debería preguntarse: “¿Es totalmente cierto lo que estoy pensando?”. Dicha pregunta le ayudará a evitar que las emociones le impidan ver la realidad de los hechos (Proverbios 17:27). ¿De verdad terminará siendo el hijo un fracasado porque tiene dificultades con una asignatura? ¿Es un holgazán para todo? ¿O será que ha dejado sin hacer algunas tareas porque hay conceptos que le cuesta entender? La Biblia destaca vez tras vez el gran valor de ver los asuntos de manera razonable y realista (Tito 3:2; Santiago 3:17). Para animar a su hijo, el padre tiene que emplear “palabras correctas de verdad”. Busquemos las palabras adecuadas Una vez que el padre determine qué decir, pudiera preguntarse: “¿Cómo puedo comunicárselo a mi hijo de la mejor manera?”. La verdad es que no es fácil encontrar las palabras adecuadas. Pero los padres deben recordar que los adolescentes a menudo tienden a irse a los extremos, pensando que si no son perfectos, son un fracaso total. Quizá se concentren en un error que hayan cometido y exageren su gravedad a tal grado que ese error empiece a influir en el concepto que tienen de sí mismos. Si el padre reacciona de forma exagerada, pudiera reforzar el modo de pensar negativo de su hijo. Colosenses 3:21 exhorta: “No estén exasperando a sus hijos, para que ellos no se descorazonen”. Palabras como siempre y nunca suelen generalizar o exagerar los hechos. Cuando el padre le dice a su hijo: “Nunca servirás para nada”, ¿qué posibilidades tiene el jovencito de conservar su dignidad? Si al hijo se le habla a menudo de forma tan crítica, va a terminar pensando que es un inútil. Por supuesto, tal conclusión no solo es desanimadora, sino falsa. Por lo general, es mucho mejor destacar los aspectos positivos de una situación. El padre de nuestro ejemplo pudiera decir algo así: “Hijo, veo que estás triste porque no aprobaste una asignatura. Sé que normalmente te esfuerzas mucho por cumplir con tus tareas. Vamos a hablar un rato para ver cómo podemos solucionar tus problemas con esta materia”. El padre también pudiera hacer preguntas concretas para ver si existen problemas subyacentes y determinar cuál es la mejor manera de ayudar a su hijo. Es probable que tratar los asuntos de esa manera cariñosa y bien pensada sea mucho más productivo que simplemente dejarse llevar por las emociones. La Biblia asegura que los “dichos agradables” son “dulces al alma y una curación a los huesos” (Proverbios 16:24). Los hijos —en realidad, todos los miembros de la familia— se sienten cómodos en un ambiente donde se respira paz y amor. “De la abundancia del corazón” Recordemos al esposo mencionado al principio del artículo. ¿No habría sido mejor si se hubiera tomado el tiempo para buscar “palabras deleitables” y ciertas en vez de descargar su frustración en su esposa? Un marido en esa situación debe preguntarse: “Aunque sea verdad que mi esposa tiene que esforzarse por ser más puntual, ¿es cierto que siempre llega tarde? ¿Es este el mejor momento para tratar el asunto? Si le hablo enojado o la critico, ¿conseguiré motivarla a mejorar?”. Si nos planteamos estas preguntas antes de hablar, evitaremos lastimar involuntariamente a quienes amamos (Proverbios 29:11). Ahora bien, ¿qué hay si nuestras conversaciones familiares repetidamente terminan en riñas? Tal vez tengamos que examinar más a fondo los sentimientos que hay tras nuestra selección de palabras. Lo que decimos —sobre todo cuando estamos alterados o bajo presión— pudiera revelar mucho sobre cómo somos realmente por dentro. Jesús afirmó: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Mateo 12:34). En otras palabras, lo que decimos refleja con frecuencia nuestros puntos de vista, pensamientos y deseos más recónditos. ¿Vemos la vida con realismo, optimismo y esperanza? Si así es, se reflejará en el tono y el contenido de nuestras conversaciones. ¿Tendemos a ser rígidos, pesimistas o críticos? En ese caso, desanimaremos a otros por lo que decimos o por la manera como lo decimos. Tal vez no nos demos cuenta de que nuestra forma de pensar y hablar se ha vuelto muy negativa. Hasta pudiéramos creer que nuestro punto de vista es correcto. Pero debemos tener cuidado para no engañarnos (Proverbios 14:12). ¡Qué bueno es tener la Palabra de Dios! La Biblia nos ayuda a examinar nuestros pensamientos y a determinar cuáles son correctos y cuáles debemos modificar (Hebreos 4:12; Santiago 1:25). Sin importar qué tendencias hayamos heredado o qué crianza hayamos recibido, todos podemos cambiar nuestra forma de pensar y actuar si verdaderamente deseamos hacerlo (Efesios 4:23, 24). Además de usar la Biblia, hay otra manera sencilla de analizar nuestra forma de comunicarnos: preguntar a otras personas. Por ejemplo, pídale a su cónyuge o a su hijo que le diga francamente cómo le va a usted en este asunto. Hable con un amigo maduro que lo conozca bien. Se requerirá humildad para aceptar lo que le digan y hacer los cambios necesarios. Nuestros lectores quieren saber ¿Es el Reino de Dios algo que se lleva en el corazón? Muchas personas responderían que sí. De hecho, la Enciclopedia Católica afirma: “El reino de Dios significa [...] el reinado de Dios en nuestros corazones”. Además, esta idea se enseña en muchas iglesias. Pero ¿de veras muestra la Biblia que el Reino de Dios está en el corazón de la gente? Hay quienes piensan que el propio Jesús difundió la idea de que el Reino de Dios mora en el corazón de las personas. Quizá señalen que él mismo dijo: “¡Miren!, el reino de Dios está en medio de ustedes” (Lucas 17:21). Esta frase se vierte en algunas traducciones bíblicas “El reino de Dios está en ustedes” o, incluso, “dentro de ustedes”. Pero ¿reflejan fielmente dichas traducciones las palabras de Jesús? ¿Será que realmente quiso decir que el Reino de Dios es algo que se lleva en el corazón? Para empezar, ¿qué es el corazón? Cuando la Biblia hace referencia al corazón simbólico, alude a la persona que somos por dentro, a la fuente de nuestros pensamientos, actitudes y sentimientos. Por eso a muchos les atrae la idea de que el Reino de Dios —algo tan sublime— more en los corazones de las personas de un modo que las transforme y dignifique. Ahora bien, ¿es así realmente? La Biblia nos dice: “El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es desesperado” (Jeremías 17:9). Y Jesús mismo afirmó: “De dentro, del corazón de los hombres, proceden razonamientos perjudiciales: fornicaciones, hurtos, asesinatos, adulterios, codicias, actos de iniquidad” (Marcos 7:20-22). Pregúntese: ¿A qué se debe la maldad que vemos en el mundo? ¿No se engendra en el pecaminoso corazón del ser humano? Entonces, ¿cómo podría proceder de ahí mismo el Reino perfecto de Dios? Obviamente, así como no pueden salir higos de un cardo, el Reino de Dios no puede germinar en el corazón del hombre (Mateo 7:16). Por otra parte, ¿a quiénes dirigió Jesús las palabras registradas en Lucas 17:21? El versículo anterior lo indica: “Cuando los fariseos le preguntaron cuándo vendría el reino de Dios, les contestó” (Lucas 17:20). Los fariseos eran enemigos de Jesús, y este aseguró claramente que aquellos hipócritas religiosos no iban a entrar en el Reino de Dios (Mateo 23:13). Así que, ¿cómo podrían llevar el Reino en sus corazones si ni siquiera entrarían en él? ¿Verdad que sería imposible? Veamos, entonces, qué es lo que Jesús quiso decir. Varias traducciones bíblicas que han vertido con cuidado este pasaje concuerdan con el texto de la Traducción del Nuevo Mundo. Por ejemplo, algunas de ellas dicen que el Reino está “entre ustedes” o “en medio de ustedes”. ¿En qué sentido estaba el Reino de Dios entre las personas de aquel tiempo, y hasta entre los fariseos? Pues bien, Jehová había escogido a Jesús para ser el Rey de ese Reino. Y, en su función de futuro Rey, Jesús estuvo entre aquellas personas, enseñándoles muchas cosas en cuanto al Reino e incluso haciendo milagros que demostraron lo que este lograría. De modo que, en un sentido muy real, el Reino de Dios estaba en medio de ellos. Está claro, por lo tanto, que la Biblia no apoya la idea de que el Reino de Dios sea algo que se lleve en el corazón. Más bien, tal como predijeron los profetas, es un verdadero gobierno que efectuará cambios extraordinarios en toda la Tierra (Isaías 9:6, 7; Daniel 2:44). evitar decir algo que luego lamentará?