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DOMINGO XI DURANTE EL AÑO – CICLO "B"

Primera lectura (Ez 17,22-24):

Recordemos que la profecía de Ezequiel tiene lugar durante el exilio del pueblo de
Dios en Babilonia, situación tremendamente crítica pues la misma fe y confianza en Dios fue
puesta a prueba de modo dramático. Pues bien, la primera parte de este capítulo 17 narra de
forma alegórica el trágico final de la monarquía judía. Pero luego le sigue este oráculo que
anuncia al futuro la restauración de la dinastía mediante la imagen de un brote de un gran
cedro que será trasplantado a la montaña más alta de Israel y allí crecerá al punto de poder dar
sombra a las aves. Y todo esto será obra sólo de Dios. Por medio de este oráculo el profeta
quiere infundir al pueblo esperanza y confianza para el futuro, porque Dios actuará. “Esto
equivale a decir que Dios es el gran protagonista de la historia, el que, a pesar del pecado, es capaz de ofrecer
al hombre un futuro diferente y nuevo. La iniciativa del renacimiento y del crecimiento no corresponde a los
hombres, sino que es de Dios, que se presenta como alguien que no disminuye en su amor”1.
Por tanto, el mensaje de esta profecía de Ezequiel es que "la dinastía judaica demostró su
incapacidad política, conduciendo al pueblo a la ruina del destierro. Dios va dar a su pueblo un nuevo rey.
Descendiente de la dinastía davídica, como rama tomada de la cúspide del árbol, este rey será don de Dios"2.

Evangelio (Mc 4,26-34):

La fórmula de introducción nos anticipa que el tema sobre el cual Jesús va a hacer una
comparación es el Reino de Dios.
El tema del Reino de Dios es esencial en la predicación y en la misión de Jesús tal
como nos lo presenta el evangelio. Como contrapartida, suponemos que Jesús se dirigió a un
público que estaba interesado en la llegada del Reino. Por esto, al Reino de Dios dedica Jesús
sus primeras palabras (Mc 1,15); y su primera acción es enfrentarse a Satanás para vencerlo
(1,12-13), lo cual preanuncia la lucha contra el mal y sus manifestaciones para poder instaurar
el Reino de Dios (3,24-27). Sigue luego la creación del discipulado (1,16-20), con lo cual
indica la llegada del Reino que es esencialmente comunitario pues está referido a un pueblo
concreto a quien va destinado y que está llamado a aceptarlo y hacerlo visible. En este sentido
la expresión Reino de Dios indica la comunidad con Dios en la comunidad de los hombres
que se han unido a Jesús.
En castellano la palabra "reino" nos sugiere, en un primer momento, la idea de un
'estado' o un 'lugar', pero cuando los evangelios hablan del Reino de Dios se refieren más bien
a la situación que surge del gobierno o reinado de Dios sobre los hombres: al ejercicio de la
soberanía o señorío de Dios. Reino de Dios es lo mismo que Dios reina entre los hombres.
Por tanto, “cuando se dice reino de Dios, se designa un estado de cosas donde solamente se hace lo que
Dios quiere y se evita totalmente lo que Dios no quiere ”3. Recordemos que, en la oración del
Padrenuestro, la súplica “venga a nosotros tu Reino”; va seguida de “hágase tu Voluntad así
en la tierra como en el cielo”. Es decir, para que se establezca el reino de Dios entre los
hombres, tenemos que estar dispuestos a cumplir Su Voluntad.

Ahora bien, en este capítulo Marcos nos presenta a Jesús que desde la barca describe
mediante parábolas el "desarrollo" o la "dinámica" propia del Reinado de Dios. De las
mismas, la liturgia de hoy nos presenta dos: la parábola de la semilla que crece por sí misma y
la parábola del grano de mostaza.

1
G. Zevini – P. G. Cabra, Lectio divina para cada día del año 14 (Verbo Divino; Estella 2002) 94.
2
L. Monloubou, Leer y predicar el Evangelio de Marcos. Ciclo B (Sal Terrae; Santander 1981) 67.
3
L. H. Rivas, Jesús habla a su pueblo 5 (CEA; Buenos Aires 2002) 79.
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En primer lugar, Jesús dice que el Reino de Dios es como un hombre que arroja el
grano en la tierra. Notemos que esta es la única actividad de "este hombre", que permanece
anónimo. Una vez sembrada la semilla, el tiempo va pasando, noche y día, mientras la semilla
va siguiendo su ritmo pues la tierra da el desarrollo de la misma, de modo autónomo o
automático, sin relación con la actividad y el saber humano (“ sea que duerma o se levante, de
noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” en 4,27). Tengamos en cuenta
que en aquel tiempo el crecimiento de la semilla se consideraba un misterio que sólo Dios
conocía y controlaba; y aquí está el centro de atención de la parábola. Como bien nota J.
Gnilka4, el hombre puede aparecer como un holgazán pero la intención es justamente poner la
atención en la actividad propia de la semilla y de la tierra, más allá de la obra, del
conocimiento y del control del labrador.
Este proceso de crecimiento "automático" (cf. Mc 4,28 donde utiliza el término griego
(αὐτομάτη ἡ γῆ) se describe telegráficamente: tallo, espiga y grano. Alcanzado este grado de
desarrollo tenemos el grano abundante en la espiga y luego viene la cosecha con la hoz.
Visto esto, el mensaje de la parábola sobre la dinámica del Reino de Dios es claro y
nos lo explica bien E. Bianchi 5: “Esta es la gran fe de Jesús en Dios, que debe ser también la nuestra: lo
que importa es sembrar la buena simiente del Reino, o sea, predisponer todo en la propia vida para que el Reino
de Dios pueda comenzar a manifestarse en la historia. Una vez realizado lo que está en nuestra mano sólo
queda tener paciencia […] El labrador que ha arrojado la simiente ni debe preocuparse de ella ni debe esforzarse
por controlar su crecimiento, ya que amenazaría los brotes: el tiempo de la siega, o sea la hora del juicio final (cf.
Jl 4,13), llegará irremediablemente; y no a causa de los esfuerzos del agricultor, sino como don de Dios que
hace crecer el Reino y prepara la hora de su plena manifestación”.
Como señala L. H. Rivas6, esta parábola responde a quienes pensaban que el Reino de
Dios llegaría como consecuencia de una acción humana, sea la violencia como los zelotes o el
cumplimiento de la ley como los fariseos. Y también responde a quienes dudan de la
presencia del Reino de Dios porque todavía no se manifiesta abiertamente.
En cierto sentido esta parábola completa la del sembrador (cf. Mc 4,1-9) por cuanto
quien ha sembrado en una persona la semilla de la Palabra debe seguir con paciencia el
proceso de su crecimiento dejando que la fuerza de la semilla se desarrolle por sí misma7.
El relato sigue con otra introducción (4,30) para la siguiente parábola. También se
precisa aquí que el tema sobre el cual nos ilustrará mediante la misma es el Reino de Dios.
La parábola se centra y concentra en la semilla de mostaza, cuya pequeñez era
proverbial en tiempos de Jesús. La mostaza negra tiene un diámetro de 1,6 mm; la blanca
tiene el doble de diámetro. Y también se sabía de su gran crecimiento, pues en el lago de
Genesareth, por ejemplo, la planta de mostaza crecida puede llegar hasta los tres metros de
altura. Por tanto, supera a todas las hortalizas y puede servir de cobijo para los pájaros.

4
Cf. El evangelio según san Marcos. Vol. I (Sígueme; Salamanca 1992) 214.
5
Escuchad al Hijo amado, en él se cumple la Escritura (Sígueme; Salamanca 2011) 120-121.
6
Cfr. Jesús habla a su pueblo 5 (CEA; Buenos Aires 2002) 81-82.
7
Cf. Fritzleo Lentzen-Deis, Comentario al evangelio de Marcos (Verbo Divino; Estella 1998) 150.
3

La imagen final de los pájaros que anidan a su sombra puede haber sido tomada de Ez
17,22 (primera lectura de hoy) que se refiere a la imagen del reino mesiánico.
Esta parábola complementa la anterior por cuanto pone de relieve, en la dinámica del
reino de Dios, el contraste entre su pequeño inicio y su glorioso final. Es decir, el acento está
puesto en el prodigioso crecimiento de la semilla que marca el contraste entre la pequeñez
inicial y la grandeza final. Y responde a los impacientes que dudan de la venida del Reino de
Dios porque no responde a sus expectativas pues esperan que sea una manifestación
grandiosa.
En síntesis, "en estas dos parábolas, el reino de Dios es presentado como algo inesperado,
incontrolable e irreversible. El crecimiento del reino de Dios sobre la tierra no depende del ser humano, sino de
Dios"8. Por ello, “los cristianos no deben dejarse seducir por lo grandioso ni abatir por lo pequeño: la fuerza
del Reino, la fuerza del Evangelio no se mide con criterios del mundo”9.

ALGUNAS REFLEXIONES:

Muchas veces, y más en tiempos de crisis como en esta pandemia, nos asaltan dudas
sobre la presencia y la acción de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida: ¿Dónde estás
Señor en estos momentos? ¿Por qué no actúas? ¿Por qué tu obrar no es grandioso y rápido?
¿Por qué todo cambia tan lentamente? Y, al mismo tiempo, nos preguntamos qué y cuánto
tenemos que hacer nosotros en estos momentos.
Ante estas preguntas, es bueno que escuchemos lo que nos enseñan estas parábolas
sobre el Reino de Dios, es decir, sobre el modo de obrar de Dios en nuestro mundo y en
nuestra vida; sobre la pedagogía divina. En efecto, estas dos parábolas han sido calificadas
como "de crecimiento" por cuanto ambas comparan el desarrollo del Reino de Dios con el
crecimiento de una semilla.
La parábola de la semilla que crece por sí misma nos enseña en primer lugar la
necesidad del tiempo para que el Reino crezca y se desarrolle. Se habla del ritmo natural del
tiempo, noche y día, al cual se adapta el agricultor de la parábola, quien se duerme y se
levanta expresando el ritmo confiado de la vida. El desarrollo o la dinámica del Reino en
nuestra historia grupal y personal no es espasmódica, dando saltos, sino que tiene un ritmo, es
un proceso que conlleva su tiempo. No se pueden quemar etapas y, mucho menos, personas
por una ansiedad que se desborde.
Como bien nota M. Navarro Puerto 10 "Jesús compara explícitamente el Reino de Dios con la
descripción de un proceso". Y dado que la acción evangelizadora de la Iglesia debe secundar la
obra de Dios, los Obispos en Aparecida nos han llamado la atención sobre la importancia de
respetar los procesos, de tenerlos en cuenta, en especial en la formación de los discípulos y
misioneros, prioridad mayor para nuestro momento, al decir de los mismos Obispos: “Llegar a
la estatura de la vida nueva en Cristo, identificándose profundamente con Él y su misión, es un camino largo,
que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios,
continuos y graduales” (D.A. nº 281). En esta misma línea el Papa Francisco habla insistentemente
de esto en su Evangelii Gaudium, al punto de dedicarle un parágrafo al “acompañamiento
personal de los procesos de crecimiento” (EG 169-173); y hace también una aplicación para
el campo sociopolítico (EG n° 223). Como muestra citamos EG n° 24 donde dice: “la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por
más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene
mucho de paciencia, y evita maltratar límites”.
En segundo lugar, la parábola de la semilla pone de relieve la fuerza interior del Reino,
que es la misma fuerza de Dios que lo hace crecer.
8
O. Vena, Evangelio de Marcos (SBU; Miami; 2008) 99.
9
E. Bianchi, Escuchad al Hijo amado, en él se cumple la Escritura (Sígueme; Salamanca 2011) 122.
10
Cf. Marcos (Verbo Divino; Estella 2006) 159.
4

También A. Nocent11 considera que esta parábola nos brinda dos mensajes importantes
para nosotros hoy: "el primero es el de la iniciativa divina en la extensión del reino; el segundo, el de nuestra
paciencia y nuestra visión espiritual de los acontecimientos de la Iglesia".
Otras preguntas que nos podemos hacer mientras nos involucramos para que el Reino
de Dios triunfe en el mundo son: ¿por qué somos tan pocos?; ¿por qué no logramos convocar
a muchos y de golpe para que sea evidente que la obra es de Dios?
Ante estas preguntas, la parábola de la semilla del grano de mostaza nos enseña que el
Reino de Dios crece a partir de comienzos pequeños, casi tan insignificantes como un grano
de mostaza. Sólo la fe puede descubrir la potencia divina que se oculta en esa pequeñez que
está preñada de un futuro de grandeza. Como dice el Papa Francisco: “ Creámosle al Evangelio que
dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas
maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol (cf. Mt 13,31-32), como el
puñado de levadura, que fermenta una gran masa (cf. Mt 13,33), y como la buena semilla que crece en medio de
la cizaña (cf. Mt 13,24-30), y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por
florecer de nuevo” (EG 278).
Aplicado esto a la nueva evangelización, nos decía el entonces Card. J. Ratzinger 12:
"Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso
debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos. Sin embargo, aquí se oculta también una
tentación: la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar el gran éxito inmediato, los grandes números. Y
este no es el método del reino de Dios. Para el reino de Dios, así como para la evangelización, instrumento y
vehículo del reino de Dios, vale siempre la parábola del grano de mostaza (cf. Mc 4, 31-32). El reino de Dios
vuelve a comenzar siempre bajo este signo. Nueva evangelización no puede querer decir atraer inmediatamente
con nuevos métodos, más refinados, a las grandes masas que se han alejado de la Iglesia. No; no es esta la
promesa de la nueva evangelización. Nueva evangelización significa no contentarse con el hecho de que del
grano de mostaza haya crecido el gran árbol de la Iglesia universal, ni pensar que basta el hecho de que en sus
ramas pueden anidar aves de todo tipo, sino actuar de nuevo valientemente, con la humildad del granito,
dejando que Dios decida cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29). Las grandes cosas comienzan siempre con
un granito y los movimientos de masas son siempre efímeros".

En síntesis, ambas parábolas son una invitación a la Fe y a la Esperanza. A seguir


creyendo y confiando en Dios sin desanimarse. Esta presencia oculta pero activa del Señor
nos debe llenar de fuerza y entusiasmo para proclamar su obra.
Al respecto decía el Papa Francisco en el ángelus del 17 de junio de 2018: “ A veces la
historia, con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que
quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos
periodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De hecho, ayer como
hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder
escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales
que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue
pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos
desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordad
esto: Dios siempre salva. Es el salvador […] No es fácil para nosotros entrar en esta lógica de la imprevisibilidad
de Dios y aceptarla en nuestra vida. Pero hoy el Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros
proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre
nos sorprende. Es una invitación a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano
personal como en el comunitario. En nuestras comunidades es necesario poner atención en las pequeñas y
grandes ocasiones de bien que el Señor nos ofrece, dejándonos implicar en sus dinámicas de amor, de acogida
y de misericordia hacia todos. La autenticidad de la misión de la Iglesia no está dada por el éxito o por la
gratificación de los resultados, sino por el ir adelante con la valentía de la confianza y la humildad del abandono
en Dios. Ir adelante en la confesión de Jesús y con la fuerza del Espíritu Santo”.

11
Celebrar a Jesucristo VI (Sal Terrae; Santander 1981) 40.
12
Conferencia dictada en el jubileo de los catequistas, Roma, 10 de diciembre de 2000.
5

PARA LA ORACIÓN (RESONANCIAS DEL EVANGELIO EN UNA ORANTE):

Siembra, siembra, Sembrador…


 
Como a una Semilla
Tan pequeñita
Trata a tus servidores, Señor,
Juntos hicieron espiga.
 
Ahora son granitos sueltos
Para que los esparzas con tu brisa
Ellos caerán en el barro
Tierra ablandada por tus caricias.
 
Después serán árbol
Para dar sombra al que necesita
Así crecerá protegido
Y dará frutos con alegría.
 
Somos tierra, barro, arcilla y grano
Siémbranos Sembrador, día tras día…
Tú Reino surge con fuerza
Para salvar toda vida.  Amén.

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