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En busca del agua de la vida

HACE más de dos mil años, una próspera ciudad de 30.000 habitantes cobró importancia en el
desierto de Arabia. Pese al clima implacable de la región, con una pluviosidad anual de tan solo
150 milímetros, los ciudadanos de Petra aprendieron a vivir con poca agua y alcanzaron un gran
nivel de riqueza y prosperidad.

Los moradores de Petra (los nabateos), recogían y almacenaban hábilmente el agua aunque
no disponían de bombas hidráulicas eléctricas ni de grandes presas. Tras recogerla con cuidado, la
conducían a la ciudad y a sus parcelas mediante una extensa red de pequeños embalses, diques,
acequias y cisternas. No se perdía ni una gota. Construyeron tan bien sus pozos y cisternas, que los
beduinos de la actualidad todavía los utilizan.

“La hidrología es la belleza invisible de Petra —dice maravillado un hidrólogo—. Aquella gente
eran verdaderos genios.” Últimamente, varios expertos israelíes han tratado de aprender de la
pericia de los nabateos, quienes, además, tenían cultivos en el Négueb, donde apenas llueve más
de 100 milímetros al año. Un grupo de agrónomos han estudiado los restos de miles de pequeñas
granjas nabateas en las que se encauzaba hábilmente a los bancales el agua de lluvia recogida
durante el invierno.

Algunas prácticas aprendidas de los nabateos ya están ayudando a los agricultores de los estados
africanos del Sáhel, castigados por la sequía. Sin embargo, los métodos modernos para ahorrar
agua también son efectivos. En Lanzarote, una de las islas Canarias, situadas frente a las costas de
África, los agricultores han aprendido a cultivar uvas e higos a pesar de que las precipitaciones son
prácticamente nulas. Plantan las viñas y las higueras en el fondo de un hoyo redondeado y
recubren la tierra con una capa de ceniza volcánica para evitar la evaporación. De esta forma llega
suficiente rocío a las raíces, lo que garantiza una buena cosecha.

Soluciones de baja tecnología

Por todo el mundo existen casos semejantes de colectividades que se han adaptado a los
ambientes áridos, como los bishnoi, pobladores del desierto de Thar (India); las mujeres turkana
(Kenia), y los indios navajos de Arizona (E.U.A.). Sus técnicas de recolección del agua de lluvia,
aprendidas durante cientos de años, satisfacen las necesidades agropecuarias con mucha mayor
eficiencia que las impresionantes medidas que brinda la alta tecnología.

Durante el siglo XX se construyeron numerosas presas con el fin de aprovechar los ríos caudalosos
y se crearon grandes sistemas de riego. Según un científico, hoy día se ejerce control sobre el 60%
de los ríos y arroyos del globo. Si bien tales obras han reportado ciertos beneficios, los ecologistas
denuncian el daño ocasionado al medio ambiente, sin contar la repercusión que han tenido en los
millones de personas que se han visto desalojadas de sus hogares.

Cabe añadir que, a pesar de las buenas intenciones, estos programas rara vez benefician a los
agricultores que claman por agua. En cuanto a los proyectos de riego de la India, el ex primer
ministro Rajiv Gandhi dijo: “Durante dieciséis años hemos ido dando dinero. El pueblo no ha
recibido nada a cambio, ni riego, ni agua, ni incrementos de producción, ni ayuda en su vida
cotidiana”.
Por otra parte, las soluciones de baja tecnología han resultado más útiles y menos perjudiciales
para el entorno. En China, diversas comunidades han construido un total de 6.000.000 de
pequeños estanques y embalses que han sido muy beneficiosos. En Israel se ha visto que
aguzando el ingenio se puede utilizar la misma agua primero para el lavado, luego para el inodoro
y finalmente para el riego.

Otra solución práctica es el riego por goteo, que al tiempo que no deteriora el terreno, solo usa el
5% del agua empleada en los métodos tradicionales. Es prudente, también, la elección de cosechas
compatibles con el clima seco, tales como el sorgo o el mijo en vez de la caña de azúcar o el maíz,
que necesitan grandes cantidades de agua.

Además, con un poco de esfuerzo, los usuarios particulares y las industrias pueden reducir su
demanda de agua. En la fabricación de un kilo de papel, por ejemplo, se consume alrededor de un
litro de agua si esta se recicla, lo que supone un ahorro de más del noventa y nueve por ciento.
Ciudad de México ha sustituido los inodoros convencionales por otros que usan solo un tercio de
la cantidad de agua, además de patrocinar una campaña informativa destinada a conseguir una
considerable reducción de su consumo.

De qué depende el éxito

La solución de la crisis del agua, así como de casi todos los problemas medioambientales, exige
cambios de actitud. Tenemos que ser cooperadores y no egoístas, estar dispuestos a hacer
sacrificios razonables cuando sea necesario y resolvernos a cuidar el planeta para el bien de las
generaciones futuras. En esta misma línea, Sandra Postel hace este comentario en su libro El
último oasis. Cómo afrontar la escasez de agua: “Necesitamos una ética del agua: una guía de
conducta frente a las complejas decisiones a tomar sobre los sistemas naturales que
no comprendemos, ni podemos llegar a comprender en su totalidad”.

Huelga decir que tal “ética del agua” exige más que una política nacional; requiere cooperación
internacional, pues los ríos que cruzan varios países no conocen fronteras. “La preocupación por la
cantidad y la calidad del agua, cuestiones que históricamente han sido abordadas por separado,
debe considerarse un asunto mundial”, afirma Ismail Serageldin en su informe Beating the Water
Crisis (Cómo superar la crisis del agua).

Ahora bien, Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, admite que no es fácil
conseguir que las naciones se encarguen debidamente de asuntos que tienen repercusión
mundial. “En el mundo globalizado de hoy —dice—, los mecanismos con que contamos para
actuar a escala universal apenas se hallan en estado embrionario. Ya es hora de que se concrete
de forma más real la idea de la ‘comunidad internacional’.”

Aunque no cabe duda de que un suministro de agua salubre es fundamental, no es todo lo que se
necesita para disfrutar de una vida sana y feliz. En primer lugar, el ser humano ha de reconocer su
obligación ante Dios, que proveyó tanto el agua como la vida (Salmo 36:9; 100:3). Y en vez de
explotar sin previsión la Tierra y sus recursos, debe ‘cultivarla y cuidarla’, tal como ordenó el
Creador a nuestros primeros padres (Génesis 2:8, 15; Salmo 115:16).

Un tipo de agua superior


En vista de la vital importancia del agua, no sorprende que en la Biblia se le atribuya un significado
simbólico. Es más, para disfrutar de la vida como estaba previsto, tenemos que reconocer la
fuente de esta agua simbólica y aprender a reflejar la actitud de la mujer del siglo primero que le
pidió a Jesucristo: “Señor, dame esta agua” (Juan 4:15). Veamos lo que ocurrió.

Jesús se detuvo junto a un pozo profundo cerca de la actual Nablus, el mismo, según parece, que
suelen visitar los turistas de todo el mundo hasta la fecha. Entonces llegó una samaritana que,
como muchas mujeres de su tiempo, seguramente acudía allí con frecuencia para abastecer su
casa. Jesús le dijo que le daría “agua viva”, una fuente que nunca se agotaría (Juan 4:10, 13, 14).

Como es lógico, aquella afirmación despertó el interés de la mujer. Claro está, el “agua viva” de la
que habló Jesús no era literal; él se refería a las provisiones espirituales que permitirían a la gente
vivir para siempre. Sin embargo, existe cierta relación entre el agua simbólica y la literal:
necesitamos las dos para disfrutar al máximo de la vida.

En más de una ocasión, Dios resolvió el problema de la falta de agua que tenía su pueblo, como
cuando milagrosamente la suministró a una gran multitud de refugiados israelitas que cruzaban el
desierto de Sinaí camino a la Tierra Prometida (Éxodo 17:1-6; Números 20:2-11). Eliseo, profeta de
Dios, sanó el pozo de Jericó, cuya agua estaba contaminada (2 Reyes 2:19-22). Y cuando un resto
de israelitas arrepentidos volvieron a su patria desde Babilonia, Dios les dio ‘agua en el desierto’
(Isaías 43:14, 19-21).

Nuestro planeta necesita con urgencia una fuente inagotable de agua. Puesto que el Creador,
Jehová Dios, solucionó este problema en diversas ocasiones del pasado, ¿por qué no va a hacerlo
de nuevo en el futuro? La Biblia nos asegura que lo hará. Al describir las condiciones que habrá
bajo su prometido Reino, Dios dice: “Sobre colinas peladas abriré ríos; y en medio de las llanuras-
valles, manantiales. Convertiré el desierto en estanque de agua lleno de cañas; y la tierra árida, en
fuentes de agua [...]; a fin de que la gente vea y sepa y preste atención y tenga perspicacia al
mismo tiempo, que la mismísima mano de Jehová ha hecho esto” (Isaías 41:18, 20).

La Biblia nos promete que llegará el tiempo en que las personas “no padecerán hambre,
ni padecerán sed” (Isaías 49:10). La crisis del agua se resolverá definitivamente gracias a una
nueva administración mundial. Dicha administración, es decir, el Reino por el cual nos enseñó a
orar Jesús, actuará “por medio del derecho y por medio de la justicia, desde ahora en adelante y
hasta tiempo indefinido” (Isaías 9:6, 7; Mateo 6:9, 10). En consecuencia, todos los pobladores de la
Tierra llegarán a formar parte de una verdadera comunidad internacional (Salmo 72:5, 7, 8).

Si buscamos ahora el agua de la vida, podemos esperar con ilusión el día en el que
verdaderamente habrá suficiente agua para todos.

[Ilustraciones de la página 10]

Arriba: los antiguos habitantes de Petra almacenaban hábilmente el agua

Abajo: acequia nabatea de Petra

[Reconocimiento]

Garo Nalbandian
[Ilustración de la página 10]

Los agricultores de una de las islas Canarias han aprendido a cultivar la tierra pese a que las
precipitaciones son casi nulas

[Ilustraciones de la página 13]

¿A qué se refería Jesús cuando prometió a la samaritana “agua viva”?

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