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Jorge
LA PROFESIÓN DE K. MARX
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Y si Jurisprudencia, Filosofía e Historia eran disciplinas secundarias
–cómo él confiesa-, ¿cuál fue la disciplina primaria que ocuparía su
atención durante cuarenta años, esto es, desde 1843 hasta 1883
cuando muere, que es la búsqueda de este trabajo? La pista que nos
permitirá descubrir cuál será su profesión está en el escrito de 1859,
mencionado antes. Sigámosla.
Nos dice que “en 1842-43, siendo redactor de la Gaceta renana, me
vi por vez primera en el trance difícil de tener que opinar acerca de los
llamados intereses materiales”. Y va a opinar –más o menos como lo
pudiera hacer este escribidor- acerca de la situación de los campesinos
del Mosela y sobre “el libre cambio y el proteccionismo”. Señala también
que en ese momento, “en una controversia con la Gaceta general de
Augsburgo”, que sus estudios, no habidos hasta ese momento, no le
permitían aventurar ningún juicio serio sobre el socialismo y comunismo
francés. Es entonces cuando decide ir a Francia a estudiar in situ los
temas sobre los que no sabía nada, según confiesa. (Es de agradecer
su sinceridad).
“Mi primer trabajo, emprendido para resolver las dudas que me
asaltaban, fue una revisión crítica de la filosofía hegeliana del derecho,
trabajo cuya introducción vio la luz en 1844 en los Anales franco-
germanos”. Dejo de lado la síntesis de esa crítica que hace el autor
para recordar solamente que “la anatomía de la sociedad civil
(hegeliana) hay que buscarla en la Economía Política”.
De Francia pasa a Bélgica. “En Bruselas, a donde me trasladé en
virtud de una orden de destierro dictada por el señor Guizot -continúa el
autor-, hube de proseguir mis estudios de Economía Política
comenzados en París”. Y un poco más adelante: “Federico Engels, con el
que yo mantenía un constante intercambio escrito de mis ideas desde la
publicación de su genial bosquejo (sic) sobre la crítica de las categorías
económicas (en los Anales franco-germanos), había llegado por distinto
camino (véase su libro La situación de la clase obrera en Inglaterra) al
mismo resultado que yo. Y cuando, en la primavera de 1845, se
estableció también en Bruselas, acordamos contrastar conjuntamente
nuestro punto de vista ideológico de la filosofía alemana; en realidad
liquidar cuentas con nuestra conciencia filosófica anterior (sic). El
propósito fue realizado bajo la forma de una crítica de la filosofía
posthegeliana. El manuscrito –dos gruesos volúmenes en octavo-
llevaba ya la mar de tiempo en Westfalia, en el sitio en que había de
editarse, cuando nos enteramos de que nuevas circunstancias
imprevistas impedían su publicación. En vista de esto, entregamos el
manuscrito a la crítica roedora de los ratones, muy de buen grado, pues
nuestro objeto principal: esclarecer nuestras propias ideas, estaba ya
conseguido”. Esta obra, de la que habla K. Marx, se conocerá andando
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el tiempo como La Ideología alemana. Pero sigamos el escrito que
analizamos.
“Entre los trabajos dispersos en que por entonces expusimos al
público nuestras ideas, bajo unos u otros aspectos, sólo citaré el
Manifiesto del Partido Comunista redactado por Engels y por mí, y un
Discurso sobre el librecambio, que yo publiqué. Los puntos decisivos de
nuestra concepción fueron expuestos por vez primera, científicamente
(sic), aunque solo en forma polémica, en la obra Miseria de la Filosofía,
etc., publicada por mí en 1847 y dirigida contra Proudhon. La
publicación de un estudio escrito en alemán sobre el Trabajo asalariado,
en el que recogía las conferencias que había dado acerca de este tema
en la Asociación Obrera Alemana de Bruselas, fue interrumpida por la
revolución de febrero, que trajo como consecuencia mi abandono
forzoso de Bélgica”.
Continúa con la última etapa de su formación en Economía Política
de la siguiente manera. “La publicación de la Nueva gaceta renana
(1848-1849) y los acontecimientos posteriores interrumpieron mis
estudios económicos, que no pude reanudar hasta 1850, en Londres.
Los inmensos materiales para la historia de la Economía Política
acumulados en el British Museum, la posición tan favorable que brinda
Londres para la observación de la sociedad burguesa y, finalmente, la
nueva fase de desarrollo en que parecía entrar ésta con el
descubrimiento del oro de California y de Australia, me impulsaron a
volver a empezar desde el principio, abriéndome paso, de un modo
crítico, a través de los nuevos materiales. Estos estudios me llevaban, a
veces, por sí mismos, a campos aparentemente alejados y en los que
tenía que detenerme durante más o menos tiempo. Pero lo que sobre
todo me mermaba el tiempo de que disponía era la necesidad imperiosa
de trabajar para vivir”.
(Debemos prestarle atención a la última expresión porque el autor
hará una serie de escritos para enciclopedias de los que el más conocido
–entre nosotros- fue el denominado Bolívar y Ponte, una biografía sobre
el Libertador, a quien le coloca el segundo apellido del padre: Don
Vicente Bolívar y Ponte, y no el de Palacios, que debió haber llevado por
su madre, Doña Concepción Palacios. En otros términos, tales escritos
tienen poco rigor y fueron más bien redactados para paliar el hambre).
“Mi colaboración desde hace ya ocho años –continúa K. Marx- en el
primer periódico anglo-americano, el New York Daily Tribune, me
obligaba a desperdigar extraordinariamente mis estudios, ya que solo en
casos excepcionales me dedico a escribir para la prensa
correspondencias propiamente dichas. Sin embargo, los artículos sobre
los acontecimientos económicos más salientes de Inglaterra y el
continente formaban una parte tan importante de mi colaboración, que
esto me obligaba a familiarizarme con una serie de detalles de carácter
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práctico situados fuera de la órbita de la ciencia propiamente
económica”.
Concluye el Prólogo de esta manera:
Esta primera gran crítica de Marx –de la que ya supimos algo por el
Prólogo- se da en dos frentes: contra G. W. F. Hegel y contra L.
Feuerbach. Del primero obtendrá su concepción de la Historia; del
segundo, su materialismo en contra del humanismo. Pero sus conceptos
de ‘historia’ y de ‘materialismo’ no corresponden a sus fuentes. Esto es
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lo que veremos a continuación en la primera gran tesis de Marx
(prácticamente su doctrina más general).
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Matemáticas, mecánica, física, química, biología. St. Simon (Comte) y
Hegel”.
Veamos qué decía Hegel sobre la Historia universal y dejémonos de
tonterías. Pueda disculpar el lector la larga transcripción de pasajes de
la obra, pero es importante hacerlo a fin de evitar interpretaciones
interesadas. La trascripción se hará en el orden de la publicación y le
permitirá al lector deslindar los conceptos hegelianos de la faramalla
marxista que vendrá después.
“Empezaré advirtiendo –escribió Hegel en el capítulo 1- sobre el
concepto provisional de la filosofía de la historia universal que, como he
dicho, a la filosofía se le hace en primer término de que va con ciertos
pensamientos a la historia y de que considera ésta según sus
pensamientos. Pero el único pensamiento que aporta es el simple
pensamiento de la razón, de que la razón rige el mundo y de que, por
tanto, también la historia universal ha trascurrido racionalmente” (p.
43).
Y continúa: “Lo racional es el ser en sí y por sí, mediante el cual
todo tiene su valor. Se da a sí mismo diversas figuras; en ninguna es
más claramente fin que en aquella en que el espíritu se explicita y
manifiesta en las figuras multiformes que llamamos pueblos” (p. 44).
Concluye de la siguiente manera su idea más general: “La
consideración de la historia universal ha dado y dará por resultado el
saber que ha trascurrido racionalmente, que ha sido el curso racional y
necesario del espíritu universal, el cual es la sustancia de la historia” (p.
44).
¿Qué es lo racional?, preguntamos, y nos contesta que lo racional
es que “una Providencia rige el mundo”. “La Providencia divina es, en
efecto, la sabiduría según una potencia infinita, que realiza sus fines,
esto es, el fin último, absoluto y racional del mundo. La razón es el
pensamiento, el nous, que se determina a sí mismo con entera libertad…
Esta determinación de la Providencia, el hecho de que la Providencia
obre de este o aquel modo, se llama el plan de la Providencia (fin y
medios para este destino, estos planes” (p. 50)
En la pág. 57 aclara los términos: “La razón, de la cual se ha dicho
que rige el mundo, es una palabra tan indeterminada como la de
Providencia. Se habla siempre de la razón, sin saber indicar cuál es su
determinación, su contenido; cuál sea el criterio según el cual podemos
juzgar si algo es racional o irracional. La razón, aprehendida en su
determinación, es la cosa. Lo demás –si permanecemos en la razón en
general- son meras palabras”.
Señala en el capítulo 2 de la Introducción que “la historia universal
se desenvuelve en el terreno del espíritu /…/ El reino del espíritu es el
creado por el hombre. Podemos forjarnos toda clase de
representaciones sobre lo que sea el reino de Dios; siempre ha de ser
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un reino del espíritu, que debe ser realizado en el hombre y establecido
en la existencia.
“El terreno del espíritu lo abarca todo; encierra todo cuanto ha
interesado e interesa todavía al hombre. El hombre actúa en él; y haga
lo que quiera, siempre es el hombre un ser en quien el espíritu es
activo” (p. 59).
Razón, espíritu, historia universal… que es la historia del espíritu.
Aclara los términos y los sintetiza: “Hemos de contemplar la historia
universal según su fin último. Este fin último es aquello que es querido
en el mundo. Sabemos de Dios que es lo más perfecto. Por tanto, Dios
solo puede quererse a sí mismo y a lo que es igual a sí. Dios y la
naturaleza de su voluntad son una misma cosa; y esta es la que
filosóficamente llamamos la Idea. Lo que debemos contemplar es, por
tanto, la idea; pero proyectada en este elemento del espíritu humano.
Dicho de un modo más preciso: la idea de la libertad humana” (p. 61).
¿Y de qué está hecho el espíritu? Contesta: “La naturaleza del
espíritu puede conocerse en su perfecto contrario. Oponemos el espíritu
a la materia. Así como la gravedad es la sustancia de la materia, así –
debemos decir- es la libertad la sustancia del espíritu” (p. 62).
Más el espíritu humano es el espíritu de cada uno. ¿Cómo concebir
entonces el espíritu universal? “El espíritu es esencialmente individuo;
pero en el elemento de la historia universal no tenemos que habérnoslas
con el individuo particular, ni con la limitación y referencia a la
individualidad particular. El espíritu, en la historia, es un individuo de
naturaleza universal, pero a la vez determinada, esto es: un pueblo en
general. Y el espíritu de que debemos ocuparnos es el espíritu del
pueblo. Ahora bien, los espíritus de los pueblos se diferencian según la
representación que tienen de sí mismos, según la superficialidad o
profundidad con que han sondeado, concebido, lo que es el espíritu. El
derecho de la moralidad en los pueblos es la conciencia que el espíritu
tiene de sí mismo. Los pueblos son el concepto que el espíritu tiene de sí
mismo. Por tanto, lo que se realiza en la historia es la representación del
espíritu. La conciencia del pueblo depende de lo que el espíritu sepa de
sí mismo; y la última conciencia, a que se reduce todo, es que el
hombre es libre” (p. 65).
Y ahora, entonces, desde el universal pasamos al particular y
regresamos al universal. Veamos. “El espíritu del pueblo es un espíritu
particular; pero a la vez también es el espíritu universal absoluto; pues
este es uno solo. El espíritu universal es el espíritu del mundo, tal como
se despliega en la conciencia humana. Los hombres están con él en la
misma relación que el individuo con el todo, que es su sustancia” (p.
66).
¿Cuál es entonces “el contenido de la historia universal”? Contesta:
“Según esta determinación abstracta, puede decirse que la historia
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universal es la exposición del espíritu, de cómo el espíritu llega a saber
lo que es en sí” (p. 67).
Y más adelante: “La historia universal es el progreso en la
conciencia de la libertad –un progreso que debemos conocer en su
necesidad” (p. 68).
“Hay que considerar, por tanto, el espíritu de un pueblo como el
desarrollo del principio, que está encubierto en la forma de un oscuro
impulso, que se expansiona y tiende a hacerse objeto. Este espíritu del
pueblo es un espíritu determinado, un todo concreto, que debe ser
conocido en su determinación” (p. 69).
“El carácter general del espíritu consiste en la posición de la
determinaciones que tiene en sí. Esto puede entenderse también en
sentido subjetivo; y entonces se llaman disposiciones a lo que el espíritu
es en sí y, por cuanto el espíritu existe en la realidad, se llama
propiedades y aptitudes. El producto mismo solo se considera entonces
en forma subjetiva. En la historia, por el contrario, el producto existe en
la forma en que ha sido producido por el espíritu, como objeto, hecho,
obra del espíritu. El espíritu del pueblo es un saber; y la actividad del
pensamiento sobre la realidad del espíritu del pueblo consiste en que
este conozca su obra como algo objetivo y no ya meramente subjetivo”
(p. 70).
Preguntamos: ¿Y por qué los grandes cambios en la historia
universal o “¿qué sucede cuando el espíritu tiene lo que quiere? Su
actividad ya no es excitada; su alma sustancial ya no entra en actividad.
Su actividad solo está ya en una lejana relación con sus intereses
supremos. Sólo tengo interés por algo, mientras ese algo permanece
oculto para mí, o es necesario para un fin mío, que no se haya cumplido
todavía. Cuando el pueblo se ha formado por completo y ha alcanzado
su fin, desaparece su más profundo interés. El espíritu del pueblo es un
individuo natural; como tal florece, madura, decae y muere. La
naturaleza de lo finito exige que el espíritu limitado sea perecedero. Es
vivo y, por tanto, es esencialmente actividad. Ocúpase en la producción
y realización de sí mismo. Una oposición existe cuando la realidad
todavía no es conforme a su concepto, o cuando el íntimo concepto de sí
no ha llegado a la autoconciencia. Pero tan pronto como el espíritu se ha
dado su objetividad en su vida, tan pronto como ha elaborado
enteramente el concepto de sí y lo ha llevado a pleno desarrollo, ha
llegado, como hemos dicho, al goce de sí mismo, que ya no es actividad,
sino que es un blando deslizarse a través de sí mismo” (p. 71).
“La muerte natural del espíritu del pueblo puede representarse
como anulación política /…/ El espíritu de un pueblo particular está
sujeto, pues, a la caducidad; declina, pierde su significación para la
historia universal, cesa de ser el portador del concepto supremo, que el
espíritu ha concebido de sí mismo. Pues siempre vive en su tiempo,
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siempre rige aquel pueblo que ha concebido el concepto supremo del
espíritu. Puede suceder que subsistan pueblos de no tan altos
conceptos. Pero quedan a un lado de la historia universal” (p. 72). (Marx
llamará a esta situación “basurero de la historia”).
Otra cosa sobre lo mismo o la transmigración del espíritu universal.
“Puesto que hemos de exponer el tránsito de un espíritu de un pueblo al
de otro, es preciso advertir que el espíritu universal no muere; pero
como es espíritu de un pueblo, perteneciente a la historia universal,
necesita llegar a saber lo que es su obra, y para ello necesita pensarse”
(p. 73).
“El espíritu es esencialmente resultado de su actividad: su actividad
rebasa lo inmediato, es la negación de lo inmediato y la vuelta en sí.
“El espíritu es libre. Hacer real esta su esencia, alcanzar esta
excelencia, es la aspiración del espíritu universal en la historia universal.
Saberse y conocerse es su hazaña, pero no una hazaña que no se lleva
acabo de una vez, sino por fases. Cada nuevo espíritu de un pueblo es
una fase en la conquista del espíritu universal, en el logro de su
conciencia, de su libertad. La muerte del espíritu de un pueblo es
tránsito a la vida; pero no como en la naturaleza, donde la muerte de
una cosa da existencia a otra igual, sino que el espíritu universal
asciende desde las determinaciones inferiores hasta los principios y
conceptos superiores de sí mismo, hasta las más amplias
manifestaciones de su idea” (p. 75).
“El fin de la historia universal es, por tanto, que el espíritu llegue a
saber lo que es verdaderamente y haga objetivo este saber, lo realice
en un mundo presente, se produzca a sí mismo objetivamente. Lo
esencial es que este fin es un producto /…/ Este proceso, por tanto,
comprende esencialmente fases, y la historia universal es la
manifestación del proceso divino, de la serie de fases en que el espíritu
se sabe y se realiza a sí mismo y realiza su verdad. Todas son fases del
conocimiento de sí mismo. El mandamiento supremo, la esencia del
espíritu, es conocerse a sí mismo, saberse y producirse como lo que es.
Esto lo lleva a cabo en la historia universal, produciéndose en formas
determinadas, que son los pueblos de la historia universal. Los pueblos
son productos que expresan cada uno una fase especial, y así
caracterizan una época de la historia universal. Concebido más
profundamente diríamos que son, los principios que el espíritu ha
encontrado en sí mismo y que está obligado a realizar. Hay, por tanto,
en ellos una conexión esencial, que expresa la naturaleza del espíritu.
”La historia universal es la exposición del proceso divino y absoluto
del espíritu, en sus formas supremas; la exposición de la serie de fases
a través de la las cuales el espíritu alcanza su verdad, la conciencia de sí
mismo” (p. 76
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Ahora bien, cómo se hace la historia, ya no como relato. En otros
términos, ¿cuáles son “los medios de su realización”?, es decir, ¿qué
medios usa la idea?”. Contesta el filósofo:
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universal; es algo finito y como tal debe sucumbir. Los fines particulares
se combaten uno al otro y una parte de ellos sucumbe. Pero
precisamente en la lucha, con la ruina de lo particular se produce lo
universal. Este no perece. La idea universal no se entrega a la oposición
y a la lucha, no se expone al peligro; permanece intangible e ilesa, en el
fondo, y envía lo particular de la pasión a que en la lucha reciba los
golpes. Se puede llamar a esto el ardid de la razón; la razón hace que
las pasiones obren por ella y que aquello mediante lo cual la razón llega
a la existencia, se pierda y sufra daño. Pues el fenómeno tiene una
parte nula y otra parte afirmativa. Lo particular es la mayoría de las
veces harto mezquino, frente a lo universal. Los individuos son
sacrificados y abandonados. La idea no paga por sí el tributo de la
existencia y de la caducidad; págalo con las pasiones de los individuos.
César hubo de realizar lo necesario, el derrocamiento de la podrida
libertad. Pereció en esta lucha; pero lo necesario subsistió: la libertad
sucumbió conforme a la idea, bajo los sucesos externos” (p. 97).
Explicación retenida en los apuntes:
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desarrollo y desenvolvimiento, y no en la diversidad de los principios
mismos” (p. 123).
“En una constitución importa, ante todo, el desarrollo del Estado
racional, esto es, político en sí; importa que los momentos del concepto
se desprendan unos de otros, de manera que los distintos poderes se
diferencien y perfeccionen por sí, pero a la vez colaboren, dentro de su
libertad, a un mismo fin que los une formando un conjunto orgánico. Así
es el Estado la libertad racional, que se conoce objetivamente y existe
por sí. Su objetividad consiste precisamente en que sus momentos no
existen de un modo ideal, sino en una peculiar realidad y, actuando
sobre sí mismos, se convierten en la actividad mediante la cual se
produce y resulta el conjunto, el alma, la unidad individual” (p. 126).
Dicho lo anterior, vayamos al capítulo 3 de la Introducción general
de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, donde el
autor, al aclarar “el curso de la historia universal”, aclara los dos
sentidos de la palabra ‘historia’, esto es, lo que corresponde a los
hechos humanos y al relato de esos hechos. Veamos cómo lo hace el
autor. El pasaje es largo, pero muy ilustrativo:
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un presente imperfecto, incompleto, cuya inteligencia necesita, para
integrase, la conciencia del pasado” (p.137)
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esperar algo de su gran sapiencia e inclusive de su poca inescrupulosa
dialéctica” (p. 519, nota 65).
Y en carta a Fleischer del 6/12/1844, escribió Ruge: “Marx se
proclama comunista, pero en realidad no es más que un fanático del
egoísmo. Degollaría, tal como un nuevo Babeuf, rechinando los dientes y
riéndose burlonamente, a todos cuantos se atravesaran en su camino”
(id.).
b) ¿Y qué decía Mijaíl Bakunin? “Marx y yo –escribía el anarquista
en 1871- somos viejos conocidos. Lo encontré por primera vez en París
en 1844. En esa época yo era un emigrado. Fuimos bastante amigos.
Era entonces mucho más avanzado que yo, como lo sigue siendo hoy; y
no sólo más avanzado, sino incomparablemente más ilustrado que yo.
Entonces yo no sabía nada de economía política, aún no me había
despojado de mis abstracciones metafísicas y mi socialismo era solo
instintivo. Él aunque más joven que yo, ya era un ateo, un materialista
erudito y un socialista reflexivo. En esa época precisamente elaboró las
bases de su sistema actual. Nos veíamos con bastante frecuencia, y yo
lo respetaba mucho por su saber y dedicación seria y apasionada,
aunque siempre mezclada de vanidad personal, a la causa del
proletariado, y buscaba con avidez su conversación, siempre instructiva
y espiritual, cuando no estaba inspirada en odio mezquino, cosa que
sucedía, ¡ay!, demasiado a menudo. Sin embargo, jamás existió una
intimidad franca entre nosotros. Nuestros temperamentos no se avenían
(sic). Decía que yo era un idealista sentimental, y tenía razón; yo le
decía que era un vanidoso pérfido y taimado, y también yo tenía razón”.
“Dominador, orgulloso y pérfido, pero también muy inteligente e
ilustrado, tal fue el juicio de Bakunin sobre Marx desde su primer
encuentro y no cambiaría su opinión sobre él”, remata Cornu, (p. 535-
536).
c) Relaciones de Marx con su madre y con Mary Burns. “Después
de independizarse, K. Max tuvo muy poca relación con su madre,
excepto cuando intentaba, casi nunca con éxito, engatusarla para
conseguir dinero de la buena señora. Muchos años después, tras la
muerte de Mary Burns, la compañera de Engels, Marx envió a su amigo
una cruel carta de pésame: ‘Me están atosigando para que pague la
cuenta del colegio, el alquiler… ¿Acaso el lugar de Mary no debía haberlo
ocupado mi madre, que en cualquier caso es propensa a las
enfermedades y cuya vida ya se ha alargado lo suficiente?” (Karl Marx,
Francis Wheen)
Hecho el paréntesis, sigamos con la crítica a L. Feurbach. Contra el
humanismo escribió K. Marx en la Tesis 6: “Feuerbach diluye la esencia
religiosa en la esencia humana. Pero la esencia humana no es algo
abstracto inherente a cada individuo. Es, en realidad, el conjunto de
relaciones sociales. Feuerbach, que no se ocupa de esta esencia real, se
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ve, por tanto, obligado: 1) A hacer abstracción de la trayectoria
histórica, enfocando para sí el sentimiento religioso y presuponiendo un
individuo abstracto, aislado. 2) En él, la esencia humana sólo puede
concebirse como “genero”, como una generalidad interna, muda, que se
limita a unir naturalmente los muchos individuos”.
La tesis, como puede constatarse, no necesita mayor explicación.
En realidad, ella explica en pocas palabras por qué en los regímenes
llamados marxistas –entiéndanse por tales en este momento Corea del
Norte, Cuba, China, Vietnam, entre otros- no hay ningún respeto por los
llamados Derechos Humanos. Según Marx tales “derechos” no son sino
privilegios que el hombre tiene por ser miembro de la sociedad
burguesa, tal como argumentó contra B. Bauer en La cuestión judía.
Pero en ese pasaje hay un concepto fundamental del marxismo que
es su materialismo. Y aunque Marx le debe a Feuerbach la idea del
materialismo contra el idealismo hegeliano, su materialismo –que será
piedra angular de su concepción de la Historia, de su antropología y de
su aporte a la Sociología- no tiene nada que ver con el de Feuerbach.
Como dijo en otro lado, cada individuo es un “ser genérico”, vacío de
toda esencia de humanidad, lleno y determinado por “el conjunto de
relaciones sociales”. En palabras escritas en el Prólogo de la
Contribución a la crítica de la Economía Politica de 1859 y que
reproducimos en la tercera crítica marxista, la crítica a la Economía
Política, es el gran descubrimiento del hilo conductor de sus estudios
que había comenzado en París.
Para concluir esta doctrina y primera gran tesis de Marx,
preguntémonos cómo la vio su amigo y coautor F. Engels. En el entierro
de Marx en 1883 y ante muy pocos acompañantes, Engels leyó lo
siguiente:
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar
el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos
solo y cuando volvimos le encontramos dormido suavemente en su sillón,
pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante
de Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre.
Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta
figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza
orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana (sic):
el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el
hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse
antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto,
la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por
consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un
pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las
instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e
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incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben,
por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido
haciendo…
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estúpido, pero el dinero es el verdadero espíritu de todas las cosas,
¿cómo podría carecer de ingenio su poseedor? El puede, por lo demás,
comprarse gentes ingeniosas, ¿y no es quien tiene poder sobre las
personas inteligentes más talentoso que el talentoso? ¿Es que no poseo
yo, que mediante el dinero puedo todo lo que el corazón humano ansia,
todos los poderes humanos? ¿Acaso no transforma mi dinero todas mis
carencias en su contrario?
Si el dinero es el vínculo que me liga a la vida humana, que liga a la
sociedad, que me liga con la naturaleza y con el hombre, ¿no es el dinero
el vínculo de todos los vínculos? ¿No puede él atar y desatar todas las
ataduras? ¿No es también por esto el medio general de separación? Es la
verdadera moneda divisoria, así como el verdadero medio de unión, la
fuerza galvanoquímica de la sociedad.
/…/ Como tal potencia inversora, el dinero actúa también contra el
individuo y contra los vínculos sociales, etc., que se dicen esenciales.
Transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la
virtud en vicio, el vicio en virtud, el siervo en señor, el señor en siervo, la
estupidez en entendimiento, el entendimiento en estupidez.
Como el dinero, en cuanto concepto existente y activo del valor,
confunde y cambia todas las cosas, es la confusión y el trueque universal
de todo, es decir, el mundo invertido, la confusión y el trueque de todas
las cualidades naturales y humanas.
Aunque sea cobarde, es valiente quien puede comprar la valentía.
Como el dinero no se cambia por una cualidad determinada, ni por una
cosa o una fuerza esencial humana determinadas, sino por la totalidad
del mundo objetivo natural y humano, desde el punto de vista de su
poseedor puede cambiar cualquier propiedad por cualquier otra propiedad
y cualquier otro objeto, incluso los contradictorios. Es la fraternización de
las imposibilidades; obliga a besarse a aquello que se contradice.
Si suponemos al hombre como hombre y a su relación con el mundo
como una relación humana, sólo se puede cambiar amor por amor,
confianza por confianza, etc. Si se quiere gozar del arte hasta ser un
hombre artísticamente educado; si se quiere ejercer influjo sobre otro
hombre, hay que ser un hombre que actúe sobre los otros de modo
realmente estimulante e incitante. Cada una de las relaciones con el
hombre —y con la naturaleza— ha de ser una exteriorización
determinada de la vida individual real que se corresponda con el objeto
de la voluntad. Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en
cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización
vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor
es impotente, una desgracia. ||XLIII|
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obreros socialistas primero y en los obreros comunistas después a los
héroes de los tiempos modernos destinados a liberar a la humanidad.
Pero a los socialistas que no consideran que la clase obrera es la
clase revolucionaria los denominará “utópicos” para diferenciarlos de los
“científicos“, que serán él y los suyos. (F. Engels les dedicará tres
capítulos del Anti-Dühring, que han permanecido como la versión
popular de la doctrina marxista: Del socialismo utópico al socialismo
científico (1880).
La problemática central del marxismo es la de praxis política. Todo
lo demás, llámese Filosofía o Ciencia, estará al servicio de esa praxis
política. O como lo dice K. Marx en la Tesis 11 sobre Feuerbach (escrita
en la primavera de 1845): “Los filósofos no han hecho más que
interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de
transformarlo”. (Por eso entendió muy bien Abimael Guzmán que estaba
perdiendo su tiempo enseñando Filosofía en la Universidad San Marcos
de Lima y se dedicó a construir su sendero luminoso para llegar a esa
transformación).
El cambio de Marx de demócrata revolucionario al comunista sin
teoría –como quiere J. R. Núñez Tenorio- lo conduce de manera
intuitiva a la crítica del socialismo utópico, que en ese momento aparece
como la teoría política más avanzada. ¿Por qué la crítica de Marx? El
socialismo francés tiene conciencia de la no realización de los ideales de
la gran Revolución Burguesa: liberté, fraternité, égalité. Pero esta
posición es catalogada por Marx-Engels en el Manifiesto como “pequeño
burguesa”, entre dos aguas, pues en lo esencial termina defendiendo las
tesis que no se han realizado. En otros términos, la tesis del socialismo
francés designa el objetivo de una nueva sociedad ideal –sociedad
socialista- pero no señala los medios para alcanzar esa meta. Aparece
entonces un diseño abstracto, romántico, utópico... Aparentemente los
medios consistían en quitar a los ricos para distribuir entre los pobres. El
resultado de esa crítica es la tesis marxista de la revolución proletaria.
Para ello, la clase obrera deberá hacerse de los instrumentos, que
todavía no tiene, para lograr las metas propuestas
Pero la tesis no sólo fue desarrollada contra los socialistas utópicos
franceses e ingleses, sino también contra Lassalle, como podemos ver
en la Crítica de programa de Gotha. Esta obra clave de Karl Marx fue
escrita en 1875 con motivo del proyecto del programa que debía
aprobarse en el Congreso de Gotha. Allí iban a fusionarse la lassalleana
Asociación General de Trabajadores de Alemania y el marxista Partido
Socialdemócrata Obrero de Alemania, para dar nacimiento a un nuevo
partido, el Partido Socialista Obrero de Alemania (SADP), que en 1891
adoptaría el nombre de Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). En
principio, la crítica de Marx —un documento titulado «Glosas Marginales
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al programa del Partido Obrero Alemán»— sólo fue conocida por un
estrecho círculo de dirigentes y la obra no se publicó hasta 1891.
En ese texto escribió el comunista contra los socialistas que no
comulgaban con él: “4. La emancipación del trabajo tiene que ser obra
de la clase obrera, frente a la cual todas las otras clases no forman más
que una masa reaccionaria”.
“La primera estrofa –comenta Marx- está tomada del preámbulo de
los Estatutos de la Internacional, pero “corregida”. Allí se dice: “La
emancipación de la clase obrera debe ser obra de los obreros mismos”,
aquí, por el contrario, “la clase obrera tiene que emancipar, ¿a quién?,
“al trabajo”. ¡Entiéndalo quien pueda!
“Para indemnizarnos, se nos da, a título de antistrofa, una cita
lassalleana del más puro estilo: “frente a la cual (a la clase obrera)
todas las otras clases no forman más que una masa reaccionaria”
“En el Manifiesto comunista (de 1848) -recuerda el autor en 1875-
se dice: “De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo
el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás
clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran
industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar”.
“Aquí se considera a la burguesía como una clase revolucionaria –
vehículo de la gran industria- frente a los señores feudales y a las capas
medias, empeñados, aquéllos y éstas, en mantener posiciones sociales
que fueron creadas por modos caducos de producción. No forman, por
tanto, juntamente con la burguesía, solo una masa reaccionaria.
“Por otra parte, el proletariado es revolucionario frente a la
burguesía, porque habiendo surgido sobre la base de la gran industria,
aspira a despojar a la producción de su carácter capitalista, que la
burguesía quiere perpetuar. Pero el Manifiesto añade que las “capas
medias… se vuelven revolucionarias cuando tienen ante sí la perspectiva
de su tránsito inminente al proletariado”.
“Por tanto –continúa el revolucionario de Trier- desde este punto de
vista es también absurdo decir que frente a la clase obrera “no forman
más que una masa reaccionaria”, juntamente con la burguesía, y,
además –por si eso fuera poco-, con los señores feudales.
“¿Es que en las últimas elecciones se ha gritado a los artesanos, a
los pequeños industriales y a los campesinos: Frente a nosotros, no
formáis, junto con los burgueses y los señores feudales, más que una
masa reaccionaria?
“Lassalle –ataca Marx con el insulto de rigor en los que es un
verdadero científico- se sabía de memoria el Manifiesto Comunista,
como sus devotos se saben los evangelios compuestos por él. Así, pues,
cuando lo falsificaba tan burdamente, no podía hacerlo más que para
cohonestar su alianza con los adversarios absolutistas y feudales contra
la burguesía.
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“Por lo demás –cierra el análisis cuarto-, en el párrafo que
acabamos de citar, esta sentencia lassalleana está traída por los pelos y
no guarda ninguna relación con la mal digerida y “arreglada” cita de los
Estatutos de la Internacional. El traerla aquí es sencillamente una
impertinencia, que seguramente no le desagradará, ni mucho menos, al
señor Bismarck; una de estas impertinencias baratas en que es
especialista el Marat de Berlín”.
Aunque K. Marx no era un tipo violento, sino con la pluma, sin
embargo intentó ser un organizador de la violencia a escala planetaria,
contrariamente a lo que hacía en ese mismo momento el suizo Henri
Dunant (1828-1910).
En efecto, al observar las secuelas de la batalla de
Solferino en Italia y la empatía que le causó, Dunant se decidió a
escribir sus recuerdos y experiencias en el libro titulado Un recuerdo de
Solferino, en el que reclamó la creación de un cuerpo de voluntarios
para socorrer a los heridos de guerra sin distinción del bando que fuera.
Dicha petición sirvió más tarde para la fundación de la Cruz Roja.
En 1864 se redactó la Convención de Ginebra con base en algunos de
los postulados humanitaristas de Dunant. De este modo nació el
derecho internacional humanitario moderno.
En el primer Convenio de Ginebra se eligió la cruz roja sobre fondo
blanco como emblema distintivo único. Puesto que el símbolo debía
reflejar la neutralidad de los servicios médicos de las fuerzas armadas y
la protección que se les confería, el emblema adoptado se creó
invirtiendo los colores de la bandera suiza. Por otra parte, la bandera
blanca era y sigue siendo el signo distintivo del parlamentario o de quien
se rinde; abrir fuego contra quien enarbola esa bandera de buena fe es
un acto inaceptable.
En el mismo año en que H. Dunant fundaba la Cruz Roja, en
paralelo a su aprendizaje de la ciencia del socialismo de los autores
burgueses en la biblioteca del Museo Británico, K. Marx lleva a cabo un
trabajo de organización de la violencia, como se dijo. En efecto, con F.
Engels y Bakunin funda Marx en 1864 en Londres la Asociación
Internacional de Trabajadores o Primera Internacional de los
trabajadores, organización que agrupó inicialmente a los sindicalistas
ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus
fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto
del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y
proponer líneas de acción. Las grandes tensiones, fruto de las
diferencias programáticas existentes entre Marx y los partidarios del
socialismo científico, y Bakunin y los partidarios del anarquismo
colectivista, llevaron a la escisión entre ambos sectores: marxistas y
bakuninistas.
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Hasta hace unos cincuenta años, muchos obreros, cuando tenían en
frente las fuerzas del orden (establecido) cantaban –con letra de Eugene
Pottier (1971) y música de Pierre Degeiter (1888)- aquello de:
¡Arriba parias de la Tierra!
¡En pie famélica legión!
Atruena la razón en marcha:
es el fin de la opresión.
Del pasado hay que hacer añicos.
¡Legión esclava en pie a vencer!
El mundo va a cambiar de base.
Los nada de hoy todo han de ser.
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la clase dominante- para someter a las otras. “Según Marx –sigue
diciendo Lenin un poco más adelante-, el Estado es un órgano de
dominación de clase, un órgano de opresión de una clase por otra, es la
creación del “orden” que legaliza y afianza esta opresión, amortiguando
los choques entre las clases”.
Digamos que en esta concepción sobre el Estado coinciden
socialistas científicos (esto es, marxistas) y socialistas anarquistas
(bakuninistas). Ambos creían que para solucionar la contradicción entre
dominados y dominantes había que hacer la revolución. Pero la
coincidencia llega hasta ahí. De aquí en adelante habrá un gran conflicto
entre anarquía y marxismo a causa de la dictadura del proletariado.
Para Marx el socialismo debía ser consecuencia de un capitalismo muy
avanzado (como vimos en un pasaje del Prólogo a la Contribución a la
crítica de la Economía Política) y de una clase obrera madura y
organizada que bajo la dirección de un partido alcanzaría el triunfo
revolucionario. La oposición de Bakunin a toda autoridad o
autoritarismo, aunque sea provisional, le lleva a rechazar todo tipo de
Estado, inclusive uno gobernado en nombre del proletariado. Creía en la
revolución inmediata y espontánea. Para llevarla a cabo confiaba en las
masas trabajadoras en su conjunto, sin atribuir un papel rector al
proletariado industrial.
Mas, para Marx, la dictadura del proletariado lleva implícita la idea
de reforzamiento provisional del poder del Estado, que irá
desapareciendo gradualmente para dejar paso a la sociedad sin clases,
la sociedad comunista.
(No deja de ser esta una idea perversa de Marx -esto es, el Estado
es un mal invento de los malos, pero en manos de los obreros, que son
los buenos, se pone al servicio de la humanidad hasta que se “extinga”).
La perversión se ilustró con sangre en la revolución rusa. En efecto,
Lenin, Trotsky y Stalin, troika principal de quienes toman el poder en
Rusia a partir de octubre (noviembre) de 1917 o segunda “vanguardia
del proletariado” marxista, aparecen como los adalides del proletariado,
cuando en realidad fueron quienes forjaron los mecanismos de un
siniestro capitalismo de Estado que oprimió, explotó a millones de
personas. Los señalamientos de Mijail Bakunin a Karl Marx acerca de la
militarización de la sociedad que implicaría la supervivencia de la
maquinaria estatal luego de una revolución socialista, se han cumplido
puntualmente. El aniquilamiento de los soviets del Báltico (Kronstadt,
1921) y de la guerrilla majnovista demuestran la irracional megalomanía
que inspiró desde el vamos a los burócratas bolcheviques, avalados por
la “teoría científica” del profeta de la revolución regeneradora del
mundo).
Resumiendo, esta tesis hay que entenderla en el enfrentamiento de
M. Bakunin y de K. Marx. Esto es, entre el defensor del socialismo
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libertario anarquista y el mayor exponente del socialismo autoritario.
Pero la tesis de la dictadura del proletariado incluye las tesis de la lucha
de clases y la teoría del Estado. Bakunin y Marx parten de la misma
concepción del Estado como problema, pero llegan a soluciones muy
diferentes. Los textos que sustentan la tesis marxista son el último
capítulo del 18 brumario de Luis Bonaparte (1852), Guerra civil en
Francia (esto es, la experiencia de la Comuna de París de 1871) y la
Crítica del programa de Gotha (1875).
En pocas palabras, la tesis central de Marx dice, en primer lugar,
que no es posible la transformación de la sociedad sin revolución. Pero
ante tal transformación hay tres visiones: la de los reformistas, que se
oponen al cambio violento; la de marxistas y anarquistas que defienden
la revolución proletaria. Pero aunque los seguidores de Bakunin y de
Marx están unidos en la necesidad de la violencia –la violencia es la gran
“partera de la historia”, según conocida expresión de Marx-, para éste
los anarquistas confunden socialismo con comunismo, y eso lo
demuestra el desastroso resultado de la Comuna de París. Para Marx la
burguesía derrotada no debe retornar al poder; de lo contrario, los
anarquistas van a ser los “convidados gratuitos” de la burguesía, como
lo fueron en Francia.
Recordemos un texto de la Crítica del Programa de Gotha en donde
la tesis está expuesta con toda nitidez y también su necesidad. Se lee
en el capítulo IV de esta obra:
Cabe, entonces, preguntarse: ¿qué transformación sufrirá el Estado en
la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales,
análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces? Esta
pregunta sólo puede contestarse científicamente (subrayado mío), y por
más que acoplemos de mil maneras la palabra ‘pueblo’ y la palabra
‘Estado’, no nos acercaremos ni un pelo a la solución buscada.
Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista media el período
de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este
período corresponde también un período de transición, cuyo Estado no
puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.
000
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Tercera crítica marxista: Contra la Economía Política clásica
25
políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas
ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y
luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un
individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas
épocas de revolución por su conciencia, sino que, por el contrario, hay
que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida
material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales
y las relaciones de producción. Ninguna formación social desaparece
antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben
dentro de ella, y jamás aparecen nuevas y más altas relaciones de
producción antes de que las condiciones materiales para su existencia
hayan madurado en el seno de la propia sociedad antigua. Por eso, la
humanidad se propone siempre únicamente los objetivos que puede
alcanzar, pues, bien miradas las cosas, vemos siempre que estos
objetivos solo brotan cuando ya se dan o, por lo menos, se están
gestando, las condiciones materiales de su realización.
“A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de
progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de
producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las
relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del
proceso social de producción; antagónica, no en el sentido de un
antagonismo individual, sino de un antagonismo que proviene de las
condiciones sociales de vida de los individuos. Pero las fuerzas
productivas que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa
brindan, al mismo tiempo, las condiciones materiales para la solución de
ese antagonismo. Con esta formación social se cierra, por tanto, la
prehistoria de la sociedad humana”.
Como modo de producción, el capitalismo es una contradicción
entre capital y trabajo asalariado. Y una ley fundamental rige este modo
de producción: acumulación de riqueza derivada de la acumulación de
Plusvalía y Capital. Esta ley equivale en la formación social capitalista a
la ley de la gravitación universal en la naturaleza.
¿Qué entender por capital (K)? Bien, el capital no es más que
dinero que se emplea para obtener medios de producción y comprar
fuerza de trabajo (FT). Hay que aclarar que el capital, al igual que la
fuerza de trabajo, no es una cosa, es una relación social.
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sobre la vida económica». Se trata del documento fundador de la
economía clásica y, sin duda, del liberalismo económico. Sin duda
alguna también, K. Marx leyó la obra con mucha atención, de ella recibió
una gran influencia, pero, asimismo, le hizo críticas. La más importante
tiene que ver con lo que expone Smith en la “Introducción y plan de la
obra”, que dice así:
El trabajo anual de cada nación es el fondo del que se deriva todo el
suministro de cosas necesarias y convenientes para la vida que la nación
consume anualmente, y que consisten siempre en el producto inmediato
de ese trabajo, o en lo que se compra con dicho producto a otras
naciones.
En consecuencia, la nación estará mejor o peor provista de todo lo
necesario y cómodo que es capaz de conseguir según la proporción mayor
o menor que ese producto, o lo que con él se compra, guarde con
respecto al número de personas que lo consumen.
Tesis La Plusvalía.
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costureras, i con sus procuradoras las lavanderas, por el vestido — con
las amas de casa, con los vecinos y con la policia,, por el alojamiento —
con los médicos por Visitas, con los boticarios por cuentas de recetas,, en
las enfermedades — ipor distraerse.. con cuanto hai,, porque todo puede
ser objeto de diversión == tantas camorras puede haber en los bailes de
la Corte, como en las Cáravas (OC, t. I, p.397).
000
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permanecer en pie toda esta estafa teórica, que no le hace daño a la
ciencia, cualquiera que sea el rango de verdad que le demos a esta
palabra. De la misma manera que no le quitamos a un niño un pequeño
avión con el que realiza largos vuelos imaginarios. Si los marxistas
desean seguir con su “socialismo científico”, ¿por qué no? Otra cosa es
que se pretenda instaurar en algún lugar del mundo el socialismo
político. Aunque, tampoco se podrá hacer mucho, porque siempre habrá
creyentes que se sumen a esa experiencia de miseria, esclavitud, dolor
y muerte.
Marx es normalmente citado, junto a Émile Durkheim y a Max
Weber, como uno de los principales arquitectos de la ciencia social
moderna, y ha sido descrito como una de las figuras más influyentes de
la historia humana. En 1999, en una encuesta de la BBC fue votado por
personas de todo el mundo como “el pensador del milenio”. He tratado
de explicarme esa votación y he concluido que los fundadores de
religiones son recordados, muy recordados. Ha sido así con Moisés,
Confucio, Buda, Zoroastro, Sócrates, Paulo de Tarso, Lutero y K. Marx,
el moderno y el contemporáneo.
Para T. Piketty, K. Marx fue un gran economista. Federico Riu, en
un esclarecedor ensayo nos mostró el uso y abuso del concepto de
alienación, lo que habla bastante mal de su filosofía. Para Lenin, fue un
gran filósofo e historiador. Para sus seguidores, un hombre de la ciencia
histórica, el fundador el “socialismo científico”. Incluso fue tenido el
modelo del amante revolucionario, aunque, entre otros, Ibsen Martínez
haya mostrado sus deficiencias en ese territorio. A mi entender, K. Marx
tuvo dos profesiones: 1) político desempleado que lucha por el poder,
pero sólo consiguió el religioso, que es superior al poder político, mucho
más efímero; 2) además fue un periodista de opinión, dueño de una
prosa poderosa. Haciendo un ejercicio de imaginación, si K. Marx viviera
en el siglo XXI, de seguro sería un blogger e influencer de éxito con
millones de seguidores. Como para tomarse una selfie con él
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el título de Obras Escogidas. Las traducciones son del Instituto de
Marxismo-Leninismo, adjunto al CC del PCUS.
NÚÑEZ TENORIO, José Rafael: Problema de la teoría y el método
de la metodología marxista
PIKETTY, Thomas: El capitalismo en el siglo XXI.
POPPER, Karl: La miseria del historicismo.
RICARDO, David: Principios de economía política y de tributación.
RIU, Federico: Usos y abusos del concepto de alineación.
RODRÍGUEZ, Simón: Obras completas
SMITH, Adam: Riqueza de las naciones.
Caracas, mayo de 2018. En los 200 años del nacimiento de Karl Mark
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