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DISCURSO DE MITRE

En países nuevos como los nuestros en que la educación constitucional aun se está·
formando, y sólo la instrucción del pueblo puede complementarla y perfeccionarla,
educar al pueblo es condición de vida, de orden y de progreso. Porque si la inteligencia
no imprime su sello en la cabeza del pueblo, el pueblo ser· ignorante y en posesión de
la soberanía hará· los gobiernos a su imagen y semejanza suya, y el nivel político bajar·
tanto cuanto baje el nivel intelectual Bartolomé Mitre ñ Discurso pronunciado en el
Congreso Nacional ñ 16 de Julio de 1870

IDEAS EDUCATIVAS DE MITRE 


LA EDUCACIÓN EN LA PRIMERA ETAPA DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL
En el período que sigue a la caída de Rosas se va afianzando cada vez más en el espíritu
colectivo la idea de la instrucción pública como un deber y una necesidad ineludible
del Estado. En la educación de las masas, decían los hombres más representativos de la
época, radica el progreso futuro de la República. La escuela es el órgano forjador de la
nacionalidad, el factor fundamental para la reorganización del país.
Tal era la idea inspiradora de la obra educacional que antecedió a la verdadera acción
unificada, llevada recién a término en la presidencia de Sarmiento. Entre 1853 y 1860
se dictaron las constituciones provinciales, que siguiendo las huellas del vencedor de
Caseros, fueron estableciendo los principios de la instrucción popular. “La salvación de
la patria se exteriorizaba en un hecho: abrir escuelas, educar, instruir. No hubo
autoridad provincial ni central que no consagrara este principio en sus mensajes leídos
ante las nacientes legislaturas. Y cuando llegó la ‘hora de la cimentación de las
instituciones, la impulsión dada hizo entrar la administración escolar en un cauce que
preparaba los rumbos normales y definitivos”.
La Constitución de 1853 dejó librada a las provincias la organización de la enseñanza.
De manera que todo el movimiento educacional posterior a Caseros y anterior a 1870,
si bien generalizado a todo el país, no fue sino el producto de la obra aislada y
exclusiva de las provincias, sin que obedeciera a la intervención directa del gobierno de
la Confederación primero, o de la Nación después. Faltó, en consecuencia, un criterio
orgánico que unificara la enseñanza. No obstante, en estos primeros años de la
organización nacional, dos centros irradiaron su influencia renovadora hacia
la República: Buenos Aires, bajo el impulso extraordinario de Sarmiento, y Entre Ríos,
sede del gobierno del General Urquiza, donde la acción oficial difundió notablemente
la instrucción pública.
El gobierno de Mitre encaró el problema educacional del país en toda su complejidad,
aunque vio obstaculizada su acción por la gravedad de la situación política y las
dificultades económicas. Empero, la administración de Mitre hizo sentir regularmente
el apoyo efectivo de la Nación subvencionando la instrucción pública en las provincias,
y marcó el punto de partida de la organización de la enseñanza secundaria en toda la
República con la creación del Colegio nacional.
La preocupación pedagógica de la época se tradujo en una intensa difusión de obras
europeas. La pedagogía francesa y la española influyeron especialmente, mediante los
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libros o la acción personal de los hombres que llegaron al país y se dedicaron a la
enseñanza. En 1855 el Canónigo Piñero publicó un libro titulado Principios de
Educación.
Se inició además el período de una didáctica sistematizada. Aparecieron las primeras
revistas que revelan interés por el mejoramiento de la faz didáctica de la escuela
primaria: Anales de la Educación Común, El Auxiliar Nemónico de las Escuelas y La
Escuela Primaria.
El Gobernador Saavedra creó en Buenos Aires, con la fundación de la Escuela Normal
de 1865, el primer centro de ensayo de sistematización didáctica. Esta institución, que
tuvo como Director a Marcos Sastre y como vice a Enrique de Santa Olalla, no
prosperó, siendo suprimida seis años después de su creación.
La concepción educacional de Mitre. La presidencia del General Mitre, inaugurada el
12 de octubre de 1862, se caracteriza por el vigoroso impulso dado a la enseñanza
pública, no obstante las dificultades de todo orden que sobrevinieron como
consecuencia de las dolorosas convulsiones internas y de la guerra del Paraguay. Es
una época crítica, de inestabilidad y formación, en la que se inicia la ardua obra de
pacificación del país y de adaptación a las nuevas formas constitucionales. El problema
esencial que Mitre se plantea es el de consolidar la unión nacional, el de fortalecer en
la juventud argentina la fe en un común destino, que superando los viejos
antagonismos, afianzase la conciencia de la nacionalidad. Advierte, en consecuencia,
junto al deber ineludible de todo estado democrático de propagar la educación
elemental para extirpar el mal de la incultura, “mole de ignorancia -decía que sube y
nos arrastra”, la necesidad de difundir la enseñanza secundaria a fin de preparar las
futuras clases dirigentes, ilustrándolas y capacitándolas para las múltiples funciones de
la vida social.
En el discurso que pronunció en 1870 ante el Senado de la Nación, oponiéndose a un
proyecto de becas universitarias, para proponer, en cambio, que se destinaran los
recursos disponibles a fomentar la enseñanza común, están expuestos los principios
que orientaron la acción educativa durante su presidencia. Argumentaba Mitre que la
sociedad debe a los miembros que la componen aquellos servicios indispensables que
son de interés general, y entre los cuales la educación ocupa el primer lugar.

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De ahí, que considerara necesaria y legítima la intervención estatal en la educación,
con el objeto de propagarla sistemáticamente. La difícil situación económica por la que
atravesaba el país, requería que se destinaran los escasos recursos a satisfacer las
necesidades más urgentes y apremiantes. No es propio de un pueblo democrático,
alegaba Mitre, beneficiar con sus recursos a la enseñanza superior impartida a unos
pocos, en detrimento de la educación común que interesa al mayor número de
habitantes.
Es necesario “que la inteligencia gobierne, que el pueblo se eduque para gobernarse
mejor, para que la razón pública se forme, para que el gobierno sea la imagen y
semejanza de la inteligencia, y esto sólo se consigue elevando el nivel intelectual y
moral de los más instruidos y educando al mayor número posible de ignorantes para
que la barbarie no nos venza”. Por eso, al lado de las escuelas primarias era preciso
crear colegios nacionales que habilitaran al individuo para la vida social.
“Si dada nuestra desproporción alarmante entre el saber y la ignorancia, no echásemos
anualmente a la circulación en cada provincia una cantidad de hombres
completamente educados para la vida pública, el nivel intelectual descendería
rápidamente, y no tendríamos ciudadanos aptos para gobernar, legislar, juzgar, ni
enseñar, y hasta la aspiración hacia lo mejor se perdería, porque desaparecerían de las
cabezas de las columnas populares esos directores inteligentes, que con mayor caudal
de luces las guían en su camino y procuran mejorar su suerte, animados por la pasión
consciente del bien.”
La instrucción secundaria y la creación del Colegio Nacional.

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