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CICLO DE LICENCIATURA EN GESTIÓN EDUCATIVA-LICENCIATURA EN EDUCACIÓN
HISTORIA DE LA EDUCACIÓN-HISTORIA SOCIAL DE LA EDUCACIÓN
PROGRAMA: curso segundo cuatrimestre de 2014
PROFESOR: Carlos A. Casali
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aporte de la inmigración) y la inserción dentro del mercado capitalista
(conforme con la división internacional del trabajo y la segunda revolución
industrial) (pp. 37-40). Respecto de las políticas educativas para el nivel
primario, reguladas por la ley 1420, Herrero advierte ciertas tensiones: por un
lado, que la gratuidad y la obligatoriedad “aluden al ideal republicano”, pero la
obligatoriedad “lesiona un principio liberal”; por el otro, que el laicismo “está
vinculado a un ideal típicamente liberal”. Estas tensiones son el resultado de
“una feroz disputa entre laicos y católicos” que a lo largo del siglo XIX discuten
por “el control del aparato estatal” (p. 41). La educación cumple una función
política (la de “ilustrar al soberano”) y bajo esta concepción se van creando las
instituciones de nivel medio y universitario: en 1863, Mitre crea el Colegio
nacional; en 1869, Sarmiento crea la Escuela Normal de Paraná (pp. 43-45).
En ambos casos, se intenta “crear sujetos para una república de ciudadanos”
aunque este programa admite diversas variantes: la “república aristocrática” de
Mitre (y el Colegio nacional) y la “república más inclusiva” de Sarmiento (y la
educación popular) (p. 45). Que la educación haya cumplido una función
política significa que “el progreso económico, notable desde 1880 hasta 1930
[…] no se vincula a sujetos alfabetizados en escuelas estatales” (p. 47). Pero
esto plantea también una disyunción entre dos modelos de república: la de los
ciudadanos (Mitre y Sarmiento) y la del productor de riquezas (Alberdi). Alberdi
sostuvo que “para acceder a la república de ciudadanos hay que atravesar una
etapa previa, denominada república posible” (p. 48); es decir, “una república
escasamente republicana” (p. 49). La tensión entre ambos modelos de
república genera un conflicto: tanto Mitre cuanto Sarmiento se proponen
construir “un sistema de instrucción pública para formar al sujeto de una
república de ciudadanos ilustrados” que “pone en peligro la existencia misma
de la república posible” (p. 49). El conflicto irá tomando la forma concreta de
dos problemas políticos: “la cuestión nacional y la cuestión social” (p. 50). La
cuestión nacional está ligada al éxito del proyecto alberdiano de la república del
habitante productor de riquezas: la inmigración masiva. Aquí se plantea el
peligro de que “la república posible” se transforme en una “república de
extranjeros” (pp. 50-52; ver cita de Hobsbwam en p. 51). Ver en el texto de
Herrero el desarrollo del problema que plantean las escuelas de comunidades
extranjeras y su contexto (pp. 53-59). La cuestión social plantea otro límite al
desarrollo del modelo de la república posible (habitante productor de riqueza):
el progreso económico tiene un alto costo social (pp. 59-61).
Dentro de este contexto de modelos republicanos en pugna Herrero ubica el
proyecto de Osvaldo Magnasco que intenta modificar en 1900 la orientación
que el Colegio nacional creado por Mitre le daba al nivel medio: “terminar con
una educación que forme, de manera excluyente, ciudadanos, clase dirigente y
empleados para el Estado, y reorientar la instrucción pública hacia la formación
de trabajadores y productores de riqueza” (p. 62). El proyecto de Magnasco no
prosperó, sí lo hizo, en cambio, el proyecto de la república de ciudadanos que
en los comienzos del siglo XX se va estructurando mediante el desarrollo del
sistema educativo tradicional (ampliado en 1905 mediante la Ley Láinez), la ley
de servicio militar obligatorio (de 1901) y la Ley Sáenz Peña (sancionada en
1912) (pp. 65-72).
3.- Hacia 1850, los problemas que plantea un gobierno republicano empiezan a
presentarse de modo más definido. Estos temas se advierten claramente en
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Alberdi (Bases y puntos de partida para la organización política de la República
Argentina, apartados 13 (“La educación no es la instrucción”) y 14 (“Acción
civilizadora de Europa en las Repúblicas de Sud-América”). El problema que se
plantea Alberdi es el de lograr que algún día estos pueblos puedan “hacerse
merecedores de la forma de gobierno que la necesidad les impuso
anticipadamente” (p. 55). La distinción que establece entre educación e
instrucción supone que educar es una tarea previa a la instrucción puesto que
mediante la educación se forma lo humano sacándolo de la animalidad (“los
árboles son susceptibles de educación”, p. 55); a partir de allí, puede actuar la
instrucción (“solo se instruye a los seres racionales”, p. 55). De modo que la
instrucción “promueve y fomenta la cultura” en los pueblos ya formados (por la
educación que los ha sacado de la animalidad), mientras que en los pueblos no
formados es necesario dar el paso previo que ofrece la educación por medio de
las cosas. Es así que la instrucción que recibieron los pueblos no formados fue
siempre poco adecuada a sus necesidades (ver pp. 56-57) mientras que una
instrucción adecuada sería aquella que sepa “contraerse a ciencias y artes de
aplicación, a cosas prácticas, a lenguas vivas, a conocimientos de utilidad
material e inmediata” (p. 57). Pero, para que esa instrucción pueda
desarrollarse es necesario el paso previo de formar el sujeto “pueblo” por
medio de la educación y esto se logra, según Alberdi, por medio de la
inmigración (es decir, por medio del reemplazo de un pueblo por otro pueblo):
América es Europa (es decir, no tiene más realidad que la que le viene de allí:
“todo lo que no es europeo es bárbaro”, p. 62) y “hoy mismo, bajo la
independencia, el indígena no figura ni compone mundo en nuestra sociedad
política y civil” (pp. 60-61).
El problema que el gobierno republicano le plantea a la educación es, según
Alberdi, el de construir un sujeto ciudadano anclado en un ideal patriótico
racionalista y liberal. “La patria no es el suelo”, afirma Alberdi, sino “la libertad,
el orden, la riqueza, la civilización…” (p. 65). Y este modo de plantear el
problema está relacionado con la distinción que Alberdi establece entre “la
república posible” y “la república verdadera” (ver cap. 12).
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disciplinamiento institucional que proveen la escuela y el ejército (p. 28): la
primera disciplina el alma, el segundo los cuerpos. Sarmiento sostiene que “el
simple acto de aprender a leer y escribir […] basta por sí solo a ejercer alguna
influencia sobre el carácter moral de los individuos” (p. 35), idea que va ligada
con otra: el estúpido no obedece (“nuestro pueblo –dice en referencia a ciertos
comentarios que le hicieran llegar en Alemania- es tan estúpido, son tan
abandonados, que no se guían por las instrucciones que les damos” (p. 33). La
alfabetización tendría, para Sarmiento, el enorme poder civilizatorio de hacer
representable (esto es, gobernable) al hombre.
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aparecerá con mayor definición en la década siguiente cuando el problema de
la gobernabilidad republicana se plantee en términos de control del aparato
estatal y sus instituciones entre los dos actores principales de la lucha política
hacia fines del siglo diecinueve: la Iglesia y el Estado.
Así, el diputado Vicente F. López se opone al proyecto porque el pluralismo
debilitaría al Estado que necesita unidad (toma el modelo unificador alemán de
von Humboldt: la razón debe unificar la libertad puesto que de lo contrario
caeríamos en la anarquía; y la razón es la Universidad de Buenos Aires). Lo
mismo opina el diputado Manuel Quintana: sólo se es libre si la razón ilumina
esa libertad (y lo mismo opinará el diputado Wilde); de modo que la discusión
con el sector católico se plantea en los términos de cuál sea el tipo de
articulación que se establezca entre la razón y la libertad o, dicho de otro modo,
en los términos de la pregunta por quién le da razones a la libertad. Por un
lado, el sector liberal-laicista pretende darle razones científicas (y de allí la
importancia estratégica de la Universidad de Buenos Aires como fuente
productiva de esas razones); por otro lado, el sector católico pretende darle
razones religiosas.
Si el dilema del gobierno republicano está planteado en esos términos, se
entiende por qué, para el sector liberal, se trata de impedir que el sector
católico oscurezca la luz de la razón que debe iluminar la libertad (de hecho se
lo califica de oscurantista), mientras que, el sector católico, pretende ampliar la
libertad y sobre todo, asegurarla y consolidarla mediante el dogma. En defensa
de esta posición católica, el diputado Frías discute la concepción racionalista
de la razón (reivindica la filosofía del catolicismo) y la concepción de la libertad
como librepensamiento (que lleva al relativismo y el nihilismo) y sostiene que la
religión tiene un rol educador que es el necesario fundamento de la instrucción
(véase aquí una versión del tema alberdiano interpretada en clave bien
diferente) y advierte contra la barbarie científica.
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La crítica de Taborda a Sarmiento, que de alguna manera expresa el eje
conceptual que planteamos para esta unidad podría sintetizarse en estos
términos: “extraño que Sarmiento, que se percató con tanta presteza de la
necesidad de poblar el baldío con los contingentes humanos de los países
superpoblados de Europa, no se diera cuenta cabal del riesgo que entrañaba
para un pueblo abierto a las corrientes inmigratorias la desestimación de sí
mismo implícita en la desestimación de la tradición de la estirpe progenitora” (p.
199).