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El novelista realista

Ermanno Cavazzoni (Italia)

Había uno que se consideraba un escritor realista. Por eso escribía todo lo que le
sucedía. Se llamaba Vicente, pero en la novela aparecía con el nombre de Ernesto. Todo
lo que hacía, lo hacía con el fin de escribirlo. Por ejemplo se sentaba y miraba el techo;
entonces escribía en una hoja: Ernesto, de improviso, se sienta y mira el techo. Después,
no teniendo otra cosa que decir, se metía un dedo en la nariz. Pero eso no lo escribía. En
todo caso lo escribía de una forma más artística. Por ejemplo: Ernesto está pensativo y
deja que pase el tiempo. Eso significaba que él estaba sentado a la mesa con el dedo en
la nariz. A veces se quedaba así por una hora. A ésta la llamaba la fase de reposo, en la
que no había hechos salientes para contar. Como máximo escribía que Ernesto no
conseguía fijar sus pensamientos. En realidad, en la espera, si no se limpiaba la nariz se
limpiaba con el dedo un oído. Pero esto no era un suceso de novela, ni siquiera de una
novela como la suya. Éstos son hechos que quedan fuera de la lectura, como también,
por ejemplo, usar una uña como escarbadientes. Entonces se levantaba y escribía: De
pronto Ernesto se pone de pie. Escribía de pronto para hacer su novela más sugerente.
Pero, apenas se levantaba, la novela estaba otra vez detenida. No podía volver a sentarse
para no caer en repeticiones, entonces salía de casa y escribía que Ernesto había salido
de su casa.
La suya era una novela de hechos. Ya había pensado en el título; se Llamaría Ernesto. Y
en la solapa del libro pensaba escribir: novela realista, para que no se lo confundiera con
los novelistas intimistas que sólo hablan de hechos menores y de enfermedades y se
preguntan qué es la vida y qué es la novela.
Daba vueltas por la calle y anotaba fielmente en una libreta que estaba dando vueltas
por la calle. Escribía: Ernesto da vueltas por la ciudad. Aquí también se reconocía su
estilo. Después entraba en un café y escribía que había entrado en un café y que, por
ejemplo, fumaba sentado a una mesa. El hecho de fumar en el café lo encontraba muy
realista. E incluso escribía que el café estaba lleno de humo y de gente, pero él estaba
apartado. Pero con este comportamiento suyo la novela no iba adelante. La había
comenzado a la mañana alrededor de las nueve, cuando se había sentado y se había
puesto a mirar el techo. Al mediodía había escrito más o menos media página. Será una
novela breve, pensaba en el café; y mientras tanto volvía a meterse el dedo en la nariz y
dejaba escapar alguna flatulencia. Pero esto tampoco lo escribía; en cambio sí escribía
que Ernesto apagaba el cigarrillo y tomaba su cerveza. Era una frase que le gustaba,
pero apenas ocupaba una línea. La cerveza era apropiada para la novela, pero después
de dos o tres cervezas se distraía y se olvidaba de tomar apuntes. Por ejemplo, a este
punto le sucedía que participaba sin quererlo en una discusión, a lo que seguían dos o
tres cervezas y después dos o tres más. Y tenía la impresión de que habían empezado a
suceder muchísimas cosas, y tan atropelladamente que no tenía tiempo de escribirlas.
Más bien no pensaba más en eso, pensaba sólo en estar en compañía y tomar más
cerveza. Y probablemente decía frases atinadas que hubieran quedado bien en alguna
novela. También hacía apuestas públicas, que hacían reír, y de las que participaba todo
el café. Se creaba entonces una atmósfera de novela realista como la que él tenía en
mente desde la mañana, con esa dosis cómica indispensable que se encuentra en todas
las obras maestras de la literatura.
Por la tarde, alrededor de las seis, volvía a casa un poco aturdido por los cigarrillos y la
cerveza, y también un poco hinchado. También un poco deprimido. No tenía más ganas
de escribir la novela porque ya no se acordaba de nada. Prefería cenar e irse a la cama.
Cuando Vicente Cusiani murió, se encontraron sus papeles; en su familia y también en
el café todos lo consideraban un escritor, pero un escritor que por principio se negaba a
publicar. Tenía en el cajón un paquete con sus inéditos. Era su famosa novela Ernesto;
consistía en una página que siempre empezaba desde el principio. Comenzaba más o
menos a las nueve de la mañana y continuaba siempre en el café, donde se interrumpía.
Algunas veces al final de la página aparecía el mozo servía la cerveza; en la realidad el
mozo se llamaba Giuseppe, pero en la novela tenía el nombre ficticio de Pietro. Pietro
sirve la cerveza.
Ernesto se la toma.
O bien...
Ernesto se la acerca a los labios.
No había ninguna hoja que fuera un poco más allá de eso. Las variantes de forma, como
se ven, eran mínimas.

Ermanno Cavazzoni (Italia)

Breve reseña sobre su obra

Escritor y dramaturgo italiano nacido en 1947 en Reggio Emilia. Actualmente es


catedrático de la Universidad de Bolonia para las materias de estética y retórica. Fue
fundador junto a Gianni Celati de la revista Il semplice.

Es autor de Las tentaciones de Girolamo (1991), Los siete corazones (1992), Las
leyendas de los santos (1993), Vidas breves de idiotas (1994), Cirenaica (1999), Los
escritores inútiles (2002) e Historia natural de los gigantes (2007). Su novela El
poema de los lunáticos fue llevada al cine por Federico Fellini con el título La voz de
la luna.

El novelista realista pertenece a Vidas breves de idiotas, editado por Eudeba.

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