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Análisis comparativo

Sab & “La compuerta número 12”

Buenos días, somos Lidia Cambón, Antía Lorenzo y Sara Campos y, tras haber leído algunas
de las obras propuestas en esta materia, hemos considerado oportuno seleccionar Sab y La
compuerta número 12 como aquellas en las que fundamentar nuestro estudio. En este caso,
pretendemos llevar a cabo un análisis comparativo de ambas, con el objetivo de analizar la
realidad social imperante en el siglo XIX conforme a su representación literaria en estas
obras. Todo ello, por supuesto, a través de sus personajes protagonistas: el esclavo Sab por
una parte, y el minero y su hijo por otra, respectivamente. Así, aunque estas dos
composiciones literarias sean muy diferentes entre sí en diversos aspectos, como por ejemplo,
en la pertenencia de ambas a diferentes corrientes literarias (romanticismo en el caso de Sab y
naturalismo en el de La compuerta), estas obras presentan características que, de cierto modo,
las vinculan.

Para comenzar, Sab es una novela escrita por Gertrudis Gómez de Avellaneda, escritora y
poetisa valorada en su época como una de las figuras clave del romanticismo
hispanoamericano y considerada precursora del feminismo moderno debido al tratamiento
que dio a sus personajes femeninos. La importancia de esta novela, sin embargo, radica en ser
considerada la primera novela antiesclavista (anterior incluso a Uncle Tom's Cabin, la cabaña
del tío Tom, de la escritora norteamericana Harriet Beecher Stowe). Este germen transgresor
viene dado por la marcada rebeldía de una autora que decidió vivir de acuerdo con sus
propias convicciones y luchar contra los convencionalismos sociales, convirtiéndose así en
precursora del movimiento feminista y antiesclavista.

La novela, que se desarrolla en Cuba, relata la historia de amor imposible entre Sab, un
esclavo, y Carlota, hija de Don Carlos de Bellavista, propietario del ingenio en el que el
mulato trabaja como mayoral. La acción se inicia con la llegada de Enrique Otway, futuro
esposo de Carlota, a las tierras de los Bellavista. Su padre le ha recomendado casarse con la
joven para poder conseguir la dote y las tierras que ella posee con el fin de sacar a la familia
de la ruina. Lo que desconocen los Otway es que la familia Bellavista también está en
bancarrota. Carlota está perdidamente enamorada de Enrique del mismo modo que Sab está
enamorado de ella. Por desgracia, los dos quieren a alguien que no les corresponde de vuelta:
Enrique sólo se interesa por el dinero y Carlota solo ve a Sab como un esclavo. Para cerrar el
elenco de protagonistas encontramos a Teresa, una huérfana acogida por Don Carlos, que es
como una hermana para Carlota. Estos cuatro personajes se encuentran en una encrucijada de
sentimientos que los esclavizan hasta llegar a un abrupto final: Sab morirá de amor y Carlota
acabará casándose con Enrique, pero será desdichada. Juntos viajarán por Europa haciendo
negocios, mientras que Teresa decide pasar los últimos años de su vida en un convento. El fin
de cada uno de los protagonistas viene determinado por una sociedad que esclaviza a las
personas por su identidad. Precisamente por esta razón, nuestro trabajo se centrará en el
tratamiento del tema de la esclavitud aplicada a los individuos que viven bajo el yugo de la
sociedad, impuesto por el propio ser humano y basado en que el rol de cada uno de los
individuos viene determinado por sus características identitarias (sexo, raza, o clase social).

Además, con respecto a esta novela, cabe finalmente destacar que, puesto que la sociedad, su
historia, y sus valores se ven plasmados a través de la literatura, esta representación es
inseparable de la disciplina que los concierne. Por consiguiente, ya que Sab se inscribe en el
romanticismo, la visión que se da de su realidad se verá supeditada a los ideales de este
movimiento, de modo que por medio del personaje de Sab, máximo representante del héroe
romántico, se muestra el fenómeno de la esclavitud no solo como una condición humana
impuesta y contraria a la armonía divina, sino también como una fuente constante de
alienación y enajenamiento con respecto a un ámbito natural que es reflejo y creación de
Dios. De hecho, él mismo se lamenta y exclama: “Imbécil sociedad que nos ha reducido a la
necesidad de aborrecerla y fundar nuestra dicha en su total ruina” (p. 153).

Por otra parte, La compuerta número 12 es un cuento escrito por Baldomero Lillo Figueroa,
autor que, perteneciendo a la segunda generación naturalista, adoptó una concepción
cientificista de la literatura con características como la atracción por el bajo pueblo y el
determinismo, lo que lo llevó a ser considerado como el maestro del género del realismo
social en su país, pues su producción literaria es testimonio de la difícil situación en la que se
ven sumidas las familias que viven del mundo del carbón.

Este relato versa sobre la historia de un hombre que, debido a las penurias en las que se ve
sumida su familia, lleva a su hijo a trabajar a la mina, a pesar de la peligrosidad que este
empleo conlleva y de tener su niño tan solo ocho años de edad. El trabajo del crío consistía en
abrir la compuerta número 12 cada vez que pasaran los caballos tirando de los carros con
carbón y, pese a su menguado físico, su propio miedo y a las dudas que del pobre muchacho
sentía su padre, este demostró ser capaz de desempeñar tan duro trabajo. Viendo la fortaleza y
valentía de Pablo, su padre, lleno de orgullo, intenta partir a realizar sus propias labores, pero
su hijo se aferra a él en un desesperado intento de retenerlo y no quedarse solo. Ante esta
situación, el pequeño es atado de la cintura a un fierro para que así su padre pudiese partir a
llevar a cabo su propio trabajo, quedando así solo y a su suerte en esa compuerta que,
cruelmente, le robaría los mejores años de su vida.

Pese a su aparente carácter anecdótico, el cuento se constituye como símbolo de un


macrocosmos mayor, ya que pone al descubierto el trasfondo de una organización social y
humana reveladora de la sociedad chilena de finales del siglo XIX. Así, el relato, que revela
con crudeza las condiciones reales del trabajo y la vida del minero en un momento dado de su
historia, está conformado por la ambivalencia, pues la realidad que refleja es igualmente
contradictoria al estar compuesta por dos bandos opuestos: la compañía inglesa,
representación del mundo de opulencia y lujo del que gozaba la clase alta, y el minero,
condenado a un mundo de miseria y servidumbre eterna. No obstante, dicho antagonismo
tiene un único objetivo: mostrar la lucha de un pueblo por mejorar. De esta forma, a través de
un documento humano descarnado no sólo se delatan los males que impiden la libertad de
toda una comunidad, sino que también crea una base para el impulso de renovación social.
Cabe destacar, además, que, en contraposición a lo que sucede con Sab y en relación con la
corriente literaria en la que se inscribe este cuento, el componente emocional y patético
característico del romanticismo se ve desplazado por el determinismo, pues el narrador asume
el rol de observador y experimentador científico: coloca a los personajes en una historia
particular para probar en ella su hipótesis y demostrar así una ley fija que se repite: “La mina
no soltaba nunca al que había cogido y, como eslabones nuevos, que sustituyen a los viejos y
gastados de una cadena sin fin, allí abajo, los hijos sucedían a los padres y en el hondo pozo
el subir y bajar de aquella marea viviente no se interrumpía jamás” (p.8). Esta ley enfatiza la
finalidad última del relato: denunciar los males de esa sociedad.

Por esta relación con la sociedad, la literatura constituye una forma de conocimiento, pues
nos hace comprender lo más recóndito de la estructura social, la cual revela que la figura del
minero y la del esclavo están unidas inexorablemente por un vínculo común: la opresión a la
que los condena una sociedad estratificada e injusta en la que impera la avaricia que se
traduce en el dominio del capital. Por todo esto, la esclavitud, independientemente de la
forma que adopte, es la condena impuesta por el poderoso que conduce a nuestros dos
protagonistas a su trágico e inevitable final, pues la verdadera libertad nunca les será
concedida y, así, Sab, en nombre de todos los esclavos del sistema, lanza una pregunta que
siempre perdurará en la historia de la sociedad mientras la injusticia de la esclavitud siga
emponzoñando la estirpe de los hombres:

“¿No tienen todos las mismas necesidades, las mismas pasiones, los mismos defectos? ¿Por
qué pues tendrán unos el derecho de esclavizar y los otros la obligación de obedecer? ¿Dios
podrá sancionar los códigos inicuos en los que el hombre funda sus derechos para comprar y
vender al hombre, y sus intérpretes en la tierra dirán al esclavo, «tu deber es sufrir: la virtud
del esclavo es olvidarse de que es hombre, renegar de los beneficios que Dios le dispersó,
abdicar la dignidad con que le ha revestido, y besar la mano que imprime el sello de la
infamia»?” (p. 149).

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