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1- ¿Por qué escribo?

(Grupo 1)

Toda acción comunicativa debe tener, al menos, un objetivo claro y conciso. Este es

el punto de partida sobre el que se construye todo lo demás. En el caso de un texto

escrito la finalidad puede ser informar, invitar, certificar, instruir, etc. Definirla es el

primer paso.
2- ¿A quién escribo? (Grupo 2)

Quién o quiénes serán los receptores del texto, qué conocimiento tienen del idioma,
del tema a tratar, qué respuesta se espera de ellos. La identificación de la audiencia
condicionará otros aspectos, como el registro del lenguaje, el nivel léxico, el formato, o
el grado de formalidad.
3- ¿Qué papel desempeña en la emisión del texto? (Grupo 3)
El redactor debe tener claro cuál es su rol, en calidad de qué escribe. Puede actuar a
título personal, en representación de terceros (un cliente, una entidad…) o como mero
transmisor de una notificación. El tono del escrito no será el mismo en unos casos que
en otros y el nivel de responsabilidad sobre lo que se escribe tampoco.

4- ¿Qué formato debo elegir? (Grupo 4)


Dependiendo de las respuestas a las cuestiones anteriores, se elegirá para el texto un
formato diferente, con un cuidado diseño, que en cada caso será distinto: una carta,
un informe, una invitación, un e-mail, un saluda, etc. El propio formato también
transmite un mensaje paralelo de mayor o menor formalidad, interés y credibilidad.
5- ¿Cuáles son las ideas que quiero comunicar? (Grupo 5)
Y por fin llegamos a la transmisión de las ideas. Estas deben expresarse de la manera
más concisa posible, ordenadas y jerarquizadas de mayor a menor importancia. Así
se garantiza que, en caso de que el destinatario desista de la lectura en las primeras
líneas, al menos habrá recibido el mensaje que el autor considera más relevante.

Claridad (grupo 1)
Al releer y examinar un esquema propio, a veces notaremos que hemos juntado
en una parte del esquema ideas que no tienen relación con las presentadas
inmediatamente antes o después. En ese caso, se nos ofrecen dos posibilidades:
colocar esas ideas en una posición más adecuada, o suprimirlas.”

Y si el análisis es útil para mejorar la estructura, también lo es para eliminar las


palabras que no sirven y desentonan por completo con la idea principal intenta
sustentar.
El periodo referido a los festejos de Día de Muertos, es una época excelente para
hacer una limpieza de la casa física y, sobre todo, de la interior, la mente y las
emociones; el evento de vida conocido como muerte significa culminación de una
etapa, si no perdemos de vista este punto, mi apreciación es que durante la vida
de una persona existen varias muertes, hasta llegar al gran proceso final, con
varios decesos, me refiero a que cada etapa de vida tiene su inicio y tiene su final,
la etapa estudiantil, la laboral, la amorosa, etcétera, la situación se complica
cuando nos aferramos a no dejar una etapa de nuestra vida por necedad (no te
doy el divorcio porque te haré sufrir).

El anterior ejemplo clarifica qué es lo que sucede cuando se escribe sin seguir un
diagrama o sin determinar cuáles son las ideas principales y las secundarias.

Precisión (grupo 2)

Cuando un escrito está sobrado de palabras o cuando las que se espera que
logren cohesión en el texto no aparecen, el lector puede reaccionar de diversos
modos, el más común: releer tratando de encontrar el sentido. Y por más que lo
intente no lo hallará.

Cuando Jaime Torres Bodet fue a Bucher BROS. A alquilar el frac la ciudad de
México tenía cerca de 700 mil habitantes y el país todo un poco más de 14
millones. Cuando se terminó de probar el atuendo y después de rezongar por los
faldones demasiado largos y la brevedad del cuello parado, un 70% de esos 14
millones era de analfabetos. Cuando dejó como depósito de garantía la carta de la
Secretaría de la Presidencia, un 30% de aquellos 14 millones podían considerarse
“obreros”, mientras que los demás dependían para su subsistencia de las “labores
agrícolas”. Cuando salió del local de las calles de Guatemala con el bulto bajo el
brazo, un .01 de esos 14 millones controlaba cerca del 80% del dinero que
producía el país

Sencillez y naturalidad (grupo 3)

Además de la preferencia por estructuras sintácticas simples y eficaces (las


raciones en las que sea posible identificar con claridad sujeto, verbo y
complemento resultan casi inconfundibles y muy útiles para los lectores .

Concisión (grupo 4)
Un escrito conciso demuestra una economía perfecta de palabras que, a su vez,
es el resultado de mapas, borradores y análisis. La concisión es una cualidad que
no sólo favorece la lectura: también demuestra que el autor de un texto es capaz
de desarrollar un orden correcto de ideas y, de paso, argumentar, pues cada
vocablo tiene un fin determinado: demostrar, conducir al lector a entender lo que
se quiere comunicar, esté de acuerdo o no con los planteamientos iniciales.

trazar una estructura en la que destaque la idea principal y las secundarias se


distingan sin problema. De igual utilidad será prescindir de los adjetivos, que sólo
deben emplearse en un ámbito cercano y en situaciones informales.

Originalidad (Grupo 5)

Ser original no radica en usar el ingenio para ser gracioso ni el empleo de palabras
que ya nadie emplea (a las que ya se han definido como arcaísmos). Tampoco
implica que uno deba perder su propia esencia ni aparentar ser correctos todo el
tiempo.
Lo que resulta importante es saber qué se quiere escribir, a qué tipo de público se
dirigirá y, entonces, elegir el vocabulario y la estructura apropiados. Pero
igualmente valioso es no matar la riqueza que uno lleva dentro: no hay autor,
estudiante o profesional, que disfrute escribiendo mientras niega lo que es, intenta
olvidar sus vivencias y sepulta las palabras de las personas que le han dejado
huella.

[…] para muchos es un trabajo duro y difícil meterse con el lenguaje. Pero yo he
oído a granjeros hablar de su primera cosecha de trigo en la primera granja de un
estado, recién llegados de otro, y aunque no eran Robert Frost, parecían su primo
tercero. […] He oído a madres contar la larga noche de su primer parto y el miedo
de que el bebé muriese. Y he oído a mi abuela hablar de la primera pelota que
tuvo, a los siete años. Y, cuando se les entibiaban las almas, todos eran poetas.

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