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CONTENIDO
Sinopsis ............................................................................................................................4
Capítulo 1.........................................................................................................................5
Capítulo 2.......................................................................................................................16
Capítulo 3.......................................................................................................................20
Capítulo 4.......................................................................................................................25
Capítulo 5.......................................................................................................................28
Capítulo 6.......................................................................................................................31
Capítulo 7.......................................................................................................................38
Capítulo 8.......................................................................................................................44
Capítulo 9.......................................................................................................................49
Capítulo 10.....................................................................................................................54
Capítulo 11.....................................................................................................................59
Capítulo 12.....................................................................................................................65
Capítulo 13.....................................................................................................................69
Capítulo 14.....................................................................................................................74
Capítulo 15.....................................................................................................................77
Capítulo 16.....................................................................................................................80
Próximamente ...............................................................................................................88
Sobre la autora ..............................................................................................................89

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SINOPSIS
suciedad · y (fĭl′thē)

adj. inmundicia · i · er, sucio · i · est

1. Cubierto o manchado de suciedad; asquerosamente sucio

2. Obsceno u ofensivo.

3. Vil; sucio.

adv. inmundo

1. Hasta un punto extremo ya menudo desagradable.

Recién liberado de prisión después de cumplir un período de tres años,


Johnathan Marcello solo quiere aclarar la situación, pero es el único que cree que
puede hacerlo.

Entrar en los zapatos de su madre es lo último en lo que piensa Catherine


Marcello, pero ya es demasiado tarde y tiene sus propios juegos para jugar.

El foco de atención no estaba en el plan de Andino Marcello, pero el Capo


podría no tener otra opción cuando la Cosa Nostra comience a buscar al próximo
jefe de la familia.

Ser la bebé de la familia y una buena niña es todo lo que Lucia Marcello
sabe, pero un poco de libertad y espacio podrían darle la oportunidad de
deshacerse de esa máscara.

En los Marcello, estar sucio no es un derecho de nacimiento, se gana. Una


nueva generación está lista para tomar sus tronos, pero no es tan simple.

Esta familia es un legado y esta generación podría ser la más sucia hasta
ahora.

Filthy Marcellos #3.5

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CAPÍTULO 1
JOHNATHAN
El auto negro se detuvo y estacionó junto a Johnathan. La vista de un
vehículo oscuro con vidrios polarizados le resultaba tan familiar que casi sonrió.
Casi.

Una buena parte de su vida estaba llena de recuerdos de autos como este
recogiéndolo por una cosa u otra. Probablemente alguna situación en la que se
había metido y que necesitaba salir.

La ventanilla del pasajero se bajó y reveló a la persona que había venido a


recoger a John esta vez. Lo hizo sonreír al ver a Giovanni detrás del volante.

—Zio —saludó John.

Tío.

A decir verdad, Giovanni siempre había sido más como un amigo y


hermano para John que un simple tío. Especialmente ahora que John tenía treinta
años y ya no era solo un niño bajo los pies de su tío.

Aun así, Giovanni era la única persona en la familia de John con la que
conectaba en un nivel de confianza que no tenía con nadie más. A pesar de que
el cabello del hombre de cincuenta y siete años estaba salpicado de sal, y las líneas
en su rostro le decían que Giovanni no era un hombre joven, de alguna manera
todavía emitía el aire de la juventud. Antony, el abuelo de John, siempre decía
que Giovanni tenía un alma joven.

Lo que sea que eso signifique.

—John —respondió su tío—. Entra. Vamos a llegar tarde, ya que es en


auto. Me dijeron que saldrías a las doce y ya es la una.

—Tuvieron algún tipo de retraso con el papeleo.

Giovanni señaló la puerta del pasajero.

—No me importa. Entra.

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Johnathan sabía que no debía desobedecer a Giovanni. Abrió la puerta del
pasajero, arrojó la gran bolsa de papel marrón al piso del auto y subió. Ni siquiera
había cerrado la puerta por completo antes de que el Gio golpeara el acelerador,
y el auto se tambaleó hacia adelante.

—Mierda —dijo John, agarrando algo para sostenerse y reír—. Ve más


despacio. Me gustaría ver a Ma al menos una vez más antes de morir, ¿de
acuerdo?

Gio sonrió de lado.

—¿No a tu padre?

—Tú sabes cómo es.

—En realidad, no lo sé. Lucian, al igual que Dante, es mi mejor amigo.


Siempre hemos sido cercanos, John. Cuando yo era más joven, no tenía
autocontrol y tenía demasiados problemas para nombrar, siempre tuve a mis
hermanos. Cuando mi padre se sintió a un millón de kilómetros de distancia, mis
hermanos todavía estaban allí. Así que no, no lo entiendo.

—Es así: él no es mi hermano.

Gio tarareó por lo bajo.

—Es tu padre, lo sé.

John nunca se había visto cara a cara con su padre en muchas cosas. Lucian
era un buen padre, en lo que a eso respecta. Siempre había sido bueno con John
y sus hermanas. Amaba a sus hijos totalmente. Pero John siempre se había
sentido fuera de lugar de alguna manera en su vida. O incluso fuera de contacto
con las personas a su alrededor, incluido su padre. Hacía difícil tener una
conexión como la que sus hermanas menores tenían con su madre y su padre.

—¿Qué hay en la bolsa? —preguntó Gio, mirando la bolsa marrón que John
había arrojado al piso del auto.

John se encogió de hombros.

—Mierda con la que entré. Ropa, un reloj, cosas así. Nada importante.

—Déjame ver tu banda, John.

—¿Por qué?

—Déjame verla.

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Suspirando, John levantó la mano para mostrar la pulsera de cuero que
llevaba con el escudo de su familia grabado en el medio.

—¿Contento?

—Solo asegurándome de tuvieras eso también.

—Todo lo que tomé volvió conmigo, Zio.

—No confío en el sistema, John.

Tampoco John, en realidad.

—Gracias por enviar un paquete a la prisión para que tuviera ropa limpia y
decente para salir hoy —dijo John.

Gio le lanzó una mirada a su sobrino.

—No envié nada, John.

—¿Quién lo hizo?

—Tu padre. Lo envió hace un par de semanas para que hoy te pusieras un
traje. Él piensa en ti incluso cuando tú no estás pensando en él.

John deseaba que eso lo hiciera sentir algo, pero todo lo que consiguió fue
una punzada en el pecho que le recordó lo desapegado que realmente
estaba. Siempre había sido así para él. Nunca se sintió como en casa, siempre
miraba a las personas a su alrededor como si estuviera afuera mirando hacia
adentro.

—Entonces, ¿cómo está tu próxima semana? —preguntó Gio.

—Nada inusual. Tengo que consultar con el oficial de libertad condicional.


Tres años de esas tonterías deberían ser divertidas.

Gio se rio.

—O simplemente podríamos pagarle al hijo de puta.

John frunció el ceño.

—Sobornar gente fue una de las razones por las que pasé tres años tras las
rejas en lugar del año que hubiera sido, Zio.

—Sí —dijo Gio, haciendo una mueca—. Tienes razón. Mejor dejarlo estar.

Intento de soborno a funcionarios para retirar los cargos que enfrentó.


Posesión de un arma no registrada. Descargar un arma no registrada. Asalto a un
oficial de policía. En realidad, varios policías.

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Los cargos se habían acumulado uno tras otro sobre John, y antes de que se
diera cuenta, había tenido un período de cinco años con el golpe del martillo de
un juez. Ni siquiera el dinero, el estatus o las conexiones de su familia habían
podido sacarlo de allí.

John estaba bastante seguro de que su padre y su tío Dante tenían algo que
ver con todo. Para Lucian, John estaba fuera de control. O más bien, fuera del
control de su padre. No siempre seguía las reglas. Le gustaba hacer las cosas a su
manera, que no siempre era la manera de los Marcello.

Dondequiera que John iba, los problemas generalmente lo seguían.

Lucian había dicho más de una vez que era hora de que John creciera. John
supuso que finalmente lo había hecho, en cierto modo.

Solo deseaba que su padre no le hubiera permitido tomar un golpe de cinco


años para enderezar su cabeza. Afortunadamente, John cumplió su condena en
tres años con buen comportamiento y libertad condicional en el futuro previsible,
pero todavía apestaba como la mierda sin importar la forma en que lo mirara.

—Oye —dijo Gio.

John se salió de su cabeza y le dio a su tío la atención y el respeto que el


hombre merecía.

Esa era la manera de los Marcello.

Era una regla que a John no le importaba seguir.

Respeto y honor.

Siempre.

—¿Qué? —preguntó John.

—¿Qué quieres hacer ahora?

—Tenemos una fiesta a la cual asistir, ¿no?

—Elegantemente tarde está a la moda o eso he oído —respondió Gio—. Solo


dime algo que te gustaría hacer, John.

—Una cerveza. Me gustaría tomar una cerveza.

Gio se rio entre dientes.

—¿No se supone que…?

—Está bien. Una no me matará.

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—Creo que podemos lograrlo sin que Dante envíe personas a buscarnos.

John frunció el ceño ante la mención de su tío... y jefe.

—Es mi primer día fuera. ¿En serio me estás instando a molestar a


Dante? Dante, ¿quién tiene menos paciencia que yo?

Cuanto mayor era Dante Marcello, menos tolerable a las tonterías parecía
volverse. John fue lo suficientemente inteligente como para saber que su tío, el
Don de la Cosa Nostra Marcello, patearía tu trasero primero y luego haría
preguntas más tarde si fuera necesario.

Gio sonrió.

—No es por él de quien deberías preocuparte.

—¿Oh?

—No. Preocúpate cuando tu madre te ponga las manos encima por no


haberla llamado durante tres meses.

Mierda.

La familia primero, John. Siempre.

Las palabras de su padre eran un mantra que John no podía olvidar.

La madre de John, Jordyn, se había preocupado progresivamente a medida


que se acercaba su fecha de liberación. Ella expresó sus preocupaciones acerca de
su liberación y una posible recaída en otro de sus episodios lo suficiente como
para que comenzara a irritar a John. Su enfoque era simplemente salir de la
prisión y lo que iba a hacer después de que saliera. Para hacer eso, había puesto
una especie de bloque entre él y su madre.

Probablemente no era lo correcto.

—Tal vez deberíamos hacer una parada en una floristería de camino a


Tuxedo Park —murmuró John.

Gio asintió con la cabeza.

—Tal vez deberíamos.

—Y una joyería.

—Ahora lo estás entendiendo, hombre. Lucian te enseñó bien, sin importar


lo que pienses.

John rio.

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—Sé que mi madre se preocupa porque me ama.

—¿Pero?

—Ella me asfixia —admitió John—. Soy un adulto, no un niño. Ella actúa


como si tuviera diecisiete años y no treinta. Todavía piensa que soy un niño.

—Para que conste, todas las madres ven a sus hijos como sus bebés. Jordyn
no es un caso especial. Cecelia todavía piensa que tiene que arreglar mi maldita
corbata si está torcida.

—Sabes que no es lo mismo.

Gio suspiró profundamente.

—O tal vez simplemente no entiendes a tu madre y a tu padre, John.

—Creo que lo hago.

—¿Lo haces? Casi te pierden dos veces. ¿Alguna vez has pensado que
dejarte ir demasiado lejos donde no pueden contactarte los hace sentir
sofocados? ¿Que no poderte mantener cerca les quita la seguridad que tienen?

John no respondió a su tío, pero sabía que Giovanni tenía un buen punto.
Cuando era solo un bebé, su tía Catrina había estado involucrada con un cartel
que había tomado a John como una forma de sacar a Catrina de la imagen. Casi
había perdido la vida, al igual que su padre, sus tíos y su tía cuando intentaron
salvarlo.

Claramente su familia ganó esa batalla.

Los Marcello siempre ganaban.

Y entonces el primer episodio de John había sucedido cuando tenía


diecisiete años. En el proceso de perderse en el caos maníaco de su cerebro, y el
torrente de sus decisiones incontrolables y precipitadas que lo llevaron a un mal
lugar, casi muere nuevamente. Automedicarse, vivir rápido y casi morir joven.

Bien podría haber sido un cliché andante.

Excepto que no lo era.

Su vida era real, y también lo era el trastorno bipolar maníaco que le habían
diagnosticado a los diecisiete años, y luego falló enormemente al manejarlo de
adulto.

—John —dijo Giovanni en voz baja—. Me gustaría una respuesta.

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—¿Qué tan cerca me mantuvo mi padre cuando me dejó ir a la cárcel por
tres años?

—No le diste a Lucian una opción. Te estabas volviendo loco, John,


haciendo mierda estúpida. Cuanto más rápido corrías, más frenético te
volvías. Te negabas a trabajar con tu padre o con las personas que pusieron para
ti. En más de una ocasión, pusiste a todos en situaciones terribles que podrían
habernos costado mucho a todos. Te automedicabas entre productos químicos y
recetas. ¡Cristo, John, desapareciste durante dos semanas!

Lo hizo.

Él había hecho todo eso.

—Pensé que lo tenía bajo control —dijo John.

—Ese fue tu primer error, porque claramente estabas perdido. Todo el


mundo intentaba ayudarte, pero seguiste alejándonos hasta que ya no pudimos
verte más.

Ninguna palabra era mentira.

John no lo negaría.

Su último episodio maníaco comenzó poco después de su vigésimo sexto


cumpleaños, y los ciclos del trastorno continuaron durante semanas y duraron
más de un año. Casi reflejó su primer episodio en su adolescencia cuando su
familia finalmente recibió un diagnóstico de lo que estaba mal dentro de su
cabeza.

Desequilibrios químicos.

Bipolar.

El mayor error de John fue pensar que podía controlar su salud mental sin
medicamentos. Esas pastillas lo etiquetaban como loco. No las necesitaba. Estaba
equivocado, pero cuanto más tiempo estuvo sin ellas, más maníaco se volvió en
su vida diaria. Pasaría de robar por la adrenalina, a pelear por el subidón, usar
sustancias para controlar los altibajos, a follar a cualquier mujer al alcance de la
mano solo para sentir.

Cuando estaba en un ciclo alto en la manía, estaría despierto durante días,


corriendo sin parar y obsesivo hasta el extremo. Cuando llegaban los bajones del
ciclo, haría cualquier cosa solo para salir de ahí, si incluso él lograba funcionar.

Sí, había perdido esa batalla con una explosión.

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Literalmente.

Sus padres no habían podido intervenir como lo hicieron cuando era un


adolescente porque era un adulto la segunda vez. Cuando su episodio llegó a un
punto crítico y John finalmente tocó fondo, casi mató a su primo Andino durante
una discusión sobre el territorio y los hombres en las calles. Debería haber sido
una simple discusión entre Capos. John estaba demasiado perdido en sus propias
tonterías para entender completamente lo que estaba haciendo cuando le apuntó
con su arma a su primo en un restaurante concurrido.

Cómo Gio estaba sentado en un auto con John después de lo que casi le
había hecho al hijo del hombre, John no lo entendía.

Bueno, sinceramente él sabía cómo.

La familia primero.

—Estoy bien —dijo John con firmeza.

—Ahora —concordó Gio.

John decidió en ese mismo momento terminar la conversación. No quería


hablar sobre su salud mental con su tío, ni con nadie para el caso. Tenía un
maldito doctor para esa mierda. O lo había tenido antes.

—Déjalo, Zio —dijo John.

—Tú lo mencionaste primero.

—Y ahora he terminado.

Gio fulminó con la mirada la carretera que conducían.

—Tu equipo se ha dividido entre algunos de los Capos familiares.

—Mejor que Dante entregue mi posición y hombres a alguien


completamente diferente.

—Podrías decirlo.

Oh, por el amor a la mierda.

John podía escuchar la vacilación en el tono de su tío, que no llevaría a nada


bueno.

—¿Ahora qué? —demandó él.

Gio golpeó con los dedos el volante forrado en cuero.

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—Solo para asegurarse de que no vas a tener una recaída en el momento en
que salgas y seas libre de hacer lo que quieras, Dante y Lucian decidieron que
sería mejor si trabajas junto a Andino y Timothy con sus equipos por un tiempo.

La ira se apoderó de John como no la había sentido en mucho tiempo. Era


buena. Tan jodidamente buena. Como una inyección de adrenalina directamente
en su torrente sanguíneo.

Pero ese sentimiento también era adictivo y malo para él. Malo para su
manía y malo para las corrientes bipolares de sus emociones con las que luchaba
a diario. Él no era esa persona loca, fuera de control e inmanejable. Se dio cuenta
de que su comportamiento y sus problemas habían llevado a su familia y a la
famiglia al infierno, pero él estaba bien.

¿Verdad?

¿Ahora?

¿Su familia no confiaba en él?

Cristo.

Eso le molestaba aún más.

—Para ser claros, no tengo voz en eso, ¿verdad? —preguntó John.

Gio se encogió de hombros.

—No, no la tienes.

Porque así era como trabajaba la Cosa Nostra, y su familia estaba tan metida
en esa vida y cultura de una manera en que nadie podría comenzar a entender.
Con su tío como jefe de la familia, su otro tío como consigliere de Dante y el padre
de John siendo el subjefe de la familia, no había escapatoria de quién era.

Mafia.

Hombre hecho.

Cosa Nostra.

Cuando se trataba de decisiones familiares, especialmente las que se


tomaban sobre él, John no tenía un hueso de la pelea. Sus tíos daban los rangos,
al igual que su padre.

Reglas.

Su vida era dictada, rodeada y determinada por reglas.

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John sofocó el impulso familiar de empujar contra las paredes que se
cernían sobre él nuevamente. Solo estaban en su propia mente, después de todo.

—Hay algo más que tengo que hacer esta semana —dijo John, abandonando
la conversación. No quería pelear con su tío por algo que ninguno de los dos
podía hacer por el momento—. Debería hacerlo mañana, pero necesito algunos
contactos.

Gio arqueó una ceja y le miró a John.

—¿Qué cosa?

—Necesito un nuevo terapeuta. Uno que mi padre no tenga en su nómina.

—John…

—Seguiré sus jodidas reglas y le daré lo que quiera, pero él no tiene control
sobre eso. No ahora. Han pasado tres años desde mi último episodio. Dame un
maldito descanso. Me lo he ganado, Gio.

—Te equivocaste —dijo Gio en voz baja.

—¿Acerca de?

—Tu padre. Él te dio una opción, John. Sabes que lo hizo.

John hizo retroceder su irritación.

—Déjalo estar.

—Te dio una opción. Una institución para que te revisaran y te instalaran,
o tiempo tras las rejas. Tú hiciste la elección, John, no Lucian.

—No estoy loco —dijo John.

—Nadie nunca ha dicho eso.

Pero bien podrían haberlo hecho.

—Ponerme en una institución me habría etiquetado exactamente como eso.

—Solo queríamos que estuvieras sano.

—Lo estoy.

Gio le pasó otra mirada.

—Esperemos que sigas así.

—Gracias por eso, imbécil.

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—Solo estoy siendo real, John. Ambos sabemos que, si no sigues manejando
esto como has sido obligado a hacerlo durante los últimos tres años, puedes
recaer fácilmente en otro episodio.

John lo sabía, pero todavía hacía que la ira levantara su fea cabeza. Su gracia
salvadora era poder controlarlo ahora, ya que antes no podía.

—Por cierto —dijo Gio mientras apretaba más el pedal del acelerador.

—¿Qué?

—Feliz cumpleaños, John.

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CAPÍTULO 2
Una gota de tensión se arrastró por la columna de John cuando su tío se
detuvo en la puerta de hierro forjado. Un camino largo y retorcido conducía a
una mansión con dos alas, tres pisos, una piscina y una casa de huéspedes en la
parte trasera. El lugar descansaba en seis acres de propiedad en Tuxedo Park.

La casa de la familia Marcello era enorme.

—Código de acceso, por favor —ordenó una voz robótica desde el altavoz
al que estaba hablando Gio.

—Siete, dos, seis, nueve, cinco, cinco —respondió su tío.

—Por favor, diga su nombre claramente para el reconocimiento de voz.

—Giovanni David Marcello.

El altavoz zumbó por una fracción de segundo antes de que la puerta se


estremeciera y comenzara a abrirse automáticamente. Gio condujo el auto por la
abertura en el momento en que el vehículo podía pasar. Nunca dejaba de
sorprender a John cuán cuidadoso y protector era su familia al mantener sus
vidas privadas ocultas del ojo público. Él entendía, por supuesto, pero todavía
era divertido.

—¿Reconocimiento de voz? —preguntó John—. ¿Cuándo Antony puso eso?

—Hace un año.

—¿Por qué?

Gio se quedó quieto en su asiento.

—Porque sí, supongo.

—¿Estás haciéndote deliberadamente el difícil o qué?

Rápidamente, Gio estacionó el auto en el punto medio de la entrada entre


la puerta y la casa.

—Lo puso porque no es joven, John. Tiene ochenta y siete años y no le gusta
que le recuerden las cosas que no es capaz de hacer a su edad. No se levanta
rápido, su vista es terrible y quiere que su esposa se sienta segura.

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—¿Qué le pasó al guardia que tenía?

—Ya verás —murmuró Gio mientras volvía a conducir—. Simplemente no


le digas nada sobre su edad o los cambios. Le molesta y luego Cecelia se enoja.

—Entendido.

—Bien.

John encontró al guardia en cuestión en el momento en que la entrada


principal a la casa de Marcello estaba a la vista. Vestido de negro, el hombre
descansaba junto a un sedán oscuro con un cigarrillo en una mano y una pistola
en la cintura. John sabía que el hombre tenía que ser el guardia porque a nadie
más se le permitía fumar frente al hogar Marcello. Tenían áreas designadas para
ese tipo de cosas.

—Lo mantiene más cerca —señaló John.

—Sí.

—¿Alguna razón en particular a por qué?

Gio se encogió de hombros.

—Nunca se puede estar demasiado seguro.

¿Por qué John no creía eso?

—Oye —dijo Gio en voz baja.

John miró a su tío.

—¿Hmm?

—¿Estás bien?

—Sí.

Su tensión todavía estaba allí, bailando de la mano con su ansiedad. Tres


años encerrado era mucho tiempo para estar fuera. ¿Cuántas cosas habían
cambiado desde que había ido a prisión? ¿Cuánta distancia había forzado entre
él y su familia en ese tiempo?

Gio apagó el auto y puso su mano en la manija de la puerta.

—Para que conste, John...

—¿Qué?

—Pensé que tomaste la decisión correcta hace tres años.

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John frunció el ceño.

—No sé a qué te refieres.

—Cuando tu padre sobornó al juez con la opción de una institución o


tiempo en la cárcel. Pensé que tomaste la decisión correcta.

Bueno, eso no era lo que John esperaba escuchar.

—¿Y eso por qué?

—Porque a pesar de lo irracional que parecía todo lo que estabas haciendo,


no creo por un segundo que ningún hospital en el país te hubiera tratado como
lo hizo la prisión. Treinta días en una institución con un par de terapeutas,
medicamentos nuevos y poco más no era lo que necesitabas. Tiempo era lo que
necesitabas, John. Todavía tuviste los doctores, las medicinas, pero también
tuviste el descanso. Tomaste la elección correcta.

John dejó escapar un suspiro lento.

—¿Quién más se siente así?

Gio se rio.

—Sé lo que estás preguntando sin preguntarlo directamente.

—¿Y?

—Tu madre probablemente está en la puerta de entrada a punto de


derribarla y venir aquí.

John asintió, sabiendo que su tío no iba a responder su pregunta.

—Mejor meto mi trasero en la casa antes de que salga.

—Sí, probablemente. Apuesto a que tu padre también está esperando.

—No hemos hablado mucho desde que entré.

—Todo lo que tenías que hacer era levantar el teléfono, John.

John echó un vistazo a la mansión.

—Lo sé.

—Lucian cree que tomaste la decisión correcta para ti. Por si te lo


preguntabas.

—No lo hacía.

—Mentir es un hábito terrible, Johnathan.

18
Lo era.

Pero John era demasiado bueno en eso.

19
CAPÍTULO 3
—¡Oh, il mio ragazzo1!

John apenas escuchó las palabras que salían de la boca de su madre antes
de ser envuelto en pequeños brazos que casi lo mataron. Para ser tan pequeña,
su madre era fuerte como el infierno. Ella literalmente lo sacó de balance,
obligándolos a ambos a girar en semicírculo para que estuvieran frente a la
puerta principal y no en la gran entrada como antes.

—Hola, Ma —dijo John, dejando que ella lo aplastara por todo lo que tenía.

Gio sonrió mientras paseaba por su lado.

Imbécil.

Podría haber ayudado a John un poco. Las expresiones físicas de emociones


y John nunca se habían mezclado bien. No a menos que él fuera quien las
expresara. Y cuando expresaba físicamente las emociones, generalmente nunca
terminaba bien para nadie involucrado. Abrazos y tonterías amorosas tampoco
hacían mucho por él.

Jordyn apretó más fuerte a su hijo.

—Te extrañé.

—Me viste hace unos meses, Ma.

—¿Y?

John se inclinó cuando Jordyn finalmente aflojó su agarre alrededor de su


pecho y le dio a su madre un beso rápido en la mejilla.

—Y nada, Ma. Yo también te extrañé.

El rostro de Jordyn se iluminó de felicidad.

La culpa apuñaló el interior de John.

Él tampoco expresaba verbalmente sus sentimientos muy bien. Sentía


mucha mierda, y eso era solo el subproducto de su trastorno, pero procesar,
comprender y comunicar sus pensamientos internos y emociones era

1 Il mio ragazzo: mi niño en italiano.


20
difícil. Claramente había pasado demasiado tiempo desde que le había dado
afecto a su madre si su alegría por una simple admisión era una indicación.

—Liliana no pudo venir de Chicago con Joseph —dijo Jordyn mientras


jugueteaba con la corbata torcida de John—. Lo intentó, pero no pudo salir de los
turnos en el hospital.

Liliana, la hermana menor de John, se había casado con un hombre


involucrado con el Outfit de Chicago. John apenas recordaba la boda, ya que
había estado justo en medio de su episodio maníaco.

—Pero ella vendrá el próximo mes —agregó Jordyn.

—¿Lucia? —preguntó John.

—Ella está aquí —dijo su madre sobre su hermana menor.

—¿Y Cella?

La otra hermana de John, también casada, pero con un hombre que no


estaba afiliado a la mafia, nunca había sido muy cercano a él. No se sorprendería
si ella no se hubiera presentado a su fiesta de cumpleaños de bienvenida.

—Ella está aquí, comiendo a escondidas mientras todos los demás esperan
para comer —dijo una voz oscura y familiar detrás de John.

Jordyn dio un paso atrás de su hijo. John giró sobre sus talones solo para
encontrarse cara a cara con su padre.

Para John, era como mirarse en un espejo envejecido. A medida que crecía,
casi todos los que conocía sentían la necesidad de señalar cuánto se parecía a su
padre. Un gemelo, dijeron. Ojos color avellana que coincidían con los de John lo
miraron de arriba abajo. Su padre sonrió un poco, suavizando brevemente las
líneas afiladas de sus rasgos. Incluso a los sesenta, Lucian Marcello era alto y se
paraba derecho, igualando la altura de John de metro noventa. Lucian mandaba
en una habitación con su comportamiento de no aceptar tonterías y su actitud
contundente. También podría ser intimidante con su tranquilidad y ojos
vigilantes.

—Hijo —saludó Lucian.

—Hola —respondió John.

—Te ves bien.

—Espero que sí.

—Parece que la prisión tiene sus beneficios, ¿hmm?

21
John dejó que el comentario le pasara por encima, sabiendo que su padre
no lo había dicho como un insulto.

—Creo que funcionó para mí.

—¿Cómo estuvo el viaje de venida?

—Largo —respondió John.

Lucian se rio entre dientes.

—Con Gio, cualquier viaje es largo.

—Él habla mucho.

—Eso es lo que hace. —Lucian sacudió un pulgar sobre su hombro—. Como


dije, Cella está aquí y está comiendo a escondidas. Lo estamos dejando pasar con
el embarazo y todo eso. Ella tiene que alimentar al bebé.

John se aclaró la garganta.

—No sabía que estaba embarazada.

—Los teléfonos funcionan, John, incluso en prisión.

Auch.

Ese comentario no salió como el primero.

—Lucian —dijo Jordyn, acercándose a su hijo—. No lo hagas.

Lucian apretó la mandíbula antes de fruncir el ceño.

—Mi scusi2, lo siento. Eso estuvo fuera de lugar, hijo. Estoy feliz de que estés
en casa. Todos lo estamos.

John deseó poder decir lo mismo, pero por una fracción de segundo, volvió
a sentirse como el extraño en su familia nuevamente. Nadie en particular lo hacía
sentir así directamente, pero la desconexión que experimentaba con su propio
padre hizo que todos los demás parecieran distantes también.

—¡John!

El grito de su nombre desvió la atención de John en Lucian.

John se puso rígido cuando su primo, Andino, pasó junto a su tío con una
amplia sonrisa. Andino se puso cara a cara con John. Antes del incidente que

2 Mi scusi: disculpen o disculpa en italiano.


22
llevó a John a prisión y que casi le quita la vida a Andino, los dos primos habían
sido inseparables.

Hasta el final, dijo su familia. Porque los dos primos siempre encontraban
problemas juntos. Siempre habían sido cercanos, incluso mejores amigos, y un
error lo arruinó todo.

A los veintiocho años, Andino era el primo de John más cercano a su edad.

—Jordyn —dijo Lucian con una mirada en dirección a su esposa—… por


qué no hacemos saber a todos que el hombre de la hora ha llegado.

—Claro —respondió Jordyn.

Con un apretón de su mano sobre el brazo de John, sus padres


desaparecieron.

—Es bueno verte, hombre —dijo Andino.

John sonrió de lado.

—Igualmente, cugino.

Andino sonrió ante la palabra italiana para primo.

—Hubiera hecho el viaje para verte, pero no estaba seguro de si eso era
bueno para ti.

—No te habría rechazado, Andi.

Andino extendió una mano.

John lo miró con cautela.

—¿John? —preguntó Andino.

—¿Sí?

—Estamos bien, hombre.

Así como así, las tres palabras arrancaron la preocupación que John tenía
sobre su amistad con Andino.

—¿Lo estamos? —preguntó John.

Andino no dejó caer la mano.

—La familia es primero, John.

23
John estrechó la mano de su primo. El hogar comenzó a sentirse un poco
más real. La distancia que mantenía a John y sus apegos emocionales con su
familia a raya comenzó a cerrarse.

—Espero que no te importe una multitud —dijo Andino.

John arqueó una ceja.

—Nunca.

—Bien, porque toda la maldita ciudad bien podría estar aquí para darte la
bienvenida a casa.

—¿De verdad?

—Invitación abierta a cualquiera en la famiglia, hombre —dijo Andino,


riéndose—. No creo que nadie haya rechazado eso.

Huh.

24
CAPÍTULO 4
—¡Johnathan!

John giró sobre sus talones al oír la voz cansada y grave de su


abuelo. Antony Marcello sonrió ampliamente.

—Abuelo —saludó John, tomando la mano que le ofreció su abuelo.

Antony, a pesar de sus ochenta y siete años y su tamaño marchitándose,


todavía tenía su fuerza. Tiró de John para darle un abrazo rápido y fuerte antes
de soltarlo igual de rápido.

—¿Cómo estuvo?

John ni siquiera necesitó preguntar qué quería decir su abuelo.

—Terrible, pero me las arreglé. Los primeros meses fueron un infierno


debido a... —Luego, John miró alrededor de la habitación a los invitados que
había estado saludando—. Bueno, ya sabes por qué.

Antony frunció el ceño.

—Lo sé.

A pesar del colapso público de John hace años, sus problemas no eran
ampliamente conocidos en sus círculos. Eso fue por elección de John y de nadie
más. No sería menospreciado ni considerado menos hombre en la Cosa Nostra
debido a sus problemas.

Era tan simple como eso.

John sonrió cuando su tío apareció detrás de su abuelo con una expresión
severa.

—Papà —dijo Dante mientras su mano aterrizaba en el hombro de Antony.

Antony frunció el ceño, pero no se giró.

—¿Sì?

—Se supone que debes estar descansando. Por eso Ma te consiguió la silla,
¿recuerdas? Así podrías sentarte con todos y no estar de pie.

—Maldita sea, Dante, no soy tan viejo como...

25
—No dije nada sobre ti siendo viejo, papá.

Antony no parecía satisfecho.

—No tienes que hacerlo. Puedo escucharlo en tu voz.

John decidió no meterse en medio de la discusión padre e hijo.

—¿Puedes escuchar qué en mi voz? No había nada.

—Quería saludar a mi nieto mayor. Los demás ya lo hicieron —murmuró


Antony.

—Estoy seguro de que John ya venía a ti —dijo Dante—. ¿Verdad, John?

—Sí, jefe.

Dante frunció los labios antes de volver a su padre.

—En serio, ve a sentarte. Tendrás mucho tiempo con John durante la


próxima semana. Me aseguraré de eso. Lucian también lo hará.

Antony parecía que iba a seguir discutiendo, pero cuando su esposa entró
en la sala de entretenimiento desde el comedor adjunto, rápidamente le dio unas
palmaditas en el hombro a John y se fue. Lentamente, por supuesto. Antony no
se movía muy rápido a su edad.

—Cecelia lo vigila —dijo Dante más para sí mismo que John.

—Es bueno que alguien lo haga.

—Ella es la única persona con la que no discutirá.

John se rio entre dientes.

—Sí, nunca lo ha hecho.

Dándose la vuelta, Dante miró a John.

—Gio mencionó que tienes libertad condicional para hacer y reportar.

—Un par de horas a la semana. Me reporto los viernes.

—Eso nos dificultará las cosas, John.

Johnathan se encontró con la mirada de su tío, sin molestarse.

—Lo sé, jefe.

—Espero que seas cuidadoso y te mantengas limpio con los negocios.

26
—Dame un poco de crédito, ¿de acuerdo? No soy idiota. Me encargaré de
todo.

Dante suspiró.

—Sigues siendo un Capo, John. Aún tienes trabajo que hacer. Sigo siendo
tu jefe.

—Soy consciente de eso. Así que déjame hacer mi trabajo.

—¿Por qué siento que hay más de lo que estás diciendo?

John se recostó contra la pared y se cruzó de brazos.

—Ahora tengo un par de niñeras, ¿eh?

Los hombros de Dante se tensaron.

—No lo veas de esa manera.

—¿De qué otra manera quieres que lo vea?

—De una manera que dice que a tu familia le importas y se preocupa, John.

—Cumplí mi tiempo. Estoy bien, limpio y claro en la cabeza. Soy el tercer


Capo más viejo de la familia, pero ya no tengo un equipo. ¿No crees que es un
poco injusto?

Dante abrió la boca para hablar, pero John levantó una mano para
detenerlo. Era grosero y francamente terrible por parte de John hacerle eso a un
Don de la Cosa Nostra.

—No te molestes —dijo John en voz baja—. Lo entiendo.

—Recuperarás todo —respondió Dante—. Solo quiero asegurarme de que


puedas manejarlo esta vez. Eso es todo, John.

Una vez más, todo se reducía a la confianza.

John no tenía a nadie a quien culpar excepto a sí mismo por eso.

27
CAPÍTULO 5
—Tengo que empezar a buscar un lugar donde vivir —dijo John.

Andino le dio una calada al cigarrillo y miró a su acompañante en el Lexus.

—Te dije que estaba bien si te quedabas conmigo por un tiempo.

—Me gusta estar solo, Andi. No es por ti.

—Bien. Solo has estado en casa un par de días, John. Dale un poco de
tiempo. Tienes que hacer muchos cambios. Trabaja en todo lentamente. No tienes
que hacerlo todo de una vez.

John no estaba de acuerdo. Quería volver a su antigua rutina de las cosas lo


más rápido posible. Parte de eso no era estar bajo la vigilancia de su primo todo
el maldito tiempo. No era culpa de Andino, porque el hombre solo estaba
siguiendo órdenes. Pero John se sintió sofocado de todos modos.

—Todavía necesito encontrar mi propio lugar.

Andino arrojó su cigarrillo casi terminado por la ventana.

—Podemos hacerlo.

—Bien.

—Entonces, oye, tengo que manejar algunos negocios en uno de mis


restaurantes. ¿Estás interesado en venir o tienes cosas que hacer?

John se encogió de hombros.

—Tengo mierda que hacer.

—No te voy a dar mi auto.

Riendo, John dijo:

—No lo necesito, imbécil.

Pero necesitaba conseguir el suyo y pronto. Estaba en las obras.

—Tomaré el autobús —agregó John—. El almacén está a solo un par de


cuadras de aquí.

—Ve con cuidado y mantente limpio, ¿sí?

28
John frunció el ceño.

—Retrocede.

—Solo me estoy asegurando.

—Está bien. Son tus malditos chicos con los que estoy trabajando.

—Lo sé —dijo Andino—. Pero no todos esos tontos son buenos. Te veré más
tarde.

John salió del Lexus sin decirle nada más a su primo. Cuando Andino se
apartó del costado del camino, John caminó por la acera hasta donde estaba la
parada del autobús y esperó. Menos de diez minutos después, un autobús que se
dirigía directamente al corazón de Hell's Kitchen se detuvo y John entró en el
vehículo.

Sacando un teléfono de su bolsillo, John marcó el número de celular de su


padre mientras caminaba hacia la parte trasera del autobús con los ojos en el
suelo.

—Ciao —dijo Lucian cuando atendió la llamada de John.

—Hola, papá.

—John.

—No voy a ir para la cena. Dale mis disculpas a Ma.

Lucian suspiró profundamente.

—¿Por qué no?

—Negocios en Kitchen.

Técnicamente, era una mentira. No tenía que trabajar hoy si no quería, pero
necesitaba algo que hacer además de estar bajo la supervisión de su primo. John
simplemente no quería pasar por otra ronda con sus padres y sus
preocupaciones. Necesitaba espacio y tiempo para respirar. Necesitaba ser su
propia persona sin las preocupaciones e influencia de los demás.

Sus padres no lo entendían.

—Desayuno mañana —dijo Lucian.

—Yo…

—No es una solicitud, John —interrumpió su padre con dureza—. Cuando


dejas plantada a tu madre, espero que lo compenses.

29
—Bien, mañana.

—Bien.

Lucian colgó la llamada antes de que John pudiera hacerlo.

Metiendo su teléfono en el bolsillo, John tomó el primer asiento que


pudo. Levantando la vista de sus manos apretadas que descansaban en su
regazo, se encontró cara a cara con ojos color zafiro.

John parpadeó.

La mujer sonrió.

Tenía una tablet en las manos y un auricular en la oreja. Una bolsa de


mensajero descansaba a sus pies, atrayendo la mirada de John hacia las botas de
cuero que llevaba. Los vaqueros ajustados mostraban la longitud de sus piernas
y la curva de sus caderas. No la reconoció, pero algo en ella le era familiar.

Metiendo un mechón de sus rizos de tonos caramelo detrás de la oreja, la


mujer volvió a mirarlo. La boca de él se secó y no tenía la menor idea de por
qué. Tal vez porque había pasado tres años en prisión y las únicas mujeres con
las que había tenido contacto desde que salió eran familiares.

O tal vez porque la chica era jodidamente hermosa.

Cada parte de él lo sabía.

—Hola —dijo ella, todavía sonriendo.

—Hola. —John le devolvió la sonrisa—. Johnathan Marcello.

—¿El Johnathan Marcello?

John se rio entre dientes.

—Que yo sepa, solo hay uno vivo en esta ciudad.

La sonrisa de la mujer se hizo más amplia.

—Siena.

—¿Cómo la ciudad en Italia?

—Como esa misma —respondió ella.

—¿Apellido? —preguntó John.

—Calabrese. Es un placer conocerte, John.

Mierda.

30
CAPÍTULO 6
CATHERINE
Catherine entró en el restaurante familiar y respiró hondo. Los aromas
reconfortantes de pizza, pasta y todas las salsas que acompañaban a los famosos
platos del restaurante cubrieron sus sentidos. Si había algo que Andino Marcello
conocía, era buena comida italiana. Su primo era dueño de media docena de
restaurantes como este en toda la ciudad. Este en particular resultó ser el favorito
de Catherine.

Mientras saludaba a la servidora cuando pasaba junto a la mujer, Catherine


se dirigió directamente hacia la parte trasera del restaurante donde sabía que
encontraría a su primo mayor. Los empleados nunca le causaban problemas a
Catherine cuando atravesaba la gran cocina para llegar a la oficina de
Andino. Todos la habían visto pasarse por allí más que suficientes veces.

—Catty —gritó el chef desde detrás de la estufa—. Te ves bien, chica.

—Jamie —dijo Catherine, sonriendo—. ¿Tienes tiempo para hacerme lo de


siempre?

—Para ti, por supuesto.

—Excelente.

—Andino está atrás —dijo Jamie.

Catherine asintió y siguió caminando. El chef tenía unos años más que los
veinticinco de ella, pero eso no significaba que Catherine no había tenido su
diversión con el hombre hace un tiempo. Terminó la relación sin compromisos
cuando Andino se enteró.

Las reglas de su vida eran simples. Los negocios y el placer no se mezclan.


Jamie era empleado de Andino y, en cierto modo, también de Catherine.

En cierto modo...

El negocio de Jamie con Andino no se parecía en nada al de Catherine, pero


ella le daba a su primo el respeto que le debía y se inclinó a sus demandas para

31
poner fin a la relación. Parecía que hasta ahora no había resentimientos con Jamie
si su naturaleza coqueta era alguna indicación.

Catherine sonrió ante sus pensamientos mientras abría la puerta de la


oficina de Andino. El hombre nunca la mantenía cerrada por alguna razón. Ella
nunca tocaba tampoco.

Andino estaba sentado detrás de su escritorio de roble con una


computadora portátil abierta frente a él, y una docena de adornos esparcidos por
varios trozos de papel. Él tenía que ser la persona más desorganizada que
Catherine conocía, pero de alguna manera, él siempre sabía dónde estaba todo.

Snaps, el pitbull de Andino, apenas abrió un ojo cuando Catherine entró en


la habitación. El enorme y musculoso perro simplemente movió su cola
rechoncha y nada más.

—Hola —dijo Andino sin levantar la vista de su computadora portátil.

—Hola. —Catherine arrojó su bolso a la silla vacía y se inclinó para saludar


a Snaps. Le rascó detrás de la oreja puntiaguda del perro y observó cómo se
sacudía su cola rechoncha—. Eres un perro guardián, Snaps. Ni siquiera te das
cuenta de que viene alguien.

Andino resopló por lo bajo.

—Sí, lo hace. ¿Por qué crees que nunca tienes un arma en la cara cuando
entras aquí sin golpear?

Catherine se enderezó.

—¿De verdad?

Andino golpeó su pie a un lado del escritorio. Descansaba directamente al


lado de la gran cabeza de Snaps.

—Me empuja el pie cuando alguien se acerca a la puerta.

—Pero eso no te dice quién vendrá.

—Si él no te conociera, entonces lo sabrías cuándo irrumpes aquí.

Catherine decidió aceptar la palabra de su primo. Snaps siempre parecía


terriblemente perezoso cuando ella estaba cerca.

—¿Tienes las cuotas? —preguntó Andino, todavía concentrado en su


computadora portátil.

—Sí.

32
—Paga, Catty.

Catherine deseaba que la gente olvidara ese apodo suyo. Todos llamaban a
su madre Cat, y por defecto, la llamaban a ella Catty. Lo odiaba.

—Voy a comenzar a cobrar por cada vez que tú o uno de tus muchachos me
llame Catty, Andino.

Andino sonrió, dando a Catherine con una mirada despectiva.

—Por supuesto. Paga.

Agarrando su bolso, Catherine lo abrió y sacó un sobre amarillo que tenía


seis centímetros de grosor. Lo arrojó al escritorio de Andino. El pago pesado
aterrizó con un ruido sordo. Snaps levantó la cabeza ante el sonido, pero
rápidamente se dejó caer al suelo como si nada estuviera mal.

Perro perezoso.

Andino evaluó el paquete con los ojos antes de tomarlo. Balanceándolo en


la palma de su mano, lo movió de arriba abajo como si estuviera comprobando
el peso.

—Maldición —murmuró él con aprobación—. ¿Cuánto hay?

—Poco más de ciento cincuenta.

—¿En total?

—Sí. Ciento cinco para ti. Setenta por ciento, ¿verdad?

Andino asintió.

—Sí. Eso no está mal para dos meses. Sí te das cuenta de que tengo
distribuidores en la calle que tardan unos meses en traer una carga como esta,
¿verdad?

Catherine se encogió de hombros.

—No soy como ellos, Andino.

—Soy consciente. Estás teniendo cuidado, ¿no?

—Estoy bien —dijo ella en lugar de responder a su pregunta.

Lo que pasaba con el negocio de Catherine era que no era como cualquier
otro vendedor en la calle. De hecho, ella ni siquiera trabajaba en las malditas
calles para vender productos para su primo. Ella no tenía que hacerlo.

33
Catherine Marcello era, y siempre había sido, desde que podía recordar,
parte de la élite de Nueva York. Algunos llamaban a su familia realeza. Otros los
llamaban legado, lo que le daba a ella la capacidad de estar en situaciones con
personas que tenían más dinero del que sabían manejar. El estatus y el apellido
de su familia le dieron la oportunidad de codearse con algunos de los mejores de
los mejores. Rico y dinero viejo junto con celebridades eran sus juegos. Ella los
jugaba bien. Escenas de clubes, eventos de caridad, fiestas exclusivas y pequeños
hijos e hijas mimados de personas que llorarían si sus hijos fueran atrapados en
un escándalo.

Sí, Catherine conocía su juego.

Ella no era como los otros traficantes de Andino.

—¿Cuánta Molly y polvo quieres para el próximo mes?

—Igual que el anterior.

Andino le dio una sonrisa.

—Mientras me sigas pagando, seguiré abasteciéndote, Catherine.

—Ya lo sabes. —Catherine se preguntó dónde estaría John, ya que se


suponía que su primo mayor estaría con Andino desde que salió de la prisión—
. ¿Dónde está John?

—Encargándose de negocios.

En otras palabras, no es asunto suyo.

—¿Él sabe que estoy trabajando contigo en cosas? —preguntó ella.

—Lo pondré al corriente. —Andino sonrió perversamente, y agregó—: O él


se dará cuenta a su debido tiempo. John tiene mucho con lo que ponerse al
día. ¿Alguna vez has considerado estar por tu cuenta con todo esto?

Catherine arqueó una ceja.

—¿Qué pasaría si me voy por mi cuenta, Andino?

Andino se rio en voz baja.

—Bueno, tendrías que encontrar otro proveedor, por supuesto. Pero por el
lado positivo, tendrías que manejar tu propia mierda y podrías ser tu propio jefe
en lugar de responder a mí.

Como había hecho su madre una vez, pensó Catherine.

34
Catrina Marcello había sido la Reina una vez. Una Queen Pin fantasma
suprema en el mundo de celebridades, atletas y políticos por igual. Cualquiera
que no pudiera permitirse estar en un escándalo, Catrina suministraba cocaína
cuando la necesitaban, de la manera que la quisieran.

Catherine, por otro lado, se había topado con un trato por accidente. Había
sorprendido a su hermano trabajando en los vestuarios de la escuela privada una
vez, entregando a Molly y hierba a todos los niños ricos que querían fumar o
tomar una píldora antes de sus juegos o exámenes. Cuando Michel se graduó y
fue a la escuela de medicina, Catherine se hizo cargo de su lugar como
proveedora de la escuela cuando la gente acudía a ella preguntándole de dónde
podían obtener algo de sustancia.

Ella sabía a dónde ir. El imperio de toda su familia estaba hecho de drogas,
armas y territorio. Sus padres pensaron que había hecho la vista gorda y sorda al
negocio mientras crecía, pero Catherine tenía acceso a Internet como cualquier
otra persona.

Ella sabía que sus primos trabajaban en la Cosa Nostra. Sabía que su padre
era el Don. Así que, fue a John cuando los niños comenzaron a acercarse a
ella. Cuando John tuvo lo suyo hace un par de años, Catherine acudió a Andino.

El resto era historia.

Pero el dinero era condenadamente bueno. No es que ella lo necesitara. Su


familia tenía más riqueza de la que sabían manejar. Catherine tenía un fondo
fiduciario considerable para su educación y su vida después de que terminara su
educación.

De alguna manera, su fondo fiduciario y el dinero de su familia no se sentía


lo mismo a crear el suyo. Por su propia mano, era exitosa, respetada y
deseada. Tampoco necesitaba ser su madre para tener esas cosas. Ella era solo
Catherine Marcello.

—No lo sé. —Andino arrastró las palabras, mirando a Catherine—. Creo


que podrías hacerlo. Ir por tu cuenta y crear algo, quiero decir. Sin ser la
intermedia para tu proveedor, eso es.

—¿Como lo hizo mi mamá? —preguntó Catherine.

Andino se reclinó en su silla y apoyó los brazos detrás de la cabeza.

—Tienes que darle a la mujer crédito, Catty, era una gran traficante.

—No usaré el nombre o la historia de mi madre para llegar a ninguna parte,


Andino.
35
—Nunca sugerí que deberías.

—Ser ella es lo mismo. Además, esto es más fácil. Simple y limpio.

Andino se echó a reír mientras sacaba un libro negro de su escritorio. Lo


dejó caer sobre el escritorio, lo abrió y garabateó los números de Catherine del
mes. Su primo siempre hacía eso para hacer un seguimiento de sus negocios.

—Solo sigue teniendo cuidado, ¿eh? —dijo Andino.

Catherine asintió con la cabeza.

—Lo tengo.

—Bien. Porque si tu padre alguna vez se da cuenta de que una parte de mis
cuotas proviene de su hija, me cortaría las jodidas bolas.

Rayos.

—No lo descubrirá.

Andino resopló.

—Cuidado, Catty. Nunca se sabe. Dante no es un hombre estúpido, así que


no lo trates como tal. Catrina tampoco es una idiota, en realidad. Además, tal
como está, te estás haciendo un nombre en las fiestas y demás. No pasará mucho
tiempo antes de que tu padre o tu madre se den cuenta.

Catherine se encogió. No fue la mención de su padre lo que la molestó, sino


de su madre. Catrina, a pesar de todos sus intentos de proteger a Catherine de
sus tratos como Queen Pin mientras crecía, había fracasado. Aun así, Catherine
metió sus manos en el agua del negocio.

No había tal cosa como estar un poco mojado con la mafia. Estabas
empapado o seco. A las mujeres no se les permitía estar en la famiglia. Cosa
Nostra nunca aprobaría los tratos de Catherine.

—Están demasiado interesados en asegurarse de que no abandone la


universidad —dijo Catherine, desestimando las preocupaciones de Andino.

Y últimamente, incluso su deseo de convertirse en abogada como su


cuñada, Gabbie, se estaba desvaneciendo cada vez más a medida que su negocio
detrás de cámaras prevalecía en su vida cotidiana. ¿Cuánto tiempo pasaría antes
de que su madre y su padre descubrieran que había dejado tres clases el semestre
pasado?

Maldita sea.

36
Quizás Andino tenía un punto.

—Sí conoces a tu madre y a tu padre, ¿verdad? —preguntó Andino.

—Andino, sé serio.

—Lo soy. Ellos lo saben todo, incluso cuando pensamos que no. Es su
trabajo. ¿Por qué demonios crees que Dante sigue siendo el jefe a los cincuenta y
nueve? Si fuera un hombre estúpido, ya estaría muerto. Lo mismo va con tu
madre. Las posibilidades son, o que sospechan o que ya lo sepan, Catherine.

—Ahora solo estás tratando de asustarme.

—Tienes veinticinco años y la idea de que tu madre o tu padre te


desaprueben todavía te enloquece, ¿no? Necesitas superar eso y pararte por tu
cuenta, Catherine. Mierda, creo que tus papás podrían incluso sorprenderte si
hablas y les dejas entrar en tu pequeño negocio. Deja de ser una pincipessa todo
el maldito tiempo.

Catherine se erizó visiblemente.

—Tengo comida esperándome. Jamie está cocinando mi habitual. Vendré


para recoger mi próximo lote el lunes. Tengo una premier de una película,
después de todo. Necesito estar abastecida y lista para eso. ¿Bueno?

—Desviando el tema, qué bonito.

—Vete al infierno, Andino.

La risa de su primo la siguió fuera de la oficina. Ella cerró su puerta lo


suficientemente fuerte como para tumbar un letrero de lavado de manos de la
pared de la cocina. Snaps gruñó dentro de la oficina.

—¡No cierres mi puerta de golpe solo porque estás enojada! —gritó Andino.

Catherine siguió caminando.

37
CAPÍTULO 7
—Aquí tienes, Catty —dijo Jamie.

Un plato de pollo fettuccini al Alfredo se deslizó frente a Catherine. Ella


cerró el libro de texto a su lado, lo tiró en su bolso y sonrió.

—Gracias, Jamie.

El chef se apoyó contra la mesa.

—¿Qué tal la escuela?

—Ocupada.

—Me imagino. ¿Sigues en las leyes?

—Intentando —dijo Catherine mientras clavaba su tenedor en la pasta


caliente.

—Sabes, podría ser útil que vinieras a visitar a Andino un poco menos y
pasaras más tiempo en la universidad.

El tenedor de Catherine se congeló a medio camino de su boca. Levantó la


vista hacia Jamie, su mirada se entrecerró.

—¿Debería? Gracias, lo tendré en cuenta.

Jamie frunció el ceño.

—Oye, solo te estoy cuidando.

—No es tu trabajo.

—Yo…

—No es tu trabajo —interrumpió Catherine fríamente—. Incluso cuando


estábamos tonteando, seguía sin ser tu trabajo. Hemos tenido esta discusión
antes, y si quiero reglas y demandas, tengo un padre al que acudir para
eso. ¿Recuerdas esa charla?

Jamie se enderezó rápidamente como si alguien hubiera empujado una


varilla de metal por su columna.

—Sí, la recuerdo.

38
—Bien.

—Disfruta tu comida.

Catherine sonrió dulcemente.

—Lo haré.

El chef se alejó sin mirar atrás. A Catherine no le importaba. Obviamente, el


hombre estaba un poco amargado porque su casi relación llegó a su fin hace
meses. Ella había pensado que él estaba bien con eso, pero tal vez solo era
ella. Catherine no sabía qué decirle al tipo, excepto que siguiera adelante. Ella ya
lo había hecho.

Disfrutaba de su pasta y pollo en paz mientras sacaba su libro de texto y


comenzaba a estudiar para un próximo examen sobre las condiciones sociales y
los factores legales en las facciones del gobierno. Se leía tan aburrido como
sonaba. Catherine todavía no estaba segura de por qué decidió ir por las
leyes. Honestamente, ella no sabía lo que quería hacer.

Ser abogada probablemente no era eso.

Ella no tenía otra opción ahora.

—Pensé que reconocía ese rostro.

La cabeza de Catherine se levantó de su libro mientras retiraba el tenedor


de su boca. Con la boca llena de pasta y los ojos muy abiertos, miró en la dirección
de la voz familiar. Cabello oscuro y salvaje, hombros anchos, sonrisa arrogante
como la mierda y una figura esbelta se movió en dirección de Catherine con pasos
que rezumaban confianza.

Cristo.

Cross Donati era sexo, pecado e infierno en dos piernas. Era arrogante
cuando quería serlo, difícil en sus buenos días y sexy como la mierda todo el
tiempo.

Catherine se preguntó por qué demonios Cross estaba en un negocio


Marcello. Si bien sus familias eran amigables en el mundo de la Cosa Nostra, el
territorio aún era territorio. Cross tenía su propia familia y territorio para estar.

Pero eso no era todo.

—Catherine —dijo Cross, su sonrisa fundiéndose en una sonrisa sensual.

Ella se forzó a tragar la comida en su boca para poder respirar y hablar.

39
—Cross. ¿Qué estás haciendo aquí?

Cross se encogió de hombros, sacó la silla frente a Catherine y se sentó en


un movimiento fluido. Él irradiaba sexualidad y frescura con cada movimiento.

—Negocios, bella. Nada inusual.

Hermosa.

Catherine ignoró el escalofrío que le recorrió la espalda.

—Siempre es inusual cuando las familias de la Cosa Nostra se mezclan.

—Y tú qué sabes sobre eso, ¿hmm?

—Sé lo suficiente. Nunca fui una idiota, Cross.

—No, no lo eres.

Su postura asertiva y su sonrisa fácil le recordaban a ella cómo había sido


en la secundaria y la universidad, el rey del campo y el alfa en cualquier otro
lugar. Él era un año mayor que ella, pero hace mucho tiempo, los dos habían sido
cercanos... tan cercanos que él había sido el primero de Catherine en muchas
cosas.

—¿Cómo has estado, Catherine? —preguntó Cross.

Ella no tenía una respuesta adecuada para él.

Su pregunta se sintió mezclada con cosas que no había dicho. Como si el


tiempo se estuviera poniendo al día con ellos con solo unas pocas palabras. Su
primer beso fue Cross. Su primera vez con un hombre fue Cross. Él le había dado
cinco años locos llenos de más recuerdos de los que ella quería contar. Su primer
amor fue Cross.

Si tuviera una lista de verificación a mano de las cosas que había hecho hasta
ahora en su vida, el nombre de Cross sería el dueño de cada cosa.

Ser buenos juntos no siempre fue suficiente. Cuando eran buenos, eran tan
buenos. Pero cuando eran malos, eran francamente horribles. A veces, pasaban
más tiempo terminando las cosas en la secundaria y en su primer año de
universidad que juntos. El amor joven y estúpido no era suficiente para que
funcionara.

Catherine se fue por su lado. Cross se fue por el suyo.

Tan simple como eso.

¿Verdad?

40
Con él sentado frente a ella, sonriendo y mirándola con su mirada marrón
oscura y sus dedos recorriendo su cabello, recordaba más cosas buenas que
malas. La forma en que su boca se arqueó en las esquinas cuando sonrió fue
suficiente para hacer que los labios de Catherine hormiguearan con el recuerdo
de lo que se sentía ser besada por este hombre.

¿Qué tenía este tipo que molestaba tanto a Catherine?

—Estás terriblemente callada —señaló Cross.

—Solo estoy pensando —admitió Catherine.

—¿Puedo preguntar sobre qué?

—Ya sabes qué, Cross. Lo mismo en lo que siempre pienso cuando estás
cerca.

Como en lo estúpida que me haces, añadió ella en silencio.

—No me respondiste. ¿Cómo has estado, nena?

—He estado bien —respondió ella.

Cross sonrió cuando su ceño se levantó como si no le creyera.

—¿Sigues haciendo negocios con tu primo?

—Tal vez.

—Seguro que lo haces. ¿Por qué más estarías aquí?

Catherine hizo un gesto a su plato.

—Comida deliciosa.

—Mmhmm.

Sin previo aviso, Cross extendió la mano sobre la mesa y agarró la mano de
Catherine. Él la apretó suavemente y pasó la yema del pulgar por sus
nudillos. Catherine retiró su mano de su agarre para ocultar el ligero temblor que
sacudió su brazo ante el toque.

—No hagas eso, Cross —murmuró Catherine.

—Todavía tan terca como siempre, ya veo.

—Te gustaba.

—Puede que todavía me guste.

Los ojos de Catherine se abrieron.

41
—¿Disculpa?

—¿Qué harás este fin de semana?

—Uh...

—Sal conmigo —dijo él.

Catherine lo miró tontamente.

—Um.

—Vamos, Catty, siempre tuviste una respuesta rápida para todo lo que yo
o cualquier otra persona dijera. No me decepciones ahora.

—Cross…

—Catherine, hola. Andino preguntaba si todavía estabas aquí. Quiere que


vuelvas a la oficina por unos minutos.

Catherine parpadeó hacia Jamie. El chef se deslizó al lado de su mesa con


una mirada fulminante directamente al hombre sentado frente a Catherine con la
mano aún extendida hacia ella. No se podía negar el hecho de que Cross
observaba a Catherine como si fueran cercanos, como si todavía hubiera algo
entre ellos.

¿Lo había?

Ella no lo sabía.

No estaba segura de querer eso.

—¿Quién es este, Catherine? —preguntó Jamie—. No has mencionado


tener un amigo.

Las palabras de Jamie gotearon resentimiento. Cross dio una mirada


desinteresada en dirección a Jamie. Al mismo tiempo, Catherine no se perdió del
calor en los ojos de su antiguo amante, ya que probablemente notó lo molesto
que parecía el chef por la proximidad y la comodidad de la pareja en la mesa.

Celoso.

Cross estaba celoso.

Jamie estaba celoso.

Catherine no tenía tiempo para estas tonterías. Estos dos hombres podían
comparar pollas en otro momento cuando no estuviera cerca. A ella no le
importaba una mierda.

42
—Gracias por informarme sobre Andino, Jamie.

De pie, Catherine dejó su plato de comida sin terminar y su viejo amante


para enfriarse en sus respectivos lugares mientras agarraba su bolso.

—Cross, fue un placer verte.

Él ni siquiera se puso de pie.

—Igualmente, Catherine —susurró él.

Odiaba que también hiciera eso.

¿Por qué?

Porque ella recordaba muy bien cómo sus susurros sentían sobre su piel.

No había tiempo.

No para esto.

43
CAPÍTULO 8
La parte sobre el hermano mayor de Catherine que más le gustaba era su
esposa, Gabbie. Michel era un idiota malhumorado y difícil en sus buenos días,
pero su esposa era el lado más ligero de su personalidad.

Era divertido en las cenas familiares.

—¿Tu residencia termina en unos meses? —preguntó el padre de Catherine


desde la cabecera de la mesa.

Michel asintió con la cabeza.

—Afortunadamente.

—Largas horas —dijo Gabbie antes de tomar un trago de vino.

—¿Y ya decidiste qué vas a hacer después? —preguntó Catrina a su hijo.

—Práctica privada —dijo Dante antes de que Michel pudiera.

Michel sonrió de lado.

—Papá lo sabe. Mejor dinero, ya sabes.

Gabbie suspiró.

—No se trata solo del dinero, Michel.

—Es todo sobre el dinero —argumentó Michel.

—No todo —cantó Gabbie.

El padre de Catherine se rio en la cabecera de la mesa, la alegría en sus viejos


ojos suavizó sus facciones. Dante a menudo se presentaba como intenso y
severo. Tanto así, que intimidaba a la mayoría de las personas que entraban en
contacto con él. Catherine sabía que eso era simplemente porque la gente
realmente no sabía quién era su padre.

Claro, él era un gran jefe del crimen.

Pero también era papá.

Él era un hombre de familia.

Él amaba.

44
—¿Qué tal la escuela? —preguntó Catrina, su aguda mirada cayó sobre
Catherine.

—Bien —respondió Catherine.

—Maravilloso —dijo Dante, sonriendo ampliamente—. Solo quedan un par


de años, Catty.

Catherine se obligó a aceptar eso. La verdad era que podría ser más que un
par.

Dante miró a su hija en silencio, como si estuviera buscando algo que no


existía. Con demasiada frecuencia, su padre hacía esas tonterías. También era
muy bueno en eso.

—Hablé con Andino hoy —dijo Dante.

Mierda.

Catherine metió el tenedor en un trozo de interés y preguntó:

—¿Oh?

—Sí, mencionó que te detuviste a comer en el restaurante.

—Lo hice.

—¿De qué me perdí? —preguntó Michel.

—De nada —dijo Catherine.

—Oh, debe haber algo dada la forma en que luces —dijo Catrina—. O más
bien, la forma en que estás tratando de no lucir, Catherine.

Dio.

Por eso Catherine a veces evitaba a su familia. Ellos hacían un punto en todo
y metían la nariz donde no pertenecía.

—¿Estás viendo al chico Donati otra vez? —preguntó Dante de la nada.

Catherine dejó caer su tenedor. Aterrizó en su plato con un fuerte ruido. Fue
el único ruido que hizo la mesa durante los diez segundos enteros que pasó
mirando a su padre con la boca abierta.

—¿Qué? —Catherine finalmente logró preguntar.

—Donati. Cross. El hijo de Affonso Donati. —Dante frunció el ceño cuando


Catherine permaneció en silencio—. ¿Por qué te haces la tonta, Catherine? Sabes
de quién estoy hablando. Saliste con él por años.

45
—¿Por qué crees que estoy saliendo con Cross otra vez?

—Andino mencionó…

—¿Qué, que Cross se apareció en el restaurante de Andino y tuvimos una


conversación, papá?

Catherine dejó escapar un fuerte suspiro, más frustrada que nunca. Si bien
su padre nunca le había dicho explícitamente que no podía salir con Cross, él
nunca había aprobado totalmente al hombre. Catherine sospechaba que era solo
porque estaba interesado en ella, y a Dante nunca le gustaron los chicos que
rodeaban a su hija.

Dante levantó una ceja, e instantáneamente, Catherine se calló. Ella sabía


qué líneas cruzar con su padre y cuáles nunca tocar. Ser grosera era algo que él
no aceptaría. No importaba la edad que tuviera.

—Lo siento —murmuró Catherine rápidamente.

—Está bien —dijo Catrina, parándose de la mesa—. Michel, vamos a…


hacer algo por unos minutos.

—Vamos, Gabbie —dijo Michel, tendiéndole la mano a su esposa.

Catherine se centró en su plato en lugar de los ojos de su padre que la


quemaban.

—Dímelo, papi —dijo Catherine.

Dante suspiró.

—Solo quería una respuesta, Catherine.

—Te di una.

—Que tuviste una cita con Cross Donati en el restaurante de Andino. Sí, lo
tengo.

—¿Qué cita? —preguntó Catherine—. No fue una cita.

—¿No lo invitaste allí?

—No.

Dante se quedó en silencio.

A Catherine no le gustó eso en absoluto.

—¿Qué? —exigió ella.

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—¿Estás saliendo con alguien? —preguntó Dante en lugar de responder.

Catherine apaciguó su frustración.

—¿Por qué, así puedes pagarle a quien sea que sea para alejarse de mí? Sé
lo que sientes por los hombres en mi vida, papá.

—No le he pagado a nadie, Catty.

—Probablemente lo hayas pensado.

La mejilla de Dante se torció antes de asentir una vez.

—Te daré eso.

Sonriendo, Catherine dijo:

—No estoy con nadie. Y ciertamente no Cross Donati. Dijo que se apareció
en el restaurante por negocios con Andino.

Bueno, había dicho negocios. Catherine supuso que eso significaba con
Andino.

—Andino dijo que no había invitado a Cross, cariño.

Catherine se quedó quieta en su silla, asimilando las palabras de su padre.

¿Qué significaba?

¿Cross la había buscado?

¿Por qué?

—Quiero que seas feliz, Catherine —dijo su padre—. No me importa con


quién elijas ser feliz. No me importa si es un hombre hecho, o si es un hombre
normal que conocerás algún día. No me importa mientras él te ame como debes
ser amada, mia ragazza3.

Catherine retorció las manos sobre su regazo, sentimental e intentando


ocultarlo. Siempre había tenido una relación más cercana con su padre que con
su madre. Ella amaba a su madre, pero a menudo era diferente con su
padre. Dante entendía a Catherine, la dejó vivir como ella quería. Ella lo adoraba
por eso.

—Encontraré al indicado, papi —susurró Catherine.

—El que te haga feliz.

3 Mia ragazza: mi niña en italiano.


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—Sí, ese.

—A veces, Cross no te hacía feliz.

—Lo sé.

—Y otra cosa —dijo Dante.

—¿Hmm? —Catherine se encontró con la mirada de su padre desde el otro


lado de la mesa—. ¿Qué?

—Mantén los ojos abiertos si te está buscando por algo.

Catherine también lo sabía.

Pero la curiosidad estaba ardiendo.

¿Por qué Cross había hecho eso?

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CAPÍTULO 9
ANDINO
—Buenas tardes, Ma —saludó Andino, inclinándose para besar la mejilla
de su madre.

Kim le dio a su hijo una cálida sonrisa y una palmadita en el brazo.

—Tu padre está jugueteando en el garaje.

—No vine a ver a papá —mintió Andino a medias.

Él había venido a hablar con Giovanni, pero siempre hacía tiempo para su
madre también. Ser hijo único le había permitido a Andino todo el amor y la
atención de sus padres mientras crecía bajo sus ojos vigilantes. Su padre había
sido tranquilo y divertido, al igual que su madre.

Tenía padres interesantes, por lo menos. A Andino se le había permitido


experimentar con la vida sin expectativas ni exigencias que lo agobiaran. Siempre
había tenido un confidente en su padre, en caso de que necesitara hablar. Siempre
había tenido apoyo en su madre, sin importar sus decisiones. El juicio no tenía
lugar en el hogar y la vida de sus padres, y ciertamente no hacia Andino o sus
elecciones.

Andino ni siquiera recordaba haber tenido reglas.

—¿Ese era un nuevo Lexus que vi en el camino de entrada? —preguntó su


madre.

Andino se movió para sentarse al lado de ella en el sofá, sonriendo


perversamente. Le gustaban las cosas caras, autos en su mayoría.

—Sí.

—Te consientes, Andino. Todos siempre decían que seríamos nosotros los
que lo haríamos porque eras hijo único. Creo que se equivocaron. Ciertamente
no sacaste tu amor por las cosas costosas de tu padre y de mí, en lo que a eso
respecta.

Riéndose, se recostó en el sofá y dejó que la familiaridad de la casa de sus


padres lo absorbiera.

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—Tengo que gastar todo el dinero que gano de alguna manera, Ma.

—¿Qué tal una chica? —preguntó Kim, sonriendo astutamente.

—¿Una chica?

—Encuentra una, cásate con ella y tendrás muchas más cosas en las que
gastar tu dinero, Andi. Cosas distintas a ti mismo. Creo que encontrarás que
gastar tu dinero en otra persona en lugar de ti es gratificante.

—Ma…

Kim chasqueó la lengua, deteniendo a Andino antes de que pudiera


replicarle.

—Quiero nietos algún día, Andino. Tienes veintiocho años, es hora de


sentar cabeza. Encuentra a alguien para eso.

—No creo que lo entiendas, Ma —dijo Andino en voz baja.

—¿Oh?

—No. No he encontrado a nadie que me haga querer sentar cabeza. No lo


forzaré simplemente porque quieres nietos para consentir a más no poder.

Kim sonrió, pero incluso la vista era triste.

—Lo sé.

Suspirando, Andino preguntó:

—¿Te arrepientes de no haber tenido más hijos después de mí? Tal vez si lo
hubieras hecho, tendrías unos bambinos corriendo por aquí o algo así.

—Ni por un segundo.

Kim ni siquiera había dudado antes de responderle. Sus palabras salieron


francas y honestas. Andino le creyó a su madre. Ella nunca había mencionado
tener más hijos mientras crecía. Tampoco su padre.

—Además, tu padre habría vivido su vida en un constante estado de pánico


si le hubiera dado a luz una niña —agregó Kim, riendo suavemente—. Cuando
llegaste, Gio podría haber ido al doctor para asegurarse de que no tuviéramos
más.

Andino sonrió, sabiendo que eso probablemente era cierto.

—Eres terrible, Ma.

—Solo digo la verdad.

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Kim arrojó la revista que estaba leyendo a la mesa de café y le dio toda su
atención a su hijo. Mientras que los ojos de su madre eran de color azul pizarra,
los de Andino eran de un verde bosque como los de su padre. Pero en rasgos,
sabía que se parecía más a su madre. Donde Kim era suave en sus líneas, Andino
era la versión masculina y más moldeada de ella. A menudo, le decía que se
parecía a su tío Cody de Las Vegas.

Andino nunca había conocido al hombre, pero era solo cuestión de tiempo
antes de que finalmente lo hiciera. Cody Abella era el jefe de la Cosa Nostra de
Las Vegas, después de todo. Giovanni tuvo cuidado de mantener a su hijo lejos
de Las Vegas durante el tiempo que Andino podía recordar, aunque su padre
nunca le explicó por qué.

Supuso que tenía algo que ver con su madre. Con cómo la conoció. Andino
no era estúpido. Sabía cómo sucedió eso.

La gente hablaba.

—¿Cómo te va en el trabajo? —preguntó su madre.

—Tranquilo, pero ocupado como siempre. Me mantiene en marcha.

—¿Y John?

Andino permaneció pasivo ante la pregunta.

—¿Estás preguntando por preocupación por él como tía, o estás tratando de


sacar información de mí para papá?

Kim sonrió.

—Eres demasiado observador para tu propio bien.

—No, solo te conozco, Ma. —Andino se encogió de hombros y dijo—: Papá


puede preguntarle a John cómo le está yendo si está preocupado por él. John
siempre fue más cercano a papá que a su propio padre, de todos modos. Pero,
sinceramente, lo está haciendo bien. Lleva unos días en casa y todavía no ha
pasado nada. Él está trabajando y todo eso. Tiene mucho con lo que ponerse al
día. Tres años es mucho tiempo para estar fuera de este juego.

La mano de Kim se extendió y agarró la muñeca de Andino. Ella lo apretó


más fuerte de lo que él esperaba.

—No digas eso, Andi.

—Hmm, ¿qué?

51
—Un juego. No llames a esto un juego. Nunca ha sido eso, y lo sabes. Si lo
tratas como eso, entonces perderás como el resto de gente que también lo trata
así.

Andino acarició la mano de su madre. Ella se preocupaba demasiado por


él, y siempre lo había hecho. Kim nunca había desalentado activamente a su hijo
para que se uniera a la Cosa Nostra, ni le dijo una mala palabra cuando comenzó
a meter sus manos en los negocios familiares y la mafia. Kim simplemente lo dejó
vivir y convertirse en quien quisiera ser e hiciera lo que quisiera o necesitara.

Amaba más a su madre por eso.

Ella aun así se preocupaba.

—Estoy bien, Ma —aseguró Andino.

—Bien no siempre es seguro —respondió Kim.

Ella tenía razón.

—De dónde viene esto, ¿eh?

Kim miró sus manos, evitando la mirada de su hijo.

—Nada, Andino. No te preocupes por eso.

No estaba seguro de poder hacer eso, no ahora. Especialmente no con el


hecho de que parecía que estaba tratando de dejar la conversación por completo,
y todavía no lo miraba. ¿Qué le pasaba a su madre?

—¿Ma? —presionó Andino—. ¿Qué sucede?

Kim sacudió la cabeza, lo miró y sonrió.

—Como dije, no es nada. Solo quiero que sepas algo, Andino.

—Claro, Ma.

—Estoy tan orgullosa de ti. Siempre lo estaré, pase lo que pase.

Andino le dio una sonrisa.

—Lo sé.

—Quiero seguir estando orgullosa de ti, Andi.

Él se enderezó en el sofá, sorprendido por sus palabras.

—¿Por qué no lo estarías? —preguntó.

Kim extendió la mano y acarició su mejilla suavemente.

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—Solo recuerda seguir las reglas, Andino. Puede que no sea lo que quieres
en este momento, pero podría ser lo mejor para ti algún día.

Andino parpadeó, más confundido que nunca.

—Está bien —murmuró Andino—. Seguir las reglas. Entendido.

—Bueno. —Kim se levantó del sofá y bajó las piernas de su pantalón—. Ve


a buscar a tu padre y dile que la cena está casi lista. No te esperaba, pero pondré
un plato extra sobre la mesa. ¿Cazuela está bien?

—Lo que sea que hagas es perfetto4, mamá.

Kim se rio.

—Eres igual que tu padre. Demasiado astuto para tu propio bien, y también
lo sabes, lo que solo lo empeora. ¿Por qué no puedes encontrar una chica con todo
ese encanto tuyo? Atráela, Andino. Valdrá la pena, apostaría todo mi dinero en
eso.

Andino no lo creía, pero no corrigió a su madre.

—Solo quieres nietos —dijo.

—Sí —concordó ella, totalmente sin vergüenza—. Así que ponte a trabajar
en eso.

4 Perfetto: perfecto en italiano.


53
CAPÍTULO 10
—Hijo de puta —espetó Gio.

Andino se estremeció cuando su padre arrojó una llave inglesa sobre el


garaje con un movimiento de su muñeca. La herramienta de metal voló en el aire
hasta que se incrustó en la pared del fondo. No era frecuente que Giovanni
Marcello se volviera físicamente violento, por lo que conmocionó a Andino,
incluso a sus veintiocho años, cuando su padre se puso un poco agresivo.

—Jesús —murmuró Andino—. Relájate, Papà.

Gio giró rápidamente sobre sus talones para enfrentar a su hijo.

—Buenas tardes, hijo.

Su padre metió el dedo sangrante en la boca y chupó el dedo.

—¿Qué sucede?

—La llave se resbaló y me golpeó duro una uña —murmuró Gio alrededor
de su dedo.

—Auch. —Andino asintió hacia la puerta del garaje que daba al costado de
la casa—. Ma está preparando la mesa para la cena.

—Bien, me muero de hambre. Y me cansé de tratar de arreglar su maldito


auto.

Andino arqueó una ceja, divertido.

—¿Desde cuándo trabajas en autos?

—Desde nunca —resopló Gio cuando se sacó el dedo de la boca y miró el


moretón ennegrecido que ya comenzaba a formarse—. Y esto es exactamente por
qué. Robar un auto, no hay problema. Arreglarlo, probablemente no.

—¿Qué le pasa al auto?

—No sé, está comiendo aceite.

Andino presionó dos de sus dedos en su sien.

—Lo llevaré a mi mecánico mañana.

54
—O podría comprarle uno nuevo —sugirió Gio, sonriendo.

—O eso. Lo que quieras hacer, papá.

—Ella estaba admirando tu nuevo Lexus, ¿verdad?

Andino miró a su padre.

—¿Estabas escuchando mi conversación con Ma antes?

—No.

—Papá.

La expresión de Gio nunca cambió una vez.

—Dije que no. Deja de hacerme preguntas, hijo.

El hábito de darle respeto a su padre hizo que Andino abandonara la


conversación. Esas eran las únicas reglas que su padre hacía cumplir cuando
Andino crecía, y eso era principalmente porque tenía todo que ver con las
maneras de la Cosa Nostra.

Honor.

Respeto.

Dignidad.

Familia.

Eso era todo.

La vida de Andino podría resumirse en cuatro cosas simples.

—Ella mencionó que le gustaba el Lexus —dijo Andino.

Gio se frotó las manos.

—Bien, bien.

—También estaba buscando información sobre John. Pero tenía la sensación


de que venía más de ti que de ella. Ma no se entromete así. Tú lo haces.

Su padre ni siquiera parecía avergonzado en lo más mínimo.

—Él ha estado evitando llamadas en los últimos días —dijo Gio—. Es


inusual cuando ignora incluso mis llamadas.

—No las mías —respondió Andino—. Y lo veo todas las noches cuando
llego a casa. Todavía se está quedando conmigo hasta que se instale en su nuevo
apartamento.
55
—Lucian está preocupado.

—John tiene treinta años, papá. Déjenlo ser adulto por una vez.

Gio frunció el ceño.

—Crees que es así de simple, ¿verdad?

—Un poco de confianza podría ayudar mucho a John. Eso es todo lo que
digo.

—Bien, confianza —dijo Gio fuertemente—. Le pasaré el mensaje a Lucian.

Andino asintió con la cabeza.

—Y a Dante también.

—Nos preocupamos.

—No deberían. Lo está haciendo bien. Está trabajando, reportándose y


manteniendo un perfil bajo como Dante le dijo que hiciera. John está siguiendo
las reglas... por una vez. Tal vez está poniendo una distancia entre él y su padre
porque John todavía está tratando de descubrir cómo respirar fuera de la
prisión. Dale algo de tiempo, papá.

Gio cruzó el espacio entre él y su hijo. Su mano derecha se posó sobre el


hombro de Andino cuando pasó por su lado, el peso era pesado pero familiar.

—Siempre fuiste bueno de esa manera, Andino.

—¿Cómo?

—Con la familia, ya sabes. Cuidando de todos. Eres bueno en eso. Te llevará


por el resto de tu vida, hijo. Esta persona que eres te llevará a algún lado. Es más
que un deber para ti, incluso si no te das cuenta. No estoy seguro de si es algo
que quieres.

Ahí estaba de nuevo. Al igual que su madre, ahora su padre estaba


haciendo vagos comentarios sobre mierda que no tenían ningún sentido.

Andino se movió con su padre para caminar hacia la puerta.

—Alguien me crio para ser así, papá.

Gio sonrió.

—Lo sé. ¿Qué hizo tu madre para la cena?

—Cazuela.

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—Ella hace la mejor cazuela.

La hacía.

—También me estaba molestando por algo más —dijo Andino, abriendo la


puerta del garaje para que su padre entrara a la casa.

—¿Sobre qué?

—Sentar cabeza. Niños. Lo de siempre.

—Andino…

—Lo entiendo, pero se está haciendo aburrido. Pídele que lo tome con
calma por un tiempo, ¿de acuerdo?

Gio estaba de pie en la puerta con su hijo, mirando por el largo pasillo
donde Kim probablemente todavía estaba preparando la mesa. Ella no podía
escuchar su conversación desde donde estaban ellos. Andino estaba
agradecido. No quería lastimar a su madre, pero sí necesitaba que ella
retrocediera.

—Amo a Ma —dijo Andino.

—Sé que lo haces —respondió Gio en voz baja.

—Pero no estoy en ese punto, y no puedo estar allí de repente solo porque
ella quiere que lo esté, papá. No tengo ningún interés en casarme con alguien
pronto o jugar a las casitas. Tengo cosas mucho más importantes de las que
preocuparme.

Andino era un Capo: la Cosa Nostra era lo primero, siempre. Para él, el
amor y un para siempre no influyeron en eso en absoluto. No ahora. Tal vez
algún día, pero sus planes inmediatos no incluían esas tonterías. Tenía negocios
que manejar, un equipo que llevar y dinero que ganar. Él vivía rápido. De
ninguna manera retrasaría todo eso por una mujer.

—Sé que tienes mucho de qué preocuparte además de sentar cabeza —dijo
Gio.

—Entonces pídele que retroceda un poco.

Gio miró a Andino por un momento antes de decir:

—No sé cómo viniste de mí, hijo.

Las cejas de Andino se alzaron.

—¿Por qué no?

57
—Somos diferentes, tú y yo.

—No puedo ser como tú y Ma.

Gio asintió una vez.

—Nadie te está pidiendo que lo seas, Andino.

—Bien.

—No puedes ser nosotros, Andino, porque ya eres demasiado como otra
persona, hijo.

¿Qué demonios se suponía que significaba eso?

58
CAPÍTULO 11
—Zia Catrina —saludó Andino.

Su tía aceptó su beso en su suave mejilla. Incluso a finales de los cincuenta,


su tía había envejecido notablemente bien. El ligero toque gris en todo su cabello
pelirrojo y las líneas de risa en los bordes de sus agudos ojos eran los únicos
signos reveladores de su edad.

Catrina seguía con la cabeza en alto. Todavía comandaba en una habitación.


Andino sabía que su tía todavía era capaz de asustar a un hombre con unas pocas
palabras simples o con un cuchillo.

—¿Cómo está mi sobrino favorito? —preguntó Catrina.

Andino se rio entre dientes.

—No soy tu favorito.

—Bueno, todos ustedes son mis favoritos. Pero cuando estamos uno a uno
como ahora, me reservo el derecho de que cualquiera de ustedes sea mi favorito
en ese momento. Ahora, ¿cómo está mi sobrino favorito?

—Estoy bien. Ocupado.

—Deberías reducir la velocidad y disfrutar un poco más de lo que te rodea,


Andino —dijo su tía antes de tomar un sorbo de su té.

—Tal vez.

Los labios rojos de Catrina se fruncieron mientras lo miraba por encima del
borde de su taza.

—Nunca hagas eso, Andino.

—Hmm, ¿qué?

—Lo que acabas de hacer. Decir lo que una mujer quiere escuchar solo para
complacerla. No lo logrará con una buena mujer, te lo prometo. Dilo como es y
cómo debe decirse. Sé honesto, franco y duro si es necesario. Tal vez ella no lo
aprecie al principio, pero aprenderá que la verdad es mejor que una mentira
maravillosa que solo dolerá a tiempo.

Andino parpadeó, sorprendido por la franqueza de su tía.


59
—Bueno.

—¿Eso es todo lo que tienes que decir?

—No. ¿Qué demonios pasa con todos y conmigo últimamente?

Catrina frunció el ceño.

—¿Disculpa?

—Todo el mundo parece sentir la necesidad de señalar últimamente que no


tengo una mujer y que debería encontrar una tan pronto como sea humanamente
posible para llevar al altar.

—Estás bromeando.

—No —dijo Andino.

¿Quién bromearía sobre esa mierda?

—¿Tu madre? —preguntó Catrina.

—Sí, y otros.

—Kim finalmente comienza a sentir que su casa está vacía, eso es todo.

—No voy a llenarla para ella —dijo Andino en voz baja.

Catrina se rio a carcajadas.

—Oh, ella no espera que lo hagas, simplemente se da cuenta de que estás


solo como ella o algo así.

Oh.

Bueno, entonces… Andino sabía que sus tías y su madre siempre habían
sido amigas íntimas, por lo que la suposición de Catrina era probablemente más
verdadera de lo que realmente sabía. Andino decidió dejar pasar eso y las
palabras de su madre del día anterior.

—Por cierto, ¿por qué están afuera los autos de mi padre y Lucian?

Catrina se encogió de hombros.

—Dante los invitó antes. Lo hace todo el tiempo. Están arriba en la oficina
donde suelen estar. Probablemente fumando esos horribles cigarros otra vez.

—¿Por qué no me dijo que los invitó cuando llamó antes?

—No sé, pregúntale. Y mientras lo haces, dile que también apague su


cigarro. Apesta todo el piso de arriba. Ni siquiera puedes quitar ese horror.

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Andino se rio entre dientes, le dio a su tía otro beso en la mejilla y la dejó
sola en la cocina para ir a buscar a su padre y sus tíos.

Efectivamente, como había dicho su tía, Andino encontró a su padre y sus


tíos en la oficina de Dante siguiendo los sonidos de sus voces. El tema de la
conversación hizo que Andino caminara lentamente mientras se acercaba a las
puertas de roble abiertas.

—Es hora —dijo Lucian en voz baja.

—Podrías esperar un par de meses más, hermano —dijo Dante—. Tal vez
incluso hasta después de la próxima reunión de la Comisión.

—¿Me estás ordenando o me lo estás pidiendo?

Dante se rio secamente.

—Entre familia, como hermanos, eso es todo. No un jefe y su subjefe.

—No lo sé, me sobrepongo a todo —murmuró Gio.

Andino dejó de caminar cuando su padre también se unió a la conversación.

—Quiero decir, Lucian tiene sesenta años, tú tienes cincuenta y nueve,


Dante, y yo tengo cincuenta y siete. —Gio suspiró profundamente y agregó—:
Papá también dio un paso atrás a esta edad. No es que estemos hablando de algo
prematuro aquí.

—Lo sé —dijo Dante con brusquedad.

—Deja que Lucian lo haga —dijo Gio—. En unos meses, buscaremos a


alguien para mí. Andino puede manejar esto durante unos meses. Tendrá los
hombres para manejarlo. Confíen en que él puede ocupar asientos con los
hombres adecuados.

Andino sintió un peso muerto asentarse en su estómago.

No podía llenar los asientos.

Él no era el jefe.

—Quiero disfrutar de mi tiempo con mis hijos y mis nietos que nacerán
pronto —dijo Lucian—. Mis hijas mayores están casadas, una ya se fue, vive en
Chicago, y Cella está hablando de mudarse a Florida con su esposo por su
trabajo. Lucia se acaba de graduar e irá a la universidad en otoño. Y luego está
John…

—Dale tiempo —dijo Gio.

61
Andino estaba agradecido de que su padre siguiera su consejo sobre ese
tema.

—Ese es exactamente mi punto —respondió Lucian—. Necesito darle


tiempo a mi hijo. Toda la vida había estado rodeado por la Cosa Nostra. Y eso
estaría bien, Dante, si John fuera como yo lo fui cuando crecía, o incluso como tú
y Gio fueron con papá. Pero no lo es, es John. No puedo esperar que mi hijo sea
como nosotros cuando tuvo una serie completamente diferente de obstáculos que
nunca pidió que se pusieran en su camino. Por una vez, me gustaría tener tiempo
con mi hijo donde no estoy activo en esto. Quizás entonces él pueda verme de
otra manera. Solo un hombre, su padre. Alguno. Estoy listo para retirarme.
Necesito hacerlo.

—Bien. ¿Informalmente, entonces? —preguntó Dante.

—Informalmente funciona —concordó Lucian—. Podemos manejar todas


las otras tonterías cuando sea necesario.

—¿Qué piensas, Gio? —preguntó Dante.

—¿Sobre qué?

—Ya sabes qué. Andino.

—Es mi hijo —dijo Gio, riéndose—. Lo hará bien. Es un Capo muy bueno,
y sabe cómo manejar a los hombres tan bien como tú, Dante. Andino ha estado
bajo nuestros pies desde que puede caminar. No tengo dudas de que él puede
dirigir esta familia. Es tu mejor opción para un sucesor, toda la familia lo
sabe. Los susurros ya están ahí afuera, solo tienes que escucharlos. La
famiglia quiere a Andino para el siguiente jefe.

—Lo hacen —acordó Lucian.

Andino estaba aturdido. Nada lo había tomado tan desprevenido tanto


como esta noticia. No estaba mal, en absoluto, pero no estaba seguro si esto era
lo que quería. Ser jefe nunca había estado en sus objetivos. Andino se había
centrado en su equipo, en ser nada más que un Capo malditamente bueno y eso
fue todo. Él siempre había visto a John como el sucesor de su tío porque era el
Marcello mayor entre ellos y John siempre había sido incluido en más cosas que
Andino.

¿Qué había cambiado?

Sabía la respuesta, pero la ignoró.

¿John lo entendería?

62
Andino no tenía la respuesta para eso.

Saliendo de su estupor, las piernas de Andino finalmente decidieron


trabajar. Se movió los últimos metros entre él y las puertas abiertas de la oficina.
De pie en la puerta, su forma llamó la atención de su padre y sus tíos.

Ninguno de ellos parecía sorprendido de verlo allí.

—¿Escuchaste? —preguntó Dante desde detrás de su gran escritorio.

Andino asintió, pero no dijo nada.

Gio se levantó del sofá.

—Esto es bueno, Andino.

—¿Lo es?

Las cosas comenzaban a tener más sentido para Andino. Cuanto más lo
consideraba, más entendía las palabras de su madre y su padre acerca de sentar
cabeza y encontrar una esposa. Es probable que su padre supiera lo que vendría
a él y Gio probablemente le llevó la noticia a Kim.

—¿Nadie pensó en preguntarme? —preguntó Andino.

Lucian bajó la cabeza.

—Deberías haberlo sabido, Andino.

—No sé si debería haberlo hecho.

Dante suspiro.

—¿Cuál es el problema?

Andino no sabía si estaba listo para esto.

Ese era exactamente el problema.

Tenía veintiocho años. Ser jefe no era tan simple como ascender al poder
cuando la gente se retiraba de la mafia. Había muchísimo más en eso.

Su tío, su jefe, pareció captar sus pensamientos internos.

—Nunca estamos listos, Andino —dijo Dante.

—No pedí esto —dijo.

—Nadie lo hace. —Dante sonrió—. Lo tomamos, lo damos o nacemos para


ello. Pero no se lo pedimos a nadie.

63
—Este no es el tipo de cambio que se hace de la noche a la mañana —agregó
Gio cuando Dante terminó—. Sucederá en un lapso de tiempo, Andino. Lucian
está listo para renunciar, lo que le permitirá a Dante llenar su lugar. La posición
de Lucian como subjefe te pondrá en primera fila y en el centro de la familia en
primer lugar. Has actuado como mi intermediario durante años además de ser
un Capo. Sabes cómo hacer esto y no será difícil para cualquiera que te vea en la
posición.

—Tiene sentido —dijo Andino.

Funcionaría y Andino entendió la elección de su familia de ascenderlo,


especialmente si la famiglia ya lo estaba mirando en el lugar. Todavía era un gran
cambio. Uno que no esperaba en absoluto.

—Bien —dijo Dante, sonriendo ampliamente y aplaudiendo—. Entonces


está resuelto.

—Serás un jefe malditamente bueno, Andino —dijo Lucian.

—Estoy de acuerdo —dijo Dante.

Gio le dio a su hijo una mirada que Andino no entendió.

—Tienes un tiempo para ordenar todo en el lado personal de las cosas —


dijo su padre—. Nadie dice que tienes que salir corriendo y sentar cabeza con
una esposa en este momento, Andino.

Eso fue todo. El futuro de Andino se decidió y él no tenía decisión en eso en


lo absoluto.

El deber no esperaba a nadie.

64
CAPÍTULO 12
La mejor parte del día de Andino era cuando nada sucedía en absoluto. Por
lo general, su vida era ajetreada, porque así era como vivía, siempre con algo
sucediendo. No se tomaba mucho tiempo para relajarse, pero su perro malcriado
no le daba otra opción. No había nada que a Snaps le gustara más que relajarse.

Tras pasar los dedos por el abrigo de pelo corto del pitbull, Andino paseó a
su perro por el silencioso parque. Snaps estaba feliz, incluso contento. Igual que
Andino.

Snaps dio pasos perezosos, permaneciendo directamente al lado de Andino


en todo momento como había sido entrenado para hacer. Pensando en el pasado,
Andino no había querido un perro y ciertamente no uno que requiriera toda su
atención todo el tiempo. No tenía paciencia para esas tonterías.

Y luego su padre apareció en su puerta un día con un cachorro con cicatrices


en sus manos cuando Andino tenía veintidós años. Tal vez el pequeño cachorro
le había recordado al padre de Andino al rottweiler que había tenido todos esos
años antes de que el perro sucumbiera a la edad y al cáncer. Andino no estaba
realmente seguro, pero Gio no le había dado otra opción.

No, su padre simplemente pasó por alto al llorón cachorro y le explicó cómo
lo había encontrado. Snaps había sido criado en una fábrica de cachorros,
aparentemente. Los tontos que habían estado criando a los perros lo hicieron con
el propósito de usarlos para pelear. Snaps no había sido más que bocadillo para
los perros que lo rodeaban. Si sobrevivía, viviría para luchar. Si un perro mayor
lo mataba durante el período en que los perros no estaban siendo vigilados,
entonces que así sea.

Nacería otra camada.

A Gio no le gustaban las peleas de perros, no las toleraría. Cuando


descubrió que sus hombres estaban involucrados en eso, lo terminó, rescató al
cachorro en el proceso y se lo llevó a Andino.

Ahora, Andino estaba agradecido.

En ese entonces se preguntó qué demonios haría con un perro como Snaps.

65
Al pasar nuevamente los dedos por el pelaje del perro, Andino pudo sentir
las crestas elevadas de algunas de las viejas cicatrices de Snaps debajo de su
pelaje. Nadie podía verlas, pero Andino recordaba vívidamente cómo eran las
marcas cuando su perro era solo un cachorro, luchando por comer alimentos
sólidos y necesitando que Andino lo alimentara con líquidos en una jeringa. Sí,
Snaps había sido tan pequeño. Ya no era tan joven o incapaz.

—Snaps —dijo Andino, notando que el camino se había despejado de


personas.

Sus orejas temblaron, pero Snaps nunca levantó la vista.

—¿Estás listo? —preguntó Andino.

Snaps resopló, su nariz presionando el suelo. Andino giró el palo con el que
había estado caminando. Tenía tal vez quince centímetros de grosor y treinta
centímetros de largo. Una rama de árbol rota que había caído en el camino y él la
recogió mientras caminaban.

—Arriba —ordenó Andino.

La cabeza de Snaps voló hacia arriba, su mirada se dirigió hacia adelante.


Buen perro, Andino alabó en silencio. Todo ese tiempo y entrenamiento valieron
la pena. A Snaps le encantaba aprender.

—Búscalo —dijo Andino rápidamente.

El palo voló de su mano en un destello de movimiento. Snaps


probablemente ni siquiera había visto a su dueño tirar el palo, pero ya lo estaba
persiguiendo. Para la mayoría de la gente, Snaps parecía perezoso como la
mierda. A Andino tampoco le importaba dejar que la gente creyera eso.

Snaps estaba a seis metros por delante del palo antes de que comenzara a
caer al suelo. En un abrir y cerrar de ojos, el perro se giró y cargó hacia adelante.
Las dos patas de Snaps se presionaron con fuerza en el camino pavimentado y
luego el perro se lanzó al aire.

A metro y medio de altura, el perro atrapó el palo. La mandíbula de Snaps


se apretó alrededor de la madera con un crujido audible. El palo se astilló en nada
más que restos. Snaps aterrizó en el suelo casi en silencio, sacudiendo la cabeza
al mismo tiempo. Lo que quedaba del palo cayó de la boca del perro al suelo
antes de que Snaps volviera al lado de Andino.

Satisfecho, Snaps esperó su elogio. Él siempre esperaba. Nunca presionaba.

—Buen perro —dijo Andino.

66
Snaps empujó su gran cabeza contra la palma de Andino. Andino acarició
al perro.

Cuando la vida de Andino parecía que iba demasiado rápido, Snaps


siempre lograba ralentizarla. Hoy no fue la excepción. Pero era peor cuando la
vida de Andino de repente se sentía como si no fuera la suya propia, como si
ahora fuera el juguete de alguien más para mandar, Snaps seguía siendo el
mismo.

Su perro.

Su compañero.

Después de las noticias de las que Andino se enteró el día anterior, todavía
estaba tratando de adaptarse a lo que significaba. Jefe, eso es lo que estaba
destinado a ser. Había decidido que no necesariamente se sentía mal, pero las
cosas que más disfrutaba de su vida, como ser solitario, tendrían que cambiar.

No estaba preparado para eso en absoluto.

—Guau, eso fue una locura —dijo una voz suave y sensual a la izquierda
de Andino.

Giró rápidamente sobre sus talones, alarmado de que Snaps no lo hubiera


alertado del hecho de que había alguien cerca. Andino estaba seguro de que
había estado solo.

Aparentemente no.

La mujer, con su camisa holgada y pantalones cortos para trotar, se


encontraba en la boca del sendero de corredores. Su cabello rubio, veteado con
ondas de verde azulado y púrpura, estaba recogido en una coleta suelta. Tenía el
cuerpo delgado y tonificado de un corredor y Andino se encontró mirando todas
las curvas de su cuerpo, desde las caderas hasta la cintura, y hasta los senos. Ella
estaba en forma, era alta, y por la expresión que llevaba mientras él la miraba, era
ardiente y luchadora también.

A Andino le gustaba eso en una mujer.

La mujer puso un puño en su cadera sobresaliente.

—¿Te quedas mirando fijamente a la gente muy seguido? —preguntó ella.

Andino sonrió, divertido por su sinceridad.

—Lo hago cuando algo merece mi atención.

La mujer sonrió.

67
—¿Eso es todo lo que tienes?

Andino se encogió de hombros.

¿Qué más podría hacer?

—Solo digo la verdad —dijo él.

La mujer lo miró de arriba abajo.

—¿Sueles usar traje cuando paseas a tu perro por senderos para correr?

—Algunas veces.

—Huh.

Andino arqueó una ceja.

—¿A menudo interrogas a personas al azar en los senderos?

—Algunas veces. ¿Es eso un problema?

Una listilla.

Fantástico.

68
CAPÍTULO 13
LUCIA
—Principessa —dijo Lucian, dejando un beso en la parte superior de la
cabeza de su hija.

—Hola, papá —saludó Lucia.

Ella regresó a la carpeta de información que necesitaba estudiar.


Aparentemente, ser voluntaria para un refugio para mujeres y niños durante el
verano no era tan fácil como simplemente inscribirse para el trabajo. Lucia tenía
políticas, horarios y mucho más para memorizar.

Valía la pena. Ella quería ayudar.

—¿Dónde está tu madre?

—Leyendo en su habitación.

Lucian sacó una silla de la mesa y se sentó junto a Lucia.

—Estaba pensando…

Suspirando, Lucia cerró su carpeta y le dio a su padre la atención que él


quería. Lucia, siendo la hija menor de sus cuatro hermanos, siempre había sido
la bebé. Sus padres parecían pensar que necesitaba más atención y cuidado que
sus hermanos mayores simplemente porque había una gran diferencia de edad.
Tal vez pensaban que se sentía excluida. Lucia nunca lo había hecho.

Ser la más joven de la familia con solo diecisiete años, casi dieciocho,
significaba ser tratada como una bebé. Necesitaba algo de espacio para respirar,
algo de tiempo lejos de su familia y espacio para crecer. Sabía que ellos no lo
entendían, y que les dolería que ella quisiera irse, así que ella eligió sus acciones
de manera más tranquila. Como ser voluntaria en el refugio de mujeres durante
el verano.

Con el pasado de su padre, sabía que Lucian no retendría a Lucia, quien


pasaba ocho horas al día, cinco días a la semana en un refugio para ayudar. Era
más probable que él donara un montón de dinero, cosa que ya hizo, y que le

69
comprara un auto para ir y venir del lugar todos los días. Ella también quería ser
voluntaria, pero estaba a un pequeño paso lejos de su familia y su asfixia.

—¿Pensando en qué? —preguntó ella a su padre.

—En la universidad en otoño —respondió Lucian—. ¿No podrías elegir


Columbia en lugar de una universidad fuera del estado? Es una gran escuela,
Lucia, y tiene todos los programas que deseas para desarrollo social.

Lucia alejó la mirada de su padre. Si él pudiera ver sus ojos, podría ver sus
mentiras.

—Pero me enamoré de ese campus cuando visitamos.

Lucian hizo un ruido triste en voz baja.

—Lo sé, bella ragazza5.

—Volveré, papá. Para días festivos, vacaciones y algunos fines de semana.

—No lo estás haciendo mejor, Lucia.

Ella sonrió.

—Lo siento.

—Me preocupa que estés sola.

—No lo hagas. Soy adulta. Puedo manejar la universidad.

—Graduarse de la secundaria y tener casi dieciocho años no te convierte en


una adulta, Lucia.

—Pero…

—Lo siento, cariño, no puedo evitar preocuparme. Sé que quieres crecer,


pero no estoy seguro de que estemos listos para que lo hagas.

Lucia dejó caer las manos sobre la mesa con un golpe y se levantó
rápidamente de su asiento.

—Ese es el problema.

Lucian la miró con sorpresa, profundizando las líneas en su rostro.

—No entiendo.

5 Bella ragazza: niña bonita en italiano.


70
—Ustedes no están listos para dejarme ir. Ustedes no están listos para que yo
crezca. Ustedes, papá, no yo.

—Oh.

Lucia levantó la carpeta de la mesa y dijo:

—Elegiré la universidad fuera del estado, no Columbia. Ya está hecho, la


matrícula y el primer año están pagos, además, me aceptaron hace meses. Tengo
las calificaciones para eso y quiero hacerlo. Déjame hacerlo.

Lucian bajó la cabeza.

—Bueno.

Lucia se sorprendió de que su padre la hubiera dejado estar tan fácilmente.


No era propio de Lucian en lo absoluto. Lucia sabía exactamente de dónde había
sacado su terquedad y su lucha: su padre. El hombre le había dado mucho más
que su nombre cuando la trajeron al mundo como la sorpresa inesperada de su
madre y su padre más tarde en la vida.

La culpa carcomió a Lucia por dentro.

—Regresaré, papi —dijo ella suavemente.

—Tenemos el verano, ¿verdad? —preguntó su padre.

Bueno, ella lo tenía. Su padre era una historia diferente. Como una
principessa Marcello, Lucia sabía en qué estaban involucrados su padre y el resto
de los hombres de su familia. No era ciega ni tonta. Había sido testigo de cosas
más que suficientes a lo largo de los años para saber que su familia podría ser la
realeza en el mundo del crimen organizado. Su padre y sus dos tíos tenían tres
de los asientos más altos de la familia. Incluso su hermano estaba metido en todo.
Afortunadamente, eso mantenía a su padre ocupado. Ella tenía el verano libre,
pero Lucian probablemente no. Su trabajo era imparable.

—Más o menos, sí. También tengo este voluntariado.

—Estoy orgulloso de que hayas asumido esto —dijo Lucian, extendiendo la


mano para tocar la carpeta—. Siempre he tratado de donar a los refugios y
organizaciones para mujeres y niños, pero me enorgullece enormemente que
hayas dado un paso adicional al hacer esto.

La culpa inundó nuevamente a Lucia. Ella lo había hecho porque necesitaba


un descanso de su familia y el hecho de que se vería bien en un currículum.
También por la experiencia. Lucia provenía de una familia ridículamente rica. Su
padre podría haber vivido algunos de sus primeros años en las calles, pescando
71
comida e intentando sobrevivir, pero ella nunca lo hizo. Nunca se había
preocupado por nada. Todo estaba a su alcance si se lo pedía a su madre y a su
padre.

Lucia se preguntó si necesitaba una llamada de atención de la vida real.

Tal vez este trabajo haría eso.

—Creo que obtendrás algo increíble de eso —agregó Lucian cuando Lucia
se quedó callada.

—Eso espero —respondió ella.

De pie, su padre la atrajo para darle un fuerte abrazo que decía que todavía
no estaba listo para dejar a Lucia fuera de su vista. Ella lo dejó esperar hasta que
estuvo listo para dejarla ir, porque demasiado pronto, su padre no tendría más
remedio que dejarla ir.

Lucian era un buen padre, un gran padre, en realidad. Pero por una vez,
Lucia simplemente quería salir de la sombra de su familia y ser su propia
persona. Ella no creía que su padre lo entendería.

¿Verdad?

—Te amo, Lucia —murmuró su padre—. Siempre fuiste la más fácil de los
cuatro. Nunca tuve que preocuparme de que te metieras en algún tipo de
problema o nos causaras un dolor de cabeza. Mi niña buena, ¿eh?

Ella siempre había sido la niña buena.

Lucia no conocía nada más.

Ella suspiró.

—Sí.

—Hmm, ¿qué fue eso?

—Yo también te amo, Papà.

Al soltarla de su abrazo, Lucian dijo:

—Debería ir a buscar a tu madre. Tengo noticias que ella querrá escuchar.

—¿Oh?

Lucian sonrió ampliamente.

72
—Me retiraré temprano. Tu madre me ha estado molestando durante años
para que lo haga y finalmente lo he hecho. Se siente bien. Se enojará como nunca
si no se lo digo de inmediato.

Retiro.

Lucia no sabía qué decir.

—Entonces, ¿no más… famiglia? —preguntó Lucia, eligiendo sus palabras


con cuidado. Preguntar directamente sobre la mafia o la participación de su
padre en ella probablemente no la llevaría a ninguna parte—. ¿Nada en absoluto?

Lucian se encogió de hombros, aún feliz.

—No en su mayoría.

73
CAPÍTULO 14
Lucia asomó la cabeza por la cocina moderna y encontró al chef trabajando
detrás de una gran estufa. El hombre parpadeó un par de veces antes de
finalmente reconocerla.

—¿Lucia?

Ella asintió.

—Hola. ¿Está mi primo?

—Andino está en su oficina. Puedo dejar que Skip sepa que estás aquí, si
quieres.

—Eso sería genial, gracias.

—Ve a buscar una mesa. ¿Quieres algo para comer?

—No, estoy bien.

—Bueno —dijo el chef—. Ve, le haré saber a tu primo que estás aquí para
verlo.

Lucia no estaba sorprendida de que el hombre estuviera confundido ante


su presencia. No era frecuente que Lucia fuera al restaurante principal de Andino
en la ciudad, porque se sabía que su primo usaba el lugar para el lado más ilegal
de sus negocios. Como la mafia. Más de una vez, Lucian le había dicho a su hija
que se mantuviera alejada.

Rápidamente, ella encontró una mesa tranquila hacia el fondo y se deslizó


en una silla. Dejando su bolso en la silla a su lado, esperó a que Andino saliera
por la parte de atrás. No le llevó mucho tiempo. Su primo se paseó por el piso del
restaurante, saludando a un par de clientes mientras pasaba, y luego se unió a
Lucia en la mesa.

—Hola, niña —dijo Andino, sonriendo.

Lucia se obligó a no poner los ojos en blanco.

—Hola.

—¿Tu papá no te dijo que te mantuvieras alejada de este lugar?

74
—¿Y?

Andino se rio entre dientes.

—Deberías seguir las reglas, Lucia.

—Quería averiguar algo y estaba en el vecindario.

—¿Oh?

—Sí —confirmó ella.

Andino se recostó en la silla y arregló los botones de la chaqueta del traje


cuando preguntó:

—Bueno, ¿qué necesitas?

—¿Dónde está Johnathan?

Lucia solo había visto a su hermano mayor una vez desde que salió de
prisión. John era su único hermano, pero además de eso, también era la única
persona que realmente entendía a Lucia y lo sofocante que podían ser sus
padres. Para John, ella sabía que era una razón completamente diferente. Pero
honestamente, Lucia solo necesitaba un descanso y John parecía ser la persona
adecuada para hacerlo.

—Trabajando hoy. ¿Por qué? —preguntó Andino.

—Quiero hablar con él.

Su primo levantó una ceja.

—Está trabajando, lo que significa que probablemente no deberías estar


cerca de él, Lucia. Sé cómo se sentiría tu padre al descubrir que estamos
permitiéndote que pases el rato en malos lugares con John mientras hace
negocios.

Frustrada, Lucia agarró su bolso y se levantó.

—Gracias por nada.

—Oye, oye. —Andino se levantó de la mesa y extendió la mano para


agarrar la muñeca de Lucia.

—¿Qué? —preguntó ella, más fuerte de lo que pretendía.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó él.

—Quiero ver a mi hermano. No contesta mis llamadas y nunca va casa para


que pueda hablar con él allí. Pensé que venir a verte probablemente me llevaría

75
en la dirección correcta. No me sorprende que no lo haya hecho. Todo lo que hace
esta familia es ocuparse primero de los negocios, ¿verdad?

La mirada de Andino se desvió.

—Sí, supongo que tienes razón.

—Lo siento, Andi. Sé que no tengo permitido estar por aquí. No debería
haber venido.

—Está bien, niña. Solo guarda silencio con tu papá, ¿eh?

Lucia asintió con la cabeza.

—Lo haré.

—¿A dónde irás después de aquí?

—Iba a estar con el abuelo mientras abuela sale a hacer algunos recados.

Cecelia, su abuela, siempre se sentía incómoda dejando a su esposo solo en


casa cuando ella salía, por cualquier razón. A Lucia no le importaba estar con su
abuelo. De esa manera él tenía a alguien cuidándolo y alguien con quien
hablar. A Antony, su abuelo, nunca le importó.

Andino asintió.

—Está bien. Llamaré a John. Le haré saber dónde vas a estar.

La ira de Lucia se desvaneció.

—Gracias.

—No hay problema.

76
CAPÍTULO 15
—¿Estás segura de que estarán bien? —preguntó Cecelia.

—Estaremos perfectos —le dijo Lucia a su abuela—. Estoy segura de que


causará sus problemas habituales.

Cecelia se echó a reír, las líneas alrededor de sus ojos se profundizaron en


su alegría.

—Bueno.

—No te preocupes, abuela.

—Ha estado muy cansado últimamente —explicó Cecelia en voz baja—. No


puedo evitar preocuparme.

Lucia frunció el ceño, triste por las preocupaciones de su abuela por la salud
de su esposo. Antony Marcello siempre parecía ser la persona más fuerte y
formidable de su familia, pero a decir verdad, él no se estaba haciendo más
joven. Una lengua afilada y un alma fuerte no hacían un cuerpo sano.

—Solo ve a hacer tus cosas —dijo Lucia—. Él estará bien conmigo. Le


pondré su música y estará feliz.

Cecelia sonrió.

—Bueno. Gracias por venir hoy.

—Siempre vendré, abuela.

La mano de su abuela le acarició la mejilla suavemente. La sensación rugosa


de la palma de Cecelia le recordó a Lucia que su abuela tampoco era una mujer
joven.

—Nuestra niña buena, ¿eh?

Lucia apartó la mano de su abuela ligeramente.

—Ve. Estás perdiendo el tiempo.

—Ya me voy, ya me voy.

Lucia cerró la puerta de entrada a la gran mansión Marcello en el momento


en que su abuela salió por la entrada de mármol. Mientras caminaba por la casa,

77
encontró a su abuelo sentado en la sala de estar en su sillón reclinable de cuero
con los pies en alto, un vaso de agua a su lado y un control remoto en la mano
mientras pasaba los canales de televisión.

—¿Te molestó otra vez por mí? —preguntó Antony, su voz ronca con la
edad.

Lucia se echó a reír.

—Nada se te pasa por alto, ¿verdad?

—Solo me veo viejo, Lucia. A veces también puedo sentirlo, pero mi mente
es la misma a cuando tenía veinticinco años. Afilada, rápida y demasiado
inteligente para todos los demás.

—Eso es todo lo que importa, abuelo.

Antonio agitó una mano arrugada en alto.

—Todos se preocupan demasiado.

—Sé a qué te refieres. —Lucia miró el agua de la que sorbía su abuelo—. No


le echaste nada cuando la abuela no estaba mirando, ¿verdad?

Antony sonrió con picardía.

—¿No te gustaría saber?

—No bebo, abuelo.

—Oh, es solo agua. Detente. Ella ya ni siquiera me da vino.

Lucia hizo un puchero falso.

—Pobrecito.

—Se preocupa demasiado —repitió Antony con un suspiro. Moviendo su


muñeca hacia el sofá al lado de su silla, agregó—: Siéntate, o tus piernas se
cansarán. Entonces tendré que escuchar a tu padre hablar y hablar sobre cómo
no te cuido mientras me cuidas.

—No te estoy cuidando.

—Da lo mismo.

Lucia negó con la cabeza, sabiendo que no debía discutir con su abuelo.
Antony, sin importar su edad, era demasiado terco para su propio bien. El
hombre prefería ahogarse con sus palabras antes de decir que podría haber algo
malo.

78
Lucia se sentó en el sofá y preguntó:

—¿Qué quieres hacer hoy?

Antony sonrió, extendió la mano y tomó la mano de su nieto más joven.

—Sentarme aquí y disfrutar el día contigo, Lucia.

—Está bien, abuelo. Podemos hacer eso.

—Bueno. —Antony asintió hacia la televisión—. Hoy tienen un maratón de


crimen real de la mafia y las familias de Nueva York.

Lucia no podría haber detenido su risa incluso si lo hubiera intentado.

—¿De verdad?

—Sí. También hicieron un espectáculo sobre mi ascenso al poder en los años


ochenta y noventa.

—Lo sé, lo vi cuando tenía quince años —admitió ella.

Fue así como había aprendido la mayor parte de la historia y el legado de


su familia en la Cosa Nostra. La conversación que le siguió con su padre había
sido interesante, especialmente porque Lucian no ocultó nada cuando Lucia le
preguntó sobre todo. Fue la única vez que hablaron de eso.

—Todo ese espectáculo son mentiras —dijo Antony.

Lucia se preguntó sobre eso.

—¿Lo son?

Los viejos ojos de Antony brillaron con picardía.

—No.

79
CAPÍTULO 16
Después de despedirse de su abuela, Lucia abrió la puerta principal para
salir de la mansión Marcello y comenzar su viaje de regreso a casa. Se congeló en
el escalón, encontrando una figura familiar esperándola en el camino de
entrada. Su hermano mayor estaba apoyado contra el capó de lo que parecía ser
un nuevo Mercedes.

—Escuché que me estabas buscando —dijo John, sonriendo.

Lucia bajó los escalones delanteros de dos en dos hasta que estuvo lo
suficientemente cerca como para pasar las manos sobre el brillante trabajo de
pintura negra que tenía el Mercedes. Era un hermoso cupé de dos puertas con
líneas afiladas y mucho cromo.

Ella amaba los autos.

—¿Cuándo conseguiste esto? —preguntó Lucia.

—Lo fui a buscar ayer. ¿Te gusta?

—Mucho.

—Debería haberlo sabido contigo siendo una puta de autos y todo eso.

Lucia dio a su hermano el dedo medio.

—No me llames puta.

—Dije puta de autos, Lucia. Es un cumplido. —John se rio entre dientes—.


Entra. Vamos a dar un paseo y luego te traeré de regreso para que recojas tu auto.

—Bueno.

Lucia no necesitaba que se lo volvieran a decir. Saltó al asiento del pasajero


y arrojó su bolso al piso del auto. John se subió a su lado y encendió la belleza,
acelerando el motor hasta que Lucia sonrió como una loca.

—Sinceramente espero que cualquier hombre que encuentres se dé cuenta


de que tienes un gusto caro —le dijo John.

—Sí, lo sé. Culpo a papá.

John sonrió de lado.

80
—También culpo a papá.

Lucia jugueteó con el sistema estéreo del auto mientras su hermano los
llevaba directamente al corazón de la ciudad. Apenas notó el tiempo pasar en
absoluto. A pesar del hecho de que había una diferencia de edad de trece años
entre ella y Johnathan, ella siempre se sintió más cercana a su hermano que a sus
hermanas mayores.

—Entonces —dijo John arrastrando las palabras, sacando a Lucia de sus


pensamientos.

—¿Sí?

—Andino insistió en que querías verme. ¿Qué sucede, niña?

—Bueno, eso, para empezar.

John frunció el ceño.

—¿Disculpa?

—Cumpliré dieciocho el próximo mes. ¿Podemos dejar la tontería de


llamarme niña?

Riéndose, John dijo:

—Claro. Culpa mía.

Lucia se recostó en el asiento del pasajero y vio pasar los edificios.

—No he tenido tiempo contigo desde que saliste. Estás evitando a mamá y
a papá, así que aparentemente, eso significa mantenerte alejado de mí también.

—Sí —dijo John, encogiéndose—. No había pensado en eso muy bien.

—Obviamente.

—Lo siento, me perdí tu graduación.

Lucía se encogió de hombros.

—Está bien.

—No, no lo está. Escuché que te graduaste con honores.

—Lo hice —dijo.

—Y obtuviste carta de aceptación en cada universidad a la que te postulaste.

—Sí.

John sonrió.
81
—La más inteligente de todas, Lucy.

Lucia frunció el ceño.

—Odio ese apodo.

—Lo sé, pero aún no eres lo suficientemente fuerte o lo suficientemente


mayor como para evitar que lo use. Dejé lo de niña, pero no voy a dejar de
llamarte Lucy.

Ella golpeó a su hermano con fuerza en el brazo. John le devolvió la sonrisa.

—Ellos se preocupan por ti, John —dijo Lucia.

—Lo hacen —concordó él—. En este momento, solo quiero centrarme en


mantenerme cuerdo y bien.

—Está bien.

—Pero también estaré cerca de ti.

—Bien —susurró, sonriendo.

—Además, le haré saber a papá que amas mucho mi auto.

—¿Por qué?

John hizo un ruido despectivo.

—Porque tal vez él está buscando mejorar tu auto para tu decimoctavo


cumpleaños.

—¿Tal vez?

—Tal vez —repitió su hermano con una sonrisa malvada.

Lucia hizo un pequeño baile en el asiento del pasajero.

—¡Sí!

—Mimada.

—No me juzgues.

—Haces que sea difícil —bromeó John.

Suspirando, Lucia miró a su hermano de lado.

—¿Se siente raro estar fuera y todo eso?

—No, pero todos tratan de hacerlo sentir de esa manera.

—No entiendo.
82
—Me siento como un insecto siendo visto mientras sube una pared.
Probablemente alguien está esperando con un zapato para aplastarme cuando
me acerque demasiado. Me hace sentir que estoy viviendo en una burbuja o algo
así, que voy a parpadear y de repente volverme loco.

Lucia odiaba eso para John.

—No estás loco.

John dejó escapar una fuerte respiración.

—Gracias.

Antes de que Lucia se diera cuenta, conducían por una parte más sucia de
la ciudad. La parte sombría de Brooklyn que su padre siempre le había dejado
claro a Lucia que no tenía permitido ir. Como la chica inteligente que era, Lucia
siempre siguió esas reglas porque no quería saber qué pasaría si no lo hacía.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —preguntó Lucia.

—Solo cállate —respondió John—. Tengo algunos asuntos de los cuales


encargarme. Sabía que querías hablar y verme, o lo que sea, pero todavía tengo
trabajo que hacer. Da la vista gorda como papá siempre te dijo que hicieras, y
estaremos bien.

Lucia decidió no responder a su hermano.

—¿Trabajo, trabajo?

—No tengo otro trabajo, Lucy. Soy un Capo y nada más.

Genial.

John estacionó el Mercedes frente a un edificio de apartamentos de mala


muerte. Él le repitió que se quedara y dejara el auto con seguro hasta que él
regresara. Después salió del auto y Lucia lo vio desaparecer dentro del
edificio. Menos de diez minutos después, su hermano salió del edificio con una
bolsa de lona negra en la mano. John abrió el auto y arrojó la bolsa a la parte de
atrás.

Una vez que volvió a acomodarse en el asiento del conductor, dijo:

—Pregunta.

Lucia se asomó al asiento trasero.

—¿Qué hay en esa bolsa?

—Un par de cosas.

83
—¿Como qué?

—Dinero y sustancia.

—Emm…

—Coca —aclaró su hermano—. Necesito buscar algunas cosas y entregarlas


a las personas que tratan con eso. ¿Entiendes?

—No realmente.

John sacudió la cabeza.

—Entonces deja de preguntar.

Lucia podría hacer eso.

—Tengo que hacer un par de paradas más antes de poder llevarte de


regreso. ¿Eso está bien?

—Perfecto, John.

Su hermano salió del estacionamiento.

—Bueno.

Durante la siguiente hora, Lucia se sentó en silencio en el auto mientras su


hermano hacía lo que él hacía. A menudo desaparecía dentro y fuera de edificios
con su bolsa negro en la mano, y nadie le daba una segunda mirada.
Aparentemente, tres años en prisión realmente no estaban afectando la capacidad
de su hermano para hacer su trabajo.

Mientras se metía una cucharada de pudín de chocolate caliente en la boca


mientras John conducía por lo que parecía ser un parque, Lucia se dio cuenta de
un grupo de chicos mayores merodeando por una tienda de conveniencia. Bueno,
ella no creía que fueran chicos, pero probablemente tenían más o menos su edad.

John estacionó su auto y tocó el claxon una vez. Encendió sus luces dos
veces. Confundida, Lucia vio como un chico se separaba del grupo y se acercaba
al auto de John. Como el cielo comenzaba a oscurecerse, ella realmente no podía
ver el rostro del chico tan bien. Pero cuanto más se acercaba a la ventana de John,
Lucia lo veía mucho mejor.

Líneas afiladas y fuertes formaron el rostro del hombre. Cabello negro y


salvaje, como si hubiera estado tirando de las puntas, colgaba hasta sus ojos. Ojos
marrones se asomaron por la ventana abierta de John, encontrando a Lucia al
instante mientras los labios del tipo se torcían en una sonrisa arrogante.

84
Lucia desvió la mirada.

—Hola, Ren —saludó John.

Ren.

Lucia tomó el nombre del chico y le echó otro vistazo. Él ya no la miraba,


sino que estaba centrado en John.

—Skip —dijo Ren.

—¿Tienes algo para mí hoy?

—Siempre, jefe.

La mano de Ren desapareció dentro de su abrigo antes de sacar un sobre


blanco. Lo puso en la mano de John como si nada estuviera mal. John lo abrió,
contó el efectivo que había dentro rápidamente y luego le entregó una pila al
hombre. Entonces, el hermano de Lucia arrojó el sobre al asiento trasero.

—Ve a ver a Tucker —dijo John—. Él te preparará para la próxima semana


lo que necesites.

—Lo haré, Skip.

La mano de Ren golpeó la parte superior del auto, pero antes de darse la
vuelta, él le lanzó otra mirada a Lucia. Lucia se removió en su asiento cuando su
hermano se dio cuenta de la mirada que pasaba entre los dos.

—Ren —espetó John.

Claramente, su hermano no estaba jugando hoy. De todos modos, él nunca


había sido fan de chicos alrededor de Lucia.

—Lo siento, Skip —dijo Ren—. Ya me voy. ¿La próxima semana?

—Sí. Vete, niño.

John estaba retrocediendo el auto antes de que Ren incluso se hubiera


alejado.

Una vez que estuvieron en la carretera, la curiosidad de Lucia la carcomió.

—¿John?

—¿Qué? —preguntó su hermano.

—¿Quién era ese?

—¿Renzo?

85
Lucia reconocería un nombre italiano en cualquier parte.

—Sí, él —dijo.

—Un chico de la calle —informó John como si no fuera nada—. Un soldado


que probablemente no irá a ningún lado sino justo donde está. Apesta, pero así
es como funciona.

Lucia se mordió las uñas cuidadas, todavía curiosa.

—¿Por qué?

—Porque eso es lo que hizo su padre por nuestro padre, y su abuelo por
nuestro abuelo. Es un círculo, Lucia. Es vicioso. Es el tipo de vida de la que no
pueden salir a pesar de lo mucho que se esfuercen. ¿Por qué importa?

Ella realmente no lo sabía.

—Solo me preguntaba. —Lucia se decidió por decir.

La mirada de John se dirigió a ella antes de decir:

—Sigue preguntándote. Nada más.

—¿Eh?

—Mantente alejada de tipos como Renzo, Lucia.

—No dije…

—Tómalo como un consejo futuro —interrumpió John—. Recuérdalo.

Ella lo intentaría.

Pero…

Los Marcello no seguían las reglas tan bien. Estaban demasiado sucios para
eso.

John se estiró y encendió la radio. Golpeó con los dedos el volante mientras
conducía. Lucia vio a su hermano aparentemente feliz y despreocupado. No
podía recordar un momento en que John luciera como lo hacía en ese momento.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó Lucia.

John esbozó una sonrisa.

—¿Eh?

—Estás feliz.

—¿Por qué no lo estaría?


86
Lucia negó con la cabeza.

—No es nada.

John rio.

—Mi felicidad es tan confusa para ti, ¿eh?

—No, pero por lo general no eres tan... abierto al respecto. —Decidió decir
ella.

—Te daré eso.

—Entonces, ¿qué pasa?

John tamborileó con los dedos hacia el volante con el ritmo de la música.

—Nada, Lucy. Solo creo que serán unos meses interesantes en esta familia.
Algo se siente diferente. Hay cosas comenzando a suceder. Estoy ansioso por los
cambios.

Ella no tenía idea de qué estaba hablando su hermano, pero él estaba


feliz. Lucia tomó eso por lo que era, y decidió dejar el resto estar.

—Lo que tú digas, John.

FIN

87
PRÓXIMAMENTE
Un chico salvaje.

Una chica astuta.

Cross Donati es la definición de


problemas. Hace lo que quiere porque
nunca ha conocido nada diferente. No se
disculpa, y lo sabe.

Catherine Marcello es una chica


buena... por fuera. Todo su mundo es un
legado, y ella vive a la altura de ello. Tiene
curiosidad y la está explorando.

Ella persigue cosas malas.

Él nunca aprendió a ser bueno.

Ellos son noches en vela, autos


robados, primeras veces, peleas, chaquetas de cuero, playas, sonrisas sangrientas
y vida.

Son viciosos y preciosos, peligrosos e inofensivos, inocentes y pecadores.


Son amor.

El amor es matar por alguien.

El amor es vivir por alguien.

A veces, no puedes seguir salvando tu corazón cuando eso significa


sacrificarlo también.

A veces, tienes que aprender a salvarte a ti mismo.

A veces, el amor tiene que caerse, estrellarse y arder.

Así es el amor cuando eres un principe y principessa della mafia.

Así es el amor cuando eres Cross Donati y Catherine Marcello.

Cross + Catherine #1

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SOBRE LA AUTORA

Bethany-Kris es una autora canadiense, amante de mucho, y madre de


cuatro hijos pequeños, un gato y tres perros. Una pequeña ciudad en el este de
Canadá, donde nació y se crio, es lo que siempre ha llamado hogar. Con sus
chicos a sus pies, el gato acurrucado, los perros ladrando y un esposo al cual
llama por encima del hombro, casi siempre está escribiendo algo... cuando puede
encontrar la hora.

Puedes encontrar a Bethany en:

Su sitio web:

www.bethanykris.com

En Facebook:

www.facebook.com/bethanykriswrites

En su blog:

www.bethanykris.blogspot.ca

O en Twitter: @BethanyKris

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