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FILOSOFÍA
JOSÉ FERRATERMORA
EL SENTIDO
DE LA MUERTE
INTRODUCCIÓN
estas realidad es mu erde a la v ez, y en ocasion es decisiva- rial s de esta vicla. Según hemos visto ant es, una relación
m ent e, sobre ellas. Por eso las ciencias de la natural eza to mo lu apuntada no pu ede solu cionarse situándos e sin más
pu eden ser, si se qui ere, más complicadas, pero las ciencias l ' ll cualqui era de los t érminos para derivar ele él la existen-
del espíritu serán siempr e más compl ejas. Y, sin embar go, da o siqwiera la esencia del otro; la relación entr e la filo-
urg e cada día más elaborar una sist emáti.ca qu e equivalga sof ía y lct vida es una relación dond e no hay , prop iam ent e
en cierta man era al m encionado sist ema de ecuaciones si liablanclo, dos términos más qu e cuanclo la m ent e humana
no se quier e que la compr ensión del hombr e fra case, manca . e dispon e a op erar m entalm ent e sobre ellos. Entonc es pare-
de lo único por lo que el hombr e de Occident e par ece hab er ce existir, en ef ecto, depend encia o subord inación entre
sentido inequívo ca predilección: por el método. a111ba s. Pero cuando, en luga:r de practicar un muíl-is-is es-
No es este, cla:ro está, el luga.1·apropiado 7Ja:ra inici,ar se- trictam ent e int electual, trntamos ele volcarnos directam ent e
m ejante metodología , ni siqui era en el tema., más restringi- sobre la realidad (int erponi endo entr e ella y nosotros el ins-
do , de la relación entr e el pensar filosóf ico y la estructura tnnn ento del concepto, pero dedu ciendo luego, en una hábil
general de la vida humana en las dist intas etapas de la his- s11stracción m ental, lo mismo qu e habíamos pu esto), adv er-
toria ele Occid ent e. Pero la simpl e indicación de qu e tales tim os qu e no pu ede hab er relación entre términos , sino pura
relacion es son ele índol e más compl eja ele lo qu e poclr-ía y simpl e dilata ción o contracción de una realidad úni ca. Sólo
parecer de prim era i.ntención, nos penn ítirá ent end er la rela- teniendo esto en cuenta pu ede ent end erse la propo sición, a
ción peculiar exist ent e en nu estros días ent re una cacla -vez 71rimera vista parad ójica, de qu e la filosofía -o, pa.ra hablar
•más int ensa preocupa ción filosóf ica por la 11u 1.ert e y esa pos- on mayor generalidad , el pensam iento- anti cipa s-u camino
tr era llarnarada ele la mo elernida:d, qu e parece qu erer abra- a la -vicla, pero es a la -vez como la pi el qu e se ci-ñe, perfecta
sar todo lo qu e no esté ele perf ecto acuerdo con itn progra- y elásticam ent e, a todos sus movimi entos. Al indicar qu e
nia establ ecido hacia el siglo XVII 7Jor algunos hombr es en 1111 a ele las más sobresaUent es características ele semejant e
lucha con el contorno . Por lo demás, ocurre con el probl ema "relación" es cierto "anticipars e" ele la filosof ía a la vida ,
de la mu erte en la épo ca presente exactam ent e lo mismo <'ntend emos, por consiguient e, m enos una nwstra ción por
qu e sucede en todo s los demás tie11ipos con las cuestion es la filosofía y el pensami ento ele las rutas qu e la vida hurna-
qu e af ectan a la relación entre la filosofía y los mod elos ele 1w. va a seguir post eriorm ent e qu e una anticipación qu e la
vida humana: qu e la prim era suele explorar con singular osa- vida hum ana efectúa de sí misma por medio de su propio
día la misma terra in cognita qu e la segunda está ap enas p ensamiento.
esforzadam ent e tant eando . Lo cual no signifi ca, repito , qu e Si hay ahora en el pensar filosófico algo muy parecido a
u r1r1 desazón o inqui etud qu e lo vu elca sobre el probl ema
la vida humana sea úni cament e el resultado de una JJre vía
I
CAPÍTULO I
de disolución cuyo fondo común calificamos provisional- 11111 •dc hi ' 11 claro, p ermítas eme agr egar lo sigui ente: tan
m ent e de mu ert e? ¿No se caract erizan pr ecisam ent e ciertas 11111.0 c·onio la aplic ación a lo inorgánico de una cat egoría
existencias por eludir la mu ert e o, si se qui ere , por su abso - 1p1,, 1·or respo11cl c exclusivament e a lo orgánico, es el proc e-
luta ind ep end enci a de tal categoría? d 1111111,to inv rso. Ahora bien, la muerte , en el amplio sen -
Advirtamo s, p ara qu e no qu epa confosión en asunto tan 1ldn ·011CJII C comenzarnos por ent enderla , no es ni la una
lleno ele celada s, qu e desde cierto punto de vista pu ede con- 111111ol ra ·tlt cgoría precisam ent e porque se nos ofrece, por
siderars e a lo inorg ánico como lo qu e se halla por princi- In ¡11·0 1110 , 0 1110 aqu ello qu e pu ede en principio religar en-
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b·e sí a todas las existencias, como lo qu e se pr esenta pri- 'l. r s<•rnej11 11l' programa hay qu e reb"ocecler a Parm énides
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mar .iamente bajo el aspecto de la disolución de un ser y 11 c·rra 11lo s •a, en la reflexión sobr e el ser, calcado sobre el
de la desintegración de un existir. ,11oddo pa rrncnídeo . Pero la dificultad de la por lo demás
Nada nos obliga , así, a acorralar el concepto ele la muert e r·n •pro ·lrabl tes.is d e Parm énid es es qu e se ve fotzada a
en una angosta zona ele la realidad para tra spon erlo luego -~ 1primir la misma realidad de que se proponía dar cuenta.
1
a la realidad total y afirmar que hay esferas ele la existen- 1111 supo11icndo qu e la doctrina de Parm énid es no sea, como
cia en qu e resulta por lo menos improbabl e. Ahora bien, 11lg rrnos sngaces intérpretes suponen, la clara y radical con-
entendida la muert e como una disolución, ello no significa ·1< •11·ia_el' toda la ontología occidental , la prim era y plenaria
tampoco que, al caer sobre cualquier existencia, ésta qu ede, n·drr · ·1611nl ent e de lo existente, la verdad es que Parméni-
propiam ente hablando, aniquilada. Todavía es más evidente dPs. pi ·nsa el_ser como si toda realidad óntica tuviera su prin -
esto en el caso de la realidad inorgánica, por cuanto en c•1pro c11un 1-undamento ontológico. Para la adopción de los
ella rig e con el mayor radicalismo el principio de que nada 1·sq11·mas tle Parm énides como mod elos de la plena racio -
se crea ni se destrny e. Como luego se verá, este principio r111 liza ·ión de lo r eal no es preciso, pu es, adentrarse en una
no debe admitirs e sin resh·icciones, pero si h ay algún lugar prolil ·rnática y acaso insolubl e discusión acerca de lo que,
donde par ezca excluída la posibilidad de m1 regreso a la ' '" ere.bel quería decir Parm énides cuando nos declaraba
nada ele lo crea do, es pr ecisam ent e el mundo de la mat eria, 'I" · la vía de la p ersuasión , acompañada de la verdad , es
el cual par ece consistir primordialmente en una incesante l11.vía q~'.e conduc e al r econocimiento de que "aquello de que
yuxtaposición y desintegración de elementos que perman e- li t ' tral a cs. En principio , no habría dificultad en admitir
cen ellos mismos inalterados. l La imagen que ofrece el '111\l I arm6rudes solamente podía p ensar en términos corpo-
mundo mat erial a la razón es inevitablemente la misma que 1 11l slas y qu e la esfera en qu e resume su idea del ser es
ofreció a los prim eros p ensador es de Grecia y en p articular 1•1'11t1ivarnc11tc,un a esfera material o, para decirlo con nece~
la misma qu e ofreció a D emócrito. Cierto qu e el atomismo 1l'iu r ·dundancia, algo p erteneciente a la natura-leza de la
de D emócrito no es todavía, según Francisco Homero ha úa1.¡. Porqu e, aun admitiendo que la dificultad de la inter-
advertido, el "programa máximo ele la razón".2 Para alcan- pr!'ln ·i6n p_armenídea consiste en qu e, "en vez de propor-
1 La tran sformación de la masa en energía y el pro ceso •inverso, , , 0 111trn os clrrectameu te su visión, nos da ante todo 1ma racio -
tal como se rea liza en las ecua ·iones de la act ual física atómica, o,
para enunci arlo más rigurosamcnt ' , la equivalencia ele masa y ener-
rutli~n ·ión _el ella" 1 , lo qu e para el caso importa es que se
gía no desmiente, sino qn e confirma la inalterabilidad de los "ele- 1•011 s rdNa Jorzado a utiliz ar para el acceso al ser la vía de
mentos" - cualesq uiera q u · ellos sea n- que se supongan compo- In rnzó,, ru lical y raciocinante, de tal modo que ésta sola-
ner la mater ia y qu e pu edan asumir cualqui er asp ecto sin permane-
cer por olio menos "i naltcrnbles" . En todo caso - y es lo qu e para
rl11'1tl<•pu d conducirle a un ser que en todo momento ya
1
el caso nos imp ort a- , ningún proc eso físico deja redu cida a la nada 1 1'11, Tul vez por ello pu ede decirse lo que, atendiendo más
nin guna realid ad . , 1ddndosurn ·ntc al propio p ensami ento y expresión de Par -
2 Cfr. Fran cisco Romero, Sobr e los probl emas ele la raz611 y lti m e-
tafísi ca, 1942 ( en Pap eles para una filosofía , 1945, págs . 97-110). , jnl111l•:luf lJoodin , Th e v ision of Pann e11ides (Th e Philosophical
Tambi én, Prngrama ele una filo sofía, 1940 (icl. id., pág s. 7-30) . 1,11, 0, pr'1g . 578 ).
i\1I' 11\11,
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mé11ides, resultara impropio: que el pensar y el ser son la ck n transformarse en rea-les desplegándos e simplemente en
misma cosa. Pues aun cuando la aparente identificación de <'I spacio o simpl emente extendiéndose en el tiempo, p ero
ambos términos significa, en el fondo , el hecho de que sólo ln1npoco los objetos reales pueden , si la expresión nos es
el ser puede ser concebido y el hecho de que sólo lo que p<'rmitida , conh·aerse hasta constitufr la absb·acción en que
pu ede ser concebido es verdaderamente , únicamente le se- lo ideal primariamente se asienta . Ahora bien, lo que vemos
para un paso de la radical concepción idealista que hace 1·n Parménides es precisamente la prim era y consciente re-
id énticos el ser y la intuición pensante de lo que es. du c ión mutua de dos mundos cuya dualidad comenzaba
Si nos hemos demorado un poco en Parménides es, em- <1r1toncesprecisamente a descubrirse. En los p ensadores jó-
pero, por motivos muy distintos que el de ensayar tomar 11i ·os no había sido esto jamás cuestión. La "escuela" jónica
una posición ante su debatida opinión filosófica. Parmé - Sl' limitaba a la reducción de las existencias a una existencia
nid es nos i_nteresa más bien porque en él se nos ofre- privilegiada y susceptible ele contener en sí misma, en ger-
ce con plena claridad aquel momento de la historia en 111 cn o ya en cierto desarrollo, lo particular y con!ingente.
que la razón , queriendo quebrar el círculo de hierro en que Por eso pu ede decirse que tanto Parménid es como los jónicos
gime aprisionada, nos muesh·a a la vez todo su poder y toda no atacan, por insuficienci as opu estas, el probl ema de lo real
su impot encia. Pero hay otro motivo fundamental y menos , ele consiguiente, no pueden proporcionarnos una base sa-
atendido: en el examen de Parménides advertimos, además, l isfactoria para la dilucidación de aquello que par ece incliso-
aquel punto en que parece b·azarse una línea divisoria entre l11blemente vinculado a la realidad: 1a cesación, la termina-
la región de lo id eal y la región de lo existente. Claro está que l'i611 , la mu ert e. La reducción de la existencia a la esencia, y
esta idealidad ha de ser entendida de una manera muy pre- 111111 a la pura esencia formal, elimina forzosam ente todo pro -
cisa para no ser mal interpretada: ideal llamamos aquí no blema qu e de algún modo afecte a la cesación. Cualquier es-
al mundo de los ideales ni siquiera al de las ideas, sino al c¡u ·ma filosófico apoyado en las racionalm ente irr ebatibles
de aqu ellos objetos que caracterizan principalmente su ser ll'sis parmenídeas tendrá que neg·1r la cesación y la muerte,
por modos nega tivos. Los objetos id eales aquí referidos son, j> ll ('S éstas no se ceban sino en w1a realidad , y la reducción
efectivam ente, aqu ellos qu e se encuentran fuera del tiempo, d1· Par ménides no sólo no se satisface con hallar bajo toda
fu era del espacio, fuera de toda posibilid ad de int eracción 1·xistcncia una esencia única, intemporal e inmóvil, sino que,
causal. In espaci alidad , int emporalid ad y causalidad son los por la misma fuerza del razonami ento inicial, no detenido
elementos de la atmósfera en qu e, por así decirlo, la región por ninguna cautela, tal esencia apunta de continuo a la
"ideal" se baña, p ero la mencionada negatividad es en cierto 11 s()luci6u de sí misma, está siempre a punto de convertirse
modo la negatividad de lo qu e todavía no ha alcanzado un 1•11una nada. No otro es el sentido de las precisas y cabales
grado positivo. D e ahí la imposibilidad para tales objetos de 11 l'sligaciones de Meyerson sobre tau decisivo asunto. En
una r educción a lo real o para la realidad de una reducción 11 llus s mu estra que el postulado causal llevado a sus últimas
a ellos, por lo menos en el sentido habitua l de estos términos. 1•w1sc ·u.encías conduce inevitablem ente a la esfera de Par-
Conc ebidos en tal negativo modo, los objetos ideales no pue- 1n(·11idcs y, por lo tanto, a la anulación de aqu ella misma reali-
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38 EL SENTIDO DE LA MUERTE
s11 pl~nt'. significación y sus feraces consecu encias para el
dad de que la ciencia pretendía justam ente dar cuenta. La
·onocumento sin la interposición y la obligatoria asimilación
ciencia mordería únicam ente sobre un univ erso ya hecho y
clel "platonismo". Pues los jónicos y todos los qu e de algún
cumplido, en absoluto repo·so e indifer enciación de todas sus
modo se basan, conscientemente o no, en sus esquemas cor-
partes ( si aún pudiese hablarse de partes); en suma, sobre
poralistas poseen, sin eluda, un pensamiento sobre la reali-
"un ser absoluto que se parece furiosament e al no ser" 1. Nos
c.lad, mas no una metafísica de ella. En este sentido pu ede
encontraríamos entonc es con un modo de ser tan cercano a la
realmente decirse que el prim er pensamiento verdaderamen-
idealidad formal y a la nada, qu e en modo alguno nos
te metafísico de la historia de la filosofía es el p ensami ento
sería factible averiguar lo qu e en él significa la muerte,
de Parmé nides y qu e, por lo tanto, siempre que se haga
pues se trataría ele un ser y ele un univ erso esencialmente
metafísica y no simplement e cosmología habrá que tener
muertos y, en principfo, "cesa dos". Para que el problema
presente el sentido, si no el cont enido de la meditación par-
de la muerte o, dicho con mayor generalidad, de la cesación
rnenídea. La ejemplar dobl e insuficiencia de los jónicos y
tenga s~ntido, es preciso que se aplique a un ser que pueda
de los eleatas nos señaila, así, lo qu e tenemos que evitar para
en cierto momento morir y cesar. El univ erso que la razón
que nu estra ind agación sobre el moi-ir y el cesar alcancen
describe, en el ejemplar razonamiento ele Parm é~ides, es, en
la amplitud necesaria, pero no más de la necesaria. La reali-
cambio , un univ erso donde la eliminación de las conh·adic-
da~ qu e Parm énid es estimaba verdaderamente real es pura
ciohes de la razón ha significado la eliminación ele las con-
y sunpl emente la r ealidad que consideraba realmente verda-
tradiccion es de la realidad y, con elfo, ele la realidad misma.
dera. La realidad qu e los jónicos consideraban como autén-
Tampoco los esqu emas, tambi én en su género ejemplares,
tica era únicam ente la qu e estimaban verdaderamente real.
de los jónicos nos p ermiten compr ender tal cesación, p ero
Ahora bien, tanto la verdad de los eleatas como la realidad
esta vez no ya por falta de materia a la cual aplicars e, sino
de l~s jónicos constituía sólo una parte de la verdad y de la
por el escaso radio de ella . Los jónicos repr esentan, en efec-
r~ahdad qu e, negando sus limitaciones, pero a la vez apo-
to, la más acabada tend encia "corporalista" del filosofar. La
yandose en ellas, ha conseguido vislumbrar, h·as veintiséis
representan con tan exh·ema consecuencia, qu e bien pron-
siglos d e esfu erzo, la filosofía. Lo prim ero que precisa
to su corriente tuvo que ser desviada ele su curso por los
h~,cer, pues , . para delimitar el territorio de nuestra indaga-
esquemas racionales del eleatismo, del pitagorismo y del
c1on ,es_avenguar, aw1 con cierto obligado ah·opellamiento,
platonismo. Desviación, cierto es, absolutamente necesaria,
los limites de nuestra realidad y de nuesh·a verdad.
pues la exigencia de una "vu elta a los jónicos" que se ha
Si el caso de D emócrito nos interesaba era, así, porque en
experimentado, sobre todo en el terreno ele la ciencia, en
él se nos ofrecía acaso la prim era explicación filosóficam ente
todos aqu ellos instant es en qu e el hombre ha querido salir
plausibl e del fenómeno de la cesación de las existencias . Ad-
del círculo ele la razón identificadora no hubies e alcanzado
viértase bien: no pr etendo insinuar qu e, frente a las men -
·• Meyerson, De l'explication da.ns les sciences, 1921, pág. 350. Tnm- cionadas insuficiencias de los jónicos y de los eleatas, des-
bién, Id entité et Réalité,4 1932, pág s. 257-268 , 362, y Du chemi cubramos ahora, como por arte mágico, una consoladora
nement de la pens ée, 1931, t. I, pág. 91; t. II,, pág. 488.
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sufici encia de los atomistas. Desd e cierto punto ele vista , el 1·11sí frent e y aun contra todo fenómeno. Lo qu e Demócri-
atomismo es más insuficient e aun que las dir ecciones men- to rea'liza es, así, una mediación que conserva, sin artif icioso
cionadas -dir ecciones qu e, conviene repetirlo, tom amos sólo t•c·luclicismo, los dos términos: admit e la esfera de los eleatas
como ejemplares esquemas - . Lo que qui ero decir es que d fcnome nismo de los jónicos, y en la serie posibl e de
D emócrito repr esenta el prim er tran sparente ejemplo de una rvla ·iones entre la realidad en sí y la entidad fenoménka 1
actitud que, reconociendo a la vez la verdad de lo re al y t·s ·ogc la solución que sólo la madur ez de Aristót eles sup e- ·
la realid¡td de lo, verdadero, se propon e mediar entre ambas rnr(\ bi en que con sacrificios a veces excesivos: dividir lo en
y hall ar una solución distinta del m ero y fácil eclecticismo. .~í en una multiplicidad , atribuir a cada uno de los seres
Lo qu e menos importa de D emócrito y de la corriente filo- ,,,(illiples - los átomos - los carac teres de la esfera parme-
sófica por él fundada es, de consiguiente , el cont enido espe- 11Ídca y conservar con ellos los postulados de la máxima racio-
cífico ele la doctrina y aun el hecho de que se h aya resu elto Jllllid ad y la evidencia de una realidad múltipl e, cambiante
p erm anentemen te en el atomismo . Nos int eresa, en cambio, diversa. Nada sorpre nd ent e entonces qu e el atomismo sea
y grandemente, comprobar hasta qué punto D emócrito re- '\ ·j ·mplar" en el mismo sentido en qu e consid era mos ejempla-
presenta un primer logrado int ento de mediar entre la ver- l'C'S 1 corpora lismo jónico, el eleatismo o el platonismo ; en él
dad y la realidad , que parecen destinadas o a reducirs e se perfila , en efecto, la solución científica del problema de
muh1am ente, aniquilando cada una de ellas a la contraria, o la multipli cidad y del cambio, solución qu e en el mecanicismo
_,1 existir separadam ente , al bord e de abismos sobre los cual es J11 oderno ha madurado hasta límites gloriosos. Es por esta
no hay ni posibilidad ni siqui era int ención de tender un ra zón capita l por la qu e el probl ema de la muerte en la
puent e. Ahora bi en, es de sobra notorio que la tentativ a de nat uraleza inorgánica tendrá qu e asumir forzosamente un
D emócrito es, en su orden, de carácter genial. Ya en su p ·rfi,l muy p arecido al qu e tiene en el mecanicismo. Lo cual
tiempo se pr esentaba la cuestión planteada en los mismos 110 significa ni mucho menos qu e sea el mecanicismo la
t érminos que hasta hace relat ivamen te muy poco tiempo ha solución para el probl ema de la muert e, ni siqui era denb·o
asumido: por un lado , una realidad designada con el nombre d' los confin es de tal natur aleza. Por el conb'ario , tal vez
de fenómeno y que lleva en su dobl e significación de mani- sea posib le anticipar desde ahora qu e el mecanicismo ofrece
.festación y apariencia los caract eres opu estos de la r ealidad del prob lema del morir y del cesar una solución falsa. Mas
y del simple refl ejo; por el ob.·o, una realidad explícitam en- c·sta fa lsedad se debe a parcialidad más que a otro motivo,
t e design ada como la ver dad era y post eriorm en te calificada d • tal suert e qu e cua lquier indagación de la cuestión que se
de sustancial; algo, por lo tanto , en qu e obligatoriam ent e proponga llegar más a fondo de lo que es sólito en tal es
tenía qu e fundars e todo apa recer y todo manif estarse. No l<'mas tendrá qu e hac er lo contra rio de aplicar a toda la
.era, desde lu ego, una solución declarar in exist ente cualqui e- 1'('alidad los esqu emas qu e se forja el mecanicismo acerca de
ra de estas dos formas mediante una aniquilac ión de la t•lla pero tamb ién lo contrario de extender ilegítimament e a
conh'aria, ya fu ese en nombre del fenomenismo radic al o de 1
Véase sobr e este punto mi Diccionario d e Filosofía, 2 1944,
una no menos radical y exclusiva posición de la realidad H\' v\l FENÓMENO, pá gs. 252-253.
tl2 E L SE NTIDO DE LA MUERTE L A M UE RTE E N LA NATURA LE ZA I N ORGÁNICA 43
la r •alitlad mecánica los estrictos postulados qu e valen para d •~ap arición ele existenci as. En un a cierta mínim a propor-
la r alidad orgánica, psíquica o espiritual. · ·ión, las combinacion es . atómicas implic an, por el mero
E] cliscontinuismo ontológico qu e de ello r esult e será tal h •cho ele ser combinacion es, ciert a novedad, ele tal suert e
vez poco adecuado a los hábitos mental es qu e justam ent_e que, aun sin recurrir , corno lo hacía Epicuro , a la arbitraria
las t end encias mecanicistas -entendid as ahora en un senti- hipót esis de una hxAt cm; o clinam.en de los átomo s, se pu ede
do más amplio qu e el esti·ictament e científico- han contri- sostener qu e hay en la combin ación como tal un a dosis, bi en
bu.ído ,a crear en el hombr e mod erno , p ero espero qu e sea que muy reducida , de conting encia. Pero aun admitid a la
por lo menos más ad ecuado a la realidad qu e h at~mos _de mínima conting encia y la reducida novedad de las combi-
describir con la máxima pureza asequibl e. Ahora bi en, nm- naciones atómicas , el hecho es qu e la cesación de una com-
gún asp ecto del mecanicismo más ejemplar qu e el del ato- bin ación equival e pura y simpl ement e a la t ermin ación del
mismo de D emócrito. ¿Qué imag en nos ofrece , pu es, de la enlace; los fundam entos del mismo recobran así su ant erior
mu ert e esta filosofía qu e es, al propio tiempo, el secreto ind ep end encia sin hab er sufrido e1los mismos, corno tal es,
postulado ele toda ciencia natural? ningún cambio. La posibilid ad de _ esta evasión de todo
Para el atomismo ele Demócrito, lo mismo que para el cambio está dada , desde lu ego, en el mismo postul ado del
mecanicismo, la mu erte es pura y simplement e la desinte- átomo; éste no sufr e cambio porqu e es definido y ra cional-
gración ele lo que había sido hansitoriament e int egrado. ment e supu esto como en principio inalt erabl e. Y ello hasta
Pero tal desint egración , así como la int egración qu e supon e, tal punto, qu e inclusiv e pod emos afirmar qu e, cualqui era
opera estrictamente a bas e de partículas inclescomponibl es, qu e sea la novedad y la conting encia surg idas a ti·avés de
ele átomos que participan, rep etimos, ·d e la mayor parte de las combinacion es atómic as, ellas se desvan ecen desde el
los caract eres de la racionalidad parm eníd ea, qu e son en sí instante en qu e las p art es constitutiva s ele las existencias
mismos '1lenos" -por lo tanto, continuos-; int emporal es regresan a su ant erior estado. Tal condi ción del atomismo
-por lo tanto, no contingent es-; inmóviles -por lo t~nto , y del mecanicismo no ha sido, a mi modo de ver, debida-
puram ente racional es-. La discontinuid ad, la temporalidad mente valora-da. Porqu e, sin duda, import a bi en poco qu e,
y la movilidad de los átomos no conciern en, en efecto , al frente a las afirmacion es de una absoluta necesidad, racio-
átomo mismo, sino a los átomos o, mejor dicho, a las com- nalidad y caus alidad del mecanicismo atomista, se reconozca,
binacion es entr e ellos. Sólo cuando una multipli cidad ele por el mencionado hecho de la combinación, el funciona-
átomos entra en relación abandon an las condicion es raciona- miento de un a mínim a dosis de conting encia. D e h echo,
les sus radi cales exigencias, pero de tal modo qu e la discon- esta dosis conting ent e funciona como si no existiera, por
tinuid ad, la temp oralidad y la movilidad así surgid as siguen cuanto está siempre a punto de desvan ecerse sin residuo,
mant eniéndos e denb·o del marco racional e int eligible que de retornar a su condi ción originari a, qu e es la existencia
había servido pr ecisamente para fundarlas. Cu ando habl a- separa ·da de los átomos , única a la qu e convienen, tras el
mos de int egración y •d e desint egración lo hac emos, de con- supu esto irracional de un elemento cliscontinuo, los postu-
siguiente, en un sentido muy distinto al de la aparición y lados de la racionalidad estricta . ¿Qué importa, en efecto,
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una novedad qu e está de continuo en tranc e de desvane- de la existencia efectiva de un a mu ert e. Esto es, de h echo , lo
cerse, de ser consid era da, frente a la realidad "verdad era ", qu e acont ece en la ciencia, la cual se esfuerza, por todos los
como poco sustantiva? Esto es, sin duda , lo que ocurre con medios y en vü-tud de una inc esant e reducción de lo com-
está dicho qu e la física no pu eda algú n día realizar un esfuerzo p ara q~1~~-stá ~nas cerca de ser aquello de lo cual no puede pre-
regresa r a la mlnima inll.1itividad de sus fórm ulas. Ésta es, por lo de- cl1ca1semnguna mu erte qu e de aqu ello que , pr ecisamente
mús, una de las int enciones fund amental es de au tores como A. N. por ser mort al, está siempr e en posibilidad de mantenerse
Whit ehead ( Th e ooncept of Na.t,nre, 1920) o Berlrn nd Ru ssell ( Th e
Analy sis of MaUer, 1927) , para no m enc ionar sino los int ent os que se e1~;i~a. L~ foorgánico, en suma, está, mucho más que lo
han b·aduc ido en ob ras de orden m ás profundo. 01_~amcoe mcomp ara blemen te más que lo psíquico , enh·e-
2 fü1cyclopiirLie, § 247: Dn di.e Iclee so als clas N egat-i-ve ihr er te11do con lo ideal.
selbst; oder sich iiu sse rl ic h ·ist, so ist Natur nicht iittsserlich ,mr rela-
tiv gegen diese I ele e (u.ncl gegen cUe siib¡ecl,ive Existenz clerselben, den
D e ahí qu e, tom an do las cosas en su sentido más llano,
Geist) sonclem cli.e Átt ,sse rlichk eit ma cht die Besti mmttng a11s,in pudi éramos decir que la prim era y más primitiva forma
we lcher sie als Nat11r'ist.
68 EL SEN T IDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA INOR GÁNI CA 69
de la "perdura ción" corr espond e, por lo pronto , a la simpli- mo subyac ente a la ciencia mecanicista a qu e ha dado ori-
cidad - a la simplicidad de la mat eria y, aunqu e por mo- gen, una teoría de lo real cada vez más cercana a la ontolo-
tivos radicalm ente opu estos, a la simplicidad del espíritu . gía !)armenídea. Por el contr ario : cuando , en lugar de
Claro está qu e tanto en uno como en el oho caso la simpli - refenrnos a la ontología subyac ent e a una ciencia, int enta-
cidad pura y simple no existen. Por el lado de lo inorgáni co mos comprender la ciencia misma en la medida en que se
-y para limitarnos ahora a él- , tenemos qu e reconocer in- propone u~a-,explicación de la realid ad, descubrimos qu e
mediatam ent e qu e lo mat erial se nos apar ece, no bajo la la transpos1c1on de ésta al pl ano cuantitativo no nos es su-
forma de simplicidades absolutam ente distintas entr e sí, si- ficiente . Hay, en efecto , algo -llám ese cualidad, llám ese
no pr ecisament e bajo la forma de agregados . En la compo- estructura- qu e real y no sólo ficticiam ent e cambia. Se cli-
sición y en la recomposición de éstos se cumple acaso, con rá que para una consid eración rigurosam ent e científica de
mayor rigor y radicalismo qu e en parte alguna, el princi- lo inorgánico , ese algo sobra . Pero esta es una afirm ación
pio del ex nihilo nihil fit, qu e no por azar constituy e el prin- qu e más corr espond e a una cierta metafí sica suby acent e a
cipio esencial del "atomismo" 1 . A11orabi en, afirmar de cual- urn~ ciencia qu e a la ciencia misma. Cuando , rep etimos, re -
qui er realidad que no pued e aniquilars e ni pued e dar fenmos nu estra consid eración no a la relación entre una
lugar a realidad es qu e pr eviamente no existían , no signi- ontologí a y un a ciencia , sino a la relación entr e una ciencia
fica ni mucho menos qu e Ias cualidad es mismas sean in- Y la_realidad que se propon e describir , la supre sión de la
tangibl es. Lo que realmente no cambia, o lo que no parece cu~hclad se nos apar ece como totalm ent e impract icabl e. En
cambi ar, en lo inorgánico, es la cantidad. D e ahí qu e si nos- pnm er lug ar, no pa rece cómoda una eliminación del tiem-
otros id entific amos de algun a manera la realidad inorgáni- ~~- En segundo término , pare ce impo sibl e una total supr e-
s1011 ele la esb·ucturn. Tanto es así qu e, aun en el caso ele
ca con los elementos cuantitativos por medio ele los cuales
la medimos, llegu emos a la paradójica conclusión de que el la frecuent e concepción de la revers.ibilidacl de los proc esos
sucederse de tal realidad es una pura y simple transposición Y de la descomposición de los agr egados en sus elementos
al plano ra cional de unas cantidad es que en sí mismas per- simpl es, descubrimos , a poco de sentar pi e en tal selva sel-
manec en invari ables. Si la mat eria es, de un modo esencial vaggia el~ probl emas, qu e rev ersibilidad y descomposición
o fundam ental , la cantid ad, el cambio como tal qu edará eli- no son smo nombr es qu e se dan a la re alidad cuando es
minado , y con él aqu el grado mínimo de muerte que , con cont emplada_ desd e _el punto de vista ele la cantidad, p ero
el nombr e de disolu ción, p arecía corr espond er a la forma no a la realidad misma en tanto qu e la consid eremos co-
de cesación de la natural eza inorgánica. Pero desde el mo- mo _una_existencia. Pr ecisament e en la proporción en qu e
mento en qu e formulamos tal proposición adv ertimos que la ciencia tr~ta de lo real y no sólo de los esqu emas mecá-
ésta sólo resulta válida en la m edida en que colocamos, co- ni cos del nusmo , reversibilidad y descomposición ceden el
paso a una irreversibilidad qu e par ece in eliminabl e y a un
1 Cfr . Lu crecio, D e rernm na tura, 1, 149, 150: proc eso de descomposición y recompo sición qu e, si no afec-
um cuius hinc nobis exordía si1rnet,
P1·i11c i7J'i-
milla m rem e nilo gigni diuin-itus umquam.
ta a los elementos últimos de qu e lo real p arece compon er-
•
extendernos ahora sobre un punto qu e constituirá el tema las existencias: a la realidad física. Aun cuando la conci-
cn tral del postr er capítulo de esta obra , llam aremos el hnmos al modo atomista y mecanicista, aun cuando en
"espíritu ". De ahí que si tuviéramos qu e establ ecer una gra- 11ucstro p ensar científico sobre ella tengamos una induda -
dación de las realidades que nos son dadas y que se en- lil tend encia, por lo demás bien legítima, a estimarla des-
cuentran en el ámbito de nu esb·a experiencia total, pudi é- de el punto de vista de la cantidad y de la medida, lo cier-
ramos perfectamente articularlas d e un modo muy pareci- to s qu e su carácter cuantitativo y su mensmabilidad afec-
do al siguiente . - Ante todo, insistimos , se hallarían las reali- l;1n únicamente a lo qu e la realidad física tiene de pu-
dad es ideal es, realidad es qu e pos een asimismo, como todas rumen te exterior y no alude para nada a lo que ella tiene,
las restantes, su objetividad y que, de consigui ente , no ca- a unqu e sea mínim amente, de temporalidad y conting en-
be confundir ni con su esencia ni con su concepto 1 . La ob- ia. La inc esante composición y descomposición de la ma-
jetividad de lo ideal es, por ello, -la objetividad de lo int em- teria en sus elementos últimos es, de consiguiente, un acon-
poral. De tales objetos no puede enunciarse, en efecto, que tecer, y es desd e el acontecimiento y no desd e la medida
se encuentren en el tiempo , aun cuando no podamos nos- del mismo que debe ser metafísicament e considerada. Si
otros pensarlos sino en una situación temporal concreta. la exterioridad pr edomina indudabl em~nte en ella sobre la
De ahí que lo que cambi e en su verdad es, a lo sumo, intimidad , ello se debe a qu e, según insist ent emente he
la enunciación, y no la verdad misma . En cambio, des- adve rtido , en la dobl e dirección a que tiende cada uno
de el instante en qu e, separándonos de esta forma de ser de los grados o mom entos ·de lo real, la existencia física
que sería la pura objetividad, nos adentramos en el terre- par ece pose er una marcada inclinación a dirigü-se hacia
no de la existencia, lo hallamos ya caracterizado, no sólo la prim era de las mencionadas instancias. La misma posi-
con respecto a nuesb"o pensar, sino en principio y radical- bilidad de edificar sobr e ella una ciencia casi ínt egram en-
mente, como algo que se halla denb"o del tiempo. La tem- te reducible a la formulación matem ática nos mu estra esta
poralidad queda así insertada en el corazón de lo real tan su propensión últim a, qu e no le suprime ciertam ente el
pronto como lo tratamos como una existencia. Porqu e lo ·arácter fundam ental del existir, p ero que lo matiza vi-
qu e sucede en esta realidad de caráct er "exist encial'' es algo gorosame nt e con una tend encia que en ningún otro gra-
más que el hallarse denb·o del marco de un ti empo que do ele la realidad , excepto en la objetivam ent e id eal, se
constituiría, por ejemplo , la forma en qu e tal es objetos manifiesta de tan acabada man era. La existencia física
serían dados a una conciencia b"ascendental. El tiempo no tendrí a pues , tambi én una historia, pero sería una historia
es aquí un a form a, sino una verdadera substancia y aun q11e consistiría más en una rep etición de los mismos ciclos
se ha podido decir que es la aut éntica y última substancia <111 c en un acontec er que, como el hum ano, rezuma por
de las cosas en cuanto tales. Semejant e condición se nos Lodos sus lados el carácter del dram a . En la existencia fí-
revela ya cuando nos abocamos al prim er grado de aqu ella sica no habría, en efecto, drama más qu e si la consid e-
realidad qu e, para ciertas mentes, constituy e el conjunto de rúramos en conjunto , como una unid ad qu e no hici era re-
1 Cfr. E. Husserl, Id een., § 22. ferencia a nada más que a sí misma, como un conjunto
/
74 E L SE NTIDO DE LA MUERTE
LA M UEHTE E N LA N ATURALEZA INOHGÁNI CA 75
qu , en cuanto tal, asumiría fo~-z~samente los . carac~e'.·es ' lue, a modo de causas, la limitaban. En la constitu ción
del organismo. Si el caráct er orgarnco de la re~hdad ÍIS1ca de los crist ales, en cambio , tiene lugar algo más qu e tma
pu ede ser afirmado en alguna part e es pr ecisamente en agregación determinad a por los factor es externos. Sin que
este punto donde se nos manifiesta , en cierto modo , como pueda afirmars e en modo alguno qu e tal es objetos p ert e-
un drama . Así, el "pensar histórico" en qu e actualmente nezcan ya al reino de lo orgánico, ni siqui era qu e consti -
tanto se insiste podría legítimamente aplicars e a la rea:i- tuyan, como tant as veces se ha dicho sin pru eba suficien-
dacl física en conjunto, aun cuando resultara bastant e mas l , un reino int ermediario , lo cierto es qu e se compon en
improb able cuando se int entara aplic ar a cualqui er obje- ele muy diferent e manera , porqu e la forma está dada co-
to físico en la medida en que se hallara , aunqu e fuese mo una configurn ción pr evia a la qu e deben ad apt arse los
relativamente, aislado . En este último caso el pensar his- elementos compon entes. D e ahí qu e en el caso de los cris-
tórico emergería siempr e como una posibilidad , pero no tales o de cual esqui era realidades de cont extlu·a análoga
como algo qu e nos permiti era compr end er y, sobr e todo , pod amos hablar sólo mínimam ente de descomposición y
manipular tal es objetos. Una "historia ín~ima" de cada ob- recomposición y haya qu e referirse, _en todo caso, a la con-
jeto físico concebido , al modo ele Wlut ehea~, coi~o u,~ 1
figurnción en que algo figurativo y, en cierto modo , "ente-
compl exo de "entidad es actua les", como un orgamsmo ., lequia}" pred etermina desde un relativo "dentro " la estruc-
sería , por lo tanto, más un concepto-límit e que una reali- tura últim a de tal mat eria. Sería errón eo supon er, como el
dad efectiva. En cambio , desde el inst ant e en que el ca- lector estaría tentado de hacerlo, qu e tanto en el caso de
ráct er orgánico de lo real qu edara más vigoros amente sub- la materia pur a y simpl ement e inorgánica corno en el caso
rayado , el p ensar histórico y la tempor alidad harían algo de este deslizamiento hacia lo orgáni co qu e repr esentan
más qu e insinu arse como remotas posibilidad ~s. Así acon- los fenóm enos de la cristalización, estamos ind ebid amente
tece, sin duda, con las formas qu e par ecen lmd ar con la· inclinados a supon erles un a finalidad qu e ínt egrament e nos
realidad orgáni ca, y, sobre todo, con el conocido fenóm eno los expliqu e. Si es cierto qu e una especie de finalidad qu e
del "crecimiento " de los cristal es. Es bien sabido que la part e de la cúspide de la jerarquía ontológica es, a nu estro
yux taposición ele ellos en un c01~ junto no } e ef~ct~~, co~ modo de ver, la única man era de explicarnos cómo la reali-
mo una realic.lad de tipo exclusivam ente atomista , p01 dad es algo más qu e un a inform e y caótica substan cia, la
un mero agregado , sino qu e hay aquí ya de una maner~ aplicación de un principio finalist a a la realid ad no debe
decisiva una "forma " qu e parec e pr efigurar desde el pn- multiplic arse, como los ent es de Occarn, más de lo nece-
mer inst ante la estructura del conjunto. En un agregado sario. Porqu e si algo hay firm e en el conocimi ento de la
simpl emente físico, y si pr cscindim osyor ahor ~ de l~s com- realid ad física , es pr ecisamente qu e ésta se <leja llevar con
pl ejos probl emas qu plantean los estados. fm ale~ . en la facilidad sorpr end ent e hacia un a reduc ción de cada uno
constitución del átomo, la forma final era impr evlSlble o, de sus elementos , inclusiv e los de carácter más claramente
cuando menos, era pr evisible sólo teniendo en cuenta los "figurativo ", a los principios qu e se supon e la constituy en.
elementos circund antes, el conjunto ele fa,ctore~ e~terno~ El caso de los cristales no es, pu es, todavía demostrativo
1)
l
76 EL SENTIDO DE LA MUERTE
LA MUERTE EN LA NATURALEZA INORGÁNICA 77
<le qu e n la doble y contrapu esta vía tantas veces aludida
rable. No se ignora , claro está, qu e lo orgánico no se pre-
se haya llega do al mom ento en que la flecha sefiale ya, no
senta o, cuando menos, pued e no pr esentarse siempre bajo
ha cia la objetividad id eal, sino hacia la existencia concreta.
forma definida. En otro mundo distinto ·del nuestro, podría
En verdad , los fenómenos de la cristalización se hallan
muy bien manif estarse lo orgánico como una masa de as-
todavía marcadamente orientados hacia la exterioridad, y
pecto inform e, dond e no se supi era si hay configuración
ello hasta tal punto que acaso sea, en último término, esta última, porqu e la absorción de elementos no ayudaría en
tendencia lo que permita ontológicam ent e adscribirlos a nada a form arla. Pero aun en este caso veríamos desp er-
una realidad física de textura inorgánica. Pero, aun conce- tarse en lo orgánico potencias que , para emplear la expre-
bidos como algo inorgánico, vemos en ellos lo qu e en nin- sión de Plotino, sólo "dormid as" encontraríamos en la pura
guna otra zona de la realidad inorgánica se nos pone tan y simple naturaleza .1 En prim er lugar, tal esh·uctura de
claram ent e de manifi esto: una vacilación y, con ella, una lo orgánico repr esentaría siempre una forma inferior, más
especie de contenido desplazami ento en virtud del cual los próxima siempre, desde el punto de vista de su constitu-
fenómenos citados parec en habitar la esfera interm edia , os- ción form al, a los fenómenos ·de la cristalización y aun al
cilante e ind ecisa, qu e separa la rnalidad orgánica de la proceso de composición y descomposición de las estructu-
inorgánica, en un muy parecido sentido a como ésta se ha- ras mecánicas, que a la vida orgánica propiam ent e dicha .
llaba, en sus grados inferior es por lo menos, separada de En segundo lu gar, la no aparición de una individualid ad
la objetividad ideal. o de varias individu alid ades no significaría sino qu e éstas
Si de lo inorgánico pasamos a lo orgánico, el paisaj e cam- han quedado como absorbidas en una estructura única y
bia de modo tan compl eto qu e no par ece sino que h ayamos última . La esp ecificidad , en cambio, seg uiría subsistiendo,
efectuado, sin transición apenas, un giro de ciento ochenta y las características de lo orgánico, sobre todo la extensión
grados. Aquí no hay sólo, en efecto, cesación de un agr ega- hacia un "fu era" parti en do de un "denb ·o", no podrían
do qu e pu ede recompon erse en ob·o momento , supu esta- jamás abolirs e. Porque lo qu e importa en el caso pr esent e
mente indi.fere11te, del tiempo, de tal suert e qu e, no obs- no es, ciertamente, tanto la formación de especies y, denb ·o
tan te constituir éste la estructm a int erna de lo real, opera de ellas, el crecimiento y la diferenci ación de los indivi-
como si se b·atara de una forma. En lo orgánico se nos duos, como la enb·ada de la realidad denb ·o de sí misma .
revela el tiempo mediant e un int erno proc eso de madura- En ob·os términos , y como he dicho en otra part e, al ap a-
ción qu e sólo analógicamente pod emos comparar con la recer lo orgánico surgiría un "denb'o" que sólo analógica-
composición de elementos dados. Por un lado , lo orgánico ment e tendría que ver con el "denh·o" del espacio. La in-
está carac terizado por un a esp ecificidad en virtud d e la terioridad de los objetos físicos era, en efecto, princip al-
cual, y de una man era incomparabl emente más radical que ment e una int erioridad espacial, susceptible de desvane -
lo qu e sucedía con los cristales, la absorción de elementos cerse tan pronto como se penetraba espacialmente en ella.
se halla ínt egra ment e al servicio de un a forma qu e resulta, El objeto físico podía aca so pos eer un interior metafísico,
desde el punto ele vista de la general configuración, inalte-
1 Enn ., III , viii, rv: o!ov eY-r,~ ·d¡v -roü Dr.vou-roii ézp,¡yopó-ro~ ,,rpoaetK<Íae,e.
,
porciones realmente increíbles. La verdad de lo físico sería más un modo de representarnos dicha realidad con vistas
por ello una verdad mínimamente histórica, excepto en el a su utilización práctica que una auténtica manera de com-
caso de que consideráramos, según lo h emos hecho ya su- pr enderla. El carácter "entrañ ab le" de tal realidad se nos
mariamente, la realidad física en su conjunto, sometida a haría patente, en cambio, en todos los momentos en que
ciclos o, más aun, en posibilidad de continuo decrecimien to la persiguiéramos en su condición pe.culiar , sin limitarnos
de sus energías. Parcialmente considerada, lo histórico se a aplicar le una noción que, como la del ser, conviene ana-
insertaría en ella de un modo superficial, como la expre- lógicamente a tod as las existencias, pero que sólo en las
sión de que esta realidad verdaderamente existe y por ello realidades esh"ictamente "simples" no deja, tras su aplica-
tambi én inexorable e incesantemente cambia. Mas -para ción, ningún residuo. La "alteración" de la verdad con res-
seguir con nuestra termino logía- el cambio de lo físico pecto a su simple constitución en el juicio identificador
sería más el cambio de la repetición que la agitación del alcanzaría, pu es, primero en la realidad orgánica, y lu ego,
drama. Por eso habría para lo físico una verdad intempo- e minentemente, en el hombre, su punto culminante. Y ello
ralmente válida o, cuando menos, una verdad válida para hasta tal punto que, en el caso del hombre, no sólo podría
siempre en la medida en · que, ante todo , algtúen pudiese hablarse con tod a propi edad y rigor de un pensar histórico,
conocerla y, en segundo término, en que prescindiera de sino que -provisionalm ente, por lo menos- sería este pen-
esta evolu ción particular de cada objeto o del proc eso gene- sar el único que permitiera realmente apresarlo.
ral del conjunto. Para lo orgánico, en cambio , la historia Si esto acontece así, es tal vez porque desde que se cons-
sería esencia l, porque la valid ez int empora l de la verdad tituye una existencia como tal existencia, la univocidad del
no p ersistiría sino en la medida en que hubiésemos vaciado ser se desvanece para dar paso a un elemen to que, por lo
a lo orgánico de todo lo que constituye su subst ancia , en pronto, todavía participa ele los caracteres del ser, pero
la medida en que , afanosos de alcanzar su esque leto id eal, que poco a poco va dejando de ser algo que puramente es
lo hubiés emos ent eramente descarnado. Mientras así no para convertirse en algo. que por encima de todo significa.
acon teciese, el p ensar que, para entendernos ele alguna ma- En otros términos, y como lo había ya anticipado en los
nera calificamos de histórico , tendría que morder decisiva- párrafos finales ele la Introducción, lo que sucede tan pron-
mente sobre la realidad orgánica, de tal suerte que ésta se to como examinamos, con pulcra intención ·descriptiva, la
82 EL SENTIDO D:E LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA INORGÁNICA 83
realidad que se nos ofrece a una experi encia no limitad a ra ele captur ar pertenece más bien al orden "vivencial" que
por supuestos de ninguna especi e, y menos todavía por al "fenoménico" . Cierto que, al calificar de "vivencia!" a
supuestos de carácter naturalista, es el hecho de que tal una tal realidad, debemos de continuo pr ecavernos contra
realidad nos describa una curva que va pasando, no sabe- la amenaza de antropomorfismo. "Vivencia}" significa aquí
mos aún si insensiblemente o a trav és de sucesivas "emer- algo más y algo menos también que la "vivencia" humana:
gencias", del puro y nudo ser al pl eno sentido. D esde en- significa el carácter de ser de una realidad que sólo es mí-
tonc es la analogía del ser sobre la cual se basaba prima- nimamente, porque el "ser" no represen ta ya la igualdad
riamente nuestra ana logía de la cesación y de la muerte de la cópula en el juicio, sino la expresión de la referencia
tendrá que completarse, para ser verdaderamente inteligi- que cada uno de los objetos tiene con respecto a los demás
ble, con una "ana logía del sentido". Lo que esto significa y con relación al conjunto. En rigor, la relación entre el
ante todo es que si, partiendo de la objetividad ideal a la objeto y su conjunto es lo único que, tambi én analógica -
cual le había mos reconocido el carácter pleno y unívoco del mente, nos permit e una comprensión del peculiar carácter
ser, nos vamos aden b:ando en la zona de las existencias, de esta forma ele lo real, donde nada se en tiende si no es
descubrimos qu e su carácter entitativo se va desvanecien do por el continuo entr ecruzamien to de las referencias. El ser
para dar lugar a su carácter significativo. En otras pala- ha ele ser entendido, en suma, como un "ser por refere n-
bras, desde el momento en que la existencia como tal se cia".1 Permítaseme no insistir más ahora sobre un punto
constituye y, por lo tanto, surge la posibilid ad de una ma- que ha de constituir, en la intención del autor, el tema de
duración, de un a historicidad o, cuando menos, de un pro- otro libro . Pero permítaseme a la vez declarar que la re-
ceso, lo que la cosa examinada es no será ya en tonces ( aun- ducción del ser en sí al ser por referencia en algunas esferas
que, paradójicamente, y en virtud de notmias insuficiencias de la realidad o, si se quiere, la reducción en algunos ám-
del lengua je, nos veamos obligados para expresa rla a se- bitos de lo real del "ser algo" al "poseer tal sentido", no
guir utilizando la noción de "ser"), no será ya entonces, significa en modo alguno el olvido de que tal trastorno de
repito, un "ser que es ele tal o cual modo", sino "algo que la idea eleática del ser sólo se efectúa a través de una serie
significa esto o aquello". El "significar algo" o, mejor dicho, ele gradaciones que constituyen precisamente el esqueleto
el "poseer tal o cual sentido", será entonces la mejor defini- ontológico del conjunto ele realidades accesib les a una total
ción posible de dicha reaHdad, si es que, al a.Jcanzar la zona -efectiva o posible- experiencia. Así, el ser puro y simple,
del sentido , es legí timo seguir empleando una palabra que, el ser que es verdaderam ente en sí y puede ser eminen te-
como la "definición", ha siclo indudablemente forjada con mente objeto -de una definición, se cumple con el mayor
vistas a la captura ele lo que algo es, y aun con vistas a su radicalismo posible en la esfera de la objetividad ideal y
captura mediante la delimitación ideal con respecto a los aun en los comienzos de aque lla esfera que, como la ele la
demás seres que lo enfrentan o lo envuelven. En el rigor realid ad física y especia lmente la de las estructuras espa -
de los términos, no pochía hablarse aquí de definición, sino ciales ele tal realidad, parece tener una indudable tenden-
acaso ele comprensión, porque la realidad que se trat a aho- 1 Cfr. Joaquín Xirau, Amor y Mwndo, 1940, págs. 166 y siguientes.
LA MUEHTE EN LA NATURALE ZA INOBGÁNICA 85
84 EL SENTIDO DE LA MUERTE
t ico qu e sólo en la manifestación llega realmen te a serlo.
cía a reasumirse en las id ealid ades qu e lógica o matemá-
'1'111vez pod amos nosotros decir, con Goeth e, qu e la natu-
ticam ent e la constituy en . El ·d eslizamfonto de la noción de
ra leza no tiene int erior ni apariencia, porqu e es al mismo
ser hacia una referencia o hacia un sentido se acentúa úni-
ti 'mpo int erior y apariencia. Mas, aun admitida una tal
camente cuando, para seguir empleando nu estro ya fami-
proposición, resulta difícil no advertir que la apariencia
liar léxico, la compr ensión de una realidad ya no resulta
<'11.<1ue el ser auténtico de lo orgánico se manifi esta es
posible al contemplar la dir ección "descend ente" de la fle-
algo esenc ialment e distinto del aparecer en que se nos ma-
cha, sino al remitirnos a su dirección "ascen dente" o, si se
11ificsta una realidad simpl ement e física. Ésta pod emos verla
qui ere , para evitar aquí toda hipót esis estimativa, cuando
también, ciertam ente, bajo varios ángulos, reducirla y des-
en el enh·ecrnz arn.iento de las dos direccion es que caracte-
compone rla, p ero su visión se par ecerá siempre mucho más
rizan cada uno ele los aspectos de la realidad , es la disección
al gradual descubrimi ento de las extension es qu e la cons-
qu e va hacia el sentido y no la qu e va hacia el ser lo que
tituyen qu e a aquella referencia ele cada eleme nto al todo
posibilita una intelección ele lo real mucho más acabada.
en que por un a de sus dim ensiones lo orgánico se nos
No hay que decir qu e tal ocmre cuando la mente intenta
revela. En otros términos, al avanzar desde el mundo del
comprend er justam ent e los caracteres de lo orgánico. Aquí
ser hacia el univ erso del sentido, avanzamos tambi én, en
surge ya clescle el primer instante una distinción enh·e el
la misma dir ección, y siguiendo análogos proc edimientos,
ser y el apar ecer qu e no designa tan sólo la ocultación de
por la vía que nos conduc e de la realidad conc ebida como
un fondo ele espacio por part e ele cualqui er otro fragm ento
un agregado de elementos a la realidad estimada como un
espacial, sino el recubrimiento de un interior que, como
compl exo de elementos, es decir, de la realidad concebida
tal , no es objeto de p eneh·ación, sino, en el más radical
al modo mecánico y atomista a la realidad concebida al
sentido de este término , de "ahonde". Por constituirse en
modo esb:uctural .
un interior, el ser ti ene entonces la posibilidad ele salir ele
Porque, en verdad, es el probl ema ele lo atómico y ele
sí y ele p ermanec er fuera de sí mismo, pero el hecho de
lo estructural lo qu e va envu elto siempre en una ontología
que una realidad se encu entr e fuera ele ella nos muestra ya
ele la rea lidad atenta a sus verdad eras e irr edu ctibl es pecu-
decisivamente qu e ha podido salir de un "dentro" y que,
liaridad es, lo cual qui ere decir simplemente qu e ninguna
por lo tanto , pos ee un "denh·o". Si no se qui ere ahibuir a
de las dos formas ele int erpr etación o de descripción es
estos términos una significación demasiad amen te esotérica,
totalm ent e exacta, tal vez porqu e la realidad es atomista o
piéns ese hasta qu é punto resulta más clara y transpar ente
esb:uctmal según el punto ele vista desde la cual la contem-
la cuestión si, en vez ele un discutibl e interior, hablamos
pl emos. D e ahí qu e un anális.is del fenómeno de la cesación
ele un ser y una apariencia. Lo orgánico es, en efecto, aque-
nos proporcion e resultados distintos de acuerdo con nues-
llo que por principio se manifiesta. Manif estarse qui ere
üa tendencia a seguir una u otra ele las dir ecciones ele las
decir esencialm en te poseer una apariencia, p ero no una
flechas que recorr en todas las formas del ser y qu e en cada
apariencia qu e opere al modo ele m1 ser falso qu e nec esite
punto de la línea se enh·ecruzan. Para la concepción meca-
ser ult eriorm ent e descartado, sino el modo ele un ser aut én-
1I
HG EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATUHALEZA INORGÁNICA 87
'.li·ista, ~•: muerte se produce, según es obvio, por una des- nclv rtimos de inm ediato que cada uno de los términos
rntegrac10n de elementos, y el todo desapar ece tan pronto puede ser alternativamente "materialista" o "espiritualista".
c_omose separan las partes, las cuales constituyen, al mismo 1(ay, según h emos visto, un atomismo espiritualista lo mis-
tiempo, sus principios. Por eso una tal concepción se ras- mo que hay un atomismo materialista -que, por ser el
b:ea no sólo en el mecanicismo materialista moderno tal habitual, no es siempre, forzosamente, el único-. Pero hay
como en las páginas anteriores lo hemos atropelladamente también un estructuralismo materialista lo mismo que un
caracterizado, sino también en lo que podría calificarse de esh·ucturalismo espiritualista -tampoco el único por el he-
atomismo espiritualista . Porque en este i'.1ltimocaso habría cho de ser el habitual-. Así, si quisiéramos establecer un
asi~ismo una_~escomposicióri, y no importaría mucho para cuadro orgánico de las doch-inas posibles en esta concepción
la m_terpretac10n a fondo de la realidad el que ésta se en- radical de la realidad que nos permitiera a la vez comprend er
tendiera, no como una desintegración de elementos ma- cómo cada una de ellas entiende el fenómeno de la cesa-
t~ríales, _s~no como una separación de elementos o princi- ción y de la muerte, nos encontraríamos con la posibilidad
~10s espmtuales y, en algunos casos (pues este espiritua- de articularlas según lo que por el momento no puede ser
hs1~0 es_con frecuencia un vitalismo), vitales. 1Éstos regre- sino un insuficiente esquema. ·
sanan siempre a sus orígenes o, como dirían los estoicos Helo aquí. - Habría, por una parte, la doctiina más co-
se restituirían a la naturaleza. Sólo así se cumpliría, e1~ mún, no sólo por haber constituído el principio medular
efecto, la justicia, la cual sería pura y simplemente el acto de la hiw1fante ciencia físico-matemática, sino también por-
d:, restitu~r a una realidad lo que le es debido. La concep- que ella corr esponde, según más de una vez se ha adverti-
c10n estoica de los ).6yot crxEpµ.anx6t nos permitiría en- do, a ciertas condiciones internas de la misma razón huma-
tonc es comprender hasta qué punto el atomismo no nece- na. Sería esa lo que podríamos calificar decididamente de
sita ser precisamente un atomismo de los "átomos" en el atomismo materialista, un atomismo en el cual la muerte
sentido "moderno" y puede muy bien convertirse en una se reduciría continuamente a la cesación, y aun ésta a la
concepción en la cual el "átomo" no sería tanto elemento formulación cuantitativa de una serie de procesos que, en
i~aterial_ como verdadero principio. D e ahí que una divi- último término, permanecerían invariables , porque sólo ha-
sión radical y terminante entre el "ma terialismo" y el "vita- bría cambio en el fenómeno, pero en modo alguno en el
1'.~mo::o, si se qui:; ·e, entre el "naturalismo" y el "espiritua- principio . La mu erte sería, en suma , la mera desintegra-
lismo en la cuest10n de la muert e y de la cesación no sea ción de elementos material es antes mecánicamente unidos
t~n iluminadora como pudi era par ecer a primera vista. Pre- en un agregado y, por lo tanto, en algo que podría recom-
via a esta división sería en todo caso aquella que se basa ponerse, sobre todo si, con la tendencia a la eliminación
en una dif_erencia mucho más fundam ental entre lo que nos del tiempo y de la reversibilidad que constituye el postu-
vemos obligados a seguir llama ndo el "atomismo" y lo que lado secreto de tal doch-ina, se cumpliera la tendencia a
desde hace algún tiempo viene calificándose de "eshuctu- suponer factible la misma y exacta recomposición de lo
ralismo" . Pues, en efecto, si nos atenemos a esta división compuesta. - Por otro lado, nos hallaríamos ante un ato-
,/
I
1,
94 E L SEN TIDO DE LA MU E RTE LA MUERT E EN LA NATURALEZA INORGÁNICA 95
pronto en susp enso. Lo qu e conviene ahora no es tanto anicista y atomista , ha resultado factibl e un a explicación
declarar el fundam ento último y unívoco de esta diversidad do todas las especies de mu ert e por analogía con la cesa-
continua del ser como adv ertir qu e cad a uno de los mo- ión inorgánica. Ha bastado para ello supon er qu e todas
mentos de ella pu ede ent end erse a partir de las dos instan- las especies de la re alidad no eran sino prolongacion es de
cias qu e repr esent an sus contrapolos. Sólo así podr emos, en lo que ella consid eraba como existencia única. Así se ha for-
efecto, compr end er hasta qu é punto no nos es posibl e ha- mado una especie de "avanc e" de lo inorgánico hacia todas
blar de ninguna de las formas de la muert e sin hac er refe- b s demás esferas del ser hasta el mom ento de topar con
re ncia a las formas restant es. Es lo qu e ha ocurrido, sin aqu ella qu e desde un principio y sin residuo par eció ab-
duda , al tratar el probl ema de la cesación en la natmal eza solutam ente remisa a toda reducción: con el espíritu. Al
inorgánica. Es lo qu e va a suceder tambi én cuando, y en chocar con el espíritu, o con los caract eres que podían co-
los capítulos sigui ent es, habl emos de los probl emas de la rr espond er al mismo, el m ecanicismo atomista reh·ocedió
descomposición biológica y de la mu erte humana . Pero si hasta reconoc erle una peculiaridad compl eta. Tan comple-
hay en cada uno de los mom entos de la realidad ese entr e- ta, en verdad , qu e excepto cuando , como ocurrió en el ma-
cruzami ento qu e nos obliga a remitirnos de continuo a terialismo franc és del siglo XVIII o en el alemán del xrx, se
tod as sus demás esferas, lo cierto es tambi én que una aten- supu so que el caráct er "material " se extendía a toda la reali-
ción a las peculiarid ades irr eductibl es de cada una resulta dad , el mecanicismo atomi sta mod erno fu é pr ecisament e
inexcusabl e. Tal condición par ece cumplirs e más extrema- aqu ella ·doctrina qu e llevó hasta sus últimas consecu encias
dam ent e aun qu e en part e algw1a en el caso de la cesa- la concepción del caráct er absolut ament e irr eductible y, para
ción de lo inorgánico , porqu e, just amente por constituir la decirlo con in evitabl e redundancia, "espiritual" rlel espíri-
prim era o, cuando menos, un a de las prim eras capas en tu. Qu e esto haya ocurrido así no es, por lo demás, sorpren-
esa general ontología de lo real tan p enosament e bosqu eja- dent e. Justam ent e porque tal mecanicismo atomista ha in-
da, lo inorgáni co parece pod er cort ar sus amarras con el tentado llevar sus postulados hasta sus últimas consecuen-
resto de la realidad y expli cars e, en cierto modo , por sí cias, ha podido , al encontrarse con una zona de realidad
mismo. No hac e falt a declarar qu e esto es un espejismo imp eneb·abl e a sus ataqu es, reconocerla corno un a esfera
compl eto . Si es verdad qu e semejante operación parece no sólo distint a, sino realm ente opu esta. En otros términos ,
pod er ser practic ada sin inconv enient es graves cuando nos el mecanicismo atomista moderno -y en ello estrib a acaso
aboc amos a la realid ad inorgánica y sólo a ella, fracasa irr e- su mayor difer encia con el antiguo- ha coincidido aquí
mediabl ement e cuando , atentos a nu esb·a total experi encia , con el mod erno id ealismo, por no decir que ambos han
advertimos la presencia y gravitación de las demás esferas. surgido de la misma radical actitud última ante el mundo.
La explicación de lo inorg ánico y de ·su corr espondiente Para compr end erlo bi en, nada m ejor que recorrer la línea
cesación a partir ele sí mismo es, por lo tanto , sólo una que va desde D escart es hasta Fichte, si se quiere por ahora
ilusoria autonomía. Y, sin embargo , es esta autonomía rela- prescindir de la otra gran línea de la evolución filosófica
tiva lo qu e nos p ermit e ent end er como, en la ciencia me- que repr esent a la verdad era base de la concepción mencio-
96 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MU ERTE EN L A NATU RALE ZA I N ORGÁ JICA 97
nada: el descubrimi ento , desde San Agustín , de la intimi- nocer un avance del mecanicismo atomista a tra vés de todas
dad como caráct er :irreductibl e a todo lo corporal y físico. las zonas de la realidad acc esibl es a una exp eriencia no
D esd e el instant e en que at end ernos a la tesis cart esiana metafísi ca pr ecisam ent e para salvar la legitim idad de un a
en lo qu e tiene de más esencial , adv ertimos qu e en ella se exp eriencia metafísica de lo qu e pu ede por lo pronto lla-
realiza un decidido esfuerzo para compr end er, desde el marse indistintam ent e el espfritu , el yo, la conci encia o la
punto de vista de una razón decidida a explorars e conse- p ersona. El mecanicismo mat eriali sta, t al como ha sido en-
cuent emente a sí misma (y no sólo desde el punto de vista tendido en la época mod erna y a tra vés de su filosofía,
de una concepción del alma como una "cent ella", al modo sería , pu es, el necesario result ado o, por lo menos, el in evi-
de la mística eckhartiana) , en qu é medida lo material se tabl e paralelo del id ealismo. Ahora bi en, es la imposibili-
distingLte de lo espiritual o, si. se qui ere, de lo anímico y dad de establ ecer una tajant e distinción entr e ambas ins-
de lo psíquico. Precisam ent e porqu e ha habido en la filo- tancias lo qu e nos ha movido a p erfilar una jerarquí a onto-
sofía cart esiana una decidida confusión de todas estas últi- lógica dond e la continuidad no suprim a las distancias y
mas inst ancias se ha podido arribar a una tan tajant e sepa- dond e la diferencia entr e las esferas no suponga el infr an-
ración entr e dos órd enes de realidad y, de consigui ent e, a qu eabl e abismo . D e ahí qu e la negación de la valid ez del
una tal exh·emada concepción de la peculi aridad última e mecanicismo atomist a no equiv alga ni mucho menos a la
irreductibl e de cada uno de ellos. Ahora bien, si esto con- afirmación opu esta: lq qu e admitirí a para toda realidad y
ducía , en el caso del espíritu , a reconocerle su p eculiaridad , no sólo para la propiam ent e tal un caráct er "orgánico". En
obligab a, en el caso ele todo lo corporal, a reducirlo a ex- rigor , rechazar semejant e mecanici smo signific a reconocer
tensión y, en la medida en qu e funcionaba, a máquina . qu e éste es impot ent e cuando consid era a la re alidad en el
La teoría del autom atismo anim al es, desde este ángulo , no sentido de la flecha ascend ent e, p ero no cuando la estudia
sólo comprensibl e, si.no, me atrevería a decir, casi. inevita- tomando la dir ección descend ent e de la flecha. Así, lo qu e
bl e. En oh·as palabras , desde el inst ant e en qu e la filosofía qu ería dejar bi en sent ado en estas consid eracion es dond e
ati end e con pr eferencia el fenóm eno de la espontan eidad el menor mal paso hace .pr ecipit arse a insond abl es abi smos,
del yo, del espíritu o de la conci encia , a difer encia de la es qu e ni el punto de vista del mecanicismo atomista apli-
supu esta pasividad del cuerpo, de la extensión y de la ma- cado a toda la realidad, ni el punto de vista, igualm ent e
teria, se llega a una concepción radicalm ente espirituali sta exh·einista , de un espiritualismo radic al, p ermit en una int e-
del espíritu qu e obliga a su vez a sostener una concep- lección de lo real qu e corr espond a a una exp eriencia ver-
ción radic alment e mat erialista de todo cuerpo . Vista desde dad eram ente íntegra. Pero si tales puntos de vista opu es-
este ángulo , la distinción enh"e el cuerpo y el alma con tos son, tomados aisladam ente, inadmisibl es, lo mismo ocu-
qu e D escart es plant eó ta,l vez el más agudo y signifi- rr e, y por razon es análogas , con el punto ele vista qu e, para
cativo probl ema de la filosofía moderna , y enh·e el yo y salvar alguna de las realid ades estimadas como contrari as,
el no-yo con qu e se inició el idealismo de Ficht e, no son hac e avanzar cualqui era de las concepcion es hasta un punto
sino dos aspectos ele una misma t esis: la qu e obliga a reco- exh·emo e incr eíble. Tal ocurr e en el caso del avance del
EL SENTIDO DE LA MUERTE
aceptar qu e estas difer encias equivalgan a una tal forma grados precedentes. Así, sea cual fu ere la diferencia qu e
de distinción qu e se nos convierta de inmediato en un in- <·nlr lo inorgánico y lo orgánico preval ezca, y aun admi-
franqu eable abismo. Lo qu e qu erernos decir con ello es, l irnJdo con todo radicalismo esa "diferencia esencial y ón-
por lo demás, aquello que los supuestos metafísicos de 1ica" a que nos habíamos r eferido al comienzo, nos veremos
nuestras pr ecedentes consideraciones habían insistent emen- obligados a reconocer qu e '1o vivo" lleva denh'o de sí, como
te subrayado: que toda descripción de la realidad que pr e- uno de sus inevitabl es ingr edientes, a '1o mu erto", es decir,
tenda verdad eram ente atenerse a lo que esta realidad es, de- qu el tipo de la realidad biológica, a la qu e empi eza ya
berá siempre marchar, en un sentido casi dialéctico, de la tesis a correspond er verd aderame nt e la mu ert e, ti ene que llevar,
a la antítesis o, para hablar en los términos pl atónicos, acaso por lo pronto , dentro ele sí misma, la forma de cesación
más insufici ent es, p ero también más adecuados, de '1o uno" propia de la natural eza inor gánica. Si tal no ocurriese, no
a '1o otro". H e aquí por qué desde el prim er mom ento en podríamos, en efecto, comprender cómo hay, a p esar de
qu e nos abocamos a una consideración de la muerte desde todo, un subsh·ato inorgánico, una "mat erialidad" en cual-
el punto de vista de lo orgánico, debamos subrayar, junto qui er realidad biológica. Lo cual no significa, por cierto,
con las abismal es diferencias qu e separan a esta forma que lo orgánfoo pu eda reducirse simplemente a lo inorgáni-
mortal del tipo ele cesación propio de lo inorgánico, lo que co, ni menos aw1 qu e, una vez supuesto lo inorgánico como
las un e por su raíz última . En otras palabras: tanto como conclítio sine qua non, lo orgánico pu eda ser fácilm ente
una discontinuid ad, claram ente manifi esta a h·avés de sus deducible de él, sino únicam ente que la radical novedad
fenómenos, entr e lo vital y lo inorgánico , existe enh·e ambos óntica de lo orgánico y de lo vivo no anula, sino qu e más
una continuidad o, si se qui ere, um1 int erp enetración com- bien supon e, la anterioridad ontológica de lo inorgánico y
pleta. Tal continuid ad comienza por manifestarse desde el de lo muerto. Ant erioridad qu e, no hac e falta advertirlo, no
instante en qu e, al referirnos al probl ema de la cesación en implic a ni mucho menos la -derivación de lo "sup erior" par-
la naturnl eza orgánica, descubrimos que no podemos hablar tiendo de lo "inferior", sino únicamente el hecho de qu e, sea
de ella sin qu e lo inorgánico no esté supuesto como uno de cual fu ere la metafísica últim a sustentada, no es posibl e ha-
sus grados o, en cierto modo tambi én, como uno de sus blar de ningún grado de la realidad sin que el considerado in-
fundam entos. Para qu e esto no siga pareciendo una vaga ferior no esté supuesto corno pr esente y el estimado superior
esp eculación sobr e un conjunto de vagas realidades , enun- no esté admitido como posibl e 1 . Ateniéndonos a la caut e-
ciémoslo de un a vez con la mayor pr ecisión accesible: la
1 No es necesario advertir que esta realidad es sólo la "int ermedia"
continuidad esencial que constituye la urdimbre de las múl-
realid ad de lo existent e y que no afec ta al ser que, por consist ir en pura
ti~les discontinuidad es ~otológicas significa, en prim er lu- iYépye,cx, pu ede ser afirmado sin mediación de un a realid ad qu e lo
g, r, qu e pod emos efectivamente hablar de la realidad en "apoye".
102 EL SENTIDO DE LA MUEHT.E LA MUEHTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 103
lo~a ontología descriptiva de Nicolai Hartrnann , pod emos sólo pued en entenderse desd e sí mismos, no significa, repe-
afi~-m~r,en efecto, que "cada capa del ser posee sus propios 1i 1110s , que se halle desligado de la mat erialidad dentro de
pnnc1pios, leyes o categorías" 1, de ta,l suerte que ninguna lit ·ual inevitabl emen te se mueve. Sostener lo conh·ario
esfera puede comprenderse en lo que ti ene de peculiar c-c¡uivaldría, en efecto, a hipostasiar la "vida", con todas las
mediante las categorías de otra, p ero siempre que tal estra- olij 'CÍones y los obstáculos con qu e toparía una hipóstasis
tificación no nos conduzca a una disolución de las capas semejant e. En verdad, son estos obstáculos con que choca
de lo real en esferas absolutamente independientes. En !orla. hipóstasis ele un principio cualquier& lo qu e justifica en
oh·as palabras: en virh1d de la '1ey de fu erza" que dicho .rn último fondo la afirmación del carácter trascendente y
autor ha establecido, la vida no depend e de la materia, sino 7Jersonal de un prim er principio. Huelga decir que aquí
que simpl emente "está apoyada" en ella, p ero semejante 110 podernos detenernos en este vasto probl ema, aunque al-
apoyo confü-ma que toda "diferencia esencial y óntica" no gunos de los aspectos del mismo serán por lo menos roza-
debe olvidar jamás que nos hallamos en presencia de una dos en los postr eros capítulos del pres ente libro. Lo único
escalonada gradación y no de una serie de abismos. Por que por el instante me interesaba mostrar es que si hemos
eso la novedad de lo org{111icono es realmente absoluta, ele admitir como justificado el "vitalismo", habrá de serlo
sino, por así decirlo, insertada. Lo orgánico se "ins erta" en bajo un aspecto un poco distinto del modo como las corrien-
lo inorgánico en un sentido par ecido a como lo que tiene tes metafísico-biologisfas de la época lo han defendido. Pu es
p~opiam~nte realidad se inserta en aquello qu e no poseía la "vida" no es un "principio " a1 que qu epa cargar todo lo
aun realidad. que no nos es dado ab·ibuir a oh·os elementos, sino una
Bastará lo anterior para comprender qu e, al sostener la realidad concreta que sólo concretamente puede manif es-
n~c~sidad de una diferenciación entr e lo orgánico y lo inor- tars e. Ent endiéndolo así, ya no podr emos llevar la consi-
gamco, no la entendemos jamás como una oposición irre- dei•ación de lo orgánico a partir de sí mismo hasta aquel
ductible. Si así ha acontecido en los últimos tiempos, ello extremo en qu e lo orgánico se ofrece , sobre todo bajo el
se ha debido menos a una atención a las peculiaridades de nombre ele "vida", como algo en principio separable de toda
la realidad bioJógica que a la nec esidad de rebatir una realidad, como algo que , en todo caso, se insinúa humil-
tesis que, como la del mecanicismo, amenazaba con absor- demente en la realidad para conseguir, al fin, dominarla. No
b~r en la pura y nuda extensión y sus propi edades geomé- ignoro que el vitalismo contemporáneo, bajo cualquiera de
tncas no solamente, como pudi era parec er hasta cierto pun- las formas en que se presenta, suele negar formalmente que
to legítimo, a la realidad inorg ánica, sino inclusiv e a los "la" vida sea una mera hipóst asis. Para no andar muy Jejos,
orgai;ismos. En este sentido, y sólo en él, el vitalismo que piénsese en que Bergson, que pudiera estimarse corno re-
podnarnos llamar a ultranza se halla íntegramente justifi- pr esentante máximo de una concepción semejante, niega
cado. Mas la advertencia de que lo orgánico constituye un formalmente que el "ímpetu vital" sea una noción vacía y
reino ontológico distinto y peculiar, cuyas leyes y principios también que sea un vago y simple "querer vivir" al modo
1
Das Problem eles geistigen Seins, 1933, pág. 15. schopenhaueriano y romántico. De hecho, el proceso de
L04 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATUI\ALEZA ORGÁNICA 105
llll::l vida qu e supera, a fuerza de humildad y de insinua- Un vitalismo de tal índole no sería, por lo demás, una
ción, los obstáculos que le interpone la mate1ia, es más un tesis nueva. Precisamente uno de los rasgos capitales que
conw si qu e una causa efectiva, es decir, más una causa espe- aracterizan al p ensami ento de los antiguos, por lo menos
cial "sobrepuesta a la materia" que un principio que pen eh·a en alguna s de sus más influyentes dir ecciones, es esa con-
en el interior de ésta y, en la medida de sus fu erzas y de sus cepción del mundo que alguna vez se ha calificado de
mañas , la conforma y divide. Pero sean cuales fueren los organo lógica y que concibe a toda realid ad, de cualquier
subterfugios que el vitalismo encuentre para solucionar las esp ecie que sea, por analogía con la estruc tura de los orga-
dificultades ap untad as, la verdad es que éstas subsisten. En nismos. Aun en una filosofía tan atenta a las particulari-
primer término, el mismo hecho de hablar insistentemente, dad es diversas de la realidad como lo es el p ensamiento
y casi exclusivamen te, ele la vida hace difícil suponer que aristotélico, un tal organicismo constituye uno de sus más
ésta no sea una causa o, cuando menos, un , principio expli- evidentes fundamentos. Para comprenderlo así, piénses e
cativo. En segundo lugar, la relación entr e la vida y la ma- hasta qué punto la misma noción del movimiento en Aris-
terialidad no qu eda aclarada por el hecho de suponer que tóteles está determinada , no sólo, como podría parec er a
esta última sea, a la vez, como Bergson indic a, obstáculo primera vista, por la idea de un cambio ontológico, sino
e insh·urnento 1 . Porque no basta, sin duda, para que algo más bien por la idea de un proceso de índole netament e
sea instrumento , prestarse pasivament e, o bajo la forma de "orgánico". Los "lugar es natural es" en torno a los cuales
una resistencia, a las insinu aciones de la vid a; es necesario, gira buena parte de la física aristotélica son, en efecto, las
ad emás, que la materialidad esté, en cuanto causa, fundida manifestaciones más claras de esta concepción pr edominan -
ele alguna manera con el ímpetu vital que de tal suerte la temente organológica, sin la cual no podría ni mediana-
determina. En otras palabras: sin que neguemos con elJo mente enten derse que el '1ugar" sea "el límit e más int er-
el papel activo y aun creador qu e desempeña "la" vida, es no inmóvil de aquello que contiene " 1. Pero dejemos apar-
pr eciso hacer constar resueltamente que tal vida no puede te por el instante una cuestión que nos llevaría demasiado
ser separada ni siquiera con vistas a encontrar en ella un lejos. Si nos importa dejar bien establ ecida esta tendencia
principio especial de explicación. organológica, es sólo para mostrar que una alteración del
Habida cuenta de lo an terior se comprenderá que la mecanicismo moderno para ceder el paso a un vitalismo
crítica del mecanicismo no implica forzosamente un "vita- pmo y simple , no sería más que una reasunción de la he-
lismo" según l cual la explica ción total e ínt egra de la rencia legada por los antiguos. Ahora bien, no es sólo el
realidad orgánica se encuenb'e no en la máquina, sino en mecanicismo moderno , sino tambi én el organologismo an-
la vida. Una vez más: tal vitalismo no sería sino un meca- tiguo lo qu e conviene, por ambos lados, h·ascender con el
nicismo vuelto del r evés o, si se quier e, la inversión de la 1 Phys ., IV, 212a, .20. En rigor , Aristót eles repr esenta aquí, como
t esis según la cual lo m ecánico debe explicar a lo orgánico. en muchos otros p~tos , una posición int ermedia ; en el extremo de
la citada tend encia se hallarí an más bien qui enes, corno algunos pla-
·1 Véase especialmente L'Evo luti on créatrice, págs. 95 ss.; L es deux tónicos, y, sobre todo, neoplatónicos, sostenían que el "lugar" posee,
som ·ces de la morale et ele la religion, págs. 116 ss. corno tal , una cierta pot encia.
106 E L SENT IDO DE LA 1v1UE RTE LA MUERTE E N LA NATURAL EZA ORGÁNICA 107
fir, <le alcanzar la más clara noción posible de la esencia de de reducción será porqu e nada mecánico hay en la realidad
un a realid ad que, como la orgáni f a, se presta a toda suerte orgáni ca. D e ahí que la .elección par ezca ineludible: o la
de turbadoras confusion es. Así, aun cuando los términos imposibilidad de reducción de lo orgánico a lo mecánico
pu edan muchas veces prestars e a engaño y equivoco , será se debe a qu e lo justo es pr ecisament e la reducción inversa,
conveniente dejar establecido desde este mom ento que el o tal imposibilidad obedece a qu e ambas capas de la reali-
int ento de un trat f\miento de la realidad orgánica a partir, dad son ent eram ente ind ep endi entes entr e sí y no hay,
según Nicolai Hartmann ' diría, de "sus propios principios , como no sea muy vaga y ocasionalm ent e, man era ele en-
leyes o cat egorías" no significa ni una tajant e separación lazarlas.
enh·e lo orgánico y las demás esferas del ente ni tampoco Y, sin embargo , cuando examinamos la cuestión tm poco
una simple vuelta a wia concepción organológica que, por más despaciosam ente, adv ertimos bien pronto qu e ninguna
ser pr ecisament e más fiel a un cierto sentido común , se ve de las posicion es de refer encia es realment e forzosa. En
casi forzada a concebir toda realidad desde el punto d e prim er lugar, y sobr e todo, rechazar el mecanici smo no sig-
vista de la esb·uctura ele los organismos. La crítica del nifica que éste sea enteram ent e inválido. Aun en el caso,
mecanicismo , tal como ha sido hecha desde diversos luga- por cierto bi en plausibl e, ele qu e lo propi ament e mecánico
res por algunos de los más emin entes biólogos y filósofos con- qu ede acotado en un fragm ento bien p arvo ele la realid ad
temporán eos, no ha de significar , por consiguiente, en nin- tot al, siempr e subsistirá como algo irr ebatibl e que existe
gún inst ante, ni la hipóstasis de un principio qu e sería una ciencia mecánica ; mejor todavía, una ciencia qu e es
"la vida" ni la pura y simple consid eración de lo mecánico por antonomasia "la Mecánica ". Se dirá qu e ello se debe
parti endo ele lo orgánico. Una vez más: es la dobl e y con- a que tal ciencia toma de dicha realidad solam ent e su part e
trapu esta dirección por la cual se define cada momento externa y qu e, int ernam ente considerad a, la realidad es
de la realidad lo que nos impid e pr ecisamente un radical irredu ctibl e a todo mecanicisrno. Se afirmará asimismo que
int ento de reduc ción ele una capa a las oh·as, lo mismo semejant e actitud se deb e a qu e el afán ele donrinio del
qu e nos impid e consid erar cualqui era d e las capas aislada- hombre sobr e la rea lidad le obliga· a alejarse de la con-
mente, como si -para limitarnos desde ahora al terna que templación para abocars e a una acción qu e sólo la conside-
nos int eresa- lo orgánico no tuvi era, ni siqui era en cuanto ración de las r ealid ades como mecanismos le p ermit e des-
tal , nad a qu e ver, por tma part e, con Jo psíquko y lo cons- arrollar en el más alto grado. Pero, sea ele ello lo qu e fu ere,
cient e, y, por otra, con la más nuda mat erialidad. la verdad es qu e no sólo la explicación mecánica de lo
Tanto más conveniente resulta dejar lo anterior bien sen- mecánico p erman ecerá, como explicaC'ión, y, por lo tanto,
tado cuanto qu e la renuncia rrl mecanicismo mod erno par e- conio objetiva cont empkLC'ión ele la realid ad, sumament e
ce conducir inevitabl emente a cualqui era de las dos citadas plausibl e, sino qu e el argum ento pu ede volverse siempre, y
hostil es po siciones. Si lo orgánico no se deja reducir a lo con notabl e éxito, d el revés: sosteniéndos e qu e sólo una
mecánico -s e dice-, ello se debe a qu e lo orgánico es explicación hecha por analogía con la explicación mecánica
absolutam ente irreductibl e. Más aun: si no hay posibiliclad p ermite una aut éntic a comprensión ele cualqtri er realidad,
108 E L SENT IDO DE L A MU E RT E LA MU E RTE EN L A NATURAL E ZA ORGÁNICA 109
incluy endo , naturalm ent e, la biológic a. La tesis de qu e · lo seguir empl eando nu estro vocabulario , "la dir ección ascen-
orgánico no se explica por lo mecánico, sino a la inv ersa, dent e de la flecha". Lo orgánico será entonc es aqu el tipo
no posee, por lo tanto, un demasiado sólido fund amento. de realidad qu e estará, por principio , sometido a una tensión
Ahora bien, si es tan poco probabl e una explicación de lo casi incr eíbl e, porqu e mientras por un lado parecerá de
mecánico por lo orgánjco como de lo orgánico por lo simpl e- continuo disolverse en sus elementos mecánicos, por el
ment e mecánico, ello no qui ere decir ni mu cho menos qu e de- otro estará siempr e en camino de alcanzar aqu el punto en
ba recurrir se a una estricta sep ara ción entr e amb as instan cias. qu e sea irr eductibl e, no sólo relativa, sino absolut ament e. No
Lo qu e más bi en sucede es qu e en todo lo mecán ico hay algo haberlo estimado así, ha sido pr ecisamente el dobl e error del
orgáni co -por ejemplo , el "cuerpo " y el efectivo sucederse del mecanjcismo estricto y del esh'icto y absoluto vitalismo. -
"cuerpo "- y que en todo lo orgánico hay algo mecánfoo -por Ahora bi en, si pasamos a la prim era de las citadas tend encias ,
ejemplo , las esh·ucturas material es qu e, en la terminología de veremos qu e su madm ez se encu entra ya, desde lu ego, en
Nicolai Harbnann, lo "apoyan"- . Así, lo realment e plausibl e el atomi smo antiguo , qu e no por azar fu é, enh ·e todas las
en el caso de una consid eración de lo orgánico a p artir de filosofías griegas, la qu e, sin dejar de h'iunfar, se colocó
sí mismo es qu e este "sí mismo" no significa en ningún siempr e un poco al marg en de toda filosofía. Pero, en
caso un elemento absolut ament e sep ara do, un "prin cipio" verdad , el atomismo de D emócrito , aun admitido en tod a
ent eram ente diverso y aun opu esto, una "vida" qu e se limi- la lín ea, no fu é jam ás un obstáculo para qu e, cuando se
ta a luch ar, por insinuación o por violencia, sobr e la mat e- trat aba de los seres vivos, éstos fueran consid erados , efec-
ría en vez de hallars e, ya desde el prim er mom ento, en tivament e, como tales. Qu e hubi era en esto una ciert a in-
in evitabl e cont acto y aun fusión con ella. En otras pala- compatibilid ad enh·e la ·idea y la actitud , no necesita , creo,
bras: cualqui era qu e sea la última tesis metafísica qu e se ser demostrado. El mundo era reducido a átomo s y a las
mant enga sobre estas realid ades, lo qu e perman ecerá como combinac iones entr e átomos, p ero los seres vivos, también
un hecho es, en prim er término , la indisolubl e coexistencia compu estos de átomo s, realment e vivían. La causa de se-
de ambas , y, en segundó lugar , la posibilid ad de expli cación mejant e desvío es, a nu esh·o ent end er, bastant e clara: se
de cualquiera de ellas desde el punto de vista de lo mecá- trata ant e todo de qu e en tal es concepciones del mundo la
nico o de lo orgánico según sea la mayor o menor aproxi- acción y la cont empla ción no se hallaban ent eram ente com-
mación de cada un a a cualquiera de las dos citadas formas p enetrad as o, para enunciarlo más rigurosament e, de que
del ser . el atomismo era aún una actitud casi esh'ictam ente cont em-
No es menester decir ent onces qu e el mecanicismo, tal plativa y no pr etendía ni una aplicación a la realidad ni
como ha pr edomü1ado en la época moderna , tiene qu e ser, menos aun constituirs e como teoría a consecuencia de un a
cuando menos en lo qu e to ca a la realid ad orgánica, resuel- actitud dominadora frent e a la realidad misma . En otras
tament e eliminado. Porqu e en esta realid ad habrá siempre p alabras, y para tocar el último resorte de t ales concep-
algo realmente irr edu ctibl e, y esta irr eductibilidad estriba- ciones, mientras el atomismo y, por .Jo tanto, el mecanicis-
rá pr ecisament e en la atra cción qu e sobre ella ejerza , para mo antiguo es primariam ente una actitud contemplativ a
llO EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICAlll
qu e sólo ocasionalmente puede convertirse en una domi- ción habíamos señalado, en cualquier momento de la his-
nación activa, el mecanicismo moderno, tal como fué sobre toria , también aquí existe una especie de desvío constante
todo madmado por D escart es, resulta esencialm ente de una y frecuent em ente inadvertido entre la actitud de la vida y
actitud qu e pr etend e dominar el mundo y qu e, de consi- 1a posición del p ensamiento. No ignoramos tampoco que,
guiente, como tantas veces ha sido subrayado, necesita pr e- au n dentro del mismo pensami ento moderno, se llegó bi en
viamente concebü· ~ te mundo por analogía con lo inert e. No pronto a una at enuación de las radicales consecuencias de
digo, entiéndase bi en, qu e este fu era el p ensami ento de la tesis cartesiana. Para no ir muy lejos, piénsese en lo que
D escart es o ele ciertos filósofos: digo que sólo a partir ele repr esenta Leibniz para el p ensamiento mod erno , esto es,
tal supuesto vital último pu ede dicho pensami ento ser ca- pi énsese en lo que significa para tal pensamiento una filo-
balm ente ent en dido. Al10ra bien , es obvio que un tal pen- sofía que en cierta manera tiende a afectuar la operación
samiento retiraba ele todo lo extenso cualqui era cat egoría .inversa y a concebir lo in ert e por analogía con lo vivo 1 .
que de alguna man era pudiese t ener la menor relación con L eibniz es, en efecto, en esto como en muchas oh·as cosas, lo
la forma de existir de lo vivo, y que, en virtud del afán de mismo qu e fué en la antigüedad Aristótel es: un verdad ero ca-
claridad y distinción qu e postulaba, una cat egoría tal úni- so de conciencia para la filosofía. Pero aun teniendo en cuen-
camente podía ser atribuída a la conciencia. En otros tér- ta estas excepcion es, aun reconocie ndo que no puede hablars e
minos, si la extensión se define por los caracter es que no sin innum erables equívocos de -un pensami ento moderno ,
corresponden al "pensami ento" y si éste se define por las la verdad es que este pensami ento , tan rico y tan diverso,
notas qu e excluy en a la extensión, será eviden te q_ue sólo funcionaba, cualquiera que fuesen las tesis por él sustenta-
al p ensami ento le correspond erá un modo de ser no pro- das, dentro ele -una atmósfera, y que ésta era justam ente
pia men te in ert e. Todo lo qu e no sea p ensamiento, es decir, la atmósfera de un a actitud vital esencia lmen te encaminada
conciencia, será entonc es, más o menos acentuadament e, a la dominación de la realidad y a la posibilidad de una
geomehía, y la realidad orgánica no estará, ciertamente, manipulación ele todas las realidad es. D e ahí que, aun en
exenta de semejante reducción de lo real a la extensión y los casos de un reconocimi ento de lo vivo como una de las
a sus propi edad es geom6tricas. De este modo , la realidad substancias, y aun en el caso de una reducción de todas
orgánica qu eda verdad eram ent e comprimida entr e un p en- las substancias a realidades esencialment e constituídas por
sami ento qu e es . intimidad pma y una extensión que es una fu erza int erna, por una ü-reductible conatio, la reali-
pura exterioridad , inerte y muerta natural eza. La posibi- dad orgánica como tal, distinta tanto de la extensión como
lidad de una domin ación de la r ealídad alcanzará entonces
1 No hace falta mencionar qu e realidad "in erte" no significa aquí
sus posibfüda<les máximas, porqu e lo in ert e podrá man ejar-
realidad desprovi sta de energía. Tanto menos pu ede significa rlo cuanto
se como se qui era y aun podrá ser definido como aqu ello qu e, desde la errnrgía cinética hasta la fabulo sa energía einsteiniana ,
que es esencialm ent e manipulable. No ignoramos, claro la energía aparece como indisolubl ement e ligada a la mat eria. "Inerte"
está , qu e no es esta la concepción moderna única y exclu- es, pu es, simplement e la designa ción de un modo de ser de la realidad
cuya energía est{1 dot ada, en todo caso, del "signo distinto " a qu e pos-
sivamente hfonfant e; como ocurría , según en la Inh ·oduc- teriormente aludir emos.
112 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 113
del "p ensami ento ", quedaba, corno antes decía, angustiosa- exh·añam ente vacilant e de la realidad sobre la cual casi
ment e comprimida. Porqu e lo qu e sucede con la realidad paradigmáticam ente muerde. Tal vacilante carácter nos es
orgánica es qu e es tan poco r educibl e a la pura exte- revelado desde el mom ento en qu e, aun a riesgo de fácil es
rioridad de la extensión como a la pura intimidad del pen- generalizaciones, int entamos de veras comprend er la esen-
samiento y de la conciencia . Acont ece así ante todo por cia de lo orgánico. Entonc es advertimos lo ya anunciado:
el motivo que al principio habíamos subrayado y qu e cons- lo orgánico no posee un marco pr eciso dentro del cual
tituy e acaso el eje alrededor del cual han de moverse to- qu ede fija y cómodam ent e encuadrado. Se dirá que no
das nuesb·as actuales consid eracion es: porque lo orgánjco ocurre tal y qu e hay, por lo menos, algunos caract eres
o, si se quiere, lo vivo, es algo qu e pued e conc ebirs e tan cuya enunciación es suficient e p ara qu e la índol e p eculiar
poco sin una intimidad que sería, tal vez metafísicamente, de lo orgánico emerja con claridad suficiente. H e aquí, se
su núcl eo int erno y último, como sin una exterioridad qu e nos dice, qu e lo orgánico se ilistingu e de lo inert e por un
sería, indudabl ement e, lo qu e llamamos el cuerpo. En ver- movimiento que tiene siempre un carácter espontán eo, aun
dad, es el probl ema mismo del cuerpo, del cuerpo orgánico, cuando nec esite, ciert ament e, algún estímulo; por una irri-
lo qu e una metafísica de la realidad biológica debe consi- tabilidad que es justamente la respuesta a los estímulos
derar como su probl ema capital, como el pic adero dond e recibidos; por un proc eso ele generación en virtud d el
el p ensami ento biológico debe infatigabl ement e adiestrar- cual se produce una expansión ele la materia viva que sólo
se. Al llegar a lo orgánico no arribamos, pues, simplemwte, las limitad as condicion es del medio refre na y conti ene. No
como podría supon er una metafísica poco cautelosa, a la sólo esto. Cuando ele los caracteres qu e podríamos asignar
intimidad , ni seguimos p erman eciendo todaví a, como su- a los ent es vivos pas am os a las formas más general es en que lo
pondría el mecanicismo, ya fu era activo o contemplativo , orgánico se nos manifiesta, se nos dice qu e los organismos
en la nud a extensión mat emáticament e reducible , sino que se distinguen de la mat eria pura y simple por su decidida
nos encontramos en un territorio tanto más difícil de definir orientación hacia la form a de la totalidad, por una esh·uc-
y de acotar cuanto que es, por su misma esencia y natura- tura t eleológic a que es pre cisam ent e el resultado o, si se
leza, impreciso. La realidad org ánica es por principio im- qui ere, la base que p ermit e este p ertinaz "totalismo" de los
precisa , porqu e es tambi én por principio oscilant e : es un seres vivos. Y, en efecto, cuando intentamos comprender
territorio fronterizo dentro del cual parecen caber todas los organismos , las notas apuntadas parecen ser las únicas
las lu chas entr e principios opuestos, pu es ella mism a parec e que nos p ermit en acercarnos ment alment e a ellos y situar-
carec er, por lo menos desde el punto de vista de las b"a- los dentro del conjunto de los demás entes como seres qu e
dicional es nocion es metafísicas, de ningún principio. poseen ciertas peculiar es notas. En oh·os términos, para
Es conveniente hac er constar esto , porque el problema una sufic-iente comprensión de las not as ontológicas que
de la mu erte, que de tal modo y en tal proporción afecta caracterizan a los seres vivos, los datos apuntados par ecen
a la natural eza orgánica , no podrá ni medianamente enter- decididam ente bastarnos . Pero desde el instant e en que lle-
derse si antes no nos pon ernos en claro sobre el caráct er gamos a tal conclusión se nos plantea un probl ema que
114 BL SENTIDO DE LA MUERTE 1.A MUER TE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 11.5
no pod emos dejar meramente ele lado. Las notas citadas, rcsid , v rdadera ment e en el corazón de la metafísica de lo
repito, nos bastan, pero entonces, ¿no será porque la com- or ,{tnico y sin referirnos al cual no podremos entrar a
pr ensión de lo orgánico tendrá que ser realizada de una ·011sid rar con median a clarid ad la cuestión de la mu erte
man era esencialmente distinta a como lo fu é ,la pura y nuda c·11 los s res vivos. Es, en términos escuetos, el siguiente .
mat eria? Para la comprensión de ésta no nos han bast ado Cualqui era de los procesos y ele las realidad es correspon-
ni pu eden ciertam ente bastarnos algunas notas qu e vaga- dien tes a los seres vivos pu ede ent enderse,1ciertam ente, por
ment e nos la delimiten ; precisa , desde luego, qu e la com- analogía con los qu e p ert enecen a la mat eria qu e en un
prensión sea, en la medida en que pu eda serlo, absoluta. s ,nudo tan impropio corno necesario llam amos inerte. Así,
En cambio, las notas que defin en a lo orgánico son consi- un a reducción , tal corno la qu e, bien plausibl emente, reali-
deradas desde el prim er momento como esencialmente in- za el biólogo cuando ha ce ciencia, de lo vivo a lo muerto,
satisfactorias y, a pesar de ello, sufici ent es. ¿No nos indica parec erá irr eproch able y no podrá ser fácilm ente desvirtu a-
ya esto entonces que la forma de comprensión obligatoria- da. Pero esto es, en rigor , un simple operar del biólogo
mente vaga para los seres vivos estará de.terminada por el sobr e su mat eria y no tod avía un a decidida compr ensión
carácter diríamos incierto o, para anunciarlo más rigurosa- de ella. Para qu e la haya se necesita algo más que una
mente, esenciaLnente oscilante de tal realidad? tal reduc ción, p ero tambi én algo más que intentar com-
Porqu e, en efecto, cada uno de los caract eres por medio prender los organismos mediant e un cierto número de notas
de los cual es definimos a las subst ancias orgánicas son ca- que nos los definan y acoten . Ya hemos visto, en prim er
ract eres qu e pod emos tambi én aplicar a la mat eria simple. lugar, hasta qu é punto semejant es notas no pu eden ser ex-
La .irritabilidad, la respuesta a ciertos estímulos , ¿no la clusivas de lo orgánico. Ya señalamos, en segundo término,
pos eerá tambi én una máquina? ¿No hay, poi; otro lado, un de qué man era los sistemas inorgánicos admiten también,
crecimiento de sistemas inorgánicos qu e, formalm ente con- con no menor comodidad que los organismos , cualesquiera
siderado, pu eda ser análogo al que tiene lugar en los seres caracteres que el más extr emista vitalismo pudi era atribuir
vivos? Más aun: los mismos proc esos del metabolismo y únicamente a las substancias orgánicas. Lo que ocurrirá en-
aun de la generación no par ecen ser exclusivos de las subs- tonces será algo muy diferente qu e la aplic ación a unos y
tancias orgánicas , cuando menos si nos at enemos al fe- a otros de unas notas p eculiar es qu e nos los definan. La
nóm eno de la autocatálisis 1. Entonces par ecerá qu edar verdad es que no pu ede haber notas peculiares qu e definan
bloqueado de una vez para siempr e el camino de una la substanci.a orgánica fr ent e a la inorgánica si una cierta
distinción , y será justificado hasta su último extremo todo actitud mental, esendalmente distinta, no va uriicla en cada
intento de reducción de las manif estacion es orgánicas a los caso a la adscripción ele dichas notas . Para que esto par ez-
procesos inorgánicos. Pero tan pronto como formulamos ca un poco más claro, enunci émoslo parti endo de un caso
los anteriores enunciados , se nos plantea el problema que concreto. D ecimos prim eram ent e que la reacción a los estí-
1 Cfr. S. M. Neuschlosz, A11álisisdel conocim-i.ento científico, 2 1944,
mulos y, por lo tanto, la irritabilidad, caract erizan a los
púg. 176. organismos a difer encia de las substancias inertes. Anun-
116 EL SE NTIDO DE LA l\IUERTE L A MUEHTE E L A N ATU HALEZA Ol~CÁNJ CA 117
ciamos a continuación qu e semejant e caract erización es fal- otra. D esde el punto de vista del concepto no pod emos,
sa, porqu e pod emos p erfectam ente imagin ar un a máquina l ' n efecto, obt ener una satisfacción compl eta por medio de
qu e, sin dejar de ser un sistema inorgánico , no deje menos 1111 a serie de operacion es definidoras, porqu e el concepto
por ello de reaccion ar frent e a los estímulos . Pero inm edia- 111 orclerá exclusivament e sobr e la realidad sobr epu esta a la
tamente despu és de esto, cuando par ece qu e ya no hemos int erioridad orgánica. Lo cual no qui ere decü-, por cierto ,
enconb ·ado solucjón para este probl ema de la discrimina- qu e, en vista de tal impot encia del concepto , decidamos
ción entre lo vivo y lo mu erto , rep ararno s en qu e, al hablar recurrir a una intuición inop erant e. La verdad es qu e, con
de irrit abilid ad y de r eacción a estímulo s, hablamos en to las sus insuficiencias, el concepto es el ímico qu é nos
cada caso de realidad es bi en dif erent es. El término utili zado pu ede revelar los caract eres de lo orgánico , p ero siempre
es el 1nis)TIO , p ero la cosa designada es, en cada ocasión, qu e nosoh·os nos decidamos a restar del mismo las in sufi-
muy otra. Dicho en otras palabras: en ningún oh·o caso ciencias qu e le p ert enecen/ Lo qu e tenemos qu e hacer,
como éste resulta más falaz la analogía. Y esto por un a pu es, con vistas a la definición y acot ación de lo orgánico
razón , lo razón verdad eram ent e substancial y última: por- no es dejar de utili zar, por supon erlos inoperant es, los con-
qu e cuando nos r eferimos a una máquina o a cualq uier ceptos, sino utilizarlos con pl ena conciencia de su caráct er
sistema inorg ánico nos referimos a él de fu era a denb·o, inop erant e. En otr as pal abras, los conceptos y, con ellos,
mientras qu e cuando aludimos a una substancia orgáni- tod as las notas conceptuales qu e nos habían servido para
ca t enemos qu e ment arla de denh·o a fuera . Mejor toda- acotar la estructma ontológica de la realidad orgánica, de-
vía: en el sist ema inorgánko no pod emos decir qu e haya b en ser aplicados, p éro no dir ectament e ni tampoco me-
una referen cia de fu era a denh·o, pu es entonc es daríamos a diant e analogía, sino con una especie de actitud mental
ent end er qu e hay un "dentro " en el cual pudi ésemos p ene- s gún la cual comprend emos qu e el concepto designa efec-
trar parti endo de un "fuera". El int erior o denh ·o de lo tivament e la re alidad menos aqu ella substan cia de la reali-
inorgánico es, en todo caso, tm int erior únicam ent e oculto dad qu e no entra dentro del marco definidor. Para resumir,
por un fondo qu e se le sup erpon e, un int erior esencialmente en esta cu estión qu e se nos está haci endo ya excesivam ente
reducible a un fragm ento de espacio. El int erior de la dilatada y qu e no podríamos pros eguir sin extend ernos des-
substancia orgánica, en cambio, no pu ede ser r educido a mesuradam ente sobre territorios cüyo recorrido sería pr ác-
espacio, porqu e no está pr ecisam ent e dentro del esp acio, sino ticament e int ermin abl e : una acotación de lo orgánico que
denh·o del tiempo . Es una int erio1iclacl temporal , y sólo a nos permita realm ent e com~ end erlo deb erá tener bi en pre-
bas e de la temporalid ad podr emos capturarla en su verda - sent es las sigui ent es nota !l,,E n prim er lug ar, deberá con-
dero ser. sistii· en la adscrip ción a la mencionada realidad de la serie
Si las not as con las qu e, en un principio , caract erizamos de cara cteres qu e pr eviament e hemos mencionado , p ero de
a lo orgánico nos eran a la vez insatisfactorias y suficient es, uno s caract eres a los qu e habrá qu e dot ar inm ediatam ent e
lo eran, de consigui ent e, porque, desde el punto de vista de un signo distinto al qu e pos een cuando los ap~ amos,
del concepto , no par ece que podamos dispon er de ninguna omo es posibl e hacerlo , a los sistemas inorgánicos ~ n se-
118 E:L SEN TIDO DE LA :MUEH TE LA MUE ílT E EN LA NA T URALEZA OHGÁN IC A 119
gundo término, deberá consistir en subrayar de conti nuo el lat e, nos será bi en difícil seguir adoptando tal actitud cuan-
carácter fund ament alment e oscilant e de una realid ad qu e por do la flecha de la jerarquía ontológica marqu e resuelta-
uno de sus lados hinca sus raí ces decididam ente en la mat eria mente el sentido ascend ent e. Entonces no habrá posibili-
mientras por el otro se insert a no menos decididam ent e, no dad ele reducción ni al espacio ni al tiempo ni tampoco a la
ya sólo, como es obvio , en la realidad psíquica , mas tam- ·antidad , porqu e acont ecerá lo qu e, por lo d emás, comenza-
/ bi én en la zona de cont acto enh ·e la mat eria y el espíritu. ba ya a adv ertirs e cuando se trataba de la misma reali-
@'~n~ lm ent e, deb erá _tener pr esent e qu e, al habl ar de lo or- dad inorgánic a : qu e ni el espacio ni el tiempo ni la canti-
gamco, hablamos siempr e de algo qu e pos ee un a cierta dad pu eden individualizar a la mat eria, por cuanto ésta es
int eriorid ad, es decir, de algo qu e no pu ede ent end erse prin cip alment e, según lo había visto ya claram ent e Leibniz
meramente por refer encia a lo demás y aun , como sucede siguiendo la mejor inspiración aristot élica, no lo qu e se
en la realidad id eal, por id entificación con lo demás, sino a_g_
ota en un espacio o en cualquier otro indet ermin ado vacío
qu e hay qu e referir siempr e a un "sí mismo". En otras pala- recept áculo, sino aqu ello que conti ene denh ·o de sí su pro-
bras, tan pronto corno arr ibam os al concepto de lo orgánico, Í Jio espacio, _lo 5.ll1e equival e a decir _aqu ello qu e tiene su
llegamos tambi én, como tantas veces ha sido reconocido , bien propia individu alidad_, la cual emergerá entonc es de sí y
qu e acaso no con el suficiente radicalismo, a una re alid ad s:1
e su pro pio fondo en vez ele consistir simpl ement e en lo
en la cual emerg e decisivament e el p erfil del inclivicluo. / _qu e de fundam entalm ent e externo haya en ella . Pero si lo
Est e individuo en qu e par ece agotars e, por lo pronto , la ip or ánico pu ede ser, visto desde este su as ecto últimam en-
realid ad orgánica tiene, pu es, un sentido distinto del qu e -~e m eta mco , a go in ivi ua , lo cierto es que solamente
pos ee cuando se refiere a los sistemas inorgánicos , los cua- a cu ece el individuo , en su ól tima verdad en su ro Jia
les son tambi én, consid erados en sí mismos, individuos, manif estación, cuan o no b·atamos ya con un sistema inor-
p ero indud ablement e de un muy diferent e ord en. En ver- gánico cualqui era , sino con un orgamsmo. Entonc es la
dad , lo que tradicionalm ent e se llama el principio de indi- ind ividualid ad se ha ce sobr eman era clara, se abre paso a
viduación no pu ede ent end erse de una manera unívoc a, y ~~ vés de todo lo · qu e am enaza con ahogarla, porque el
acaso sea esta multivocid ad lo qu e ha hecho qu e casi todos organismo ar ece ser, ante todo, aqu el su esfuerzo para seguir
los debat es en torno a tal pri ncipio hayan resultado, si siendo lo que es en cuanto indivi uo. ara 1 r en os
no estéril es, por lo menos poco concluy ent es. ¿Pod emos, términos pr ecisos de la escolástica, podríamos decir que , al
en efecto, y p ara pon er un solo iluminador ejemplo , consi- h·atar de Jos or anismos, no encontr aremos su princi Jio, como
derar qu e poseen el mismo prin cipio una realidad como la Santo Tomás sostema , en a ma eria signata, seu materia
mat eria y o1n realid ad como la qu e, siendo tambi én mat e- qu,a.te nus est uantitate a ec a, smo que o hallar emos,
ria, es realment e organismo? Porque si es cierto qu e para como sostenía Francisco uar ez, en a misma realidad de.
la realidad mat erial podr íamos consid erar el espacio y el la natur aleza del individuo 1 . Por eso la individualidad
tiempo como principios de individuación o podríamos ·orno tal , emergid a de su propio fondo y no solamente
estimar como principio el estar la mat eria signata quanti- 1 M 'tOJil,ys., clisp. , V, sect. III, iv, v.
120 EL SENTIDO DE LA MUERTF. LA l\IUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 121
determinada por lo externo a ella, será lo verdaderamente ,aguello gue, según antes hem os apuntado , parece agotar
característico del organismo, el cual encontrará en sí mismo su ser en la conquista de sí mismo. Tanto es así que, como
o, a lo sumo, en una realidad superior a él, su principio veremos ult eriormente , cuando el organismo alcanza la per-
de individuación, pero no podrá hallarlo jamás en lo que fecta individualidad alcanza también aqueUo que lo apar-
se encuenh·e fuera y debajo de él atm cuando constituya ta del reino de lo orgánico para adentrado decididamente
asimismo, como \a materia inorgánica, uno de sus elementos. en el reino del espíritu. La individualidad es también aquí,
Todas las dificultades que se presentan tan pronto como por lo tanto , un concepto vacilante, pero lo es no por un de-
surge el concepto de la in.dividualidad y se intenta aplicar a fecto particular que en él resida y que débamos nosotros es-
los organismos obedecen, sin duda, a este hecho, de com- forzarnos en extirpar de alguna manera, sino fundamental-
prensión 1difícil, según el cual lo individual debe residir en mente y en principio. D e ahí que la individualidad en el
la misma naturaleza del individuo. Porque esto parece ha- reino de los organismos sea, no obstante sus inevitables
llarse contra toda razón, cuando menos conh·a toda razón vinculaciones con la individualidad material y con la indi-
constituída por analogía con el método de la identificación vidualidad espiritual, algo que posee una realid ad propia,
que tan espectaculares triunfos ha alcanzado primero en la porque parece consistir en un inc esante esforzarse por ser
matemática y luego en la física moderna , que no por azar del que no vemos ningt'.m otro ejemplo en los demás reinos
ha sido edificada sobre el modelo matemático y atm ha ter- ontológicos citados. La i11dividualiclad espfritual es, en efec-
minado muchas veces por suponer en su base una ontolo- to, aquello que es, y este ser ele la individualidad espiritual
gía de carácter matematizante. Y, sin embargo, si esto está, s acerca, aunque sólo formalmente y por analogía, al mis-
desde el punto de vista mencionado , conha toda razón, no lo mo ser en el cual par ece agotarse la realidad de la "idea". La
está, lo que es más importante , conh·a el hecho que la ra- individualidad de la materia, en cambio, es aquello que se
zón, con mayores o menores penas, debe desentrañar en su constituye mediante un proceso en el que casi exclusiva-
verdadero y, si es preciso, irreductible significado. El hecho m ente participa lo externo a ella o, para enunciarlo más ri-
de la individualidad orgánica se nos revela, en efecto, según gurosamente, en que participa sólo ella misma en cuanto
Bergson tan certeramente ha subrayado menos como un es- constituye algo que se agota en su ser externo. Así, sólo
tado que como una tendencia. 1 . Ahora bi en, es la tend encia, para el reino de lo orgánico podemos decir propiamente
a diferencia y aun en oposición al estado, lo que le resulta qu e la individualidad existe, porque no se tratará ya en-
a la razón matematizant e de muy difícil captura. Tanto tonces ni del agregado ele "partículas" materiales que
más cuanto qu e, de acuerdo con el mencionado autor, y si- forman un ser en el cual la vinculación con lo exterior pr e-
guiendo, por lo demás, las articulaciones mismas de la rea- domina siempre sobre el aislamiento, ni de la realidad que
lidad, la individualidad no se manifi esta tampoco en lo or- b·asci nd por su propia esb·uctura toda noción de indivi-
_Bánico de una manera acabada y p erfecta síua prec isamente duo , sino de aquello que, aun haciéndos e, y precisamente
como aquello que se estú abriendo p aso de continuo , como en la medida en qu se hace , se pu ede decir q~1e forma
,1 L'Évolution créatri.ce, púg. 14. una individualidad.
I
122 EL SEN TIDO DE LA M UE RTE LA MUE RTE EN LA NATU RAL E ZA OHGÁNI CA 123
La individualidad , esencialm ent e distinta tanto de la sim- cient e de algo , sino el conjunto de todos los psiquismos , aun
plicidad de la mat eria como de la simplicid ad del espú.-itu, de aqu ellos qu e, con el nombr e de "p equ eña s percepcio-
es, así , lo qu e nos hac e compr end er hasta qu é punto es nes", significaban pa ra L eibniz la posibilid ad de que exis-
cierta la proposición de qu e sólo las existencias orgánicas tiera , por así decirlo, una "in consciencia en la conciencia".
realm ent e mu eren. Pero la individualidad de lo orgánico, L a individualidad e intimidad de lo orgánico se hallan,
esencialm ente in establ e, no nos es, sin duda , sufici ent e para pu es, exteriorm ente compu estas de una corpor eidad dis-
qu e pod amos sentar pi e con algún respiro en semejant e t e- tint a de la materia y de un psiqui smo distinto del espíritu.
rritorio. La ind ividu alidad surg e desde el instant e en que El mundo de la vid a es, pu es, como Scheler lo h a califica-
en la mat eria apa re ce algo ontológic ament e distinto de do, un mundo 'b iopsíqui co", en el sentido de pos eer, como
ella : una int erioridad qu e no ha sido producida por la po- una de sus not as esencial es, ese autos er en qu e se resumen
sibilidad de una sucesiva p enetración haci a lo "int erior", si- tod as las form as de movimi ento , de form ación, de dife-
no qu e es la expr esión de algo más qu e de una realid ad renciación y de limit ación a partir de sí mismas, y ese ser
int er ior, porqu e es, en el pleno sentido del vocablo , un a para sí qu e nos las revela como pr esentando dos caras : el
realid ad íntima . D e ahí qu e, al pr esentárs enos ant e nos- ser objetos p ara un contempl ador y el ser sujetos para sí
ob·os, con toda su radic al peculiaridad , el reino de lo orgá- mismas 1 . En oh·os términos, hay much as pr obabilidad es de
nico, se nos pres ent e asimismo, no menos p eculiarm ente qu e la vida se nos pr esent e como la unid ad de un "alma"
irr eductibl e, el reino de lo psíquico. Cierto es qve lo or- y un 'cuerpo ", naciendo "allí dond e lo psíquico atra e a sí
gánico y lo psíquico no pu eden, sin más, confundirs e. Si no la mate r.ia y hace de ésta un cuerp o, su. cuerpo" 2 . La corpo-
les bast aran ob'as notas p ara su mutua distinción , sería su- rahd ad - una corporalid ad en qu e se vendl'Ían a fundir , en
ficient e reducirse a las qu e ya desde hace tiempo les son una unida] sólo descomponibl e mediant e el análi sis, lo ma-
ab'ibuíd as: lo orgánico posee y aun es él mismo un cuerpo, _ t erial en cuanto t al y lo psíqui co como pura flu encia en
en tanto que lo psíquico , aunqu e esencialment e vinculado el tiempo- p odrí a ser de este modo la designación propi a de
a un cu erpo , no pos ee él mismo corpor eidad y, por lo tan- lo orgá nico si. no fu ese qu e éste parece, a su vez, expresarse
to, par ece ser únic ament e la pura flu encia temporal de cier- en w1 cu erpo y constituir, por lo tanto , aqu el fundam ento
tos proc esos qu e, por ser tempor ales, son tambi én reales, último del cual el cuerpo sería la prim era y princip al de sus
p ero qu e par ecen agot ar su realidad en esa su temporalid ad manifestaciones.
fluy ent e y dinámic a . Pero aun sin confundir ambas inst an- Lo orgá nico sería de este modo un verd adero reino on-
cias y aun llegando al extremo de reconocerles principios tológ i o, ·11y o vacilant e carácter no imp ediría qu e mantu-
ontoló gicos distinto s, lo cierto es qu e hay grand es pro - vi s , el ntr o de su permanent e y necesaria oscilación, una
babilidad es de qu e, como algunos autor es sostienen, la con- ci rt a fij za. I ro antes de ver de qu é manera podría en-
ciencia , ent endida en un muy amplio sentido , como un
general psiquismo , sea realment e coextensiva a la vid a. e e,i el cos m os ( trad. esp ., reed., 1942),
' El ¡m í'slo del l io111br
pág. 109.
Conci encb signifi caría aquí , ciert ament e, no el ser cons- 2 Hafae l Virnsoro, .vc ¡ed mie nl o y m u.er te, 1939,
J.::11 p ág 25.
124 E L SE NTIDO DE LA MU ER TE LA MUER TE EN LA NATURAL EZA ORGÁNICA 125
tend erse la mu erte orgánica y de someter a discusión el sí mismo", la utilid ad no puede caract erizar a los seres vi-
sentido ele semejant e cesación, hemos de ad enh·arnos un po- vos más que en una cierta general medida y precisam ente
co más en una cuestión qu e, ele no sort earla, podrí a resurgir en tanto qu e dichos seres se hallan colocados en la escala
de continuo corno un insalvabl e escollo. inferior de la realidad biológica. El concepto ele utilidad es,
Cuando, en nuesb'o esfuerzo ele acotar lo orgánico en en efecto, la transposición al lenguaj e biológico de la com-
un reino ontológico, señalamos que su nota esencial es esa pr ensión de la mat eria viva parti endo der la inert e, y por
int erioridad qu e nos posibilita la existencia ele lo biológico eso alcanza algunos triunfos al par ecer decisivos cuando
corno un conjunto ele organismos, par ecíamos aluclü a qué, toca pr ecisamente aqu ellas esferas de realidad biológica que
no · obstant e todos los esfuerzos, por lo demás legítimos , me- más se asemejan, aunque sólo sea mediant e un vago par e-
diant e los cuales el biólogo tiende a resumir el pro ceso cido analógico, a las caract erísticas de la realidad inorgá-
orgánico en sus elementos físico-químicos , había algo qu e nica. Pero si el "ser útil p ara sí mismo" de los seres vivos
p erman ecía siempr e irreductibl e : era ese volver a sí mismo es completament e insufici ente, nos proporciona, en cambio,
qu e se nos manifi esta siempre que topamos con algo orgá- una segura pista para adv ertir hast a qu é punto la serie ele
nico. A11orabien, el "volver a sí" o el "ser para sí" pu eden lo orgánico oscila aquí también enh'e polos opu estos, inca-
ent enderse ele diversas man eras. Pr escindamos ahora , para pa z ele encontrar un definitivo centro . D e h echo, lo qu e
no complicar excesivamente las cosas, de aqu el modo ele acont ece cuando examinamos desde el punto de vista an-
ent end er el "ser p ara sí" qu e nos lo reduce a su forma ge- terior el conjunto de la realid ad orgánica , es qu e ésta se
neral ontológi ca y atengámonos únicam ente a esa forma ele nos manifiesta como constituy endo una especie ele jerarquía
ser tal corno efectiv a y concretam ent e se nos revela en una ontológica dond e, naturalm ente, los seres "inferior es" se dis-
determinada región de lo existent e. Entonc es pod emos, al pa- tinguen de los "sup erior es" mediante una crecida cantid ad
recer, enunci ar qu e el "ser para sí" o el "volver a sí" pro- el • notas, p ero dond e la nota fundam ental está acaso dad a
pios de lo orgánico repr esentan sencillamente aqu el modo por ese orientarse hacia la utilidad y ese otro orientarse
de ser qu e caract eriza al organismo como una realidad uti- h acia la pur a vitalid ad y la incesante entr ega de sí mismo
litariarn ente orient ada. A diferencia de la mat eria , el organis- en qu e p articipan, desde lu ego, todos los seres orgánicos.
mo sería entonc es una realidad caracterizada por el he- No ignoramos , claro está, qu e la "inferioridad " o la "sup e-
cho de qu e sus accion es y su general comportami ento le riorid ad" a qu e nos referimos al hablar de los seres orgá-
serían , o le pr etend erían ser, en el sentido más amplio nicos solament e pu ede cobrar un pleno sentido cuando los
de la palabra, útiles. Pero tal caract erización de lo orgá- examinamos desde el punto de vista de una ontología je-
nico deja escap ar, evident ement e, realidad es fund amen- rárqui c.a de la realidad , p ero qu e carece de sentido cuan-
tal es. Pu es apart e de qu e el conce pto de utilid ad se nos do la examinamos desde el punto de vista de la esh·icta
pr esenta siempr e, qu erámoslo o no, cargado ele múltipl es biología . En este último caso no pod emos h ablar de sup e-
resonancias estimativas , lo cierto es qu e, aun reducido a su riorid ad ni de inferiorid ad, porqu e acaso tengamos qu e ate-
llano significado de un "volver a sí" y de un "int eresarse por nernos a la tesis de Jacob von Uexküll según el cual cada
¡1
t
126 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 127
uno de los seres orgánicos posee, en la adecuada relación op11·st:os, aquello que alguna vez ha sido justam ente defi-
enb·e su ser y su mundo circundante, una perfecta esb·uc- nido como la llama que p ermanece a trav és de la máxima
tma . Sin negar, pues, el hecho de que, biológic amen te con- i ncstabilidad.
siderado, el ser orgánico pueda, por así decirlo, vivir cen-
b·ado en sí mismo y en su propio mundo, la verdad es que , Si nos hemos detenido un poco en este esfuerzo de aco-
al recorrer la serie orgánica advertimos que se trata , efecti- tación de la esencia de lo orgánico no ha sido, desde lu ego,
vamente, de una serie y que cada uno de ellos participa , porque intentáramos erigi r con detalle una metafísica de
en mayor o menor medida, de esa orientación que ca- tal realidad ni menos todavía porqu e pr etend iéramos en-
racteriza precisamente su situación dentro de la escala mendar la plana a la ciencia biológica . Lo que nos inter e-
jerárquica de los entes. En otros términos, si estimamos saba mosb·ar era simplemente hasta qué punto al referirnos
esa "mismidad" de lo orgánico desde el punto de vista de al reino de lo orgánico nos remitimos a un mundo en que
la acción encaminada a la satisfacción de sí mismo y, por el vocablo muerte y no ya la simple e indeterminada ce-
lo tanto , orientada hacia la pura y simple utilidad, tendre - sación puede adquirir un pl eno sentido. Sólo los organis-
mos que considerar lo orgánico en que tal orientación se mos, tal como los hemos caracterizado, y sea cual fuere la
manifieste como algo situado en una zona en cierta mane- forma o estructura que asum an, realmente mu eren. El exa-
ra descend ente , más parecida al "ser en sí" de lo inerte que men de la muerte biológica será, de consiguiente, el
al "ser para sí" de la conciencia. En cambio, si la estimamos examen de aquel punto en que la mu erte se nos har á,
desde el punto ele vista de su espontan eidad vital y, por por vez primera, plenamente comprensible, por lo menos
lo tan to, orientada hacia la vitalidad pura y simple, tendre- si la tratamos como una cesación en que lo cesado no se
mos que consid erar a los seres orgánicos en que tal orien- recompon e. La mu erte será entonc es, no ya, como en lo
tación se revele como p ert eneci entes a la zona ascendente. inorgánico , la pura y simple cesación, ni, como en el hom-
La inf erioridad o sup erioridad de lo orgánico a que antes bre, un fenómeno que nos revelará un esenc ial fragmento
nos referíamos no desmiente, por consiguient e, la perfec- de su constitución ontológica, sino un modo esencial de su
ción ele cada uno dentro ele su propio mundo , pero la com- ser por el cual éste quedará, en cierto modo, como agotado.
pl eta con una doble lín ea ascenden te y descendente donde Lo orgánico parec erá entonces agotarse en esa su especial
los extremos pu eden designarse con los término s de lo vital forma de terminación que es la muerte, y tanto como su ser
y lo útil. El punto de enb·ecruzamiento ele tal doble vía vital lo caractedzará el morir en que, paradójicamente , ese
pu ede tambi én determinar la situación ontológica de ca- ser vital habrá de perfeccionarse y colmarse .
da ser orgánico y nos puede servir, lo mismo que l¡¡ doble Que esto es así ha sido advertido, desde lu ego, muy pron-
lín ea ascendente y descenden te a que habíamos aludido al to, y, por cierto, tan pronto como concebimos a los seres
bosquejar una genera ,} ontología de lo real, para definir fun- orgánicos no como manifestaciones de una hipostasi acla
cionalment e, y por lo tanto, dinámicamente, aque llo que aca- "vida" que supongamos inmortal, sü10 como seres que po-
so sólo se constituye en virtud de un difícil equilib1io entr e seen una rea lidad propia que necesita ser descelada. La
]28 ~L SENTIDO DE LA MUERTE LA MUÉRTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 129
el foüción célebre de Bichat: "La vida es el conjunto de VC'l' dncl, como aquello qu e caract eriza pr ecisam ent e el orga-
funcion es que resisten a la mu erte" 1 parec e tener, sin du- 1tismo a diferenc ia de los sistemas inorgánicos de cualquier
da, un sentido muy aproximado a éste. Porque entonces la l11dolc. Las dos teorías serían de tal man era hostil es, que no
vida no se nos aparece ya como algo que simpl ement e vive, linbrfo, al par ecer, ninguna posibilid ad de reconciliadas. O la
sino como algo que alcanza su sentido en virtud de una 11111 'rt e es inh erent e o es accid ental: he aquí lo único que,
forma de terminación que no le sería, como a la realidad por lo visto, podría decirse acerca de los sistemas orgánicos
inorgánica, externa, sino que se produciría esencialmente t'11a ndo los enfrentáramos con el hecho, univ ersalment e re-
porqu e ant es se hallaba ya en el fondo de sí misma. Ate- no •ido, de la mu erte.
niéndonos a esto podríamos decir que la muerte caract e- Exa minemos m1 poco lo qu e fundamenta ambas tesis antes
riza a los seres orgánicos tanto como la vid a misma; que los d ' proceder a averiguar en qu é medida pued an o no ser re-
seres orgánicos consisten tanto en un vivir como en un morir. ·onciliadas. Ante todo , descubrimos que la tesis según la cual
Y, sin embargo, es esta cuestión de la inher encia o no la muerte es algo accidental y, por decirlo así, sobr epu esta
inh erencia ele la mu erte en los organismos lo que consti- al organ ismo, es propia , en su radical expr esión, de tod as
tuy e el punto en que se inician todas las dificultad es b s tendencias que de alguna man era se aproximan al me-
para un examen del probl ema ele la muerte en la na- cn nicismo. Si, en efecto, el organismo es esencialmente una
tural eza orgánica. Como siempr e acontece, hay qu e dis- máq uina , no habrá ninguna razón por la cual podamos
tinguir aquí tambi én dos factores distintos. Por un lado, el nosotros suponer en ésta la posibilidad de un a cesación
hecho de la mu ert e, hecho no negado y, por el contrario, a partir de sí misma. En todo caso, la cesación tendrá lu-
estricta y universalmente reconocido. Por el otro , la int er- gar n virtud de las mismas circunstancias qu e dan lug ar
pr etación qu e sobr e este hecho ha sido montada. Ahora :, nna terminación en todos los sistemas inorgánicos: por-
bi en, cualquiera que sea la teoría particular que sobre tal íf" s - habrá producido , por ejemplo mediant e el desgaste,
hecho se monte, tendrá que agruparse inevitabl emente en la imposibilidad de que las div ersas pi ezas de que la su-
dos posicion es al par ecer antagónicas. En prim er lugar, ha- pu sta máquina está compuesta sigan debidam ent e fun-
bría qui enes sostendrían que , hablando en términos gene- cionando . Pero toda imposibilidad de funcionami ento en vir-
rales, la mu erte no es inh erent e a los organismos y qu e, ln<l el un desgaste es, por así decirlo, esencialm ent e repa -
por lo tanto , el morir de éstos es accidental, ya sea que lo roble. J.o que caracteriza el modo de ser de la máquina en
produzca una causa siempre exterior, ya sea qu e la misma lo q11l' to a en su relaci6n con la cesación de su funciona-
vida, en virtud de un denodado esfuerzo ele adaptación, 11ii1 111lo es ju stament e la posibilidad de su reparaci6n, de la
hubi ese decidido, como Weismann sostenía, inventar la muer- 11, tll11·ión <le las pi ezas, de la recomposición de sus ele-
te. En segundo lugar, habría qui enes considerarían la muer- 111c •nlo s. Así aunque toda máquina y, en general, todo sis-
te no solam ent e como inh erent e a los organismos , sino, en 1t•1111l 11 org{1ni o puedan dejar de funcionar en algun a oca-
1 X. Bichat, Recherches 71hysíologiq11. • lit poi' <'I cl<'sgaste producido en virtud de los accident es
es sur la ·vie et la mort, 4 1822,
pltg. 2. 11• l1•1•11 os, lo esencia l para nu estro caso es qu e haya siempre
130 EL SENTIDO DE LA MUERTE L A MUERTE EN LA NATURALE ZA ORGÁNICA 131
la pos ibilid ad de una reasunción de su funcionamiento me- Al,ora bi en, si consid eramos el organismo por analogía
dian te la sustitu ción o la recomposición de las partes. Si las ( '0 11 l:i máq uina o, para enunciarlo con mayor rigor, si nos
part es no se r ecompon en o si los elementos no se sustitu- 11tll1n iinos, en nuesb·a interpr eta ción de la realid ad bioló-
ye n, ello será debido , en todo caso, a un acci dente, pero 1iva , al p unto de vista del mecanicismo, sobre todo tal co-
jamás a la imposibilidad de que tal cosa acontezca en prin- 1no ha sido desarro llado a lo largo de la época mod erna,
C'ip-io.Es, pues, el ser en pri ncipio recomp onibl e o no, sus- 110s ve r ' rnos obligados a suponer qu e la muerte, inevita-
tituibl e o no, lo qu e rea lment e nos proporciona una visión hkm ntc id en tificada con la pura y simpl e cesación, no
del modo esencial de ser de todo mecanismo . No nos im- li('n ' nada qu e ver con la esenc ia misma del organismo y
porta, por lo tanto , repetimos, el qu e también de hecho c·s mis bien un acontecimiento que a este otg anismo le
haya , en la serie de los proc esos inorgánicos, algo muy pa- so/Jreviene. Sobr evenirle quiere decir, d esde lu ego, venirle
recido a lo que designamos, al trat ar de los organismos, con clcscle J'uera y por encima, como si sólo la exterioridad del
el vocablo "muer te". Si los proc esos inorgánicos son tam- a ·ont ccr pudiera explicar la terminación del ser, el cual
bién, a su man era, únicos; si tod a terminación ele un pro ceso seg uiría subsistiendo en el caso de que ningún acon teci-
inorgánico es, efectivamen te, un a terminación y una cesa- 111i'nto externo hubi ese venido a p ertmbarlo. Y, en efecto,
ción, ello ocurr e solamen te en el h echo, p ero no, como más ·sta es la concepción definida no sólo por quien es, corno
nos int eresa a nosotros para llega r al corazón mismo de su l cscart es, sostienen explícitam ente que los organismos an i-
man era de ser, en el principio . Consid erados en su prin- mal ·s son autó matas, sino inclusiv e por quienes, más aten-
cipio y no en su h echo, los proc esos inorgánicos, aun los los, ·n nombre de la biología, a las peculiares condicion es
ya sucedidos, ti enen corno condición fund amental el luiber el ' la vida orgánica, concluy en, cuan do tienen necesidad
podido continuar de alguna manera. Los proc esos inorg á- d ' ,na teoría general de la mu ert e, que ésta es accidental
nicos ocurren, sin dud a, corno ap enas es necesario demos- y no inherent e. La bi ología que , sabiéndolo o no, se orien-
harlo, en un tiempo determinado y no en el tiempo vacío ta hncia la reducción de lo vit al a lo inerte tiene, en efecto,
de qu e nos hablan las ecuacion es de la mecánica. Pero ese c-¡11 negar forzosam ent e la mu ert e. Ti ene que negarla, sin
su efectivo suceder en un tiempo determinado y no en d11du, no como un hecho (pu es éste es admitido en todo s
cualqui er tiempo no significa, por cierto , qu e no pu edan los ·asos y cualesquiera qu e sean las teorías qu e sobre él
por principio ocurrir en cualquier mom ento y, sobre todo , no sc rnontcn) , sino como un prin cipio. En otros términos, la
signific a qu e su cesación ocasion al sea algo más que c•it·n ·in m cán.ica rnent e orientada o, mejor dicho , la ciencia
ocasional y adv enticia. En verdad, el tiempo det ermin ado la filosofía qu e ti enden a la reducción sistemá tica de los
en qu e los proc esos inorgánicos suceden y el hecho de que tl ll'('l't' lll<'S órdenes de la re alid ad enh·e sí, afirman qu e,
efec tivam en te t ermin en no significa ni mucho menos que 1 1111c•w11Hloele h echo no se diera en ningún caso de los
no pu edan ocurr ir en otro deteriminado tiempo y qu e no oli.~<'1·v11 l l 1s una continuación del funcionami ento del or-
haya una posibilidad , por sustitución o por cambio, de re- f,11 111 ~111 0 1· 11 el mismo sentido de la máquina, tal continu a-
compon erse. 1'1(11 1 ¡111 //r ío .~c'r posibl e. Lo qu e entonc es se niega no es la
]32 EL SE NTIDO DE LA MUERTE LA M UE HTE EN LA NATURAL E ZA ORGÁ N ICA 133
efe ctiva mu ert e, sino, por así decirlo , su narurnliclad: el he- IC'. E s bi en sabido qu e ello ha ocurrido y sigu e ocu-
cho de qu e la mu ert e tenga qu.e ocurrir, cu alesqui era que rricnclo todavía en el famoso probl ema ele la p ersist encia
sean los acont ecimi entos dentro de los cual es el ser vivi en- y multiplicación de los uni celular es. Tanto es así qu e en
te está inm erso. La teoría ele la mu ert e sust entada por la 111ú s ele una ocasión se ha llegado a trazar una lín ea diviso-
cienci a bioló gica orientada en el sentido apuntado y, en ria ' nlrn tal es organismos y los metazoarios. El detall e de
verdad, la t eoría de la mu ert e sust entada por toda ciencia scm 'jant es inv estigacion es no n ecesit a aquí ser menciona-
biológica -y por toda filosofía montada sbre ella- en la lo, p ero pr escindir de tal detall e no qui ere decir qu e no
m edida en qu e op ere efectivam ent e como una ciencia , ten- !l'ngamos qu e referirnos al probl ema qu e tal lín ea diviso-
drá, pu es, al par ecer, qu e negar aquello qu e se le pr esenta ria no s plant ea. No pod emos clecü-, pu es, con Simm el, qu e
corno probl ema . La solución del probl ema de la muerte ' 11 lo qu e toca al probl ema ele la mu ert e solament e nos
consi stirá entonc es en afirmar qu e se trata de un ps eudo- interesan los seres qu e efe ctivam ent e mu eren 1. La cuestión
probl ema y qu e, en todo caso, la mu erte sólo tien e que exa- d , la llam ada inmort alid ad de los proto zoarios nos ínt e-
min arse en su ap arecer conting ent e, pero no en su esencia, r •sa, porqu e r epr esenta justam ent e aqu el punto y límit e
pu esto qu e ésta no transpar ece en ningún instant e tras su •n qu e el probl ema de la mu ert e orgánica se nos pr esenta
conting ent e apar ecer. ·on uno de sus más enigmáticos rostros.
Qu e esta cegu era de un cierto tipo de sab er acerca de la Ahora bi en, tan pronto como no s plant eamos el probl ema
mu ert e sea debido , corno sosti ene Scheler, a que se ni ega de la pr esunta inmort alid ad, cuando m enos pot encial, ele
a admitir "como actu alment e existent e en el mundo más los unicelular es, top amos con el mismo h echo qu e nos obli-
qu e lo qu e pu ede variar por una posibl e int ervención en ga a consid erar, tambi én en este sentido , a la mu ert e no
él" 1 o qu e se deb a a otros múltipl es factor es, enh ·e ellos ·omo algo qu e se realiza ele h echo , sino como algo qu e
a la necesidad qu e ti ene de u.na constant e id entific ación p11ccl o no tener lugar en principio. Como h echo, rep eti-
qu e agot e los términos de la explicación, no constituye para rnos, la mu ert e es inn egabl e, y los unic elul ares no escapan,
nosoh·o s, mom ent áneament e, probl ema. Lo qu e nos inte- sino qu e, por el contrario , sucumb en continu ament e a ella.
r esa únicam ent e destacar es la posibilidad de qu e, por uno Pero si lo qu e nos importa aquí no es el hecho comprobado,
ele sus extremos , el probl ema ele la muerte orgánica en su si1t0 la p osibilidad ele qu e sea o no evit ado, no pod re mos
principio sea solucionado negándolo. Ahora bien, es cada pnra j11v ar ele esta cu estión at enernos simpl em ent e al h e-
vez más obvio qu e semejant e n egación se apoya en el exa- cho. l ,a importan cia de las inv estigacion es qu e a este res-
m en ele ·~qu ellos h echos qu e parecen r evelar en la natu- ¡)('t· lo s e ha n efec tu ado sobr e todo d esd e Maup as r esid en
ral eza orgánica una especie de fisura a trav és de la pl"i11·i¡ alm cnt c en esto. Resumámoslas , pu es, som eram ent e
cu al podrí amos ll ega r, tras un p arsimonfoso análisis, a ,. Indiqu emos sobr e todo aqu ello en qu e los div ersos inv es-
descubrir qu e solam ent e la complicación de ciertos org a- tl •ndm cs cid probl ema de la p ersist encia de ,los unic elu-
nismos nos impid e confirmar la in existencia de la mu er-
1 · Mntnp/,yslk des 'f ocles ( Logos, HHO, Hefl l ; recogido en
í'.111
1 Muerte y s11pervive11
cin ( trad. esp., 1936) , púg. 64. / ,l'l,1111
.1•1111
,rn/,11111111
g, 2 Hl22, púg. 97).
134 E'L SE NTIDO DE LA l\tIUEf\TE LA MU ERTE E N L A N AT URALEZA ORG Á 11CA 135
lar es difieren. En prim er lugar , el prim ero qu e se consagró losófi ·a ele los mismos. La id ea comenzó a abrir se p aso des-
e.le una man era esp ecífica a tal probl em;:i, el biólo go Mau- d(' d momento en qu e por diversos proc edimi entos se pudo
pas , par eció inclinars e decididam ent e por un;:i negación de prolongar la existencia de los unic elular es. Pero mientras
la p ersistencia de los unicelular es, y, de consigui ent e, por t:tl pros ecución no fu ese ind efinida o -lo qu e equiv ale a
W1a negación de lo qu e se ha llamado la inmortalidad de lo mismo- no pudi ese ser éstiniada, en virtud de un ra zona-
ellos. Como es bien sabido , Maupas se basab a para ello 111i ' nto inductivo bi en fundado, como ind efinidam ente ex-
en la supuesta necesidad qu e tienen dichos animal es de le11 s ible, las experiencias debían confirmar tod avía las com-
una conjugación. Sólo porqu e en algún mom ento de su probaciones de aqu el biólogo. Es el caso, por ejemplo, de
existencia pu ede el proto zoario renovar sus gas tadas fuer- alkins. La atribución por éste a la célula de un cierto
zas mediante la conjug ación con oh'o organismo, le sería q11antum vitale qu e ha de desapar ecer ele todos modos una
po sible p ersistir casi ind efinid ament e. Pero la conjugación vez transcurrido el tiempo sufici ent e para qu e se agote, es
es aquí, desde lu ego, algo qu e inyecta al organismo gas- la expr esión del hecho de qu e no haya podido mantenerse
tado una nu eva fu erza desde fuera y, por lo tanto , algo que la vida de los mganismos sometidos a experim ento . Y, en
se le sobrepone y sin lo cual el organismo, sometido al in- fccto, si tal vida no pu ede mant enerse, cual esqui era qu e
evitable proc eso del envejecimiento, per ecería en un plazo .-can los esfuerzos realizados en tal sentido, par ece inevita-
más o menos fijo. Aun cuando, por algún motivo o me- ble la suposición ele qu e hay en ella alguna pot encialidad
diant e algún proc edimiento, pudi era tener luga r una con- qu e desap arece tan pronto como se hac e actual y limit a
tinuada conjugación qu e le p ernúti era al organismo subsistir con ello las posibilidad es qu e el ser en pot encia , justamen-
ind efinidam ent e, ello sería tan sólo un alarga miento de la te por ser en pot encia, posee. Pero esto sería , sin dud a, una
vida orgánic a, p ero no la supr esión de su tend encia hacia interpr etación sobrepu esta a un h echo y qu edar ía desva-
el envejecimiento y la muert e. Env ejecimiento y muert e n •cicla tan pronto corno el hecho revelara su falsedad o,
qu edarían solament e detenidos, mas no anulados. Maupas cuando menos, su insufici encia. Es lo qu e sucedió cuando
sostendría, pu es, at eniéndos e a ciertos hechos y sin dar, por
varias experi encias mostraron que era posibl e la prosecu-
lo pronto , ninguna int erpr etación ele los mismos, qu e tam-
ión en principio ind efinida. Los h·abajos de Woochuff y,
bién en los unic elular es se daría la condición de la inevi-
j 11n to a ellos, los ele Metalnikoff par ecían, así, clesh·1úr por
tabilidad de un envejecimiento y de una consigui ente muer-
s11 bas misma los supuestos a qu e los experim entos ele
te, la imposibilidad , p or lo tanto, de una ind efinid a y ja-
1:111p as habían dado origen o, si se qui ere, hab ían confir-
más detenid a renovación.
11111d o. Di chos investigador es llegaron , en efecto, a conser-
Fr ente a esta tesis, qu e clió a los trabajos ele Maupas su
vu ,· inl'11 sorios dur ante p eríodos muy largos, efectu ando , pa-
decisiva importan cia en los anales ele la biolo gía, comen-
r I lu •ornp robación debida de las experiencias , los aisla-
zaron poco a po co a surgir las tesis opu estas, tambi én ellas
11il<•11Lo s 11, ·osarios. El parama eciuni oaudatum , en que ba-
sostenidas por una observación de ciertos hechos y sin pr e-
tensión, por lo menos deliberada, de una int erpretación fi- ' .~11s e· p ·rirncntos Metalnikoff, lo mismo que el parama e-
136 EL SEN TIT)O DE LA M UER'IE LA MUE HTE EN LA N ATUHALEZA ORGÁNI CA 137
ciwn aurelia, que sirvió a Woodruff para los suyo s 1,die- lar a las experiencias citadas el qu e nos confi r maran el
ron, pu es, a prim era vista , el r esult ado qu e se esp eraba. ·arúctcr "inm ortal" de la célula. Pero lo qu e rnalm ent e su-
Un ser unic elular podía , en principio , y con auxilio de las t·c-d ' es cosa muy distint a. El individuo que p erman ece
técnicas adecuadas , ind efinidam ent e mant eners e. Se había ,,o es una sub stancia , porqu e no hay, en verdacl, ningún
logrado , por -lo tanto, Ja llamada inmort alidad ele la •c élufa, /11div'iduo que permanezca. Perman ecer un individuo sig-
y se pod ía consid erar desde entonces que la vida era po- rril'i ·a conserv ar, a trav és de todos los cambios posibl es,
t encialm ente inmortal. sus cara cteres; la p erman encia de una célula signific aría
Sin embargo, cuando examinarnos sin más pr ejuicios que ni más ni menos que esta célula ha dado orig en , en el cur-
los necesarios los r esultados de estas inv estigacion es, adv er- so del tiempo , a un crecido núm ero de generacion es. Ha-
timos qu e, sin pon er ni mucho menos en tela de juicio el brí a en este caso, por así decirlo , una célula-madre que
rigor con que han sido realizadas , no son tan r eveladoras daría origen a las generacion es, las cual es podrían a su
como de ant emano esp erábamos. Las anotadas exp erien- vez conv ertir se en célul as-madr es y origin ar generacion es
cias nos pon en de manifi esto la posibilidad de una ind efi- hasta lo infinito. Pero lo qu e realm ent e ocurr e, rep etimos,
nida conservación de los protozoarios, p ero el problema no es esto. Lo qu e acont ece es qu e la división celul ar, aun
que se nos pl ant ea acto seguido es el de si tal ind efinida n el caso de no necesitar , como Maupas sost enía , un a con-
cons ervación se refiere, desde lu ego, a los mismos indivi- jugaci ón en el in stant e en qu e, por sus propias fu erzas , no
duos. Si la mu erte ha de ser algo efectivo, ha de conc ernir, pudi ese r egenerars e, divid e de raíz la individualidad y, co-
sin duela, a la individualidad. Es el individuo, en rigor, lo rno consecuenci a de ello, la anul a. La individu alidad de la
qu e mu ere, y no nos import a para el principio qu e int en- ·élula es lo qu e realm ent e desapar ece y, por lo tanto, es
tamos dejar sent ado el h echo d e qu e semejant e morir se lo q ue se halla sometido a la mu ert e. Qu e así no par ezca
efectú e en la forma de una partición qu e, más que con- a pr .imcra vista se deb e, evid ent ement e, a qu e en tal ind e-
firmar la inmort al existenci a del individuo, hace surgir de finid a pro secución y división no encont ra mos aqu ello qu e,
la desaparición de uno de ellos dos nu evos org anismos. Se p or lo general , es consid erado como signo de mu ert e : el
dir á, claro está , qu e tal es organismos no son nu evos, por ·aclúv r. Al no haber cadáv er par ece no hab er ya ningu-
cuanto h ay uno de ellos, por lo menos , qu e p erman ece, co- na mu rt e, y por eso pod ernos afirm ar sin dificultad qu e,
mo un a especie de substancia, a trnv és de todos los cam- 11 wtl inntc un a compl eja técnica, se pu ede cons ervar ind e-
bios. Pero la dificultad radica pr ecisament e en esto. Si pu- finid :1111' 11t la vid a de los protozoarios . Pero , en el rigor de
diésemos nosotros consid erar al individuo qu e p erman ece los l('r111in os, el ca dáver no es n ecesario para la mu ert e, aun
a h·avés de todos los cambios -manifestados, en el caso t•111u1do, por los motivos qu e lu ego apuntar emos, en los plu-
pr esent e, a lo largo de tma serie d e paiiicion es- como una 1·ic-1'I11lnr<'S so dé casi siempr e, en el instant e de la mu ert e,
a ut éntica substancia vivient e, cierto qu e no podríamos obje - u11 ·utlúv<•r. No •s necesario, porqu e la mu ert e afe cta sobr e
Lodo n In i11div idu aliclad y es ella y no lo qu e orgánicam ent e
1 Véase p ara toda esta cuestión: S. Metalnikoff, La lucha contm la
mu erte (lrad. esp., 1940). ln •11v ud v · lo (JU C desap arece. Suponerlo de otra man era
138 EL SENTIDO DE LA MUEHTE LA MUE llTE E N LA NATURAL E ZA onGÁNICA 139
sería borrar de la existencia orgánica aqu ello qu e, según vista m cáni co, en que tienden inevitabl em ente a resumir-
h emos podido comprobar ant eriorm ente, esencialm ent e la .w·. sino desde el punto de vista estructural , hacia el cual,
constituy e. La pr esencia del cadáv er sería lo más esencial 110 menos inevitablemente, tienden a orientarse, pod emos
en la mu ert e si previam ente supusi éramos que un org a- t·n11sid ·rar su cesación m enos como una aut éntica desint e-
nismo es un co11ipositimi de partes div ersas que en algún grn ·ión ele sus elem entos que como una transformación de
mom ento pu eden llegar a ser disu eltas y, por lo tanto , des- la •stru ctura. En tal caso , por lo tanto , pu ede muy bi en no
organizadas. Esto es lo qu e, de h echo , acont ecería con un hab er, p ara decirlo con término qu e aquí ha de resultar
sist ema mat erial y lo qu e de continuo sucede con todos los forzosam ent e equívoco , un cad áver. El "cadáv er" no existe
ser es inorgánicos. Lo que determina esa forma suya espe- la mpo co en tales casos , porqu e le basta al sist ema ioorgá-
cial de mu erte que es la cesación consiste pr ecisam ent e 11ico, para qu e efectivam ente cese, p erd er esa individuali-
en el h echo de d escompon erse, de mosh·ar, como residuo, dad mínima en que r esid e su esh·uctma. Su cesar es enton-
una serie de part es qu e no ti enen ya relación con el con- . ' S tambi én, simpl ement e, su transform arse, y esta h·ans-
junto. La relación, qu e forma una de las notas esencial es form ación no necesita sino la alt eración de la estructura
de los compu estos inorgánicos , desapar ece desd e el ins- primitiva , la difer ent e disposición de sus part es. D esd e el
tant e en que la cesación , por cualqui er motivo , sobreviene. punto ele vista m ecánico ha habido , pu es, tambi én una des-
Entonc es pod emos efectivam ente decir que ha habido ce- composición , p ero ha sido una descomposición qu e ha r e-
sación , porqu e, estimados los citados compu estos como ele- sul tnclo inm ediatam ent e r ecompu esta y no ha dejado, como
m entos mecánicam ent e conjugados , la cesación es pura y ·onsccu encia d e tal proc eso, ningún r esiduo.
simpl em ent e la termina ción del m ecanismo. Claro está qu e, Si esto acont ece en los mismos sistemas inorgánicos en el
aun en est e caso, no pod emos afirmar tan simpl emente que instant e en qu e los cont emplamos , por así decirlo, desde el
la cesación sobr eviene. Si consideramos a los seres inor- punto ele vista de la estructura, tanto más suc ederá con
gánicos como puros mecanismos, es evid entem ente la des- aqu ]los sist emas qu e, como los org ánicos, son ya, aun en
composición y la d esaparición de la relación entr e las par- d caso de asumir sus formas más primiti vas, claram ent e
t es lo qu e hace qu e ellos cesen y en alguna manera, en •stru tural es. En el mismo sentido de los sist emas inorgá-
virtud de la tan m entada analogia mortis, mu eran . Pero, 11i ·os, q ue ti end en por un lado a la disolución m ecánica y
como ya insist ent em ente lo hemos visto, los sist emas inor- nspir :rn por el otro a la transformación estructural, tambi én
gánicos no son solam ente compuestos , sino tambi én, y a tq11f 110s enconb ·amos, ciertam ent e, con una dobl e par eja
vec es muy esencialm ent e, esh·ucturas. En est e caso pos een l<•11dc·11c ia. Por u.n lado , los seres orgánicos tend erían a cles-
ya una cierta individualidad, y entonc es la cesación puede 1•0111¡< 11c' rs' en sus elementos físico-químicos y entonc es po-
apar ecer sin qu e verdad eram ent e haya esa disolución bajo cf1• 11111is d ' ·ir ele ellos qu e solam ent e mu er en en el caso de
cuyo asp ecto solemos cont emplar los fenóm enos ele la des- 'I'" ' l11ivs el m ntos llegu en a descompon erse y a formar,
integración orgánica. En oh·os términos , cuando contempla- 1•0111 0 d<·I>•rln for marlo en principio lo inorg ánico , un residuo.
mos a los sistemas inorgánicos, no ya desde el punto de 1'0 1 1•1 olro, l ·11<lería11a formar una individualidad que estu-
HO E'L SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATUIIALEZA ORGÁNICA 141
viera , corno tal, aun más afirmada que la simple estructura; la grave dificultad que nos plantea el problema de la lla-
que consistiría , desde luego, en una incesante transforma- 111adainmortalidad potencial ele los unicelulares radica en
ción de una forma primitiva, pero en una transformación la a vcriguación, acaso imposible, ele si el ser se convierte,
basada, más que en un perfil, en un fondo íntimo. Así, mal al trnnsformars e, en otro distinto. Tal condición solamente
podríamos comenzar por una separación que representara podría averiguarse si, tras haber definido nosotros dicho
la negación del hecho indudable de que, cualqui era que organismo por alguna nota realm ente esencia l, pudi ésemos
sea la esencia ontológica de lo orgánico, esta esencia está llegar a saber si esa nota esencia l se ha perdido. Si -para
por lo menos montada o, como diría Nicolai Hartmann, poner un ejemp lo, que no tiene por el momento otra inten-
apoyada en lo inorgc'rnico y, por lo tanto , tiene que sufrir ·ión que la de iluminarnos el problema- suponemos que
en una buena parte las mismas vicisitudes que éste . Pero la esencia de semejante individualidad radica en la memo-
sea cual fuere la importancia que otorguemos a ese susten- ria es evidente que si el ser orgánico, una vez escindido,
to de lo orgánko, la verdad es que, desde cualquier punto conserva su memoria anterior ( o lo que, en tales inferiores
de vista que lo miremos, se nos aparec erá siempre como orgnnismos, hace el oficio de memoria), el ser orgánico se
algo cuya transformación tiene un sentido muchísimo más ha conservado . Entonces, y sólo entonces, podríamos nos-
radical que la mera transform ación de una supu esta esh·uc- otros llegar a afirmar que ese ser era inmortal, porque, a
tura inorgánica. La descomposición de ésta destruirá ver- tTavés ele toda s las particiones, hay un elemento de él que
daderamente su realidad , porqu e desh·uirá aque llo en que ha conservado su memoria. Pero el problema es acaso inso-
la esh·uctma consistía esencia lmente o, por lo menos, aque- lubl e desde este punto de vista, porque la memoria del uni-
llo que pert enece a su verdad era nahualeza: el equilibrio. celular no es seguramente lo bastante individualizada. Lo
La destrucción del equilibrio, en cambio, no significará for- qu aquí llamamos memoria -y que es, en último término,
zosamente la destrucción de la esh·uctura orgánica, porque la conservación de las mismas reacciones ante situaciones
ésta consiste en algo más qu e en el equilibrio, aun cuando estructur ales par ejas- pu ede muy bien, o no existir, o bi en,
éste le sea , desde luego, tan indisp ensabl e, que en alguna en el curso del tiempo, perderse. Una investigación reali-
ocasión se ha llegado a fundar en el estado ele equil ibrio, zada desde este ángulo resultaría , por lo tanto, sobremane-
comparado con la llam a que permanece, lo más fundamen- ra probl emática. Entonc es nos vemos forzados a examinar el
tal ele los organismos. Para que haya destrucción o, para asunto desde un punto de vista en donde la sutileza no nos
emplear el término realmente adecuado, muerte, se necesita impida, sino qu e, al conh·ario, favorezca el claro discerni-
que con el equilibrio y la estru ctura desapar ezca asimismo miento del probl ema. Y vista desde otro punto ele vista , la
la individualidad, es decir , se nec esita que desaparezca ese cuestión de la inmortalidad potencial ele los uni celular es
"ser para sí" en que tantas veces hemos resumido la nota podría acaso plantearse en los términos siguien tes.
más esencia l del organismo. Ahora bi en, el "ser para sí" Si hay, como r epetidam ente hemos visto, la posibilidad
no desaparece en el sentido ele que, al dividirse un ser d un tratami ento mecánico de la realidad y aun de toda
orgánico, se transforme radicalmente en otro. Justam ente cspcci • ele realidad, ello se debe principalmente a un moti-
r
lid ad num érica, p ero no la individualid ad propi ament e cua- .~ubstancial, de su existencia. D e ahí qu e no pu eda admitirs e,
litativa . Para qu e tal no acont eciese se n ecesit arí a, en efec- ·ualesqui era qu e sean los apar entes result ados de una in-
to, algo qu e just ament e no pod emos concebir ni como plau- vestigación, la "impunid ad" de una tr avesía del tiempo por
sible ni como posibl e : qu e el ser uni celular persistiera, no part e de cualqui er ser orgá1úco y, por lo tanto , el dudoso
sólo a trav és del tiempo, sino, por así decirlo, a p esar del hecho de qu e el atra vesar el tiempo no produzca en tal ser
tiempo. Sin qu e sea necesario consid erar el tiempo cualita- más efectos qu e los qu e pu ede producir -tomando tam-
tivo como fund amento metafísico de la realid ad y muy en bi én la expr esión mecáni cam ent e- la mera trav esía del
• particular de la realidad orgánica , lo cierto es qu e no po- espacio o el puro y nudo desplazamiento. En último tér-
demos negar qu e constituy e uno de sus elemento s. D e ahí mino , el desplazami ento por un fondo de espacio 110 r e-
qu e semejant e tiempo no pu eda ser "atra vesado" en el mis- qui ere la supr esión de 1únguna de las actu ales cualidad es
mo sentido en qu e se atr aviesa un espacio. Ah·avesar un ele m1 ser, porqu e en el curso del desplazami ento las p art es
esp acio pu ede ser una opera ción qu e no afecte esencial- siguen siendo exterior es a sí mismas y a las demás qu e lo
m ent e al ser qu e realiza la trav esía ( aun cuando tambi én constituy en. El desplazamiento sobr e m1 "fondo" de tiem-
esto debería ser pu esto entre par ént esis para un ult erior po, en cambio , requi ere la supr esión mencionada y el efec-
examen) ; atrav esar el tiempo , en cambio , no es algo qu e tivo cambio , porqu e, ele hecho, no hay, propiam ent e ha-
pu eda realiz arse sin ser al mismo tiempo afe ctado. Qu e esto blando , un desplazamie nto , sin.o qu e es el tiempo mismo
no p arezca acont ecer en los seres inorgánicos se debe, sin el qu e se desplaza con el ser qu e lo "atravi esa". En otr as
duda , a que las ecuaciones mecánic as mediant e las cual es p alabr as, y si a dnútimos cuando menos la tend encia del
se los explica han vacia do pr eviament e al tiempo de algo espa cio hacia la compl eta exterioridad de sus part es ( tesis, re-
qu e le es esencial: su ser determin ado. Pero aun en los petimos, qu e sólo pod ernos admitir como ml concepto -límit e
mismo s seres inor gánicos no se da un mero atrav esar el y no como algo qu e responde punto por pm1to a la realidad
tiempo qu e pu eda ent end erse por analo gía con una tTa- de la cosa) , pod ernos por el mismo h echo supon er qu e no hay
vesía del esp acio o, para decirlo en los término s adecua- en ningún moverse nin gún cambi ar y qu e, por lo tanto, para
dos, como el m ero despl azamiento de un ser sobr e un fondo seguir empl eando la anterior terminología , la trav esía pu ede
espaci al. La b:avesía del tiempo r equi ere qu e haya, en el realizarse "impun ement e". En cambio , por no pod er admitir
fondo del atrav esar, un cambio irr eductibl e a movimi ento tal exteriorid ad en lo qu e to ca al ti empo, _no pod emos en
148 E L SE TIDO DE LA MUERTE LA MUE fiTE EN L A NATURAL E ZA OUCÁ N I CA 149
modo alguno h·asladar a él los result ados qu e nos han par eci- 11·111"iiL •l salir del "aquí " y del "ahora ". Lo qu e importa,
do tan uní vocos y claros en el caso del espa cio. Lo s res ult ados p 1ws, <'11 •l caso del p ensador nombrado ( qu e nos int eresa
de las investigac ion es realizad as sobr e los unice lul ares qu e ¡11 ~l11111ent e p or el carácter iluminativo de su radic alismo)
afirmaban la pot encial inmortalidad de la célula , eran re- ,,s i •I h •cho de otorg ar caráct er absoluto y a la vez ato-
sultados vistos, por así decixlo, desde el punto del espacio 111Í slic:o a cada pi eza de la realidad , a cada uno de sus
y no desde el punto de vista del ti empo , y menos todavía ,,l,•mt·11t: os. L a individu alid ad absoluta, atomística , num é-
desde aqu el punto de vista en qu e espa cio y tiempo apa- 1/l'()-111 atcmá tica, p ert enece, pu es, no sólo a aqu ellas reali-
recen como elementos constitutivos, pero no únicos , de una dndt's qu e, como el espacio, son explícitam ent e definid as
insu stitu ible indi vidu alid ad. •0111 0 un conjunto de partes extra partes : p ert enece esen-
Para qu e los result ados mencionados valgan , pu es, en el ('i11lincntc a toda realid ad. Sólo el present e físico del ser
mismo sentido en qu e sus investigador es qui eren hacerlos poseo realidad verdad era, porqu e sólo este pr esent e es lo
valer es necesario adopt ar una metafísica qu e, no por ser c¡11(' c·s y supon er lo conb ·ario es sostener la id entidad entr e
legítima, es menos dudo sa y probl emática . Tal metafísica vi c;11 aclr o y lo qu e el cuadro repres enta. La negación de
ha sido admitida en todos aqu ellos inst antes en qu e se ha t·sln icl •ntidad es, naturalm ent e, el fondo y supu esto último
subrayado con todo radicali smo y consecuencia la total ato- dl' esta metafísica , qu e pr ecisam ent e por extre mar la tesis
miz ación de lo real. La negación de la mu ert e en el caso el , la t'xteriorid ad de las p art es en todas las realid ades tiene
del "atomismo " es, por cierto, una consecuencia de ello. q1w afirm ar el cará cter ab soluto de la mu ert e o, mejor di-
Pero aun esto sería una teoría en la qu e subyac ería una ·ho, la incesa nte apari ción de la mu ert e de un ser y la ne-
m etafísica y no esta metafísica misma en tod a su crud eza. g.1l'ió11de su p ersistencia. D e ahí qu e Ruy er insist a tanto
Una filosofí a de la mu ert e como la de H. Ruy er, en cambio , en <¡i1, "la absolut a exteriorid ad de las p art es del espacio
no s iluminaría este aspecto de la cuestión, porqu e insisti- )' dt'I ti mpo, cierta atomi cid ad", no sea "un a t esis filosófi-
ría justam ent e en revelarnos una tesis con todas sus conse- ·a dis ·u tible, sino un hecho brutal " : "nacimiento y mu erte
cuencias y sin ningún at enuant e. Para dicho autor, en efec- dt' los seres son -escr ibe- los límit es absolutos ele domini os,
to, el int erés del hecho de la muerte es el permitirnos dar de· slslcrrn1s real y pl enament e múltipl es".J. Vistas las cosas
un cont enido y un sentido a la palabra "absoluto ". La mu er- d<1sd • c•st ángulo exu·emo, la mu ert e se nos ap arece como
te es lo absoluto - en otros términos , la mu ert e, de cual- lo quC'sohr viene incesant ement e, p ero mu ert e no será ya
qufor especie qu e sea, es siempre la absoluta y radical ce- c11lr11 1t·<·s lo que nosotros ent end emos por ella al referirnos
sación. De ahí qu e sea necesario afirm ar qu e todo "aquí " y a lt1 \ i.(•1·t•s orgánicos, sino esta inc esant e destruc ción y crea-
"ahora " pos een un sentido ind ependi ente de todo sistema c:ii'111el" la realid ad qu e, p aradóji cament e, ti ene qu e afir-
de referencia. Pero si el "aquí " y el "ahora " no son ni si- 111111•,¡• ·11 a n<lo el mecanicismo atomist a es llevado a sus
qui era despla zamiento s sobr e un fondo , supu esto in altera- i'ill 11111·, ·011sc ·ucncias. D e ahí un resultado qu e pu ede pa-
bl e y univ ersal , de espacio y de tiempo, enton ces pos eerá
1 11, 1ln •1•1·, La morl et l' existen.ce absolue ( Recherches philosophi-
tambi én tal sentido ind ep endi ent e ele todo sistema de refe-
1¡11r
•,, 11, IDil~- Lü33, pág. 137),
150 EL SENTIDO DE LA MUEBTE LA MUEBTE EN LA NATUBALEZA ORGÁNICA 151
recer extraí'ío, pero sólo cuando no se tenga presente que era, en suma, posibl e sólo en tanto que se efectuaba una
una y otra concepción se apoyan en la misma metafísica previa descualificación y una previa desindivi dualización
y, por lo tanto, dan a todas sus propo siciones, aun las apa- d<' lo que era no sólo accidental , sino esencialmente indi-
rentem ente más diversas, el mismo unívoco sentido. Para la vidualidad y cualidad.
metafísica qu e niega, ,e n virtud del supuesto mecanicista Si hay algo que nos ilumin e una parte por lo menos de
qu e la sustenta, la existencia, cuando menos en principio, la esencial constitución de lo orgánico será, pues, algo muy
de la muerte, ésta es negada porqu e la cesación tiene para distinto que la mera composición a que tal realidad suele
ella un sentido muy par ecido al que corresponde a las subs- a veces reducirse. Aun cuando supusiéramos que la com-
tancias inorgánicas. Para la metafísica que concibe la reali- pl jidad en la composición de lo orgánico es de tal índole
dad como exterior a sí misma y como constituída exclusi- que su diferencia cuantitativa se nos convierte, como Hegel
vamente por exterioridad es, la muerte no p arece ser ne- sostendría, en diferencia cualitativa, lo cierto es que jamás
gada, sino elevada, como en la filosofía antes bosqu ejada podríamos entonces comprender cómo pu ede haber alguna
atropelladamente, al rango de un absoluto. Mas si lo exa- diferencia enh·e lo inorgánico y lo .orgánico. Advirtamos
minamos atentamente veremos qu e este absoluto de la una vez más que la afirmación de esta difer encia no nece-
mu erte y la negación de ella son, en el fondo, la misma ~ita ni mucho menos apoyarse en una metafísica que nie-
cosa: hac er la muerte absoluta equival e a sostener que, en gue la posibilidad de reducción de una esfera a la otra.
efecto, "nacimiento y muerte de los seres son los límites Aunq ue es bi en claro que el autor de estas lín eas sostiene
ab solutos de dominios, de sistemas real y pl enamen te múl- la existencia de una cierta irr educ tibilidad ontológica , esto
tipl es", p ero este nacer y este morir tienen aquí, evidente- no puede ser tomado más qu e como una suya particular
mente, un sentido muy distinto del que, tanto desde el opinión y no como una tesis considerada irr ebatible. Lo
punto de vista común como desde el punto de vista de la único qu e pu ede afirmar es que, desd e el punto de vista
metafísica de lo orgánico, les darnos. Nacer y morir signi- de una descripción, las diversas capas de lo real -y, entre
fican tan sólo estar o no est(ljr clelimitaclo por -un contorno. Has, las de lo inorgánico y lo orgánico- muesb·ai1 claras
Ahora bi en, es pr ecisamente esta reducción de la muerte diferencias mutuas. Ahora bien, la diferencia existente es
a la delimitación lo que sostiene también por su lado , bien de tal índole, que la mayor o menor complejidad de una
qu e con fórmulas muy distintas y atm opuestas, aquella realidad con respecto a la otra no puede simplemente expli-
tesis según la cual la muerte puede ser negada por lo menos carla. Si así fuese, si la riqu eza cualitativa y la correspon-
en principio. Las tesis derivadas de las exp eriencias en torno diente individualidad resultaran simplemente de la comple-
a la conservación ind efinida de los unicelular es resultan jidad de las part es y de la vari edad de su distribución , no
' habría motivo para no afirmar algo que nos parec ería, desde
pu es, menos de un recubrimiento conceptual de dichas ex-
periencias que ele la base misma que les da sentido. La luego, paradójico. Tomadas las cosas desde este ángulo de
célula se conservab a acaso indefinidamente, p ero ello era, 1:, omplejidad en la composición, no solamente no podría-
sin poder evitarlo, a costa ele sí misma. La conservación mos sostener que no hay diferencia esencial y óntica enb·e
152 EL SENTIDO DE LA l'VlUEllTE l. i\ l 1,:1r n : ¡.; LA NATUHALE ZA ORGÁNICA 153
lo vivo y lo inerte, sino, lo que es inucho más grave, que 11polc11·ialmcntc
1 i,1111 inmortal es el result ado de una pr e-
la poca diferencia que pudiera hab er no estaría disb·ibuída ' 11 n¡wraci(rn en el curso de la cual la célula qu eda , como
o repartida en el sentido de que por m1 lado hubi ese una 11111<'.~ 11
¡rnntúba111os,dcscualificada y desindividuali zada , pero
y por el otrn lado otra de dichas realidad es. Dicho más 1 1111i>i(·11 •I producto ele una op eración en la cual la célula
clarament e: si es la composición y su complejidad lo que 1• c•rn1sicl rada desde el punto de vista ele su unidad y no
realmente pr evalece, no habrá motivo alguno para no su- d1•sd<' el ángulo de su complejidad inconm ensurabl e con
pon er qu e la célula se parece más al átomo que al sistema 111clc ·ualqui er sistema inorgánico. Entonc es se puede decir
orgánico compuesto de varias células. Se dirá que esto es 1•f1• :Livamente que la célula pu ede no morir, porqu e su mo-
un a b·ansposición de una forma de lo real a la otra, ya que 1ir sería, en todo caso, un cesar y, por consiguiente, algo
aq uí no se hata simplemente de unid ades, sino de que estas q11, necesitaría una causa externa qu e, por medio de cual-
unidades sean o no complejas. Y entonces será evid ente q11i r complicada técnica o de algún venturoso azar, podIÍa
que, considerando su composición "atómica", la célula será s11sp nclerse indefinidamente.
acaso un ser más complejo que el mayor y más complicado La negac ión ele la mu ert e es, sin .duela, más probl emá-
de los ~istemas inorgánicos. Pero si atendemos, no a su 1i ·a, pero no por ello menos insist ent e en lo que toca a los
composición físico-química, sino al hecho de su desintegra- pluric elular es. Si, en último término, pod emos admitir p ara
ción o no desint egración en un proc eso de mu er te, la ver- los protozoarios una especie ele tendencia a la prosecución
dad es qu e en ton ces podremos adoptar -si seguimos el indefinid a, una posibilidad de atravesar el tiempo sin que
punto ele vista de la mera complejidad en la composición- tal travesía los afecte demasiadam ent e, tal condición resul-
la tesis de que una estru ctura inorgáni ca cualquiera pu ede ta para los plmi celul ares infinitam ente más hipot ética. En
ser más compleja que la simple célula. Ésta nos aparece- ver dad , hay algunos de ellos en quienes la relativa ten-
ría, en efecto, como aq uella unidad que se reduce a sí dencia del unic elular a la p erduración par ece asimismo ma-
mism a, como lo qu e posee una tal unitaria consistencia, nifestarse; la desintegració n de las colonias que clan origen
qu e la esb·uctura qu eda, en rigor, reducida al mínimo. Di- a células susceptibl es ele una mayor prolongación de su
ríamos, así, qu e una compl eja estructura inorgánica pu ede existencia por medio ele las técnicas adecuadas es un ejem-
morir en un sentido más radical que la célula, porque su plo de ello. Pero aquí nos encontramos con un caso todavía
ser se va aproximando cada vez más a su esh·uctur a, y ésta más radical ele muerte por clesindiviclualiz ación y acerca
es justam ente lo susceptible de muerte y no de cesación de él podríamos, si no result ase enojoso, reiterar los argu-
pura y simple. Entonces podríamos declara r que el morir mentos ya desarro llados. Lo que aquí nos interesa no es,
de la célula es un simple cesar y, por lo tanto , algo que le pues, ejecu tar infinitas variac iones sobre el tema único de
acontece a la célul a desde fuera y no, como en la mu erte la posibilidad de una pros ecución, sino enfre nt arnos con el
realmente orgánica, desde denb·o. En ob·os términos (y probl ema, al par ecer distinto, p ero, en su último fondo, es-
aquí t enemos el fondo mismo de la argumentación que tan trecham en te vinculado con el ya debatido , de la muerte de
p enosamente habíamos estado desarrollando): suponer la los pluricelulares.
154 EL SENTIDO DE LA MUERTE J.A l\llUEHT E EN LA NATOl ~ALEZA o:ncÁNICA 155
La mu ert e de estos seres no es ya, desde lu ego, discuti- p111 il d1·sc.le si mismos y no por causas propiam ent e externas
da, ni en el hecho ni, lo qu e más nos int eresa para el caso, ¡11•,·t·v<'n. Afirm ar la mu ert e supon e entonces tan sólo soste-
en el principio. Pero no discutir ni el h echo ni el principio 11 1•r qu , los organismos se rig en por otras condicion es que
no quiere decir, por cierto , car ecer de algún fundam ento loN <·ompu stos inorgánicos; la mu erte existe, pues , pero no
que nos los explique. Ahora bien, la tesis biológica habi- .~<'>lo como un h echo, sino, desde lu ego, en principio. En
tual acerca de la mu ert e de los pluricelul ares es más una ¡•111nbio, p ara el mecanicismo la mu ert e ap arece como un
justificación qu e una verdad era explicación: se dice, en efec- llt•('lio innegabl e, p ero como un piincipio cuando menos
to, que los pluric elular es mu eren , p ero lo qu e en verdad se pl'()li] •mático. D e ahí qu e el "a pesar de todo" tenga para
qui ere decir es que, a pesar ele todo, mueren. Este "a pesar l'I in •canicismo -o para cualqui er t eoría más o menos tan-
de todo" repr esenta, como no podía por menos de ocurrir, gc•11•ial al mismo- un pl eno y cabal sentido. El "a p esar
la fórmula qu e la teoría mecanicista de la vida ha adoptado dt· Lodo" es el marg en qu e en la existencia de los organis-
con el fin de cubrir de alguna suav e man era el carácter 111 os se otorga al conjunto de los factores externos , entre
rudam ent e definitivo de sus tesis. Morfr a p esar de todo los ·uales cab e contar , por cierto, el int erior mismo de los
significa esencialm ent e no tener qu e morir y, por consi- ol'gnnisrnos concebido entonc es como un conjunto de cau-
guient e, afirmar que la mu ert e sobr eviene por algún motivo .~11s •xterior es. La mu erte no es en tal caso inh erent e al or-
no inh erente al organismo. Cierto qu e la afirma ción de la ~n 11ismo, como en los unic elul ares tan rep etidam ent e par ece
existencia de la muert e por parte del mecanicismo o de la 111 :u1ifcstars e. Pero si en los unic elul ares hay la posibilidad de
llamada "teoría mecánica de la vida" pu ede par ecer en un sc·11lar una tal afirm ación, aun cuando sea, según hemos po-
principio un tanto extraña si nos at enemos a los supu estos dido comprobar , con el sacrificio de la misma especificidad
y postulados qu e tal es doctrinas sostienen. En un principio d •l ser orgánico , la negación de la mu ert e en los pluric elula-
pudi era, en efecto, par ecer que debería sostener exacta- l'l'S ha de asumir una forma diferent e. Veamos cuál sea ésta.
mente lo contrario: qu e la mu erte es algo indisolubl emente · • n prim er lugar , el mecanicismo ( con cuyo nombr e de-
ligado a los organismos. Un a t eoría mecanicista no podría signamos ahora una teoría qu e no necesita muchas veces
afirmar la prosecución ind efinida, porqu e ello equiv aldría nsumir designación tan equívoca) sostiene algo qu e, en lí-
a sostener la "inm01talidad" - tesis qu e, evid ent ement e, el 11(•as general es, estaría tambi én de acu erdo con nu estras
mecanicismo estima por ent ero inac eptabl e. Pero cuando propias tesis. Es la afirmación de qu e en la escala de los
examinamos con un poco de at ención este asp ecto del pro- c11l•s biológicos la mu erte no pu ede poseer un sentido uní-
blema descubrimos que si el mecanicismo afirm a la "in- o •o, y aunqu e sea denho de un círculo relativam ente an-
mortalidad " otorga a este término un muy distinto sentido. gosto, ha de regir tambi én en ella esa analogía mortis que
No es, pu es, paradójico que el mecanicismo niegue la muer- •onstituye uno de los ejes capital es de nu estras investiga-
te, en tanto qu e el vitalismo la afirm e. Muert e significa , en cio11 es. No hay necesidad de insistir una vez más sobre
efec to, para el vitalismo la admisión de que hay en los or- c·st , asp ecto, realment e decisivo, de la cu estión que nos
ganismos algo residente en su mismo interior, algo por lo o •upa. Sean cuales fueren las teorías montadas sobre los
J.56 r::L SENTIDO DE L A :rvrtrEHTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA J.57
hechos biológicos, éstos p erman ecerán siempr e irr eductibl es t'1rl>o'les que, pongo por caso, en las colonias de los celen-
Y.n,os mostrará~, de continuo hasta qu é punto y en qu é in- 1 ,rc·os. Mas en todos los casos hay una tend encia a la dis-
c1eible propor c10n hay en el curso de la escala de tales 111i11ución de la individualidad y, por lo tanto , un menor
ent es lo qu e hemos llamado ant es un progr esivo avance ¡wso o gravit ación del hecho mismo de la mu ert e. Si un
ele la mu ert e. La verdad es que no necesitamos sostener s<•r s sólo mínimam ente un individuo, o, mejor dicho, si
ninguna teoría ni de caráct er mecanicista ni de carácter s11 individu alidad obedece tan sólo a la composición de
vitalista para ~~n'.ar el hecho de qu e, tendida a lo largo .~vres qu e pos een, a su vez, por ellos mismos, una indivi-
de la escala b10log1ca, la mu ert e op era más o menos int en- d11nlidad lo menos tan grand e como el ser a cuya form ación
sm~: nte según se hall e más o menos cerca de la especiali- ·oncurr en, entonc es habrá mu ert e ele la esh·uctura, p ero no
zac10n de las funciones y más o menos cerca de la reali- efectiva consunción de la realidad de qu e se trat e. Es el caso
zación del individuo . La mu ert e no desapar ece, ciertam ent e, de los tejidos conjuntivos y epit eliales en estado de creci-
en!os unic elular es, pero pu ede quedar , por así decirlo, de- miento conservados por Carrel y Ebeling. La conserv ación
temda . En los plmic elular es -ya sea animal es, ya sea pl an- e.le estos tejidos par ece, por lo pronto, desmentir la división
tas- cuya constitución, desde el punto de vista de la indi- de los seres vivos, en lo que toca a la cuestión de la muert e,
vidualidad, es impr ecisa, la muerte ejerce un p eso mayor, en unos protozoarios pot encialmente inmorta les y en unos
p ero todavía no, según par ece, decisivo. Los pluri celul ares meta zoarios sometidos, inclusiv e en principio , a la mu ert e,
en cuestión -por ejemplo , algunas colonias- pu eden disol- p ara afirmar qu e aun los multic elulares pu eden estar in-
verse y rehac erse. Todo lo qu e sea de algún modo asocia- cluídos en la prim era ele dichas categorías. Pero lo qu e en
ción menos libr e de células podrá, por este mismo hecho verdad ocurre no es que haya tal división, ni tampoco que
apro~ima_rse a la "muert e mínima", aunqu e no por ello me~ los metazoarios hayan ele incluirs e clenh·o ele la esfera de
nos m ev1table, qu e es inh erent e a ella. Lo mismo cabría los protozoarios , sino a la inversa: qu e para los tejidos
decir, P?r ejemp!o, ele muchos vegetal es y, en parti cular , qu e han estado sometidos a experimentación rig en las mis-
de los arbol es gig antes. É stos son, ciertam en te, individua- mas condicion es y, por lo tanto , los mismos obstáculos que
les, p~ro st~ individualidad está compu esta de seres qu e, hemos visto aflorar en el examen ele los protozoarios. Pero
por ~s1 decirlo, no han renun ciado ent eram ent e a la suya. haríamos tal vez mejor en decir qu e, en el caso ele los teji-
La vida crece un poco por yuxtaposi ción, aun cuando como dos en cu estión , nos encontramos menos con un organismo
es in e~t ~ble y compr ensible, tal yuxtaposición esté siempre propiam ent e dicho que con una colonia , Las colonias sub-
al serv1c10 de un a armóni ca y bi en conjugada esb·uctura. sisten pr ecisament e porqu e pued en renovar sus compon en-
~n otros términos , los pluxicelular es qu e pu eden, por así de- tes. Se dirá que tal acont ece también con los organismos
cirlo, compon erse y descompon ers e, no parecen ser afect ados sup erior es, de tal suert e qu e al cabo ele cierto tiempo cual-
por 1a mu ert e sino en la medida en qu e la descompo sición qui era de ellos ha renovado enteram ente todas sus células.
hace desaparecer aqu ella estructura inestabl e. En el riO'Or Nada, en efecto , más cierto. Pero lo que nos ünporta para
de los términos, esto podría aceptarse mucho menos en los el caso es qu e en uno y otro ejemplo la renovación tiene
158 EL SENT IDO DE LA MU E RTE LA MUE RTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 159
un diferente sentido. Justament e en virtud de la clifere ncia s i110 111¡ accidente, evitabl e en principio, si no en h echo." 1
en los grados de la individualidad qu e caract eriza a la co- Nadi · m jor qu e W eismann , por lo demás , ha llevado a sus
lonia o al organismo propi ament e dicho; pr ecisam ent e por- t'dlirnas consecuencias esta t esis. Para el gran biólogo , en
qu e hay en la prim era una tend encia a la disolución de lo d •cto, la mu ert e apar ece como un mecanismo destinado a
indi vidual y en el segundo un fortal ecimiento del mismo, .In conservación de la especi e. Puesto que la conservación
pu ede muy plausibl ement e afirmars e qu e la renovación de in<lcfinid a de los individuos conduciría bi en pronto a una
los elementos celular es apunt a en cada caso a un fin distin- degeneración de la especie; dado que en la renovación me-
to. Para el ser de tipo "colonial", la renovación celular im- diant e las sucesivas generaciones se nos da la mayor posi-
plica un efectivo cambio, porqu e, no habi endo un residuo bilidad de w1 rejuvenecimiento de la vida, el morir tendrá
individual qu e p erman ezca o, si se qui ere, p erman eciendo q ue ser entonc es algo así como un tributo qu e los indivi-
la individu alidad sólo de un a man era mínima, cambio y duos pagan a 1a vida de la especie. Habrá entonc es en cada
renovación serán casi la misma cosa. En cambio , en un uno de los seres vivos dos elementos claram ente difer en-
organismo dond e lo individu al esté ya pl enam ente arraiga- ciados: el cuerpo , p erecedero, y las células germinativas,
do, la renovación celular tendrá un significado menor: no dond e, al par ecer, se habría retirado la pot encia de conser-
repr esentará para el organismo tanto un cambio como una. vación indefinida. Lo verdaderamente único y, por lo tanto,
mera transformación. existent e en tales series sería el organismo destinado a la
No es este, sin emb argo, el probl ema que qu eríamos real- generación; lo demás -el cuerpo de los seres vivientes-
ment e plant earno s. Pres cindiendo de lo qu e ocurra efecti- sería tan sólo el deta1le y, de consigtúente, este mismo acci-
vament e en la renovación celular , el hecho es qu e, al h·a- dente sometido entonc es ya de una man era esencial a la
tars e de los multic elular es, par ece qu e haya que situar la muert e. Que esta teoría , situada al par ecer dentro del marco
cuestión en otro plano. Ante todo , en el de una explicación general del mecanicismo, haya sido, por otro lado , critica-
de la muert e qu e, rep etirnos, es para el mecanicismo una da como una inadmisibl e intromisión de la finalidad ,2 no
mera justifica ción de ella. El carácter justific ativo más que ti ene, en rigor, nada de extraño. En el último fondo ele la
explicativo que ti ene la mu erte de los pluricelular es en el tesis ele W eismann lat e, en efecto, la misma id ea que carac-
mecanicismo qu eda subray ado cuando se nos indica que teriza la visión que los griegos tenían de los seres vivos y,
'1a muert e apar ece como un singular privile gio adscrito a a veces por analogía con e1los, de todas las realidad es en
la sup edoridad orgánic a, corno el precio de rescat e de una cuanto tal es. Para seguir la precisa terminología de Xavier
sabia complejidad".1 "Por encima de los seres element ales Zubiri , W eismann emplearía para una cuestión pl anteada
-s e nos dice insistentemente- , rnonocelulares, indif erencia- en los términos de la ciencia mod erna los supu estos que
dos, qu e se hallan sush·aídos a la letalidad, hay otros, ya correspondían a la antigu a episteme.3 La vida del ser apa-
más elevados en la escala de la organización, qu e se hallan 1 Op . cit., p ág . 297.
sometidos a ella, p ero en qui enes la muert e no par ece ser !l G. l3ohn, Les problemes ele ln vie et ele la mort, 1925, pág . 19.
:i X. Zubiri, Ciencici y 1·enlidad , 1941 ( en Natural eza, Hi storia,
:i A. Dastre, La vi.e et la mort, 1909, p6g. 296. Dios, 1944, pá gs. 90 ss.).
160 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 161
recería entonces como una unidad encerrada en las células <'I inolivo por el cual hemos de considerarla como inválida,
germinativas, como un conjunto de notas que solamente en porq ue pasa insensiblemente ele un campo a otro y da, por
el cuerpo quedarían, por así decirlo, notificadas. El cuerpo lo tauto , a los términos mediante los cuales es formulada
no sería pura y simplemente el detalle de aquello que en 1111 s ' nti.do distinto según el momento en que se apliquen.
las células germinativas aparecería como unificado, porque P 'ro si la tesis de Weismann adolece del mencionado
el detalle, siéndole indispensable al organismo, podría ser defecto, no deja por ello de amagar alguna intuición que
considerado alternativamente, según el punto de vista desde nos ha de resu ltar sobremanera aprovechable. D ejémosla
el cual se contemplara, como cosa en sí y como fenómeno. por el momento de lado . Antes de examina r en qué medi-
Pero, en todo caso, el cuerpo -lo sometido a la muerte, da hayamos nosotros de considerar la muerte desde el ptmto
ele vista de la naturaleza orgánica, nos compete, en efecto,
lo "esencialmente acciden tal"- sería una diversificación de
aunque sólo sea para no dejar manco el asun to, examina r
una unidad previa, la cual persistiría a través del tiempo
hr evemente algunas de las teorías que pretenden explicar-
y constituiría, por lo tanto, un remedo de aquella realidad
nos en la biología el hecho de la muerte. Ahora bien, cuan-
que, según Platón, es eterna y jamás nace, a diferencia de
do, tras una general ojeada, int entamos distribuir en grandes
aquella que nace siempre y no existe nunca. El soma existi-
grupos las teorías hasta ahora sobresalientes, advertimos
ría, desde luego, pero con una existencia sometida a naci-
que pueden y suelen agruparse en dos clases. En primer
miento y muerte; las células germinativas, en cambio, se-
1ngar, aque llas que atribu yen el proceso del envejecimien-
rían, en el sentido apuntado, eternas o, por lo menos, in-
to y la muerte correspondiente a factores de carácter pr e-
mortales. De ah í que la teoría ele Weismann, siendo una ponderan temente químico-biológico y, en último término,
teoría "científica", fuese, al mismo tiempo, una tesis radical- físico-quími co. A ellas pertenecerían por igual la teoría acer-
mente filosófica. Ahora bien, lo que tiene de filosófica la ca del crecimiento de los granos coloidales y las teorías
doctrina tanatológi.ca de ,v eismann es el hecho de enlazar- acerca de la autointoxicación o de la ar teriosclerosis . En
se, por una parte, con un mecanicismo según el cual no segrn1do lugar, habría aquellas que ab-ibuirían el enveje-
tendría que haber en principio muerte, y con una metafísi- cimiento y la muerte a proc esos de índol e más claramente
ca organológica según la cual, al llegar a los pluricelulares esb·uctura l-orgánica; en ellas estarían incluídas, de consi-
y sobre todo a los más evolucionados de ellos, el cuerpo guiente, tanto las doctrinas acerca de la desproporción en-
sería como la manifestación de una unidad previa, que h·e el volumen y la superficie de los cuerpos como las tesis
contendría en sí tod a diversidad posible y que, de consi- sobre la relación entre la muerte y la progresiva complica-
gui ente, desernpeüaría el mismo papel que una entidad de ción de los organismos. Las primeras pondrían, por así
carácter metafísico. Lo que, en oh·os términos, caracteriza decirlo, su acento máximo sobre las condiciones -biológi-
la opinión ele Weismann sobre este asun to es que soluciona cas, químicas o físicas- que rigen el organismo y que hac en
con un supu esto ele índole metafísico-organol6gica una tesis de éste, en virtud de un proc eso en principio acaso evita-
que tiene un últim,o fon.do mecanicista . Este y no otro es ble, pero de hecho casi imperioso, un ser sometido a la
162 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA 'I ERTE EN LA NA TIJI\ALEZA ORGÁNICA 163
mu ert e; las segundas , en cambio , deducirían el proceso del , 11• l11do el l pr obl ema. Lo mismo acontece, y por idénti-
1 envejecimiento y ele la mu erte, de un hecho de carácter ' 11 ,11otivos, ·on todos los h echos de natural eza físico-quí-
1 estructural ; por ser tal la estructma ele los seres vivos, y es- 1111·:1 , 1¡i,ím ico-biol ógica qu e residen, por así decirlo, en
p ecialm ent e ele los plmic elular es sup erior es, la mu ert e ten- , 1 1tln ior mismo de los organi smos, y qu e hac en de éstos,
dría, qtú éras e o no , qu e insertars e como mom ento fin al ele 1111 111tl,sla11fas "in ertes", sino seres en Jos cual es la rnodifi-
un inevitabl e proc eso ele envejecimi ento. Ambas clases ele 1•111 (111 d · estas int erna s estructuras acarr ea a su vez la mo-
teorías no negarí an, por lo tanto, la mu ert e como un hecho, d I v111·ió11 del pro pio organismo . Algo par ecido podríamos
p ero afam arían qu e la modificación, o de los factor es físi- il1•1•ir n propósito de la teoría de la autointoxi cación y de
co-qtúmi co-orgánicos, o de la corr espondi ent e esh·uctura , 111 l:1go ·itosis que Metchnikoff defendió t an ardoros amen-
podría detenerla · o, cuando menos, suspend erla. 1,., ( ;lllll O es bi en sabido , ést e atribuye a la acumulación
No es este, claro está, el lug ar de examfoar ni el detalle d,, s1il>sla11cias tóxicas, desh·uctiv as de los tejidos nobl es, en
ni el fondo último de tod as estas teorías. No sólo porqu e, l'ii•rtns par tes del organismo la causa de los proc esos de
no sien do el autor ni físico ni químico ni biológico , car ece In dq~cn ra ción y la mu ert e corr espondi ent e. La mu erte
ele la suficient e comp etencia , sino tambi én porque, aun en ,, dd wría enton ces al resultado , adv erso para el organismo,
el caso de hab erla, de poco serviría un tal análisis. En efec- dt• 111 ln cha "entr e elementos nobl es, y los elementos sim-
to , y sea cual fu ere el punto de vista qu e adopt emos frente pl1·s o primitivos del organismo" 1 . Los macrófagos acaban
a estas tod avía debatibl es cuestion es, el hecho es que 1ún- por ntrofiar y, en último término , devorar al ser vivo. :Éste
guna de dichas doctrinas nos sirv e para explicar la muert e, p11·s1•11lu por ello tod as las caract erísticas que conducen a
por lo menos en nu estro sent-ido. Si at end emos a la esfera 11111111 crlc y qu e pu eden resumir se en una fónnul a : la tenaz y
dentro de la cual se nos manifiestan , tendr emos que reco- prn¡.(rc•siva minerali zación de lo orgánico. El organismo pi erde
noc er qu e todas estas teorías son, efectivament e, explicati- pn('O a p oco su flexibilid ad; se h ace lento, difícil , gravoso.
vas; nos dice n algo, y con frecu encia algo muy esenci al, acer- l'no n medid a qu e Metchnikoff va explicándonos de este
ca del fenóm eno del envejecimiento y acerca del hecho de 111 odo las causas de la mu ert e, va pasando, sin adv ertirlo , a
la mu ert e. La posibilidad de que pu edan sup erpon erse sin :-1
11s 111ani festacion es. Más tod avía. El examen concreto de
desventaja , de qu e no sean , en rigor , incompatibles, nos 111 •·11110s casos de envejecimiento y mu erte estudiados por
demu estra qu e el químico o el biólogo pu eden echar mano, d ld10 aut or con vista s a lograr un conc epto de la mu erte
en caso necesario , de cualqui era de ellas. El crecimiento 11:1t11ra l está hecho ent eram ent e sobr e una bas e que nos
pro gresivo de los granos coloid ales -para no citar más que w rnos forzados a declarar inconsist ent e. Según Metchni-
una de las múltipl es teorías existentes- y el correspondi en- 1off, la natmal eza está llena de desarmonías. Tan pronto
te debilitami ento de las manil estacion es vital es están, sin t·o111 0 stas desarmonías pu edan a tenuars e, podrá atenuarse
duda, ligad os a los pro cesos del envej ecimiento, y una ex- 111 desar monía esencial de la mu ert e. Se postula , por lo
plicación de este proc eso y de su corr espondi ente mu ert e 1
1,:8t1td ios acerca de la natuml eza hum ana, 1903 ( trad. esp., 1945,
par ece no pod er t ener lugar sin referirs e por lo menos a pi'1g. 2. 8.
164 ElL SENTIDO DE LA MUERTE
1.A l'vll l.l•:llTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 165
tanto, que la mu erte es una desarmonía y que por ello tiene
l,lr-.1w i11ler ·nmbiabl e. No prejuzgu emos, pu es, por el ins-
qu e combatirs e. O, mejor aun , se postula que solament e
111111,,, lu ci~I inosa cuestió n del individuo , sobr e la cual
hay una mu ert e armónica en el instante en que se produce
¡ 1111•1·i1irmcntc insistiremos, y limit émonos a referir la muer-
"naturalm ent e". Pero, a la vez, la muerte no parece que
t,1 11111 c·oinplejiclacl del organismo. Ahora bi en, tan pronto
pu eda producir se naturalm ent e, porque hay siempre una
Pt JtllO pon mos claram ent e sobr e el tap ete una tal cuestión ,
caus a ele ella que tendrá qu e ser una desarmonía del orga-
d1111•1dirimos dos hechos qu e nos desazonan. Por una part e,
nismo. No pod emos, sin duda, detenernos en los deta-
1111r11(•(• vident e qu e sea just amente -el _mayor ,(?~do ele
lles de esta cuestión, por lo demá s apasionantes . Lo único
11rn1plc·jid nd el fa ctor qu e nos pu ede explicar , casi mt egra-
qu e pr eten día subrayar es qu e el h echo de descubrirse
111 p11[c , la mu ert e. Por el ob·o, reparamos en que dicha
una causa de la mu ert e -s ea ésta "natmal" o "inarmóni-
ca"- no es sufici ent e para explicarla. Es más qu e pro-
"1 111 plcjiclacl no pu ede ser ni mucho menos unívocam ente
111i11•11dida. Como es esta una cuesti6n que afecta decisi-
babl e qu e todos los factor es mencionados, y otros qu e
y11111 <·nl:' al mismo probl ema del cual partimos, no será tal
podrían agregars e, concun-an igualment e a tal proc eso. Así,
v11· 1. o •ioso detenernos someram ent e en ella.
lo que aquí se niega no es qu e dichos elementos sea~
t ,a muert e par ece, en efecto, pod er ser explicada en vir-
caus as ele mu er te, sino qu e la mu ert e sea realmente expli-
111d d la mayor o menor compl ejidad de los organismos,
cada por ellos.
porqn , indudabl ement e, éstos se hac en más "afectados"
Más cercana a una verdad era explicación se hallaría, en
ll 111 r di da que llegan a ser más compl ejos. El caso del
cambio, aquel tipo de teorías qu e refieren los procesos en
orgHnisrno humano es, por lo demás, bi en signific ativo. _La
cuestión a fac tor es que hemos llamado de índol e estructu-
1·c• rt•ncraci6n natural de cualquier órgano realm ente vital
ral-orgánica. Enh·e ellos, y como el más eminen te de todos,
/lt ' hace imposibl e, porque la esp ecialización celular ha
podríamos m encionar aqu el que se halla indisolublemente
11f('u11 zaclo aquí el máximo grado. Par ece como si el or-
vinculado con la creciente comp lejidad del organismo. D e-
11 u1ismo se compusi era de w1a serie de funciones espe-
cimos, por lo pronto, compl ejidad y no individualidad, por-
dn lizadas o, mejor dicho , parece como si el organismo es-
que ésta pochía ser mencionada como igualm ente operante
111 vi ra casi íntegramente "compuesto" de funcion es. La
en toda la escala de los seres vivos: mi.radas las cosas sin
1,onsccuencia de tal condición es entonces plenam ente com-
ningún pr ejuicio '1rnmano" no habría, en efecto, por qué
pr<•11sibl e : cualqui er ataque lanz ado co.nb'a un 6rgano real-
estimar qu e la individualidad del protozoario le cede en
1nonte vital, especialment e conh·a las célul as más esp e-
nada, en cuanto a constituir un ser individual, a la indivi-
dn lizadas y me.nos regenerabl es, pu ede resultar fatal para
dualidad del vert ebrado. Cualquiera de ellos estaría, como
1,1 organismo ent ero. El mecanicismo lleva a tan extre-
von U exküll insist e en decir, p erfect amente adecuado con su
111 as consecuen cias esta id ea, que int erpr et a inclusive tod a
contorno, de tal suerte que entonces se daría en toclo ser
111u crt e como "la ruptura del vínculo social". Según esta
la individualidad entendida inclusiv e en su sentido menos
c•onccpción, el organismo estaría formado, en efecto, por
mecánico: como aqu ella cualidad de ser único, insustitui-
(•1'men tos anatómicos primarios o básicos, ind efinidamente
166 EL SEN TIDO DE LA M UE RT E J ,A l\1UE HTE E N L A NA T URALEZA ORG ÁN ICA 167
r egenerabl es, p ero pu estos al servicio de fun cion es sup erio- lo" 1. T ·ndríarn os, pu es, qu e, por un lado , la compl ejid ad
r es que reducirían e inclu sive suprimi rían su p oten cial r ege- y ¡w rfc· cionamiento del organismo sería un paso más hacia
nerabilidad. El ser vivo sería en tal caso al go semejante c-jor en caje de éste dentro ele un medio vit al y, por lo
,,1 111
a tul Estado , compu esto de seres en pr.incipfo ig uales, p ero l 11110, 1111 reb·oceso ele la mu ert e, por lo m enos dentro de
diforenciados en virtud de sus funcion es y tendi ent es siem- 1•l,,1·los límit es. Mas, por otro lado , esta sup erior complica-
pr e al poliforrnismo. D e este modo , la p er fección y la fra- di'111y perfe cción del organismo lo harían más fácilm ente
gilidad del organ ismo se h all arían en propor ción dir ecta: v1d11e rabl e a cu alqui er ataqu e contra sus puntos vital~s y,
es "el grado d e solid arid ad ele las p art es enh ·e sí lo qu e 1•11ge neral, conb ·a cualqui er función capaz de descompon er
arrash·a a un as a la cat ástrofe experim ent ada por otras, lo 1 1 ('Onjunto.
1 La posibilidad de qu e hubi ese i.¡na descom-
mismo qu e, en un m ec ani smo delicado , el h·astorno de un ¡msi ·i6n o desarr eglo aludiría vigorosam ent e a la existencia
rodaj e produce .p aulatinam ent e la descompo sición tot al" 1 . ti, 1111 ier to vínculo social que pudi era estar sometido a
No hac e falt a decir que esta conc epción del orgaiú smo está 1'11pl ura p ero a la vez este mismo vínculo social , en princi-
muy lejos ele ser compl etam ent e errón ea . Sea cu al fu ere pio tun fr ágil, sería aqu el mismo acto por m epio del cual
la id ea última qu e se tenga ele la re alid ad orgáni ca, y aun 1.J orga nismo habría llegado a constituir se y a ad aptars e
cuando se defienda el m ás extr em o vitalismo , lo cierto es qu e 11 l111cierto medio. T anto como un motivo ele mu erte, la
el org anismo compl ejo es ta mbi én un conjLmto de elementos 1·on 1pl jiclad podría ser, pu es, un principio de vida. Por eso
anatómicos cuyas fun cion es se h an ido pro gr esivament e esp e- 11
0 por otro motivo deb emos aceptar el h echo de la vin-
cializando. Así, la con cepción d e la mu ert e como ruptur a del 1·1dat:i6n de la mu ert e a la compl ejidad sin por ello adh erir-
vínculo social no es, des de lu ego, ent era ment e in admi sibl e. 11 os a la int erpr etación m ecanicist a de tal h echo. Ent en-
Tanto más cuanto qu e Íos h echo s nú smos no s mu estran esta tl i{•nclolo así, pod re mos entonc es dar todo su sentido a las
dep end encia esh·ech a ent re la fr agilid ad y la m ort alid ad del lt'sis de W eismann acerca de la inmortalidad del plasma
org anismo. P ero si dich a conc epción no es tot alm ent e equi- gi,nnin ativo. Enton ces, en efe cto , compr end eremos por qu é
vocada, sería poco discr eto sp pon erla ab solut ament e válid a. In di visión del trabajo y la difer enciación pu eden conducir
En prim er lugar, acont ece qu e la r elación ent re la fr agilidad 111 e rga nismo a la mu ert e, en tanto que la indifer enciación,
y la mu ert e va apa re ja da siempr e a un a r elación entr e la lo mismo qu e la falt a ele una actividad esp ecífica, están
ad aptabilidad y la sup erior cornpli cació1_1del organismo. si1•1npre más próximas , con la división celul ar o la r egene-
Corno señala acert adam ent e H ertwi g, "pu ede afirm arse que r11 ·1611 , a tma "inmortalidad" , por lo m enos de carácter bio-
ju stament e los proc esos mediant e los cuales las célul as de lc'igieo. E l plasma germinativo no será "inmort al" a causa
los organi smos multic elul ares en virtud de la di fere nciaci ón dv s11 potenci alidad , sino en virtud de su indif erenciación.
y división del tra b ajo se cap acit an p ara las más alt as fun- l 't•ro la inmortalidad del plasma germinativo topa con la s
cion es de la vid a, son los qu e envuelven circunst ancias que 11ds1nas dificult ades qu e h emos examinado al h'atar del
a su vez h'ae n la mu ert e senil por desga ste y agotamien- p1•0 ·eso del env ejecimi ento y la mu ert e en los prot ozoarios.
1 A. Dastre, La v ie et la mort, 1909, pág. 307. 1 C énesis ele los organismos ( trad. e.sp ., 1929) , t. 1, pág. 305.
168 DL SENTIDO DE LA MUEUTE LA MUE HTE EN LA NATURALEZA ORG ÁN ICA 169
Así, lo muco que, en todo caso, podemos afirmar con me- liieión." J Mas si así fu era, entonces habría que considerar
diana segmidad es que, al hilo del progresivo avance de e¡11, la muert e sobrevi ene no sólo desde el instante en que
la muerte en la naturaleza orgánica a que h emos hecho <•I víncu lo colectivo se rompe, sino en virtud de hab erse
rep etidas veces referencia , hay en el germen y en tod a cé- roto el vínculo colectivo. Qu e esto no ocune esb·ictamente
lula indiferenciada un menor acercamiento a la cesación así, lo barrunta el propio Lalande cuando establ ece que
que en cualquier oh·o organismo, sobre todo de índole la mentada defüúción del ser vivo es válida sólo "desde el
compleja. Mas así como en la primera de las realidades punto de vista material" y qu e, en todo caso, la disolución
citadas no puede Ser simple y llan amente anulado el mo- eoncomitant e al proceso de la muert e y la gradual heterog e-
rir , en la segunda el morir no puede consistir solamente neidad recíproca de las partes par ecen ser debidas a una
en la ruptma de un vínculo social producida por un "des- especie de falta de resistencia a mantenerse vinculadas.
arreglo" en la complicación del "rodaje" . En otros términos, Sería entonc es, pues, más bi en la resistencia o no resistencia
aun cuando al morir el organismo se descomponga, no es a la vinculación lo que podría explicarnos por qué sobr e-
pura y simpl emen te la descomposición la causa verdadera viene o no la muert e. Pero tan pronto . como tocáramos este
de la muerte. La descomposición y, de consiguiente, la punto , la caut ela con qu e tan reiteradamente h emos inten-
"ruph1ra del vínculo social" es, en todo caso, la conse- tado cubrir nuestra ind agación ten drá forzosamente que
cuencia de algo anterior. Considerarlo de otra suerte sería redoblars e. Al tocar esta cu estión tocamos, en efecto, la
estimar , corno lo hac e Anch-é Lalancle, que el ser viviente dimensión esencia l por la cual tiene que ser atacado el
es sólo un "agregado definido sin estar aislado". Entonces problema de la mu erte biológica, y todo lo que tend remos
la muert e sería efec tivam ente "la ruptura del vínculo que qu e hacer será plant ear , en una cuestión donde la misma
reunía a los elementos pasajeros del cuerpo" . He aquí, en claridad es p eligrosa, los términos más esh·ictos en qu e se
efecto, lo que nos dice el filósofo: "Considerad el mismo desarrolla el problema.
ser algunos instantes ant es y después de la muerte; los Pues, sin duda, el hecho de que no podamos considerar
mismos átomos material es, la :nisma forma, la misma com- como causas verdaderas que nos expliqu en a fondo el h echo
posición física y química ( en la medida en que poda- de la muerte los factores citados no quiere decir, ciertamen-
mos juzg ar de ellas). Pero la vida no está ya allí, porque te, que tal causa haya de residir entonces en cualquier
las partes se han hecho súbitamente extrañas las unas a las concepto h.ipostasiado . Si -p ara referirnos sólo a un aspec -
ob·as, sin unidad , sin solidaridad, y en vez de resistir enér- to de dichas apar ent es causas- los fenómenos que se consi-
gicament e al efecto disolvente de las fuerzas incidentes, se ran productores del decaimiento y muerte de los organismos
disponen a seguirlas con docilidad, cada una por su lado, son, en vez de ello, meras consecu encias o, cuando menos,
fundi énd ose gradual e insensiblemente en el todo de que fenómenos concomi tant es de una causa fundamental , esto
antes se habían separado -masa ind efinida, imposible de no qui ere decir qu e tal causa sea '1a misma muerte". Cier-
reconocer, que no posee nombre en ninguna lengua, porque 1 A. Laland e, La clisolu.tion 07171oséeú l'évolu t:ion dans les sc iences
no pochía constituir ya el objeto lógico de ninguna propo- ]Jhysiqu es et moral es, 1899, pág. 73.
170 1'.""LSE NTIDO DE LA MUER T E L A MU ERT E EN LA NA TURAL E Z/\. OR GÁ N I CA 171
to qu e podría muy bien decirse de la muert e qu e no es (•n torno al hombr e. Exactam ente en el mismo sentido en
la mera hipóstasis de un concepto , porqu e de ella cabría qu e se pr egunt aba: ¿Es el hombr e un ser racion al porqu e
enunciar lo qu e Pascal decía del p ecado: qu e es el mayor Li' ne mano o tiene mano porqu e es racion al?, podrí a ahora
de los misterios, p ero qu e sin él todo resulta mayorm ente legítimam ente int errog arse : ¿Muere el aninial en la vefez
misterioso. Pero nosob:os no podemos tan fácilm ente resol- 7Jorqu e sufr e lesiones o sufr e lesiones porqu e ha llegado a
ver la cuestión o, por lo menos, no pod emos resolverla sin la vejez? La cuestión es cualqui er cosa menos b aladí. En
antes caminar hasta aqu el mismo punto en dond e hall emos la pr imer lugar , depend e de la respu esta qu e se dé a la citad a
eterna vía muerta con qu e topa la mente al averiguar pro - pregtmta el que haya que adscribirs e a cualqui era de las
bl emas realment e últimos. Así, cuando nos pl ant eamos el dos grand es direcciones metafísicas: la qu e expli ca lo sup e-
probl ema en el sentido ant es apuntad~, no pod emos decir rior por lo inferior y la qu e sostiene el tipo de explicación
qu e '1a muerte misma" nos resuelve la cuestión, p ero tam- inversa. Explicar, en efecto, la mu ert e en la vejez del ani-
po co nos basta decir que hay alguna causa más fund amen- mal a causa de sus lesiones significa supon er qu e el anim al
tal y últim a, como, por ejemplo , y para no mencionar sino es, en el fondo , una máquina qu e sólo por la alt eración de
la más famo sa y debatida, la "ent elequia " de H ans Dri esch. sus rod ajes podrá ser descompu esta . La descomposición
Ésta sería , al ent end er del biólogo , aqu el elemento qu e, sw·girá entonc es como consecuencia de un b·astorno en el
al tiempo qu e salvaría a los seres vivos del morir, produ- rodaj e, b.-astorno qu e podrá ser debido a mu chas causas ,
ciría el hecho de la muerte. Cierto que, por no poseer pero qu e, en todo caso pro cederá de fu era y no dentro. Pro-
"energía", la ent elequia no tendría ninguna int ervención en cederá de fu era, tal como ant es habíamos ya subrayado,
la aceleración o en la suspensión de los procesos propia- inclusive en el caso de qu e el rod aje haya sufrido desgaste,
mente energéticos . Pero, en verdad , "pu ede hablars e de una porqu e el desgaste no es sino la transposición al mismo ser
rest'itutio ad int egr-urn de la const elación material suspen- del compl exo de las "causas exteriores" . En cambio , supo-
dida por la ent elequí a" y, de consigui ente, pued e estimars e ner qu e las lesiones se sufr en y proli feran , por así decirlo,
qu e la ent elequia , aunqu e no 1h ace cesar realm ent e, por lo cuando el anim al ha llega do a su vejez y en virtud de ha-
menos p ermit e que algo efectivam ente se "susp enda" 1 . La berla alcanzado, supon e qu e hay en el int erior mismo del
mu ert e sería, así, algo qu e estaría, si se qui er e, a disposi- animal algo pr evio a toda lesión, algo sobre lo cual pu ede
ción de la entelequia , p ero ésta sería a su vez una de las cara s "mord er" la lesión con decisiva y fatal eficacia. Claro está
qu e ofrecería la muerte misma o, para ser más rigurosos, qu e esto sería reconocido inclusiv e por qui enes, como
aqu el punto en qu e vida y muert e se resumirían y encon- W eismann , sostuvi eron qu e la muerte es una adaptación de
trarían su última y, en este caso, verissirna causa. la especie a la vida . Aun entonc es cabría admitir qu e, una
El probl ema qu eda, pu es, plant eado en términos suficien- vez realizada la adapt ación, el ser vivo poseería su prop ia
temente radi cales, y acaso no sea ent eram ente ajeno y sí, curva de vida, su propio círculo vital del cual no podría,
por el conb·ario, muy próximo a la famosa vieja discusión por más esfuerzos qu e realizara, despr end erse. Pero esto
1 H. Driesch, Philosophi e des Organischen, 2 1921, pág. ,136. acont ecería en la medid a en qu e el anim al o, mejor dicho,
172 BL SENTIDO DE LA MUEiffE L MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 173
.la •-~pecie,se hubi ese ya adaptado. En principio, no habría lo cicrlo C'S que jamás podrá convertirse, en el rigor de
rnot,vo para suponer que esta adaptación hubi ese podido los lfr1ni110s, en una "entidad ", esto es, jamás podrá subs-
Y:
no. tener lugar, por ~o t_anto, no habría razón para supo- l1111livars' y transformars e en una especie de hipóstasis del
nei qu_e, en ultimo ~ermmo, el organismo tiene qu e ser 1norir o de cua lqui era de las llamadas causas ele mu ert e.
concebido por analog1a con la máquina. Pero dejemos por No potlrá acont ecer esto, porque la muerte carece precisa-
el momento esta cuestión, sobre la cual, por lo demás, 111l·11lc ele un "fuera"; en pmidacl , no existe y, propi amente
hemos tan abundantemente insistido . Lo qu e me int eresa l1ahla nclo, no es una causa. Así, aun cuando sea la mu erte
mosb·ar es sobre todo hasta qué punto las teorías acerca ,nisma lo que nosoh·os estim emos como aquello que produ-
del env~j~cirniento y la muerte, incluy endo aqu llas que be- <.:' el morir, no podr emos ent enderla a la manera de la
mo~ calificado ~~e orgá12ico-estructural es, suponen siempre <.:ausa, como si, en vez ele aludir a cualquiera de los ele-
algun elemento externo que produc e la mu ert e. En ob·as mentos de qu e la biología nos habla, nos atuvi éramos al
pala~ras, t~das estas teorías nos hablan , sin excep ción, de h 'cho mismo de la mu erte y radicalm ente lo hipostasiára-
la existencia de una causa de la mu erte, causa que puede rnos. Esto no sería sino trasladar a la muert e y a la expli-
hal_larse en cuaquier part e, qu e pu ede p ert enecer a cual- cación correspondiente del morir por medio de ella todos
qm er orden de realidad , p ero que, en todo caso, es algo los inconvenient es qu e h emos visto residir en cualqui era ele
causa_Jy, como tal , parec e repr esentar la explicación más los eleme ntos o causas ant es descritos. La muert e como tal
plausibl e del hecho estudiado. Pero si esto sucede como pu ede ser, en suma, la explicación del morir, p ero no, evi-
acabarnos de describirlo , entonc es resultará qu e, en el caso dentement e, al modo ele la causa. Veamos, pues, p ara ter-
de pod er de alguna man era conjurarse este elemento, la minar, en qu é sentido y en qu é medida pu ede serlo.
mu ert e no tendrá ya efecto, porque se habrá suspendido el Si la 1uuerte no es causa del morir y, sin embargo, no
proc eso del envejecimiento o, a lo sumo, se habrá reh·asado hay, excep to ella misma, otra realidad qu e nos explique el
hasta aproximarse ind efinidam ent e, sin jamás tocarla, a la aca bamien to inevitable de la realidad biológica, esto signi-
mu erte, la cual sería como un 1echo-lírnit e, pero como un ficará que habr emos de consid erar este acabami ento como
h echo susceptibl e de suspensión indefinida . La consecuen- algo clistinto de un efecto. En rigor, acaso sea el haber
cia de tal afirmación es obvia: si la muerte es producida considerado el morir como algo causado y, por lo tanto , la
por algo externo , habrá qu e negar la "naturalidad" de la muert e como efecto ele una cierta causa lo qu e ha intro-
muerte, observando que hay siempre algo por lo cual la ducido casi siempre en esta cuestión los más graves equí-
mu ert e se produc e. Este algo sería entonc es la causa y vocos. No hace falta decir siquiera que tal consideración
aun, p ara emplear la terminología adecuada, la vern causa. ha sido debid a ante todo a una determinada idea de la
Y no poc:h-fa soslayarse la cuestión afirmando que todas causa, pr ecisament e la id ea que, en virtud del predominio
estas causas ele mort alidad serían, en último término, mani- del modo de consideración propio de la ciencia moderna,
festaciones de una causa primordial qu e sería "la muerte ha adquirido durante varios siglos una plena y casi tiránica
misma". Sea cml fu ere la int erpretación que se dé a ésta, vigencia. La causa pu ede entenderse, en efecto, como es
/
174 EL SENTIDO DE LA MUERTE 1, IVI J~TITE E N LA NATURALEZA ORGÁNICA 175
bien sabido, de varias man eras, pero la ciencia la entiende 1111, «11110 11 T s podremos muy plausibl ement e sostener que
por lo usual de un modo unívoco: como causa eficiente. 111 111111•r l P p11N I , pr esentársenos como algo más qu e como
D e ahí qu e, al pon erse a investigar el probl ema de la muer- y, desde luego, como algo más qu e como una
111111, 1·11,11s: 1
te allí dond e más clara y acabadam ente se manifi esta, en 1 1111~11 d 'iC"
icntc. D e esto a la afirmación de qu e la mu ert e
la realidad biológica , la ciencia busqu e siempr e ese factor 111 id 1, co.mo esencia en el mismo int erior del ser vivo no
o el,ement~ ~ue nos p ermit a explicarla. Ahora bien, lo qu e, lm mús que un paso. El morir sería entonces para el ser
s~gun ya rnsmu amos, resulta dudoso en semejant e explica- \' v f1,nlo no el efecto de una causa, sino la realización de
ción no es tanto el factor al cual se dé el nombr e de causa 11 prnpia esencia. Y la mu ert e se nos ofrecería enton ces no
cuanto el modo de explicación misma. Fr ent e a tal modo 1 ,111110 un fenómeno conting ent e, sino como uno de los modos
de explicación result a más plausibl e una int erpr etación tlt• t·xistcncia radi cal de un ser.
como la que propon e Max Scheler. Como es sabido este 0 11, este modo de ser qu ede o no explicado por lo qu e
filósofo se pr eocupa menos de la oausa del morir qu e 'de la 1 C"
,1 ilado filósofo nos dice acerca de esta cuestión es, desde
esenc i,a misma de la muerte. Los fenómenos concomit antes li i<•~o, otro muy distinto asunto . En rigor, y sea cual fu ere
del morir , lo mismo qu e todos los factor es qu e pudi esen con- 111 opinión particular qu e sobr e este punto se mant enga , lo
siderars e como causas, qu edan entonc es forzosam ente disuel- dt •r lo s qu e hay un a part e muy esencial de verdad en la
tos en la única realidad qu e pu ede estimars e propi ament e 1·:-plicaci6n particular de Scheler. Pues, en efecto , nada hay
tal: el morir mismo y su esencia. Por eso conviene separar 111(1s obvio qu e el hecho de qu e, para decirlo en sus propias
con rigor la "id ea y esencia" misma de la mu ert e, de toda pulabra s, '1a extensi6n del pr esent e 'se comprim e' cada vez
clase de saberes suministrados por la experi encia, de tal ,1 1ús, por así decirlo" en las extensiones del inm ediato fotu-
suert e qu e entonc es se descubrirá qu e dicha "id ea p ert ene- l'O y del inmediato pr esente, y de que "con el conjunto_ de
ce a los elementos constitutivos , no sólo de nuestra concien- la vida dada como vivida en cada mom ento y su post efica-
cia, sino ele tod a conciencia vital" 1 . No es este, claro está, el cíu , clisrninuye el conjunto de lo que pod emos vivir, tal
lugar de resumir las argum ent , ci.ones de Scheler; limitémo- c.:o m o existe en la expectativa inm ediat a de la vid a" 1 . En
nos a enunciar qu e éstas p art en de una intui ción a la cual olros términos , lo qu e se qui ere decir con todo esto es lo
es forzoso en principio adh erirs e si se quiere qu e el probl e- qu e, ya a propósito del probl ema de la llamada inmorta-
ma de la muert e salga definiti vament e del cfrculo de hierro lidad pot encial de los unic elular es, habíamos declarado: qu e
de sus probl emátic as causas: aqu ella según la cual es posi- no hay para un ser vivo la menor posibilidad de efectuar
ble llegar a un a visión de una realid ad desligada de sus "impun emente" un a "h·avesía" del ti empo. En efecto, es
elementos accesorios, y qu e ofrezca siempr e algo más de ,1 ti empo mismo el qu e, residiendo en el coraz6n de la
lo qu e se pr esent a a la p ercepción inm ediata. Pu es bien, si realidad biol6gica, hac e qu e ésta no sólo pu eda morirse,
supon emos la po sibilidad de qu e existe una realid ad mayor sino qu e t enga definitiv a y forzosam ent e qu e terminars e.
qu e la qu e ofrece la p ercepción y cualqui er sab er basado en Es lo qu e Scheler señala con la sólida pr ecisión concentra-
1
M. Scheler, Mu er l'e y s11perv i.venci a (tr ad. esp., 1934 ), p c1g. 23. ' Op. cit., pág. 30.
] 74 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA M UE RTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 175
hi n sabido , de varias maneras , p ero la ciencia la enti ende !'lla, entonces podr emos muy plausibl ement e sostener qu e
po r lo usual de un modo lmívoco: como causa eficiente. la muerte pu ede pr esentárs enos como algo má s qu e como
D ahí que, al p onerse a investigar el probl ema de la muer- 1111:t causa y, desde lu ego, como algo más qu e como una
to allí dond e más clara y acab adam ente se manifi esta, en sa eficient e. D e esto a la afirmación de qu e la muert e
(': 111
la realidad biológi ca, la ciencia busqu e siempre ese factor r 'si.ele como esencia en el mismo int erior del ser vivo no
o elemento qu e nos p ermita explicarla. Ahora bien, lo qu e, hay más qu e un paso. El morir sería entonc es para el ser
segú n ya insinuamo s, resulta dudo so en semejant e explica- viviente no el efecto de un a causa, sino la realización de
ción no es tanto el factor al cual se dé el nombr e de causa su propia esencia. Y la mu ert e .se nos ofrecería entonc es no
cuanto el modo de explicación n1isma. Fr ent e a tal modo corno un fenóm eno contin gent e, sino como uno ele los modos
ele expli cación result a más pl ausibl e una int erpr etación J e existencia radic al de un ser.
como la qu e propon e Max Scheler. Como es sabido , este Qu e este modo de ser qu ede o no explicado por lo qu e
filósofo se preocup a menos de la oausa del morir qu e de la el citado filósofo nos dice acerca de esta cuestión es, desde
esencici misma de la mu erte. Los fenóm enos concomitant es luego , otro muy distinto asunto. En ri_gor, y sea cual fu ere
del morir , lo mismo qu e todos los factor es qu e pudi esen con- la opinión particular qu e sobr f este punto se mant enga, lo
sid erarse como causas, qu edan ent onces forzosament e disuel- cierto es qu e h ay una part e muy esencial de verdad en la
tos en la única realidad que pu ede estimarse propi ament e explicación particul ar de Scheler. Pues , en efecto , nada hay
tal : el mor.ir mismo y su esencia. Por eso conviene separar más obvio qu e el hecho de qu e, para decirlo en sus propias
con rigor la "id ea y esencia" misma de la mu ert e, de tod a pal abras, '1a extensión del pr esente 'se comprim e' cada vez
clase de saberes suminisb:ados por la experiencia, de tal más, por así decirlo" en las extensiones del inm ediato futu-
suert e qu e entonc es se descubrirá qu e dicha "id ea p ertene- ro y del inm ediato pr esente, y de qu e "con el conjunto de
ce a los elementos constitutivos, no sólo de nu estr a concien- la vida dad a como vivida en cada momento y su postefica-
cia, sino de tod a conciencia vital" 1. No es este, claro está, el cia, disminuy e el conjunto de lo qu e pod ernos vivir, tal
lugar de resumir las argmnentacion es de Scheler; limit émo- como existe en la exp ectativa inm ediat a ele la vida" 1 . En
no s a enunci ar qu e éstas part en de un a fotuición a la cual ob·os términos, lo qu e se qui ere decir con todo esto es lo
es forzoso en principio adh erirs e si se quiere qu e el probl e- qu e, ya a propósito del problema de la llamada inmor ta-
ma de la muert e salga definiti vamen te del círculo de hierro lidad pot encial de los unic elulares, habíamos declarado: qu e
de sus problemáticas causas: aqu ella según la cual es posi- no bay para un ser vivo la menOl"posibilid ad de efectuar
bl e llegar a una visión de m1a realid ad desligada de sus "impun emente" un a "h·avesía" del tiempo. En efecto, es
elementos accesorios, y qu e ofrezca siempr e algo más de el tiempo mismo el qu e, residiendo en el corazón de la
lo qu e se pr esent a a la p ercep ción inm ediata . Pu es bien, si realidad biológi ca, hac e qu e ésta no sólo pu eda morirse,
supon emos la po sibilid ad de qu e existe un a realidad mayor sino qu e tenga definiti va y for zosament e qu e termin arse.
qu e la qu e ofrece la percep ción y cualqui er sab er ba sado en Es lo qu e Scheler señala con la sólida pr ecisión concentra-
1 Op . cit ., pá g. 30.
M . Scheler, Mue rte IJ supe rvivencia ( trad. esp., 1934 ), pá g. 23. 1
176 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MU ERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNI CA 177
da ele sus conc epto s: "Háll ese dond equi era, nos dice, el 1·0 1110 un modo de ser de lo vivient e, es consid erarla ya
umbral p erceptivo de esta vivencia ele la dire cción de la d -sclc un punto de vista estl'ictam ente metafísico. En otras
mu ert e, y aunq ue subj etivament e y para nu esh·o juicio lle- pn la bra s, la mu ert e estimada como esencia o como do J<;;de la
gue a pon erse en claro gra cias tan sólo a la comparación vicia significa, en rigor , qu e es considera da como un a rea-
entr e fases muy distant es del proc eso vital , es lo cierto que lidad ontológi ca y no sünpl ement e fenom énica. D e ahí
la vivencia está siempr e ahí; y la variación contimia de la < 1uc convenga, para rizar el rizo de nu esh·as pr ecedent es
dif erencia , variación cuya dir ección se ocult a ya en todo ·onsidera ciones, establ ecer con alguna claTidad de qu é ma-
momento indi visible, es el fe nómeno fundam ent al del enve- n ra se nos pr esenta, desde el punto de vista de su última
jecer, la esencia envejecer -qu e no existe p ara el mundo 'St:ructura ontológica, la realidad de lo vivient e a diferencia
mu erto- , y qu e en algun a forma está dada como supu esto de aqu ella realid ad, apr esurad ament e examinada en el ca-
en tod as las pr egunt as acerca de las causas del envejeci- pítulo ant erior y qu e hemos designado , con conscient e eqtú-
miento y ele sus diversas manifestaciones." 1 El morir apa- vocidad, como la realid ad de la materia y de lo "inert e".
rece, pu es, aquí - y es lo qu e importa , más qu e el cont enido Ahora bien, cuando nos plant earnos con sufici ent e radica-
específico de la opinión- como lo que pu ede otorgar su lismo esta postr era cuestión, adv ertimos ant e todo que el su-
pl eno sentido a tod a int erro gación acerca de sus causas, pu esto qu e p ermit e afinnar ( sin desvincular su efectiva con-
como aqu ello qu e se da inclusiv e, diríamos , dentro de toda junción dentro de lo biológico de lo vivo con lo inert e )
causa como su principio. Y no pu ede entonc es ni siqui era aqu ella diferencia "esencial y óntica " a qu e habíamos alu-
alegarse, como hace Land sberg , qu e esto respond e · sólo a dido al principio , tiene qu e comprend erse al hilo de las
la cuestión acerca del envejecimi ento , y qu e la mu ert e sería formas últim as de ser qu e nos pon en de manifiesto los
úni cament e el límit e posh·ero del envej_ecer 2 . En rigor, lo análisis de la ontología. Vistas las cosas desde este ángulo,
qu e ocurr e es más bien lo contrario: qu e sólo por haber la podrí amos entonc es concluir lo sigtúent e. En prim er lugar,
presen cia de la mu ert e como algo inh erent e y ju stificativo si qu eremos circundar mediant e una definición la realidad
de toda causa se da dentro de ella, como un a manifestación de lo mat erial, tendr emos qu e sostener qu e lo material y,
suya, el pro ceso del envejecimiento. en nu esh·o caso, lo inorgánico , se caract erizan esencialm ent e
Consid erar el morir como algo_ qu e p ert enece al ser vi- por un ser ya algo. Ciertam ent e, no ignoramos que esta
vient e mismo, en cuanto acto propio suyo, es, pu es, la delimitación es sólo provisional y qu e en modo alguno po-
única man era de acercarnos un poco a esta realid ad emi- demos encuadrar lo inorgánico dentro de un marco incon-
nent ement e escurridiza . Pero al pon erla de reli eve h emos de movibl e. Para que ello fu ese posibl e, se n ecesitaría aban-
explicarnos un po co más sobr e ella. En verdad, considerar donar esa ontología general de la realidad qu e pr ecisament e
la mu ert e como algo causado o, en último término , como hemos establ ecido como la más pl ausible. Así, y sea cual
una especie de hipó stasis de tod as las posibl es causas, sino fuere la definición últim a qu e se obt enga de lo inorgánico ,
1 O¡i. cit., pág. 33 . habrá qu e consid erar siempre tal definición como _repr esen-
2 P. L. Landsberg, fü p eriencía de la mu erte ( t. esp., 1940) , pág. 60. tativa de un mom ento estático dentro de una realidad cuyo
178 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE EN LA NATURALEZA ORGÁNICA 179
"dinamismo" es, desde luego, innegabl e. Pero el "dinamis- q 11C' lia erlo dándol e el sentido de una cesación, pero no, como
mo" de lo mat erial es, a la vez, por así decirlo, mínimo; 11 tantas veces hemos dicho , el de un perecer qu e equi-
no porqu e lo material no se mu eva, sino porqu e su movi- v1tlga a algo más qu e a la termirnteión de un proc eso. Ter-
miento se acerca más al desplazamiento qu e al cambio 1 . 11iínar un pro ceso quiere decir tan sólo alcanzar un punto
Empl eando el lenguaje aristotélico , aunqu e otorgándol e una <' 1l q ue la reaHdad dada cumpl e u.no de sus mom entos - el
significación sensibl emente distinta, podríamos enunciar posrrero de ellos-; morir significa , en cambio, realizar algo
qu e el movimiento de lo mat erial es tma alt era ción de cua- <11e1 le era dado esencialmente desde un principio y, por lo
lidad es mientras qu e el de lo viviente es un cambio de l'nnto, no el último de fos mom entos, sino, en una ciert a
subst ancia 2 . O, para ser más exactos, y pr escindir de- manera, el pr imero o, si se qui ere, el princip al de ellos.
finitivam ent e del parti cular marco metafísico dentro del i\lí as si ocm-re esto así, es porqu e la realidad del ser viviente
cual Aristóteles pr esenta sus análisis, qu e el cambio de lo no pu ede simpl emente definirs e por su ser ya , ni tampoco
material es una simple tra slación, q,opá , mientras qu e el de su devenir consiste tan sólo en un estar siendo. Lo qu e
lo viviente es un a verdad era alt eración, á ).).o[c,>crtc;, de lo qu e más bi en sucede es qu e el ser vivo no es toda vía en nin-
es engendrado, -ro1 t 1 v6µ.evov. Así, de lo material pod emos guno <le sus momentos, de tal suerte qu e su llegar a ser
enunciar, como ant es apuntaba, su ser ya , sin qu e ello sig- es por así decirlo, un alcanzar lo qu e ya era. En la reali-
nifiqu e la negación de un movimi ento qu e, por el contrario, dad del ser viviente se cumpl e de este modo el aristot élico
se nos revela como constituy endo uno de sus modos esen- -ro -r[ ·r¡v etYC(t, el ser lo qu e ya era, pero siempre que esta
ciales, y en ocasiones su modo realmente substancial. El fórmula repr esent e algo más qu e la esencia lógica y se pro-
ser ya de la materia no le suprim e su llegar a ser y, por pong a ceñirs e esb·ecbam ent e a la realidad metafísica de un
consigui ente, la posibilidad d e un incesant e movimiento, e:tist-ir. Ser lo qu e ya era no pu ede signific ar, en efecto,
p ero sostiene qu e el llegar a ser es, más bien qu e un de- tan sólo lo qu e está dado de ant emano ínt egram ente y
venir , un ir siendo o, si se qui ere, un estar siendo. No necesita meram ente desarrollars e; por ser existencia, el ser
hac e falta adv ertir qu e estas distincion es son algo más qu e viviente no pu ede consistir , desde luego, en el mero y simple
un inop erant e juego verbal ; la diferencia entr e el ir siendo desplegars e de una esencia. Pero la fórmula ant edicha de-
o el estar siendo de una r ealidad y el hecho de qu e tal not a, según apuntamos, algo más qu e la condición de la
re alidad se hall e sometida a un devenir y aun consista esencia, porqu e designa , en rigor, el caráct er esencial de
fundam entalm ent e en él, repr esenta pr ecisamente la dife- una existencia. Más claram ent e : el ser lo qu e ya era o,
rencia entr e aqu ello qu e simpl emente se mu eve y aqu ello para enunci arlo con mayor rigor , el alcanzar lo que ya era
qu e efectivam ent e cambia. Por eso, si pod emos habl ar de en virtud ele consistir en un incesant e llegar a ser y en un
la mu ert e en el caso de la r ealidad inorgánica, tendr emos fundam ental no ser todavía, significan propiam ente que el
1 Véase, del aut or, Diccionario ele Filosof ía, 2 1944, s9 v9 Mov1- último momento de su existü- le p ert enecía de un modo
págs. 478-479 y s9 y f/ D EVE NTII, págs. 174-176.
MIE NTO ,
esencial desde el principio en vez de constituir el extremo
2 De ge.n et corr., I, 319 b. Tambi én Phys. E , 225 a. y Met., K,
1067 b. final de su realidad. Mienh·as para la realidad inerte el
180 EL SE NTIDO DE LA MUE RTE LA MU ERTE E N LA NATURALEZA OHGÁNI CA 181
, 'Sar le es, por así decirlo, ajeno y constituye menos un d isti11lo a aqu el qu e nos haría supon er qu e la vida existe
Hmite qu e aqu el momento en qu e el ser ya se ha trans- sólo pa ra la mu ert e. En verdad , si así fu ese no podríamos
formado en un -ya no Se?', p ara la substan cia viva el cesar 1·1ite 11der, con Scbopenlrnuer, cómo una realidad de índole
p ert enece a su realidad misma y constituy e su "límit e int e- n11lológicament e tan valiosa está destinada a la aniquil a-
rior' ', el marco denh"o del cual qu eda encuadrado, pero un l'iÓn constant e. Por eso hemos de admitir, en prim er lugar,
marco qu e p ert enece esencialment e al cuadro. Dicho en q u , la mu ert e como esencia de lo orgánico opera dentro de
otros términos: el cesar de la realidad mat erial está fu era 1111:1 especie de círculo: el morir tendría lug ar pr ecisament e
de ella, mientr as qu e el terminar de la substan cia orgánica porqu e esto no romp ería en ningún instant e el círculo de la
radica dentro ele su mismo ser y, por así decirlo, le p erte- vida, sino qu e, por el contrario, lo renovaría . Mas, en se-
nece y lo conforma. D e esta suert e podríamos enun ciar qu e gundo término , hemos de supon er qu e la existencia de la
desde el instant e en qu e un ser existe hay la posibili da d 111u erte como esencia de lo orgánico es just ament e aqu ello
de qu e termin e, p ero qu e sólo pu ede habl arse de un morir c1ue h ace posible qu e lo orgánico se trn sciencla a sí mismo,
cuando el terminar no es meram ent e una posibilidad, sino q ue llegue a ser, como alcanza a serlo en el hombr e, algo
un a verdad era esencia. El mqr.ir le está dado, pu es, al ser mús qu e vid a y algo más qu e psiqu e, porqu e es, en el
orgánico , con su propia realidad , y por eso no pu ede decirse .sentido más riguroso del término , p ersona. La b·ascend C:J n-
que haya causas del morir excepto en el caso de qu e ellas cia de lo orgánico respecto a sí mismo nos conduc e de este
sean estimadas como condicion es qu e hacen posibl e la reali- modo al análisis de una mu ert e que , como la hum ana,
zación de su propia esencia. Pero la mu ert e no será en- par ece ocultar algt'm secreto qu e jamás podrá revelarnos
tonc es tampoco, según habíamos adv ertido, la hipóstasis de ni la más caut elosa biología ni la más aventurada metafísi-
todas las causas po sibles del cesar, sino qu e será la realidad ca de la realidad vivient e.
org{mica misma en la medida en qu e la cont emplamos,
1 • desde su int erior, en vez de estudi arla como algo qu e,
además de sus diversas otras caract erísticas, posee la condi-
ción de que en cierto momento de su existencia cesa. En
uu cierto sentido , pu es, ser mortal y ser orgánico serán un a
y la misma cosa. Mas esta mort alidad del ser orgánico es,
por lo pronto, la mortalid ad del individuo . El individuo
mu ere y la especie qu eda. Y aun cuando se admita que
tambi én las esp ecies pu eden morir (y no sólo en virtud de
cualqui er azarosa catástrofe, sino por un int erno agota -
miento de cada un a de ellas) , entonc es qu eda, de todos
modo s, la vida . Podría, así, p erfectamente enunciars e qu e si
la mu erte es inh erent e a la vida, lo es en un sentido muy
CAPÍTULO III
LA MUERTE HUMANA
inl1erent e; el hombr e morirá, p ero no ya entonc es porqu e l1n · siempre distinto de ella. Enunci émosla de inm ediato,
en el curso de su vida le acont ezca o sobre venga algo que <'0 11 fórmula ele un p ensador español que estim amos singu-
produzca su terminación , sino en vixtud de h allars e esta lnrmcnt e afortunada : mienb·as los seres vivient es en general
terminación en el principio mismo de su vida. Hu elga decir 1·st6n viviendo , el hombr e, en cambio, está haciendo su
qu e ésta ha siclo, en la mayor part e de las docb-inas tanato- vida 1. ¿Necesitamos decir que se b-ata ele una difer encia
lógic as mod ern as, la t esis pr edominant e. El ser humano •uyo radicalismo apenas qu eda insinuado con estos térmi-
está de tal modo apoyado en su propia constitución biológi- 110s? Porqu e, sin duda, el estar viviendo y el estar haci endo
ca, qu e ésta p arece ser, más qu e la condición ele un existir, el su vid a par ecen, ele prim era int ención, dos manifestacion es
núcl eo mismo ele su existencia. Entonc es valdr án para el igualment e válidas del hecho de vivir y, por lo tanto, dos
hombr e to las las comparacion es qu e nos p ermit en ent end er formas en qu e pudies e trans currir la realidad bioló gica.
el tipo peculiar de cesación propio del ser vivient e : morir Tanto es así, qu e tambi én del ser vivient e distinto del
será , en suma, el instant e último del proceso ele madura- hombr e pudi éramos decir, sin aventurarnos demasiado, qu e
ción del fruto , el punto fin al en un desarrollo qu e tiene hace su vida, la cual consistiría pr ecisamente en este na cer
b-azada de ant emano su propia curva. Claro está qu e ni suyo por medio del cual la realid ad vivient e se nos distin-
en los m.ismos seres vivient es se pu ede afirmar qu e tal cosa guiría de tod a realid ad inert e. No consid erarlo de esta
en realidad ocurra . Para ello serí a menester qu e toda mu er- suert e parec ería signific ar qu e nos hemos d ecidido a su-
te fues e una mu ert e "natur al", sobr evenida en el mismo primir de la realid ad biológica aqu ella espontan eidad y
mom ento en qu e qu edara , por así decirlo, agotada su exis- aqu el hac er desde sí mismo y para sí mismo qu e just amen-
t encia. Sabemos, por el contrario, qu e la mu ert e natural es t e habíamos estimado como lo qu e eminent ement e la cons-
sobre manera infr ecuent e y qu e el morir aparec e más bi en tituy e. Qu ede, pu es, bien ent endido qu e el hacer, aun
casi siempr e como algo qu e trunca un proc eso qu e hubi ese cuando sea el ele la propia existencia, no parec e trazar con
podido continuar todavía. Mas qu e esto suceda de hecho vigor sufici ent e la ray a divismia enh·e los seres vivient es
no qui ere decir, para volver a nu esb·a fórmula ant erior , qu e y el hombr e. Pero insistamos en esto : no lo par ece. En
sea lo qu e acont ezca en principio. En principio , el morir verdad, si la distinción ofrece, por lo tanto , un asp ecto insu-
del ser vivient e es un morir "natural" y, por lo tanto , un ficiente , se debe sólo a que , por la misma forma at enuada
cesar qu e ha de tener lugar a p esar ele todo. Así, la reduc- de la expresión, no la ent endemos con el necesario radic a-
ción pl ena e ínt egra del homb re a un ser biológico signHica- lismo . Porqu e lo que ocmre entonc es es obvio· "'el hac er el
rí a qu e su morir p ert enecería a la zon a del hecho ; no sería --,;
1 mt es y la sabiduría g1·iega, 1940 ( en Na.tural eza,
X. Zubiri, S'15c
tanto un "actuar" como un efectivo e ineludible "suceder" . Historia, Dios, 1944, págs. 203-204).
186 E L SEN TIDO DE LA MUERTE LA MU E RTE HUMANA 187
ser su propi a vida está tomado en el sentido del actuar , y, v d:i, también aquí hay qu e ent end er la propi edad human a de
aun más, en el del actuar sobr e sí mismo. Y claro está qu e l1t vida en un sentido absolut amente radical. El hombre,
en ningún mom ento pod emos negar, en vfrtud de la intimi- 1·11 efecto, pu ede definirs e en bu ena part e como aqu el ser
dad de lo biológico, qu e semejant e actuación exista. Ahora q, 1c es esencialm ent e "sí mismo". Esta "mismidad", como
bi en, el estar haciendo la propia vida tiene, en nu estro caso, s<: s11·le ahora decir, del ser humano no es s6lo, sin embargo,
tma significación muy distinta de la apuntada. No porqu e lit intimidad que comienza por caract erizar a todo ser bio-
cambi e entonc es el significado de la actua ción, sino porqu e lbgico en virh1d del entrar en sí mismo en qu e el ser biol6-
se alt era considerabl ement e el sentido de la re alid ad "vida". gi ·o por un a ele sus esenciales dimension es consist e. El ser
Es , pu es, el sentido del vivir mismo y no el del estar viviendo biológico y, por lo tanto , la vid a misma biológic ament e en-
o haciendo el propio vivir lo qu e caract eriza má ximam ent e la 1 ndida es una intimid ad, porqu e tiene la posibilidad de
diferencia existent e entr e el ser vivient e en general y el ocult arse y descubrirse. No sólo esto. La ocultación y des-
hombr e. D e ahí qu e cuando d el hombr e se b·ate haya qu e co- 0ubrimi ento de la realidad biológica se efectúa en una di-
menz ar por dar un a signific ación distinta a la palabra "vida ". mensión SlÚicient ement e radi cal para .qu e no pu eda ser ni
Sólo así será posibl e, en efecto, que el vivir no sea entendido medianamente conm ensurabl e con la qu e ti ene lugar en
como lm mero estar viviendo, porqu e constituir á una dimen- este asp ecto dentro de la natural eza inorgánica . Aquí se
sión ontológica de la cual ninguna biologí a podr á estar au- h·ata simpl ement e de una sup erposición de pl anos; allí acon-
sent e, p ero en la cual tambi én lo biológico no hará ob·l'\ cosa tece la aut éntic a "creación" de una serie de "int erior es". La
qu e estar incluído como condición o, p ara seguir empl ean'clo interioridad de lo biológico es, en efecto , como insist ent e-
la t erminología de N. Hartmaun , como inevitabl e "apoyo". ment e hemos pu esto de relieve, algo muy distinto de la
Pu es bi en, si nos at enemos a este aspecto de la cu estión mera sup erposición. Y ello por un motivo muy pr eciso :
y pr escindimos , por el momento , de cuanto pu eda p ertur- mientras la ocultación de lma realid ad por part e de otra
bar la clara discriminación de este aspecto ele la "vida", re- en la natural eza inorgánic a es algo qu e ti ene lugar , p ero que
p arar emos, ante todo , en qu e ésta es para el hombr e algo no es forzoso qu e acont ezca, la ocultación y, como conse-
rea lm ent e prop-io. En qu é sentido hemos de ent end er esta cuencia de ello, el descubrimi ento de lo qu e en el fondo
propi edad , lo veremos justam ente a medida qu e vayamos se es en la natm aleza orgánica, es algo qu e le pert enece en
examinando las estructm as esencial es de la existencia hum a- principio. La r ealidad orgánica se oculta y se descubr e,
na. Dig amos, por lo pronto , y para eludir ult erior es equívo- no p ara realizar una operación al lado de much as otras
\ cos, qu e !a propi edad referida no 1:¿s tanto una mera pos esión posibl es, sino par a manifest arse como aut éntica . Por eso
de algo como el h echo de qu e se sea este algo mismo qu e se pod emos rep etir aquí lo qu e en otra ocasión enunciábamos:
pos ee. Cierto qu e tal ocurr e tambi én dentro de] ser biológico ; qu e la vida orgánica no sólo tiene un int erior , sino que es
ést ~ o tiene su vida en cuanto simpl e posesión de ella, sino realmente un int erior. - Pu es bi en, cuando llegamos a la
que es la misma vida qu e posee . Pero, igual qu e en el caso realidad humana, adv ertimos qu e inclusiv e esta radicación
anterior de la diferenci a entre el estar viviendo y el hacer su de la intimidad en la esencia misma del ser nos resulta
/
190 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 191
cuando hemos tenido necesidad de alguna fórmula que 111 ·omprensión ele cualquier realidad no puede hac erse sin
nos acotara con mayor o menor aproximación lo más subs- 1¡11 c I p ensami ento empr enda tma marcha dial éctica entr e
tancial de la r ealidad orgánica, h emos tenido qu e recurrir ll'·rrninos opu estos y, por lo tanto, en el caso pr esente, sin
a la misma expr esión con qu e Aristóteles y, con él, la es- <ILLC pas e del concepto del ser al concepto ele "radical cle-
colástica nos designaban el caráct er de la esencia: el ser cnir", y, viendo qu e no puede asirse a tal devenir, se re-
lo qu e ya era en un principio o, megor aun, pu esto que 1rotrniga al concepto del ser sobre cuyo cañamazo el devenir
pret endemos entenderla menos lógica que metafísicam ente, < stá bordado . Así, debe quedar bien ent endido qu e no
aquello por lo cual la cosa es lo qu e es. Rep etimos, para solamente los nuevos tant eos para la compr ensión de la
evitar equívocos en cuestión de tal magnitud, qu e en modo realidad humana no hac en desmoronarse el viejo edificio
alguno pr etend ernos mostrar qu e la realidad orgánica ten- de la ontología h·adicional, sino qu e, en la misma medida
ga que ser una rnalidad sometida a estricto determinismo. <'n que la han pu esto en cuestión, han conseguido afirmarla.
La realidad orgánica se caract eriza, al contrario, por la im- Pero una vez hecha esta declaración tenemos que volver
pr evisibilidad de su desarrollo, mas por una impr evisibili- una vez más sobre nu esh·os pasos y seguir afirmando que,
dad que se aloja dentro de ciertos marcos, pr ecisamente si identificamos cuando menos el concepto del ser con el
los señalados por este ser lo qu e ya era a que tan insisten- concepto de la cosa, no le compete a la vida humana ni
tem ente hemos aludido. Así, tanto lo orgánico como lo in- el ser cosa ni tampoco, en el sentido más estático de este
orgánico se nos ofrecen dentro del marco del concepto del vocablo, el ser ente. Siguiendo el hilo de las nuevas filoso-
ser. Este ser podrá reducirse, si se quiere, a un "ser que fías, la vida no sería tanto w1 ente como un "devinient e".
deviene" y aun podrá constituir el devenir la más funda- Mas al llegar a este ptmto ten emos nuevam ente que de-
ment al de sus notas. En todos los casos, será el ser aquello tenernos un poco , porqu e hemos arribado a aqu el send ero
qu e propiam ente lo defina. Pero al enunciarlo así parece escarpado dond e corremos de continuo el riesgo de des-
que tengamos que renunciar , para la comprensión de la p eñarn os.
realidad humana , al concepto de ser tal como la ontología De la vida hum ana, decimos, no pod emos pr edicar el
tradicional lo ha bosqu ejado . Si sólo lo qu e no es rea- "ser", siempr e que este ser sea ent endido prim ero en el
lid ad humana, es, como sostiene Ort ega, "algo qu e es", la sentido de la cosa y luego en el sentido del ser que, por
ontología tradicional no podrá , al sentar pie en estos te- ser en sí, no parec e pod er definirs e más qu e por lo que ya
rritorios, servimos para lo qu e ella en modo alguno podía es o, en todo caso, por lo que ya era ant es ele haber sido.
haber pr evisto. Y, en efecto, hay una part e important e de En otros términos , y cualqtú era qu e sea el ángulo desde el
verdad en este rnconocimi ento de la impot encia de la tra- cual la cuestión sea atacada, la imposibilidad de atribuirle
dicional ontología. Pero, desde lu ego, sólo una parte . Co- a la vida humana un ser ya h echo significará que no po-
mo he int entado mostrar adecuadamente en otro lugar 1 , dremos capturarla desde el punto de vista del modo co-
mo tradicionalm ente el ser se ha entendido . Pero hay más.
1 fotrodu cci6n a Bergson ( prefacio a la h·ad. esp. de La s dos fu.en-
t es ele fo moral y de la 1'el-igi
.ón, 1946, pá gs. 7 a 60). Si el ser -entendido, rep etimos, de esta insuficient e forma
\
192 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUEHTE HUMANA 193
y prescindiendo de lo mucho que hay en él de trascenden- •lnrar ahora no es, sin embargo, esta situación diríamos me-
tnl y, sobre todo, de b'ascendente cuando plenamente lo tnf'!sica de la vida, sino el hecho, para nosotros más funcla-
capturamos- es incapaz de apresar esa escurridiza reali- 111t•11.tal,de que el humano vivir no puede ser simplemente
dad de la vida humana, tampoco podrá apresarla el con- 111cdido con el patrón de las demás ciencias del hombre.
cepto, hoy día no menos tradicional, del devenir. Si así fuese, Psieología, Antropología y Biología son en este sentido
la vida tendría que ser definida, según antes advertíamos, c·laram ente insuficientes. No, ciertamen te, porque no nos
como una realidad deviniente. Pero he aquí el escollo: el proporcionen ningún saber acerca del hombre, sino porque
ser la realidad deviniente no quiere decir menos que deje C'1homo qua hamo no qtreda con ellas suficientemente per-
de ser una realidad que deviene. Lo primario, pues, en filado. De ahí la necesidad de recurrir a w1a metafísica de
todo devenir sería el ser algo que deviene, con lo cual el la vida humana que coincidirá aproximadamente con los
ser, bajo las formas del ser ya y del ser lo que ya era, vol- límites de una filosofía de la persona. Lo . que clistingtúrá
vería a insertarse subrep ticiamente y a dominar por en- al hombre del resto de los seres vivientes será entonces
tero toda nuestra concepción de esa vida, ele la cual, por no simplemente la posesión del espíri tu o de la persona,
lo visto, no podemos decir, propiamente hablando, que sea. sino el hecho de que sea, por así decirlo, una realidad que
Así, no sólo el ser, más tampoco el puro y mero devenir se espiritua liza o se personaliza. En otras palabras, y aun -
nos puede servir para capturar la realidad de la vida. Nada que -como el autor ele estas líneas estaría inclinado a
de extraño, por lo tanto, que esta vida se haya presentado afümar- tal espiri tualización o personalización no sea po-
a la mirada de ciertos filósofos como una realidad incon- sible sino en virtud de un previo don que el hombre recibe,
mensurable con todas las otras, como el verdadero abso- la medida del ser humano en tanto que humano tendrá
luto dentro del cual tenían que darse forzosamente los de- que estab lecerse por este esfuerzo en el transcurso del cual
más entes, no, desde luego, como manifestaciones o fenó - el hombre forja su propia vida. Así, el hacer la propia vi-
menos suyos, pero sí como realidades que solamente en la da no significa ni mucho menos el mero crecimien to de
medida en que se encontraban dentro del marco de la una realidad biopsíquica, sino el resultado de un esfuerzo
vida podían adquirir algún sen tido. La vida no serí~ en- por el cual nos es e!mitido enunciar que el hombre es
tonces, propiamente hablando, un ente, porque sena un esencialmen te libr e. La necesidad de la libertad para la
absoluto, es decir, algo a partir de lo cual podríamos enun - constit ución del hombre -tan justamente y con tal copia
ciar que las cosas -y , en último término, la vida misma de argumentos mosh·acla por Ortega- es lo que hace ele
en la medida en que se considerara como cosa- poseen un él una realidad inasible para toda ciencia consh·uícla ele
ser. acuerdo con el modelo de las cosas. Porqu e lo que ocmre
Definir la vida humana como un existente a diferencia con la realidad humana cuando inten tamos de veras com-
de un ente significa, por lo tanto , definirla mediante una prenderla ele raíz es algo más que el hecho ele que sea
operación que nos sitúa más allá ele toda distinción entre libr e. Tal afirmación podría, ciertamente, chocar con ob-
tm ser estático y un ser dinámico. Lo que nos importa de- jeciones múltiples. No sólo esto. Si consideráramos al hom-
194 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 195
br e como p ert eneciente a la esfera de los seres o, para 11111<
10 , ·on una significación relativament e unívoca, su mis- i.:
lla misma condic10n qu e la constih1ye en cuanto humana: l'.scnciales y radical es del hombr e por medio de la cual
~a ~e pod er alejars e de su ser y la de ser, por consigui ent e, C'omprend eremos hasta qu é ptmto el concepto de ser le re-
mf1el a su propia existencia. Tanto más, pu es, sucederá sulta insufici ent e, aun cuando hayamos de reconocer, co-
esto cuando , para los efectos metódicos , pr escindamos mo- mo lo hemos hecho ya someram ent e, qu e esto tiene lugar
mentán eamente de esta relación qu e la vida hmnana tiene tan sólo cuando hemos pr eviam ente recort ado del concepto
con la última fu ent e de su existencia. Lo qu e nos corres- ele ser sust entado por la ontología tradicional sus mejores
ponde aho~·a. simpl emente adv ertir es el hecho de qu e el p osibilidades y lo hemos ent endido menos por su asp ecto
hum ano existir se caract erice por ese continuo y denodado tra scend ental qu e por su asp ecto '1ógico". Vistas así las
hacerse a sí mismo a b·avés de una historia. No, pu es, cons- cosas, podríamos entonces enunciar lo sigui ent e :
~itttyéndose mediante una historia, sino desplegándose en l. La realid ad qu e hemos designado unas veces como
la historia para constituirse. La historicid ad esencial ele la "material " y ob·as como "inorgánica " pos ee, con respecto
vida, hu1:11anaes más este su necesario tend erse a lo largo a su cambiar, la fundam ent al condición de qu e todo su
de s1 misma qu e el dudoso h echo de qu e sea sólo su ten- moverse es casi puram ent e la sucesión de unos estados. En
derse lo que esencialm ent e la defina. Para evitar clema- rigor, lo que ocurre con ella es el h echo indudabl e de qu e
si~clos ~ruesos error es podríamos enunciar, pu es, qu e la unos estados suyos sean sucedidos por otros y, por lo tan-
existencia humana es histórica en tanto que sin su pq•opia to, sustituídos por ob'os. La sucesión o sustitución de esta-
historia no podría ser ent endida . No es, pu es, una historia dos no es, desd e lu ego, ajena a la "subst ancia mat erial",
que se hace , sino algo que se hace históricam ent e. En este pero el no serle ajena no qui ere decir, ciertam ent e, qu e
bu en ent endido pod ernos otorgar nu esb'o compl eto asen- le sea propia. Cada uno de los estados y atm el conjtmto
timi ento a la proposición de Ort ega según la cual el hoin- ele todos ellos p ert enece, claro está, "en propi edad" a la
br e no tiene natural eza, sino historia . El hombr e es, en cosa, p ero en una tal forma de propi edad qu e si la cosa,
efecto , "el ent e qu e se hace a sí mismo", la verd adera cau- por ejemplo, pudi ese hablar en ningún mom ento declara-
sa suí, en un sentido más último qu e el de la ontología ría qu e estos estados son suyos. El ser suyos es, en todo
h'adicional, por cuanto "la causa sui sólo tenía que "esfor- 1 José Ortega y Gasset, Historia como sistema, 1941, pág. 49 .
200 EL SENTIDO DE LA MUEHTE LA MUERTE HUMANA 201
caso, el resultado de una atribución, pero no una forma justam ent e el estado de ella. Si qui ero conocer más sobre
de ser dada. La cosa es, por un lado, sus estados, de tal el particular , tendr é que proc eder a una suma de sus esta-
man era que pu ede justam ente definirse y compr end erse por dos y, con ellos, a la ele todos los estados de todos los de-
ellos. Mas, por otro lado, los estados de la cosa son suyos más objetos del univ erso. El conocimi ento del universo
en un sentido muy distinto de aquel por el cual yo digo material en conjunto será meram ente la suma o adición
que mis actos son míos. Los estados p ert enecen a la cosa ele los estados de cada uno de sus objetos en cada uno de
en cuanto modos: la piedra pu ede ser caliente o fría, ru- sus momentos "pr esentes". Una ment e infinita poch:ía aca-
gosa o pulida. Si qui ero saber lo que la pi edra es, no po- so llegar a conocer estos estados de una vez y para siempre.
dr é pr escindir de saber cómo sea. Más aun: en una cierta Pero ello no desmentiría el hecho de qu e el conocimi ento
man era el saber cómo ella sea tendrá que coincidir con el de lo que podríamos llamar "el estado de los estados " pu-
saber lo qu e es. Mi saber de la pi edra y, con ella, de cual- diera siempre descompon erse en una suma. Así, pod emos
qui er objeto mat erial , será un sab er de su estado . Claro muy plau sibl emen te enunciar qu e lo mat erial "es" en el sen-
es que yo puedo :interes arme por la historia misma de la tido ele qu e es esto o aqu ello en un pr esen te.
pi edra; pu edo intentar conocer cuáles han sido todos los 2. Pensemos ahora en un ser orgánico . D e él pod emos
estados por los cual es pasó desde un mom ento del tiempo evid entement e decir tambi én qu e es. Pero este decir "es"
a oh'o y b·azar entonces la historia de esos estados. Pero la pos ee ya otro sentido. El decirs e de muchas man eras el ser
historia de los estados de la pi edra no será una verdadera qui ere decir ante todo para nosob·os el decirse en diferen tes
historia a menos que ampliemos desmesuradamente el con- sentidos. Pu es bien , el sentido ele acuerdo con el cual se
tenido de este concepto. Cualqui era que sea el momento pu ede enunciar qu e una realidad biológica cualqlúera es,
en el cual tom e yo la pi edra podr é deciT de ella que es tal es el ele que ella está siendo. Di gámoslo de un a vez, con el
o cual cosa: su ser será , en suma, su estado en un absoluto vocablo equívoco e in evitabl e : la realidad orgánica es fun-
pr esente. Cierto qu e si quisi era sab er de una man era más dam entalm ente una realidad qu e deviene. Su devenir no
última y radical acerca de la piedra tendría qu e romp er es, claro está, el mero paso de un estado a otro, en el cual
el marco dentro del cual me había pr eviam ent e encerra do. haya una sucesión ele estados y, como consecuencia ele ello,
En prim er lugar, podría efec tivam ente qu erer saber lo que una sustitución de unos por otrns. En lo orgánico no hay,
la piedra ha sido en el curso de su "historia". En seg undo propi amen te hablando , sustitución, porqu e cada uno ele los
término, podría intentar conocer la pi edra en tanto que se "estados " por los cuales pasa no representa propi amente un
halla inmersa en las demás cosas y, desde el punto de vista "pa sar", sino un auténtico vivirlos. La realidad orgánica vi-
de la totalidad de ellas, interrogar por su sentido. Pero sea ve efectivam ente sus estados y, además, vive unos estados
cual fuere la man era como yo intent e sab er de la piedra, qu e son propio s. El vivir los estados no qui ere decir por
la verdad es qu e todo sab er habrá de basars e en ese co- fu erza qu e tenga conciencia ele ellos, por lo menos en el
nocer el estado ele la pi edra en un pr esente. Entonces po- significado habitual de la p alabra conciencia. Pero si to-
dré decir: la pi edra es esto. Y esto que la piedra sea, será mamos este vocablo en su significado más amplio y lo es-
202 EL SENTIDO DE LA MUERTE
LA MUERTE HUMANA 20,'3
ti.ramos hasta designar lo que Leibniz llamaba las ''peque- q11• completar la, para en tender la, con otras formas, que
ñas percepciones", podremos entonc es decir efectivament e sin duela "son" tambi én, pero que "son" algo más que su
que la realidad orgánica es una realidad consciente de sí puro y nudo "ser". Esto era lo que primariamente desig-
misma. Conciencia de sí designa, sin embargo, menos el 11{1bamos con la expresión "ser para sí". Pero no sólo esto .
ser propiamente hablando conciencia que el serlo de sí 1,a realidad orgánica no es sólo para sí, sino que, además,
misma. Al referirse a sí mismo, el ser orgánico posee la es fuera de ella; posee, de consiguiente, un a "intimidad" y,
característica, desde luego negada al reino inorgánico, de en virtud de ella, la posibilidad de una manuestación bajo
que realmente vive. La vida -la vida orgánica- se carac- la forma general de una "experiencia". Lo orgánico posee,
teriza de este modo por lo mismo que ya habíamos anun - en suma, como repetidamente hemos visto, la posibilidad
ciado acerca de ella: porque la serie de "actos" y de "mo- de encubrirse y descubrirse por principio. Así, lo que en
vimientos" que en ella transcurr en tienen un sentido pecu- ella ocune no es un sucederse en tanto que sustitución de
liar que es justam ente lo que formalmente la constituye. estados, sino la sucesión de ellos. En otras palabras: mien-
D esde el punto de vista del hecho, lo que sucede en la tras lo inorgánico pasa por estados, . lo orgánico consiste
realidad orgánica puede acaso reducirse a lo que tiene lu- fundamentalmente en el pasar de ellos. Por eso lo orgánico
gar en el reino orgánico, de tal modo que, ateniéndose al posee ya lo que solemos llamar una historia. Pero, bien en-
puro hecho, una reducción de lo orgánko a lo inorgánico tendido, una historia consistente menos en el acontecer pro-
tal como la que repetidamente viene realizándose dmante piamente dicho que en el simple pasar. La historia de lo orgá-
la época moderna y esp ecialmente en las direcciones de nico es el pmo desenvolvimiento de sus facultades, de lo
carácter mecanicista alcanza rá siempre indiscutibles triun- que le era ya dado: 1~ orgánico, en suma, no está deter-
fos. Pero desde el punto de vista del sentido, tal reducción J11Ínado en su ser, pero sí está determinado en su vida.
no será ya ni plausible ni cómoda, porque nos habr emos Enunciándolo en forma obligatoriamente insuficiente, diría-
adenb"ado precisamente en una zona donde el sentido co- mos que el ser de lo orgánico consiste en su vivir y que éste
mienza ya a predominar sobre el hecho. Entiéndase bien: se halla tejido , pero no identificado, con la h·ama de su ser. _,..,....
no se trat a, desde luego, de que en lo orgánico, lo mismo D e ahí que en el organismo no pu eda darse lo que va
que en cualquier otra realidad como tal, el hecho pueda a ser característico y esencia l del hombr e: la posibilidad
ser elimin ado. Tan poco sucede así, que podría inclu sive de una b·ascendencia de sí mismo. En la reali dad orgánica
preguntarse si hay alguna zona de la realidad que no esté sucede exactam ente lo que Schopenhauer había enunciado
constituída por hechos. Pero lo que aquí sucede es que la de todo lo natural: "El círculo es dondequiera y sin excep-
realidad comienza ya, no sólo a ser algo, sino también, y ción el exacto símbolo de la Naturaleza, pues es el esque-
sobre todo, a significar algo. Ahora bien, lo que significa ma del retorno y éste es de hecho la forma más general en
lo orgánico es un modo de realidad que no puede. simple- la Naturaleza." :t. La vida de lo orgánico es, en efecto, un
mente encuadrarse dentro del "es", porque, aun mantenien-
1 Die Welt als Wille und Vorstellung, Sup., Cap. XLI (Siimtliclie
do el ser como la trama fundamental de toda realidad, hay W erke, ed. Grisebach, t. 11, pág. 559).
EL SENTIDO DE LA MUEnTE
LA MUERTE HUMANA 205
continuo retornar sobr e sí mismo, y por eso lo orgánico no
sale jamás de sí ni posee lo que le es esenc ial a la vida gía traclicional, podremos decir ~uy plausibl e~1e'.1te q:1~
todo lo que existe ( tomando aqm el vocablo ~x1stencia
humana para constituirse: su dramatismo. Dicho en los
términos nús adecuados a nuestra actual conc epción de en un sentido muy amplio, como lo qu e pma y simplemen -
te "está ahí") es. Así, el punto de vista del ser tendn't for-
estas realidad es: la vida de lo orgánico es intensiva, p ero
no int encional; pos ee un centro, pero no un sujeto. Mas esto zosamente que caracterizar a todos los entes, P~,r 1~ me,~~os
a todos los ent es "creados". Pero si todo lo que esta ah1 o
qui ere decir sobre todo que al alcanzar el reino de lo hu-
todo lo qu e '11ay" es, no es todo lo que está ahí o pert en_e-
mano llegamos a un t erritorio situado por principio allende
ce al ord en de las cosas que hay . El fundamento de la dis-
no sólo todo lo biológico, sino tambi én todo lo que "es" de
alguna manera. tinción entre los ent es no será, por lo tanto , su ser, sino
el sentido qu e este ser pos ea . Y cuando el s~n~do p1:edo-
3. La vida humana, por lo tanto, en lo qu e tiene de
min e sobre el ser, enton ces pod re mos decir, sm mcm-rn.. en
propiam ente humana, no es simpl ement e "aquello que es".
gruesos err ores, que lo qu e "está ahí' o ex-siste no posee,
Y no por ser "aquello qu e deviene", sino porqu e su ser
propiam ente habl an do, un ser. Sólo desde _este ángulo po-
y su devenir le están dados en una tr ama ontológica p ecu-
demos entender la posibilidad de que la vida no tenga t~n
liar: en la del sentido. No negamo s, repito, que tambi én
ser, a p esar de qu e "sea"tambi én, como todas las clemas
en cierto modo se pu ede decir qu e la vida humana es; si
realidad es un ente. Y así podr emos tambi én comprend er
tomamos el ser en el pmo significado trasc end ent al, será
por qu é f~nclamentales motivos la ontología de la vida h~-
evidente que, como realidad , la vida humana pu ede en-
brá de serlo, desde lu ego, de la vida humana , pero sm
tend erse tambi én como un ente. En este respecto podría-
mos decir qu e la ontología tradicional no solamente es vá- dejar de ser en ningún instante onto-logía. D e , ~~í qt'.e,
sea cual fu ere el resultado a que conduzca un analis1s exis-
lida, sino qu e sólo dentro de su marco se da la posibilidad
t encial del hombr e, no podrá salirse del marco de una
de una ontología. Cuanto digamos acerca del apartamien-
ontología, aun cuando esta ontología no sea el fundament?,
to en qu e el humano existir se encu entra respecto del ser
sino más bien el resultado. Nada nos parece, pu es, mas
no significa, por lo tanto, que la vida humana no sea, sino,
y sobre todo, que no es algo pert eneciente al ord en de las cert ero qu e la fórmula de Xavier Zubiri'. se?~
1~ cual "Ja
dial éctica del ser no es una simple aplicacion m una am-
cosas. Tal condición, por lo pronto negativa, se compru eba
pliación de una idea del ser a diversas region es del ente ,
ni bien examinamos la man era p eculiar como la existen-
sino una progr esiva constitución del ámbito mismo del
cia hum ana, por así decirlo, se existencializa. En otros
ser" 1. Por eso la ontología llamada h·adicional no deb~ ser
términos: lo primero qu e acerca de esta vida se nos ocu-
simplemente ampliada, sino que tendrá qu e ser, ~o~· as1 de-
rr e decir es qu e, si bi en, como todo en te, es, es en muy
cirlo refund amentad a. Y es justamente la peculiandad del
difer ente sentido qu e los demás entes. Lo qu e cambia en
exis~,r humano en cuanto tal lo qu e pu ede permitir una
la vida hum ana es, por consiguiente, el sentido de su ser.
Si nos atenemos a los resultados más firm es de la ontolo- 1 En torno al problema ele Dios, 1935-1936 ( en Naturaleza, Iíisto-
ria, Dios, 1944, p ágs. 448-449).
206 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMAN A 207
rcfunclnmen tación y, por lo tan to, un reforza miento de los que es". Tal condició n tiene, desde lu ego, un fundamento
mismos cimientos que posibilitaron la edificació n de un a posi tivo: se trata del hecho de que la existencia humana
filosofía prim era ba sada en la int elección del ser en cuan- sea de carácter intencional y, por lo tan to, que consista
to ser. siempre en estar dirigida hac ia algo. Este algo no son,
P ero si esto es el result ado a que conduce el análisis ele empero , simplemente las cosas. Si así ocmri ese, no podría-
la existencia human a, no es ni mucho menos aque llo qu e mos ver, en efecto, por qué de tal radical manera in ten ta-
lo ha hecho po sible. Para que así fuera, se requeriría mos distinguir entre el modo propiam en te humano y sus
llevar este aná lisis a sus últimas y más radicales consecuen- esh·ucturas biológicas. También el ser bioló gico consiste,
cias h·as un exame n parsimonioso de los motivos por los p or una de sus esencia les dimensiones, en dirigirse hacia
cuales esas consecuencias han de resultar pat ent es. Hu elga fuera, en proy ectarse hacia las cosas. Pero lo característico
decir qu e aquí no podemos detenernos en un a tarea que de la existencia humana es que esta dirección se hace, des-
1
1 desde múltipl es dir ecciones constituye uno de los más de luego, hacia sí misma. En este sentido podríamos rea l-
j
esforza dos emp eños de la filosofía contemporánea, y es- mente decir que el existir hum ano es- tm "ser para sí". Pero
1 p ecialm ent e de aque lla filosofía que, más allá de la pro- -y aquí necesitamos, evid ent emen te, todo el tino de que
'1 fundización, por lo demás in eludibl e, en las esh·ucturas seamos capaces- tal ser para sí no es el ser para si en que ,
biopsíquicas del hombre, ha alcanza do los mentados esh·a- como ya vimos, se agota un a de las dimensiones de la reali-
tos de una ontología. Limit émonos a decir, pu es, que dad biológica . "Para sí" significaba en esta última realidad
cuando la cont emplamos en conjunto y, por así decirlo , aquella forma de ser por la cual el ser no se hallaba ente-
panorámicament e, la vida hum ana se nos aparece, por lo ram ente abierto a lo demás, al modo como, en lo inorgá-
pronto, como aquello que se constituye negaUvamente con nico, se realiza la absolut a exterioridad de sus partes. El
respecto a las demás existencias . Cierto que esta nega- ser biol ógico enh·a en sí mismo y es, de consiguiente, para
tivid ad de su ser aparece tan sólo cuando la contemplamos sí en la medida en que hace revertir su actividad sobre sí
desde el punto de vista del res to de los entes. En verdad, mjsmo y en la medida tamb ién en qu e esta activ idad cons-
el principio ele la vida hum ana no sólo no es nega tivo, sino titutiv amen te se oculta. No es un ser subsistente por sí
.que inclu sive podría decirse qu e son los demás entes los mismo, sino un ser que tiene la posibilid ad de allegar h acia
negativos cuando los miramos desde el ángulo de la esen- sí los material es que ha podido recoger del "mundo ". En
cial y última po sitivid ad ele la existencia hum ana. Pero, este sentido decíamos que la realidad biológica se mueve
metódicam ente por lo menos, lo negativo de ella prima enb·e los dos polos ele la "uti lid ad" y de la "vitalidad ". Por
sobre todo lo demás, y por eso la vemos constittúrse, repe- el primero, el ser vivo se int erioriza, p ero no con vistas a
timos, como lo conh·a-puesto al resto de los seres, y ello la au téntica intimidad, sino con el propó sito del nudo apro-
en t al proporción y medida que, cuando olvidamos que el vech amiento. Por el segundo, se vuelca hacia el exterior,
ser no coincide siempre con aque llo qu e es, llegamos in- p ero no con el propó sito de su enriqu ecimien to, sino con
clusiv e a afirmar ele ella qu e no p ert enece al orden de "lo la mera int ención de la descarga. El "ser para sí" no es,
208 EL SEN TIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 209
pu es, en ningún instante el marchar hacia la constitución ,,,,,. No sabríamos decir, cier tamente, si esto se debe a su
aut ént'ica de sí nusmo. - Cuando pasamos a la realidad hu- libertad o su lib ertad consiste justamente en el hecho de
mana, en cambio, vemos de inm ediato qu e, si seguimos uti- q11( ' sto sea posibl e. En verdad, en el terreno en qu e nos
lizando la· expresión "para sí", habr emos de hac erlo en el ht•mos situado el problema de la libertad ti ene que verse
sentido de que este para sí repres enta la forma en qu e a la cl,·scl • un ángu lo distinto al del mero "ser libre". En último
existencia humana le es dado su 'propio e inb·ansferib le l(·rmino, podrían inclusive ser libres entes qu e no fuesen la
"proy ecto". La vida humana, en efecto, se proy ecta, pero t•.~ist ncia humana . Lo que caract eriza a esta existencia, en
no meram ent e hacia el exterior, para manifestars e o descar- <'lllllbio, es el hecho , no de que sea o no libre, sino de que
garse, sino qu e se proyecta, con el fin de constitufrs e, hacia .vr·va haciendo su libertad en la 1ned·ida en que libreniente
sí misma. Diríamos, pu es, que el proyectar de la vida hu- sn consl'ituye. A pesar de su apariencia, esta fórmula es todo
mana tiene dos dir ecciones : un a de ellas, hacia la realiza- lo ·onb·ario de un juego de palabras: en ella se nos revela
ción de algo; la otr a, hacia la realización de sí misma. Desde lo que Francisco Romero con sagacidad ha subrayado: la
este ángulo pod emos emmciar que para la existencia humana 11e 'csidad del círculo vicioso en la filosofía . Así, pu ede de-
su "proyectar" no es otra cosa que su vivir. El hombr e vive cirse qu e sólo la lib ertad hace posible al hombre , el cual
en la medida en qu e proy ecta y en la medida sobr e todo se onstituye a su vez mediante la libertad. De modo qu e
en qu e este proy ectar está encaminado hacia la realización ·uando de la vida hmnana se trata nos encontramos casi
de su ser y, si tan ap ara tosa expr esión es p ermitida, hacia siempre en la necesidad de enunciar la consecu encia con
el cumplimi ento de su destino. Cierto qu e todas las reali- <'l fin de poder comprend er el principio. La vida hum ana
dad es tienen tambi én su propio "destino" . En cierto modo es un a marcha hacia sí misma que , por este mismo motivo,
podríamos inclusive p ensar que la esencia de tod a realidad l uede resultar una marcha contra sí misma. El ser de ella
es ser pr ecisament e lo que ella es, alcanzar, como los anti- <'S, pues, como para todos los demás entes, su p erfección
guos dirían , su propia perf ección, esto es, su bi en. Pero -y o su bien, pero es obvio qu e, paradójicament e, el no ser
he aquí justamente el gran probl ema- mienb·as la p erfec- d e11a pertenece tambi én, y de una manera muy funda-
ción de los demás ent es les es ya dada, y aun podría decirse mental, a su ser.
que los demás ent es son en la medida en qu e les es dado Por este motivo pod emos decir qu e su vida le es al hom-
su ser, la vida humana es aquello que tiene forzosam ente 1 re, de un modo absoluto y radical, propia. Le es propi a
que realizars e. La vida humana le es tambi én dada al hom- inclusive cuando mediante su impulso b·ascendente par ece
bre, p ero le es dada como una posibilidad y como un des- c¡ue alcanza la posibilidad de anu larse a sí misma. Porque
tino. Mienb·as· los demás seres -inclusiv e los biológicos- vamos a imaginar qu e el ser del hombre consista, efectiva-
sólo · pu eden ser, la vida humana pu ede justamente dejar m nte, en espíritu y que este espíritu sea la objetividad , el
de ser. Y no sólo, claro está , en el nudo sentido ele que r conocimiento del ser y del valor en la medida en que
pu eda cesar, sino en el sentido mucho más radical de que, objetivament e son y valen. No será menos cierto que tal
aun mant eniéndose existente, pued e dejar de ser ella mis- espíritu habrá de ser entendido como algo existent e y, en
210 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUEilTE HUMAN A 211
la misma proporc10n en qu e así sea, como algo personal; del ser hmnano , actos, por lo tanto , capaces de anular en
en suma, corno algo qu e tiene la posibilidad y la efectivi- ('i<:rto modo lo que ya existiera. Piénsese, en efecto, en un
dad de una historia. Si así no lo pensáramos, no ten dríamos 11<:lo como el arre pentimi ento , el cual no suprime, claro
más re medio que suponer que el fondo último de la reali- c•stá, los hechos a que se refiere, p ero les otorg a, al purifi-
dad es un univ erso int eligible. El "platonismo " -entendido <·Hrlos, un nu evo sentido. En el arrepentimiento renac emos,
este vocab lo en su sentido más general- se insertaría de 110 porque nada de lo qu e fu é no existiera, sino porque
nu evo en nu esh·a medi tación y volvería a desbTIÍr la raíz existe de otro modo. Y existir de oh·o modo es para un
de todo lo qu e es no sólo existent e, sino, además, lo que h cho hum an o un a alteración de la estructura esencial mis-
sería más grave, de todo lo que ha ce posibl e que haya ma del hecho . Pero aun contando con la posibilid ad de
efectivam ente existencias. Para que así no ocurra no te- tales actos, en los qu e, rep etimos, la raíz del ser humano
nemos más rem edio que retro ceder continuamente de lo queda afect ada , lo cierto es qu e los mismos son posibles
int eligibl e a lo p ersonal y de lo personal a lo int eligibl e. precisamente en vfrh1d de haberse dado los hechos ante-
En otros términos , el supuesto último de un pensamiento riores. L a modifi cación del sentido de estos hechos y, en
sobr e el hombr e que no destruya su "propiedad" es pr e- virtud de la máxima aproximación del ser al sentido en la
cisamente la unión de los dos términos que, en cierto vida hmnan a, de los h echos mismos en cuanto tales, no
aspecto, pu eden par ecer incompatibl es. El contenido - ent e habría existido si los hechos , a su vez, no hubi esen tenido
o valente- de lo int eligible se daría , por lo tanto , den- lug ar. Para que haya arrepentimiento es menester, desde
tro del ámbito o, si se quiere, denh·o del supuesto de lu ego, qu e haya algo de qu é arrepentirse. Así, la posibili-
lo personal. . . Pero pr escind amos por el instante de una dad mism a de una reversión de la vida hum ana se bas a
cuestión cuyo. solo enunciado hac e girar vertiginosamente en la necesidad absoluta de que sea irreversible. Aun en esos
orb es de probl emas. Digamos tan sólo qu e, sea cual fuere casos extremos de purificación del existir repr esent ados por
la concepción que del espíritu se t enga, será forzoso situar- actos como el arrepentimiento, aun en los casos de la posi-
lo dentro de un supuesto p ersonal , dado a su vez en un bilidad de un renacimfonto que no es sino la manifestación
conjunto de situaciones. D e lo contrario, no podríamos en- de un afán de des-nacimi ento , nos encon tramos con la ne-
tend er cómo hay posibilidad de d_istinguh entr e la existen- cesidad de no suprim:ir los actos qu e ya fueron, porqu e
cia humana y la e>...-i.stencia angélica . Porqu e el humano vivir sin esos actos no se habría dado, por así decü lo, el ámbito
es siempre, qui érase o no, histórico, es decir, irr eversibl e, que generó la transforma ción de su sentido . Pod emos, pu es,
es decir, dramático . En el mismo sentido qu e la historia , la en unciar que ningún acto le es ajeno al hombre y que todo
vida humana no es comedía ni b·agedia, sino esencialm ent e su actuar es, en este aspecto, esencialm ent e dramático
dram a. Lo es por una razón, tal vez la más substancial de Porque el drama es, sin duda , aquel géne ro dond e, según
todas: porqu e lo que el hombr e ha ga con vistas a dirigirs e la definición b·adicional , "pueden emplearse todos los to-
hacia sí o a salfr de sí mismo será, desde lu ego, irr ecup e- nos". El ser dram ática la vida no excluye, por lo tanto ,
rabl e. No ignoro que hay actos que afectan a la raíz viva ningím acento, ni siquiera el pr edominio de cualqui era de
1¡
212 E L SENTIDO DE LA MUElffE LA MU E RTE HU M ANA 213
ellos. Dr ama significa tan sólo el h echo de la irr ecup erabi- tnn pronto como establ ecemos la ant edicha afirmación re-
lid acl ele cada instant e, el hecho de qu e cada mom ento sea para mos qu e enton ces hemos radic ado la mat eria en la mis-
efec tiva y reaLuent e decisivo. Qu e lo qu e decid a sea grave rna form a y qu e, de consigui ent e, pod emos enun ciar no
o leve, h·emebundo o inocuo, import a mucho menos que la 111 nos pl ausibl ement e qu e el principio de individu ación
decisión propi ament e dicha. El espíritu humano es, pu es, se halla "en la misma realidad de la natural eza del indi-
todo lo conh·ario de un transcurrir en un univ erso int eli- viduo".1 En otros términos, si la mat eria es, de un modo
gibl e, ann en el caso de qu e se suponga apunt ar de conti- g ' neral, tod as las situacion es y, entr e ellas, el cuerpo y el
nuo a un tal univ erso. No por h·ascend er de continuo su ·onjunto de las facult ades psíquicas , entonc es la materia
propio ser en una serie de actos pl enam ent e desinteresados posee rá un caráct er form al, porqu e será aqu ello qu e for-
se suprime la fu ent e ele qu e estos actos brotan. Ahora bien, malment e constituy e la propi edad de cada individuo. Cierto
la "fu ent e" del hum ano actuar está indisolubl emente vincu- q ue si miramos las cosas un poco detenid ament e t endr e-
lada, como Ort ega ha visto muy bi en, con su concr eta mos qu e reconocer que ese "supu esto p ersonal" a qu e
circunst ancia. Cierto qu e el vocablo "circunst ancia" deb e an tes aludíamos no qu eda ni mucho . menos agotado con
entend erse aquí en un sentido absolutam ent e radical. Si en- tal "materia". No sólo, desde lu ego, porque pod amos con-
t end emos esta circunstanci a en amplio sentido, como "ma- sid erar al hombr e en su última situación como d esampa-
teria", y damos a esta materia el significado h·adicional de ra da criatura, sino, ad emás , y sobr e todo , porqu e la his-
"aqu ello con lo cual algo se h ace", podr emos entonc es decir toria qu e el hombr e es no pu ede suprimirl e su substancia.
qu e el hombr e se compone de cu erpo y de "alma " y qu e ese E n este sentido , y por los mismos motivo s qu e nos obli-
"cuerpo-alm a", qu e representaría su "mat eria", es, al mismo gaban a no sacrificar los fundam entos de la ontología tra-
tiempo, el conjunto de tod as sus situaciones. "Cu erpo -alma" dicional , pod emos decÜ' qu e la historicidad del hombre le
o "mat eria" sería aquí , por lo tanto, no sólo el compuesto p si- es constitutiv a, p ero no, como se suele supon er, únic amente
cosomático qu e el hombr e pos ee, sino todo aqu ello qu e p er- constitutiva. En el rigor de los términos, lo úni co qu e po-
mitirí a la compl eta individu alización del hombr e. La "ma- dría dar un pl eno signific ado a la historicid ad del hombre
teria " sería aquí, efectivam ent e, "aqu ello con lo cual la sería la posibilidad de alojar esta historia irr ecup erable e
vida hum ana se hace", p ero el hacerse de la vida human a in eversibl e en el ámbito de la p ersona. Con lo cual no
compr end ería todo lo que en alguna manera la individua- qu eremos significar pr ecisament e qu e nos las haya mos de
lizara. No sólo, pu es, lo psíquico-corporal , sino el hecho de hab er con un a p erson a qu e tiene, por ventura o por des-
h aber nacido en tal mom ento en lug ar de tal oh·o, el hecho gracia , una histo1ia, sino con una p ersona qu e no pu ede
de ocupar un determinado lugar en vez de oh·o, el h echo de ent end erse si no es históricam ent e. Mutatis mutandis po-
encontrar se en tal situación en vez de tal otra. En est e dríamos decir entonc es qu e la subst ancia p ersonal es, desde
sentido , y teniendo siempre pr esent e la m entada amplia- lu ego, aqu ello qu e subsist e por derecho propio y es perfec-
ción del concepto de "materia", podríamos efe ctivam ent e t ament e incomunicabl e, p ero no por ser un supu esto que
anunciar qu e ésta es el principi:wn inclividuationis. Pero 1 Véase supra, pág. 119.
214 E L SE NTIDO DE LA MU ERTE LA MU EHT E H UM ANA 21.:5
pod amos calificar ele persona en virt ud de qu e la substan- me nte bosqu ejado , el morir no solam ent e no pu ede ser com-
cia sea ele natural eza racional , sino justament e por tratars e parado con la consun ción biológica , sino qu e resulta algo
de un supu esto cuya "natural eza" es de índol e ra dicalment e esencial y óntic ament e distinto de ella. Para qu e esto pu eda
dramáti ca e históri ca. La p ersona human a sería de este compr end erse, por lo pronto , ele un a manera sufici ent e, pi én-
modo "una substancia individu al ele natural eza histórica". sese en lo qu e repr esenta el cesar para una realid ad qu e,
Conclusión no sólo compatibl e con el marco h·aclicional, scg {m 1emos visto ya , pu ede definirs e corno un drama. Más
sino acaso la únic a capa z de salvar la solidez de tal marco . a un · iénsese en lo qu e repr esenta el morir para un a realidad
Pero no pod emos, evidentement e, seguir det eni éndono s en qu e pos ee la lib ertad , y aun la forzosid ad de esta lib ertad,
una cuestión qu e arra stra las má s gra ves dificultad es me- ' n el fondo mismo de su entrañ a. Entonc es la mu ert e ya
tafísicas, y nos ur ge ya comenzar a vislumb ra r de qu é ma- no apar ece simpl ement e corno algo qu e "sobr eviene" ni tam-
nera podrá ent end erse la mu ert e dentro de una realidad p oco que "acont ece", sino como un aut éntico "acto". No pr e-
tan desesperant ement e inasibl e como es la vida. tend emos, sin dud a, insinuar qu e la mu ert e 7ea un "acto"
libr e y qu e el hombr e mu era en aqu el inst ant e en qu e
Si t enemos bi en pr esent e todo lo dicho, y lo compl etarnos haya decidido morir. Todo lo conb·ario: el hombr e mu ere,
mentalm ente con todas sus posibl es consecuencias , nos será ' n la mayor p art e de los casos, contra su propio deseo, y
forzoso re conocer, ant e todo , qu e la mu ert e tendrá qu e so- su morir es, en el fondo , un luchar conh·a la mu ert e, es
br evenirl e a la vida hum ana bajo un aspecto totalm ente decir, un agonizar. Pero esto no es, evid ent ement e, lo qu e
distinto del qu e corr espond e al nu evo ser vivient e. En ver- nos importa para el caso. Pr ecisament e el int ento prin cipal
dad, en ningun a otra esfera como ésta el sobr evenir la de esta ind agación será averiguar lo qu e re resenta el mo-
mu ert e como término final de la rea lidad , como cesación, rir para la existencia hu-;;:;ana. Sería , pu es, inadecuado pr e::-
, será más probl emáti co D esde luego, el morir no le ad- tend er derivar el sentido de la mu ert e de la estructura de
viene al hombr e al final , inesp erado o esp erado , de su esta existencia cuando , no obstant e el bosqu ejo ant erior , se
-- vida , p ero tampoco apar ece corno el cumplim iento ele algo
que estaba insertado en ella . En este último caso ten-
dríamos qu e consid erar la mu ert e hum ana por analogía
con la mu ert e biológi ca: como el cumpliini ento de un des-
trata just amente ele lo contra rio: de indag ar, parti endo ele
la mu ert e human a, lo qu e significa propi ament e esta exis-
tencia y, con ella , todo existir en cuanto tal.
Lo qu e importa , pu es, ant e todo , es averigu ar la signifi-
arrollo , como el inevitabl e desenl ace de una madur ez. Y cación del morü- humano . P ro al enun ciar así la cuestión,
claro está qu e, en la medida en qu e la realid ad hum ana es la enunciamos , sin dud a, equívocam ent e. Porqu e entonc es
tambi én una realidad de la especie viviente, habr emos de su- pa re cería qu e se tratas e de acotar , entr e todas las otras
pon er qu e la mu ert e repr esent a en ella el mismo pap el de '1o realidad es, esa de la hum ana mu ert e y de anali zarla, por
qu e era ant es ele hab er sido". Pero sólo, repetimo s, en aqu ella así decirlo, a parti · ele sí mism a. Esto sería , claro está , la
justa y p recisa medida. Cuando la realidad humana se nos legítima conclusión de una inv estigación acerca del sentido
apar ece bajo el aspecto qu e ant es· hemos tan insufici ent e- de la mu ert e qu e tomara como ejemplo eminent e y privile-
216 EL SENTIDO DE LA MUEilTE LA MU E RTE HUMANA 217
giado la muerte hwnan a. Pero si esto repr esentaría una con- no lo prolong amos con m1a sup ervivencia p ersonal, algo
clusión, sería, desde luego, una conclusión pr ecipitad a. Para completament e inint eligibl e. Ya veremos lu ego en qué pro-
qu e tal no suceda es preciso comenzar por averiguar , no el porción y por qué profundos motivos tendr emos que int er-
1
_sentido que tiene la muerte misma, sino el que posee cuando pretar la mu erte desde algo externo a ella. Pero esta exte-
la r eferimos a la vida. La significación del humano morir para rioridad de la muert e no nos es por el momento dada , y lo
la vida humana es lo que nos pu ede proporcionar , por lo que tenemos que hac er, cuando menos metódic ament e, es
pronto , una delimit ación suficient e del h echo de morir. proseguir esa propu esta averiguación de lo qu e la muerte
Ahora bien, cuando nos plant eamos con suficient e radi- significa para la vida. Tenemos, pu es, qu e todo trasl ado
calismo esta cuestión descubrimos ant e todo qu e la muerte de la muert e a algo que se halla fu era de ella nos sitúa,
pu ede pr esentárs ele a la vida bajo dos aspectos, apar ent e- desde el punto de vista en qu e nos hemos colocado, en la
ment e disociados. En prim er lugar, la muert e podría ser pura y simple región de la nada. Ent endida de esta suert e,
lo más exterior de la vida, lo qu e, para decirlo en otras la muert e sería, como ya hemos visto, ese "no ser ya" del
palabras , al cortar la vida quedase situado en un territorio cual no podríamos enunciar nada, p_orque sería tan sólo
absolut ament e ajeno a ella. Si consid eramos la muerte_J m ~ aqu ello que ya no fuese. Cierto qu e, vistas las cosas un
(
mana , por lo pronto, ~orno aqu e h echo en virtud del cual poco más despaciosament e, no podríamos enunci ar sin cau-
el vivir humano cesa, entonc es podr emos cont emplarla no tela que tal acont eciera. En prim er lugar, y sobre todo,
como el límite del vivir, sino más bi en como aquel momen- habría algo que podríamos considerar como muerto: el
to en que ya no somos. El "no ser ya" caract erizaría enton- cadávei~) el cual, como se ha dicho rep etid amente, no
ces de tal modo el hecho de la mu ert e, que nos veríamos seda una simple cosa, sino, cuando menos, una realidad
f
obligados a supon erla menos como una cesación qu e como a la cual le habría acont ecido pr ecisament e morir. En se-
lo cesado . Entonc es el morir sería r ealmente , como lo admi- gundo lugar, aun cuando el cadáver no existiese, no podrí a
te Landsb erg, el estar transportado "al mundo exh·año y por ello decirse menos qu e la muert e no era nada, por
gélido de la muert e cumplid a".1 Habría, en oh·os térmü1os, cuanto habría comenzado por afect ar a algo y, por lo tanto ,
dos formas en qu e la muerte nos resultaría accesible: la por representar algo para el ser afectado. Mas aun tenien-
mu erte misma, con toda su crud eza, y ese "clima más tibio do presente todo lo qu e · anteced e, desde el instant e en que
del morir" 2 dond e los hombr es se guar ecerían con el fin nos situáramos , no en el morir, o bien más en el residuo
de sumergirse en la compasión vital de que ha menester que quedara como consecuencia del morir , sino en el he-
el hombr e. Pero justam ente tan pronto como nos plant ea- cho mismo de la muert e, siempre descubriríamos que ésta
mos la cuestión mltedicha , reparamos en qu e "el mundo repres entaría el "no ser ya" y, por lo tanto, aqu ella ab- 1
exb·año y gélido de la muerte cumplida " resulta, cuando soluta no existencia de la cual, en principio cuando me-
1 P. L . Lanclsb erg, E:rp erie11
nos, no podríamos enunciar nada. Así, con:;id erada como
c ia d e la mu erte (trad . esp., 1940) ,
pág. 71. algo exterior a la vida y prescindiendo por el instante de
2 Op. cit. , pág. 79. aquello que ha de dar sentido a esta misma no existencia,
218 E L SENTIDO DE LA M UE RTE
LA MUERTE HUMANA 219
no podríamos compr end er nada de ella y nos veríamos for- tenga , por así decirlo, su rosh·o vuelto hacia la vida , ue
zados a prorrumpir, si la expr esión es p ermitida , en una sea algo pert eneciente a ella como su último límit e. Esto _
desolada mudez . es justam ent e lo qu e llamamos la mu ert e humana desde
Si, por el contr ario , la mud ez no sólo no es deseabl e, mas dentro , es decir, desde aqu ello qu e hac e qu e la vida a la
tampoco posible , ello se debe, sin duela, al h echo de qu e cual p ert enece tenga algún sentido. No hac e falta adver-
( cuando la consid eramos como algo qu e tiene qu e otorgar tir , insistimos , qu e con ello no nos es revelada tanto la
algún sentido o, para decirlo ele un modo más general y constitución esencial de la mu erte como la de la vida. Al
menos comprom etido , como algo qu e ha de tener alguna int eriorizars e o hum anizars e el morir , lo prim ero que vemos
referencia con la vid a ) la mu ert e se nos apar ece como pri- es su rev ertir sobr e una vida de la qu e constituye su punto
mariam ent e int erior a la vida, como algo qu e le p ert enece. terminal y posh ·ei·o. Situados en este pl ano pod emos enun-
Ahora bi en, esta int erioridad o p ert enencia de la mu ert e a ciar , por lo pronto , qu e la mu ert e constituy e algo inh erent e
la vida no pu ede ser simplemente ent endida como lo qu e a la vida , p ero no simpl ement e como la posibilidad de su
la vida ya pos eía, al modo como esto acont ecía en la na- proc eso de maduración.
tural eza orgánica. Si esto ocurr e tambi én, corno no pu e- Si esto acont ece como hemos explicado y si, por consi-
de menos qu e reconoc erse, en la vida del hombr e, ocu- gui ent e, lo prim ero qu e se nos aparece de la mu ert e cuando
rrirá en tanto qu e esta vida es tamb-ién una r ealid ad bioló- desde ella cont emplamos la vida es una int erioridad respec-
gica, pero no en tanto que se la caract erice como humana. to a ésta qu e no pu ede ser comparada simpl emen~e con la
Utilizando para nu esb'o probl ema la definición por género maduración biológica , entonc es la conclusión par ecerá in-
próximo y d.iferencia específica, podríamos acaso decir qu e evitabl e : la mu ert e humana será , pura y simplemente , un
mienb:as el génr ro próximo por medio del cual compr en- hecho. Un hecho, desde lu ego, impr evisibl e, qu e pu ede caer
demos conceptu alment e el humano morir es justam ent e el sobre la vida dándol e término. Y, en efecto, esto es lo qu e
cumplirs e de lo qu e ya era , en el sentido en qu e lo hemos vemos del morir si, por un lado , eliminamos su asp ecto de
ent endido ap]jcado a la realid ad de la biología , la diferen- madmación y, por el oh·o, desat endemos el rostro qu e vuel-
cia específica tenclrá que sernos todavía dada con el fin ve hacia lo que se halla más allá de la mu erte. Pr escinda-
de qu e podamos compr end er el morir del hombr e en cuanto mos por el instant e de este último asp ecto en at ención a
hombr e. No, pu es, por ser tambi én el morir humano un la necesidad de comenzar por el principio. Si lu ego vere-
biológico cesar pod emos decir qu e lo hayamos ínt egra y mos por qu é el sentido último de la mu ert e no pu ede estar
pl enam ent e capturado. El cesar biológico está, como géne- en ella, tendr emos qu e verlo justam ent e fu era de la mu erte
ro, ent eram ent e cont enido en el concepto de la mu ert e hu- núsma. De este modo se cumplirá la condición de todo co-
mana . Pero sólo como género y sin poseer, además, la co- nocimi ento y aun la condición de toda realid ad excepto la
rr espondi ent e cüferencia específica. Así, la int erioridad del qu e consid eremos como el prim er principio absoluto de
morir para la vid a no es la int erioridad de lo qu e estaba en todo ser: el tener qu e compr end erse y aun dars e fuera
·ella en potencia, sino el hecho de . qu e el humano morir de ella, junto con algo que la delimite y, al delimitarla,
~20 EL SENTIDO DE LA MUEHTE
LA MUERTE HUMANA 221
1a sostenga . Metódicamente habr emos ele ver por ahora
no sea la de la vid a humana queda p erfilada y concluída;
lo qu e la mu ert e repr esenta para la vida humana y, por lo
la realidad de la vida qu eda , en cambio, en virtud de su
tanto ,__lo ~ue ~lla sea, por lo pronto , vista como algo qu e
conclusión, realizada. Digámoslo ele una vez, en asunto
se refiere mt enorm ent e a dicha vida . Ahora bi en, cuando
donde las palabras son tan desesperant emente ineficaces: la
int en~amos ver así la realidad cuyo anális.is nos pl ant eamos,
mu erte realiza efectivamente la vida en vez de limitarse a
descubrimos qu e si la mu ert e, vaciada ele su aquenclidad
clarla por terminada. Por eso el morir y aun la forma del
como maduración y ele su allenclidacl como sup ervivencia ,
mismo es verdad eram ente algo decisivo para la vida . No
pu ede ser un h echo, esto es algo qu e es únic ament e por
sólo en el sentido de que "un bello morir toda una vida
lo pronto. Porqu e lo qu e sucede es qu e, en todo caso, re-
honra" . Es decisivo en el sentido , aun más radical, de que
sulta un hecho qu e pl ant ea una cuestión de sentido. E n
esto realiza la vida misma, qu e, sin ello, qu edaría, en ver-
efecto, lo qu e hac e la mu ert e, al qu edar interiorizad a en la
dad, corno vacía . Aun considerada como un hecho pode-
existencia humana como mom ento posh ·ero de ella, es re-
vertirel: continuo sobr e la vida. Pr ecisament e, pu es, en la
mos, pu es, decir que este hecho le otorga a la vida no sólo
su ser, sino aquello que la vida human a es esencialm ente:
proporción en qu e la int eriorizamos hac emos de ella una rea-
su sentido. Porqu e, rep etimos, el humano existir repr esenta ,
lidad qu e tien e la posibilid ad de decirnos algo acerca de la
dentro de la jerarquía de los ent es, cuando menos denh·o
vida d e que es terminación última. Se dirá qu e esto pod emos
de la jerarquía de los entes creados o producidos, aquella
decirlo, en rigor, de cualqufor re alid ad y qu e tod a realidad
forma de realidad en la cual el sentido ha acabado por pr e-
es compr endid a· en la medida en qu e la vemos como ce-
domin ar de tal man era sobr e el hecho, que inclusive pod e-
sada. Y, .en efecto, si adoptamos este punto de vista podr e-
mos decir qu e el hecho es hecho en la medida en que pos ee
mos aplicarlo a la realid ad tot al en la medida misma en
sentido. Así, el revertir de la mu erte sobre la vida humana ,
qu e, como pus .irnos ya de manifi esto, esa realidad es, como
el considerarla como algo int erior a ella, no es ni la madu-
tal , de caráct er "histórico". Pero lo qu e sucede en la reali-
ración ni tampoco el suceso mediant e el cual un ser se
dad hm~an a es bien distinto. No se trata sólo, como pudi e-
completa y adquiere r ealidad, sino aqu el acontecimiento
ra ocmnr con cualquier oh·o en te, del h echo de qu e el ser
por el cual adqtliere su propia realidad, ontológicarn en te
sea únicam ente en tanto que esté terminado. Se trata, ade-
foconm ensurabl e con todas las otras.
más, de qu e esta terminación y la forma misma de ella
Que esto es así ha sido visto en ocasiones reit eradas. Fi-
afectan ínt egrám ente a todos los cont enidos de la vida. D e
jémonos por ahora sólo en una de ellas, no menos sutil que
ahí que el rev ertir del morir sobre la vida sea una reve-
proftmda. Cuando Simmel intenta establ ecer los rasgos ge-
lación de ella y no sólo el hecho de qu e hayamos de espe-
neral es de una "metafísica de la mu ert e", advierte no sólo,
rar que la vida cese con el fin de compr end erla. Al revelár-
desde lu ego, que la vida y la mu ert e se encuentran en la
senos la vida se nos revela tal como desde este mom ento
misma escala del ser, sino, lo que es más significativo , que
de su terminar ya es y no sólo como la suma de todos sus
hay por encima de estas dos realidad es qu e, como tal es,
momentos anteriores. En último término, la realidad que
son puros h echos , cier tos valores y ciertas vütualidades que
222 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 223
sobrepasan la vida y la mu ert e y no son alcanzadas por su cuando utilizamos la expr esión "vida hum ana". No sólo
conh ·aste. Tal condición se debe ante todo a un h echo pri- ocurre en ésta que la muerte apar ece como algo a la vez
mordia l : a qu e en la vida, tal como nos es inm ediat amente inman ente e inminente a su ser, sino qu e, además, se le-
dada , no es posibl e distinguir enh·e su proc eso y sus con- vanta siempre en su trasfondo corno algo qu e, para decirlo
tenidos. Proc eso y contenidos aparecen como realid ades di- con pal abras de Simmel, "colorea incesantemente todos
ferent es sólo cuando los descompon emos mediante el aná- nuestros contenidos".1 En otros términos, h ay un a diferen -
lisis int electual y, por lo tanto , cuando de alguna manera cia radical y esencial enh·e una vida como la qu e conoce -
han dejado de funcion ar en su indivisibl e unjd ad origina- rnos, de continuo amenazada por la muerte y con la segu-
ria. Pero just ament e si hay un a posibilid ad de separación rid ad de que tendrá , ele algún modo o de oh·o, que sucum-
en tre el proceso y los contenidos, ello obedece a que la bir a ella, y un a vida que pudi ésemos imaginar suscep tibl e
mu erte se int erpon e como algo que obsh·uye el curso de de pro secución ind efinida. No se trata , entiéndase bi en,
la vida . D e ahí que esta separación, qu e a primera vista de una comparación entxe una vida mort al y una vida su-
pudi era p arecer simplemente el resultado de un a opera- pu estamente inmort al. Estas dos realidad es serían, por lo
ción intelectual, sea, por el conb'ario , algo radicado en la pronto, simples hechos, y habrí a todavía que averiguar su
misma esencia de la vida y de la mu erte qu e le otorga sentido. Pu es bi en, si nos atenernos a lo que son en cuanto
valor , sentido y forma. No hac e falta decir qu e aquí no sentido o, para decirlo más exactamen te, al sentido qu e t en-
pod emos detenernos en la cuestión de los contenidos de drían los h echos una vez supuestos como dados, podríamos
valor intemporal, cuestión que desbord a por todos sus la- perfectamen te comprender por qué fundamental razón am-
dos el cauce dentro del cual nuestra inv estigación ha sido bos supuestos nos proporcionarían realid ades esencial y ón-
metódic ament e comprimida. Limitémonos a enun ciar, pu es, ticamen te distin tas. Imaginemos, en efecto , la posibilidad
que en todos los casos la aparición de la mu ert e significa de un a vida que fuese inmortal o, si se quiere, que tuvi ese
la ruptura del sutil eq uilibrio hasta entonc es mant enido en- la posibilid ad de proseguir ind efüúdam ente. No nos impor-
h·e el proc eso y los contenidos . Pero esto quiere decir que ta, en efecto, la inmort alid ad de h echo; nos bast aría con
la mu ert e inh·oduce en la vida aq uello que p ermi te dife- que esa vida se sinti ese como ind efini dam en te prolongabl e.
renc iarla internamente y constituir se en una individualidad Pu es bien, en tal caso podríamos pl ausibl emen te enunciar
pr ácticam ent e irr eductibl e. Porqu e, en efecto, si la vida que los contenidos de esta vida no le serían específicos.
prosigui era indefinidamente, semejante separación sería in- No sólo esto. En cierto modo, podríamo s decir que todo
concebible, y entonces proceso y contenido se fundirían en contenido le sería en prin cipio indifer ente y que, por lo
una sola realidad, precisamente en la realid ad de "la" vida, tanto , en el rigor de los términos, no le p ert enecería . No
inevit ablemente hipostasiada. Mas entonces lo qu e llama- se h'ata , claro está, de que pudiésemos estimar, como algu -
mos vida sería algo esencialmen te distinto de aquello que nas veces se ha hecho, que la posibilidad de una ind efinida
ab'ibuimos ahora a un ser viviente y, sobre todo , de aque- 1 C. Simmel, Zt1.1' Mela,physi k des Tocles (Logos, 1910, Heft l ; reco-
llo qu e, por lo pronto de modo oscuro, qu ere mos significar gido en Lebe11samchauung, ~ 1922, pág. 99).
224 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 225
prosecución del existir haría de los contenidos inherentes a ·uestión la posibilidad ele aguardar siempre nu evas posibi-
este existü- hechos reversibles. En verdad, la irr eversibili- lidades . Y claro está que, en un ser cuya existencia es inde-
dad tendría que ser, de todos modos, postulada como algo finida, la posibilidad de esp erar nu evas posibilidad es equi-
esencial a una realidad que no sólo pertenece al orden de vale a la realidad misma. Por lo tanto, es siempre la pre-
los seres vivientes, sino que, además, ha asumido la forma sencia, en un transfonclo, de la cesación lo que afecta de
específica de vivir correspondiente al hombre. Así, pues, manera decisiva el contenido mismo de la vida. Por eso
no se b'ata de que, por ser irreversible y sólo por ello, la nos dice Simmel qu e, en rigor 1 no morirnos en un instante
vida sería una realidad en la cual los contenidos , por así último, sino que la muerte es un elemento continuam ente
decirlo, importarían. Se dirá que hay una reversibilidad de formador de nuestra existencia . La mu er te forma y confi-
hecho según la cual para una vida inmortal o considerada gura nu esh·a existencia, no tanto porqu e nada ele ella tenga
como tal da lo mismo hacer una cosa que otra, decidirse importancia excepto su mu erte como porqu e sólo la posi-
por algo determinado o por lo conh·ario de ello. Si fuése- bilidad , a la vez inm anente e inmin ente , de cesación posi-
mos efectivamente inmortal es parecería, sin duda, que nada bilita la separación y vertebración de sus contenidos.
radical pudi ese afectarnos; habría siempre tiempo para ha- Lo que hac e, pu es, el morir en el caso del hombre es
cer lo opuesto, para desdecirs e, para borrar, con la acumu- algo muy distinto del mero cesar que termina la existencia
lación de hechos en el tiempo, las débiles huellas de todo inorgánica o del madurar qu e caracteriza la realidad bioló-
pasado. Y, sin duda, esto sería cierto si nosotros nos atu- gica. De ahí que la muerte sea para la existencia hwnana
viésemos a un cálculo mat emático en el cual cada hecho algo más qu e el límit e de la vida. En verdad, lo qu e hace
particul ar apareciera como absorbido, por así decüfo, en el morir no es sólo limitar, sino auténticamente cefiir la
la infinitud de.l infinito . Pero no se h·ata de esto. La no existencia. La vid a qu eda, en cierto modo , como confi-
inh erencia de los contenidos a la vida no depende de que gurada por la mu erte, pero en un sentido infinitam ente más
los h echos ele ella sean o no irr eversibl es. Porque lo que radical del qu e observamos cuando vemos que una reali-
sucede es qu e, aun con una total y pl ena irr eversibilidad, dad qu eda simplemente termin ada o acabada mediante cual-
estos hechos nada significan cuando se refier en a una vida quier lín ea divisoria. En este último caso tenemos tambi én
que no se destaca sobre el h'ansfondo ele su mu erte. U na una delimitación de esta realidad, p ero lo que la línea final
vez más: 'no es una cuestión de que haya o no un hecho, o demarcadora hac e no es tanto dar sentido a todos los
sino una cuestión de que exista o no un sentido . Lo que contenidos de la realidad como otorgar a su proc eso un
imp01ta en el ser que hemos calificado de inmortal no es, cierto perfil y una cierta figura. La delimitación ejecutada
pues, la supuesta irrev ersibilidad. :Ésta pierde toda su gra- por la mu erte sobr e la existencia humana la configma, en
vedad desde el momento en que nada importa para la vida
que, si se qui ere, la disfruta. Pues no le afecta para nada
-
cambio , en todas las dimensiones posibl es y le otor a en
virtud d esa su radical configuración ,· un doble sentido
--:---,..
que cualquiera de sus cont enidos sea ü-reversible; le basta dramátic .' En prim er lugar, el que / ~lla misma posee en _
que esta irrev ersibilidad qu ede desh·uída por tener el ser en - cuai1to
--- --.. umco
proceso ,_ --=--== . . '.l.:-
e 1rrevers1ble; -
en segundo , . ,
tenmno
226 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 227
el g_uel(;)da su limitación en el tiempo. Se dirá que ·rrever- rn :ión parsimoniosa de las posibles experiencias del morir.
sibilidac! y limitación temporal son propias asimismo e 1as .Lero al llegar a este punto arribamos pr ecisamen te a
demás realidades. Pero lo que sucede es que en éstas hay ttt¡11·l lugar en donde se hace necesaria una mayor dosis
lo cautela. Porque, sin duda, lo primero que descubrimos
,/ sólo el acabamiento ele lo que estaba en principio dado mien-
ns que una realidad como la ele la muerte no puede ser
1
tras que en la vida humana el acabamiento es lo que precisa-
mente le da su propia realidad, es decir, aquello que efectiva - 11'cosible a una experiencia por lo menos en el mismo sen-
mente la constituye. Una comprensión adecuada de la vida liclo en que son "experirnentables" otras realidades. No sólo,
debería, pues, apoyarse en cierto modo a te-rgoen su muerte. desde luego, por las dificultades inherentes a todo experi-
Pero con esto no hemos hecho sino indicar uno de los signifi- mentar y que en la muerte hubiesen podido ser aumentadas
cados del morir y aún tenemos que ver ele qué concreta ma- hasta el infinito. La dificul_ta-9-primera de una experiencia
nera tjñe esta muerte la vida que sería incomprensible sin ella. de la n~uerte e~ ma ·dificultad de principio: la muerte parece
Porque, una vez supuesto lo anterior, parecerá bastante ser inexperimentable, porque lo que pódemos ver de ella
menos problemático que, aun cuando la muerte humana no es, desde lu ego, ~lla misma en cuanto realidad, sino, a_
sea un hecho, tenga que dejar de ser un pmo hecho tan lo sumQ, su residuo. Se dirá que lo mismo acontece con mu-
pronto como la ponernos en relación con la vida. Aun esti- chos otros procesos. Y, en efecto, parece que sea forzoso en
mada como la simple cesación de una vida que puede muy toda exper iencia de una realidad examinarla en la huella
bien sobrevenir, por causas ajenas a la existenc ia, en cual- que su paso deja. Mas la diferencia enh·e cualquier pro-
quier instante de ella, bastará que esta cesación perma- ceso y el del morir es bastante palmaria para que necesite
nezca como un límite interno a la vida para que nos remita ser subrayada. Ante todo , el morir no se nos presenta, ni
a algo que la muerte misma no es. En otros términos, tan siquiera en cuanto residuo, como algo experirnen table, por-
pronto como examinarnos el hecho mismo de la muerte des- que el residuo del morir no es la muerte, sino, a lo sumo, el
cubrimos qu e la esencia de este hecho es el poseer una cadáver . Pero el cadáver no nos alude para nada a la signi-
cierta significación. Así, la muerte se nos aparece una vez ficación de la muerte. Más am1: lo que hace el cadáver es
más bajo el aspecto del sentido, y por eso decíamos al remitirnos incesaptemente a la vida. Ahora bien, esta vida a
principio mismo de este libro que una alteración del sen- que alude el cadáve i, es, por lo pronto, la vida biológica, y lo
tido de la muerte en la existencia humana representa una único que, partiendo de él, podernos hacer es h·atarlo como
alteración del morir corno hecho. Ahora bien, lo que la un residuo de esta vida. No ignoramos, ciertamente, que el
muerte significa para la vida, el hecho de ser fundamen- cadáver es, como ya advertimos, algo más que un residuo del
proceso biológico, porque en él se encuéntran las huellas del
talmente un sentido para ella nos es revelado de muy dife-
rentes formas. Por lo pronto, en una de ellas, acaso la más
esclarecedora: en la experiencia misma de la muerte. Así,
espír itu. Pero estas huellas son casi exclusivamente, por así
decirlo, petrificaciones de una actitud y nada nos dicen por
\
una averiguación llll poco a fondo del hecho de la muerte el momento acerca del problema que originariamente nos h a-
considerado como sentido parece remitirnos a una explo- bíamos planteado. Así, una experiencia ele la muerte misma
228 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUER TE H UM ANA 229
apar ece, desde este punto de vista , como algo impracticabl e, l1k. Si és absolut ament e verdad qu e un hombr e pu ede
porqu e ella misma , en cuanto tal, no nos puede ser rú si- "111 orir por" -por una causa , por una p ersona-, esta susti-
qtú era mínimam ent e accesible. Al topar con la mu erte parece 11iil>iliclaclele la muert e no pu ede ent end erse en el mismo
qu e topamos con Jo qu e la vida fué una vez ínt egram ent e 11111lliclo que la sustituibilidacl ele cualqui er ob·o acto . Más
transcurrida y, por lo tanto, par ece qu e nos hallamos situados 111111.En verdad , no pod emos tampoco, como dicho autor
en el cenh·o mismo de aqu el "mundo extraño y gélido " a que M•1ia la, "amar por" otra p ersona si ent end emos el amor ,
Landsb erg tan cert eram ent e aludía. 11 0 n el sentido del cumplimi ento y satisfacción de cierto
Y, no obstant e, cuando nos plant eamos un poco más a fon- !1npetu y de ciertos ap etitos , sino precisam ent e en el sen-
do la cuestión re p aramos en qu e no es ent eram ente cierta tí.do de la actividad irr eductibl e de la persona. Así, pu es,_
esta imposibilidad de una exp eri encia de la muerte. En pri - L nemos que admitir en toda su int egridad la t esis de H ei- /
mer lugar, y sobre todo , la mu ert e pu ede sernos dada bajo dcgger, de acu erdo con la cua.J el acto de morir es, en \
la form a de una anticipación qu e nosotros mismos efectua- ·nanto absolutam ent e personal, tambi én absolutam ente in- .J
mos de nu estra propia posibilid ad de morir. Anticipación transferible e ind elegable. Pero lo qu e evid ent ement e le
mucho menos probl emática de lo qu e pudi ese par ecer, por- nega mos es que esta insustituibilid ad anul e la posibilidad
que la rea liz amos parti endo de una certidumbre que, co- y efectividad ele una experiencia del morü- ajeno. No, cier-
tament e, porqu e podamos nosotros sustituir la mu ert e aje- -Y:::.---
rno tal , pu ede iluminaxnos el sentido mismo de ·nu estra
na por la propia y derivar de ella la experiencia buscada.
vida. No es a esta anticipa ción, tan ardua y excepcional, sin
Todo lo conh·ario. Si tal aconteci era , no podríamos obt e-
emb argo, a qu e qui siera por el mom ento referirme. Antes
ner ningún conocimi ento derivado de tan impracticabl e
de ver de qu é man era pod emos considerar cada uno de
experiencia. Lo qu e sucede es algo más hondo y, a la
nosotros la propia muert e y sus posibilid ades, nos incumb e ver
vez, más simpl e : se h·ata tan sólo de qu e el ajeno morir
si es posibl e cont emplar , por así decirlo, la mu erte desde fue-
pu ede pr esentárs enos, y se nos pr esenta realm ent e, ·,como
ra de ella, p ero desde un fu era qu e sea a Ja vez un decidido un hecho del cual pod emos derivar una cierta lección acer-
colocarno s en el int erior de ella. Es lo que justament e aconte-
ca de la realidad y esencia mism as de la muert e. Poi·que,
ce con la llamada experi encia de la mu erte ajena. En estesen-
tido pod emos decir qu e la suposición de H eid egger según
sin duda, el morir ajeno no es pura y simpl ement e el rno- J
rir del otro, del ind eterminado. Est e es el asp ecto qu e
la cual no pod emos exp erim entar aut énticam ente la muerte Landsb erg ha visto con claridad ·pl ena y el qu e hubi ese
ajena, sino qu e "a lo sumo", "asistimos" a ella 1, no está podido otorgar a su medit ación, si la hubi ese llevado hast a
demasiado sólid amente fundada . No se trata, sin embar- más radical es consecuencias, la fecundidad ele qu e carece.
go, como un autor franc és 2 indicó recient ement e, de que La mu erte ajena es, en smna, aleccionadora , porque no es
sea .incier to qu e la hum ana mu ert e pu eda ser insustituí- pura y simpl emente la visión de un ind etermin ado morir. .,.?....
1 M. Heidegger, Sein wncl Z eit, I 4 1935, § 47, pág . 239. Si deseamos ver por qu é motivo sucede esto no nos b as-
2 J. P.
Sartre, L 'Et,re et le N éant, 5 1943, p ág. 618. tará, sin embargo, una abstracta consid eració n sobre el ino -
J
r
230 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 231
rir del prójimo. En verdad, es este el lugar donde toda abs- ( 11ll(l 1·r . Ahora bi en, esta intelección de la muerte ajena no
b-acción resulta lamentablemente inoperante. Se dirá que p111 •(h lars en todos los casos en que estamos en presen-
al averiguar la significación de la muerte del prójimo no • 11 tld morir de oh·o. Lo que aquí nos interesa no es
hacemos sino extraer de ella, ju stamente mediante un pro- 111pl·mente el "otro", sino, en todo caso, el "otro" en la
ceso de abstracción, aquello que nos parece común a toda 111 '<' ·isa medida en que para nosotros muere. Morir para
muerte. Y, en efecto, este sería el caso si nos limitáramos 11n solros no significa, claro está, el posible sacrificio que el
a ejecutar sobre la muerte ajena un razonamiento inducti- otro haya realizado de su vida para salvar determinados
vo por medio del cual, en vista ele que todo el mundo mue- •011teniclos que bien pudiesen aplicarse a la propia. Aunque
re, tuviésemos que concluir que "forzosamente hay que mo- esto puede ocurrir, y ocune en ciertas casi solemnes oca-
rir". Aunque cierto, un tal saber sobre la muerte, y en siones, no es en manera alguna forzoso que tal morir del
particular sobre la mueite humana, sería notoriamente in- otro ofrezca para nosoh·os el aspecto de un "sac1ificio". Más
suficiente, porque, a lo sumo, y concediendo que así re- a un: en cierto modo el sacrificio anula toda posible expe-
sultase, comprobaríamos la existencia de la muerte como riencia del ajeno morir, porque entonc es la muerte aparece
un hecho, pero estaríamos muy lejos de haber vislumbrado demasiado vinculada con la existencia propia y es, bajo
nada de su sentido. Pero el saber que de la muerte nos cierto punto de vista, un acon tecimiento de nuesh·a propia
proporciona la experiencia del morir ajeno apenas tiene vida . Enunciándolo en términos de la fenomenología, po-
que ver con la comprobación de que este morir ha ele so- dríamos decir que la muerte ajena como sacrificio nos pue-
brevenir, sin remedio, en algún instante de su existencia. de proporcionar el significado de este último acto, pero
No se b·ata, por cierto, ele que neguemos a esta compro- no, como lo esperábamos, el cumplimiento intuitivo de una
bación de que "forzosamente" hay que morir algún pro- previa significación de la muerte. Así, lo que nosotros te-
fundo sentido sobre el cual posteriormente nos extende - nemos que plantearnos como tema cenh·al de nuestras
remos. Pero lo que por el instante nos importa es algo más act uales averiguaciones es el hecho del ajeno morir en tan-
y, a la vez, algo menos que esta comprobación. Antes de to que este morir se encuentra, por así decirlo, en una
averiguar el sentido último que esta comprobación puede posición intermedia, igualmente alejada de la mera visión
poseer para cada uno de nosotros, nos cump le examinar del indeterminado morir del "oh·o" y del hecho de que este
lo que se deriva, en cuanto saber, de la experiencia del "otro" se nos haga propio en virtud de consistir su morir,
morir ajeno, y especialmente de la experiencia de aque l por ejemplo, en la consumación del "sacrificio".
morir que traspasa por todos sus lados la dimensión es- He aquí el motivo por el cual el objeto sobre el que debe
b-ictamente comprobatoria en que parece moverse la mera abocarse tod a averiguación de la mentada índole sea el
visión de que todos los demás real y forzosamente mueren. morir del "otro" considerado como auténtico "prójimo". Cier-
El interés que la experiencia de la muerte ajena despierta to que, como acto seguido veremos, esta "proxinúdad" del
es, así, el interés proporcionado por un saber que no se li- "oh·o" no tiene que coincidir forzosamente con su "fami-
mita a comprobar, sino que pretende verdaderamente en - liaridad". O, para decirlo más rigurosamente, esta "familia-
232 E L SEN TIDO DE LA MU ERTE LA MU EHTE HUMANA 233
rid ad" no consist e siempr e en el h echo de qu e la "proxi- I'11,,1d1t, n qui en pre tencliera debidam ent e compl etar estas
mid ad" del "oh·o" pert enezca a un cierto y determinado ¡,11µ,111
1s. Sin rnbargo, un a r ep etición , desd e otro s ángulos ,
cú-culo. En términos general es, pod emos decir qu e todo il1 l11spusi'l>iliclades antedich as pu ede no r esultar totalm en-
"otro " pu ede convertírs enos en "prójimo ", a la vez que to- 11 11dosa , no sólo porqu e el análisis en cuestión encaja,
do "prójimo" pudi era muy bi en salir de la órbita en qu e dr11,tl,1 Ju go, con pr ecisión máxima, en este marco actual ,
se movía p ara salir , disp arado , por la tang ent e qu e con- , 1111 lu1nbi6n, y sobr e todo , porqu e alguno s elementos de
duc e a la absoluta alt eridad del "otro ". En oh·os términos, 111 .~ 111isJnas no fu eron en su sazón debid ament e atendidos .
y como el lector pu ede muy bi en comprob ar si se dedica a P11n 111l as no s, pu es, volv er sobr e ellas aun cuando sólo sea
buc ear en el fondo de sí mismo, la "pro ximidad " d el "pró- p111 ·u cumplir con la princip al exigencia metódi ca de los
jimo" tien e un alcance mucho más univ ersal qu e la mera 111(,sofos: la r ep etición.
"familiarid ad" del "familiar". No toda mu ert e ajena como l ,n p rim era d e las ment adas posibilid ades era , como en
tal pu ede servir para conseguir la experiencia qu e busca- d ·itado escrito se establ ecía , la parti cipación afectiv a en
mos , p ero, a la vez, toda mu ert e ajena pued e en principio 111 ntu 'Jte de un familiar. La inevitabilid ad de un a referen-
servir de bas e p ara qu e sobre ella exista la posibilidad de d n p rso nal en el caso de la exp erienci a de la mu ert e
un a verdad era exp eriencia. Así, lo único que se requi ere 11j c11a hace qu e, en la medida en qu e un texto filosófico lo
para qu e pod amos hablar de la exp eriencia d e la mu ert e ¡wrm ite, h aya qu e declarar su cará cter concr eto: se trataba ,
ajena es qu e este ser ajeno esté situado entr e los límit es en fec to, del fallecin1iento de una abu ela mat erna. Ahora
extr emos de lo qu e es absolut am ent e "propio " y de lo qu e bien, tal exp eriencia del morir ajeno se manif estaba , corno
es absolutam ent e "otro ". Est e último nos pu ede conducir tam- <'S obv.io, a la má xima distanci a de todo posibl e experirnen-
bi én, como lu ego veremos, a una compr ensión de la mu ert e, lnr la mu ert e de un "prójimo " qu e fu ese a la vez la de un
p ero no a un sab er del sentido qu e pos ee, por lo pronto , den- ser ind etermin ado y desconocido. Aquí hubo , por el contra -
tro de los mismos límit es de esta vid a, el h echo de morir. rio, una relación p ersonal ;/ la p ersona fall ecida no era sólo
Pu es bi en, cuando en verdad nos abocamos a lma com- 1111famili ar en el sentido de p ert en ecer a un círculo con-
pr ensión de la exp eriencia ele la mu ert e ajena ent endida sang uín eo, sino qu e era familiar en un sentido más radical:
en el ant erior sentido , a• vertimos que , enb·e las much as c·n •l de la efectiva y continu a ·conviv encia. Tal cooviv en-
posibilidad es del morir ajeno qu e sea a la vez el morir del ('Ía impli caba , por lo pronto , una cierta comunidad de
"prójimo ", hay tr es qu e son susc eptibl es de llevarno's con uf 'cto. Pero no sólo esto. La familiaridad implic ab a, ade-
pi e r elativament e firm e h acia esos ignotos territorios. Est as 1nás, un a sum ersión continu a en las mism as circunstanci as
tr es posibilidad es h au sido descrit as por el autor en un y, p or lo tanto, una "parti cipación en la circunstancia " que
ensayo qu e podría servir por ventura de pr efacio a la in- <'ll modo alguno pu ede resultar ajena al signific ado que
vestiga ción pr esente 1 ; a él podrí amos re mitir , por consi- p11'da ten er cualqui er subst ancial alt eración qu e exp erim en-
l<· uno de los términos. La famili arid ad deb e ser, pu es, ~
1 Mu erte e inm ortal-idacl, 1942 ( en La ironía., la mu erte y la acl-
mfra ció n, 1946, p ágs. 55-90) . l<•ndida aquí en un sentido sobr emanera ra dical: como
1
234 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MúEHTE HUMANA 235
( aquello que hace que nada de lo que transcmre dentro d equivoco léxico habitual, el hilo de su vida quedaba
ele una misma circtmstancia pueda resultar ajeno a cual- C'Ortado por una enfermedad en modo alguno ajena a los
quiera ele sus participantes. Pero esto es, sin eluda, sólo l l •baques naturales de una existencia que, por h aber al-
el aspecto formal ele esta comunidad y en modo alguno canzado los ochenta años, había alcanzado asimismo su
puede explicarnos el carácter concreto de ella. Este carác- esperado límit e. Así, pues, una muerte de esta índole de-
ter se revela, sin duda, por medio de una dimensión más bía aparecer como algo "natural" , más propio para des-
profunda que la del mero "no poder dejar __de tener que pertar resignación que para causar sorP'·esa. Y, sin embargo,
ver con . .. "; en la relación familiar hay asimismo, y en -~uando se atendía al hecho de esta muerte había algo que
una mayor proporción todavía, un efectivo participar en las nos la hacía, por encima de todo, extraña. Por un lado , se
experiencias ajenas y una todavía más efectiva participa- trataba de un desenlac e cuya "natma lidad" no podía ne-
ción en experiencias com1mes. No, ciertamente, porque lo garse . Por el otro, era un hecho que había que declarar
que experimen ten los dos miembros de la relación sea '1o "imposible". Tal es conh·apuestas experiencias convivían en
mismo", sino porque es la misma la fuente que da lug ar a rma unidad radical: la de la experienc ia de la muerte de
las experiencias. D e ahí que cualquier acontecimiento que w1 "pró jimo" que, además, era, en ei mentado sentido del
afecte a la persona misma de esta comunidad sea realmente vocablo, absolutamente familiar a nuestra vida. Porque lo
decisiva para la ob:a. En oh·os términos, el acontecimiento que sucedía, era, desde lu ego, la inevitable sitnultaneic;ad
p ersona l revierte sobre la persona misma que convive esté de dos concepciones del morir que en modo alguno podrnn
acontecimiento. Nada de extraño, pues, que cuando el acon- separarse. La avanzada edad de la persona hacía prever,
tecer sea la muerte haya en la persona que sobrevive algo sin duda, su fallecimiento. Más aun. Tal fallecimiento po-
más que el mero "asistir" a la desaparición del que fallece. día considerarse siempre como "inmin ente", porque se iba
Pero sería erróneo creer que este algo más está compuesto interponiendo siempre a la vida que penosamente avanza-
exclusivamente del dolor, de la angustia o de la congoja. b a una especie de pantalla que representaba la imposibi-
En último término, éstas pueden presentarse en todos los lidad biológica de seguir existiendo. Mas tal previsión de
casos sin que por ello hayamos de incluir a la persona fa- la muerte ajena era, por lo visto, sólo una previsión que,
llecida dentro del cfrculo familiar a que hemos hecho re- transpu esta al lengua je racional, nos repetía que la inmi-
ferencia. Lo que ocuue al morir el familiar es algo que nencia del fallecimiento era inevitable. Junto a esta pr evisión
ha siclo desencadenado, no 'por el acontecimiento en el había, no menos vigorosa que ella, la sospecha de que el
instante de producirse, sino por la misma vida que había desenlace no había de ten er lugar en un determinado mo-
existido hasta entonces sumida en esa relación comunal. mento. Sólo, en efecto, previendo la muerte para un mo-
En el caso que tan apresuradamente intento describir, la mento determinado, podía presentarse sin sorpresa. El
muerte había smgido, por lo demás, bajo su aspecto menos "haber podido tener lug ar oh'o día", que resuena en el co-
inesperado . En primer lugar, la persona había fallecido al razón del hombre en cada una de las ocasiones en que
llegar a su plena vejez; en segundo término, y para emplear alguien querido fallece, desmen tía, pues, toda pr evisión, pues
236 EL SENT IDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 237
el pocler v1vir algunos instant es más no estaba , desde lu e- 110 era debida , sin embargo, a que el dolor de la desapari-
go, excluíclo. Así, la mu erte del familiar suscitaba a la vez ción nos anonadase. Había, sin duda , un anonadamiento, pero
la resignación ante lo in evitable y los comienzos ele una t'ra un anonadamiento que se hall aba más acá del dolor ,
extrafia rebeldía. La prim era se apoyaba en una ei.1)ed en- sustentando todas las posibilid ade s de dolor , así como to-
cia inm ediatam ente b·ansformacla en razonamiento; la se- das las posibilid ade s de la actitud resign ada. Así, lo qu e
gunda se basaba en un razonamiento qu e bi en pronto daba pr imariam ente nos hacía .sentir aquel desenlac e era la ex-
lug ar a una exp eri encia. Mas esta ei.1)eriencia segunda al- trañ eza y, a la vez, la "fatalidad " de vernos "cercena dos",
canzaba, paradójicamente, esh·atos más hondos que aq ue- como si aquel ajeno morir fu era, al mismo tiempo, el morir
llos de qu e la prim era brotaba. Pu es el "h aber podido tener ele algo esencial de nosotros mismos. Al fall ecer el familiar
lugar otro día" en qu e prim eramente reparamos nos hac e sentíamos, en efec to, que tambi én una p art e de nuesh ·a
sentir de inmediato la radical exh·añeza de una muerte vida se nos iba. Esta huíd a de nu estra vida no era, sin
qu e no era, en el estricto sentido del término, absolutam en- embargo , tan sólo el result ado de un recuerdo por medio
te necesaria. No import aba , pu es, qu e tal necesidad se en- del cual reparásemos en qu e se habían desde aqu el mo-
contrara al final de la vida; bast aba para el caso pr esent e mento suspe ndido todas las posibilid ades de un a futura con-
qu e este final fu era ind eterminado p ara qu e no pudi ésemos vivencia. Lo que desapar ecía en nosotros era algo más que
considerarlo como inexorabl e. el recuerdo y algo más tamb ién qu e un conjunto de futu-
Pero estas experiencias de la mu ert e del familiar no era n ras posibilidad es : era algo qu e nos p ert enecía en la misma
todavía, como nosotros p edirnos qu e lo sean, realm ente alec- exacta medida en que nu esh·o vivir había consistido, en un
cionadoras. Para qu e así ocmri era se necesitab a algo más muy pri ncip al fragmento, en aquel convivir inint err umpido .
qu e la simultánea pr esencia ele una resignación y de un Pues la persona 110 es, desde lu ego, una mónada o, si se
dolor , de un razonamiento conducente a la exp eri encia y quiere, siendo un a mónada es, de man era esencial, una mó-
ele una experiencia engendradora de razonamiento. La per- nada qu e tiene ventanas. Así, lo que se producía en nu es-
sona fallecida no era simpl ement e "alguien que fallece". tra vida era reahn ent e un vacío; nos sentíamos vaciados,
En virtud de la familiaridad exp erim ent ada y postulada, porqu e nos sentíamos solos frente a la mu ert e, aunque en
su morir arrastraba no sólo su persona, sino, además, y en un a soledad distinta del mero hecho de no hall arnos acom-
un sentido mucho más profundo del que pu eda par ecer a pañ ados. Esta soledad hundía sus raíces en un orden más
prim era vista , nuesh·a propia p ersona. No se trat a, natu- profundo del meramente ,social o psicológico , porqu e nos
ralmente, de qu e tambi én nosoh ·os muriésemos. El morir revelaba uno de los estr atos fundam ental es de nu estra exis-
no es simplemente un sentido que poseen las cosas, sino tencia y estaba , para decirlo con el vocabulario hoy co-
que es, además, e in evitabl emen te, un hecho . Pero esta múnm ente aceptado, radicada en el orden existencial. La
no particip ación nuestra en el efec tivo morir del familiar soledad se nos descubr ía como una de las maneras del ser
no imp edía qu e hubi ese en nosotros algo que tamb ién hum ano, una manera por la cual, en vez de sentirnos sim-
efec tivam ent e muriese. Tal participación en el ajeno morir plemente segrega dos del contorno , estábamos solos con el
238 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 239
contorno. Esta soledad era, en ob·as palabras, lo que po- p111· Loclns sas cosas que constituyen, según lo había lla-
dríamos llamar, con un a expr esión qu e sólo qui en ha po- 111ido ya n otra ocasión, "la circunstancia de la p ersona
seído la mentada experiencia pu ede debidamente compren- 11111•rtuº'. Esta circunstanci a no es ahora sólo un conjunto de
der, la soledad ant e la 1nuerte. Así, era la misma mu erte 1111 dos , sino, y sobre todo , un conjunto de significacion es.
la qu e se nos pr esent aba ant e nosotros sin velos, absoluta- :11
cl11w rn de las cosas y de las personas nos designa y se-
ment e pr esent e, alojada en el vacío qu e el anonadanú ento 111dn ,r ctivamente la vida de la persona mu erta; nos re-
hab ía producido. Al morir el familiar experim entábamos , 1•1wrda un a vez más el hecho de qu e haya habido tal mu erte.
por consiguient e, la pr esencia de la muerte, porqu e era t 11 r eso la clisgr egación efectiva de estos objetos repr esen-
ella misma y su mist erio la qu e rozaba las más vivas raíc es l 1111na confirma ción del fall ecimiento y, más aun , una repro-
de nu estra vida. La muert e se nos inst alaba de man era de- d11N·i,cínde este fall ecimiento. Los objetos qu e rod eaban al
cidid a en nu estro propio coraz ón, y el ajeno morir se iba 11111 c·rto p erm anecían, efectivamente, sin centro , p ero la in-
convirti endo simpl ement e en aqu ello qu e había podido t•xislcncia de este centro estaba, en cierto modo, sustituida
desencad enar esa invisibl e y a la vez casi tangibl e pr esencia por I hu eco qu e habí a dejado su ausencia. Al disgregarse
de la mu erte. dt· modo definitivo la circunstanci a ele la p ersona mu ert a
Est a mu ert e del familiar no qu edaba , sin emb argo, ago- S<' disgrega para nosoh ·os esta persona , porqu e se desvanece,
tada con las experiencias descritas. En rigor, el familiar jt111 to con ella, la refer encia continua, apacigu aclorament e do-
era , como toda p ersona, algo qu e poseía un contorno , una lorosa, a sus hu ellas.
realidad a la qu e estaba indisolubl emente adscrito un El fallecimiento "natur al" del famili ar nos ponía ele este
mundo . Est e mundo no estaba constituído , como es natu- modo en pr esencia de la mu ert e, pero esta pr esencia corría
ral, sólo por los objetos qu e lo rod eaban. Pero eran preci- siempre el p eligro de sentirs e desplazada por el dolor que
sament e estos objetos los qu e de más tangible man era nos •l acont ecimiento había producido . D e ahí qu e pudi éramos
revelaban la adscripción mencionada. D e ahí que , jw1to •nunci ar sin excesivo riesgo qu e el anonadami ento no equi-
a lo qu e habíamos visto ya en el inst ant e del fall ecimiento, valía exactam ent e a un aleccionami ento . D e hecho, en la
se sobrepu siera una visión no menos esencial para la com- muert e del familiar vemos sobr e todo , más acá de nu esb·o
pr ensión del sentido de esa mu erte; al morir la p ersona dolor, nu estro vacío, de tal suert e qu e sólo una reflexión
par ecían morir asimismo los objetos y las personas que ro- ult erior y muy alejada de su primitiv a fu ent e nos permit e
deab an al cadáver, de tal suert e qu e desde el instant e del entend er lo qu e realment e significaba para nosotro s aqu e-
desenlace se producía una disgr egación no menos tenaz lla mu ert e. Bien distinto es, en cambio, el caso de la expe-
porqu e pareciera más lent a. Tal disgr egación obedecía, sin riencia de la mu ert e ajena cuando ésta mu erd e sobre algui en
duda, al hecho realment e primordial para todas esas reali- desconocido , sobre alguien a qui en al parecer sólo remo-
dad es qu e habían rod eado al mu erto: el p erman ecer desde tament e pod emos calificar de "prójimo ". Es lo qu e le ocu-
ahora sin centro , como desligadas y, por lo tanto , como di- rrió al qu e estas lín eas escrib e cuando , en el curso de un a
sueltas. D e ahí la afección particul ar qu e se nos despi erta sangri enta jornada, vió caer, segado por una bala , el cuer-
240 EL SENTIDO DE LA MU E11TE LA MUERTE HUMANA 241
po, apar entemente sólo el cuerpo, de un hombre. La des- sino una lección: la muerte de ese prójimo innominado nos
ap arición de esta vida desconocida pod ía produ cir, sin dud a, ha cía pr egunt arnos, ant e todo, por qu é motivo era justifi-
una congoja, p ero, en todo caso, era una congoja esencial- cado qu e una vida qu edara violentam ent e trw rnada por un a
ment e distinta de la qu e tenía lugar cuando el fan:riliar ausa y, de consigui ent e, para qu é se producí a ese al mis-
moría . Al ver derrumbarse la vida ajena nos sentíamos acon- mo tiempo inesperado y esp erado truncami ento . Pu es, sin
gojados , pero no acaso vaciados, y lo qu e hallábamos ocu- duda, lo qu e p1imerament e se veía de aquel morir era su
pando el hu eco de nuestra desolación era algo distinto de aparición súbit a en el ámbito de una existencia, la cual
aqu el anon adami ento qu e nos había colocado simultán ea- sabía acaso qu e le iba en su compromi so de luch ar la po-
mente en pr esencia de la mu erte y del dolor pm: ella pro- sib:ilidad de que el combat e le acarr eara la mu ert e, p ero
ducido . La visión del prójimo cuya vida había sido tan sabía a la vez qu e esta mu erte aparecía en su existir corno
violent amente segada nos colocaba , en cambio , en pr esencia algo qu e lo cercenaba, por así decirlo, ant es de ti empo e
de la mu ert e, mas, en todo caso, sin el dolor concomitant e. inrnaturament e. D e este modo, la pr esencia de la muert e
Lo que allí veíamos era, ant e todo , no un p asado qu e había ajena nos colocab a ante algo más que ant e el propio e
llegado a su cuhnin ación, sino una pr esencia qu e, en cierta int erior anonadamiento: nos ponía frent e a una dramática
man era, se p erpetuab a. El asp ecto qu e ofrecía la vida segad a int errogación.
era, por otro lado, el más a propó sito para dar verosimilitud La muerte del pr6jimo desconocido era, por este motivo ,
a esta imag en: el hombr e caído tenía , en efecto , el asp ecto de la muerte del mártir, es decir , la del testigo. Si tambi én del
una estatua. Su vida había sido truncada en medio de un a familiar pod emos decir que testimoniaba algo, semejante
lucha y, por lo tanto, en aqu el pr eciso momento en qu e con testimonio aparecía siempre como velado y encubi erto por
mayor pot encia se manifestaba. Porqu e, sin duda, y pr escin- la misma "naturalidad" del desenlac e. El familiar qu e moría
diendo de cualesqui era otros cont enidos qu e en su existencia testimoniab a a lo sumo la pr esencia inevitable de la mu er-
pudi eran alojars e, ese hombr e se había pr ecipit ado a tma te, pero no todavía la cuestión ele pm qu é era justificado
lucha con la esperanz a de salir de ella y con la anticipación que el morir apar eciese truncando el curso aun en ascen-
de la posibilidad de qu edarse en ella. Esta doble perspec- so ·de la vida. En cambio , con ese innominado morir se
tiva se manif estaba , sin ningún género de dud as, en la mis- nos pres entaba la mu ert e como algo qu e necesita esen-
ma actitud asumida en el instant e del tránsito: la prim era cialmente una explicación. La mu ert e necesitab a expli-
se veía en el crispami ento de la mano sobre el arm a; la se- carse, porque surgía en el instant e en qu e, aun esperada ,
gunda , en la revu elta serenidad del rosh·o. Serenidad y o, mejor dicho , aun concebida como posibl e, terminaba con
crispami ento aludían, en efecto, a esa dualidad sobre la una vida cuyas posibilidad es eran tod avía infinitas o, si se
qu e el hombr e, por el hecho de comprom eterse a la luch a, qui ere, indeterminadas. Por eso ant e dicho morir teníamos
cabalg aba. D e ahí la impr esión qu e su caída producía: la qu e formular la pr egunta del "¿para qu é?", pr egunta, cier-
de ser algo a la vez esperado e impr evisible. Lo qu e se tamente, mucho más esencial y fundam ental que el mero
desprendía de esa muerte era, por lo tanto, no uri vacío, "¿por qu é?", ya qu e este último mu erde solamente sobre
242 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA M UERTE HUMANA 243
las causas posibles del morir en tanto qu e la prim era se 11w11t desazonados. Por un lado, esa muerte nos par ecía
11(1r, como ya habíamos señalado, mucho más qu e un ano-
r efiere a lo qu e pu ede dar un definitivo sentido a aqu ella
mu ert e. Así, la visión de dicha mu ert e par ecía remitirnos 1111d amiento , un a lección, y por ello mismo par ecía qu e nos
de inrne~liato a la causa ant e la cual el acto de morir t es- podía proporcionar , cuando menos en una bu ena part e,
timoniaba. Y ello de tal suert e, qu e, si pros eguíamos el <'S<' sentido del ajeno morir qu e buscábamos cuando nos
curso de los primitivos razon amientos , par ecía qu e sola- liaMamos plant eado las posibilid ades qu e se despr enden
ment e la bondad o la mald ad de t al causa nos pod ía ex- el · las exp eriencias del morir del prójimo . Por otro lado,
plic ar o, mejor dicho, justifi car la ap arición de tal mu erte. y en vútud de radi car uno de sus sentidos en esa p er-
Podíamo s pensar, en suma, qu e una causa "bu ena" era mo- fecta ad ecuación de una causa con el Íntin10 convencimien-
tivo más qu e justifi cado para qu e se habl ara , aunqu e fuese to de qu e ella repr esent aba p ara la vida cesada su sentido ,
en t érminos profano s, de una "bu ena muert e". Y, sin eluda, teníamos qu e reconocer qu e la ignorancia en qu e nos ha-
el acto del morir no es en modo alguno ajeno a la causa llábamos con resp ecto a la p ersona misma nos vedaba la
ant e la cual, para seguir con nu estro ant erior vocabul ario, comp1:ensión del sentido de esa mu ert e. Pero a la vez qu e
se testimonia. En otros términos, y como tendr emos oca- ocultarnos el sentido de una mu ert e particular , esa víctima
en efecto, como oculta en el corazón ele la imposible res- se int erpon e a la vez aquello que pu ede destruir esos com-
pu esta y nos manifestaba una vez más qu e era el sentido ponentes de la existencia humana. En este mom ento qu edan
ele la mu ert e y no el h echo de la mu ert e misma lo que demolidos todos los edificios provisionales , todos los pro-
plant eaba nuesh ·a angustiosa interrogación. 1cctos, y por eso la imag en prim era qu e del hombr e se nos
Las e~periencias de la mu erte ajena nos revelan, por lo tan- presenta es esa impot encia ante la muerte que fundam enta
to, algo que no habría podido jamás explicarnos oh·a forma la posibilidad de toda nihilidad y de todo desamparo. Aho-
ra bi en, lo que fundam enta la posibilidad de la insignifi-
de comprensión de la muerte; nos dicen que solamente cono-
ancia esencial de la vida es, paradójicam ent e, lo mismo
ciendo el sentido qu e tenía p ara el prójimo la mu ert e poch-á
que hac e posibl e la superación de esa nihilidad radical. La
ésta alcanzar, junto con una justifícación, una explicación
mu ert e surg e, en efecto, como lo que aniquila todo proyecto,
adecuada. Pero al mismo tiempo que revelarnos esta posibili-
pero, a la vez, como aquello -sin lo cual ningún proy ecto
dad, _nos la cerc enan , porqu e, en verdad , es justam ente aquel
podría jamá s pos eer el menor sen tido. Acont ece esto, en
sentido el qu e perman ece para nosoh ·os constitutivamente
primer lugar , en virtud de los supuestos, anteriormente men-
velado. La mu erte apareció en los h·es casos como algo qu e
tados , según los cual es la finitud le e~ esencial a una reali-
h-m1caba una vida: en el prim ero, una vida que hubiese
dad para llega r a ser significativa. Pero no sólo por ellos.
podido morir oh·o día; en el segundo, una vida indudabl e-
Pu es, en rigor , aquí no se trata simpl emente de un carác-
mente ascendente; en el t erc ero, unas vidas en las qu e 111
ter formal qu e podríamos calificar de finitud o Hmitación,
siquiera existía una previa conformidad con la posible in-
sino del rasgo más concreto qu e pos ee la vida humana:
t erposición de la muerte. Así, el morir nos aparec e para
el de estar int eriorm ent e limitad a por una termin ación qu e,
todos ellos como esencialmente desprovisto ele sentido. Pero
además, pos ee la inquietant e condición de ser constituti-
esto es sólo, ciertamente, una apariencia. Si consid erarnos
vamente inci erta. Por eso la mu erte clesh·uye de raíz la
la mu ert e no sólo como un hecho qú e corta el llamado
insignificancia ontológica de la p ersona , otorga a la perso-
hilo de la vida , sino como algo qu e pertenece a la vida
na una hasta entonc es no vista dignidad y, desde lu ego,
misma, formando su exhemo límit e, entonc es el morir será
una extraña y no usada nobl eza. Al aparecer la mu erte
en cada caso algo qu e nos p ermitirá revertir sobre la vida,
qu eda elevado a testigo, a mártiT, no sólo aquel qu e t esti-
llenando a ésta y a su mu ert e de sentido. En primer lugar,
monia , sincerame nt e o no, ante una causa, sino todo el qu e
y ante todo, la mu erte destruy e lo qu e, sin ella, habría
fallece . La causa es aquí, emp ero, no aquello por lo cual
p erdurado en la p ersona: su insignificancia, su ontológica
se mu ere, sü10 la vida misma . El moribundo es, en otros
nihilidacl, su radical desa mparo. No ignoramos qu e éstos
son únicam ent e constituyentes parcial es ele la vida y que
términos, aquel cuyo morir por algo ha sido sustituído por )
un morir su propio e inh ·ar1sferibl e vivir.
jwJto a ellos hay qu e subrayar los elementos opuestos o
Sólo por esto pu ede decirse qu e al aparecer la mu ert e se
compl ementarios: la alegría de vivir, la confianza. Pero
desvan ece toda posible ignominia de la vida y que toda
alegría de vivir y confianza qu edan disueltos pr ecisamente
vida fallecida es, cualquiera qu e hayan siclo sus cont enidos,
en todos los instant es en que, al int erpon erse la muerte,
248 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 249
esencialm ente nobl e. La mu ert e da, en efecto, un sentido 1·llos, por muchos motivos particularm ent e esclarecedor es.
a toda vida. Al limitarl a, por lo pronto int eriorment e, le lJ 110 •stá situado al final de la antigüedad: es el de San
otorga la posibilid ad de su terminación , pero al terminarla g 11stín . El ob·o está colocado en pl ena época nu estra: es
hac e algo más que "cortar su hilo" . El '11ilo" no qu eda cor- t•l ele André Cicle. Se dirá que estos dos espíritus no tienen
tado, en prim er lugar porqu e no había '1illo", y en segundo 11penas nada que ver entre sí. Y, sin duda, hay entre ellos,
término porque, aun de haberlo, se podría decir que ha 1·11muchos puntos, un casi infranqueable abismo. Pero esto
qu edado de nu evo, tras hab erse extendido hast a lo máximo, n a sub raya r tanto más esa concordancia en lo qu e pu e-
definitivam ente arrollado. Pero pr escindamos ahora de una dan revelarnos acerca de sus propias experiencias ele la
cuestión sobre la cual sólo podr emos insistir ult eriorm ente. 11111 rt e ajena.
Lo qu e más nos int eresaba era mosb·ar en qu é medida Si atend emos a lo qu e nos -dice San Agustín , en el libro
las exp eriencias de la mu ert e ajena no son en modo alguno IV de las Conf esiones, en torno ~ la mu erte de su amigo
ineficac es para un a int elección cabal de uno de los as- ele Tagas ta, advertiremos, ante todo , qu e este hecho le hizo
p ectos esencial es de la mu ert e. Ahora bien, estas experien- cont mplar toda la realid ad desde el punto de vista de la
cias no necesitan lin1itarse a las que el autor posea o muerte o, si se qui ere, como algo ent eram ente sumido en
a las que, enb·e todas las cont empladas , le hayan pare- 1·lla. "Todo lo qu e miraba -nos dice- era muert e".1 Esta
cido más suscep tibl es de cabal aleccionamiento. En verdad, t•xpresión es, emp ero, algo más que una mera fras e retó-
no sería posibl e eliminar aqu ellas revelacion es que sobre ri ·a. La mu erte se le aparecía corno la categoría más uni-
un tan fascinante asp ecto nos han sido proporcionadas por versal justam ente porqu e "todo lo qu e con él había vivido
algunos espíritus p articularm ent e sensibles para exprimir s , convertía , sin él, en tm ab·oz sufrimiento". Mas si las
todas las posibilidad es de semejante exp eriencia. Podríamos ·osas se le aparecían como odiosas una vez vaciadas de su
enun ciar, desde luego, qu e lo que estos espíritus nos reve- amigo, esto era porqu e ( como, por lo demás, Landsb erg
laran habría ele ser bastant e más p enetrant e qu e lo que el lia puesto debidam ent e de manifi esto al analizar estos mis-
autor de estas lín eas podría derivar de sus propias expe- 111ospárrafos 2 ) la mu ert e del amigo no era una mera
riencias. Y, en efec to, así lo comprobamos tan pronto como ausencia, sino aqu ella forma de desapar ecer absolutamente
damos una breve ojeada a lo que se ha escrito sobre este d istinta a la qu e tenía lugar cuando, dmant e la vida, había
tema . No pod emos, sin eluda, hac er una historia, ni siqui e- la posibilidad de anunciar qu e la p ersona ida regresaba.
ra apresurada, de tal es manifestaciones. Ello saldría ele] l•:sto ser ía, natm almente, si se limitara a comprobar lo que
marco de nu esb·a investi gación y entrarí a más bien en el 1111l cede, una m era p erogrull ada. Pero lo qu e hac e San
de una prolija historia de la id ea de la mu ert e. No deses- g11stín no es sólo comprobar la desaparición definitiva de
peramos de hac erla algún día. Pero ahora nos cumpl e ele- la p ·rsona fallecida. Por el conb·ario, y no obstante el dolor
gir solamente algunos casos en qu e de más transpar ente 11ll11ndosamente manifestado, la mu ert e del amigo se le va
man era se nos haga pat ente la r ealidad y la significación 1 Conf., IV, iv, 9.
del tránsito. Vea mos, en efecto, lo que ocurre con dos de ~ Expe1'iencia de la muerte ( trad . esp., 1940), págs. 92-98.
248 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUEHTE HUMANA 249
esencialm ente nobl e. La muerte da, en efecto, un sentido ellos, por muchos motivos particularmente esclarecedores.
a toda vida. Al limitarla, por lo pronto interiormente, le Uno está sihrndo al final de la antigüedad: es el de San
otorga la posibilidad de su terminación, pero al terminarla Agustín. El oh·o está colocado en plena época nuestra: es
hace algo más que "cortar su hilo". El "hilo" no queda cor- el ele André Cicle. Se dirá que estos dos espú-itus no tienen
tado, en primer lugar porque no había "hilo", y en segundo apenas nada que ver entre sí. Y, sin eluda, hay enh·e ellos,
término porque, aun de haberlo, se podría decir que ha en muchos puntos, un casi infranqueable abismo. Pero esto
quedado de nuevo, tras haberse extendido hasta lo máximo, va a subrayar tanto más esa concordancia en lo que pue-
definitivamente arrollado. Pero prescindamos ahora de una dan revelamos acerca ele sus propias experiencias de :la
cuestión sobre la cual sólo podremos insistir ulteriormente. muerte ajena.
Lo que más nos interesaba era mosh·ar en qué medida Si atendernos a lo que nos dice San Agustín, en el libro
las experiencias de la muerte ajena no, son en modo alguno IV de las Confesiones, en torno a la muerte de su amigo
ineficaces para una intelección cabal de uno de los as- de Tagasta, advertiremos, ante todo, que este hecho le hizo
pectos esenciales de la muerte. Ahora bien, estas experien- contemplar toda la realidad desde el punto de vista de la
cias no necesitan limitarse a las que el autor posea o muerte o, si se quiere, corno algo enteramente sumido en
a las que, entre todas las contempladas, le hayan pare- ella. "Todo lo que miraba -nos dice- era muerte".1 Esta
cido más susceptibles ele cabal aleccionamiento . En verdad, expresión es, empero, algo más que una mera frase retó-
no sería posible eliminar aquellas revelaciones que sobre rica. La muerte se le aparecía como la categoría más uni-
un tan fascinante aspecto nos han sido proporcionadas por versal justamente porque "todo lo que con él había vivido
algunos espíritus particularmente sensibles para exprimir se convertía , sin él, en un atroz sufrimiento" . Mas si las
todas las posibilidad es de semejante experiencia. Podríamos cosas se le aparecían como odiosas una vez vaciadas de su
enunciar, desde lu ego, que lo que estos espírih1s nos reve- amigo, esto era porque ( como, por lo demás, Landsberg
laran habría de ser bastante más peneh·ante que lo que el ha puesto debidamente de manifiesto al analizar estos mis-
autor de estas líneas podría derivar de sus propias expe- mos párrafos 2 ) la muerte del amigo no era tma mera
riencias . Y, en efecto, así lo comprobamos tan pronto como ausencia, sino aquella forma de desaparecer absolutamente
damos una breve ojeada a lo que se ha escrito sobre este distinta a la que tenía lugar cuando, durante la vida, había
tema. No podemos, sin dud a, hacer una historia, ni siquie- la posibilidad de anunciar que la persona ida regresaba.
ra apresurada, de tales manifestaciones. Ello saldría del Esto sería, nahualmente, si se limitara a -comprobar lo que
marco de nuesh·a investig ación y entraría más bien en el antecede, una mera perogrull ada. Pero lo que hace San
de una prolija historia de la id ea de la muerte. No deses- Agustín no es s6lo comprobar la desaparición definitiva de
peramos de hacerla algún día. Pero ahora nos cumple ele- la persona fallecida. Por el contrario, y no obstante el dolor
gir solament e algunos casos en que de más h·ansparente abunclosamente manifestado, la muerte del amigo se le va
manera se nos haga pat ente la r ealidad y la significación
1 Conf., IV, iv, 9.
del h·ánsito. Veamos, en efecto, lo que ocurre con dos de '2 Expe1'iencfa ele la mue1te ( trad. esp., 1940), págs . 92-98.
250 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HU :MANA 251
convisti endo poco a poco en un hecho del cual pr ecisa qu e esa mu ert e debe poseer, con el fin de pod er explicars e,
deducir toda su significac ión metafísica. El primer resulta- algún sentido, y el hecho de qu e San Agustín la hall e, por
do qu e proporcion a la reflexión sobre ella es, pu es, el de lo pronto, desprovista de él no qui ere decir, por cierto, que
pres entar al hombr e, a toclo hombr e, bajo la inci ert a luz el sentido no exista, sino qu e solamente podrá comprender -
del mist erio. Conv ertirse a sí mismo en magna cuestión, se cuando , de acuerdo con el supu esto mismo de las Con-
llegar a ser para sí un gran enigma es, entonc es, algo muy f esi.ones, se haya conseguido cont emplar dicha mu ert e des-
distinto de comprobar un hecho evid ente o de sentirse do- de el punto de vista del Dios verdad ero.
lorido por él; es alcanzar la raíz metafísica de un hecho Porqu e sólo entonc es los hombr es podr án ser amados
hum ano. No ignoramos qu e para San Agustín, sobr e todo como los hombr es o, por mejor decirlo, humanam ent e - hu-
en el instant e en que escribe esas páginas , no se trata tanto manít er. l Esta es pr ecisam ent e la máxima enseñanza que
de hac er pr eguntas como de confesarse a Dios.l Pero se cabe desprend er de esa experienc ia de la mu erte ajena,
trata, eviden temen te, de una confesión cuyo fundam ento enseñanza que no sería ni siqui era imaginable a menos de
radica justam en te en la posibilidad de hac er pr eguntas. supon er previam ent e que cada hombr e pu ed~ ser,_en u~
Así, y bi en qu e la exp eriencia de la mu erte humana no le momento decisivo, todos los hombres. Pu es bien, si anali-
proporcionara tod avía el acceso a Dios que tan afanosa- zarnos, con el mismo forzado ah·opellamien to, esa oh·a expe -
ment e buscaba, le ponía, por lo menos, en el camÍllo para riencia del ajeno morir qu e nos describ e Andr é Cicle, ve-
alcanzar lo. Al encontrars e con la mu erte se encontraba , en remos que m1a muy par ecida lección se despr end e al cabo
efecto, con m1 mist erio existencial , con algo qu e debía ex- de más de quinc e siglos. Cierto que Cicle comienza por
plic ar el fondo mismo de la vida hum ana y qu e lo dejaba d ecirnos que "no es esta vez la misma cosa", qu e qui en est_a
por el instant e inexplicado, porque lo único que veía de vez desapar ece es alguien "·verdadero". 2 Pero la superposi -
ella era la b·emenda injusticia de esa atrocissíma inimica . ción del amigo con el hombr e se va efectuando poco a ~oco
Por eso la mu ert e del amigo se le pr esentaba, en prim er a trav és de una serie de etapas asombrosamen te par ecidas
lug ar, corno su propia mu ert e, porqu e tambi én él se sentía, a las anteriores. La visión de la mu ert e del arnigo es asi-
según habíamos reparado al hablar del fall ecimiento del mismo anonadadora, y la serenidad con que el cadáv er es
familiar , extrañamente vaciado de su propia substancia. Pero descrito no hace sino subrayar ese inesp erado anonad amien-
esta I uerte de la mitad de la propia alma, para hablar to: "Allí está; muy p equeño, tendido sobre una gran sába-
como -Ioracio, no es sino un artificio retórico: lo qu e aquí na, vestido con un traj e pardusco ; muy recto, muy rígido,
muer e, en realidad , es, a trav és del amigo, el hombr e mis- corno atento a una llamada". 3 Sí, pero esta figura tan sere-
mo . Una vez más: lo que nos proporciona la visión de la nam ente tendida produc e en torno de sí, con una fuerza
mu ert e ajena, una vez sobrepuestos al dolor o a la congo- casi infinita , un enorm e vacío. Toda la descripción del dolor
ja, es una lección de la cual se deriva la entrevisión de 1 Conf. , IV , vii , 12.
2 M ort de Charles Lou.is PhUi.ppe (Journal , 1909, ed. L a Pléiacle,
1 Conf. , IV, vi, 11: Non ením tempus q11a
erendi ·nu-n.c est, secl con- 1939, pág. 278).
fit encli tibi. a Op. cit., pág. 280.
252 E L SEN TIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 253
ajeno , los ojos secos o húm edos, los labios sellados o extra- desaparec er: el mu erto podía ser un familiar, un amigo, un
ñam ent e anh elosos de un int erminable monólogo entrecor- desconocido; podí a p erecer ele enfermedad , en una luch a,
tado , la firm eza o el abatimi ento no ha cen sino subray ar por una catástrofe ; podía inclusiv e morir adolorido o, como
ese desplazami ento de la persona qu e ya nunca más vuelv e. los "lib ertinos " del siglo xvm estimaron paradigmático para
Y, junto a ello, y una vez más, el int ento de sustih1ción la "bu ena" mu ert e, alegre, arrog ante y hasta decidor e iró-
ele la p ersona por la circunstancia ele la p ersona: esta casa nico. En todos los casos, la muert e surgía como algo que
era su casa; este pu eblo era su pu eblo; esta mesa era la debía cumplir un sentido, como algo qu e no s rev elaba pr e-
mesa dond e él trabaj aba. Ciertam ent e, el amigo fall ecido cisament e este sentido, y no sólo para la vida particular
no era simplement e un hombr e que fall ece, no sólo por tra - que fall ecía, sino para todos los hombr es. D e ahí qu e, se-
tarse "esta vez" de "algui en v erdad ero", sino tambi én, y gún h emos apunt ado, la p ersona ida se trasc endi ese a sí
sobre todo, porqu e ninguna p ersona, y menos de tal con- misma, porqu e, cualqu ie ra qu e fu ese el cont enido especí-
dición , puede ser definida de otro modo qu e p erfilándola. fico de su vivir, qu edaba radicalm ent e destruída su insig-
Las pal abras de Cicle a este respecto no ofrec en la menor nificancia . Por eso pod emos enunciar _ sin temor a equivo-
duda: "No admiro sino mediocrement e a quienes no sopor- carnos qu e, aun truncando la vida, la muerte apar ece como
tan qu e se les p erfil e, a qui enes se deforma mirándol es de el cumplimi ento de ella. No oh·a cosa, en efecto, qu eríamos
sesgo. Se podía examinar a Pl1ilippe en todos los sentidos; dar a ent end er cuando, en una ocasión anterior , resumía-
a cada tmo de los amigos , de los lector es, par ecía uno, p ero mos la lección derivada de las experiencias de la mu erte
ninguno de ellos veía al mismo".:I. Así, la persona ida era, ajena de una forma qu e sólo la r eproducción textual pu ede
en efecto, un,a p ersona y, como tal, insustituible. Pero esta evitar su fals eamiento: "Lo que nos tiene qu e decir la
' p ersona , por su misma individu alidad irr eductibl e, llevaba mu ert e cuando estamos frent e a ella es esto: la esencial no-
en sí misma algo que desorientaba y sorpr endía, es decir, bl eza de la vida qu e siega, aun de la vida qu e dmante su
"~lgo qu e duraba". Ahora bien, era esta duración , suscep- vivir menos nobl eza ha mosh ·ado. E:l velo qu e tiend e la
tibl e de p erman ecer intacta a trav és de los tiempos , cuando mu ert e sobr e su víctima es un velo a la vez terribl e y noble;
n;enos ~i entras subsisti ese el humano recuerdo , lo que ha- es el velo por el cual llegamos a comprend er que la existen-
cia posibl e para esta p ersona singul ar el trasc end erse con- cia cesada ha cumplido, aun sin haberlo realizado, su des-
tinuam ent e a sí misma. La m ue rt e del amigo podía ser tino. Pues cumplir el propio destino es no sólo hacer lo qu e
tambi én, pu es, la mu ert e del hombr e. No porque al morir t enemos qu e hacer en nu estra vida, sino tambi én y muy
algui en mmi ese un ser ind eterminado , sino porqu e la vi- especialm ent e hac er lo qu e t enemos que hac er cuando esta
sión de su morir producía siempr e, cual esqui era qu e fu esen vida, por consunción biológica o por accident e, está cond e-
las circunstancias en qu e se producía y su p eculiar forma, nad a a terminarse. Al morir realizamos el acto supremo de
la misma impr esión qu e nos hacía rebot ar ele continuo sobre nu estra existencia en los dos sentidos de este término: su-
el sentido ele la mu ert e. No importaba, pu es, la m anera de pr emo, porque se halla en la cima de esta vida , al final de
1 Op. cit., pág. 287. ella; supr emo tambi én, porque con la muert e, con toda
. 254 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 255
mu ert e, aun la más inesperada e inm atura, se hace com- lo pronto , como un "ser para la muerte". El morir human?
prensibl e nuestra vida , y entonces todos los mom en tos ele es, pu es, algo para lo cual la vida exist e, y el ser de la reali-
ella qu edan impregnados con la claridad del mediodía. El dad humana sería entonc es un ser para su propio fin.
r esp eto a la muerte, ent endido corno el respeto a la persona Y, en efecto ' cuando del vivir humano se trata no pod e-
fall ecida en general, sea amigo o enemigo, familiar o ex- mos negar qu e esta su caracterización negativa no muer -
traño, es, a mi entend er, primariam ente , el respeto a esta da decisivam ent e sobr e su estructur a. Porqu e el "ser para
nu eva nobl eza qu e la vida cobra cuando la mu er te ha pas a- la mu ert e" no designa simpl ement e, como pudi ese a prim e-
do sobre ella. Por eso el respeto al cadáver es algo más que ra vista par ecer, un estar madurando al final del cual se
la pi edad, y, desde lu ego, algo más qu e el temor qu e nos pro- enconh·ase, inevitable, la mu erte. Lo qu e más bi en ocurr e
duc e la pr esencia de lo desconocido: el respeto al cadáver es con la vida hum ana es qu e su morir es aque llo desde lo
el respeto a la misma vid a qu e ha conseguido terminars e, que cual la existencia vive. El vivir para. la mu ert e podría de-
ha cump lido, quisi éralo o no, su terre nal destino". 1 signarse entonc es como un vivir desde- la mu ert e. Mas al
Así, las experi enci as ele la mu er te ajena nos han condu- llegar a este pr eciso punto alcanzamos _asimismo aque l t e-
cido, una vez más , a la conclusión de qu e el morir humano rritorio en que la caracterización qu e nos proporcion a Hei-
no es nunca, como para la natur aleza inorg ánica , un puro degger del humano morir tiene qu e par ecernos, aunqu e
y simple cesar, p ero ele qu e no es tampoco, como para el pl ausibl e, tambi én exclusivam ente nega tiva. Si qu eremos al-
ser exclusivament e vivient e, el resultado ele un proceso ele canzar un concepto más positivo de la mu ert e tendr emos,
madm ación análogo al qu e tiene lugar en el fruto. Nadi e pu es, que abandonar el camino que H eid egger nos había
mejor qu e Heid egger, por lo demás, ha pu esto de relieve indic ad o y comenzar con aque llo que nos había pr ecisamente
este asp ecto realmente decisivo del probl ema . Ninguna de negado: con el análisis de la posibilidad de una compr e~-
las man eras del terrni11ar propias de las demás realidad es sión de la mu erte parti endo de las experi encias del prop10
pu ede caracterizar a la realidad humana , por el hecho de y del ajeno vivir.
qu e ésta no pert enece a la categoría de las cosas dadas. Atengámonos a las primeras, pu esto qu e las últimas han
La realidad hum ana no queda, con la muerte, "term inad a", sido justamente objeto ele nuesh·as pr ecedent es conside -
ni tampoco "desvanecida", ni definitivam ente "concluícla". raciones. Tanto más necesar io es h acerlo cuanto qu e, no
Por eso pod emos decir qu e "en tanto que es, la realidad obstante la mejor bu ena voluntad, ha podido rastrearse en
humana es ya su tod avía 110, del mismo modo qu e es siem- ellas un a cierta insuficiencia. En efecto, y para no mencio-
pr e ya su propio fin". 2 Así, la mu er te humana es un modo nar sino la prin cipal, la experi encia de la muerte a· ena ha
de ser absolut amente suyo, asumido por ella, y esto hasta tenid o qu e ser siempre, por esh·echa qu e fu ese la comuni-
tal punto que la vida del hombre pu ede ser definida, por dad qu e con la p erson a fallecida nos vinculara o por int en-
so que fu era el aleccionamiento que de la misma derivára-
l Muerte e inmortaliclacl, 1942 ( en La. ironía, la muerte y la admi-
m ción, 1946, pá gs. 80-81).
mos, forzosamente ajena y, de consiguiente, situada en una
2 Sei.n und Zeit, I '~ 193,5, § 49, pág. 243. órbita qu e jamás podía coincidir con la de la propi a vida .
256 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 257
El morir del "prójimo" no era, ciertamente, como ya hemos tirse, tal conclusión no puede menos que ser excesiva. De
tenido ocasión de manifestarlo, el morir del "otro". En cier- hecho, lo que nos importa en el caso de una experiencia
to modo podríamos inclusive decir que la djstancia entre el de la muerte propia es, o bien el acto en el curso del cual
"otrn" y el "prójimo" es incomparablemente mayor que la se muere o bien la comprensión de lo que esta muerte
existente entre éste y la prop·ia existencia. Pero aun así, la puede representar para la vida. Puesta la cuestión en estos
propiedad de esta existencia es suficientemente radical para términos, y refiriéndonos, por lo pronto, al primero de ellos,
que no podamos jamás confunilirla con todo lo que no podemos plausiblemente decir que un saber acerca del mis-
seamos "nosotros mismos". Así, una experiencia de la pro- mo no es totalmente imposible. Piénsese, en efecto, en lo
pia muerte · debería completar, aproximándonos casi infini- que acune en todos los instantes en que el hombre, como
tamente a dicha realidad, lo que la experiencia de la muer- suele decirse, "ha estado a punto de morir". El automático
te ajena habría tan sólo insinuado. Pero esto es, como fácil- desencadenamiento de los . recuerdos en que algunas veces
mente puede comprobarse, un mero espejismo. En primer se ha insistido no es, desde luego, forzoso. Menos obligado
lugar, y ante todo, la muerte propia es justamente una es todavía tm sentimiento de temor o de angustia. En ver-
realidad absolutamente inexperimentable. Aunque sea a cos- dad, lo •que suceda en este instante depende decisivamente
ta de una perogrullada, debemos subrayar que no pode- de la forma misma que asuma esa frush ·ada muerte. Cuan-
mos saber nada de tal acontecimiento, puesto que él re- do ella ha podido tener lugar en un instante que requería
presenta el instante en que ya no somos y, por lo tanto, toda la atención activa del hombre, es dudoso que, excepto
aquel momento en que ha cesado, con la vida, toda posi- en un postrer momento de desfallecimiento psíquico, haya
ble experiencia. La muerte es, en suma, lo único que no podido haber en el ánimo humano algo que hacía referen-
puede ser vivido. Se dirá que hay algunos casos en que tal cia a su "actitud ante la muerte". Pero ésta se manifiesta
experiencia es factible. Pero entendámonos bien: lo que con la mayor claridad cuando, por desesperanza o sim-
resulta posible no es tanto la experiencia de la muerte como plemente por abulia, se abandona la acción destinada a lu-
la del mismo morir. Entonces el morir tendrá que designar char contra lo que parece inminente. En verdad, la lección
todo aquello que, de una manera o de oh·a, nos conduce que puede desprenderse de esas inminencias de la muerte ,
hasta el término de la muerte. El morir será, en otros tér- es siempre una lección posterior, no, claro está, porque sólo
minos, para emplear el lenguaje de los matemáticos, un ulteriormente haya la coyuntura apropiada para meditar so-
"paso al límite" que no podrá ser jamás plenamente ejecu- bre ellas, sino también porque sólo ulteriormente se pre-
tado, pues alcanzar el lúnHe significará justamente no ba- sentan, desplegadas en el tiempo y como amortiguadas,
1 her podido alcanzarlo. La vida, en efecto, no alcanza jamás aquellas experiencias que de un modo increíblemente veloz
el límite, sino a lo sumo la distancia infinitamente cercana al se apiñaron en el instante inmediatamente anterior a la
mismo. De ahí que podamos enunciar la imposibilidad de muerte. Así, el mismo temor, la misma angustia o, en al-
una experiencia de la propia muerte que no sea la de una gunas ocasiones, la resignación se reproducen, por así de-
anticipación imaginativa de ella. Pero, como podrá adver- cirlo, cuando el ánimo se dispone a meditar sobre lo que
258 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE HUMANA 259
"realmente había ocurrido". Esto nos explica, entre otras realmente insolubl e dentro de la vida misma. La efectiva
cosas, por qu é los grand es peligros, sobre todo cuando de- gravedad del conflicto o, en su defecto, la ausencia de fuer-
jan marg en para una acción combativa, no nos angustian za para solucionarlo vitalm ent e, hac e aparecer entonces la
sino cuando han pasado. Ahora bien , es tambi én justamente mu erte bajo una luz nu eva . El suicida le encu entra , en
el hecho de haber pasado lo que inclina muchas veces a efecto, un sentido a su muerte. Lo que no significa, por
considerar el acontecimiento no como un acto inminente cierto, que el encontrarle sentido equivalga efectivamente
de morir, sino simplemente como un grave peligro en el a poseer sentido . Ni siqtúera ocurre esto cuando hay, como
curso del cual pudo hab erse int erpu esto la muert e. Es lo Metchnikoff , Fr eud o algunos ob·os han supu esto, UD "ins-
que ocurre, para no mencionar sino un caso, cuando el áni- tinto de la muert e" o cuando hay ese "deseo de muerte"
mo y el cuerpo del hombre quedan como paralizados en que, según Lewis Mumford, parece cernirse sobre el hom-
ciertas cardiopatías. En virtud de la misma suspensión de bre en los instant es en qu e, p etrificada en las grandes ciu-
toda acción posibl e, la muerte aparece como más inminente dad es, languid ece su propia cultura. De hecho, tal sentido
y, por lo tanto , como más real, pero la ult erior reflexión no es enconh·ado en virtud ele una pr evia . operación reductora
hace sino confirm ar que aquello fué, ciertam ente, un "peli- por medio de la cual la vida es identificada con UD -con-
gro vencido". Así, la misma reflexión sobre las inminencias flicto determinado que h·,rnscurr e en el corazón de ella.
de la propia mu erte parece pon ernos únicamente de mani- Así, el suicida qu e se liberó de su obsesión puede luego
fiesto fos aspectos diríamos circundantes del morir , pero en darnos a conocer no sólo los fenómenos anímicos concomí-
modo alguno nos pu eden r evelar el sentido de la propia nant es con la inmin encia del u·ánsito, sino, además, algo
mu erte. Éste se nos hace pat ente casi exclusivamente, por que nos p ermit e apresar la posibilidad de qu e haya con-
extraño y paradójico que ello par ezca, sólo en aquellos cebido la muert e como capaz de dar un significado a su
casos en que la mu erte se pr esenta como algo esencialmen- vida , atmque sea, según hemos apuntado, por medio de su
te compensador de la vida. Piénsese, en efecto, en el esta- pr evia e ilegítima mutil ación.
do en que un hombre pu ede encontrarse cuando le sobre- Así, lo que inter esa primordialm ente en esta averigua-
viene un conflicto que ninguna energía vital puede com- ción concreta del morir humano es la muerte propia, pero
p ensar y que, por lo tanto , par ece pod er suprimirse única- esta muerte propia no pare ce pod er ser, por los motivos
mente con el aniquilamiento de la propia vida. En este antes expuestos, debid amente dilucidada. hora bien, cuan-
caso, la muert e aparece como un a solución, como una espe- do le negamos a la "muerte propia" ninguna posibilidad de
cie de lib eración qu e, en el ánimo del que se dispone a concepto, ello es porqu e la h emos tomado como una expe-
franqu earla, bi en vale aqu ell,a vida, inevitablemente identi- riencia impracticabl e del propio morir en vez de atend er
ficada con el conflicto. No importa, desde lu ego, para el a lo que significa, frent e al m01ir del "otro", o aun del "pró-
caso, que este conflicto sea objetivamente grande o mi- jimo", el morir que afecta a sí mismo, quí enqtú era qu e éste
núsculo; ba sta qu e sea algo qu e afecte a la raíz misma del sea. Cuando nos plant eamos la cuestión en este terreno,
concreto existir y, sobre todo, que sea algo sentido como advertimos ele inmediato qu e una indagación sobre este
LA MUERTE HUMANA 261
260 EL SENTIDO DE LA MUERTE
la menor reticencia ni equívoco, a ese hallars e la muert e en
punto no solam ente pu ede ser fecunda, sino que consti- el corazón mismo del hombre sobr e todo cuando algo a lo
tuy e tal vez el único flanco por dond e el probl ema del hu- cual el hombre había, por así decirlo, apostado la vida, se
mano morir pu ede ser con algún éxito atacado. La "pro- perdió o está supuestamente a punto de p ~rd ers~. _Lo mis-
pi edad" de la mu ert e se refiere, en efecto, al h echo de que , mo podríamos decir, aunque por motivos bien distintos, en
sea qui en sea el •qu e mu era , la madurez y la perfección el caso de Fed erico García Larca . Aquí es alguien que va,
de su morir deb erá consistir, como tantas veces se ha dicho, en cierto modo, al encuentro de la muert e, de m1a muerte
no en morir para los demás, sino justamente en morir "para no menos acechadora e inmin ent e porqu e sea más "perió-
sí mismo". El qu e fallece no debe ser, pues, un "ob·o" para dica": "Por las gradas sub e Ignacio - con tod a su muert e
él, externo a su propia p ersona , resbalando por ella como a cuestas". 1 La muerte es asimismo en este caso acarreada
por encima de una superficie. En qué forma debe enten- en el fondo de sí mismo, no como un acontecimiento exte-
derse esto ha sido, sin duda , subrayado en innum erabl es rior y circunst ancial, sino como algo qu e el acont ecimiento
ocasion es. Pr escind amos por ahora de las que afectan a la externo no hace sino desencad enar, llevando , como causa
filosofía y refirámonos ú1úcament e a las que han sido pues- eficiente, a la realidad lo qu e en la posibilidad ya existía.
tas de relieve por la intuición poética . Es sabido, en efecto, Pero aquí tambi én, como en la metafí sica aristot ~lic_a,_el
qu e en diversos momentos ele la historia y con los más acto prima sobre la pot encia y es, desde lu ego, mfmita-
varios acentos se ha puesto de manifiesto esa mismidad mente más real que cualquier causa. En ambos casos, pu es,
de .la mu ert e, nec esaria para que sea realm ente propi a. lo mismo que sucedía con el citado frag mento de Vauve-
Como dice acertadam ent e Vauvenargues, refiriéndose a su nargues, la mu erte se desliza de denb·o afu era,_ como un
amigo Seytres : "La mu ert e se deslizaba en tu corazón, y ladrón cuya faz es bien conocida y cuya pr esen~ia es acep-
tú la llevabas en tu seno".1 La primera proposición con- tada como inevitabl e. Podría, ciertamente, decirse qu e no
cierne a la continua inmin encia del morir; la segunda, a siempre ocune así en la ment e de los po etas . En Pablo
la posibilidad de qu e este morir sea aut éntico . Mas, rep ~- Neruda, en efecto, parece existir una inv ersión radical de
timos , no pod emos hac er ahora, ni siqtúera para un tema esta visión del humano morir, una inv ersión manifi esta en
tan restringido, una historia de la id ea de la mu ert e. Pu es la comparación de la muerte con "un naufragio hacia ade~-
bi en, si nos limitamos a la po esía contemporánea, y aun a tro ", pues la muerte sería "como ahogarnos en el corazon
una part e muy redu cida de ella, adv ertir emos t ambién has- - como irnos cayendo desde la pi el al alm a"; 2 en suma,
ta qu é punto resuena en la ment e de los po etas esa inevi- como el movimi ento opuesto al descrito, caído de afu era
tabl e equiparación de la muert e con la aut enticidad de ella. adenb ·o, cortando , como en la imag en tradicion al, el hilo
Cu an do Jul es Supervielle nos dice: "La muerte que seré de nuestra vida. Pero esta visión, aunqu e naturalm ente dis-
se mu eve en mí sin ceremonias" 2 , nos alude, en efecto, sin 1 Llanto ,or Janacio Sánchez Me¡ías. 2. L(t sangre derramada, 1935
1 b IV 4 1944, pag.
( Obrns completas, ' l o"'5) .
1El.oge ele Seytr es. 2 Sólo la mu erte ( Residencia en la tierrn, 1931-1935 , t. II , 1939,
2 La m ort q11e ¡e sem i bottge en moi. sans far,;ons ( L(t Nt1it, en pág. 21 ).
Poem es de lct Frnnce Mallieu.reuse, Choix de Poem es, 1944 , pág . 234).
l
1 1
262 EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUETITE HUMANA 263
tinta de las demás, no es absolutam ente incompatible con pagmas; limit émonos por consiguiente, a algunos de sus
ellas. En primer lugar, la visión de la muerte en el citado más patent es aspectos.! En prim er lugar, Rilke manifiesta,
p~eta está, como no podía por menos que ocurrir, deter- una y otra vez, hasta qué punto el hecho de la muert e es
mmada por esa atm?sfera de vegetalidad qu e impr egna inconm ensmable con todos los demás hechos; mejor aun,
totalmente su obra; as1, nada de exh·año tiene que la muerte hasta qu é punto sólo muy equívocam ent e pod emos darle
aparezca como algo que anda sigilosamente, con su cara el nombre de hecho. "Yo hallaba curioso qu e los hombr es
verde, con su mirada verde o, para decirlo con las mismas hablasen de la muerte de modo distinto qu e de todas las
exactas palabras y el mismo exacto ritmo del poeta, "con demás circunstancias". Pero no sólo esto. En verdad, lo
la aguda_ h~edad de una hoja de violeta - y su grave que ocurre es que el hombre tiene que realizar, por así
co~or de mvierno exasperado". Pero no nos engañemos. Esta decirlo, un cierto esfuerzo con el fin de qu e la muerte real-
ca1da de la mu erte sobre el interior del hombre es posible ment e acont ezca. Porque, como dice el paralítico Ewald en
sólo porque ella "vive tendida, y de repent e sopla". El "nau- una de las Historias del Bu en Dios -d e que proc ede, por
f~·: gio hacia adenh ·o" es entonces meramente la designa- otro lado , la anterior cita-: "la muerte es p erezosa". De
c1~n de la forma de operar de la mu erte, p ero no la muerte ahí que la mayor part e de los hombr es "vaya n a buscarla
misma, la cual aguarda a todos, menos individualizada, sin en alguna parte y la cargu en, sin saberlo, sobre sus hom-
duda, que en los casos anteriores, p ero no por ello menos bros". Se dirá que esto es una mera imagin ación poética y
present e en el mismo ámbito de todos. "Interior", en efec- que nada tiene qu e ver con una rigurosa ind aga ción acerca
to, es aquí sustituído por "ámbito" . Mas este ámbito es, del tan debatido concepto de la "muerte propia". Pero no
desde !uego, el "ámbito del hombr e". No nos importa , pu es, sería demasiado legítimo pedir que una transposición poé-
demasiado el hecho de que la descripción poética de la tica de ciertas exp eriencias se expr esara de otra forma que
muerte nos la pres ente como algo ext erior si, en verdad, mediante la poesía . Así, cuanto Rilke nos dice sobre este
esa exterioridad no es sino la transposición al lenguaje de tema está por igual poéticamente revestido. No sólo, desde
lo que hay de más int erior a ella: el hombre mismo que luego, en la misma poesía, y en particular en aquella ora-
la sufre, la soporta o la acepta. ción, casi monótona de puro sabida, en qu e el po eta pide
Nadie más ins_istentemente, sin embargo , que oh·o poeta que se dé a cada cual su propia muerte. 2 En una obra
ha puesto de relieve este aspecto del morir. Nos referimos como los Cuacle,rnos de Malt e Laiir'icls Brigge se nos pro-
como es obvio, a Rain er Maria Rilke, no por azar llamad~ porciona no sólo una id ea poéti,oa, sino una descripción
a veces el poeta de la muerte. Aquí no hay sólo un relám- esencial de esa especie de muerte. No pod emos aquí, como
pago intuit!vo, que cruza con rapidez casi infinita el campo 1 Véase, por lo demás, para una información completa sobre este
de la poesia, porque constituye más bien el h·onco central punto, el libro de Ilse Brugger, El problema ele la muerte en Hainer
Maria Rilke, 1943.
d~l cual brotan las más dispersas ramas poéticas. La men- 2 Das Stund enbuch ( Gesamm elte W erke, t. 11, pá g. 273) :
c1?n de los l;1gares en que este tema ha sido atacado por O H err, gib ¡edem seinen eignen T ocl,
Rilke ocupana, para ser completo, un número excesivo de das Sterben, das aus ¡enem L eben geht,
darín er Liebe hatte, Sinn und Not.
264 EL SENT IDO DE L A MU E RTE LA M UE HTE HUMANA 265
es compr ensible, reproducirla . Pero el lector int eresado ha- \f
fruto. ero, una vez más, este llevar la mu ert e en su seno
llará en ella una detallada apli cación a un caso concr eto no significa para la existencia hum ana lo mismo qu e la
de esa idea de la mismid ad radical de la mu ert e. 1 Sin t ermin ación de un pro ceso, concluído o no, de madur ación.
duda , la muert e del chamb elán Brigg e es una entr e otras La mu erte hum ana no es lo qu e está simpl ement e al fin al
mu ert es posibl es, tan infinitas en núm ero como los hom- de la vid a como "lo inevitabl e", ni t ampoco lo qu e se h alla
br es. Porqu e aun los niños, nos dice Rilke, mu eren como en el término de ella como lo "llevado en su seno", sino
lo qu e son y "como aqu ello qu e hubi eran ll egado a ser".2 qu e es el cwnplimi ento de una forma de ser qu e, ad emá s,
El "concentrars e" para morir, el "rea lizar un esfu erzo" con debe estimar se como absolut ament e in dividu alizada . Cierto
vistas a la mu ert e es propio de todos, es decir, de cada qu e Hilke par ece ent end erlo tambi én ele la citada manera,
uno . Así, lo qu e en oh·os po etas apar ece como una intu ición sobr e todo cuando , en vez de referirs e al ind etermin ado
aquí surg e, en cierto modo , como un sistema. Sistema no morir , pr eten de clescribü-nos, en cada caso, un modo dis-
menos tenaz y cerrado porqu e sea más po ético. Ahora bi en, tinto de mu ert e. El equívoco qu e en él re side se refiere,
la "id ea" central de este sistema, la "tesis" sobr e la cual pu es, más bien al mom ento en qu e pre tend e darno s un
tod a descripción está mont ada es la de qu e la mu ert e acon- concepto de la mu ert e. Enton ces no halla, en efecto, otra
tece en la madu re z misma del individuo. No se b-ata , claro form a de captur arla que decla1:anclo qu e "la gran mu ert e
está, de afirm ar qu e sólo cuando el hombr e alcanz a su ma- qu e habit a en cada uno - es el fruto en torn o al cual todo
dur ez llega la mu ert e. Esto no es posibl e ni siqui era en gira" .l En tal caso el fruto p arece signific ar la condi ción
los organismos "inferior es", cuyo desarrollo se ve las más general bajo la cual es dad a siempr e la r ealidad de la vida
de las veces desviado o trun cado . Morir en la madur ez sig- human a, la cual debería , por lo tanto , pos eer su propi a
nifica aquí pura y simpl ement e el h echo de qu e 1a mu ert e madm ación, manifestarse siemp re como el desarrollo tem-
sobr evenga, seg ún hemos pu esto ya de relieve, como el poral de una existencia . Mas lo qu e cara cteriza al humano
cumplimi ento de algo pr eviament e dado o, para seguir con morir es, como ya hemos visto, su ra dical ap art amiento no
nu esh·a familia r terminolo gía, como la realiza ción de una sólo de todo terminar , sino tambi én de todo madurar. La
esencia. Así, la mu ert e debería ser tambi én consid erad a en madura ción no hace, en suma, más qu e concluir el ser al
este caso como algo compr ensibl e por analogía con el ma- modo como se concluy e la realid ad orgánic a. La mu erte
durar del fruto. En otros términos , morü- signifi caría el tér- humana , en cambio , es un modo ontológico de la p ersona ,
mino de todo posibl e madurn r. Pero es just ament e en este qu e no se limit a a termin arla , porqu e la termin ación no es,
punto dond e nos asaltan las más tenaces dudas. En la me- en último término , sino el h echo qu e manifi esta la reali-
did a en qu e h abl amos de "vid a" pod emos habl ar tambi én dad de cada cual.
de proc eso de maduración y, por lo tanto , de eclosión del Si así no fu ese, no podríamo s, en efecto, compr end er por
1 D·ie Auf-zeichntmge n eles Malte L aurids Brigge (Gesammelte W er- 1 Das Stimdenbuch ( Gesamme lte We rke, t. II , pág. 273) :
ke, t. V, págs. 14 ss.; en trad. esp., 194 1, págs. 31 ss. ) . Der grosse Tocl, clen ¡ecler -i.n sich alles hat
2 Op . cit., pág. 21 ( trad . esp., pág . 36) .
clas -ist die Fm cht, mn clie sich alles clreht .
..
266 E L SEN TIDO DE LA M UER TE
I 267
/ L A M UERT E HUMA NA
c¡ué la muerte humana ha de ser concebid a en op ; sición más apasionant es, podrían servir para form arse un a clara
a la id ea qu e de ella se forja el mecanicismo. Como r ep eti- idea de lo qu e significa la mu ert e una vez equip ara da con
dament e hemos señalado, el mecanicismo univ ersal sostie- una Provid encia qu e está siempr e al acecho, más allá de
ne qu e la mu ert e "sobreviene" a la vida, yuxtaponi éndose, la vida, en el límit e externo de ella . Entonc es pu ede haber
por así decirlo, al existir y dándol e fin en virtud de cual- ta mbién, natmalm ent e, un a mu ert e distint a p ara cada per-
quier conting encia , en principio siempr e evitable. En la sona. La mu ert e del soldado, la del agricultor , la del art e-
"mu ert e propi a", en cambio, toda yuxtapo sición qu eda eli- sano, la del nobl e son oh·as tant as formas distint as de mu er-
min ada, porqu e el morir no constituy e sólo un límit e, sino te. Pero, en prim er lugar , estas formas se pli egan casi siem-
que form a part e de la realid ad limitada . Pero esta limit a- pr e a una esh·uctur a social dada ( y, sobr e todo , a una
ción no es tampoco , un a vez más , el punto final ; ella revier- estructura social estimad a como ideal) , afectando a los
te, en cierto modo , sobre la lín ea entera y determina en hombr es en la medida en qu e se han dividido en varios
gran part e la dir ección de su curv a. Pero esta concepción círculos. Y, en segundo lug ar, aun suponi endo qu e fu ese
de la mu ert e en medio de la vida, tan parecida a la fónnu- posibl e p ara la mencion ada doch·ina concebir la mu ert e
la tradicional -m edia in vita in marte su1111us- , se opone como algo esencialment e distinto para cada p ersona , la ex-
igualm ente, por lo pronto, al concepto de rla mu ert e como teriorid ad de ese acontecer la colocaría en la más radic al
algo qu e depend e absolutam.ent e de una Provid encia o de oposición al concepto de un a "muerte propi a", de cual-
un D estino. Si es cierto qu e, mirada la realid ad desde el qui er índol e qu e fu ese. Se deb e tal id ea del morir , inser-
punto de vista de Dios, tal afirm ación podría result ar so- tada en la concepción cristiana, p ero no forzosam ente esen-
br eman era plausibl e, lo es bastant e menos cuando , como cial a ella, a la suposición de qu e la mu ert e no es "natm al"
es forzoso, por lo menos metódicam ente, la miramos desde para el hombre. Ante todo , la mu erte le era, ciert o qu e por
el punto de vfata del hombr e. Entonc es el D estino o la un don o gracia, innatural ant es del p ecado . Sólo tra s el
Provid encia tienen qu e aparecérsenos como algo cuya fun- p ecado y la cond enación a morir , cobrab a la mu ert e para
ción es tambi én cort ar el hilo de la vida. Y entonc es el mis- el homb re una ciert a "naturalid ad". Mas esta natur alidad
mo concepto de la "muert e propi a" emerge del cuerpo de era concebid a como algo últimament e desencad enado por
la vida humana para asumir formas qu e no por ser más un a Provid encia. Así, extremando las fórmul as podríamos
"provid enciales" o más "fatal es" dejan por ello de ser más decir qu e el concepto de la "mu ert e propia" se opondría
"mecánicas". Para qu e todo esto no par ezca un a inop erant e por el instant e, aunqu e por motivos diam etralm ent e con-
sutileza, piénsese, por ejemplo , en lo qu e significa para w1 trari os, a toda mu ert e "desde fu era", sin qu e import ara
concepto de la mu ert e la repr esent ación qu e de ella se ha- para el caso qu e este "fuera" consistiera en la disolución
bía forjado en ciertos p eríodos , cuando el morir aparecía de la realidad por motivos pur ament e mecánicos o estri-
baj.o la forma de un ser qu e asumía , par a cada ocasión y bara esencialm ent e en la suposición de qu e el morir es úni-
para cada person a, las más diversas figuras . Las repres en- cament e causado por el decreto inescrut abl e de una Provi-
taciones gráficas de Durero, para no citar sino una de las dencia o de un Destino .
.,,
268 E L SENTIDO DE LA MUERTE
LA MU ERT E HUMANA 269
Y, sin embargo, cuando afrontamos la cuestión más des-
pacios ament e, ad vertimo s que la concepción cristian a ele pl enario. Porqu e únicament e en tal caso podrá el hombr e
la mu ert e no niega, sino qu e, por el conh·ario, subra ya la decir de su vida y ele su mu ert e qu e son suyas , y ello no
po sibilidad de w1a mu erte propia, distinta tanto del madu- sólo en el sentido ele qu e le p ert enezcan , como pudi era n
rar del fruto como de la suposición de que el morir depen- p ert enecerle las cosas de qu e está rod ead~, ~ncluye~d~ en
de de la forma qu e externam ente, por su lu gar en la socie- ellas su propio cuerpo y sus facultad es ps1qwcas recibid as,
dad, haya asumido ocasionalm ent e la vida. En verd ad, una sino en el sentido ele qu e ese ser suyo significa , a la vez,
profundización en el concepto cristiano de la Pro videncia la esencia de su propia existencia. Es por este motivo , y no
p ermit e descubrir qu e ésta no es tanto la figura de la muer- por oh·o, por el qu e nos hemos visto ob~g ados a insert~r
¡ te como el hecho de qu e el morir le sea siempr e al hombr e
"inmin ent e". Todo lo qu e no sea esto deberá ser colocado
del modo más profundo y absoluto el monr humano denho
de su propia vid a, consid erándolo como algo qu e le pei:te-
11 nece en "propi edad ", es decir, como algo de lo cual la vida
entre p aréntesis como inacept able o, por lo menos, como
dudoso. En verdad , sólo la "inmin encia" del morir nos pu e- hum ana pu ede enunci ar: "es mía". La mu er~e sería , ~n
de hac er compr end er qu e hay tras él algo de que dep end e smna, tanto como la vida , lo qu e fund amentana la prop_rn
en último término la mu ert e, la cual no se hallaría en manos existencia human a, la cual apar ecería en tal caso como subsis-
del hombr e, sino qu e dep end ería de una instancia infinit a- tent e por sí misma, sin tener nada recibido excepto su modi-
mente sup erior a tod a existencia y, en particul ar, a toda ficabl e circunst ancia.
criatura . Pero no pod emos ahora detenernos en una cues- Mas tan pronto como terminamos de pl antearnos de tal
tión qu e, en todo caso, sólo enh·a dentro del mar co del guisa la cuestión , nos asalt a un a prim era du_da. qu e afecta
capítulo postr ero ele esta obra. Lo qu e nos int eresab a era , al núcl eo mismo de aqu ella provisional descnpc16n del sen-
según ya adv ertimos, ver la mu ert e como algo int erior a tido de la vid a hum ana y de su corr espondi ente mu ert e.
la vida, como pl enamente hum anizada y, por lo tanto, co- Porqu e, en efecto, supon er todo lo que ant eced; s~ría su-
mo algo qu e pos ee, junto a un a cierta subordinac ión, una pon er, sencillament e, qu e la vida se bast a a s1 rms1;1a, y
cierta autonomí a. ello en un modo mucho más exh·emo del qu e poclnamos
Por demás está decir qu e sólo en este caso po ch emos nosob·os dar a entend er cuando reconociéramos , por ejem-
h ablar con tod a propi edad de tma "muerte prop ia" qu e no plo , la "auto nomía" ele la vid a. "Bastarse a sí misma" . la
sea solamente el pwlto final de un acont ecer, ni tampoco VJda significa aquí , en efecto , la subsistencia ontológica
lo qu e "concluy e" este acontecer en virtud de ciertos su- últim a de todo vivir, del cual el vivir biológico sería , a
pu estos inh erent es al mismo. La mu ert e tiene lug ar, en otras la po sh·e, un a de las manifestac iones. Hu elga decir ~ue
palabras, como modo de ser de una vida qu e pos ee, a su esta es la tesis esp ecíficam ent e mod erna acerca de la vida
vez, un a totalidad propi a. D e ahí qu e la "propi edad" de la human a. Si examinamos cuales han sido, teóricCL1 nente ha-
vid a en el caso del hombr e deba ser entendida, una vez blando, las visiones qu e el homb re mod erno ha tenido de
m{1s, en un sentido absolutamente radical y efectivamente la vida y de la mu erte, desat encüendo, por lo tanto, ~o-
mentán eament e, aqu el curioso desplazami ento de la vida
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con respecto al pensamiento aludido en la Introducción al oportunamente, a una supresión, pero sí cuando menos a su
presente libro, repararemos en que ellas pueden ser escin- colocación bajo una luz difusa e incierta, bajo una luz que,
didas en dos aspectos que son casi siempre dos diferentes en vez de iluminarla, acaba por sumirla en la oscuridad y,
momentos de un mismo proceso. Por un lado, se afirma de consiguiente, para la conciencia del hombr e, en una es-
que la vida, por los motivos tan tas veces puestos de relieve, pecie de no existencia. No necesitamos decir que esta ca-
puede reducirse a un mecanismo y, por lo tanto , a un con- racterización de un estado de espíritu no pr etende sino
junto de rodaj es y de movimientos cuya suspensión eqtúva le capturar sus rasgos más generales y deja delib eradamen te
a la muerte. Por otro lado, se afirma que la vida constituye aparte sus numerosas excepciones. Sería, en efecto, un tanto
siempre el valor supremo. Cierto que "vida" puede signi- apresurado ignor ar hast a qué punto la meditación ele la
ficar en este caso las más diversas cosas, y que su concepto muerte ha constituído tambi én un fragmento muy esencial
suele oscilar entre la biología pura y la tensión metafísica. de la misma mentalidad "moderna". Pero a medida que esta
Pero en todos los casos se sostiene que el valor supremo mentalidad se iba acercando a los postulados ele la edad
consiste en el vivir y que, por consiguiente, la muerte, aun moderna en conjtmto, se acentuaba aun más su tend encia
existente, debe ser eliminada del ámbito de lo inminente, a una represión de la idea de la muerte que podía desem-
pues aun cuando así ocurra jam ás podrá desviar en nada el bocar, o en un vitalismo que negaba su valor o en un me-
curso y el valor supremos ele la vida. Mientras en la primera canicismo que negaba su existencia. Negación de valor o
ele las citadas tesis tenemos el mecanicismo, en la segunda negación de existencia se implicaban, por lo demás, mutua-
nos hallamos ante el vitalismo. Tesis aparentemente diver- mente y equivalían , en el fondo, a la misma cosa. En este
gen tes y aun opuestas cuando las consideramos en sí mis- sentido, y sin que pretendamos equiparar doctrinas por
mas, pero coincidentes en el mismo punto o, mejor dicho , muchas razones situadas en extremos puntos, significa lo
situadas en la misma línea cuando las vemos desde el án- mismo la "teoría mecánica de la vida" tal como se manifestó
gulo ele su recíproca manera de considerar la muerte. En en ciertas direcciones del materialismo, y la "afirmació n del
efecto, "mecanicismo" y "vitalismo" clan lugar, sin más que valor de la vida", tal como encon h·ó su máxima expr esión
leves modificaciones de forma, a un mismo y único resul- en la filosofía de Nietzsch e. Ambas conducían, por igual,
tado: a estimar la muerte como algo que debe ser esencial- a la represión ele la muerte ( si es que esta represión no
mente "reprimido". Claro está que el mecanicismo y el erá, repetirnos, su último fundamento), y el hecho de que
vitalismo mencionados no serían posibles acaso sin una la última de las citadas filosofías se refiriera explícitamen te
previa "represión" ele la idea ele la muerte, de tal suerte al morir como a algo existente no equivalía a colocarlo bajo
que la represión puede ser tanto un resultado como un una luz distinta de esa actitud fundamentalmente "repre-
fundamento de dichas posiciones teóricas. En este sentido siva". La luch a de Nietzsche contra '1os predicadores de
podemos decir que las teorías más específicamen te "moder- la muerte", así como el apotegma de Zaratustra: "Muere a
nas" acerca de la muerte obedecen a ese gradual despla- tiempo" son entonces perfectamente convergentes. Claro está
zamiento de su idea que no eq uivale, como ya indicamos que el "morir a tiempo" supone la posibilidad ele trasc ender
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la supuesta omnipot encia de la vida. Zaratustra ensalza , en el, la existencia desde el mismo instante en que esta exis-
efecto, su mu ert e, "la muert e libr e, la qu e viene hacia mí ll'ncia se inicia. En otros términos, admitir que "la vida"
porque lo qui ero", y esto equivale, en el fondo, a suponer s • basta a sí misma, como por supuestos distintos y aun
qu e sólo la mu erte puede otorgar un sentido a la vida. Pero, 1ivergentes suponen el mecanicismo y el vitalismo modernos,
en verdad , este sentido surge sólo en tanto que la vida mis- ' quivale a reprimir la idea de la muerte y, con ella, la
ma lo qui ere, y en su misma plenitud vital resulta capaz de significación misma de la muerte. Entonces la mu ert e no
declarar que está saciada de vivir y, por lo tanto , anhelosa puede ser, en verdad, entendida, porque el hombre es con-
de terminar , "santificando a los vivientes". Justam ente por- cebido como una realidad esencialmente inmanente. El pro-
que la muert e no debe "deslizarse como un ladrón", no eso de inman entización de la realidad y el de la represión
debe tampoco compararse con una r ealidad externa a la de la muerte son, pu es, para el "hombre moderno" o para
vida. Mas considerar la mu erte como "propia" no significa el 'nombre nu evo" aproximadamente lo mismo. Cierto que
todavía considerarla como ontológicam ente radicada en la este proceso es, en cierto modo , ineludible o, cuando menos,
vid a. Tal "propi edad" es sólo, por el momento, la propi edad necesario. Porque, sin duda, solamente después de haber
del qu e, afirmando la vida, afirma al mismo tiempo la interiorizado a la muerte , tras haber puesto entre pa réntesis
mu erte, p ero no el modo ontológico en qu e la vida se nos cuanto no fuera el significado de la muerte para la vida,
revela como henchida de significación y rebosante de sen- podr emos comprender de manera suficientemente cabal el
tido. Así, la "muerte libr e" es sólo la expr esión de qu e el papel que ésta desempeña frente a aquélla. Pero, como
hombr e es du eño de su vivir, pero no la de qu e el morir tendremos ocasión de verlo en el próximo capítulo, si la
mfarno constituy e una forma de la existencia qu e, además vida humana no puede ser comprendida sin su muert e,
de ser propia, es verdaderamente "suya". Porqu e ser "suya " será ésta la que necesitará algún fundamento situado más
no quiere decir pura y simpl ement e el hecho de dispon er allá de ella. En otros términos, el hombre ha podido en-
de ella ni menos, claro está, el hecho de dispon er de ella contrar que la vida se bastaba a sí misma para compr en-
en el instant e en qu e, por cansancio, saciedad o cualquier derse, porque previam ente la había sentido como suficiente.
otro motivo , el hombre se decid e a realizarla. La radicación Est e es, por lo demás, el caso en todos aquellos instantes
ontológica de la mu ert e en la vida no equiv ale a la mera ele nuesh ·a vida en que la muerte nos parece infinitamente
consunción biológica ni a la desaparición o aniquilación alejada, porque la vida no se halla fuera de nosotros, sino,
de una existencia; más que todo esto significa uno de sus como señala Proust al describir uno de esos estados, dentro
modos, el postrero y acaso el más alto de ellos. D e ahí que de nosoh'os 1 . Mas esto nos explica tan sólo la vida y su
al suponer que la vida se basta a sí misma para compr en- proceso y todavía no algunos de sus más esenciales cont e-
derse , es decir , que la vida pos ee sentido por sí misma , se nidos. Y es la atención a estos contenidos lo que nos obliga
suponga a la vez qu e la muerte es únic amente un momento a efectuar una última inv estigación sobre lo que puede sig-
final, pero en modo alguno aquel acontecimiento que mo- nificar, aislado ya de toda oh·a referencia, el hecho de morir.
difica de una manera radicalmente absoluta todos los hechos 1 A l'ombr e des ¡eun es fill es en fl eu.rs, II , pág . 231.
274 EL SENTIDO DE LA MUERTE
LA MUERTE HUMANA 275
Si la vida humana es explicada por la muerte, es, pu es, ·r ada por todos en conjrmto, sin que haya nadie a qui en
porque ésta no equival e tan sólo a la supr esión, int eligible pertenezca exclusivamente el hab er realizado algo det ermi-
o no, de su existencia, sino porqu e en el morir tenemos la 11ado. El Eliezer prec eptor de José se considera como aquel
expresión misma de la forma de la vida. De ahí qu e al llegar mismo Eliez er que había partido , veloz, en busca de Reb eca
a la existencia humana hayamos de considerar del modo más pa ra Isaac . Con mayor razón se manifiesta, pues, esta con-
radical posible el fenómeno de la individualización del morir. dición en los pueblos primitivos, donde el clan constituye
Cierto que este fenómeno no se da de un modo unívoco en el elemento en el seno del cual vive el indivi ~luo y sobre el
todas las fases de la vida del hombr e ni en todos los instant es cual, pero no fuera del cual, se recorta. Pero dejemos por el
de su evolución histórica. Precisam ente por este motivo pod e- momento esta cuestión , cuyo análisis det allado nos llevaría
mos nosotros enunciar que, aun denh·o de la misma existencia demasiado lejos. Lo único q~e nos interesa destacar es que,
humana , "la mu erte se dice de much as manerns". Claro está aunque del hombre no puede hablarse sino en singtilar, tal
que esta individualiz ación o, si se quiere, esta "personali- singularidad no es unívoca ni multívoca , sino analógica. Así,
zación" de la muert e es posibl e en virtud de los mismos la idea de Orteg a según la cual el hombre es un concepto
supuestos por los cuales el hombre se hace hombre. No es circunstancial podría modificarse diciendo que es un con-
el momento, sin duda, de reiterar aquí los mismos argumen- cepto cuya circunstancialicl ad varía dentro de unt~Íímbito
tos que ya a este propósito hemos desarrollado en las pri- increíblement e amplio. El "yo" del hombre no es aquella
meras págin as del pr esente capítulo. Digamos sólo, para realidad cuya esencia implica su existencia o, si se quiere,
completar lo qu e allí había podido p arecer insufici ente, que que no puede concebirse si no es existiendo, porque esto
del hombr e sólo podemos hablar en singular, por lo menos equivaldría, como más de un a vez se ha subrayado, a apli-
si lo consideram os en el instant e en que esta singularidad ha car al hombre un argumento que, como el ontológico, sólo
triunfado de manera suficiente sobre su inmersión en el puede valer para un ser, y sólo para uno. Pero, en todo
grupo. No hay qu e olvidar, en efecto, que la individualiza- caso, el hombre es aquel ser que en cada circunstancia se
ción es un proc eso que se produc e en el curso del desen- dice dr man era distinta y se dice, naturalmente, como exis-
volvimiento individual y ele la historia colectiva. En ciertos tente .¡Por eso '1a" muerte humana es, quiérase o no, una ex-
momentos de su vida y, sobre todo, de su histori a, el homb re presión equívoca, porque, en verdad, no hay muerte humana,
pu ede no concebirse como un ser determin ado, sino como sino morir de cada uno de los hombres. De ahí que un análi-
un ser qu e es esencialment e una "repetición" de alguien sis de tal muerte encajara más cómodamente denb·o del mar-
qu e existe ya o qu e había ya existido, de tal suerte que no co de una novela que en el de un capítulo de filosofía.
sabe propiam ent e si él realizó o no tales o cual es actos. Sólo en la novela, cuando menos en cierto tipo de ella,
Nadie mejor qu e Thom as Mann ha dado forma a esta im- veríamos de qué man era el hombre -un hombre determi-
pr esión cuando en las I-1-is
torias ele Jacob, y aun en todo el nado- puede morir, como Scheler diría, no como un "otro"
ciclo de José y sus hennanos, habl a de los Beni-Isra el como o, mejor dicho, como un "cualquiera", sino para sí mismo.
de un grupo qu e se siente sum ergido en una tradición Porque, en el fondo, es el morir desde sí y para sí lo que
EL SENTIDO DE LA MUERTE LA MUERTE RUMA.NA 277
cara cteriza , frent e a todas las oh·as formas , la muerte hu- ¡•~ 1•11Lo11C
·cs la p erfección misma del morir y con ello la
mana. Lo cual no qui ere decir, ni mucho menos , que, 11il~1na perfección de la vida. Por eso pod emos decir ele
por el mero hecho de existir, el hombre haya de morir l 1 111u crl · de cada persona lo mismo que el autor reci en-
como hombr e. Just amente lo que le ocurre a la existencia lt·111cnte citado indicó a propósito de la mu erte de uno
-humana con respecto al morir es lo que le sucede con d1· s11s p ersonajes : "¡La mu erte de Swann! Swann no des-
respecto a su misma vida : ésta no es un don que el hom- <'rnpcña en esta frase el pap el de un simpl e genitivo. Por
bre reciba y qu e haya de limitarse a aceptar pasivam ente, •llo enti endo la mu erte particular, la mu erte enviada por
sino qu e, en todo caso, es un don que se le otorga al hom- 1·1 destino al servicio de Swann. Pues [y aquí somos nos-
bre en la misma y pr ecisa medida en que él se esfuerza o l ros qui enes subrayamos ] decimos la mu erte pa:ra sünpli-
por recibirlo. Tal vez en este punto podría hallarse una fi ·or, pero hay casi tantas muert es como personas" 1 . Ex-
relativa conciliación entre aquellas doctrinas antropológi- cep tuando el caut eloso "casi", la proposición es, en vista
cas que pres entan al ser humano como criatura de Dios el todos los anteriores supuestos, irrebatible: hay_ tantas
y aquellas que atribuy en la humanidad del hombre a muertes como p ersonas no sólo porque cada persona posee
su propio y exclusivo esfuerzo. Pero, una vez más, no su propia mu erte, sino pmqu e es justmn ente el m01¡ir para
nos detengamos en w1 pnnto que es, en rigor , una sí lo qu e const-ituye en una part e absolu.tmnente esencial
peligrosa encrucijada. I¿mi témonos a decir que, en todo el ser mismo de la persona.
caso, la muerte humana es algo que la vida misma forja, La muert e humana acab a, pues, por ser lo que delimita
el resultado de un modo de ser que constituy e, a su vez, la la esencia de la individualidad, y por eso ha podido decirse,
·consecuencia de un esfuerzo. Así , la muerte es susceptibl e, sin temor a demasiados grav es errores, -que el morir sobre-
por así decirlo, de "progreso" denh ·o de la misma vida viene, aun truncando la existencia, en aque l momento en
humana, de tal suerte que inclusive podría decirse de ella que pued e darla por cumplida. Si así no fu era, no se podría
que, al modo de las int eligencias puras, cada una se dis- entender cómo, cualqufora que sea la forma del morir,
tingu e de la otra corno se distingu en una de oh·a dos espe- pu ede otorgar un sentido a la vida. Habría, en efecto, hom-
'cies. Acaso por esto podamos plausiblemente enunciar que br es que mmiesen, corno los antiguos pah'iarcas, "saciados"
hay una historia de la muerte, la cual no es simplemente de días, p ero habría otros -lo s más- para quienes el morir
la historia de la evolución de su idea en la mente ele los apareci era como una suprema injusticia. Éstos serían sobre
·hombres , sino la expresión del desenvolvimiento de una todo aque llos que, no estando saciados de vida, no serían
realidad qu e posee, corno una dimensión esencia l suya, una tampoco capac es ele atend er a los contenidos qu e amenazan
historia. Por este motivo hemos dicho que existe un pro- con romper el marco de toda vida . Con lo cual podría- /
·ceso de individualización del humano morir que alcanza mos decir qu e, en virtud de la insatisfacción esencial de la /
su culminación cuando la vida misma del individuo se su- vida, éstos no podrían hallar en ninguna cesación su senti-
perpon e, hasta coincidir, con la realidad de la persona. La do. Pero tal cosa ocurriría sólo si la muerte se limitara,
mu ert e personal , y aun podría d ecir absolutam ente personal, 1 M. Proust, La prisionniere, I, pág . 271.
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278 EL SENTIDO DE LA MUERTE
s r, cuando menos del ser limitado , corre esencialm ente
como antes habíamos advertido, a concluir la vida, a parejas con la posibilid ad es de su perdición, de tal suerte
"darl a por terminada ". Entonc es podríamos, sin duda, re- c1ue el homb re es pr ecisamente aqu el qu e, sólo por haberse
clamar de continuo conh·a la injusticia de la muerte, la perdido, pu ede decirse qu e se ha encontrado. Ahora bien,
cual sólo podría entenderse pl enamente cuando mordiera encontrars e el hombr e qui ere decir fundam entalm ente al-
sobre u~a. existencia p erfectamente saciada, ya fu ese por canza r aquel límit e en. qu e cualqui er p aso haci a adelante
haber vivido mucho, ya porque le hubi ese b astado una o hacia ah·ás equiv ale, por motivos opuestos, a dejar de
sola y fundament al exp eriencia para revelars e. Mas el ser lo qu e es. Un a disminu ción de su tensión human a pu e-
hecho de qu e el morir no haga simplemente cesar a la vida, de llevar al hombr e a contentarse con su individu alidad
sin~ que sea algo qu e, al delimitarla por alguno de sus orgáni ca y, en último término , a considerar su mu ert e y,
posibles , ex~remos, le otorg a su sentido, hace posibl e qu e de consigui ente, el cumplimiento de su vivir como algo
con el monr qu ede tod a vida hum ana fund amentalm ente qu e corresponde a un clan que cada vez se va aproxi-
c~rn~lida. Claro está que tampoco esto pu ede ser afirmado mando más a la esp ecie biológic a. Un aumento de dich a
sm 1:1esgo.. ~n prim er lugar, qu edan fuera de toda posible tensión hast a el infinito pu ede, en cambio, conducirle a
c~ns1dm·ac10n los contenidos qu e han roto desde el princi- trasc end er su personalid ad espiritu al y a volatilizarse en
p10 el marco en que se había encerrado la existencia; en se- los contenidos imp ersonales de su propia vida . Dicho de
gundo término, esta función que desempeña la muert e, la oh·a suerte, y para recapitul ar muy sumariamente lo ya enun -
desempeña sólo cuando la hemos previam ent e delimitado, ciado, en la materia no hay , por las razones ya apunt adas,
es decir, para emplear nuestrn léxico famili ar, cuando la muerte. Pero tampo co en el espíritu imp ersonal habría
hemos interiorizado en la vida, cuando, en suma, la hemos muerte. Sólo la habrí a en el reino intermediario de 1a vida
~um~niz ado. Pero la mu ert e es algo más qu e el límite y en el reino intermediario del espíritu qu e ha asumido
y mt enor el~la vida, porqu e si la vida qu eda como cumplida la form a de la p ersona. Mas en este caso último parece
y perfecc10nada con la muert e, es entonc es la muert e la que la muert e pu ede no ser, como en el organismo , irr e-
que queda, a su vez, inexplic ada, manc a de dir ección, de parabl e y qu e hemos llega do al justo límit e en qu e el
esencia y de sentido . Lo qu e, en suma, había hecho la probl ema de la mu ert e humana nos plantea la cuestión
mu erte era perfeccion ar la individualidad, hac er de ésta, probl emática por excelencia : la de su posibl e sup ervivencia
no sólo, como la individu alidad inorgánica, algo qu e es, ni o, como se dice al referirse al hombr e, la de su inmort alidad.
t~mpoco, como la individu alidad orgánica, algo que se hace,
smo, como lo es toda individualid ad espiritual y p ersonal ,
algo donde el "es" repr esenta también el ser, mas en la
forma de la pl enih1d, como un ser en y para sí mismo,
como un ser del cual pu ede enunciars e qu e se halla abso-
lutamente cerrado , pero sólo porqu e antes ha tenido la
posibilidad de abrirse y de hacerse otro ./ La perfección del
CAPÍ T ULO IV
templación ele las id eas y, en último término , las ideas mis- te ult enn ediario. En el estáti co mundo del pl atonismo ·l
mas constituy en el supu esto desde el cual la realid ad del alma apar ece como la realidad qu e ti ene la posibilida~l el
alma y su perennidad han de resultar compr ensibl es o, por ascend er y descend er y, por consigui ent e, como la realid ad
lo menos, no contradictorias. Empl eando el lenguaj e kan- por excelencia "dinámic a". Su posición int e~media no le
tümo, diríai;nos que la inmortalidad del alma es aquí tam- impid e consid erars e a sí misma como un habitant e natural
bién un postul ado. Pero, a dif erencia ele Kant, no es un del mundo :inteligibl e, pero como un habit ant e qu e no se
posh1lado de la razón pura práctica, sino pr ecisam ent e de confund e con ese mundo , porqu e tiene precisam ent e por
la razón teórica. Más todavía : eso qu e llamamos un postu- misión esencial la de justific ar y la de unir.
lado sólo lo es en el sentido de qu e el mundo int eli- Qu e el alma no sea, pu es, en la doch·ina platónica ~ma
gibl e "postul a" la existenci a e inmort alidad del alma, p ero id ea, no necesita ap enas ser demosh·ado . Pero qu e, no sien-
jamás en el sentido de constituir una proposición ind e- do un a id ea, sino, a lo sumo , alg? semejant e -lo más seme-
mostrabl e. La demosh·ación está pr ecisamente fundada en jant e- a las id eas, está siempr e a punto de fundirs e con
lo qu e Platón tend erá cada vez más a consid erar como un cUas, · par ece asimismo bi en p atente. Porqu e el alma no ha
axioma, y por eso la realidad y p erennidad del alma son, sido eng endrada , aun cuando hay a sido producida por el
a lo sumo, consecuencias del axiom a, tan evident es como demiurgo , y por este motivo pod emos decir qu e es eterna .
el axioma mismo. D enb·o del mundo int eligibl e, el alma es La producción del alma fué, en efecto , al mismo tiempo,
tma vida , de tal suerte que , como Platón declara explícita la producción de su temporalidad y no su creación dentro
y rep etidam ent e, el alma hum ana no es una realidad "sim- de un tiempo ya existente. Pero dejemos de lado estas cues- 1
ple ", sino qu e es un "compu esto" 2 . Pero es un compu esto, tion es, qu e afectan más a la exégesis platónica_ ~u e a 1;u~s- 1
por así decirlo, inseparabl e. La división del alma, en qu e tro tema. Si nos int eresó bosqu ejar la cdncepc10n platoruca
ult eriorm ent e insistirá Aristót eles, bi en que con otros pro- del alma fu é sólo para ver en qu é medida la afirmación de
pósitos y aun fundam entos, tiene por finalidad no apartar su e,,...
:istencia como realidad separada y de su correspondien-
el alma ent eram ent e del mundo sensible, pu es aquí tam- te inmortalid ad están fundadas en una cierta metafísica.
bi én, como en el resto de su obra, flatón se mu eve por el Ahora bi en, ésta es la metafísica qu e, como ant es adv er-
fundam ental afán de "salvar las ap ariencias". Ahora bi en, tíamos , afirma la diferencia enb·e el alma y las id eas al
las ap ariencias sólo qu edan salvadas si se reconoc e qu e lo ti empo qu e tiend e· a establ ecer un a fusión, y aun una confu-
sensibl e qu eda fund ado en lo int eligibl e y, por lo tanto , si sión, entr e ellas. Es lo qu e sucede cuando, en virtud de su
se otorga a lo sensibl e una cierta realid ad - la realidad del afán de purifi car el all'na, Platón t ermina por subray ar casi
exélusivam ent e la part e :intelechial de ella ; frent e al val.01'y al
1 Cfr. E useb ., l'raep. evang., XI, 28
2 Rep., IV, 436 a-b; Tfm. , 41 a.
apetito, lo qu e se hace ahora es acentuar la "int elig encia".
l.
310 EL SENTIDO DE LA MUERTE MUERTE, INMORTALIDAD Y SUP ERVIVEN CIA 311
,· Mas lo int electual y lo racional del alma solamente encuen- vigorosamente a tal propósito. Si el alma es "como el prin-
~·an. s~1plena satisfacción en la cont emplación del mundo cipio de los vivien tes", si es "la ent eleq uia prim era del 1
mtehg1,ble, en la estática y extática actitud ante las Ideas. cuerpo natmal qu e posee la vida en pot encia"; mejor aun, 1 '
De alu qu~ pod~mos s,ostener, sin temor a graves errores, si lo qu e hay de común en toda alma es el ser "entelequia
que la ocas10nal mclusion de las h·es partes del alma en una primera del cuerpo natural orgáni co" 1 , entonc es esa ten den -
~?la realid _a~ no_ se ,hace sin una cierta reserva y, en parte, cia del alma hacia su radicación en un organismo se desta-
sm una c1e1ta ll'Oma. En verdad, lo predominante en el cará por enc ima de todas las otras determinacion es. No se
alma es siempr~ , aquello que puede ser llamado espíritu. ignora , por una part e, que el alma no es cuerpo . Pero no
~ue esta reducc10n_ del alma a su parte superior haya sido oe-rt.
se desconoce, por oh·a, que es algo clel cuerpo, crw¡1.a-roc;
un~uesta por la misma doctrina de las ideas O que haya Ahora bien, en virtud de esa su tend encia, el alma pa-
temdo _otros menos metafísicos fundam entos, no es cosa que rece situars e fu era de lo que constituye el pmo "intelec-
por el mstante nos interese demasiado. Lo cierto es que hay to", el nudo "entendimiento", el "espíritu ". El mundo ele lo
denh·o de esta con cepción una tensión jamás bien resuelta inteligible no pert enece rá entonc es, ni siqu,iera como obje-
e~tre u~a re~lidad que aspira a ser int eligible y, por ello to propio suyo, a la natural eza del alma. En todo caso,
m1smo, 1mpas1ble, y una realidad cuya imp asibilidad es, en será en ella algo esencialment e recibido y, por lo tanto,
todo caso, menos una natural eza que una actittt,cl. Est e ha algo esencialmente pasivo. De esto al averroísmo no hay,
sido el motivo por el cual se ha declarado con frecuenci a naturalment e, más qu e un paso. Cierto que este paso no
qu e la teoría platónica del al~a y de su inmortalidad tiende ha sido dado siempre por Aristót eles. No ha sido ni siqui e-
a alejarse cada vez más de lo que será ult eriorm ente la ra dado con entera consecuencia por A.vermes, el cual sos-
doctrina de_;ª pers~na y de la inmortalid ad de la p ersona. tiene que la "unidad del intelecto " es, a lo sumo, el aspecto
La yrop ens1011a subrayar lo univ ersal frente a lo singular, qu e ofrece el alma cuando es vista desde la razón , ,1 por lo
la 1dea f1:ent e a las realidad es particular es que la reflejan, tanto, cuando es objeto de una pura especulación de la
la !?arte mtelectual frent e a la impulsiva y a la sensitiva mente, distinta tanto de la revelación como de la íntima
senan entonc es oh·os tantos motivos que abonaran la des- experiencia. D e hecho, par ece qu e sólo Alejandro de Afro-
vi~ci?n m:ncio~ada., ~n otros términos, y para empl ear la disía sostiene una tal radical conc epción de la "unidad del
tenmnologia
" ,, anstotelica, el alma no sería ya un -6" \, oc 't'(, ent en dimiento activo" y, por lo tanto, una tan extrema re-
un cesto , una "substancia" . Claro está qu e aun en el mismo ducción del alma individual a un modo "pasivo". Pero es
Aristóteles podría dudarse de si la atribución de subst an- indudable, cuando menos, que en la mentada separación
cialidad al alma repr esenta una afirmación decidida de la hay la posibilidad de qu e se manifi este siempre tal tenden-
p ers_ona. ~e hecho, esto ocurriría si no fuese qu e, como cia. La rigurosa distinción enh·e un "entendimiento activo"
es bien sabido, Aristót ~les tiende a substancializar sólo aque- y un "entendimiento pasivo " destruy e, pu es, de raíz lo que
lla alma que es, propiamente habl ando, principio del cuer- tan esforzadament e había int entado cimentar el platonismo.
po. Todas las fórmulas aristotélicas apuntan, por lo demás, 1 De anima, B 1, 402 a, 412 a, 412 b.
312 EL SEN TIDO DE LA MUERTE MUERT E , I NM ORTALID AD Y SUP E RVIVENCIA 313
Porqu e la distinción lleva implícitas una seri e de graves fundirs e simplem ent e con ese mundo . D e ahí la situación
consecuencias. Ant e todo, la de supon er una ciert a imposi- del alma dentro del cuerpo: como indivisibl e, el alma no
bilid ad de qu e cad a una de las almas esté constituída por pu ede "estar " sencillam ent e en un cuerpo , de modo que
un singular núcl eo int eligibl e. En segundo término , la de hay qu e afirm ar tambi én de ella la divisibilidad. Mas ser
admitir , bajo la forma de un "int electo activo " común a divisible no significa en este caso repartfrse espacialm ent e
tod as las almas, un a realidad que, si bien en los comienzos por el cuerpo al modo como se repart en en una extensión
par ece ser el principio de que tod a alma particular extrae los colores. Su posición int erm edia entre la esencia indivi-
su substancia, en verdad va siempre en camino de conver- sible y la esencia divisible p ermit e qu e la divisibilidad sea
tirs é en lo que mod ernam ent e se ha llamado el "espíritu entendida como la posibilid ad de qu e el alma ent era esté
obj etivo". De este modo se inserta en la conc epción del simultáneament e pr esent e en todas las part es singular es.
alma una decidida tend encia a la objetivación. Mas esta Est a es, por ob·o lado , no sólo la opinión de Plotino, sino
obj etivación no es ya simpl emente el resultado de una in- tambi én la ele San Agustín , y aun la ele Santo Tomás 1 .
terna actividad por medio de la cual una realidad se defi- En todos los casos, el alma será ·un principio de unidad
ne como trasc endi éndos e continuament e a sí misma , sino que no se limitará a unificar las manif estacion es e impr e-
la afirmación del primado de lo "objetivo" sobr e lo "subje- siones del cuerpo, porqu e, en el rigor de los t érminos, esta
tivo". Como es palmario, una sup ervivencia p ersonal resul- su posibilidad de unificación se deb erá a su existencia en
ta entonc es sobr eman era probl emática. Lo resulta mucho principio sep arada , a su p ert enencia , casi filial, a lo inte-
más de lo qu e podía acont ecer, por los motivos ya expu es- ligibl e. D e esta suert e, la inmort alid ad podrá ser afirmada
tos, en el pl atonismo y, sobre todo, infinitam ent e más de sin necesidad de qu e el alma pi erda ent eram ent e su con-
lo qu e sucedió en el neoplatonismo. En verdad, es el neo- dición singular , su particular destino. Pero el destino será
platonismo el qu e vu elve a plant ear la cuestión en los tér- siempr e, en mayor o menor medida , la cont empl ación, y la
minos de una efectiva inmortalidad del alma . Sin duda, no inmortalidad será siempr e la p ersistencia de lo imp asible.
pod emos exponer aquí , aimqu e sea en un ab·op ellado es- En este respecto , podríamos declarar que Plotino vuelve a
qu ema, los análisis qu e incansabl ement e se tejieron en tor- inclinars e hacia Aristót eles. Pero, a difer encia de Aristót e-
no a este problema. Enunci emos sólo qu e, cuando menos les, o, si se qui ere, de algunas de las consecuencias de la
para Plotino , las almas, en la medida en qu e se han ale- doctrina aristot élica del alipa, no supone en ningún instan-
jado del mundo int eligibl e y se han unido a los cuerpos, te qu e tal imp asibilid ad suprima su posibilidad de perdu-
son a la vez divi sibl es e indivisibl es. Por eso el alma no ración como algo qu e es tambi én, y ahora en tod a la pl e-
es ni cuerpo ni armonía , ni tampoco ent elequia , sino que nitud de su significado , un prin cipio. El alma es, en suma ,
pos ee, junto con su origen divino , una naturaleza int eligi- indivisibl e, pero es a la vez algo cuya indivisibilidad se
bl e, 1 es decir, una esencia incorporal e inmortal qu e la halla a una infinita distancia de la indivisibilidad del punto.
hace partícip e del reino int eligible sin necesidad· de con-
1 S. Agustín, De inmort . anim e, 16; Sto. Tom ás, Contra gent ., II,
1 Enn., IV, ii, i ; y, sobr e todo, IV, vii. cap. 72.
314 EL SENTIDO DE LA MUERTE MUERTE, INMORTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 315
La indivisibilidad del alma, fundamento de la eternidad to. El alma es un conjunto, dirigido por una fuerza sup e-
de ella, es más bien, en todo caso, la indivisibilidad de una rior y hegemónica, que volverá al todo cuando el todo s ·
casi infinita, bi en que int electual, "tensión". extinga y purifiqu e medi ante la periódica invasión del fue-
Y, sin embargo, cu ando examinamos atentamente el sig- go, pero esta extinción no niega una cierta persist encia
nificado último de mla tal descripción del alma, advertimos propia del alma y, sobr e todo, no niega que esta persisten -
que un enjambre de objeciones se cierne al punto sobre cia sea, al mismo tiempo, tanto la justificación del ser hom-
ella. Si fuera, en efecto, tal como la pr eceden te especu- bre como la explicación de su vida. La corporalidad del
lación la ha p erfilado, nos encontraríamos con qu e, en vez alma es, en los estoicos, por lo menos desde un punto de
de enriquecer la vida , nos la empobrecería . En la medida vista formal , algo parecido a lo que podía ser en los epi-
en que existiera en este mundo, lo único que le sería dado cúreos. Pero mientras éstos concebían la muerte como la
como una aut éntica experiencia suya sería lo qu e podríamos desaparición de toda sensación y, por ello mismo, como la
denominar, de una manera vaga pero suficientem ente com- definitiva aniquilación del ser, los estoicos buscab an tam-
pr ensibl e, el anh elo. Anhelo para salir de su t emporal pri- bi én en este terreno un compromiso. El. alma y su supervi-
sión, para ser de una vez y definitivam ent e impasibl e. Todo vencia se situaban, pues, en cierto modo, entre lo nahual
lo qu e constituye el efectivo contenido de esta vida no y lo espiritual, entre lo general y lo indi~dual, entre lo i~-
resultaría, claro está , destruído , p ero sí p erman ecería injus- p erecedero y lo p erecedero; mejor todavra, entre la es~ncra
tificado, de suerte qu e la justificación de sus actuales ex- y la existencia. D e ahí qu e, mirad as las cosas desde_ cierto
p eriencias y, con ellas, de la vid a misma sería , a lo sumo, ángulo, el estoicismo representara, dentrn del menc10nado
corno pod emos advertirlo muy claram ent e en Plotino, el "crecimiento" de la id ea de la supervivencia, una cierta
objeto de una intermin able sutil eza . D e ahí qu e la concep- crisis. Ahora bi en, esta cd sis fu é vencida por lo qu e po-
ción del alma como un impasibl e pudi era explicarnos la demos considerar la más plenaria id ea de la inmortalidad:
mu erte y aun lo que se hall ara b·as ella, p ero en modo la cristiana. En verdad, en el cristianismo nos hallamos con
alguno sería capaz de dar un sentido a esta nu estra vida. una concepción de la inmort alidad que por vez primera
No hay que decir qu e ya en los estoicos se había barrun- afecta fundam entalmente a la totalid ad del hombre . Y esto
tado la dificultad de continuar ind efinidam ent e por ese hasta tal punto , que podríamos inclusive decir que sólo
camino. Cierto qu e la concepción estoica del alma es, como dentro del supu esto de la conc epción cristiana podemos
todo el estoicismo, un a composición ecléctica, un compro- hablar de una inmortalidad efectiva.
miso. Pero no es menos evid ent e qu e todo el esfu erzo de Hu elga decir qu e aquí no podr emos detenernos sino muy
los estoicos tiende, por así decirlo, a existencializar el alma, ab'opelladamente en ella . Para qu e así no aconteciese, ne-
a hacer de ella acaso un impasibl e, pero, en verdad , una cesitaríamos no sólo pers eguir los fundam entos últimos de
existenC'ia impasible. Que para ello no hubies en hallado la visión cristiana, mas también, y sobre todo, explorar de-
ob'o rem edio que convertir el alma en un fragmento de la tenidam ente el significado de una realidad como la de la
Natmal eza, no desmiente el anterior fundam ental propósi- intimidad y de un ser como el de la persona . Digamos
316 EL SENTIDO DE LA MUERTE MUERTE, IN lV!ORTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 317
sólo, para evitar ulteriores equívocos, qu e aquí nos encon- inqui etud qu e la imp ele a emerg er del cuerpo , el cual sería,
tramos con algo más que con un alma que, no obstante como en las in1ágenes platonizant es, un sepulcro, una grave
su aptmtado dinamismo, está siempre en camino de fun- pesa dumbr e. Mas, a la vez, el cuerpo estaría unido de una
dirs e con el mundo int eligibl e a cuya contemplación aspi- man era natural al alma, de tal man era que la relación entr e
ra, porque el alma cristiana es lo más alejado posible de uno y otro no podría ser ya entendida del modo habitual
la id ea : es propia y realm ent e vida íntima. De ahí que para en las escuelas platónicas . En verdad , es la misma rigmosa
el cristiano la muert e y la inmortalidad no sean simplemen- distinción enb·e alma y cuerpo lo que introduce aquí las
te aconteceres que se refier en exclusivamente al "alma", complicaciones mayores. Porque, de hecho, esta distinción
a menos que comencemos desde ahora por entender este no pu ede ser admitida sin qu e al punto se pres ent en grav es
término en un sentido sensiblemeüte distinto al qu e pos ee e interminables dificultad es. Ante todo, la dificultad deri-
en la filosofía griega y, sobre todo, en las dir ecciones pl a- vada del probl ema de la individuación, en torno al cual
tonizantes. No ignoramos que , al rev és de lo qu e algunas giraron una bu ena parte de las filosofías m edieval es y aun
veces se ha sostenido, el alma platónica no es simplemente mod ernas. En segundo lugar , la proc edente de la concep-
el resultado de una definición. Pero sab emos qu e la inmor- ción de la intimidad, qu e tuvo que abrirse paso a trav és
talidad de esa alma es tanto mayor cuanto más abundantes de todos los obstácul@s que la metafísica tradicional opo-
hayan sido los materiales int eligibl es que la razón empl eó nía. Así, se tendió cada vez más a sortear tales obstáculos
para edificarla. En cambio, cuando del "alma" cristiana se m ediant e la referencia a un a antropogonía. El hombr e fué
b:ata , lo más difícil es justam ente hac erla entrar dentro de creado inmortal, aun cuando el cuerpo de Adán no pose-
un marco exclusivam ente int eligibl e. Cierto que 'el concep- yera en sí mismo un principio de inmortalidad. En otras
to cristiano del alma se expr esa las más de las veces por palabras, el cuerpo de Adán era mort al según la naturnl e-
m edio de los términos de la metafísica griega. Y ello de za, p ero llegó a ser inmortal por un don de la gracia 1 . Sólo
tal modo, qu e en múltipl es ocasion es la intuición cristiana con el pecado se introdujo en el cuerpo la mortalidad. Mas
p arece qu edar sepultada bajo la capa de los conceptos. ésta no fu é tampoco absoluta, pu es el cuerpo resucita y
Pero no es menos cierto qu e en otras ocasion es es justa- pu ede llegar a ser, como en los bienaventurados, un "cuer-
ment e la acumulación de los conc eptos mismos lo que p er- po glorioso". Mír ese por donde se qui era, de consigui ent e,
mit e llegar al fondo de la intuición mencionada. No, re- la separación enb·e el alma y el cuerpo no es sino un mo-
petimos, porqu e la elaboración int electual nos capture su mento, p ero en modo alguno, como pudiera serlo para cier-
esencia , sino porque la acumulación de las definicion es y -ta metafísica , un principio. D e alú la posibilidad p ara el
ele las distincion es nos p ermit e conocer, por lo menos, lo qu e cristiano de ah-ibuir la inmort alidad , no ya a un alma qu e
no es ella. También aquí, pues, aun cuando por distintos puede ser, según los casos, una id ea o un hálito, sino efec-
motivos , podríamos hablar de una especie de Psicología o tivam ent e al hombr e. La actitud de la vida ante la mu erte
Neumatología negativas. Pu es, sin duda , la posibilid ad de cambia en este caso de un modo fundamental, porque en-
una ascensión del alma significa que hay en ella como una 1 Cfr. Sto. Tomás, S. Th., I , 97, 1, c.
318 EL SENTIDO DE LA MUERTE MUERTE, INMORTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 319
tonces la muerte no es meramente una extinción, una libe- mu erte si no es "dividiéndola" de acuerdo con las diferen-
ración o un desdoblamiento, sino que es un acontecimiento cias de la misma vida. Es lo que señala el Maestro Alexo
rea lm ente decisivo de la tot al vida humana. En este sen- Venegas cuando dice que hay tres maneras de vida: una,
tido puede decirse que para el cristiano la muerte es más la vida de naturaleza a la cual se conb·apone la muerte del
que la vida. Claro que la muerte misma no tiene tampoco cuerpo como cesación de la existencia; oh"a, la vida de
un sentido unívoco. Ante todo, de la muerte puede ha- gracia, a la que se contrapone la segunda muerte espiri -
blarse de dos modos: como muerte primera y como segun- tu al que es el pecado mortal, quedando muerta la vida de
da muerte. La primera es la llamada muerte del cuerpo; una muerte segunda; otra, finalmente, la vida de gloria a
la segunda, la muerte del alma , no porque ella efectiva- _la que se contrapone la muerte del infierno. "Estas b·es
mente muera, sino porque ha sido irremisiblemente conde- muertes -escribe el místico toledano- se reducen a dos: que
nada. Por eso no se puede decir, una vez colocados en la es muerte del cuerpo y muerte del ánimo, porque a la
situación concreta en que el hombre vive en este mundo, mu erte segunda sigue la muerte tercera, así como a la vida
que la muerte como tal sea un mal, pues del mismo ·modo de gracia consigue la vida de gloria" 1 . En la vida se deci-
que los impíos usan mal no sólo del mal, sino aun del bien, de, por consiguiente, algo más que la vida misma, porque se
y así como los justos usan bien no sólo del bien, sino tam- decide lo que ella va a ser en cuanto eterna. La eternidad
bién del mal, "los malos usan mal de la ley, aun cuando de la vida es por este motivo algo mucho más determinado
la ley sea un bien, y los buenos usan bien de la muerte, que la persistencia a h·avés del tiempo; la eternidad posee,
aunque la muerte sea un mal" 1 . Podríamos decir, pues, que por así decirlo, una cualidad que la hace, en todos los casos,
la muerte y la vida se han, cada una por su lado, desdo- aun en el de una "segunda muerte", absolut amente posi-
blado. Pues, en verdad, el cristianismo supondría no sólo tiva. Por eso el pecado no puede ser considerado, al final,
una primera y una segunda muertes, sino también una se- como una disminución de la plenitud de la vida, sino, en
gunda y una primera vidas. La primera vida sería la de cierto modo, como algo que colabora a la posibilid ad de
Adán antes del pecado; la segunda vida, la de la humani- esta plenitud. Es lo que nos muestra, según San Agustín,
dad después de p ecar; la primera muerte, la de todo hom- la muer te de los santos: esta muerte revela justam ente que
bre al cesar en esa segunda vida; la segunda muerte, la '1a antigua pena del pecado se ha convertido en una se-
del hombre pecador al cesar en su segunda vida. Lo que milla de más ricas cosechas de justicia" 2 •
para el caso importa no es, sin embargo, este desdoblamien- El "crecimiento" de- la idea de la inmortalidad alcanza,
to, sino el hecho de que, por haber posibilidad de "segun - así, en este punto, su expansión máxima. Pues lo que en-
da muerte", haya posibilidad para la vida de que en su curso tonces sobrevive es tanto lo que puede llamarse el "hom-
se decida no sólo ella misma, en tanto que realidad acaba-
da y definitivamente p erfilada, sino su ulterior y absoluto 1 Agonía del trá11sito de la mu erl.e, 156.5. Punto segundo. Cap. IV
destino. En rigor, parece inclusive no poder habl arse de la ( Nueva B.iblioteca de Au tares espafioles. Escritores místicos españo-
les, 1911, t. I, pág. 122.)
1 S. Agustín, De civ. Dei, XIII, 5. 2 De civ. Dei, XIII, 7.
1 l
neral "psiquismo'.', éste no sea un mero epifenómeno de lo nico. Pero, un a vez más, la individualidad de esta psique
orgánico, sino algo a lo cual pod emos nosoh ·os atribuir resultar ía harto probl emática. La postulada unidad del
por lo menos entidad. Pues bien, aun en tal caso la mos- "yo", y cuanto m ás todavía la ele la persona, quedaría siempr e
b·ación y demostración de su existencia no serían suficien- disu elta en un sistema ele elementos o ele "imágenes" men-
temente iluminativas y concluyentes. Tales experiencias tales y afectivas que podrían constituirse provision al y
podrían conducirnos tal vez a una hipótesis metafísica cual- momentán eament e en unidad , p ero sin el corr espon dient e
qui era, en particular a la que sosti ene la existencia de una princ-ipio unitario del cual , en todo caso, las imágenes fu e-
realidad "suprapsíqu.ica". Mas lo "suprapsíquico" puede ser ran manifestacion es. Es lo que sucede cuando los resul-
entendido ele varias maneras: por ejemplo, como la afirma- tados de la investiga ción p síq uica son in terpr etados ele una
338 EL SENT IDO DE LA MUERTE
MUERTE, INMORTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 339
manera suficient emente pulcra . Entonces vemos qu e pu e- b erá ser, por lo tanto, pu esto entr e parént esis, lo cual no
de hablars e, como h a hecho recientemen te un autor , de qui ere decir, ciertamente, que haya que recurriI a la id ea
un cierto sistema de psycha, ele un "psychon-systeni" que de una simplicidad y substancialidacl absolutas del "alma",
respond ería punto por punto a los resultados de las inda- Entre el exb·emado realismo del alma y el radical nomi-
gaciones, y no sólo ele las ele carácter telepá tico, sino aun nalismo de las "imágenes" sin centro o, a lo sumo, con
de las qu e conciernen a los fenóm enos conocidos con el un cenh·o constituído por la po sible "estabilid ad" de ellas,
nombr e de phantasms of the Haing, a los que pochían , sin hay una posición int erm edia qu e no necesita ser pura-
duda , agr egarse los que tuvi eran como objeto las "apari- mente esp eculativa ni tampoco exclusivam ente nominalista-
ciones de los mu ertos " 1 . La base empirista , y, en último empíric a. Es la qu e, desde diversos ángulos, se ha pu esto
término, nominalista ele semejan te teoría sería por ello ca- de relieve cuando , tambi én con el int ento de llevar a sus
da vez más patente. En otrns términos , cualqtúera que últimas consecuencias una posición empirista, y aun una
fuese la pulcritud con que la hipót esis permiti era int er- posición empirista desarro llada dentro de una atmósfera 1:
pretar los hecho s, siempre p ermanecería un residuo, un naturalista , se ha advertido qu e la experiencia revelaba mu-
hu eco qu e el "psychon-sy sten/' se vería impot en te para cho más de lo qu e de prim era int en ción par ecía. Es lo
colmar , por lo menos de un modo relativamente satisfacto- qu e ocurr e, entre muchos otros que podríamos asimismo
rio. No ignoramos que desde el punto de vista esbfotam en- mencionar , con Main e de Biran . Cuando éste declara qu e,
te empírico acaso no podríamos enunciar nada más que "haci endo absb·acción de todas las impr esion es accidenta-
lo dicho. Pero el punto de vista empíri co no es exclusi- les, y no admitiendo sino la potencia del esfuerzo que se
vam ent e empírico , por cuanto se apoya casi siempre en ejerce sobre las difer entes p art es inertes y móvil es del pro -
un pr evio supu esto ele carác ter nominalista. Así, una a ve- pio cuerpo, habrá siempre [y somos nosotros los qu e aquí
rigua ción a fondo del problema qu e b·adiciona lmente es subrayamos] un sentimiento idéntico e inm,ediato de la
pr esen tado bajo el aspecto de la relación entre "alma" y existencia personal o de una duración qu e pu ede ser con-
"cuerpo" nos obliga de nuevo a bu scar lo sub stancia l tra s siderada como la huel"la del esju,erzo q-ue fluye uniforrne-
lo fenoménico . Nin gún sistema de "imág enes" mentales o ment e" 1, admite algo más qu e un epifenóm eno, p ero tam-
afectivas pu ede satisfa cernos si, cuando menos, no nos bién algo más qu e la posibilid ad de que este epif enómeno
alud e a lo qu e metafísicamen te h emos visto qu e constituía pudi ese convertirs e, llega da la ocasión, en fenómeno es-
el fondo último del hombr e : el núcleo personal o, si se tdcto . En rigor, aque llo a que apunta por lo menos un a
qui ere, para evitar eq uívocos en cuestión de tal velamen, investigación de esa índol e es a una cierta substanci alid ad
la "mismidad". que ya no será el producto de wia id ea o, mejor dicho , el
Todo lo qu e destru ya esa mismidad o la convierta en contenido de tma d efinición establ ecida a priori. No po-
una sihrnción de eq uilibrio enh·e elementos div ersos de- demos aquí detenernos en el examen del curso de pensa-
1 Véase W.\ •Vha tely Carin gton, T elepfflhy : an outline of il:s Facts,
1 Essai stir les f ondemenl :s ele la psyclwl ogie et sur ses rapports avec
Th eory a11clImpli cations, 1945.
l' ét ude ele la nature ( Oeu.vres, ed . Tisserand, t . IX, p ágs, 322-323).
340 EL SENTIDO DE LA MUERTE MUERTE, INMORTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 341
mientas que han seguido por esa vía, ni menos aún exa- bordarse" de la vida espiritual frente a los límites del cuer-
minar las interpretaciones que sobre tales hechos se han po, apunta directamente a la posibilidad de perduración o,
montado. Limitémonos a comprobar que, cualquiera que en todo caso, apunta de tal modo a ella que la negación
haya sido la interpretación, no puede comprenderse si una del sobrevivir es la que entonces debe tomar la ofensiva
cierta ontología no es colocada en su base . Ahora bien, y demoshar que ocurre lo conh·ario. Lo mismo ·afirma Sim-
esta ontología es justamente la ontología de "lapersona. De mel. La separación entre el proceso de la vida y los conteni-
lo que aquí se h·ata es, por consiguiente, de algo muy dos hace posible que un "yo" se afirme en el curso ele la
distinto •que de examinar los "fenómenos psíquicos" como vivencia de los hechos, y ello no sólo en el sentido psi-
simples fenómenos; en todo caso, la indagación de carác- cológico de una conciencia que persiste a h·avés de los
ter fenoménico tendrá siempre e inevitablemente que re- cambios, sino en un sentido eminentemente objetivo . El
troceder a un esh·ato más profundo en el cual, llegado "yo" puede replegarse sobre sí mismo, y esta posibilidad
cierto momento, no podremos considerar lo que se nos apa- de repliegue muesb·a que el "yo" es aquella realidad que
rece como fenoménico sino como manifestación de un úl- puede liberar a los contenidos del proceso . Tanto en uno
timo modo de ser. Es, pues, el ser y sus modos lo que como en otro caso tenemos ante nosohos una idea de la
puede salvar a todo "complexo" psíquico, a todo "psychon- inmortalidad sensiblemente distinta de la b·adicional. El
system", de la disolución a que lo condena su supuesto "yo", el "alma", la "mismidad", la "conciencia", la "perso-
consistir, en el caso más favorable, en un "sistema estable". na" no serían entonces realidades meramente substanciales
Las teorías -de Bergson y Max Scheler, a que habíamos que, precisamente por ser substanciales, sobrevivirían. El 1
1,
ya aludido, parecen confirmar, con más energía aun que la sobrevivir de lo substancial sensu stricto tendría que con-
de Maine de Biran, las anteriores afirmaciones . Tanto en sistir siempre en la contemplación del mundo inteligible y,
uno como en otro se da la afirmación de que una cierta en último término, en el intento de fusión con ese mundo.
legalidad espiritual autónoma sustenta, como mínimo, las Lo que habría, en todo caso, de "dinámico" y "esforzado"
manifestaciones de la persona. Cierto que esta legalidad en tal substancia sería justamente el mentado intento de
espiritual o la tensión de la duración no pueden en modo una fusión, el acto por el cual la contemplación conduci -
alguno "demosb·ar" la supervivencia. Ni Scheler ni Bergson ría a una identificación o, cuando menos, a una partici -
han declarado , por lo demás, que pudiera h·atarse de tal pación completa en el estático mundo de las ideas. En
cosa. Por el contrario, ambos se han esforzado en poner cambio, la supervivencia anteriormente mentada eludiría
de relieve que las "pruebas" en cuestión no pueden ser semejante dificultad por ofrecerse desde luego, ella misma,
medidas con el pah ·ón de las tradicionales "demostraciones" como una dificultad eminente, por haber previamente in-
metafísicas . Pero , en todos los casos, tenemos aquí la base sertado en el alma aquello que parecía desb·uirla denb·o de la
desde la cual toda supervivencia puede resultar posible y concepción orientada en la esencia y en lo inteligible: la
comprensible. En otros términos, la mostración de la efec- esperanza, la congoja, el esfuerzo. Huelga decir que una
tiva existencia de la persona, bajo el aspecto de un "des- tal concepción se aproxima más a la idea de la intimidad
342 EL SENTIDO DE LA MUERTE
MUERTE, INMOHTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 343
cristiana que aquella substancialidad que, aun elaborada lo más mínimo el problema de la supervivencia personal.
en gran parte dentro del cristianismo, ha amenazado con Y claro está que no nos lo resuelve si por resolver enten-
salir de él continuamente. Lá "mismidad" es, en efecto, apro- demos dejar la cuestión de tal modo asentada que en nin-
ximadamente lo mismo que la "vida íntima". Pero la "vida gún otro momento pu eda ponerse en duda o, por lo menos,
íntima" no es tampo co, ni mucho menos, el conjunto de enb·e par éntesis. Mas prescindiendo de que aquí podemos
las "imágenes" mentales o afectivas centradas en torno a hallar, según ya advertimos, el sentido mismo del morir
un punto relativamente estable, sino que, a su vez, no humano, la verdad es que se habrá ·dejado planteado el
puede comprenderse sin una cierta substancialidad formal- problema en una forma que habrá engendrado el ámbito
mente parecida a la forjada por la metafísica del helenis- dentro del cual podremos dar un significado a la super-
mo. En suma, lo que sucede cuando examinamos a fondo vivencia. Lo demás sería pedir de nosob·os que explicá-
este problema es lo siguiente. - El conjunto de "imágenes" ramos la cuestión como si . la hubiésemos efectiva y con-
que una experiencia interpretada a la luz de una ontolo- cretamente visto. Pero en la misma medida en que no po-
gía de carácter empfrico-nominalista nos presenta , resulta demos ver ahora con la sola y exclusiva conciencia, no
insuficiente, porque no podemos descubrir ningún núcleo podemos ver tampoco el rntmdo que a esta conciencia
que nos permita hablar, con pleno sentido, de una "mis- personal está destinado. Pues, como nos dice José Carn er,
midad", de un "yo" o de una "persona", y, de consiguiente, por boca de El Orate, en su Misterio de Quanaxhuata, "na-
de su posible supervivencia. Pero, al mismo tiempo, la die ha vuelto de la muerte para decirnos si morir es como
pura substancialidad y simplicidad de un "alma" exclu- caer la hoja que se pudre, o como caer la semilla que renace".
sivamente orientada en lo int eligible nos es asimismo
insuficiente, porque, a menos que arbib'ariamente ponga- La averiguación del sentido de la muerte nos ha condu-
mos esta substancia como existente, no podremos derivar cido de este modo a un análisis de lo real en cuyo curso
de ella ninguna realidad efectiva. De ahí que el pensa- éste se nos ha manifestado como esencialmente detenni-
miento tenga entonces que marchar, casi dialécticamente, nado por la forma de su cesación y, en último término,
de un extremo a oh·o. La realidad manifestada por la ex- ya que el vocablo "muerte" ha sido utilizado menos uní-
periencia no podrá entenderse si no suponemos, subyacente voca que analógicamente, por la forma de su muerte. De ahí
a ella, una ontología de la persona en la cual el modo de que pudiésemos hablar desde el prin cipio ele una arialogia
acontec er pueda reducirse, en caso necesario, al modo de mortis casi exactamen te super pu esta a la analogía ent-is.
ser. Pero la realidad que el "realismo personal" nos pone Pero, al mismo tiempo, ese nuevo decirse de muchos mo-
de relieve no podrá tampoco entenderse si no salimos del dos el ser quedaba fundamentalmente determinado por el
marco de una simplicidad meramente coristruída y no ad- lugar que ocupaba en lo que podíamos calificar de jerar -
mitimos que, en todo caso, lo simple es el aspecto formal quía ontológica. En vez de considerar que la realidad cons-
de algo que podemos llamar, con toda propiedad, una tituía una capa única -o, lo que equiva le a lo mismo, que
substancia. Se dirá que todo esto no nos ha resuelto en podía reducirse a una capa única- , o en vez de estimar
344 EL SENTIDO DE LA MUERTE MUERTE, INMORTALIDAD Y SUPERVIVENCIA 345
que lo real se escindía en esferas ontológicamente irreduc- reino de lo orgánico, llegábamos a aquella región en que
tibles, consideramos más plausible suponer que todo el ser y muerte podían ya cómodamente superponerse. Por
ámbito de lo real estaba recorrido por una doble dirección: eso tuvimos que agregar a la mencionada ontología de
por un lado, parecía "descender" hasta la absoluta exte- lo real una metafísica de lo orgánico en la que éste se nos
rioridad y, en cierto modo, hasta la idealidad misma. Por aparecía como determinado por una serie de notas que si
el otro, parecía "ascender" hasta su no menos absoluta in- podían también, ciertamente, aplicarse a lo inorgánico, de-
terioridad, hasta el reino de un espíritu en el cual el "ser" bían tener ya entonces otro sentido. Era, pues, el sentido
no podía ya emplearse de la simple manera con que es mismo el que iba sustituyendo poco a poco al nudo hecho,
utilizado cuando se dice que una realidad determinada "es" de tal forma que pudimos llegar a la conclusión de que lo
esto o aquello. En virtud de ello, cada fragmento de lo orgánico se hace tal por la muerte. Mas esa muerte no era
real podía ser considerado desde dos puntos de vista si- todavía stt muerte. Para que tal aconteciese necesitábamos
multáneamente opuestos y complementarios, y era la po- enconh·ai· una realidad que, como la de la vida humana,
sibilidad del predominio de un punto ele vista sobre el pareciera emerger decisiva y definitivamente del marco
oh·o lo que, en rigor, posibilitaba considerar al fragmento del ser ya y del no ser todavía para alojarse, en todo caso,
en cuestión como perteneciente a una determinada esfera. dentro ele un marco infinitamente m~s amplio, que no des-
En ob'as palabras, y para reiterar una de nuesh·as tesis truye acaso la ontología h·adicional, pero que la obliga a
ftmdamentales, lo que determinaba el ser de cada realidad refundamentarse por entero. El análisis del morir humano
era el enb'ecruzamiento de las dos direcciones, su estado nos conducía de este modo a aquella región en que una
de inestable equilibrio enh·e tendencias opuestas que po- cierta realidad se constituye por su propia muerte. Mas
dían en cierto momento manifestar una indudable disposi- ni siquiera esto podíamos declarar terminantemente, por-
ción a mantenerse dentro de una de las "direcciones de la que el llamado avance de la muerte y la analogía del mo-
flecha". No vamos a repetfr los argumentos detalladamen- rir recorrían asimismo toda la esfera de la existencia del
te expuestos ya en este volumen. Señalemos sólo que la hombre. Por eso nos hemos visto forzados a reconocer que
posibilidad de hablar plenamente de una muerte aparecía el morir del hombre es una expresión desconcertantemente
cuando el citado entrecruzamiento de la doble dirección equívoca y que, en puridad, debíamos recurrir para ex-
ontológica nos señalaba hasta aquel punto en que la ex- presarla a un concepto de la muerte en el cual ésta se
tensión parecía concenb·arse en un interior que, en cierto manifestase como vinculada a cada persona. De esta suer-
modo, podía considerarse como el producto de aquélla, te, el morir para sí era uno de los caracteres esenciales de
pero que también podía estimarse como fundamento de lo la muerte humana. Pero no el único. A él había que agre-
extenso. No nos correspondía pronunciarnos sobre tan de- gar el hecho de que era su propio morir el que podía otor-
licada materia, por más que nuesb·a opinión personal haya gar a cada persona su sentido y, por consiguiente, el que
podido h·aslucirse en repetidas ocasiones. Lo único que po- perfeccionaba el ser y lo situaba dentro del ámbito de un
díamos enunciar con toda seguridad es que, al arribar al ser para la muerte que era, a su vez, un ser para sí mismo
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M UE RTE, INM ORTALIDAD Y SUP EIWIV ENC I A 347
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y p ara su forma de cesación propi a e irreductibl e. Por JI lo único qu e le p ermitía ser, clentrn de cada uno ele sus
consiguient e, la mu ert e humana emergía como aqu ella for- gr ados, él mismo. Mas ese triunfo al par ecer definitivo de
ma de realid ad en qu e el morir , en toda la pl enitud de la mu ert e sólo se cumplía en tanto qu e con el morir se
su significado , definitivam ent e triunfaba. El análisis de la int entara explicar el sentido del ser o, para ser más exac-
mu ert e, yuxtapu esto al análisis de la realid ad, nos revelaba , tos, ya qu e nos referimos a ese mom ento culminant e del
así, un avance de la mu ert e qu e era, al mismo ti empo , su existir qu e es la vid a hum ana, el sentido de la existencia.
h·itmfo . En la materia inert e, rep etimos , apenas podíamos de- La vida pod ía, en suma , ser explicad a por la mu ert e y aun
cir qu e habí a mu ert e, porqu e, una vez más, la cesación era decirse qu e se constituía por su mu ert e. La mu ert e misma,
ocultad a por la recomposición. En el ser vivient e había en cambio , p erm anecía in explic ada y, de consigui ent e,
-tanto más cuanto más elemental fu ese- la posibilidad de manca de un a cabal compr ensión de su sentido . Por esta
una regeneración . En los seres vivos sup eriores, la regene- razón hubo necesidad ele explic ar la mu ert e por algo qu e
ración afect aba sólo a la especie. D e la especie al clan estuvi era fu era y más allá de ella. Era este el mom ento
primitivo parecía no haber pr ecisament e un abismo . El en qu e se introdujo la id ea de la sup ~rvivencia y la de la
primitivo clan fun cionaba entonc es como una especi e so- inmortalid ad. Ese sobr evivir no era ya, emp ero, simple-
cial , como algo qu e podía tambi én colectivam ente rege- ment e el hecho de qu e una realidad cualqui era p erduras e,
nerars e. Pero esto era sólo cuando se atendí a a la sup er- sino el hecho, mucho más fund ament al, de qu e la p erdu-
ficie y no a lo qu e hací a posibl e tod a sociedad humana, ración se realizara por medio de un movimi ento de tras-
por primitiva qu e fuese: la existencia de verdad eros indi- cend encia de sí misma qu e p ermiti era romp er el marco
viduos , la pr esencia de la realidad de la person a. Al llegar dentro del cu al el ser pr eviam ent e p arecía hab erse ence-
al hombr e se llegaba enton ces a aqu el límite en qu e la rr ado. La simpli cid ad del "alm a" o del "espíritu " no eran
mu ert e, en su más estricto signifi cado , estaba a punto de de este modo produ ctos de una simplific ación y atenu a-
triunfar definitivam ent e y, con ello, a punto de plant earse ción del ser, sino expr esiones de un a má xima concentración
el sentido del ser. Ento nces podía decirse ya qu e el sentido del mismo . Natu ralment e, al llegar a este punto debí amos
del ser era la mu ert e o, si se qui ere, qu e el morir repr esen- alcanzar asimismo aqu ella región dond e cada p aso podía
taba el hori zont e denb·o del cual se daba la compr ensión convertir se en tropi ezo. El examen del crecimiento de la
del ser . La tan tas veces mencionada aM.logía mortis debía , id ea de la sup ervivencia, lo mismo qu e el análisis del ám-
de esta suert e, ent end erse desde el punto de vista de una bito denb ·o del cual pu eden darse las "pru ebas" ele ella
metafísica en la qu e no era la cesación ind eterminada no repr esentab an sino dos maneras de tener acceso a un a
el fund amento del morir , sino qu e, por el contrar io, era el realidad qu e, si bi en podía cont emplars e desde el ángulo
morir el punt o máximo de tensión de una realidad qu e de la simplicid ad sub stancial, había tambi én qu e entend er
sólo en la medida en qu e se cUsten día pod ía decirse qu e cesa- decididam ent e como algo en cuyo corazón anid a la espe-
ba . En otros términ os, el morir surgía como algo que ranz a y la exp eri encia . El sentido de la mu ert e emerg ía,
podía p erfeccionar y aun constituir el ser, por cuanto era así, del modo más nítido cuando examinábamos la exis-
EL SENTIDO DE LA MUERTE