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LA ¡FELOSOFUA
EN EL
MUNDO DE BHOY
SEGUNDA EDICION AUMENTADA
LA FI LOS OFI A
EN EL MUNDO DE HOY
SEGUNDA EDICION AUMENTADA
de; O ccidente;
Bárbara de Braganza, 12
MADRI D
La primera edición de la obra de este título apareció en 1959.
La presente edición es, en realidad, u n libro casi totalm ente n u e
vo del q(ue se lia publicado antes la edición in glesa por la H a r
v a rd U n iv e rsity P re ss.
© C o p y r i g h t b y
https://tinyurl.com/y794dggv
https://tinyurl.com/y9malmmm
SUMARIO
Págs.
P rólogo .................................................................................................................................................... H
A) Filosofía y religión
Págs.
B) Filosofía y arte
C) Filosofía y ciencia
I
á
El título de este libro arrastra una cierta ambigüedad. Por un
lado, puede imaginarse que se va a tratar de lo que sucede hoy en
filosofía y, por consiguiente, que van a describirse las tendencias filo
sóficas actuales. Por otro lado, puede pensarse que se va a indagar lo
que le ocurre hoy a la filosofía y, por lo tanto, que se va a examinar
el papel que la filosofía desempeña, o puede desempeñar, en el mundo
contemporáneo. Ambas suposiciones son correctas; no creo, pues,
necesario extirpar tal ambigüedad.
Antes de embarcarse en una excursión filosófica, es asunto de cor
tesía dar concisa noticia de las etapas que van a recorrerse. Puede (y
a veces debe) tomarse algún desvío, pero conviene no apartarse en de
masía de la ruta emprendida. Esta consistirá en despejar las siguien
tes incógnitas:
1. a ¿Cuáles son las tendencias filosóficas hoy predominantes, y
cómo deben ser juzgadas a la luz de una idea suficientemente plau
sible de la filosofía?
2. a ¿Pueden agruparse hoy las escuelas filosóficas de acuerdo con
supuestos en buena parte ajenos a la propia filosofía?
3. a ¿Qué lugar ocupa, cuál puede ocupar, y cuál debería ocupar,
la filosofía en la sociedad contemporánea?
4. a ¿Qué puede decir a la postre hoy la filosofía acerca de tres
de las mayores manifestaciones espirituales humanas: la religión, el
arte y la ciencia?
Ninguna de estas cuestiones puede desgajarse completamente de
las otras. El tipo de filosofía imperante refleja en buena parte la for
ma de sociedad en la cual el filósofo vive. Esta sociedad se halla a su
vez encajada en modos de vivir que dependen grandemente de la
adhesión a ciertos credos filosóficos. Tales credos son, por su lado,
parcialmente explicables en virtud de las diversas relaciones que la
filosofía mantiene con la religión, con el arte y con la ciencia. Así,
12 Prólogo
I
I
i
I
§ 1. L a discordia filo só fic a contemporánea
Ha sido siempre arduo saber exactamente con qué nos las habernos
al hablar de “la filosofía”, pero en el decurso del siglo xx la dificultad
ha subido al punto de parecer poco menos que insalvable. Abramos
un libro sobre la física contemporánea. Pronto nos causará vértigo
el creciente número de hechos descubiertos y la interminable proce
sión de teorías ingeniadas para explicar tales hechos en forma coheren
te. Desde 1900, aproximadamente, la física ha vivido, como hoy dice
ya casi todo el mundo, “en crisis”. Apenas una teoría física ha quedado
asentada que sus fundamentos han comenzado a flaquear; nuevas
teorías han sido entonces apresuradamente inyectadas con el fin de
apuntalar los trémulos cimientos. Pero estas nuevas teorías han corrido
pronto la misma suerte que las que estaban destinadas a reemplazar.
A veces no solamente se ha producido una desintegración de teorías;
venerables principios que, tal el de la conservación de la paridad, pa
recían inmunes a todo cambio, han sido arrastrados por la general
hecatombe h En vista de ello, no pocos físicos han comenzado a ba
rruntar si, en vez de formular sus teorías para centurias o para dé
cadas, no sería más plausible bosquejarlas simplemente para algunos
meses —quizá sólo para algunas semanas—. He aquí un ejemplo de
cómo empezaron a cambiar las cosas en el mundo de los hombres de
ciencia. “Cuando, joven aún, estudiaba en la Universidad de Cam
bridge —declaró Alfred North Whitehead hace ya casi un cuarto de
siglo—, brillantes maestros me enseñaron ciencia y matemáticas, e hice
buenos progresos en ellas. Desde comienzos de este siglo he vivido lo
bastante para ver que todos y cada uno de los supuestos básicos de
la ciencia y de las matemáticas han sido puestos en cuarentena. No
1 El principio de simetría entre la materia y la antimateria en las llamadas
“interacciones débiles” puede muy bien ser arrastrado por el mismo torbellino.
18 La filosofía contemporánea y la filosofía
§ 2. L as bases de la discordia
go, aun el hastío debe ser moderado. Con esta buena intención, aun
que no renuncio a esbozar la anunciada lista, me atendré, a tal efecto,
a las tres normas, o convenciones, siguientes.
El primer lugar, mi lista —digamos, mi panorama— se confinará
a la mención de orientaciones filosóficas fácilmente exhumables en los
escritos y en los debates filosóficos actuales. Cierto que, en ocasiones,
mi panorama aparecerá como inútilmente sobrecargado con referen
cias, o alusiones, a algunas tendencias que han caído en el olvido, o
que la mayor parte de los historiadores del pensamiento filosófico con
temporáneo concuerdan en que están a punto de derrumbarse. Así,
por ejemplo, incluiré en el panorama varios ejemplos de las tenden
cias llamadas “realistas” (y “neorrealistas”) que agitaron el mundo filo
sófico, en particular el mundo filosófico anglo-sajón, entre 1910 y 1930
aproximadamente, y que por el momento parecen ya cosa del otro
mundo. No obstante, considero que la mención de tales corrientes no
es completamente gratuita. Son contemporáneas en tanto que siguen
formando parte de las orientaciones filosóficas que intentaron renovar
la filosofía durante el presente siglo. Además, algunas de las tenden
cias más rabiosamente actuales manipulan problemas y se valen de
términos que plantearon y pusieron en circulación tales orientaciones.
En cuanto a las tendencias que parecen estar a punto de derrumbarse,
ésta es una situación con la que tienen que conformarse la mayor parte
de las escuelas filosóficas contemporáneas tan pronto como irrumpen
en el tablado. Por tanto, sería necio insistir demasiado en lo que es
"realmente actual en filosofía”. Para que una tendencia filosófica me
rezca figurar en nuestra lista, es suficiente que cumpla con cualquiera
de las dos condiciones siguientes: que se haya hablado de ella durante
los últimos veinte, o veinticinco, años como parte del “pensamiento
contemporáneo”, y que haya sacado de vez en vez la cabeza en ar
tículos, comunicaciones, libros y debates de los últimos diez años,
como una corriente que todavía no ha “pasado a la historia”. Si cum
ple con ambas condiciones, tanto mejor.
En segundo lugar, incluiré en mi panorama —y seguiré tratando
en este volumen— sólo lo que puede designarse vagorosamente como
“filosofías generales”. Omitiré, pues, las referencias a las labores filo
sóficas en terrenos bien delimitados o que se consagren a elaborar mé
todos muy específicos. Así, me referiré —y aun esto no siempre direc
tamente— a las importantes investigaciones en lógica, semiótica, es
24 La filosofía contemporánea y la filosofía
30 Loe. cit.
21 En sus obras Toward a General Theory of Human Thought (New York, 1951)
y Nature and Judgment (New York, 1955), Justus Buchler ha elaborado otra forma
de naturalismo. Este ha sido llamado “naturalismo radical” (véase Sidney Gilbert
et al., Journal of Philosophy, LVI [1959], 193-252). El “carácter razonable” del na
turalismo ha sido destacado por Sidney Hook: “El naturalista no se desespera por
el hecho de no poder demostrar lo que es por definición indemostrable. Tampoco
puede confiar en la intuición o en los dogmas revelados a causa de su irreductible
pluralidad. El naturalista cree que puede mostrar que, si bien indemostrables, sus
supuestos son razonables para todos los ‘hombre razonables’ ” (“Naturalism and
First Principies”, en Sidney Hook, ed., American Philosophers A t Work [New York,
1957], pág. 240).
40 La filosofía contemporánea y la filosofía
cosas, es la historia —como res gestae— al hombre. Una vez más tro
pezamos con la posible aplicación de conceptos teológicos a la realidad
humana. Deus cui hoc est natura quod fecerit..., dice San Agustín.
Tampoco el hombre tiene otra 'naturaleza’ que lo que ha hecho” 23.
Ortega no fue, por cierto, historicista, o, si se quiere, no se limitó
a serlo: aspiró a espabilar a sus coetáneos y a hacerles comprender
las posibilidades y las virtudes de la “razón histórica” —un tipo de
razón especialmente apto para entender “lo humano”—. Pero no hay
duda de que el pasaje citado muestra con ejemplar claridad lo que
significa decir que la realidad humana no consiste en ser, sino en
vivir, y que tal vivir es equivalente a la constante mutación histórica.
En el historicismo destaca, pues, la “infinita plasticidad” de la reali
dad humana, y a la vez el hecho de que tal realidad se halle de con
tinuo moldeada y, por ende, limitada por los cambios a que está so
metida o, mejor dicho, a que ella misma, en tanto que realidad his
tórica, “se somete”.
El historicismo puede ser una doctrina ontológica o una doctrina
epistemológica. En el primer caso destaca el carácter histórico fun
damental de la realidad y de la cultura humanas. En el segundo caso
sostiene que no hay modo de entender a derechas tales realidad y cul
tura, a menos de usarse modelos históricos y nociones históricas. En
principio es posible ser historicista epistemológico sin ser necesaria
mente historicista ontológico. Sin embargo, no' es común, ni fácil,
abogar por el historicismo ontológico sin mantener a la vez un histo
ricismo epistemológico. Se ha discutido a veces si para ser historicista
hay que ser a la vez relativista —quiero decir, “relativista cultural”—.
Algunos filósofos han insistido en que una cosa lleva a la otra, y han
aducido como ejemplo algunas filosofías de la historia (en particular
la de Oswald Spengler). Pero Karl Mannheim y Ernst Troeltsch —que
fueron declaradamente “historicistas”—, así como varios otros pen
sadores más o menos influidos por las investigaciones de antropología
cultural y de sociología del saber, han protestado contra la identifi
cación de “historicismo” y “relativismo”. Los dos mencionados filó
sofos y sociólogos han llegado inclusive a declarar que el historicis
mo es la única salida decente que se le brinda al pensamiento de
nuestro tiempo para evitar las trampas del relativismo. Según Mann-
22 José Ortega y Gasset, Historia como sistema (Medrid, 1941); reimp. en Obras
completas, VI, pág. 41.
42 La filosofía contemporánea y la filosofía
"tan vivaz”, mientras el propio Peirce era “un mero índice”? Pero se
fundaba asimismo en una diferencia de propósitos. Las intenciones
que movieron a James fueron ante todo de índole psicológica, ética
y religiosa. Las que incitaron a Peirce fueron predominantemente de
carácter lógico, científico y metodológico. Pueden exhumarse dife
rencias irrefragables entre el pragmatismo de Peirce y James, y el
pragmatismo de F. C. S. Schiller —asimismo llamado “humanismo”,
“subjetivismo” e inclusive “protagorismo”—. En cuanto a Dewey,
deploró no poco el fracaso —o, mejor, falta de interés— de James en
edificar “una teoría completa de las formas o 'estructuras’ y de las
operaciones lógicas basadas en esta concepción” 2S. Dewey se empeñó
en superar las reales o supuestas limitaciones de las teorías de James
por medio de su propio “instrumentalismo”. Esta “nueva doctrina”
es “un intento de constituir una teoría lógica precisa de los concep
tos, de los juicios y de las inferencias en sus diversas formas, consi
derando primariamente de qué modo funciona el pensamiento en las
determinaciones experimentales de consecuencias futuras”. El ins
trumentalismo no es una teoría acerca de la disposición personal y
de la satisfacción hallada en el conocer, sino una teoría acerca de los
verdaderos objetos de la ciencia” 26.
Podemos estar de acuerdo con Lovejoy cuando éste escribe que “es
pretender acaso demasiado dar una enumeración completa de las me
tamorfosis experimentadas por una entidad tan proteica [como el
pragmatismo]”. “El filósofo pragmatista —escribió Lovejoy ya en
1908— no es meramente tres, sino muchos caballeros en uno” 27. Ante
la estupefacción (y el deleite) de sus lectores, Lovejoy descubrió que
había por lo menos trece clases de pragmatismo. Algunos de los prag
matistas se propusieron ante todo bosquejar una teoría de la signifi
cación. Otros se esforzaron por sentar un criterio de verdad. Otros
penaron por hallar un criterio de la validez del juicio. Otros elabora
ron el pragmatismo como teoría ontológica. Cada uno de esos grupos
se cuarteó en varias cóteries dispuestas a encastillarse a ultranza en
sus propios credos, de modo que, según Lovejoy, llegó a haber inclu
sive diez diferentes criterios pragmáticos de la verdad o, si se quiere,
25 John Dewey, “The Development of American Pragmatism”, en Dagobert D.
Ruñes, ed., Twentieth Century Philosophy: Living Schools of Thought (New York,
1943), págs. 463-64. ^
26 John Dewey, Experience and Nature (nueva ed., New York, 1929), pág. 131.
27 Arthur O. Lovejoy, “The Thirteen Pragmatisms”, Journal of Philosophy,
Psychology, and Scientifie Melhods, V (1908), 5-12, 29-39, y especialmente págs. 37-39.
46 La filosofía contemporánea y la filosofía
28 P. \V. Bridgman, The Logic of Modern Physics (New York, 1927), pág. 5.
Las bases de la discordia 47
sidad de sus potencias, a este ser que quiere, siente y piensa, en funda
mento de explicación, inclusive, del conocimiento y de sus conceptos
(tales como los de mundo externo, tiempo, substancia, causa), no obs
tante parecer como si tal conocimiento tejiera sus conceptos sólo con
el material de la percepción, de la imaginación y del pensamiento” 42.
Los filósofos de la vida están sorprendentemente de acuerdo en
algunos puntos capitales. Todos ellos destacan la importancia de la
experiencia, hasta el punto de que el mundo se les ofrece como “un
proceso de experiencia pura”, para usar la vivida expresión de James.
Cierto que no todos los filósofos de la vida estarían de acuerdo con
James en decir que “las relaciones que conectan experiencias entre sí
deben ser, a su vez, relaciones experimentadas” 43. Pero ello sería de
bido, en gran parte, a que no les ha interesado gran cosa la cuestión
de las relaciones en el sentido del citado filósofo. En cambio, todos
los filósofos de la vida harían, como a veces se dice, pifia para luchar
contra “la mutilación de la experiencia” al parecer practicada, o cuan
do menos predicada, por muchos filósofos modernos, tanto de con
fesión racionalista como de tendencia empirista. De acuerdo con ello,
todos los filósofos en cuestión subrayarían el papel fundamental des
empeñado por la acción, la espontaneidad, la libertad y la creatividad.
En rigor, las ideas emergen, a su entender, de la acción y no a la in
versa. Los filósofos de la vida manifiestan, asimismo, una decidida
propensión a poner patas arriba la famosa fórmula escolástica Operari
sequitur esse —el obrar se sigue del ser— y la transforman en una que
podría rezar como sigue: Esse sequitur operari —el ser se sigue de la
actividad—. Ni que decir tiene que están en favor del “Devenir” con
tra el “Ser”, de modo que sus filosofías pueden ser descritas como “dina-
micistas” y “procesualistas”. Tienden sin cesar hacia el pluralismo y
el actualismo, y puesto que el cambio se realiza por medio del proceso
temporal y de la duración, llaman sin cesar la atención sobre la im
portancia del tiempo —en tanto que tiempo concreto y vivido— en la
vida humana, si no en la realidad entera.
Sin embargo, cuando se trata de definir el vocablo “vida”, los pen
sadores de que ahora me ocupo comienzan a volar en múltiples di
recciones. Algunos (Bergson, a veces Whitehead y James) entienden
42 Willielm Dilthey, Einleitung in die Geisteswissenschaften, vol. I (1883);
reimp. en Gesammelte Schriflen, ed. Bernhard Groethhuysen, I (Leipzig, Berlín,
1923), xviii.
43 James, Radical Empiricism and a Pluralistic Universe, pág. 42.
Las bases de la discordia 53
título legítimo que el mundo, algo relativo existente” 52. Pero Husserl
no tuvo que aguardar a que los futuros existencialistas pusieran de
relieve que su última versión de la fenomenología era capaz de sa
tisfacer los deseos expresados por Sartre: sumergir de nuevo el hom
bre en el mundo, “colmar la medida de las agonías, de los sufrimien
tos, y también de las rebeliones, del hombre” 63. El mundo de la
vida (humana) era, en efecto, para Husserl, previo a todos los demás
“mundos” : al de la ciencia, al de la Naturaleza, al de la percepción
común. Sigue siendo un problema determinar si tal mundo es asi
mismo previo a los mundos que Sartre quería conquistar: el de la
acción humana y el de la historia. Ciertas páginas escritas por Husserl
al final de su vida dan la impresión de que las primeras fases del
existencialismo y las últimas fases de la fenomenología no estaban
muy alejadas entre sí. Elusserl seguía manteniendo, claro, que lo úni
co que realmente le importaba era “seguir”, esto es, “describir lo que
había visto” 64. Pero lo que “vio” a la sazón era ya algo muy distinto
de un universo de esencias. “Vio” la vida concreta de los hombres
viviendo en un mundo histórico. La fenomenología pareció conver
tirse así en una “ontología del mundo de la vida [humana]”, pues, se
gún Husserl, sólo tal ontología era capaz de disolver la paradoja de
la “subjetividad humana” y de desembocar en una idea del hombre
como “ser subjetivo para el mundo”, a la vez que “ser objetivo en el
mundo”. El “naturalismo” y el “objetivismo” han pervertido la na
turaleza del racionalismo. Esas dos tendencias modernas han repre
sentado una barrera que ha ocultado a los ojos de los filósofos la visión
de una razón fundada en el “espíritu”. Los filósofos no han podido
comprender que “sólo el espíritu es inmortal” 5S. Pero ya es hora de
que la razón vuelva a ocupar el sitio que le corresponde y desde el
cual comience a superar “la crisis contemporánea”. Y así, la fenome
nología de Husserl, que comenzó siendo una pura descripción de “lo
dado”, terminó en una grandiosa y ambiciosa tentativa para encon
trar salida a un callejón —un “callejón histórico”— sin salida.
10. El existencialismo es —o ha sido— uno de los movimientos
62 Jean-Paul Sartre, “La transcendancc de l’Ego. Esquisse d’une description
peénomenologique”, Recherches philosophiques, VI (1936-1937), 91.
53 Ibid.. pág. 123.
54 Edmund Il'jsserl, Die Krisis der europciischen Wissenschaften und die trans-
zendentale Phünomenol^^ie: Eine Einleitung in die phánomenologische Philosophier
en Husserliana, VI, pág. 347.
55 I b i d pág. 348.
Las bases de la discordia 61
Ello significa al parecer varias cosas. Ante todo, significa que el pro
blema considerado por el filósofo se presenta ante él como un pro
blema que emerge de su existencia personal en cuanto ser humano
individual que libremente moldea su destino, pero que busca escla
recimiento con el fin de moldearlo. En segundo lugar, significa...
que el problema en cuestión concierne vitalmente al filósofo, por ser
éste un ser humano, y no simplemente como resultado de circunstan
cias accidentales... En tercer lugar, el intento de filosofar, desde el
punto de vista del actor exige que el filósofo no intente resolver el
problema olvidándose de sí mismo y de su personal compromiso;
adoptando, por ejemplo, el punto de vista de lo Absoluto, según el
cual los seres humanos individuales carecen de toda importancia” 69.
Todo ello equivale a decir que, como lo ha indicado William Barrett,
el existencialismo “trata de llevar al hombre entero —al individuo
concreto en el contexto total de su vida diaria, y en su total misterio
y problematicidad— a la filosofía” 70. Un hombre entero que “no es
tal sin cosas tan poco gratas como la muerte, la angustia, la culpa, el
temor y el temblor, y la desesperación”, esto es, todas esas “furias”
ante cuyas figuras los racionalistas han cerrado los ojos y a cuyas vo
ces han taponado los oídos, a diferencia de lo que han hecho los filó
sofos existencialistas : describirlas —y aplacarlas71.
Lo malo es que, aun si consideramos todas estas descripciones
como justas, están todavía lejos de hacer justicia a las complejidades
del movimiento existencialista. Para empezar, el existencialismo con
temporáneo —o sus secuelas— tiene otras fuentes además de la kier-
kegaardiana. La filosofía de Nietzsche, el movimiento fenomenológi-
co, las diversas filosofías de la vida y hasta el pragmatismo han desem
peñado un papel destacado en la formación y desarrollo del existen
cialismo actual. Por si ello fuera poco, el existencialismo se ha com
plicado enormemente al prolongarse en otras corrientes filosóficas, al
69 Frederick Copleston, Contemporary Philosophy: Studies in Logical Positi-
vism and Existentialism (London, 1956), págs. 129-30. Las ideas al respecto de Co
pleston son en gran parte una paráfrasis de la definición propuesta por E. L. Alien:
“El existencialismo es un ensayo de filosofar desde el punto de vista del actor en
vez de hacerlo, como ha sido habitual, desde el punto de vista del espectador”
(Existentialism from W ithin [London, 1953], pág. 3). Agreguemos otra “definición” :
el existencialismo es un ensayo de dar cuenta de la individualidad (Fernando Mo
lina, Existentialism as a Philosophy [Clifton Hills, N. J., 1962], pág. 3.
70 William Barrett, Irrational Man: A Study in Existential Philosophy (New
York, 1958), pág. 244.
71 Ibíd., pág. 245.
68 La filosofía contemporánea y la filosofía
do por Hume y, a fines del pasado siglo y comienzos del actual, por
Emst Mach —y la “Unión machiana”—. Ello no significa que fue
ran simplemente adeptos de Hume y Mach. Los positivistas lógicos
y sus amigos se quejaron con frecuencia de la poca atención que los
empiristas “tradicionales” habían prestado a la lógica y a la matemáti
ca. Sin vacilar hicieron uso de las refinadas técnicas lógicas codificadas
en los Principia Mathematica, de Whitehead y Russell, y perfeccio
nadas por un ejército de lógicos y matemáticos. Algunos positivistas
lógicos, o nuevos positivistas, o neopositivistas, se consagraron, ellos
también, al trabajo lógico. Grande fue la influencia que sobre ellos
ejercieron las ideas, o mejor sería decir los gérmenes, contenidos en
el Tractatus logico-philosophicus, de Ludwig Wittgenstein —si se
quiere, las ideas del llamado “primer Wittgenstein”, el cual fue cele
brado como un gran lógico 79. Pero al final permanecieron fieles al
espíritu de Hume, tal como el gran empirista lo exhibió desenfada
damente en los párrafos finales de su Investigación sobre el entendi
miento humano: “Cuando recorremos las bibliotecas, persuadidos de
estos principios, ¿qué sarracina tenemos que hacer? Si tomamos en
mano cualquier volumen de teología o de metafísica escolástica, por
ejemplo, preguntamos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto re
lativo a cantidad y número? No. ¿Contiene algún razonamiento ex
perimental relativo a hechos o a la experiencia? No. Arrojémoslo,
pues, a las llamas, pues sólo puede contener sofismas e ilusiones”.
Según los positivistas lógicos, por lo menos los más intransigentes
—los “duros”—, los libros filosóficos y, ante todo, los libros metafísi-
cos, se hallan atiborrados de enunciados sin sentido. ¿Qué es el ser?
¿Existe Dios? ¿Ha tenido el mundo un comienzo en el tiempo? ¿Cuál
es el sentido de la vida? Ciertos filósofos habían ya concluido que esas
cuestiones, y otras similares, son insolubles. Los positivistas lógicos
declararon sin más que carecen de significado. Sólo lo tienen los enun
ciados para los cuales podemos ingeniar un método de comprobación
—de “verificación”—. En otras palabras, el significado de un enun
ciado se muestra sólo por el modo, o modos, como puede ser verifi
92 Por supuesto que una cosa es lo que dicen los filósofos sobre “la ciencia”
y otra es lo que los científicos realmente hacen. En la Unión Soviética los cientí
ficos no tienen más remedio que hacer ciencia “como todo el mundo”, cualesquiera
que sean los “prefacios” antepuestos a ciertas descripciones de resultados científicos
obtenidos. Algunos científicos, además, se resisten inclusive a anteponer “prefacios”.
Pyotr Kapitsa, uno de los científicos soviéticos de más nota, ha puesto de relieve,
por ejemplo, que la insistencia de algunos filósofos, hace algún tiempo, en denun
ciar la cibernética, las relaciones de incertidumbre de Heisenberg, la teoría de la
relatividad de Einstein y otras “teorías occidentales” como antimarxistas, ha retra
sado algo el progreso soviético en la llamada “investigación científica básica”. Por
si fuera poco, Kapitsa ha declarado que “la dialéctica sola no puede resolver ningún
problema científico”.
*90 La filosofía contemporánea y la filosofía
§ 3. La r a d ic a liza ció n d e la d is c o r d ia .
§ 5. La id ea d e la f il o so f ía
98 Samuel Alexander, Space, Time, and Deity, nueva imp. (London. 1927), in
troducción, pág. 3.
99 Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus, 4.112.
La idea de la filosofía 101
104 Ernest Nagel, Logic W ithout Metaphysics; and Other Essays in the Philo-
sophy of Science (Glencoe, 111., 1956), pág. 427. Del mismo autor son estas palabras:
“La filosofía, cuando se halla en su mejor forma, es comentario crítico sobre la
existencia y sobre nuestras pretensiones de conocerla” (ibíd., pág. 3 [los subrayados
son míos]).
i°5 A. N. Whitehead, The Concept of Nature (Cambridge, 1920), págs. vi, 30,
185, 187; véase especialmente cap. II: “Teoría de la bifurcación de la Naturaleza”,
y Process and Reality: A n Essay in Cosmology (New York, 1929), págs. 443-44.
toe Véase Quine, From a Logical Point of View, págs. 42-46.
108 La filosofía contemporánea y la filosofía
tiano, como hebreo o como mahometano eran tres muy distintos mo
dos de pensar y, por consiguiente, tres muy diferentes maneras de
entender a Dios, al mundo, al individuo humano. Los cristianos vi
vían acosados por el problema de la personalidad —la de Dios y la
del hombre— ; los hebreos, por los embrollos del Pacto; los mahome
tanos, por la cuestión del hado. No es sorprendente que cada uno de
ellos usara las mismas palabras con el fin de hablar distintos y aun
opuestos lenguajes. Solamente en el curso de las cinco o seis décadas
que siguieron al año de gracia de 1200, cambiaron las condiciones hasta
el punto de resultar factible edificar un sistema que tuviese en cuenta
algunos de los rasgos de las tres filosofías estimadas hasta entonces
inasimilables. Precedido por cierto número de esfuerzos parciales e
insuficientes, la edificación de tal sistema fue la gran hazaña intelec
tual de Santo Tomás de Aquino. Santo Tomás no temió afrontar los
problemas suscitados por Averroes o por los averroístas, de suerte que
pudo a veces ser “denunciado” como averroísta, y ello justamente por
que creyó que había realmente “superado” el averroísmo. Hizo cuanto
estuvo en su mano por preterir cuestiones “locales” y por habérselas
con problemas realmente “universales”. Siguió siendo, por supuesto,
cristiano, pero sacó el máximo partido de las especulaciones árabes y
judías. No forjó, ni pretendió forjar, una síntesis completa de las tres
tradiciones, pero tras él no fue ya posible ignorar que, a despecho de
sus diferencias mutuas, dichas tradiciones planteaban, filosóficamente
hablando, muy similares problemas.
Mi interés por la filosofía del siglo xm, o más bien por las cues
tiones que hubiese podido afrontar un hipotético historiador de “la
filosofía contemporánea” en tal siglo, no es inmoderado; en rigor,
me atrae más la filosofía del siglo xx y lo que podría decir acerca de
ella un filósofo de nuestros días.
Ahora bien, la situación filosófica en tomo al año 1200 era, en
ciertos respectos, tan semejante a la nuestra, que una rápida incursión
en la primera no era ociosa para entender la segunda. Pues si pedimos
a un filósofo actual que nos ofrezca un panorama de la filosofía con
temporánea, lo más probable es que obtengamos una respuesta des-
8
114 Las tres filosofías
§ 3. “Los ruso s”
fundamento in re. Pues este lenguaje que parece a veces tan poco
filosófico tiene un fundamento filosófico —a una razón filosófica. Es
el intento de rechazar tanto la subjetividad como la objetividad, como
características deseables en la filosofía. En opinión de los rusos —re
cuérdese, ahora sin comillas—, la subjetividad es el rasgo típico de
todo individualismo anarquizante, en tanto que la objetividad es el
resultado de un universalismo y de un cosmopolitismo poco apeteci
bles. Así, esa subjetividad que, desde Kierkegaard, caracteriza algunas
de las tendencias humanistas, y esa objetividad que constituye una
especie de constante de todas las corrientes científicas, deben ser susti
tuidas, al entender de nuestros filósofos, por el espíritu de partidismo,
pues sólo éste es capaz de reflejar la “realidad”. La “buena filosofía”
es la filosofía con espíritu de partido: con Partiinost1.
En vista de lo dicho, grande es nuestra tentación de declarar que
el pensamiento filosófico soviético es cualquier cosa menos una filoso
fía, y que si el marxismo es una filosofía •—superable o no, para hablar
en términos de Sartre—, el sovietismo filosófico es “sólo” una ideolo
gía —y aun una ideología “meramente” social y política—. En el
pensamiento filosófico soviético —lo mismo, por lo demás, que en toda
“filosofía oficial”— las únicas razones que parecen importantes son
las de índole “expeditiva”. Ello explica por qué, como ha indicado
G. L. Kline, “innumerables disertaciones, folletos y artículos filosófi
cos [fabricados en la Unión Soviética] están consagrados a examinar
el papel desempeñado por el Partido Comunista en la edificación del
socialismo” 78. No ignoro que los filósofos soviéticos, especialmente des
de la muerte de Stalin, se han quejado a veces “de que se sustituyan
las cuestiones filosóficas por cuestiones de política cotidiana”. Pero si
gue existiendo una diferencia notoria entre los intereses “impuros”
de los filósofos en la Unión Soviética y los intereses “más puros” de
los filósofos que pululan fuera del mundo comunista, incluyendo los
que se empeñan en cultivar “un marxismo vivo”. En relación con los
temas discutidos durante el Duodécimo Congreso Internacional de
Filosofía (Venecia, 1958) —y la situación no ha cambiado tanto—, el
profesor Geoge Melvil, de la Universidad de Moscú, ha declarado 9
que los filósofos soviéticos manifiestan ahora interés por “los proble
mas filosóficos de la ciencia natural contemporánea”, por “la historia
de la filosofía en los países de Oriente y Occidente”, y por “los pro
blemas de la lógica matemática” —temas a los que los filósofos occi
dentales nada tendrían, supongo, que objetar—. Pero los filósofos so
viéticos muestran asimismo interés —sigue diciendo nuestro profe
sor— por “las leyes del desarrollo social en el tránsito gradual del so
cialismo al comunismo”, por “los problemas de la educación, especial
mente la educación secundaria universitaria”, y por la cuestión de
“la relación entre la educación y la labor práctica” —temas que la gran
mayoría de filósofos qua, filósofos en países no comunistas tratarían
sólo incidentalmente, o con displicencia, o de los que simplemente no
se ocuparían.
¿Concluiremos que si la filosofía soviética no es “filosofía” no hay
por qué molestarse con ella?
Los filósofos no pueden permitirse esos lujos; ser filósofo consiste
en gran parte en tratar de ver “lo que realmente ocurre”. Con ello no
estoy abogando por esa manía que algunos pensadores rabiosamente
antisoviéticos tienen de escrutar la filosofía rusa día a día para decla
rar, después de tanta traducción y de tanto informe, que en verdad
la cosa no merecía la pena. Estoy plenamente de acuerdo en que, filo
sóficamente hablando, hay no poco en el “imperio filosófico” que estoy
tratando de describir que no merece tanta tinta. El que dude, que
compare. Pero, a la vez, no hay razón para negarle a tal pensamiento
el carácter de filosófico, y ello aun confinándolo en la forma antedicha,
y sin incluir, ni por pienso, las lucubraciones más o menos marxistas,
más o menos existencialistas y más o menos hegelianas o neohegelia-
nas que se están estilando en una plétora de países. Daré dos razones
para sustentar mi opinión al respecto.
En primer lugar, es poco dudoso que el pensamiento marxista so
viético —y el materialismo dialéctico en general— se propone decir
algo sobre todas las cuestiones filosóficas archiagudas —cuestiones epis
temológicas, éticas, cosmológicas, lógicas, y así sucesivamente—. Man
tiene, y sostiene, ciertos puntos de vista sobre la naturaleza del cono
cimiento humano, ciertas concepciones sobre la estructura del len
guaje, ciertas ideas sobre el carácter de las fuerzas que condicionan
el desarrollo de la sociedad y la historia humanas. Podemos manifestar
escasa simpatía por esos puntos de vista, concepciones e ideas. Pode-
“Los europeos” 123
xnos pensar que son erróneos o que son superficiales, o que se los ha
superficializado hasta la exasperación. Pero no podemos suprimirlos
de un plumazo. Se podría objetar acaso que he prestado demasiado
atención a este “imperio” en relación con los otros dos que seguirán
de inmediato. A ello contestaré de dos modos: ante todo, que estoy
clasificando las “filosofías” no de acuerdo con su variedad o su rique
za o sus méritos intelectuales, sino de acuerdo con su distribución
geográfica; luego, que para una filosofía no es indiferente el hecho,
deplorable o loable, de existir.
En segundo lugar, que hay en el pensamiento soviético algo que la
filosofía ■
—por lo menos la filosofía moderna— ha tratado a menudo
de desentrañar, y hasta cultivar: el denodado esfuerzo de unir la
“teoría” con la “práctica” y de no considerar esta última como un
fardo enojoso; el renovado intento de considerar que ningún sistema
filosófico es completo si no puede dar cuenta de los principios de la
acción humana tanto como de las estructuras de la realidad. A tal fin
los “rusos” —ahora, entre comillas— han ido un poco lejos: se han
enzarzado en discusiones sobre los problemas —importantes, ni que
decir tiene, pero los filósofos no tienen la obligación de meterse en
todo— planteados por el desarrollo agrícola de Ucrania, y pueden
un día tirarse de nuevo los trastos a la cabeza arguyendo sobre el ta
maño más deseable de los submarinos —atómicos, claro—. Han te
nido la tendencia a convertir ciertas aspiraciones muy nobles en ca
ricaturas. Pero las aspiraciones se traslucen, y no puede simplemente
echarse por la borda su significado filosófico.
§ 5. “Los a n g l o a m e r ic a n o s ”
nos que en los de los rusos y en particular que en los de los europeos,
la preocupación por el problema —o, mejor, por los problemas— de
la Naturaleza no es en modo alguno exclusiva de los ingleses o de los
norteamericanos. Tampoco puede argüirse que todos los angloameri
canos sean naturalistas, aun teniendo presente que el naturalismo si
gue ejerciendo sobre muchos de ellos una notoria influencia. Mejor
es, pues, abandonar la simetría y reconocer que si los problemas plan
teados por la Naturaleza ejercen una indudable atracción sobre nume
rosos pensadores angloamericanos, ello se debe a que les brinda una
excelente oportunidad para encaminar a la filosofía, como Kant había
tan ansiosamente deseado, “por el firme sendero de la ciencia”.
Cierto es que tales pensadores consideran a veces que la actividad
filosófica no es equivalente a la investigación científica, pues si ésta se
ocupa en última instancia de hechos, la primera consagra su aten
ción al estudio de los pensamientos —o, en todo caso, al de los con
ceptos, las ideas, los términos o las expresiones del lenguaje—. Pero
aun entonces el modo como afrontar sus problemas es, cuando menos
en intención, más afín a la actitud científica que a la literaria o a la
artística. Por añadidura, muchos filósofos angloamericanos prestan a
la investigación científica que hoy se lleva a cabo una atención más
vigilante que la que puede rastrearse en sus colegas europeos y, no
obstante su jactancia de ser realmente “científicos”, en sus colegas
rusos. La metafísica, la estética, la ética, la filosofía de la religión y
de la historia no están, ciertamente, en barbecho en la Gran Bretaña
y en los Estados Unidos. Mas en contraste con lo que acontece en
Europa, aun en tales empresas se adopta una actitud que las más de
las veces quiere ser realmente científica. Este interés angloamericano
por la ciencia explica, dicho sea de paso, que la lógica, la epistemología
y la filosofía de la ciencia florezcan en los países anglosajones en una
proporción que habría suscitado la envidia de los pensadores seiscen-
tistas. Por tanto, los angloamericanos manifiestan poca inclinación a
deplorar el hecho de que haya más cosas en el cielo y en la tierra
de las que sueña la filosofía; más bien cuidan de que no haya en la
filosofía más cosas de las que existen en la tierra y en el cielo 10. Con
secuencia de tal actitud es la hostilidad a la especulación y la cre
ciente simpatía por el análisis, inclusive cuando el tema propuesto
10 Véase Nelson Goodman, Fací, Fiction and Forecast (Cambridge, Mass., 1955),
página 39.
“Los angloamericanos” 129
§ 6. La c u e s t ió n p a l p it a n t e
§ 7. D iferencias y simpatías
prueba. Pero los comentarios son con frecuencia de muy otro jaez.
Algunos filósofos se encogen simplemente de hombros ante las pa
labras, las cifras y los guarismos de otros; ¿qué tendrá eso que ver
con la filosofía? Otros filósofos miran a sus colegas, o a los oficial
mente considerados tales, con estupor: ¿es que no han comprendido
todavía “la marcha de la Historia”? Otros recurren a métodos in
quisitoriales y proponen listas negras, no (todavía) de filósofos, sino
de vocablos: “el mundo” debe ponerse en la lista negra, y también
“la existencia” y “la esencia”, y etcétera, etcétera. De modo que el
frecuente comentario a la opinión del supuesto colega reza algo así
como “eso carece de sentido”. Carece de sentido para la mayoría de
los filósofos europeos proponer que se establezca una distinción entre
“proposición” y “enunciado”. Carece de sentido para la mayoría de
los filósofos angloamericanos declarar que debe distinguirse entre “lo
óntico” y “lo ontológico”. Los europeos proclaman que los angloame
ricanos son gentes superficiales y de mente angosta; los angloameri
canos juzgan que las ideas filosóficas de los europeos son vagas, preci
pitadas o inútilmente patéticas. Tanto los europeos como los anglo
americanos manifiestan que los rusos son ingenuos o dogmáticos, y
éstos acusan a aquéllos de ser incomprensivos y hasta “escolásticos”.
A veces ciertos grupos parecen hallar ocasionales motivos de concor
dia. Por ejemplo, puesto que tanto los filósofos de tendencia lingüís-
tico-analítica como los pensadores de orientación existencialista re
huyen las teorías demasiado abstractas o generales y muestran una
decidida propensión hacia los ejemplos particulares, grande es la es
peranza de que prosigan indefinidamente por este supuesto común
sendero. Pronto, sin embargo, se separan para no volver a encontrar
se, pues los “ejemplos” traídos a cuenta por unos tienen poco o nada
que ver con los “ejemplos” manifestados por otros. Unos se esfuerzan
por desarrollar argumentos racionales, mientras otros penan por crear
una atmósfera espiritual. Las perspectivas de acuerdo se hacen con
ello cada vez más remotas, pues es escaso, o nulo, el acuerdo que pue
de obtenerse entre contendientes cuando éstos se niegan a seguir las
mismas reglas del juego.
142 Las tres filosofías
19 Hay que tener en cuenta, sin embargo, la diferencia entre los dogmas que
se proclaman y el pensamiento que en ellos subyace. Me remito al respecto a unas
observaciones de Alfred Fabre-Luce (“L’U. R. S. S. revisitée”, Le Monde, año XV,
número 4.183, 5 de julio de 1958): “Muchos [soviétivos] se niegan a abandonar los
dogmas del marxismo; se aterran a ellos como otros se han aferrado a la letra de
su religión, por temor a desembocar en el nihilismo. Mas, poco a poco, los odres
se vacían de una parte de su contenido... Los soviéticos temen cederlo todo si ceden
algo. El Occidente se pone incesantemente en cuestión a sí mismo, sin miedo a
destruirse. Deseémosle esta lenta victoria.”
1
I
C apítulo III
FILOSOFIA Y SOCIEDAD
§ 1. L a h is t o r ia com o f il o s o f ía
§ 2. La f il o s o f ía com o h is t o r ia
§ 3. E nsayo de conciliación
*§ 5. L a unificación
§ 6. La m a s if ic a c ió n
§7. La t e c n ific a c ió n
§ 9. La f il o so f ía e n la so c ie d a d c o n t e m p o r á n e a
§ 10. U na paradoja
hier (Ideas para una historia de la filosofía)”, Dos prólogos (Madrid, 1944), pág. 171;
reimp. en Obras completas, VI, pág. 396.
íj 70 Filosofía y sociedad
§11. La c o m u n ic a c ió n d e la f il o so f ía
Puesto que la filosofía se halla hoy tan bien diseminada —por su
puesto, dentro de límites razonables—, puede argüirse que no se sus
cita el menor problema respecto a la comunicación filosófica. El mun
do —dijimos— es, o va en camino de ser, “un mundo” ; la educación,
incluyendo la filosófica, es objeto de recomendaciones insistentes; el
progreso técnico facilita la creciente producción y distribución de li
bros, entre los que figuran los libros de filosofía. ¿Puede, pues, man
tenerse en serio que, en un mundo donde disfruta de tales privilegios,
la filosofía carece, en el fondo, de influencia? Los frecuentes plañidos
de los filósofos acerca de su aislamiento intelectual, y hasta humano,
¿no serán sino otra manifestación de su esnobismo incurable?
No me parece, por lo pronto, que los filósofos debieran gimotear.
Pero si desean hacerlo, tienen para ello razones suficientes. Pues, no
obstante el número de cátedras filosóficas todavía existentes —y pro
bablemente en aumento— y no obstante la cantidad de libros filosó
ficos publicados y en curso de publicación, la presencia de la filosofía
en el mundo contemporáneo es apenas perceptible. Y como en tal
mundo la filosofía, y en general, toda actividad intelectual creadora,
no puede contentarse, según ocurría en el pasado, con ser exclusiva
mente asunto de una minoría, aun cuando siga siendo producida
sólo por minorías, la necesidad de hallar una salida a esta situación
constituye uno de los desvelos constantes de muchos filósofos. Estos
han tertminado por comprender que si quieren escapar a la suerte
que aguarda a todos los que pretenden ignorar que el mundo es cual
es, el saber filosófico debe ser compartido por muchos, y en alguna
medida por todos. Compartido, se entiende, no sólo como un con
junto de informaciones de cariz académico, sino también como algo
que puede afectar de algún modo la vida de cada uno de los hombres.
La comunicación del saber filosófico en el cuadro de la sociedad
La comunicación de la filosofía 171
diferentes niveles. Cual sucede con ciertas obras de arte, sería desea
ble que el pensamiento filosófico fuese elaborado, y sobre todo expues
to, de tal modo que muy diferentes clases de humanos pudieran sen
tirse cautivados por él, cada uno según su propio talante y de acuerdo
con sus propias capacidades. Los tesoros de la filosofía no necesitan
ser repartidos en partes exactamente iguales; pueden, y deben, ser
repartidos en muy variadas porciones. La filosofía no debe necesaria
mente huir de la plazuela. Pero no debe tampoco hacer mangas y
capirotes para colarse en ella.
La filosofía —y, en general, el conocimiento— deben ser ejercita
dos sin ponerse a pensar desde el primer momento en quién, o quié
nes, van a “aprovecharse” de ellos. No se trata, pues, de que los filó
sofos, con la excusa de que necesitan ponerse en comunicación con
todo el mundo, o poco menos, comiencen por rehuir las dificultades
inherentes a su profesión. Sobre todo, no se trata de que prescindan
del necesario rigor, inclusive si ello los hace por el momento un tanto
“impopulares”. Pero una cosa es filosofar con el rigor debido y otra
en empeñarse en no hacerse entender ni de los más próximos. Una
cosa es ser difícil, y otra muy distinta es el hacerse el difícil. Lo pri
mero no impedirá al filósofo —como no ha impedido a los hombres
de ciencia, cuyas tareas distan de ser fáciles— exponer su pensamien
to en diferentes niveles de comprensión. Lo segundo, en cambio, im
pedirá toda comprensión.
Cierto que el hombre medio de nuestro tiempo no se halla entera
mente libre de reproches por su escaso interés hacia la filosofía; este
hombre se ha acostumbrado demasiado a pensar que puede prescin
dir del pensamiento. Pero en lo que hace a la ausencia de suficiente
comunicación filosófica, prefiero echar la culpa a los filósofos; después
de todo, el llamado “hombre medio” se halla demasiado agobiado por
sus propios cuidados para que tenga gran urgencia, o siquiera tiempo,
para habérselas con problemas que han de parecerle un tanto remotos.
En cambio, los filósofos no tienen excusa; su faena consiste no sólo
en pensar, sino también en descubrir los mejores medios de comuni
car a los demás, filósofos o no, su pensamiento. Ahora bien, conje
turo que a menudo no consiguen lo último porque se empeñan en
transitar por uno de los dos siguientes callejones sin salida: o el
que consiste en ocuparse exclusivamente de cuestiones de procedi
miento filosófico, con lo cual la filosofía se convierte en una disciplina
La comunicación de la filosofia 173
31 Gilbert Ryle, Dilemmas (Cambridge, 1954), pág. 54. Es interesante ver cómo
Ryle (y otros) se van acercando a la idea de la filosofía como una “cartografía”
donde no se puede hablar de un problema sin acarrear “todos los demás”.
3 2 Walter Kaufmann, ed., Existentialism /rom Dostoevsky to Sartre (New York,
1956), pág. 51.
174 Filosofía y sociedad
33 Este es uno de los varios “problemas” propuestos a sus lectores por los re
dactores de la revista británica Analysis. Otros problemas son: “¿Puedo decidir
hacer algo inmediatamente sin internar hacerlo inmediatamente?” (problema nú
mero 7). “Es imposible decir a nadie el nombre de nadie. Pues si se le dice: 'El nom
bre de este hombre es 'Smith’, su nombre es mencionado, no usado, y en tal caso
se oye el nombre de su nombre, pero no su nombre” (problema núm. 10). “Todos
los cisnes son blancos o negros. ¿Se refiere esto a posibles cisnes o a canales en el
pleneta Marte?” (problema núm. 12).
C a p ít u l o I V
§ 1. El e st a d o d e la c u e s t ió n
§ 5. L as t a r e a s d e la f il o so f ía d e la r el ig ió n
B) FILOSOFIA Y ARTE
§ 6. El e st a d o d e la c u e s t ió n
§ 8. L as b a s e s d e la f il o s o f ía d e l a r t e
C) FILOSOFIA Y CIENCIA
§ 10. R azones d e l a s d o s id e a s
§ 11. S in r a z o n e s d e l a s d o s id e a s
generales no es bien vista entre los hombres de ciencia 17. Pero esta
regla no funciona exactamente del mismo modo que piensan, o de
sean, algunos científicos. Es altamente deseable que las teorías cien
tíficas posean gran poder explicativo. No, desde luego, un poder ex
plicativo infinito, pues toda teoría que pueda ser probada mediante
un número indefinido de fenómenos, acabará siendo “probada” por
cualesquiera fenómenos, de modo que, a la postre, lo explicará todo
sólo porque explicará cualquier cosa —esto es, nada en particular—.
Pero, una vez se ha puesto esto en claro, sigue siendo cierto que las
relaciones entre los hechos y las teorías no pueden reducirse a un
tipo único. “Partiendo de ecuaciones hipotéticas y de cálculos hechos
en su gabinete, los físicos teóricos han predicho a veces la existencia
de partículas que nadie había visto nunca. Por singulares que parez
can algunas de estas predicciones, debe tenerse en cuenta que surgen
de la necesidad de preservar principios básicos que constituyen los
fundamentos de nuestra actual comprensión del universo físico. Cuan
do ha sido menester, los físicos han estado dispuestos a mantener la
existencia de algo nunca visto antes que poner en peligro las citadas
bases firmemente establecidas”. Así han escrito dos distinguidos hom
bres de ciencia 18. Por otro lado, a veces un solo hecho —o, mejor di
cho, un experimentum crucis— obliga al científico a modificar a fon
do o inclusive a descartar por entero una sólida construcción teórica.
Podemos, pues, concluir que un examen detallado de la historia de la
ciencia ofrece una imagen que nada tiene que ver con una línea en
progresión continua —una imagen que se asemeja más bien a una
espiral, o acaso al perfil de una sierra excesivamente irregular.
§ 12. L as r e l a c io n e s e n t r e la f il o so f ía y la ciencia
sores de cada una de las dos concepciones antes bosquejadas son poco
fieles a ellas en sus usuales elucubraciones filosóficas.
Los pensadores que se jactan de no desviarse un punto de los re
quisitos impuestos por la ciencia pregonan el carácter esencialmente
no filosófico de la filosofía en un lenguaje inequívocamente filosófico.
Con ello muestran que la filosofía es necesaria inclusive para demos
trar que no es necesaria. Los pensadores que se hallan firmemente
convencidos de la autonomía completa de la filosofía con respecto a la
ciencia presuponen a menudo que la ciencia está siendo, quiéralo o
no, fecundada por la filosofía. Este curioso divorcio entre las palabras
y los actos no debe ser objeto de lamentos, pues puede muy bien lle
var a los filósofos contemporáneos de ambas facciones —y, en rigor,
de todas las facciones— a reconocer que es tan poco plausible aseve
rar que la filosofía depende enteramente de la ciencia, como lo es
asegurar que es totalmente independiente de los métodos científicos
o de la investigación científica. ¿Deberemos resolver, pues, que la filo
sofía depende de la ciencia —o, mejor, está vinculada a la ciencia—
en algunos aspectos, pero no en otros respectos? Ello sería tan cómo
do como vago. La verdad es que la filosofía se halla relacionada con
la ciencia en todos los respectos. Ahora bien, esta relación no adopta
la forma de la dependencia, de la semidependencia o de la indepen
dencia, sino la forma de la interacción. Los desarrollos científicos
(quiero decir, “los desarrollos científicos teóricos”) no son nunca im
pertinentes para el pensamiento filosófico; cualquier reforma básica
en los resultados o métodos de la ciencia se refleja invariablemente
en la filosofía. Esto no equivale a decir que toda filosofía sea, por defi
nición, “filosofía científica” y menos aún “filosofía de la ciencia”. Si
tal fuera el caso, sólo unas cuantas escuelas actuales serían dignas de
ser llamadas “filosóficas”. Por lo demás, la interacción existente entre
la filosofía y la ciencia no se reduce al tipo de interacción que han
puesto de relieve la investigación epistemológica, el examen metodo
lógico, el análisis lógico o la síntesis cosmológica. Muchos y muy di
versos son los modos como la filosofía se ocupa de la ciencia —y en
tre ellos cabe contar el interés de los filósofos por la investigación
científica en tanto que una de las actividades humanas más valiosas
(y reveladoras)—. Desde este punto de vista puede decirse que las es
cuelas filosóficas contemporáneas que han arrojado luz sobre lo que
Kant llamó “el factum de la ciencia” son legión; y que, por tantor
202 Filosofía, religión, arte y ciencia
19 Karl R. Popper, The Logic of Scientific Discovery, trad. por el autor, con la
ayuda de Julius Freed y Lan Freed [de su obra Logik der Forschung] (New York,
1959), págs. 38. Sin embargo, Popper indica que aun las ideas metafísicas adquieren
calidad científica solamente cuando están presentadas “en forma falsificable”, pues
“el criterio de demarcación no es la verificabilidad, sino la falsificabilidad de un
sistema” (i b í d pág. 40).
20 Albert Einstein, Mein Weltbild (Amsterdam, 1934) y Out of My Later
Years (New York, 1950). Véase también su “Autobiographisches” en Paul Arthur
Schilpp, ed., Albert Einstein: Philosopher-Scientist (Evanston, 111., 1949), págs. 48, 52.
21 James R. Newman. en Scientific American, CXCVIII, núm. 3 (marzo de
1958), 116.
Las relaciones entre la filosofía y la ciencia 205
22 P. W. Bridgman, The Way Things Are (Cambridge, Mass., 1959), pág. 138.
23 Michael Polanyi, Personal Knowledge: Towards a Post-critical Philosophy
(Chicago, 1958), pág. 305.
Las relaciones entre la filosofía y la ciencia 207
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INDICE DE NOMBRES