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LAS DOCTRINAS
EXI S TENCI ALI S TAS
DESDE KIERKEGAARD A J. P. SARTRE
EDITORIAL GREDOS
B e k i t o G u t i é r r e z , 27
MA D R I D
INTRODUCCIÓN
Andri (¡¡de, de Ch. du Boa (París, Corréa, 1947, pág. 284), las reflexio
nes de Gide. que este último refiere y la manera como las comenta.
Gide declara: "Para mi, hoy, el valor supremo de Pascal reside en lo
palclico y nada más que en lo patético; i oh, bien sé que no puedo
volver a leer algunas de sus frases sin sollozar! Pero he aquí que
cuanto más avanzo en su lectura, menos gusto de ella, menos apruebo,
por decirlo así, que se me afecte en mis entrañas. En caso semejante,
me siento temado a decir: no loquéis la linca baja, eso no vale;
herid solamente al busto." (Estas reflexiones están consignadas tam
bién en Ch. du Bos, Journal, 22 de octubre de 1923, Corréa, 1946,
' na 342.) En el Dialogue avec André Gide, Ch. du Bos añ ad e : "Con-
S mos al punto de vista Valeriano, que, en el plano no menos austero
de la estética y del gusto francés, el patetismo de Pascal y el del
Shakespeare de Hamlet pasan a veces de la raya." Esta observación
de Ch. du Bos es muy significativa. Pero puede uno preguntarse si se
aplica con razón a Pascal: ¿a qué viene aquí, en efecto, sacar a cola
ción el punto de vista de la estética o del gusto, que era evidentemen
te extraño a Pascal, cuando lanzaba sobre el papel, y para él solo,
reflexiones que sin duda hubieran revestido, en la obra que él prepa
raba, una forma totalmente diversa?
Introducción I-*
que el hombre no term ina de ser para sí mismo" (6), para
arrancar a la oscuridad de su condición, y enfrentándose
con lo vivo precisamente de su "existir", "una verdad que
sea por completo a la medida de nuestra nostalgia funda
m ental” (T)- Bien nos parece, y esto nos acerca, en efecto,
mucho a la posición de Hcidcggcr, pero no a la de Kierke-
gaard y de Jaspers, y menos aún a la de San Agustín y de
Pascal.
N i San Agustín ni Pascal han admitido jam ás que el
análisis del hombre o de la conciencia, en su realidad sin
gular y concreta, pueda bastar para revelarnos el enigma
de nuestro destino ni alumbrar la oscuridad de nuestra con
dición. Piensan y dicen precisamente lo contrario, y que
el análisis de la condición hum ana no puede en modo al
guno acabarse en la inmanencia. "Os pido perdón, Señor
__declara Pascal en el Knireiien avec M. de Saci sur Epie-
téte et Montaigne— , por trasladarme así ante vos a la teo
logía, en v e/ de permanecer en la filosofía, pero es difícil
no entrar en aquella, sea cualquiera la verdad de que se
trate, porque ella es el centro de todas las verdades." Sin
duda, tanto San Agustín como Pascal quieren que una filo
sofía del hombre empiece por la investigación de la reali
dad humana. ¡Pero ha habido tantos que lo han exigido así
sin que se piense en hacer de ellos existencialistas! Se po
dría citar aquí, en suma, a todos los pensadores cristianos
y lodos los escritores que se han propuesto interrogarse a
sí mismos acerca de sí mismos, Epictcto y Séneca, M on
taigne y La Rochcfoucauld, Vauvcnargucs y Rousseau, Jou-
(20) A. FOREST (loo. cit., págs. 217-2J8), demuestra muy bien que
esta concepción se relaciona con un lerna kantiano.
(21) Sartre, sin embargo (Action, 27 diciembre 1944, Mise au
point), declara que "el existencialismo consiste en dar del hombre no
una defunción cerrada sobre si misma, sino siempre abierta”. I.a defi
nición del hombre es "abierta" porque el hombre, según Sartre, es fun
damentalmente libertajd absoluta, libertad sin fundamento, no pre-!
determinada en su esencia. Pero, en otro sentido, se podría decir tam-
introducción 27
como diremos, la ausencia de dimensión en profundidad de
la libertad existencialista. N unca hay nada que bucar más
allá de ella misma: la existencia carece de espesor, porque
no se apoya en nada más que en sí misma. Sarlrc ha se
ñalado muy bien este carácter al insistir sobre la contingen
cia -Absoluta y sobre la abstm lidez de la libertad, no sin
conlradccir esta aserción al restablecer, bajo el nombre de
"deseo de ser fundam ental”, una equivalencia de la esencia,
anterior, al menos lógicamente, a la pura existencia (22).
Pero el principio sigue siendo absoluto, aunque no sea per
fectam ente respetado: más allá de la libertad no hay nada,
y la libertad misma, es decir, la existencia de la realidad
KI ERKEG AARD
Se ha hecho, sin duda, más difícil hablar del existencia-
lismo de Kierkegaard desde que las form as nuevas de exis-
tencialismo han venido a desarrollar y contradecir a la vez
los tem as fundam entales del pensam iento kierkegaardiano.
Estos temas: el fracaso de los sistem as, la paradoja y el
absurdo, la desesperación y la angustia, el abandono del
homo naturalis y la aceptación del homo christianus, el sen
tido del riesgo y el dram a del individuo, el valor exclusivo
de la subjetividad y la incertidum bre absoluta de lo “objeti
vo”, todo esto se encuentra desde ahora asum ido por doctri
nas que se alimentan de otras fuentes, de las cuales Nietzs-
che y Husserl son las principales, y que han dado a estos
tem as com unes resonancias im previstas. E stán bañadas, por
decirlo asi, por un clima que ya no es kierkegaardiano y
que Kierkegaard, en parte al m enos, ha condenado violen
tamente.
Pero, en otro''sentido, no se puede negar que las formas
nuevas del existencialismo han sido, en u n a m edida m uy
importante, u n a revelación de K ierkegaard. Incluso cuando
le contradicen en puntos esenciales, Kierkegaard figura in
discutiblem ente en el origen del m ovim iento existencialista
contem poráneo; pero también es, en cierto modo, su efecto
y consecuencia. Hay aquí un ju eg o de causalidad recíproca.
38 Las doctrinas exislendalistas
que es común en la historia de las doctrinas. Descartes se
revela y se acaba provisionalm ente en M alcbranchc y en
Lcibniz, pero también en H um e y en La Mcttric. Su verdad
es futura m ás bien que pasada. Asi Kierkegaard, cuyos le
mas principales no han adquirido su significación completa
si no es por las obras de sus sucesores. Sin K. Barth, sin
Heidegger y Jaspers, el pensam iento de Kierkegaard habria
perm anecido, en parte, im plícito y v irtu a l; hasta las desvia
ciones que ha sufrido, viviendo en la m editación de los
exislencialislas de hoy, nos perm iten captar m ejor su sig
nificación original.
Si, pues, existe el peligro de dar involuntariam ente al
exislencialismo de Kierkegaard, m ás que un aspecto o tinte,
una form a que traicione su originalidad, este peligro, impo
sible tal vez de evitar—de tal modo nuestra sensibilidad
filosófica ha sido im pregnada por el nuevo cliina—-no hace
m ás que subrayar la actualidad de Kierkegaard, la pro fu n
didad perm anente de su in flu en cia y el carácter siempre yivo
de su pensam iento. Debemos, sin embargo, al aprovechar
toda la luz que el existencialremo contem poráneo nos aporta
para com prender a Kierkegaard, esforzam os por hacer abs
tracción de las corrientes nuevas, a fin de captar el pensa
m iento de Kierkegaard en su novedad y su originalidad ra
dical, tal como debió de aparecer a lectores no prevenidos por
la ola cxistcncialista que se ha abatido sobre nuestra época.
Para eso, conviene considerar prim ero las fu en tes del
existencialismo kierkegaardiano, después precisar su natu
raleza y condiciones, siguiendo lo más de cerca posible las
exposiciones de Kierkegaard en sus obras y en su Diario (i).
PS,pág. 237.
(9) CÍ'. nuestra I n t r o d u c tl o n ¿¡ K i e r k e g a a r i (cuya traducción cas
tellana ha publicado la Kditorial Gredos en esta misma colección) pá
ginas 55-70 y págs. 231 y slgs.
46 Las doctrinas existenciatittai
cesa de tener en m í su más ardiente defensor" (10). La fi
losofía del Individuo y del Único se presenta así como "la
decepción de un hegeliano obsesionado por la idea del Sa
ber absoluto, que lleva en el corazón la nostalgia del Sis
tema, pero que, al descubrir el existente y al encontrarlo
irreductible, conserva la suficiente lucidez para com prender
que este contingente es soberanam ente interesante e impor
tante" (11).
Deslumbrado por este descubrimiento, Kierkegaard lleva
el radicalism o de su oposición hasta rechazar, no solamente
el racionalismo hegeliano, sino todo sistema, cualquiera que
sea. Un sistema, escribe, prom ete todo y no da nada (12).
Tiene que recurrir a postulados o a intuiciones que escapan
a la demostración, pero finge ser, de cabo a rabo, integral
m ente racional, sustituir en todas las ocasiones el hecho o
la hipótesis por lo absoluto del derecho y por el rigor de la
prueba. Se desenvuelve, pues, en la ficción y se construye,
en cierto modo, al revés, em pezando por el techo. El esfuer
zo hacia la perfección lógica destruye el sentido de lo real;
tiende constantem ente a hacer pasar a la penum bra y a h a
cer olvidar el sentido del problem a y hasta el problema
mismo que ha suscitado el sistema. El m arco devora al cua
dro; la dialéctica suprim e el misterio. También Kierkegaard
ha creído siempre que el sistema se opone a la vida como
lo cerrado a lo abierto (13).
Por el mismo motivo, Kierkegaard rechaza la filosofía,
al menos en tanto en cuanto no es una expresión de la exis
(1 7 ) T D , p á g s . 2 3 1-233.
50 Las doctrinas exislencialistae
garse a sí misma, porque no puede acabarse m ás que por
la confesión de aquello que ella ni puede producir, ni si
quiera descubrir o entender,, y que es el existir cristiano,
fundado sobre categorías que ninguna razón sería capaz de
deducir. Si, pues, es verdad, como decíamos, que únicam en
te la actitud religiosa, y justam ente la actitud cristiana, con
todo lo que implica de angustia y de desgarro, corresponde
a la vida real del hombre, de ello se sigue que un existencia
lismo coherente, f ie l a todas las exigencias de un existir
auténtico, no podrá ja m á s ser más que un existencialismo
cristiano; digamos, para evitar la abstracción, una existencia
centrada toda entera en el devenir cristiano.
II
(2 5 ) P S. p á g s. 1 3 4-135.
<26) C A , pág. 201.
Kierkegaard 55
3. La inccrlidum brc culm ina, pues, en la impotencia
para demostrar. No es que la objetividad haya de ser ol
vidada o menospreciada. Pero no basta y hasta, en cierto
Sentido, no nos determina jam ás. Lo que me determina es
la arm onía de la verdad con las exigencias más profundas
de la persona, con esla verdad moral que es en m í el In d i
viduo que yo soy y quiero ser. Desde este punto de vista, el
tipo de la verdad es, en efecto, la fe, puesto que lo que aquí
me mueve a la adhesión no es la evidencia, que es imposi
ble, ni la verosim ilitud, puesto que es “absurdo”, sino mi
decisión de elegir lo que hay en m í de eterno o infinito.
Proporcionalmente, toda verdad es de este género. Podría
decirse, con Kierkegaard, que la verdad y la certeza no se
superponen. Parecería incluso, históricamente, que están
en razón inversa. ¿Por qué, en efecto, se ha querido cada
vez más probar por la abstracción lógica o la demostración
metafísica, sino porque la certeza iba siempre decreciendo
a medida que se acum ulaban las pruebas? ¡ Gomo si se pu
diese im poner la verdad desde fuera! La certeza no puede
derivar sino de la experiencia de la vida y de la acción,
porque no es la razón pura, sino el existente mismo, y en
lanío existente, quien cree y asume la verdad.
La misma observación se im pone si se considera que lo
¡¡propio^ de la existencia es el elegir. Para el racionalismo, la
erección es cosa sencilla; en efecto: cuando no se (rata más
que de m over conceptos, todo es claro, ningún accidente
es concebible. Pero haced intervenir la voluntad, con todo
lo que ella supone de irracional, y las cosas ya no son tan
simples: la pasión tercia en el debate; la elección, de pro
blema abstracto, se hace dialéctica viviente, donde soy yo
mismo quien está en juego. Por eso, ninguna elección
(cuando realmente hay elección) puede hacerse sin angustia.
56 Las doctrinas existencialistas
La relección es la señal propia de la existencia. E xistir es
elegir.
Debería decirse, con m ás precisión aún, que existir es
elegirse, porque, de hecho, no se elige nunca m ás que a sí.
Toda elección "extema" es fu n ció n de u n a elección interior,
de una opción por la cual yo m e reali/o a mi mismo. Lo
que m e es dado, nunca es un yo completamente hecho, una
esencia a actualizar, sino una simple posibilidad. La exis
tencia precede a la esencia: yo soy, en cierto modo, el ar
tífice de m i propia esencia y existo en la m edida m ism a en
que completo esta esencia. A hora bien: esto se hace en el
riesgo, como hemos visto, y, por consiguiente, p o r la elec
ción, aun cuando el acto de elegir y de elegir la elección,
es decir, de escogerse librem ente a sí mismo, puede a su
vez servir para definir la existencia.
Kicrkcgaard ha añadido que, en todo caso, no so la po
sible elegir arbitrariam ente. Libertad no significa azar ni
lanzam iento de dados. Lo propio del hom bre es estar obli
gado a poner una elección libre. La elección es a la vez
necesaria y libre. Debo escoger lo que elegí, y nunca lo elegí
tan librem ente como cuando veo que no puedo no elegirlo
(por ejemplo), en el m om ento de la m uerte, en que la opción
versa sobre lo único necesario) (27). Bajo estas fórm ulas in
trincadas y paradójicas, entendem os sim plem ente que la
elección es, en efecto, necesaria y libre, pero bajo distintas
relaciones: necesaria, en el sentido de obügatoria, y libre,
en cuanto que no coacciona. Ahora b ie n : ¿cuál es, pues, la
necesidad, o la obligación absoluta, que determ ina la elec
ción que hay que realizar? Consiste, dice Kierkegaard, en
c. La desesperación y la anqubtia
III
LA FILOSOFIA EX1STENC1AL
NIETZSCHE
PENSAMIENTO Y EXISTENCIA
II
VERDAD Y VALOR
III
LA ANGUSTIA EXISTENCIAL
IV
HEIDEGGER Y SARTRE
MARTIN HEIDEGGER
II
TTT
0 6 ) S /, pág. 134.
(37) S7, pág. 135.
(38) Por esta palabra ( d é r é lic tio n ) propone II. Corbln (loe. clt,
página 15) que sea traducido G e w o r fe n A e it.
Martín Heidegger lli
soledad se adhiere a m i existencia como la expresión m ás
profunda de su naturaleza y la acompaña siempre (39). De
ahí que yo sienta que la existencia no podrá ser n u n c a para
mí más que el fruto de una conquista, en medio de una
lucha que no acabará. Pero esto rara vez es reconocido: re
conocer la derelicción como la verdad fundam ental de la
existencia es propio del existir auténtico. Lo m ás frecuente
es que el sentimiento de la situación original quede envuel
to, oculto, deform ado o rechazado hacia la m asa m ovediza
de los sentimientos de la vida cotidiana.
Se puede analizar de una m anera concreta el sentimien
to de la situación original estudiando dos m odos de ser que
de él se derivan: la angustia y el miedo. Más adelante ha
blaremos de la angustia. Respecto al miedo, tres cuestiones
pueden plantearse: ¿de qué tenemos miedo, qué es tener
miedo y por qué tenem os m iedo? L a respuesta a estas cues
tiones m anifestará la estructura del sentimiento de la si
tuación original (40).
L a cosa terrorífica es siempre un ser intram undano, cap-
. tado como existente, pero precisam ente en su fenom enali-
dad de cosa terrorífica. Este objeto se presenta, en efecto,
, en lo que tiene de peligroso, como u n a am enaza que se nos
• acerca (mientras el objeto está lejano, lo que tiene de temi-
IV
(57) SZ, pág. 190. Ileideggcr añade que ha sido con frecuencia, mal
comprendida por aquellos mismos que la han discernido como fenó
meno específico. Kn San Agustín y en I .útero se encuentra vinculada
al pecado y no conserva así más que un carácter accidental: es un
fenómeno puramente psicológico, que desaparece, por lo demás, con el
perdón del pecador, hn cuanto a Klerkegaard, que tan lejos llego en
el análisis de la angustia, se mantiene también en el plano psicoló
gico, sin comprender que el problema es o n t o ló g i c o e interesa la misma
estructura del ser.
(58) Cf. WM, donde Ileideggcr ha reemprendido el análisis ce la
angusUa bajo otro aspecto, que es, por lo demás, complementarlo del
de SZ. Heidegger parte de la idea de la n a d a , tal como se revela en
la angustia. Ésta nada es un n a d a (rien), pero que posee una cierta
positividad: tenemos de ella, en todo caso, en ta angustia y por la
angustia una experiencia fundamental (pág. 29). Esta experiencia, como
hemos visto, es la de una amenaza cuyo origen es absolutamente im
posible de detenninar. Produce un "deslizamiento" de la totalidad del
existente y al mismo tiempo, nos produce la sensación de resbalar nos
otros mismos con él: la nada se nos descubre asi bruscamente (pá
ginas 30-32). Ahora bien: ¿qué pensar de esta nada? Ks clara que el
Martin Heidegger 123
2. Hemos dejado sentado que la angustia es el sentimien
to fundam ental del ser-en-el-m undo, que surge del hecho de
que el Dascin se experimenta como “ya-arrojado-ahí” y como
obligado a optar entre dos formas opuestas de existencia.
Ahora bien: estas determinaciones onlológicas no son los
elementos de un todo, del cual podrían faltar uno ü otro:
componen orgánicam ente una estructura original que debe
revelarnos en qué consiste la totalidad indiferenciada del
Dascin, su naturaleza ontológica. Toda la cuestión consiste,
pues, en caracterizar esta unidad. Lo harem os diciendo que
el Dasein es cuidado (Sorge) y comporta, por tanto, estos
tres elementos: el ser-previamente (Das-sick-vorweg-seinJ
o existencia, el ser-ya-en-el-m undo (Das-sich-vorweg-schon-
sein) o facticidad (Faktizilüt), el ser-arrojado-ahi (Das-Sein-
bei) o decadencia (V e rfa lle n )(59).
En efecto, el ser del Dascin aparece como siendo siempre
previam ente a sí m ism o, no en cuanto está en relación con
otros existentes, sino en cuanto poder-ser (S ein-konnen), es
decir, responsable del ser que es como scr-ya-arrojado-cn-
e x te t e n t e no es a n i q u il a d o por la a n g u s t i a . L o q u e e s a n iq u ila d o , lo q u e
s e d e s l iz a h a r ta la n a d a , e s l a i n te l ig i b i li d a d d e l s e r , e l o r d e n y la
e s t r u c t u r a d e l a s c o s a s , s u s e n t id o y s u v a lo r , lodo p á r e s e naufragar
en un caos sin nombre, aunque no haya que pensar a g u í en un aelo
p o s itiv o de aniquilación ni en una aparición de la nada: la n a d a s e
a n i q u il a a s i m i s m a (pág. 34). Por eso mismo, surge la manifestación
o r i g in a l del e x i s t e n t e b r u t o y de que h a y exislenle, y no nada. E l "no
nada" no explica nada, pero subraya la pura alteridad de la existencia
brula, que no es eslo ni aquello, nada de ser que no es absolulamenle
nada, que es absurdo, innominable, extraño y repugnante basta la
náusea. Hay que añadir, además, que esta experiencia de la nada del
y del valor sólo es posible porque el Dasein es principio y fuente
de ser y de valor. Como tal, es la condición primera del a s o m b r o (que
manifestación de la nada) y por ella es llevado el hombre a planlear
e o e s ti o n e s y a buscar razones o fundamentos y, más profundamente
a hacer problema de sí mismo. Así suscita la cuestión fundamen
t a l de la m e t a f í s i c a : ¿ p o r q u é hay exislenle y no nada? (páus. 42-44).
(59) SZ, págs. 249-250 7 3
124 /-fl.v doctrinas existenciaiislas
un-m undo. El existir es un hecho primitivo: en el momento
en que yo m e interrogo sobre él, existo ya, con lodo lo que
esto lleva anejo de necesidad de proyectarme ante m í m is
m o, es decir, de ser "cuidado de". E l cuidado como anticipa
ción de sí no es, pues, una conducta particular y contingente
del Dasein p o r relación a si mismo: define adecuadamente,
en su unidad profunda, todas las determinaciones del ser. Yo
no tengo cuidado, o si lo tengo, si quiero, si deseo, si estoy
inclinado, impulsado, es a titulo de consecuencia: yo soy
cuidado, en cuanto existo, precisam ente (60).
3. Ahora podemos proponer una solución al problem a de
la verdad. La filosofía ha ligado siempre la verdad al ser y,
p o r consiguiente, ha reducido el problema de la verdad al
problema fundam ental de la ontología, de modo que no po
dría escribirse u n a historia de la noción de verdad, sino en
función de una historia de la ontología. Es evidente, en efec
to, que la idea de verdad pone en juego una cierta concep
ción de la estructura del ser y que no puede explicitarse por
un simple análisis del sujeto en cuanto tal, ya que toda ver
dad se presenta como relativa al objeto mismo, en cuanto
que se distingue del sujeto y se opone a él. Las aserciones
esenciales vienen de Aristóteles y se vuelven a encontrar in
cluso en Kanl. Por una parle se afirm a que la “sede” de la
verdad es el juicio, y por otra, que la esencia de la verdad
se encuentra en la "concordancia" del ju ic io con su objeto.
Tomemos nuevamente estas dos aserciones para ju zg ar su
valor en función de la ontología cxistcncial.
Observemos, en prim er lugar, que la concordancia del
la expresión de la r e a l id a d misma.
(62) Es lo que los griegos, observa Heidegger (SZ, pág. 212, habían
entrevisto al designar el fenómeno original d e^a verdad como á-Xrífitta
es d e c ir , como et hecho de "no e s t a r o c u lt o ” . La verdad del Logos es,
pues, para ellos una «M -<pav«c, e s d e c i r , un d e s - c u b r im ie n to , un des
velamiento.
(63) W g r , pág; 55.
m Las doctrinas exísiencíalístas
mo sólo es ontológicamente concebible sobre la base del ser-
en-el-mundo, ya que la verdad supone a la vez que el Da-
sein es apio para des-cubrir y que lo real existente es des-
cubriblc. Esto no son simples definiciones nominales, sino
dalos ciertos del análisis onlológico: el acto de descubrir es
un modo de ser del ser-en-el-m undo (64).
Este mism o m odo de ser expresa fundam entalm ente la
verdad de la existencia. En efecto, la inteligibilidad y el sen
tido del existente intram undano resultan de ella, y el Dascin
sólo se capta a sí mism o en su verdad, por lo que se podría
llamar el choque devuelto por los objetos que él h a constitui
do al descubrirlos. D e m odo que hay una especie de igual
dad necesaria entre la verdad de las cosas y la verdad deI
Dasein: en realidad es la m ism a y única "verdad” la que
está en juego aquí y allá. N o hay ser—no dccünos existente—
m ás que en cuanto hay verdad y no hay verdad m ás que
en cuanto y m ientras haya un D asein: toda verdad es rela
tiva al Dasein (65).
Es verdad tam bién que el Dascin puede establecerse en
(64) Ilcidcggcr precisa (SZ, pág. 220) que la verdad no es oirá cosa
que) osla atracción descubridora del Dasein y que no hay nada que
buscar más allá para explicarla. Por donde lleidegger evila formal
mente lodo inlenlo de vincular la verdad a Dios como a su primer
fundamento y a su fuente primera. Para él no hay "verdad ontoló-
gloa”, en el sentido en que la Escolástica entiende que la inteligibi
lidad es esencial al ser. (Gf. Nuestro trabajo sobre L 'in t u i li o n in te i-
l e c t u e l l e e t l e p r o b i é m e d e l a m é l a p h y s iq u e , París, Beauchesne, pá
ginas 69-80). l a verdad es constituida pura y simplemente por el acto
de descubrir, de arrancar lo real existente (el existente bruto) de la
noche en que «e halla sumergido. El hombre, por la acción dscubridora,
crea él mismo la Inteligibilidad que los existentes brutos no poseen en
modo alguno en sí mismos.
(65) Ilcidcggcr declara (SZ, pág. 217) que la cuestión de las "ver
dades eternas" no puede ser resuelta más que a base de una demos
tración de que desde toda la eternidad existe y existirá un Dasein.
Mientras esta demostración falte, las "verdades eternas" no son sino
una aserción fantástica, que no se puede legitimar por el hecho de que
los filósofos, ge un modo general, hayan "creído” en ella.
Martin Heidegger 127
la “no-verdad”. Esto se produce por efecto de la decadencia:
el existente se m anifiesta bien al Dascin, pero bajo el modo
de la apariencia. Todo lo que antes había sido des-cubierto
cae nuevam ente en la noche: el Dascin ha elegido la vía
inautentica (66).
ejbIrnos la t r a d u c c i ó n f r a n c e s a q u e M M . A. d e W ae ltieD S y w. B ie m e l
acaban d e p u b l i c a r (L o v a in a , N a u w e la e r ts , 1948) d e Ynm W e s c n der
Wahrhetí, precedida d e una i n ir o d u c c i ó n que aclara a d m ir a b l e m e n t e
e s te te x t^ c jl^
• 200-230. El escepticismo es indudablemente más de
lemer de lo que piensa Heidegger. En esle neokantismo, cn que el
Dasein constituye, por una proyección de la lu / que el mismo es Ccs
selbst M e Lichtuns ist, SZ, pág. 133), la inteligibilidad y el ser de las
cosas (es decir, de los existentes brutos o en si), puede uno Dreuuntarse
qué demostración o qué fundamento justifican el valor universal atri
buido a la verdad. Heidegger invoca lá estructura universal del Dasein.
Pero el circuí.) vicioso es cegador: esta estructura del Dasein no es,
ella misma, mas que un descubrimiento del Dasein, es decir, está cons
tituida por el como una verdad universal. Ahora bien: ¡es esto, mismo
lo que se debate! Por otra parte, si el Dasein segrega la "verdad"
como el hígado segrega la bilis, el escepticismo puede sacar de ello
Martin Heidegger 129
EL SER-PARA-LA-MUERTE
(6 9 ) S z, páj>. 236.
(10) SZ, págs. 2 3 7 -2 4 1 . A. de Waelhens (loe. c lt., pág. 138, num 3)
hace notar c o a ra7Ón que a q u í se oculta un grave e q u iv o c o . Heidegger
no d i s t in g u e , en e le c t o , cutre "el morir", fenómeno exisleneial (acon
t e c im ie n to in d iv i d u a l concreto) y la muerte, fin de toda e x is te n c ia .
L o s d o m in io s ó n t ic a y onlológico son confundidos una vez más.
Martin Heidegger_________________________________________ 131
de alguna m anera. De hecho, las cosas no son jam ás "incom
pletas” : son siempre completas tal como son y es nuestra
percepción la que, por referencia a un modelo o a una esen
cia, las hace o no "incompletas”. El cuarto de la lu n a es, en
sí mismo, u n a cosa acabada: soy yo únicam ente el que hago
de él u n a luna llena aún no realizada. En todo momento,
el agua que está sobre el fuego es, con la tem peratura que
tiene, una cosa acabada y adecuadam ente determ inada: soy
yo el que, deseando agua hirviendo, hago de ella un agua
"incompletamente" caliente. En cuanto al D ascin, no hay
nada de eso: su inacabamienlo es realmente constitutivo:
el “todavía no” es para él una manera de ser esencial. El
Dascin es una fuga perpetua hacia sus posibilidades: corre
Iras un posible que no es otra cosa que él m ism o y que, como
tal, es necesariam ente imposible de alcanzar. Es, p o r esen
cia, el ser que ja m á s puede lograrse.
. ¿Com pararem os la totalidad del Dasein con la m adurez
del fruto? Tampoco aquí la comparación seria válida. Porque
el fruto es un acabamiento, aunque a título de perfección
adquirida, mientras que el acabamiento del Dasein es un
hundimiento que no tiene nada que ver con la perfección.
91 por tal se entiende el agotam iento de sus posibilidades es
pecificas. Moriremos imperfectos, del m ism o modo que mo
riremos solos.
Y, por fin, ¿puede entenderse la m uerte como cesación
del Dascin? Se dice que la lluvia "cesa”, cuando desapare
ce; que el camino “cesa”, cuando ya no existe como tal;
que el pan se acaba, cuando se ha term inado; que la pintura
está acabada”, cuando la pared está lista. A hora b ie n : nin
guna de estas acepciones conviene a la m uerte del Dasein.
Muerto, el Dasein ni está term inado como perfecto, ni sim
plem ente desaparecido, ni ha quedado listo. En realidad, en
13¿ ¿as doctrinas existencialislas
cuanto "todavía no" esencial, el Dasein, desde que existe, es
ya su fin. Su ser es un ser-para-el-fin(Sein-zum -E nde). Des
de que un hombre nace, ya es bastante viejo para morir. La
muerte no es, pues, una "cesación". El Dasein no cesa de
existir por efecto de un acontecim iento o de un accidente
exteriores : la m uerte es para el un modo de ser que le afecta
tan pronto como es (71).
La m uerte es una posibilidad que el mismo Dasein ha
asum ido como definiendo su poder-ser más personal. Los
hom bres escapan com únm ente a la angustia de la muerte,
por una parte, haciendo de ella una simple verdad estadís
tica o una certeza experimental que deja indecisa mi suerte
personal; por otra, reduciendo la certeza de la muerte a la
certeza de que "se mucre", como si la muerte afectase sólo
al "se", que no es nadie. L a muerte resulta, para la charla
tanería cotidiana, un caso accidental y desagradable. Se in
tenta siempre disim ular el ser-para-la-m uerte que yo soy:
así se consuela a los moribundos, ocultándoles la inminencia
de la m uerte (de hecho, lo que persiguen los consoladores es
consolarse a sí mismos). El "se" huye ante la muerte: evita
el pensamiento de la muerte como debilitador, a falta del va
lor necesario para afrontar la angustia que ella produce (72).
Esta angustia no puede por menos de oprimir al hombre
desde el momento en que se coloca verdaderamente frente a
la muerte, como constituyendo su posibilidad más personal
y menos intransferible. Esta posibilidad, en efecto, no es
nada más que la posible imposibilidad de la existencia en
general. N o se trata aquí de u n a certeza empírica, del género
de la que se expresa bajo esta form a: es cierto que "la"
muerte llegará, sino de una necesidad metafísica, que es, a
Marlin Heidegger 133
la vez, la más personal al Dasein y la más general: nece
sidad de u n a no-necesidad de la existencia, contingencia
absoluta de toda existencia humana. El hombre es un ser-
para-la-miierte (Sein-zum -T ode), esencialmente y constitu
tivamente. El hombre sólo existe para la muerte. Mientras
no haya entendido esto, el Dasein no se com prenderá a si
mismo. Sólo la interpretación cxislcncial de la realidad hu
m ana como ser-para-la-muerte perm ite al Dasein alcanzar
la existencia auténtica y, por consiguiente, la ipseidad de la
existencia personal, en cuanto que la m uerte se presenta
siempre y necesariamente como mi muerte (73). La angustia
nacida de la muerte y de la nada es, pues, lo que me indivi
dualiza en más alto grado (74).
D e modo que la angustia es la form a propia de la autenti
cidad. Es la revelación de nuestro ser, que da sentido a todas
fluestras posibilidades y a la totalidad del D asein, en cuanto
que esta no es nada más que la absoluta inclusión de todo
nuestro poder-ser en la posibilidad fundam ental de la
m uerte (75).
(8 0 ) S Z , p á g s . 2 6 7 -2 8 0 .
Martin Heidegger 139
no ya en función de su objeto, sino precisamente en cuanto
que el scr-culpablc debe ser entendido como un modo de
ser del Dasein.
Por eso, la idea de "culpable" debe reducirse a aquello
que tiene de más formal y desligarlo de toda relación a un
deber o a una ley por los que el culpable sufriría una pér
dida en razón de su falta. La existencia no conoce nada se
m ejante, como se ha visto: no porque sea perfecta, sino
porque no pertenece a la categoría de las cosas a las cuales
puede faltarles algo. Pero como la culpabilidad implica la
negatividad, conviene aclarar la naturaleza existencial de
esta negalividad. No es posible que sea puram ente objetiva
y consista únicam ente en privar a otro de un objeto a que
tiene derecho: la negatividad estaría en otro y no en el cul
pable. En realidad, hay que invertir los términos habituales
y decir, no que m i culpabilidad resulta de una carencia en
otro, sino que la carencia en otro resulta de m i culpabilidad,
porque sólo ha sido posible por el hecho de que la negati
vidad estaba ya en mí.
¿En qué consiste, pues, esta negatividad profunda del
Dasein, principio y fundam ento del mal que hace? Se com
prenderá recordando que el Dasein es esencialmente cui
dado, es decir, de hecho, dcrclicción, pro-yccto, decadencia.
El existente se conoce como arrojado-en-el-m undo: no existe
para nada el mismo, y este carácter no es el resultado de
un hecho realizado, que estuviese tras él, sino que acom
paña toda su existencia bajo la form a de cuidado. Por esta
razón, e! Dasein existe como poder-ser, con la carga y la
responsabilidad de elegir libremente sus posibilidades. Sin
embargo, esta libertad no es absoluta: por una parte, el
Dasein no se ha dado a sí m ism o el ser que es; por otra,
las posibilidades que le están abiertas se encuentran lim i
140 /.«.v doctrinas existencialistas
tadas: no realiza unas más que excluyendo las otras; elegir
es renunciar. El Dascin no puede, pues, ser n u n c a el due
ño absoluto de su existencia propia. De aquí se sigue qud
la negatividad es constitutiva para él: en cierto sentido, él
es en sí mismo, en el fondo mismo de su ser, una negativi
dad. Y es este doble carácter de no ser por si mismo, de
ser un ser-arrojado-ahí y de estar fundam entalm ente obli
gado a tomar sobre sí el ser tal o tal otro, el que define la
miseria del Dasein, no como un momento pasajero de su
existencia, sino como la esencia misma de ésta. El Dasein
es culpable como tal, ju stam en te en cuanto es, y en cuanto
es negatividad.
Esta m ism a negatividad tiene, pues, su principio en el
Dasein, en cuanto que él asume una existencia que no se ha
dado y que consiente en existir según el modo del poder-
ser, que es fundam entalmente imperfecto y finito. Respon
sable de su propia finitud y de su nada, el Dasein es, p o r
eso mismo, culpable hasta la raíz (81).
VI
(8 3 ) SZ , p á g s . 2 9 8-301.
Martin Heidegger 143
es otra cosa que ejercer modos de temporalizacián.Ha.y cons
tante reciprocidad entre esta y los modos de ser del Da-
sein (84).
Para com prender el sentido de la tem poralidad (Zeitlich-
k eit) y su valor expresivo de la totalidad del Dasein, hay
que notar que el D asein es siempre y necesariam ente an-
ticipador, en cuanto que no cesa de orientarse hacia sus
posibilidades. Es, en su ser, fundam entalm ente fu tu ro (85):
el hombre es “ el ser de lo le ja n o "{ 8 6 ). En la existencia re
suelta, esta anticipación será necesariam ente la de la m u er
te como constituyendo la -posibilidad extrema, la que en
cierra en sí todas las demás posibilidades. El Dasein resuelto
no puede, pues, conquistar la plena certeza de su resolución
(ya que la posibilidad de la inaulenlicidad es igualmente
constitutiva del Dasein) más que por renovada captura con
tinua de sí m ism o contra las fuerzas caprichosas de la
inautcncidad, es decir, por una anticipación constantemen
te repetida de su muerte. Pensar en la muerte es la señal
propia del Dasein que se ha hecho transparente a si mismo.
10
]46 Las doctrinas existencialistas
qué consiste la totalidad del Dasein. Es la estructura de con
ju n to del cuidado la que nos la descubre. Esta estructura,
en efecto, no es un amontonamiento, sino un todo orgánico,
en cuanto que los fenóm enos cxistcncialcs de la m uerte, de
la conciencia moral y de la culpabilidad son inlerdepen-
dienles y están articulados entre si como los miembros de
un único organismo. Pero falta por explicar el "mí" o el
“yo”, de los cuales tantas ontologías han querido hacer un
substrato (sustancia o sujeto). A hora bien: el análisis esta
blece, como se ha visto, que el Dasein no es propiam ente
un “yo” (je )sin o en y p o r la angustia de Ia existencia re
suelta. Es, pues, la cxistcncialidad como constitutivo del cui
dado la que proporciona el sentido onlológico de la ipsei-
dad del Dasein. La estructura del cuidado, lomado en su
conjunto, incluye el fenóm eno de la ipseidad (93).
Sabemos, por otra parle, que la tem poralidad nos pro
porciona el sentido onlológico del cuidado. Ella da cuenta, en
efecto, de la estructura total del cuidado, justificando la ar
ticulación interna y original de sus elementos constitutivos.
Futuro, presente y pasado son fo rm a s solidarias del cuidado.
El Dasein es fundam entalm ente tem poralizacíón. El tiem
po no es una cosa: se tem poraliza a sí mism o bajo la form a
del futuro, del pasado y del presente, que son los tre s éxtasis
de la temporalidad (Ekstasen der Zeitlichkeit), no colocados
como en estanterías, nivelados e indefinidam ente repelidos,
como im agina la concepción corriente, sino embebidos entre
sí en la unidad profunda de su estructura ontológica. Por
ellos, el Dasein está colocado ante un horizonte (o esquema
horizontal), que es la form a total de los tres éxtasis, irre
ducibles y exteriores entre sí, pero que necesariam ente se
V il
TEMPORALIDAD E HISTORICIDAD
VIH
(109) Wgr, pág. 64. A. de Waelhens (loe. cit., pág. 253) obseiva
que esto no contradice la a f ir m a c ió n anterior (SZ, pág. j>23) de que es
158 Las doctrinas existenciatistas
2. ¿Cómo se produce esta trascendencia? Se produce en
totalidad. No es un hecho contingente, que unas veces se
realiza y otras deja de ser. Y m enos aún es una contempla
ción puramente teórica de objetos anteriorm ente existentes,
sobre los cuales el Dasein, intuyéndolos o pensándolos, pro
yectaría la inteligibilidad del ser. Es fundam ental y esen
cialmente proyecto de las posibilidades del Dasein (110):
los existentes no son inteligibles más que en función de
estas posibilidades. Así, por lo m ism o que el Dasein existe,
es ya trascendente y se ha trascendido ya a si mismo y se
h a constituido en ipseidad.
Pero, entonces, ¿cómo decimos que la trascendencia im
plica un hacia alguna cosa, una dirección? Para captar el
sentido de esta aserción hay que entender que aquello hacia
lo que el Dasein como tal trasciende es el m undo mismo
considerado como unidad y totalidad. Asi recibe su verda
dera significación el acto de trascender propio del Dasein:
la superación es creación del m undo como tal, es decir, no
de existentes brutos, que están m ás allá del ser y del pen
samiento, sino de seres cuyo conjunto organizado consti
tuye el m undo y que no son inteligibles y verdaderos más
que en función de dicho m undo (111). Que el D asein tras
ciende equivale, pues, a decir, que, en la esencia de su ser,
el Dasein es organizador de un mundo (112), y el acto de la
trascendencia debe definirse como aquel por el cual el D a
sein se constituye como ser-en-el-m undo (113).
11
102 Las doctrinas emsíenciaitslos
dencia, as decir, la estructura de la realidad humana, es
fuente y principio de toda verdad oncológica (1 2 2 ).
¿Acaso no se podría, sin embargo, investigar aún más
allá y preguntar "por qué” el Dasein posee sem ejante es
tructura? Hcidcggcr estima que este porque ya no es legí
timo, porque no corresponde exactam ente a nada. En efec
to, es imposible ir m ás allá del Dasein tal como existe. Es
tal como es, y en el análisis de su estructura onlológica se
encuentra encerrada toda respuesta posible. Pretender fu n
damentar el IDasein mismo como (al, seria tan contradicto
rio como querer sallar sobre uno mismo o conocerse antes
de existir. El recurso a la trascendencia trascendente del Da-
scin figura de tal modo en la base de toda relación con el
existente, que, única y exclusivamente a la luz de la com
prensión del ser producida por esta trascendencia, puede
el existente ser m anifestado en sí mismo; es, a saber: como
este existente que 61 es y tal como él es (123).
Asi hemos m ostrado que la triple ram ificación del acto de
fu n d am en tar tiene su raíz en la trascendencia del Dasein,
y, por consiguiente, en la libertad misma. La libertad es,
pues, el origen del principio de razón y- como tal, el fun
damento de! fundamento. Por eso ella es el abismo de la
realidad hum ana, el fu n d am en to im posible de rebasar; cap
tar el carácter abismal de su ser es para el Dasein el térm i
no absoluto e infranqueable de toda investigación dialéctica
o psicológica. La liberlad-para-fundamentarcs la razón úl
tima, sin razón ella misma, porque desde el m om ento que
se capta como libertad-para-fundam entar, el Dasein está ya
arrojado en la existencia, está ya sujeto a derelicción y
finilud esenciales (124).
(182) Wgr, págs 103-105.
(123) Wgr, pao; 104.
(124) Wgr, págs. 109-111.
Martin tieidcgger 163
IX
(125) Platons I.ehre von der Wahrheit. M i l einem Brlef über den.
“Itumanismus", Verlag A. Franekc, Bern., 1947. Was t$t Metap/iysikí
quinta edición, precedida de una introducción; Vittorio Klostermann
Fraokfurt A. M., 1949. Hoízwege, Villorio Klostermann, FranWurt
A. M., 1950. (Este último volumen comprende los siguientes estudios:
Der Ursprung des Kunstwerkes. Die Zell des WelttHtdes. Beaels Beartff
der Erjahrung. Nielzsches Wort "Goll ist lol". Wozu Dichter? Der
Spruch dés Anaximaruier.) Erlavtervngen zu Hólderllns Dichtung,
Vittorio Klostermann, Frankfurt A. M., 1951. Der Eeldweg (pequeño
escrito de unas cuantas páginas.)
(126) Introductton á la traduclion fvancaise de Wo» Wesea. der
Wahrheü, Lovalna-París, 1948, pág 9 .
{64 La* doctrinas cxislencialisias
el sentim iento de que los resultados de Sein und Zeii no se
ñalan m ás que una etapa en la bú sq u ed a del últim o fu n
dam ento de la verdad y del "pensam iento del ser" y que
incluso la fórm ula de estos resultados de Sein und Zeit, cuyo
valor de etapa interm edia había pasado inadvertida al prin
cipio, puede aparecer a veces, a la luz de las explicaciones
de Heidegger, como bastante discutible.
Sea de esto lo que quiera, trataremos de precisar el sen
tido más general de lo que puede considerarse una nueva
orientación de la doctrina de Heidegger, cuyo carácter esen
cialm ente ontológico se halla totalm ente aclarado. Insisti
remos, pues, especialmente sobre los dos puntos siguientes:
la cuestión de las relaciones entre el ente y el ser, y, corre
lativam ente, la relación de la existencia (Dasein) y del ser, y
el problem a de Dios.
Sobre la prim era cuestión, Heidegger había expresado
primero su pensam iento en Sein und Zeit por la fórm ula
siguiente: "No hay Ser (ni tampoco ente) sino en cuanto
que la verdad es, y la verdad no es sino en cuanto y m ien
tras que el Dasein es. Ser y Verdad "son" cooriginales" (127).
La quinta edición de Qué es M etafísica se expresa en
los mismos térm inos (128). El sentido era que "no hay"
Ser sino en cuanto que la Verdad es, es decir, que el Ser
no puede desvelarse al Dasein sino por la luz que el mis
mo Ser es y que es la V erdad original. No hay, pues, ver
dad, sino en cuanto que el Dasein es, pues, por el Dasein
y al Dasein es re-velado y des-velado el Ser en cuanto Ser.
D e esta manera, el Dasein y la Verdad "son" “co-origina-
les” '(129). Pero esto, declara Heidegger, no vale con rela
ta ? ) Pág. 212.
(128) W a s t s t i t e t a p h y s i k , 5.» edición, Nachwort, pág. 41.
(129) "Son" ( s i n d j se pone entre comillas para s u b r a y a r una a m -
Martin Heidegger 165
cióo al ente. En efecto, el ente en cuanto tal, es decir, como
determ inación y talidad, es, en un sentido, anterior sim ul
táneamente al Dasein y al Ser, porque es "tal” antes de su
desvelamiento (130). Este punto de vista es el del "embargo"
del ente. Pero, en otro sentido, desde el punto de vista del
ser del ente, el ente es posterior a la vez al Ser y al Dasein,
puesto que no es, en cuanto enté, sino por el ser y el Dasein.
Las primeras ediciones de Qué es M etafísica proponen una
fórm ula que a prim era vista parece contradecir a la de
Sein und Zeit y a la de la quinta edición. Heidegger escribió,
en efecto: "El Ser está presente sin el ente, pero jam ás el
ente está presente sin el Ser." Sin embargo, este texto no se
opone en absoluto al texto de las ediciones precedentes, ni al
de Sein und Zeit. Pues es verdad que el ente es en cuanto
ente por el Ser y por el Dasein, que le hace surgir como
tal en la Luz del Ser. La verdad, m ás fundam ental aún, es
que, según Heidegger, hay un "combate" entre el Ser y el
ente, y que, por este “com bate”, cada uno de ellos llega a
ser lo que es. Este combate, que no puede cesar nunca, en
cuentra en la obra de arte su expresión m ás notable. Heideg-
gei nos da su fórm ula y su sentido en los térm inos si
guientes: el ente no es, en cuanto ente, sino a la luz del
Ser, pero se afirma como ente y se impone como ente vol-
J . - P. S A R T R E
LA NAUSEA
12
i 78 has doctrinas exislencialisiat
la trampa hace resbalar hacia la nada a todo este mundo
geom étrico y de confección. Pero al mism o tiempo, ante la
existencia recobrada, ante este “desparram am iento pastoso",
experimento un asco profundo. No queda más que la exis
tencia—es decir, algo absolutamente contingente y gratuito,
que está ahí sin que se sepa por qué, sin nada que exija o
explique su aparición, algo esencialm ente absurdo (9), que
"existe perezosamente, muellemente, con una especie de flo
jedad, como lo que no puede evitar el existir”—para la eter
nidad ( 10 ).
El asco se hace miedo cuando esta visión del m undo nos
revela no sólo esta ausencia total de necesidad que es el ú l
timo fondo de la existencia, sino incluso esta potencia, de
proliferación indefinida que la caracteriza, semejante a la
proliferación de un tejido canceroso, sin más ra/ón ni ley
que la deí impulso primero (11). Por su propio movimiento,
II
. EL EN SI Y EL ORIGEN DE LA NADA
A) EL S er - en - sí
B) LA NEGACIÓN
(31) EN, pág. 34. Hay aquí un vicio de argumentación evidente. Por
una paite, la contingencia significa, para Saitre, la ausencia de razón
de ser, es decir, la ábsurdidez esencial. Pero el concepto de contingen
cia no expresa nada semejante; incluso expresa exactamente lo con
trario. En efecto, se llama contingente a un ser que no tiene en si su
razón de ser (o de ser tal). Pero esta razón que no tiene en sí mismo,
uede tenerla en otro : puede explicarse y ser inteligible de este modo.
R o solamente puede explicarse así, sino que debe explicarse así, por
que, si no tuviese razón de ser, no sería ni siquiera contingente, no
será de ningún modo, ya que (o bien las palabras no tienen sentido
alguno) el ser que no tiene ninguna razón cíe ser, ni en si ni en otro,
definición no es ser. Por otra paite, Saitre reduce abusivamente
r noción de necesario a una relación abstracta entre nociones. Mas
no puede ser necesario en si mismo un ser, precisamente por razón
de lo que es? Así se dice que Dios es el Necesario absoluto, por
que es por razón de Sí mismo, sin razón que le sea exterior, sino en
virtud cíe la plenitud perfecta de una esencia que es idénticamente
su Existencia. De hecho, el ser-en-sí sartriano no podría ser llamado
necesario en este sentido y la contingencia con que Sartre le adoma
significa exactamente lo contrario de la necesidad divina, es decir, la
ausencia total de razón de ser, no solamente en otro ser concebido
como creador, sino hasta en sí mismo. Es, pues, como tal, fundamen
talmente absurdo. Pero, en este caso, ¿adúnele va a parar la necesidad
de nexos ideales? ¿Cómo atribuir sentido a una proposición sobre el
ler que excluye, en el ser, toda especie de sentido?
m Las doctrinas existenciahstas
ciencia (del) mundo? ¿Que deben ser el hom bre y el m undo
para que puedan hallarse en relación? Damos en seguida
la respuesta, que intentarem os justificar a continuación:
lodo acontece como si el en-sí que es la realidad-humana,
para fundam entarse y justificarse a si mismo, para rem e
diar su contingencia y su graluidad radical, se proporcio
nase la m odificación del para-sí, es decir, de la conciencia,
descom prim iendo en cierto m odo esta densidad maciza y
plena que el es como en-sí c introduciendo en el una grieta
de nada. En efecto, en esta especie de ser que se llama el
cognoscenle, el único ser que es accesible es lo que hay per
petuam ente ahí, es decir, el conocido. El cognoscenle, no es
y no se le puede captar: no es nada más que aquello por
lo cual hay un ser-ahí del conocido, una presencia, porque,
de suyo, el conocido no es ni presente ni ausente: no es
más que el en-sí, que, como tal, no tiene relación a nada,
ni al otro ni a sí mismo. Esta presencia del conocido es,
pues, rigurosam ente, presencia ante nada. El surgir de esta
nada es la condición para que haya un m undo, y esta nada
es la realidad hum ana misma a la vez posición y negación
del m undo que tienen su fundam ento en nosotros y que sólo
tiene validez para la aparición del m undo y no para él,
puesto que él no se halla en modo alguno afectado, como
en-sí, por la representación que nosolros tenemos de él:
está m ás allá, siempre m ás allá, en la soledad definitiva de
su absolutez, invencible y absurda. Asi es como, cada vez
que abordamos, desde el punto de vista de la ontología fe-
nomcnológica, el estudio de la realidad-hum ana, siempre
tropezaremos con esta pareja irreductible c indisoluble: el
Ser y la Nada (32).
C) EL ORIGEN DE LA NADA
(43) Cf., ENf pág. 52: "El ser es anterior a la nada y la fundamen
ta." "Por lo cual debe' entenderse no sólo que el ser tiene sobre la
nada una prioridad lógica, sino también que es del ser de donde
la nada saca concretamente su eficacia." Que la nada asedie el ser,
"significa que el ser no tiene necesidad alguna de la nada para ser
concebido y que se puede examinar su noción exhaustivamente sin en
contrar en ella la menor traza de nada". Pero, por el contrario, la
nada q u e n o e s "no puede tener más que una existencia prestada:
toma su sei' del ser: su nada de ser no se halla más que en los limi
tes del ser y la desaparición total del ser no seria en advenimiento
del reino del no-ser, sino, por el contrario, la disipación concomitante
de la nada: s ó l o h a y n o - s e r e n la s u p e r f i c i e d e l s e r ”.
202 das doctrinas existencialisia*
des negativas que nosotros llam arem os “negatidades” ? ¿pe
dónde viene la N ada? (44).
Observemos primero que si la N ada no puede "aniqui
larse", se debe a que, para aniquilarse, hay que existir. 5o-
lamente el ser puede aniquilarse: la nada está aniquilada
y a p o r el ser p o r quien la nada viene a las cosas. A l contra-
D) LA LIBERTAD
14
210 Las doctrinas existencialistas
e! sentimiento de mi “derelicción” y de mi absoluta liber
tad. Esta angustia se adorna de un carácter moral cuando
yo me considero en mi relación original a los valores. Estos,
en efecto, ex ig en 'u n fundam ento, pero este fundam ento no
puede nunca estar constituido por el ser, pues en ese caso
el valor sería determinado por el ser, como un efecto por
una causa, y perdería a la vez su autonom ía y su valor.
Este sólo puede revelarse a una libertad activa, que lo hace
existir como valor únicam ente porque lo reconoce como tal.
Así, pues, "mi libertad es el único fundam ento de los
valores y nada, absolutam ente nada, ju stifica que yo adopte
tal o tal otro valor, tal o tal otra escala de valores". Yo soy
el ser p o r el cual los valores existen, pero, como tal, soy
injustificable y sin excusa. Soy el fundamento sin funda
mento de los valores. Esto es lo que yo experimento en la
angustia, que es una toma de posesión reflexiva de la li
bertad por sí m ism a; y m i angustia aum enta al darm e cuen
ta de que los valores no pueden existir sin poder ser puestos
en cuestión, puesto que yo me reconozco libre, es decir, ca
paz de invertir la escala de los valores (58).
10. El hombre puede, sin embargo, adoptar con respecto
a la angustia conductas de evasión. U na de ellas consiste en
redondo que los cubria, y este porvenir era él, él lal como se hallaba
ahora, cansado \ maturescente, aquellos días tenían derechos sobre él,
a través de todo ese tiempo pasado, mantenían sus exigencias y él
tenia a menudo remordimientos agobiantes, porque su presente anodi
no y tedioso era el antiguo porvenir de aquellos días pasados. A él
era a quien habían esperado durante veinte años, a él, a este hombre
fatigado le había exigido un niño implacable que realizase sus espe
ranzas: de él dependía que estos juramentos infantiles permaneciesen
infantiles para siempre o que llegasen a ser los primeros anuncios
de un desuno. Su pasado no cesaba de sufrir los retoques del presen
te; cada día defraudaba más estos viejos sueños de grandeza, y caria
día tenía un nuevo porvenir; de espera en espera, de porvenir en
porvenir, la vida de Mateo resbalaba dulcemente... ¿Hacia qué? Hacia
nada.”
(58) EN, págs. 72-76.
J.-P. Sarire 211
refugiarse en la creencia en el deterninismo, que propor
ciona un repertorio perm anente de excusas. Asi, el hombre,
reintegrado al seno del ser, dispensado de em erger constan
temente como Yo más allá de su propia esencia, acepta no
ser jam ás lo que él es, oponiendo la "distracción" a las re
clam aciones de una libertad de que no se puede despojar,
pero de la cual no se sirve más que para renunciar a ella.
Distracción ante lo por venir, la evasión ante la angustia
puede ser tam bién un ensayo para desarm ar la amenaza
del pasado. En efecto, mi libertad debe intercalar constan
tem ente una nada, una falla, entre mi pasado (mi esencia)
y m i porvenir, pues de lo contrario el prim ero ^determinaría
al segundo, y se haria imposible la libertad. Pero el hombre
tiende a huir de la angustia que le impone esta necesidad
perpetua de volverse a encontrar m ás allá de si mismo, ha
cia un futuro que, a su vez, se escapa continuamente. El
artificio consistirá, en esta ocasión, en im aginar m i libertad
como residiendo en m i Yo, siendo así que, como se ha visto,
es el Yo quien existe a partir de la libertad. Se reconoce aquí
la tesis de Bergson. Pero ¿cómo no ver que la libertad, así
entendida, ya no es mi libertad, sino la libertad de otro? El
Yo constituido, solidificado en cosa, es un en-si, es exacta
mente la definición de la persona de otro.
Estos medios de exorcizar la angustia son, por lo demás,
ineficaces. Se la puede velar un momento (aun cuando eso
no pase de ser una metáfora, ya que la conciencia, que es
por definición traslúcida, no puede ser velada), pero no
suprim irla. Se intenta no verla, pero para esto hay que pen
sar en ella para evitarla. En ese caso soy la angustia según
el modo de no serlo: soy evasión de angustia, lo cual sigue
siendo angustia. Y es, a la vez, la form a de la mala fe (59).
(59) F.N, págs. 76-84.
212 Las doctrinas cxislencialistas
ITT
(64) ”No veo que haya nadie más que yo—dice Daniel en L e S u r n ú
(página 107)—. Ni siquiera yo mismo: una serie de carreras excén
tricas, de pequefios movimientos centrífugos sin centro alguno. Sin
embargo, hay un centro. Un centro: yo. Yo, y el horror está en el
centro.”
(65) F.N, págs. 127-133.—Sartre precisa (pág. 133) que esta tota
lidad “en-sf-para-si” lia sido, de hecho, hipostasiada como trascen
dencia más allá del mundo, con el nombre de Dios. Dios es, pues.
218
3. Estas observaciones nos permitirán determinar más
exactamente lo que es el ser del sí. Este ser vamos a definir
lo como valor. Este tiene, en efecto, el doble carácter que
hemos descubierto en el sí, que es el de ser un ser que no
tiene ser: como valor, es ser (y bajo este aspecto es abso
luto), pero este ser normativo no tiene ser en cuanto reali
dad. El valor, por ser propiam ente el ser de lo que no tiene
ser, es inaprehensible: considerarlo como realidad (o cosa),
como hacen los sociólogos, equivale a convertirlo en un he
cho bruto entre otros muchos y, por tanto, a suprimirlo como
valor; pero, no viendo más que su idealidad, se le retira el
ser, sin el cual no puede sostenerse.
¿Cuál es, pues, el ser del valor? Es un ser que está siem
pre más allá del ser, como por lo demás han reconocido la
mayor parle de los filósofos, al considerar el valor como el
límite por relación al cual apreciamos los actos humanos o
las cosas, considerando este lím ite como el de una progre
sión indefinida. Así, Dios es considerado como el Valor su
prem o en cuanto es conocido como el térm ino hacia el cual
tienden todos los valores posibles y con el cual coinciden
todos ellos. Hay que afirmar, pues, que el valor es aquello
hacia lo cual un ser rebasa su ser y que está siempre más
allá de todo rcbasamicnlo. Es el más allá hacia el cual yo
no puedo jamás trascenderme, y, por lo mismo, es la caren
cia de lodo lo que falla al hombre. Ahora b ie n : ¿que es esta
dice Sarlro, coniradicción en sí mismo. Casi no vale la pena observar
a esto que la argumentación de Sartre se basa por entero en la asi
milación implícita del en-sí a la materia. Hs evidente que un en-sí
concebido de este modo no podrá nunca ser para-sf, ya que la materia
le constituirá necesaiiamente exterior a st distante de si. Pero si el
En-sl es Espíritu puro, ¿qué impide que sea, c o m o ta l, para-si. Pen
samiento y Reflexión? ¿No habría que decir incluso que semejante
En-sí espirilual es nccesariamenle Para-sí, por la eslruelura misma
del En-sí, que le hace enteramente transparente a si mismo y le haca
coincidir absolulamenlo consigo mismo?
219
carencia permanente sino la imposible coincidencia entre el
en-sí y el para-sí? En este sentido, el valor asedia al ser, no
en cuanto es, sino en cuanto se funda, es decir, en cuanto es
libertad: el valor significa el ser que yo no soy y que yo
tengo que hacerme. Como tai, este ser no puede existir más
que por la libertad, y la libertad al mismo tiempo es lo que
me hace existir a mí mism o ( 6 6 ). De aquí se sigue que el ser-
para-el-valor es totalmente contingente, en cuanto que reposa
sólo sobre la libertad: la moral resulta así rcíalivizada por
completo (67).
4. El para-sí se nos acaba de m anifestar como definien
do la realidad hum ana como carencia de la coincidencia
consigo misma, coincidencia que la transform aría en sí. Lo
que falta es, pues, trascendente por relación al existente.
(Así, la luna llena como totalidad es lo que falta que está
más allá del cuarto creciente y que le trasciende, por tanto.)
B. LA TEMPORALIDAD
15
226 /.as doctrinas existencialistas
lid a d c o m o u n a e stru c tu ra o rig in a l o u n a t o t a l i d a d q u e da
ser y s e n tid o a la s e stru c tu ra s se c u n d a ria s q u e lle v a anejas.
E llo im p lic a q u e to d o estu d io d e la s e s tru c tu ra s secu n d arias
d eb e h a c e rse , p o r d e c irlo asi, so b re el fo n d o de la to talid ad
te m p o ra l y q u e in teresa sobre todo llegar a u n a intuición
de la te m p o ra lid a d g lo b al, e s d e c ir, a u n a ontologia del
tie m p o (74).
E l a n á lisis fc n o m c n o ló g ic o n o s im p o n e u n a n o c ió n del
p a s a d o m u y d if e r e n te de la d el s e n tid o c o m ú n (acep tad a p o r
B erg so n ). según la cual el p a sa d o tie n e sólo u n a especie de
e x iste n c ia h o n o ra ria : c o n tin ú a sien d o , p e ro c e sa de actuar.
¿C ó m o explicar, e n este caso, q u e p u e d a a se d ia m o s, existir
"p ara n o so tro s" ? Si es alg o in c o n s c ie n te , co m o d ice B ergson,
¿ a q u e se d e b e q u e se in se rte e n la tra m a de n u e stra co n cicn -
16) E N , p d g s. 150-164.
fl) E N , p ágs. 1 64-168.
J.-P. Sartre 229
senda, sino lo que el para-si se hace ser en cuanto se apre
hende como inacahamienlo perpetuo en relación a si mismo:
es lodo cuanto está más allá del ser.
El futuro, bajo otro aspecto, es lo que espera el para-sí
que yo soy, y ese "lo que espera" soy yo mismo. Me proyecto
hacia el futuro para coincidir con lo que me falta y ser lo
que soy. E l para-si es, pues, futuro p o r esencia: es, funda
mentalmente, proyecto hacia el en-sí Pero como este proyec
to es a la v e / necesario e irrealizable, el futuro del para-sí
es siempre futuro-pasado, un futuro imposible que se futuriza
o se posibiliza (78).
7. ¿Que ontología de la tem poralidad implican estos aná
lisis fenomenológicos? Disiiguiremos aquí dos puntos de
vista, uno estático, dinám ico el otro.
Estáticam ente, la tem poralidad no puede concebirse como
un tiempo universal, en el cual todos los seres y especial
mente los hombres se hallasen contenidos, pues entonces
los seres, en su ser, serian ajenos al tiempo. Lo verían desde
fuera, sin captar su sentido, al modo como un perro puede
ver un reloj m idiendo con su péndulo los momentos de la
duración. Sin duda, podría decirse que el tiempo, con su
triple dimensión, ya no sería ajeno a los seres intram unda-
nos, si se conviniese en considerarlo como la ley del des
arrollo de los seres. El perro que m ira el reloj no ve su
sentido; pero si el reloj regula su propio desarrollo según
ana ley de sucesión en que nada puede ser alterado, el tiem
po, aun cuando le venga de fuera, llega a ser constitutivo de
*u propia realidad. Pero ¿cómo no ver que, en este caso, el
tiempo es abolido? Porque el tiempo no puede ser yuxta
posición estática de antes y después; es una organización
(7 8 ) E N , p ágs. 1 68-114.
230 Las doctrinas exisienciaüstas
tal, que tal después se hace un antes, que el presente se hace
pasado y el futuro, como se. ha visto, se hace futuro-pasado
(o futuro-anterior), y que este orden de sucesión es el de
una serie totalmente irreversible. En fin, la temporalidad
no es el ser, porque el ser no tiene nada en sí mismo que
pueda justificar esta descom prensión interna, este desparra-
m ienlo dinámico del ser en la duración siguiendo el ritmo
del antes y el después. En realidad, la tem poralidad sólo
puede comprenderse por referencia al para-sí: no puede ser
otra cosa que la estructura interna deI ser que se aniquila a
si mismo y que es su propia aniquilación, es decir, el modo
de ser propio del para-sí: el para-sí es el ser que tiene que
ser su ser bajo la form a ek-stática tridim ensional de la tem
poralidad. Es, pues, tem poral por el mero hecho de aniqui
larse (79).
Dinámicam ente, es decir, desde el punto de vista de la
sucesión, diremos que el tiempo de la conciencia no es más
que "la realidad-humana que se tem poraliza como totalidad,
que es para sí misma su propio inacabam iento”. En esta
totalidad, siempre perseguida y nunca realizada, la nada se
filtra bajo la forma del tiempo para deslolalizarla, es decir,
para dispersar el ser del para-sí en las tres dim ensiones del
pasado, del presente y del futuro. La realidad-humana es una
totalidad que catre tras de si, y esta persecución es la fuente
del tiempo: en cuanto se rechaza, es el pasado; en cuanto
se rebasa hacia si misma, es futuro, y precisam ente negación
del instante, que no lograría más que anegar al existente en
un en-si puntual, mortal a la vez para su espontaneidad y
para la totalidad (necesariamente deseada y fatalm ente im
posible) de su acabam iento. Jam ás en nin g ú n instante se
(7 9 ) E N , p ágs. 174-188.
231
podrá decir que el para-sí es, porque, justam ente, e! para-sí
no el nunca. La temporalidad, por el contrario, "se tem pora
liza »da entera como una negación de! instante" (80).
8. Acabamos de ver que el para-si es esencialmente tem
poral o que se temporaliza necesariamente. Originalmente,
esta lem porali/ación se identifica con la conciencia (de) durar.
Pero es posible que yo sienta correr el tiempo, que me sien
ta a m í mismo como unidad de sucesión y que, por reflexión,
haga de esta duración una especie de objeto de conocimiento.
La cuestión con que tropezamos aquí consiste, pues en saber
qué relación hay entre la tem poralidad original (o concien
cia (de) durar) y la tem poralidad psiquica (o conciencia de
durar). Pero este problema es el de la naturaleza y de las
exigencias de la reflexión, ya que la conciencia de duración
no es más que la conciencia de una conciencia (de) dura
ción, es decir, una conciencia reflexiva (81).
La reflexión es el para-si consciente de sí. ¿De dónde
viene esta especie de sobre-conciencia? Como no puede de
cirse que surja de la nada, cosa que carece de sentido, hay
que considerarla como identificándose con la conciencia re
flejada o conciencia (de) si. Por otra parle, sin esta unidad,
¿cuál seria el valor de la conciencia reflexiva? De todas m a
neras, no podría haber entre las dos conciencias m ás que
una unión exterior, que nos llevaría a plantear, en la con-
(8 2 ) E N , p á g s . 196-199.
233
para recuperar su ser y para interiorizarse y fundam entar
se, siendo para sí mismo lo que él es ; el para-sí intenta rea
lizar este imposible: hacer del ser que huye entre sus m is
mos dedos (y que es su ser) una especie de dato que por fm
sea lo que él es, es decir, una totalidad recuperada sobre la
dispersión ek-stática. Tal es la razón de la reflexión: con
siste en un doble ensayo sim ultáneo de objetivación y de
interiorización.
El fracaso es necesario y se identifica con la reflexión
m ism a, ya que la tentativa del para-sí de recobrarse vol
viendo sobre sí no consigue m ás que hacer aparecer el para
sí al para-sí. La reflexión pone de este modo en evidencia
el hecho de que el para-si, que quiere jundam entarse en el
ser, no es más que fundam ento de su propia nada (83). La
reflexión hace al mismo tiempo aparecer la existencia de
dos form as de tem poralidad: la temporalidad original, es
decir, la que define la estructura del para-sí en cuanto es
tem poralización o historicidad, y la temporalidad psíquica,
que es- una serie concreta de unidades o de hechos psíquicos
que se suceden a manera de cosas. ¿Cómo se entiende que
la reflexión, que es. como tal, aprehensión pura y simple
de la historicidad que ella es, pueda constituir ese tiempo
psíquico, hecho de una m ultiplicidad de objetos exteriores
los unos a los otros como los vagones de un tren en mo
vimiento?
Sartre propone distinguir aquí una reflexión pura, que
es la reflexión ortológica, si así se puede llamar, y una
reflexión impura, que constituye la psique, es decir, la serie
concatenada de los hechos psíquicos: el Ego, sus estados,
sus cualidades, sus actos y, al mismo tiempo, la colección
C) TA TRANSCENDENCIA
(8 6 ) E N , p á g s . 2 1 9 -2 2 0 .
J.-P, iS a ríre 237
(9 0 ) E N , p á g s . 2 5 5 -2 5 9 .
240 Las doctrinas existencia/istas
como un círculo que se ensanchase perpetuam ente alrede
dor de su cenlro a fin de cercarse a sí mismo. Desde este
punto de vista, d presente del para-sí es una huida. p cro
esta "huida hacia", la establece el para-si, en cierto modo,
por la constitución de instantes exteriores unos a otros, que
resultan de la coincidencia o sim ultaneidad del propio pre
sente del para-sí con el movimiento actual. E l presente del
para-si se idenlificacon el presente del móvil, y el Tiempo
del m undo se halla realizado por el movimiento, bajo la
form a de una sucesión de antes y después puntiform es c
instantáneos. En esta exterioridad absoluta es donde se basa
la división hasta el infinito del tiempo (91).
El futuro es, para el para-sí, la posibilidad de una pre
sencia a un cn-sí que está siempre más allá del cn-sí real.
M i futuro determina una especie de bosquejo del mundo
futuro, como consecuencia de todas m is posibilidades. Estas
sólo se dan, como tales, en la reflexión, pero remiten ne
cesariamente al futuro. Se confunden, bajo este aspecto, con
la utensilidad, que es propiamente el uso que yo P°^r^a
hacer de las cosas. Desde este punto de vista, el m undo
surge a la vez como un futuro universal y como contenien
do futuros que son mis posibilidades, constituidas ya desde
ahora, pero aún no realizadas. El porvenir "objetivo" es,
pues, para mí, tan pronto una urgencia y una am ena/a
(bajo la form a de m is futuros), como un puro continente
form al (bajo la form a de un futuro indiferenciado y ho
mogéneo en el espacio vacío), como, por fin, una nada en-sí
(como dispersión pura más allá del ser) (92).
Así hemos dado un nuevo paso en el problema del co
nocimiento. Vemos m ás claram ente cómo ni el idealismo ni
16
242 Las doctrinas existencialistas
él, a no ser justam ente esta nada m ism a que, siendo nada,
es infranqueable. Ahí radican las ilusiones del realismo,
que hace del cognosccntc un ser absoluto, dotado de una
función, que sería la de conocer. No hay m ás que un abso
luto: el ser; fuera del ser no hay nada, a no ser el para-sí,
que es esa nada, es decir, el ser mismo, es decir, el ser
m ism o como no siéndolo. El conocimiento es, pues, término
m edio entre el ser y el no-ser: subjetivo, me rem ite al cn-sí;
objetivo, me rem ite a mi mismo. “El mundo es humano."
El conocim iento me pone enfrente de lo absoluto y, por tan
to, existe una verdad del conocimiento, pero esta verdad es
rigurosamente humana (94).
IV . L A E X IS T E N C IA DEL OTRO Y LA L IB ER TA D
A. FJ. PARA-OTRO
(100) EN, págs. 310-326. Cf. L 'á g e d e r a i s o n : "Así era como él (Da
niel) imaginaba el Infierno: una mirada que lo atravesaría todo, se
verla hasta el cabo le í mundo, hasta el fondo de si."
248 Las doctrinas existenciaiistas
mis posibilidades. Pero, al mismo tiempo, siento un ma
lestar, que consiste en saberme como en peligro en un
m undo que no es el que yo organi/o en lomo a mi. Este
m alestar no ha de concebirse como un acontecimiento ac
cidental y pasajero. Por el contrario, form a cuerpo con mi
surgir al m undo: el otro me es constantemente y en todas
parles presente como “aquello por lo que y o me hago ob
jeto ”, y no tendré nunca otra defensa contra él que trascen
der su m irada y hacerle a él, a su v e/, obj etividad-no-reve-
lada bajo mi propia mirada (101 ).
Originalm ente, el otro es, pues, a la ve/, el que yo no soy
(no-yo) y ser-sujeto (mirada). Pero no hay que imaginar que
mi ser-para-olro sea sólo una imagen de mi, emigrada a
una conciencia ajena. De hecho, es un ser perfectamente
real, y que es condición de m i ipseidad ante otro y de la
ipseidad de otro ante mí. Es, exactamente, mi ser-fuera, es
decir, un fuera asumido como mi juera. Como tal, yo expe
rim ento una vergüenza que es el sentimiento de mi enajena
ción, es decir, de ser un objeto y de tener que reconocerme
en esc ser congelado y solidificado que yo soy para otro. La
vergüenza, asi entendida, tiene toda la profundidad y gene
ralidad de una fa lla original, efecto a su vez de una caída
original en el m undo de la exterioridad, en tales condicio-
la imagen que los otros se hacen de él. "Quiero que cada uno de mis
subditos lleve mi imagen en él y que sienta, hasta en la soledad, gra
vitar sobre sus más sccrclos pensamientos mi mirada severa. Pero soy
yo mi primera victima: no me veo más que como ellos me ven. me
echo de bruces sobre el pezo abieito de sus almas, y mi imagen está
allí, en el fondo, me repugna y me fascina. Dios todopoderoso, ¿qué
soy yo, sino el miedo que los otros tienen de mt?”
(105) EN, págs. 326-353. Sartre plantea (págs. 358-364) la que él
llama "cuestión metafísica", es decir, la de la e x is te n c ia d e l e x is te n te
(la onlología la define más bien como la explicitación de las estructuras
de ser del existente como totalidad). Acema de ello, Sartre observa
que la multiplicidad de las conciencias se presenta aquí, "no como un
número o una colección, sino como una síntesis, cuya totalidad, no
obstante, es inconcebible, lo que equivale a decir que es imposible dar
una respuesta a la cuestión de saber por qué hay un mundo*1. En efec
to, la antinomia de la totalidad resiste a todo intento de reducción.
Para suprimirla sería preciso que pudiésemos captar la totalidad des
de fuera, a vista de pájaro, hsto es irrealizable para nosotros, por
que formamos parte ael todo y no existimos más que en función de
ese todo. Pero, añade Sarlre, esta comprensión de la totalidad sería
imposible a Dios mismo, porque si Dios es conciencia, se integra en
la totalidad, y si fuese concebido como un en-sí que fuese el funda
mento de sí mismo, la totalidad le parecería sea como un objeto, y en
consecuencia como un limite de su para st, sea como un s u je to , y por
tanto, no siendo él ese sujeto, no podría más que experimentarlo sin
conocerlo. De este modo, lodo cuanto se puede decir es que "el mundo
está ya ahí". En cuanto a la existencia del existente, toda investiga
ción desemboca en un "esto existe", que es la intuición directa de la
contingencia del existente" (Es, como se ha visto, esa protuberancia
Injustificada e injustificable de la existencia del mundo y de mi exis
tencia en el seno del mundo, por la que nos sentimos nde sobra", la
que provoca la sensación de n á u s e a .)
Limitémonos a algunas observaciones rápidas referentes al problema
de Dios. Salta a la vista de buenas a primeras la intrepidez realmente
oco común con que Sarlre (para quien no hay esencias universales)
S eva de golpe al absoluto, por una implicación audaz de univocidad
radical, nociones que son válidas en el mundo de la contingencia.
S e g ú n e sto , D i o s s e h a lla s o m e tid o , p a r a S a r tr e , a t o d a s l a s c o n d ic i o
n e s d e la r e a lid a d - h u m a n a , lo que, a la vez. aparecerá sin duda como
un postulado de considerable magnitud y dara a toda su argumenta
ción un carácter evidente de petición de prinolpio. i Sarlre cree de
mostrar, Invocando como prueba aquello mismo que ha postulado! En
J.-P. Sartre 251
(107) EN, pág. 502. Sartre reprocha a Heidegger (pág. 5C3) haber
descrito el para-si como el ser por el cual hay un mundo, olvidando
decir que es también acción y modificación del en-sí. Pero, por una
parle, Sartre no concibe relaciones con los otros más que bajo la for
ma de conflictos: curiosa lílosolla e x i s t e n d a l , que ignora tan perfec
tamente todas las formas de la amistad y que no descubre la "en
trega" más que un "gozo superior, áspero y corlo, casi sexual", que
consiste en apropiarse un objeto por la destrucción, y en la "gene
rosidad” una "furia de poseer" (pág. 684). Por otra parte, este con-
iliclo mismo no puede ser una forma de relación in te r p e r s o n a l, porque
no hay realmente, en este sistema, ningún contacto posible entre las
personas. S e h u v e n y s e e x c lu y e n m u tu a m e n te c o n u n a f a t a l i d a d q u e
e s s u m i s m a d e fin ic ió n .
J.-P. Sartre 253
proyecto de ser amado y, por lo mismo, cuando el otro me
ama, yo dejo de ser para él ese absoluto que quiero ser
y es el quien exige que a m i vez le tome como absoluto:
nuevam ente empieza la carrera alternativa y perpetua del
sujeto al objeto. Cada uno remite al otro a su injustificable
subjetividad. Esto puede determ inar tal desesperación, que
el fracaso conduzca al masoquismo, es decir, al proyecto de
no ser m ás que un objeto para otro, en la negación total
de mi trascendencia, con vistas a recobrarm e como tal. Pero
el m asoquism o está fatalm ente condenado al fracaso, por
que este objeto que yo he querido ser, yo no lo soy nunca
m ás que para el otro y no para mi: cuanto m ás intento
profundizar en m i objetividad para gozarme en ella, más
me veo sumergido, y hasta la angustia, por la conciencia
de mi subjetividad (108).
El fracaso de esta prim era actitud hacia otra puede lle
varme a ensayar la vía- inversa, que consiste en m irar la
mirada de otro, de modo que ponga sim ultáneam ente mi
propia libertad, mirándole, y la suya, afrontándole como
mirada sobre mi. Pero la decepción es, tam bién aquí, fatal,
porque por el hecho mism o de que yo me afirm e en mi li
bertad por mi mirada sobre otro, hago de él una trascen
dencia-trascendida, es decir, un objeto. Yo aniquilo su liber
tad, por la cual únicam ente puede tener el la llave de mi
ser-objeto. Ya no soy para el más que una imagen entre
Otras, absolutamente incapa/ de reconocer mi libertad: yo
le poseo, pero él no m e posee ya.
Sobre el sentim iento de este fracaso se fu n d an , para su
perarlo, las tentativas de apropiarme la conciencia de otro,
por una apropiación total de su cuerpo. Tal es el sentido del
(1 0 8 ) E N , p 4 g s . 4 3 1 -4 4 7 .
254 /.a y doctrinas existencialistas
deseo sexual y de las conductas que lleva anejas, especial
m ente de la caricia, cuya finalidad es lomar posesión de la
carne de otro, moldeándola y encarnándola, "en cuanto que
revela la carne de otro como carne m ía y de otro". Pero la
contradicción interna de esta conducta está en que, acari
ciando a otro, me acaricio a m í m ism o y en que de este modo,
encam ando al otro (es decir, haciéndole carne para mí), me
disuelvo en la carne y me empasto en mi facticidad y, al
mismo tiempo, pierdo de vista el objetivo que perseguía de
poseer la conciencia del otro como conciencia encamada:
el otro ya no es encam ación, sino simplemente un instru
mento y un objeto que yo capto en el m undo desde mi
situación. El sadismo, desde este punto de vista, no es nada
más que un intento de encam ar al otro por la violencia, para
apoderarse a la fuerza de su facticidad. El sádico rehúsa a
otro su propia carne y utiliza instrum entos para revelar su
carne al otro capturando su libertad. Pero está exigencia
furiosa de no-reciprocidad no puede por menos de llevar al
fracaso absoluto, puesto que, en el éxito mismo que propor
ciona el hundim iento de la libertad del otro, el sádico no
encuentra más que una cosa "palpitante y obscena", de la
que él no sabe ya qué hacer, porque desde ahora "está ahi",
absolutamente contingente, inútil y absurda (109).
Estas experiencias pueden conducir al para-si a buscar
la muerte del otro. Tal es el sentido del odio. Al no poder
realizar la unión con el otro y no ser capaz de recuperar
por su medio mi ser-en-si, yo quiero hacer surgir un mun
do en que el otro no exista. El odio da, pues, lodo su signi
ficado al conflicto que implicaban las conductas que aca
bamos de analizar: se trata de atacar la existencia de otro
c incluso la existencia en general, a fin de suprim ir así el
(109) EN, págs. 469-476.
J.-P. Sartre 255
escándalo del otro, es decir, la trascendencia que le rodea
y que constantem ente pone en peligro mi propia trascen
dencia y m i libertad. Es, pues, form alm ente, reconocim ien
to de la libertad de otro, pero como am enaza y como de
biendo ser suprimida. Pero el odio fracasa también. Fra
casa en su proyecto inicial de abolir todas las demás con
ciencias, porque, suponiendo que lo lograse, no podría h a
cer que las otras no hubiesen existido: siempre será verdad
que yo he sido para los otros un ser-objeto: una vez des
aparecidos, ellos se habrían llevado consigo a la tumba la
llave de m i enajenación. Su muerte me solidificaría inme
diatamente en objeto, exactamente como lo haría mi propia
muerte. El triunfo del odio se trocaría en derrota absoluta.
Después de esto, ¿qué le queda al para-sí, sino reintegrarse
al juego y aceptar el dejarse balancear indefinidam ente "de
una otra de las actitudes fundam entales" ( 110 ).
(110) KN, págs. 477-484. Sartre precisa (pág. 484) que estos modos
de ver no pretenden descartar "la posibilidad de una moral de la
liberación y de la salvación". Pero ima moral semejante, añade, exige
Una conversión radical, de que se tratará más adelante. En cuanto a la
experiencia del "Nosotros" como comunidad humana, según Sartre, hay
entenderla del siguiente modo (págs. 490-491): K1 "Nosotros" es
la experiencia brusca que yo hago ae la condición humana como en
garzada. entre los otros, pero de tal modo que este engarce aparezca
a modo de un hecho objetivo y comprobable. Bajo este aspecto, es
evidente que no podría reducirse a las circunstancias singulares que lo
tiáh ocasionado: por el contrario, se difunde y se esparce en cierto
modo en el tiempo y en el espacio, englobándome a mi mismo y a los
Otros como objetos en la totalidad humana que unidos constituimos,
captada ella misma como objeto por un Tercero hipotético, que, al
mirarnos, hace surgir la multiplicidad de las conciencias como partes
integrantes de un Todo, que es justamente el Objeto-Nosotros. i Mego
vo Nosotros, siempre, por el Olro: el proletariado se constituye
comp. totalifodoncreta en cuanto mirado por la clase burguesa, y ésta
se conoce ®®mo "clase burguesa" en cuanto mirada, por el proletariado.
Ksa 88 ™ratón de que "et Nosotros sea fatalmente una experiencia de
humillación y de impotencia: experimentarse como un Nosotros con
otros ea sentirse a la vez enajenado sin remedio y embebido en una
infinidad de existencias extrañas.
256
Las doctrinas existencialistas
G. T.A I.1BF.RTAD
n
258 ¿ a ¿ ' doctrinas exislencialisias
yo persigo; que sea por m i voluntad o por mis pasiones,
lodo se reduce a mi misma libertad ( 112 ).
Se com prenderá esto m ejor por el análisis de los lla
mados “motivos y móviles” de la acción. El motivo, se dice,
es la razón de un acto, es decir, la aprehensión objetiva de
una relación de medio a fin; el móvil, por el contrario, es
subjetivo, en cuanto que traduce el im pulso de los deseos,
de las pasiones y de las emociones. Pero esta distinción
está llena de dificultades, porque no consigue dar cuenta de
la relación de los motivos y de los móviles en el caso de
que concurran a la misma decisión. Este es, pues, el punto
que hay que aclarar ante lodo. Para ello, observaremos que
no puede haber motivación o motivo en sí, sino solamente
por referencia al proyecto de una acción, y por consiguiente,
por relación a fines que la conciencia se ha dado ya y a los
cuales ella se adhiere bajo la form a de la afectividad. Esta,
que corresponde rigurosamente al móvil, es irracional, por
que es, para el hombre, pura conciencia (de) sí como pro
yecto más o menos firme o apasionado hacia un fin. E l mó
vil, el motivo y el fin son, pues, tres aspectos inseparables
del surgir de una conciencia viva y libre proyectándose ha
cia sus posibilidades (113).
(1 1 6 ) E N , págs. 5 4 1 -5 4 3 .
J.-P. Saríre 263
rehusar ser, lo cual, por lo demás, no sería más que una
m anera distinta de elegir y de ser.
Por el ser que es, en cuanto existencia, y que él no ha
elegido, el hombre participa de la contingencia radical de
todo lo que es y, por lo mismo, de la absurdide 7 total del ser.
La libertad es absurda, porque si la elección es la razón del
ser-elegido, no lo es en modo alguno de un elegir al que de
ninguna m anera puede sustraerse (117). Estoy condenado
a ser Ubre por cuanto que el ser me es dado sin consenti
miento mío y sin razón y por cuanto estoy constreñido a
asumirlo haciéndome. Todas mis "razones" se hunden en
esta absurdidez fundam ental (118).
D. EL valor
tarse. S a r tr e s e h a p r o c u r a d o , p u e s , a q u í, e i e q u iv a le n te d e u n a n a
tu r a le z a . Esto era, por lo demás, inevitable, y no es que le reproehemos
este ilogismo, sino el que consiste en sofocarlo en una argumentación
falaz. Porque.no es una solución adelantar que (pág. 664) el hombre,
al no ser ni el en-sí, ni el en-sí-para-sí o Valor (Dios), no es más que
un puro esfuerzo para hacerse Dios, esfuerzo sin ningún substrato
de este esfuerzo, sin n a d a que se esfuerce. Sin volver sobre esta
concepción del para-sf, resulta que, de todos modos, substrato o pura
relación vivida del en-sí original al Valor, la n a d a que es ei hombre,
es este esfuerzo mismo para constituirse en sustancia que se hace causa
de sí, y que este esfuerzo es realmente una "naturaleza". Porque nada
exige que una esencia sea una sustancia primeramente dada. Por el
contrario, la noción de sustancia remite al existente, que es e! ser por
excelencia. La esencia es propiamente r e la c ió n al ser y no cosa o
. sujeto. (Hsto es lo que, por lo demás, admite Sartre en L 'im a q in a ir e ,
Gallimard, 1940, pág. 20.) Aquí, Sartre, a pesar de su virtuosismo dia
léctico, realmente prodigioso, prueba lo contrario de lo que quiere
establecer.
(124) KN, pág. 669.
27U Las doctrinas existencialistas
el seno del m undo (125). Pero si rechaza hasta el fondo de
si mism o su libertad, lo hace siempre de m ala fe. Para él,
en efecto, todo es consecuencia y nada es principio, es decir,
se considera como comprometido en una serie de aconteci
mientos cuya dirección le escapa. La cordura consiste para
el en aceptar, y la seriedad consiste en adaptarse al objeto.
Gomo M arx (que es el príncipe de los serios) lo vió bien (126),
K. JASPERS Y G. MARCEL
G a b r ie l M a r e e ! París, Téoui.
Página ü - DE C0R1L> La phUos°Pflie de
A RTIC U LO P R IM E R O
KARL JASPERS
LA EXISTENCIA
tengo de ella es una tensión puramente entre los dos polos extremos
d é la subjetividad y de la objetividad (Cf. Ph. I. pág. 47). No puede
haber, pues, de la existencia, según el punto de vista kierkegaaraiano,
mas que "comunicación indirecta" : toda discusión sobre mi existir es
una llamada al propio e irreductible exisitir de otTO.
La lílosolía de la existencia, por lo tanto, se desarrollará constan
temente en el equívoco, entre la singularidad de que se nutre y la
universalidad a que aspira. Pero el equívoco o la ambigüedad es su
vida, su condición piimera de autenticidad, porque impide al filósofo
Imaginar que, al volverse a la existencia, hace otra cosa que pensar
s u ser, y creer que le basta pensarlo para serlo verdaderamente (l’h. II,
pág. 9). Es preciso que esté ilrmemenle convencido a la vez de que yo
no soy aún lo que sé como filósofo (Ph. II, pág. 2(16) y que tampoco soy
filósofo más que pensando en la claridad las experiencias mas perso
nales. He ahí por qué, observan M. Dufrenne y P. Ricoeur (K . J a s p e r s
e t la P h ilo s o p n ie d e l'e x is te n c e , H. du Seuil, l’ans, 1947, pág. 140), "la
filosofía de Jaspers no puede derivarse por completo dé una analítica
abstracta y universal a secas, ni de una confesión concreta e irreme
diablemente personal, sino que conserva las dos posibilidades en estado
naciente en su tensión indivisa. Su capacidad de evocación se deriva
a la ve/ de la convicción razonable que suscita y de la llamada que
d i r ig e desde una existencia única a otras existencias únicas". Se pue
de observar aqui que, en D u r e fu s á lln v o c a li o n , G . Mareel, sin duda
por Inadvertencia (pero que resulta muy significativa), caliilca (pá
gina 284) la exposición que Jaspers titula simplemente P h ila s a p h ie de
^ S i s t e m a de F ilo s o f ía ” .
282 Las doctrinas existcncialistas
remite indirectamente al Otro, del que no puedo tener in
tuición. De modo que hay que renunciar a la idea de alcan
zar la existencia p o r la vía del saber objetivo. No tenemos
medio alguno para establecer demostrativam ente el ser de
la existencia. Es necesario dar un salto por encima de las
fronteras de lo objetivamente cognoscible, y por este salto es
por donde empieza la filosofía.
Hay que darse perfecta cuenta, en efecto, de que la exis
tencia. no es el fin, sino el principio o el origen de la filoso
fía. Este origen mismo no es un comienzo que se pueda in
tentar rebasar hacia algo interior, ni una decisión arbitraria
que me deje en la duda y la desesperación, ni un puro dato
impuesto por la negativa a una regresión hasta el infinito
en la búsqueda de las razones y de los fundam entos. El
origen no es otra cosa que el ser de la libertad, hacia el cual
trasciendo cuando, filosofando en el no-saber, vuelvo a mí
mismo. Por eso, la filosofía, privada originalm ente del pun
to de apoyo objetivo que busca el entendim iento, experi
menta ásperamente la angustia de la duda respecto a la
existencia. Esta angustia, este sentimiento de carencia de
ayuda, es la expresión del abandono y de la miseria de mi
ser-personal. Como tal, condiciona la entrada en la filoso
fía, cuya realidad consistirá en el apogeo inicial de m i per
sonalidad. Filosofar es, pues, esencialmente presuponer la
existencia y captarla en esta, presuposición misma, que no
puede ser al principio más que un esfuerzo ciego hacia el
descubrimiento del sentido de las cosas y de m í, mismo y
hacia la obtención de un punto de apoyo sólido y estable,
pero que en la duda y la desesperación, volviendo a su pro
pia personalidad, encuentra esta inefable certeza que se acla
ra en la filosofía m ism a (7).
(7) Pü. TI, págs. 4-6.
Kart Jaspers 283
La insatisfacción del Dascin es, pues, bajo form a nega
tiva, la condición prim era que me permite llegar a la ver
dad de la existencia, liberándom e de los la7os del ser-del-
mundo. En efecto, la existencia me instala, en el seno mis
mo de las situaciones concretas y contingentes de la vida,
en situaciones-límites (o situaciones fundam entales) que le
son esenciales y de las que no puedo evadirme. Tales son
las situaciones que se expresan de esta form a: “^ o estoy
siempre en situaciones tales que no puedo vivir sin luchar
y sufrir, que asumo una falta imposible de evitar, que ten
go que morir." Estas situaciones-límites (muerte, sufrim ien
to, lucha y falta), no podemos cambiarlas, sino en el modo
en que aparecen. Son como una pared contra la que fatal
m ente chocamos, contra la que fracasamos. Imposible ex
plicarlas ni deducirlas de otra cosa. Se identifican con el
mismo Dasein (8 ). De su presencia constante es de donde
surge la insatisfacción radical del Dasein, una insatisfac
ción que es imposible, por lo demás, establecer por medio
de argumentos: expresa simplemente el sentido de la exis
tencia posible. Como tal, la insatisfacción no me hace aún
captar el vacío total de mi acción en el m undo; no me co
loca ante el abismo de la nada. Sólo es, al principio, un
descontento que ha de servir de aguijón para mi devenir per
sonal. M e instala en la soledad de lo posible, en la que lodo
(8) Ph. II, pág. 203. Observamos que oslas siluaeiones fundamen
tales son "situaciones-límites" porque ponen la existencia en contacto
con algo que no es para ella más que un puro limite, eon o tr a rea
lidad que es propiamente la de la Trascendencia, porque, dice Jas
pers, esté próxima o lejana, la divinidad no existe para mí más que
rcomo límite y como ese Uno absoluto (Ph. III, pág. 122) que puedo
llamar también el Super-ser y el No-ser (Ph. ÍII, pág. 37). Sobre la
cuestión de las situaciones limites en Jaspers, el', el estudio de G. MAR-
cel, en D u r e fu s á l’I n v o e a tio n , págs. 284-316.
284 Las doctrinas existencialislas
el ser-del-m undo se desvanece, soledad que no es oda cosa
que la llam ada a ser en el origen de mí mismo (9).
U na vez que de este modo, por la libertad, he renunciado
a todas las ilusiones del m undo, puedo regresar al m undo
y a los otros hombres, trasladando mi nueva convicción a
la realidad de mi acción y de mi fracaso. Esto es lo que va
a dar el sentido de una relatividad insuperable al saber teó
rico y %Ia actividad práctica. Porque a las satisfacciones co
munes que aportan las formas y los usos de la realidad mun
dana voy a oponer en adelante la conciencia insatisfecha de
que el mundo no es lodo el ser, que las ciencias no podrán
nunca proporcionarme, por m ucha luz que me den sobre el
detalle de las cosas, una alegría comparable a la que me pro
cura una voluntad de saber orientada hacia el ser mismo.
En el orden de la vida práctica, la conciencia de la existen
cia posible no puede ya encontrar sosiego. La idea de que
el m undo fuese un todo respecto al cual m i acción podría
tener un sentido, choca, por una parte, con el hecho de que
esta idea es siempre discutible, y por otra, con la evidencia
de que la elección de mis empresas y esas empresas mismas
son indefinidam ente com ienzos que me arrastran a un pro
ceso cuyo término es imposible descubrir. Me doy perfecta
cuenta, sin embargo, de que yo soy, como existencia posi
ble, algo más que la individualidad empírica, objetiva c im
personal, que se halla enrolada en la vida política, cicntíñca
y económica, me doy cuenta de que la existencia está en
lucha contra el m undo tenebroso en que se encuentra y
contra el cual aspira, en su mismo fracaso, a la eternidad
del ser ( 10 ).
(13) pii. II, págs. 9-17. Jaspers insiste sobre la diferenciación que
hay que establecer entre la m a n ife s ta c ió n temporal de la existencia po
sible y la o b je t i v i d a d (o concepto de existencia) de las categorías kan
tianas. Para Kant, dice (Ph. II, págs. 17-18), la realidad objetiva es
cognoscible en cuanto sometida a la regulación de las leyes causales,
mientras que la realidad existencia! es, sin género alguno de regla,
histórica y, por consiguiente, libre. Además, la sustancia kantiana es
permanencia en el tiempo, mientras que la existencia es desvaneci
miento y surgir continuos en el tiempo : a la duración objetiva de la
sustancia de Kant se opone la "verificación” en el tiempo; a la cau
salidad reciproca de las sustancias se opone la comunicación mutua
de las existencias. Por otra parle, la realidad objetiva es lo que co
rresponde en general a la sensación; la realidad cxislcncial es deci
sión ineondieionada en el instante. Objetivamente, la sustancia kan
tiana excluye toda novedad; por el contrario, exislcncialmenle, no hay
objetividad^ en el sentido de estado estable y definitivo, sino únicamen
te saltos y comienzos absolutos en las manifestaciones de la existencia.
Kur! Jaspers 289
nes. Conviene observar tam bién que la existencia, como ial,
no admite generalidad alguna: es el ser incondicionado, pero
no transmisible. Lo que ella es, ninguno otro puede serlo
al mismo tiempo y con el mismo título. Sus objetivaciones,
que se form ulan en nociones generales, pueden ser para otro
una llamada a la existencia posible, pero nunca un saber
conceptual. Más aún, el hecho de objetivarse y de genera
lizarse implica siempre, para la' existencia, m últiples equí
vocos, porque no perm anece nunca idéntica a sí misma:
apenas enunciada, cesa de coincidir con su expresión. Por
eso, cada vez que, aplicado a esclarecer la existencia, me
expreso en términos de objetividad, todo cuanto quiero sig
nificar desde el punto de vista existencial, psicológicamente,
lógicamente y m clafísicam cnlc, se presta a num erosas con
fusiones. Así, cuando uno dice de un amigo que habla siem
pre de sí mismo cuando se trata de una cuestión de hecho,
esto puede significar dos cosas enteram ente diferentes: que
esc amigo se deja dominar por las exigencias de una indi
vidualidad egocéntrica, o bien que expresa sincera y gracio
samente lo que traduce su propia verdad existencial. Esta
ambigüedad es esencial a la existencia posible y no supone
ninguna clase de falacia: cuando da lugar a desprecio, no
se le puede reprochar por ello. La conciencia critica de ia
existencia posible está, por así decir, situada entre dos m un
dos, que parecen uno solo para la inteligencia conceptual:
el mundo de lo irreal y el del ser (14).
Importa, pues, desechar absolutamente toda form a de
saber que tienda a fijar el ser existencial en la inmovilidad
y la objetividad. Espontáneam ente, buscamos este estado de
sosiego y esta seguridad. Pero esc estado es una ilusión total.
19
290 Las doctrinas existencialistas
Desde que está en cuestión la existencia auténtica, estoy ne
cesariam ente inquieto con respecto a todo cuanto tiene las
apariencias de Ja consistencia y la estabilidad: debo re^a~
tivizar lodo ser que se presente bajo la form a de un estado.
Quizá, es cierto, pudiera caber la esperanza de descubrir
criterios de lo existencial y de lo no-existencial. Pero esta
esperanza se verá necesariamente frustrada, ya que toda
verificación y toda demostración racionales, por medio de
las categorías, son acontecimientos del m undo y no atañen
en modo alguno a la existencia. En la existencia posible, la
prueba no puede intervenir más que a título de una comu
nicación de mi propia conciencia.
Si ninguna aserción destinada a esclarecer la existencia
puede ser subsum ida bajo un conocimiento general, incluso
la aserción: "Yo soy una existencia" carece de sentido: el
ser de la existencia no es una categoría objetiva. Puedo ade
lantar enunciados existenciales en la medida en que el otro
me escucha, es decir, en cuanto que los dos existentes son
el uno para el otro, pero este “ser-el-uno-para-el-otro” no
es un saber. La existencia, como convicción, creencia, con
ciencia absoluta, no es nunca objetivamente cognoscible.
Desde que estoy en comunicación existencia!, toda valoración
objetiva resulla manca. No puedo siquiera, por un movi
m iento inverso, afirm ar: "Yo no me refiero a nada objetivo.
Luego existo", porque estaría aún en el error: incluso esta
expresión conservaría una ambigüedad fundam ental, ya
que se podría interpretar como un simple artificio para di
simular, bajo la ausencia de toda exigencia objetiva, otra
form a distinta de exigencia objetiva.
Así, pues, todo cuanto es aserción existencial para una
conciencia en general no podrá jam ás condensarse en ob
jetividad, al menos si esta tiene pretensiones de totalidad.
Kart Jaspers 291
Es preciso aceptar estos límites. Todo intento de superarlos
para penetrar hasta dentro de la existencia no puede tener
expresión ni ju stificación válidas: en todo caso, no se tra
taría más que de una cuestión planteada al otro y de un
esclarecimiento que habría que realizar por la vía de la co
m unicación indirecta (15).
II
LA COMUNICACION
(2 1 ) P h . I I , p á g s . 3 9 -4 1 .
298 Las doctrinas existencialistas
dad y la responsabilidad no es m ás que un aspecto de esta
unidad misma (2 2 ).
Esta paradoja, a decir verdad, es inevitable. Porque yo
no soy nada cuando soy simplemente. Yo no puedo evitar el
empeñarme a m í mismo. Hace falla, en efecto, a la vez, que
yo salve mi yo-personal y que me dé al m undo y a la tras
cendencia. Como yo, soy autónom o; pero no me basto a
mí mismo. Yo sólo recobro mi Dasein por la participación
del m undo en que obro. Pero, lo mismo que yo no soy,
como individuo, sin el m undo en cuyo seno vivo, asimismo
no soy, como yo-personal, sin la trascendencia. Yo soy dado
a m i mismo como la materia empírica del Dasein que yo
tengo que llegar a ser y que yo tengo, en cierto modo, que
construir. Como tal, estoy ante la trascendencia, que yo no
encuentro como un objeto entre las cosas del mundo, sino
que me habla como siendo la posibilidad que puede surgir
de toda realidad y, ante todo, de mi propia personalidad. La
profundidad de mi yo tiene su medida en la trascendencia
ante la cual estoy.
El problema de la inm ortalidad cobra, desde ahora, un
nuevo sentido para mí. Que el cuerpo, la conciencia, la me
moria puedan durar sin lím ite asignable, nadie lo preten
dería en serio. Pero el yo-personal puede pretender ser in
mortal y tener conciencia de serlo en el sentido de que el
ser y ¡a inmortalidad son una sola y misma cosa. Esta con
ciencia y esta certeza no las posee el yo por la conciencia.
El únicam ente sabe que depende de una trascendencia: no
está seguro de sí, como yo-personal (y esto sin "prueba")
más que en y por su relación a una trascendencia, sin la
cual no le queda más que deslizarse al abismo de la nada (23).
Karl Jaspers 299
Si intentam os ahora aclarar m ás la naturaleza de la per
sonalidad, vemos que no puede existir más que como co
municación, como historicidad y como libertad. Empecemos
por estudiar la comunicación.
3. ¿Que es comunicarse con otro? N inguna exposición
teórica podría hacerlo comprender, si no tuviese la expe
riencia de la existencia en común. Guando se la considera
cxislcncialmcnlc, la comunicación se nos ofrece como la
condición original de! yo-personal, que no es nunca por sí
solo lo que propiamente es.
La comunicación existe primero entre varios Dasein. En
su nivel más bajo, en su form a sencilla y espontánea, es
como una conciencia colectiva, en la cual lodo lo que se pro
duce en el grupo o la sociedad (opiniones, objetivos, ale
grías y penas) es común a todos. En realidad, no es ésta
aún la verdadera comunicación, porque el yo está sumergi
do en una especie de inconsciencia: no emerge aún del
bloque colectivo. No llega a la conciencia de sí más que
cuando empieza a oponerse a los otros y al m undo. A l dis
tinguirse, capta su autonomía original. Esto mismo podría
seguramente disolver el ser social en una polvareda de yo-
átomos. Pero la cohesión del cuerpo social es m antenida por
el nexo que crea la comprensión común de las cosas obje
tivas, y también por la imposibilidad de tratar al otro como
una cosa sin exponerse a la reciprocidad.
Hasta aquí, la comunicación se funda en la racionalidad
universal. Sin duda que si yo soy un yo, no es por la razón,
pero sin ella no podría llegar a ser este yo. Esta misma idea
de la racionalidad universal tiende a destacar la idea de
una totalidad espiritual, d& una vida com unitaria esencial
mente diferente de la agrupación egocéntrica basada en las
necesidades interesadas de los individuos. Así adquieren toda
300 Las doctrinas cxinlencialistas
su importancia las relaciones sociales. Pero, aunque orien
tan hacia la comunicación exislencial, no la constituyen
por sí mismas, porque se hallan incluidas en la esfera de
lo objetivo y de lo sensible, m ientras que la existencia no
envuelve ni objetividad ni visibilidad (24).
De hecho, la comunicación existenciaI tiene su origen
en la insatisfacción que traen consigo las relaciones so
ciales objetivas. Experimento primero un malestar al sen
tir que yo soy un yo general, cualquiera, intercam biable:
quiero ser yo y no "lodo el m undo". La sociedad, en cuan
to organización, se me representa como una masa anónima,
como la nivelación y el desgaste de la personalidad (25).
Desde entonces, siento la necesidad de no contar más que
conmigo Pero veo en seguida que es evidente que no pue
do bastarme: solo, yo sería árido y desierto como una tie
rra sin agua. Lo que yo soy no puedo llegar a serlo más que
con otro. Pero los otros, a su vez, no se bastan tampoco, por
que, si yo no soy nada sin ellos, ellos no son nada sin mi.
Así, para que los otros conozcan la autonom ía que los con
vertirá en sujetos y en yoes, es preciso que yo mismo sea
autónomo. La comunicación sólo es posible por este mutuo
conocimiento y esta m utua ayuda entre dos yocs: no po
demos realizar más que unidos lo que cada uno de nosotros
quiere realizar para sí.
Se trata, pues, de estar dispuestos para la comunicación
existencial, es decir, habrá que desarrollar en nosotros los
sentimientos que nos han de conducir, no simplemente a
inaugurar algunos lazos pasajeros, sino a comunicar ver
daderamente nuestro ser más personal. Así, el otro será para
mí verdaderam ente este otro, captado en la singularidad per-
(24) Ph. II, págs. 50-55.
(25) Ph. II. págs. 386-387.
Karl Jaspers 301
sonal de su ser: entre su yo y el mió habrá una especie
de creación mutua, porque nos comunicaremos por ese tras
fondo que es en nosotros la libertad (26).
Sin embargo, la com unicación existencial tiene límites.
Primero, excluye toda coacción, y por tal hay que entender
lodo cuanto es acontecim iento objetivo, condición material,
exigencia de perfección absoluta en otro, pretensión de "pres
tar un servicio" (porque la comunicación autentica no se
puede ju stificar o legitimar de ningún modo). I.a comuni
cación es libre, gratuita, irracional y total: es, como tal, un
comienzo absoluto, por el que soy, yo mismo, en plena tras
cendencia, el creador de mi amigo. Por lo mismo, la comu
nicación será muy lim itada en extensión. Es imposible co
m unicar con muchos hombres, y menos con todos los hom
bres, pues si tal se intentase, las relaciones m utuas caerían
en la superficialidad más banal, que excluye hasta la idea
de comunicación (27).
4. Intentemos, pues, ahora analizar la comunicación
existencial en sí misma. Contra la inclinación a la autosu
ficiencia, contra el egoísmo y la parcialidad del individuo,
contra la parálisis de las tradiciones estabilizadas, la filo
sofía quiere aclarar la libertad que, m ediante la com unica
ción, salva al ser hum ano del doble peligro del solipsismo
y del universalismo, que amenazan constantem ente al Da-
scin. La filosofía así entendida, llama de yo a yo, para rea
lizar esta apertura que es la condición misma de mi ser.
La comunicación existencial implica prim eram ente, a la
vez, la soledad y la unión. Supone, en efecto, el yo-personal
y el ser-con-los-olros. La soledad no es el aislam iento, del
mismo modo que la unión no es la abdicación de mi yo-
Ph. H, págs. 55-58.
Ph. TI, págs. 55-60.
¿02 Las doctrinas exislencialislas
personal. Yo no puedo ser una persona sin la comunicación
con otro, pero y o no puedo realizar la comunicación más
que si he alcanzado la soledad de la persona. Si rechazo la
soledad, creo el aislam iento, que me aisla de toda com uni
cación con otro: no soy ya un yo, sino "todo el m undo",
porque el aislam iento individual se identifica con la condi
ción gregaria. La com unicación cxislcncial no puede, pues,
ser elucidada más que en la trascendencia: es esencialm en
te comunicación de soledades o, como observó atinadam ente
Kicrkcgaard, una "sociedad de Unicos" (28).
Contra esto se objeta que desaparecerán la sociedad, la
verdad, la religión y la filosofía, si el criterio cxislcncial
supremo es el del valor absoluto y definitivo del yo-perso-
nal. Pero, responde Jarpers, si es cierto que la sociedad,
para fundam entar y m antener el orden exterior, debe tener
fines que todos com prendan y adopten, no es menos cierto
que la soledad así entendida no es aquella en la que yo con
quisto la conciencia de m i yo-personal: no es nada más
que el orden de! mundo humano, destinado él mismo a fa
vorecer el acceso a una com unicación más p ro fu n d a y
m ás rica.
Comunicar con otro es, pues, hacerse manifiesto a otro.
Porque nosotros no estamos abiertos al otro ni somos reales
para él m ientras somos cosas del mundo. Hay que tener la
voluntad de m anifestarse en aquello que hay en sí de más
personal, es decir, en definitiva, perderse en cuanto Dascin
empírico, para recobrarse como existencia posible. Por eso
mismo, el acto de abrirme a otro es, al mismo tiempo, para
el yo, el acto de realizarse como personal M anifestación de
sí y la realidad existencia! se condicionan mutuamente.
(29) ph. II, págs. 64-73. Jaspers señala (Ph. II, pág. 91) tres casos
típicos en que la comunicación es imposible, es a saber: a ) el del hom
bre instalado "en una objetividad petrificada”, es decir, en un m u n d o
e n te r a m e n te m a t e r ia liz a d o ; b ) el del hombre que se apega a u n a m o r a l
r a c io n a ! fijada de una vez para siempre y que abdica de toda especie
de ser personal; c ) el del hombre obstinadamente o r g u llo s o , que no
quiere ser más que sí y no desea más que una cosa: poseer el mundo.
Kart Jaspers 305
las relaciones sociales que debemos m antener con nuestro
medio. Aun respetando las formas convencionales, nece
sarias hasta en la comunicación existencia!, debe pro fu n
dizarse continuam ente la unión por la convicción de que
juntos perseguimos los mismos fines y de que no podemos
cum plir nuestro cometido más que m ediante el trueque de
servicios mutuos. Debemos esforzarnos constantem ente por
humanizar relaciones, que no pueden, evidentem ente, llegar
hasta la comunicación existencial (porque ésta no se realiza
verdaderamente más que alli donde no existe ninguna coac
ción social), pero que pueden crear un clima de vida co
m unitaria favorable a la eclosión de una autentica comu
nicación.
Asimismo, la discusión puede ser un medio de com uni
cación. Pero ya se supondrá que es con la condición de que
no sea un monólogo alternativo, en que cada uno habla
sólo para si. "Conversar" es difícil, como la misma comu
nicación. Exige a la vez una personalidad muy acusada y
extremo olvido de sí. La mayor parte de los hombres, o bien
no tienen nada que decir—y ¿cómo habían de hallar alguien
que los escuchara, a no ser uno sem ejante a ellos?—o bien
no saben escuchar y, hasta cuando prestan atención, no
oyen a! otro hablar, porque están cerrados y sólo tienen oídos
p a ra si (30).
6. Subrayemos, por fin, la significación de la posibilidad
de una comunicación existencial para la filosofía.
Haría falla, primero, notar que el sufrim iento que se ex
perimenta por no poder realizar suficientem ente la com uni
cación está ligado a una visión original del m undo que no
puede ser armoniosa. En todas direcciones tropiezo con
20
306
Las doctrinas existencialistas
límites que ponen a prueba dolorosamente m i deseo de cons
truir m i yo-personal en una plenitud de com unicación, en
la que m e sentiría unificado con el todo mismo, hecho vi
sible como cifra del ser. De hecho, únicam ente por este fr a
caso llega a ser la comunicación, para el hombre, un autén
tico comienzo: es preciso que no se sienta nunca seguro en
el m undo objetivo en que su yo-personal no puede menos
de perecer, que no pueda apoyarse en ninguna autoridad,
sea la de un Estado, sea la de una Iglesia, de una m etafísica
objetiva, de un orden moral objetivam ente válido o de una
ciencia ontológica del ser (31). Con este sentimiento de la
impotencia definitiva de lo objetivo empieza justam ente la
filosofía (32).
La filosofía saca todavía de la experiencia de la com uni
cación la convicción de que no hay verdad definitiva, al me
nos como sistema filosófico. En efecto, la verdad como sis
tema no podrá por menos de coincidir con el proceso por
el cual yo me hago un yo-personal; pero, por eso mismo, esc
sistema no podrá nunca cerrarse más que por la trascenden
cia al fin del m undo, cuando ya no habrá ni tiempo ni
progreso, 'lodo sistema es, pues, provisional y abierto, y
necesariamente relativo. Sería, por otra parte, absurdo ima
ginar que entre la seguridad objetiva y la comunicación
(3 5 ) P h . n , p á g s . 109-113.
Kar! Jaspers 309
trata de una filosofía fijada por la escritura, el diálogo del
autor y del lector corre el riesgo de m aterializarse en sim
ple cambio de imágenes verbales. Para que haya com uni
cación cxislcncial, corresponde al lector, no sólo compren
der sim plem ente el pensam iento del autor, sino tam bién
re-crearlo en cierto modo por su esfuerzo personal. El diá
logo auténtico es como el canto de la amistad, es decir,
la expresión de la relación existencial de dos personas (36).
En suma, la filosofía no puede revestir ni la form a dog
mática, como en las ciencias, ni la del diálogo, como en la
poesía. Plantea la cuestión de la com unicabilidad, que se
reduce siempre a realizar lo que se sabe: en esta realiza
ción consiste originalmente la com unicación existencial. Las
nociones que tienen pretcnsión de validez objetiva pueden
esfumarse y desvanecerse: lo que permanece siempre son
los hombres con los que me hallo en comunicación real o
posible y, con ellos, lo que es para mí el ser en el verdadero
sentido de la palabra (37).
III
LA HISTORICIDAD
(36) Desde este punto de vista, precisa Jaspers (Ph. II, pág. 115),
ios diálogos de Platón, y con mayor razón los de Giordano Bruno y los
de Schelfing, por su misma estructura dialéctica, no se encuentran en
el plano de la comunicación existencial. Por el contrario, las novelas
de Dosloyevskl (sobre todo L o s h e r m a n o s L a r a r n a z o ff) constituyen
una obra filosófica auténtica, en cuanto son, para el lector, una lla
mada' a la comunicación.
(37) Ph. 1L págs. 113-117.
(38) Para distinguir, en la traducción, los dos términos emplea-
dos por Jaspers, representamos por historial e Mstorialídad las pala-
310 Las doctrinas existencialistas
tonal es la ciencia de la historia, es decir, lo que simplemen
te ha sucedido, ya que está com prendido en la imagen pa
norámica del m undo y de la sucesión temporal de los
acontecimientos, explicada por el ju eg o de las causas ob
jetivas. La conciencia histórica es totalm ente diferente: es
la conciencia que tiene el yo de su realidad existencia! en
sus diversas manifestaciones. Esta conciencia histórica de
la existencia es esencialm ente personal: por ella me capto
a mí mismo en la comunicación con las otras personas
históricas; en ella, el ser y el saber están, desde su origen,
inseparablemente enlazados, y aquello que de más cierto y
de más claro hay en la existencia es, al mismo tiempo, lo
que más difícilm ente se capta por la teoría.
Por el hecho mismo de este origen, lo historial es prime
ramente histórico, pues si no fuese así, tendría e] sentido de
un acontecimiento cualquiera, público, impersonal c inter
cambiable. Todo saber historial (y, como tal, teórico) debe,
pues, referirse, por encim a de las construcciones de la cien
cia, a la existencia posible, que es su fu en te primera y le
confiere sentido. La conciencia histórica es asi la luz que
ilumina la historicidad del Dasein. Se m anifiesta cada vez
que experimento interiormente la trascendencia, es decir,
cada vez que el dalo, la situación, las empresas que me in
cumben no tienen sentido, en su realidad más completa,
más que si son asumidas por mí como mi obra más perso
nal y vienen a ser una form a de mi existir. La historicidad
es, pues, la coincidencia y la unidad de mi yo personal con
mi Dasein, y el sentimiento de esta unidad es mi concien
cia histórica. Así se resuelve la paradójica dualidad por la
que a la vez yo no soy más que un Dasein temporal y, sin
IV
LA LIBERTAD
(5 4 ) P h . n , p á g s . 1 4 9 -1 5 1 .
81
322 L os doctrinas existencialistas
no ante una solución del problema de la libertad. La cues
tión sigue en pie, jo rq u e la libertad es la existencia misma,
que trasciende todas las categorías sociológicas, hasta el
punto que podría ser una existencia sin ser libre bajo nin
guno. dfi-los aspectos que distinguen los sociólogos. En rea
lidad, las libertades objetivas sólo tienen sentido y valor
p o r la libertad original, y cuando ésta falta, son puram ente
ilusorias.
Es cierto que la .lib e rta d significa independencia. Pero
tam bién hay que precisar la naturaleza de esta independen
cia. Lo que ella exige esencialmente es la autonomía inte
rior de mi conciencia. Pero una libertad puede ser limitada,
y lo es de hecho constantem ente en cuanto al exterior,
en prim er lugar, por el hecho de que no se ha creado a si
misma como Dasein y que, por lo mismo, tendrá que sufrir
el destino de todo Dasein, es decir, la m uerte. Incluso en su
interior, la libertad descubre una dependencia, que no la
limita en modo alguno en su ejercicio (pues, al contrario,
esta dependencia es la condición de su independencia exis-
tencial), pero que la condiciona en su ser original, es decir,
precisamente en cuanto que se conoce como dada a sí m is
ma, como no siendo posible más que en relación con la
trascendencia. Nunca puede reposar absolutamente sobre Si
en la independencia absoluta, como si ella fu e se el ser p ro
piamente dicho o la razón suprema (55). Consciente de esta
doble dependencia, la libertad adquiere una independencia
realmente sin límites, cuando llega a ser la expresión autén
tica de la realización histórica del ser personal en la comu
nicación. Puede, sin duda, perm anecer solitaria con su tras
cendencia ; pero, al situar su punto de apoyo fueradcl m undo.
(5 7 ) P b . II, p á g s . 1 7 4-176.
Kart Jaspers 325
presuponerse como condición necesaria de la libertad y que,
por lo demás, podría tam bién implicar lo puram ente arbi
trario de una actividad desprovista de las razones del espíri
tu. De hecho, como se ha visto, la elección tiene una raíz
m ás profunda, que es mi yo-personal mismo, en su espon
taneidad absoluta, y que, como tal, no puede ser captada
por ningún concepto objetivo.. E l libre albedrío no es, pues,
la libertad, pero sin libre albidrio no hay libertad. \
En cuanto a la ley, de acuerdo con la cual decido y por
la que m e conozco ligado, perm anezco libre en la medida
en que, obedeciéndola, m e someto a un imperativo que des
cubro en mi. La ley no hace más que expresar la necesidad
de las normas de la acción a las que yo puedo conformarme
o no. Pero aquí, yo transform óla necesidad en libertad, p o r
cuanto experimento las normas como idénticas conmigo y
como evidentemente válidas para mi, y confiero a su gene
ralidad el sello de m i personalidad concreta, de la presencia
total de m i yo personal. Mas, ¿qué es esto sino que aquí
se halla en ju e g o m i libertad existencial y que, por consi
guiente, si la libertad supone la obediencia a la ley, no se
reduce nunca a esta obediencia? (58).
Soy, pues, libre cuando y en la m edida en que, sin ol
vidar nada de las condiciones de mi acto, saco de la totali
dad que yo soy la determinación de m i visión y de mi
decisión, de m i sentimiento y de m i acción/ M i libertad se
fcpoya en mi exploración del mundo. \L as cuestiones y los
problemas que continuam ente m e propone, las perspectivas
de acción que m e descubre en sentidos tan m últiples y di
versos: si no lo he examinado todo, si no he pensado las
posibilidades, si no me he perdido en reflexiones sin fin, no
(5 8 ) P h . TI, p á g s . 1 7 7 -Í8 0 .
326 Las doctrinas existencialistas
decido, soy decidido y determ inado por u n a inspiración cie
ga. Pero, en fin de cuenta, la libertad existencia! es siempre
elección, una elección que es imposible justificar con m o
tivos o m óviles, pero que se a firm a y se pone a sí m ism a
y por sí m ism a en el acto que la expresa. En esta elección
tomo conciencia de mi libertad original, porque es en ella
donde yo m e conozco prim ero propiam ente como un yo-
personal. Esta elección es la decisión de ser yo-m ism o en
el Dasein, y esta decisión es como un regalo que la voluntad
se hace a sí misma. En la decisión, conquisto la libertad,
con la esperanza de que llegaré a alcanzar lo que en m í hay
de m ás p ro fu n d o por lo m ism o que puedo querer/ Es claro
que esta elección y esta decisión suponen condiciones; pero,
frente a las objetividades que se presentan en el dominio
de la posibilidad, la decisión, experim entada en la infinita
reflexión del sujeto, se afirma como la decisión absoluta
de la existencia. Como tal, es un salto y no otra cosa, ya que
la reflexión nu n ca podrá hacerm e rebasar la posibilidad,
y un salto incondicionado, y a que no puede recurrir al cri
terio del éxito, que, por lo demás, no puede ser criterio de
verdad, porque lo elegido sigue siendo verdad hasta en el
fracaso. La decisión, por otra parte, es absolutamente in
m ediata, pero esta inm ediatez no es la del Dasein, en el cual,
justam ente, la libertad está m ediatizada, sino la de m i yo
personal. D ecisión y personalidad son una sola y m isma cosa.
En fin, por la decisión, la elección no versa sobre esto o aque
llo, sino sobre mí: la elección y el y o no pueden separarse.
Y o mism o soy la libertad de esta elección (59).
Añádase que la decisión es originalm ente "comunicati
va" y que la elección de m í m ism o es al mism o tiempo
(5 9 ) P h . II, p á g s . 180-183.
Kart Jaspers 327
elección de otro, en cuanto es una decisión original de co
m unicación con los que com ponen m i círculo. N o es sólo
mi destino exterior, sino mi ser el que se imbrica también
con los otros (60).
3. El hom bre para quien la libertad ha llegado a ser
el fondo del ser personal puede a veces espantarse de este
descubrimiento y, rehusando hacerse real, elegir no ser más
que posible. Experim enta ante su impotencia para fu n d a
m entar la decisión en m otivos una especie de vértigo que
le inquieta. E l m isterio de la elección contraría sus exigen
cias de objetividad y de claridad racional. Tiene necesidad
de certeza. D e ahí deriva la crisis del no-saber, es decir, la
angustia que m e hace apartarm e de lo que no conozco y
m e corta el aliento frente al abismo de la decisión. Esta
angustia es incomunicable y m e instala en la soledad más
completa; m e impulsa a buscar de nuevo fuera de esos pun
tos de apoyo y de esas fuentes de naturaleza puram ente
social en que pierdo decididamente mi yo personal y, final
m ente, d e ja al azar decidir por m í y de mí. Pero no hay
que pensar que esta tentación de la infidelidad se produz
ca sólo en circunstancias solemnes. La crisis del no-saber
p u e d e tam bién insinuarse en ¡a masa de las pequeñas ac
ciones, p o r las que también m e gano o m e pierdo. Todo
depende, para mí, de la m anera como ando por los varia
dos caminos de la existencia y, en este orden, no hay nada
pequeño e insignificante. Debo estar siempre decidido a se
guir siendo un yo-personal, porque en esto no hay m om en
tos privilegiados: el tiem po será siem pre la m anifestación
continua de lo que yo soy (61).
A l mismo tiem po debo renunciar a toda demostración de
328 ím s doctrinas exisleneialUtas
mi libertad. Esta se conoce, pero no se piensa. Guando quie
ro pensarla, no puede ofrecérsem e más que como un co
m ienzo sin causa. A hora bien: un comienzo así concebido
sería "causa sui", lo cual es absurdo. Probar la libertad es',
de ordinario, aboliría, ya que es relacionarla a una causa que
la explique y hacer de ella un efecto, es decir, lo más con
trario que hay al acto libre. Pero, en otro sentido, la li
bertad es verdaderam ente un comienzo absoluto, en cuanto
que soy yo quien elijo y en cuanto que esta elección se con
funde conmigo, en la convicción en que yo estoy de la ne
cesidad original de ser yo mismo (62). A lcanzo lo que soy
como posibilidad: me adopto a mi m ism o. Me hago con to
das mis fuerzas lo que soy y lo que quiero (63). No hay nada
más allá de! yo-personal que se origina en si en la decisión
y que es primero absolutamente. Si debo querer y querer li
brem ente, es precisam ente porque no sé. El no saber es
fuente del dcbcr-qucrcr: si yo conociese el ser de la trascen
dencia y toda cosa en su eternidad, la libertad sería inútil,
el tiem po estaría lleno. Pero estoy en un Dasein temporal,
y todo cuanto conozco es el Dasein tal como se me muestra
en la exploración del m undo y la orientación que en el me
incum be, no el ser en su eternidad. Es preciso, pues, renun
ciar a la evidencia, a la certeza y a la prueba, o renunciar
a la libertad (64).
4. Hablábamos más arriba de la necesidad original del
acto libre. Parecerá que hay en esto una contradicción. Pero
sólo se (rala de una apariencia, al menos si por necesidad
entendem os una determ inación que no licnc nada de común
( f i5 ) P h . II, p á g s . 191 -1 9 5
330 Las doctrinas exislencialistas
lo que he hecho hasta entonces. Toda elección cxistcncial
aparece así como algo definitivo, que, una vez realizado, ex
cluye completamente el volverse atrás. U bre en la elección,
me ligo p o r la elección que hago y asumo sus consecuencias.
Sólo la clara conciencia de esta decisión hace de mi elec
ción una elección cxistcncial. Por eso m ism o, estoy ligado,
no por lo real empírico, que ha llegado a ser tal a causa de
m i elección, sino por el paso decisivo que en el instante de
la elección he dado con referencia a m i mism o mediante
un acto autocrcador. H e llegado a ser la! como me he que
rido. El tiempo, sin duda, m e deja siempre otras posibilida
des, pero mi ser está, en ese m om ento mismo, ligado por sí
mismo y, a la vez, no obstante, libre.
Esta necesidad se volverá a encontrar en toda elección
nueva, en razón del fundam ento histórico personal. M ani
fiesta, en efecto, la necesidad m ás p ro fu n d a que se experi
m enta en la conciencia "de ser ahí y de no poder ser de
otro m odo”, que está ligada a la más original decisión de
la libertad de la existencia. Pero esta necesidad existencia!
no puede nunca ser captada objetivam ente, es decir, que la
decisión no puede nunca ser relacionada con causas exte
riores n' con "razoncs" : l® conciencia original de la exis
tencia obtiene en m ism a, en toda su plenitud, la certeza
y la profundidad (6 6 ).
5. Todo esto nos va a perm itir precisar la relación entre
la libertad y la trascendencia.
Partamos para ello del sentim iento de falta, en cuanto se
halla ligado al ejercicio de la libertad. Por ser libre, cargo
con lo que he hecho, sin poder descubrir nunca en qué mo
mento empieza m i responsabilidad. N o puedo por menos de
y
LA TRASCENDENCIA
22
338 Los doctrinas cxislencialistas
De aquí que no se pueda pensar la Trascendencia. Los
místicos han tenido perfecta conciencia de ello, al preco
nizar respecto a Dios la vía de! no-saber (80). Pero no han
adelantado bastante por esta vía, porque si el error es dar
al Absoluto la consistencia de una cosa, ningún enunciado,
ni siquiera negativo, será jam ás válido para la Trascenden
cia. Ni la negación ni la afirm ación la m anifiestan. Está
más allá de lo enunciable, incluso purificado y llevado a la
absoluta perfección. Se le encuentra también hasta en lo
que Jaspcrs llama la "pasión de la noche", es decir, en los
comportamientos que trastruecan todos los órdenes humanos
y parecen abocar al abismo intemporal de la nada. Por de
m oniaca que pueda ser esta pasión de la noche, no es ei
mal como tal, del mism o m odo que tampoco la "ley ^ día"
es la verdad y el bien. N o es el orden de la existencia el que
lodo se term ine en la claridad y el éxito, el que la vida se
desenvuelva en la seguridad del bienestar y la exaltación
del gozo, el que la m uerte sea aceptada sin ser amada. En
realidad, hay una Trascendencia a la que no se podría obe
decer adoptando el día y sus fidelidades: la vía d e ,la (jcs_
tracción es tam bién una abertura hacia ella. Instalada, con
los ojos abiertos, más allá del bien y del mal, orientada
hacia la apoteosis de la muerte, la pasión de la noche es
aún, en el tormento y la angustia de la oscuridad, una ma
nera de llegar a la Trascendencia, porque, al naufragar yo
mismo por m i deseo del abismo, realizo la verdad más pro
funda, sin dejar de experimentar como culpable mi llama
da a la nada (81).
De hecho, ninguna imagen, ni siquiera la del Bien abso
luto, puede hacerme distinguir la Trascendencia: ningún
Karl Jaspers 339
predicado, ni siquiera negativo, le es aplicable (82). No tie
ne figura, ningún signo distintivo, ni en ella, ni fu era de
ella (83). Está oculta y lejana, porque es inaccesible; no es
comparable a nada, porque es lo absolutamente Otro, sin
m edida común con nada. Llega en este m om ento como una
fu erza extraña, y habla a la existencia, a la que se apro
xim a sin ser para ella jam ás m ás que un enigm a que hay
que descifrar (84). La divinidad m e despojaria de mi liber
tad si se m e mostrase de otro m odo que por la "com unica
ción indirecta" (85).
Hay, pues, que afirm ar, conform e a la tradición de los
místicos, pero con un radicalism o que ellos no alcanzaron,
por una parle, que todas las categorías del pensam iento pue
den servir para fu n d am en tar negaciones relativas a la Tras
cendencia, porque ella no es ni esto ni aquello, ni cantidad
ni cualidad, ni una ni m últiple, ni ser, ni nada, etc., y por
otra, que esas negaciones m ism as no nos introducen, de
ningún modo, en el m isterio de una Trascendencia que no
puede ser conocida ni pensada, que carece en absoluto de
determinación alguna, y de la cual únicam ente se puede
saber que es, sin saber nunca lo que es, de modo que el
único enunciado válido de ella consiste en decir, con p i 0.
VI
LA CIFRA DE LA TRASCENDENCIA
VII
EL FRACASO
(1 1 6 ) § S 8 r á y i r ^ a q u i' ( a u n q u e c u a n lo n re q e d e lo h a v a p u e s
t o ^ f e r i e n t e m e n t e d e m a n ifie s to ) q u e "la eteTf r t ^ e n d e n c i S e rs f í a
m e le a la e x is te n c ia q u e s e e s fu e r z a h a c ia la ‘ e x c lu y e
a h s o h tía m e n íe la inT/iortolidí
in m o r ta lid a-d. . p. e r s o n a l d e l D a s e in o, m á s e x a c ta m e n te .
del alma, l i s t a d e n u d a d ) e n e le c t o , n o p u e d e se r o tr a q u e la d e l "in s
t a n te e x is te n c ia l" , y n o u n a p e r m a n e n c ia e n la d u r a c ió n , f j n n a
c u a lq u ie r m o d o q u e se la c o n c ib a , es, p a r a J a s p e rs , U1t¡ta s c e n d e r d e l
m a te ria lis m o , n a c id a d e la im p o te n c ia d e l D a s e in p a r a el
c u a d r o e s p a c io -te m p o ra l d e s u c o n d ic ió n e m p ír ic a . P o d e r r q ^ p j^ e g u n -
la n i o s , e n e s ta s c o n d ic io n e s, q u é s e n tid o c o n s e rv a a ú n la " ‘ a [n o le(a
n id a d , c u a n d o la e te r n id a d n o e s y a u n a e te r n id a d p a r a m í,
a b s tr a c ta y p u n lifo r m e d e u n In s ta n te d e s v a n e c id o . A ú n ha-
e te rrij^ t p a r a p 0 ¿ e r a q U¡ h a b la r d e e te rn id a d , la re a lid a d d e
W a P e n sa iftn íS lo ’p o r e l c u a l e s te in s ta n te f u g itiv o lle g a se a se r u n a
" v e r d a d e te r n a " .
Kart Jaspers
pre con las obras hum anas. Nada es estable y el olvido aca
ba p o r devorar cuanto el hombre ha querido inmortalizar
k l pasado es un abismo donde todo viene a naufragar. El
fracaso es ley universal, tanto en el orden racional, en que
el pensam iento en busca de lo absoluto se estrella fatal
mente con lo relativo, como en el orden de las técnicas, que
parecen servir sólo para perfeccionar los métodos idóneos
para aniquilar al género hum ano entero. El fracaso se in
sinúa hasta en la orientación existencial del Dasein, que no
llega nunca a captarse a sí mismo, ni a acabarse verdade
ramente, hasta en el esclarecimiento de la existencia, donde
tengo que confesar que, queriendo ser propiam ente un yo-
pcrsonal, no lo soy nunca perfecta y únicam ente; lo otro
me habita y me condiciona. El fracaso es aquí tanto más
profundo cuanto que se hace culpabilidad, porque la impo
sibilidad en que me hallo de bastarme a mí mismo no nace
simplemente del hecho de hallarm e ligado a un Dasein que
tiene que perecer, sino de mi libertad misma: soy infalible
y necesariamente culpable, en cuanto que no puedo ser to
talmente lo que quiero ser, en cuanto que quiero lo impo
sible (118). Fracaso, incluso, en el combate enloquecedor de
"la ley del día" contra la "pasión de la noche", donde el
triunfo es de esta última (119).
El Dasein viviente tiende espontáneam ente a la duración
y a la consistencia. En un sentido, sus aspiraciones serán
frustradas. Pero ¿no hay en ellas también algo que no está
necesariam ente condenado al fracaso? ¿Hay que suponer que
la estabilidad del ser es posible de algún modo; que su des
arrollo tiene ante sí un futuro indefinido; que conserva lo
que ha ganado; que fracasa únicam ente para un bien m a
ílla) Ph. ni, pág. 221.
(119) Ph. III, págs. 219-220.
23
L os doctrinas existencialistas
354
yor? Así argumentan las teorías del optimismo. Sin duda,
añaden, es peligrosísimo pensar así, pero hay que superar
ese riesgo: cuando el individuo muere, su acto permanece
y se incorpora á la historia. Quizá un día serán removidas
las oscuridades del saber, resueltas las contradicciones, y
una experiencia completa permitirá, poco a poco, vencer las
fatalidades del dolor, de la ignorancia y de la muerte.
Asi sueña el Dasein. Pero ¿quién no ve que, para tran
quilizarse con semejante hipótesis, hay que estar volunta
riam ente ciego? La verdad es que el fracaso, en todas partes
)' en todo, es absolutamente inevitable. Es absurdo preten
der eterni/arse en la duración, en un m undo del m ás-allá,
en una vida futura o en acciones que no pasarán (120).
2. El fracaso es, pues, universal en amplitud y en pro
fundidad. Pero el fracaso tiene un sentido y un sentido múl
tiple: el ser se revela en el fracaso m ism o, que viene a ser
así la puerta estrecha y el desfiladero de la Trascendencia
y de la Eternidad.
En efecto, ante el derrum bam iento de lodo cuanto tengo
y de lodo cuanto soy, lomo conciencia, en la existencia po
sible, de que la ruina y la muerte se hacen ser, desde el mo
mento en que son asum idas libremente. El fracaso, en
cuanto lo experimento como una especie de accidente de
mi Dasein, es un verdadero fracaso; pero la voluntad de
eternizarme, en vez de maldecir el fracaso, sabrá hacer de
el la condición de su verdad. Tampoco hay que imaginarse
que la solución del enigma del fracaso sea objeto de saber:
está en el ser. que perm anece oculto, que no puede ser re
presentado, que ninguna autoridad me puede imponer ni
revelar. La mirada del ser no brilla más que para el que se
(1 2 5 ) J a s p e r s to m a d e K i e r k e g a a r d su n o c ió n d e l a c r e e n c ia . P a r a
él, la c ree n cia se a n u la e n c u a n to se d a c o m o o b je tiv a m e n te c ie rta .
I.a creencia es un no-saber (P h . III, p á g . 3 2 6 ). T.a i n c e r t i d u r r b r e o b je-
t t t a a b so lu ta , s in a p o y o d e n i n g ú n g e n e r o n i e n e l e n te n d im ie n to , n !
e n la sen sib ilid ad a f e c tiv a , e s e l ú n ic o f u n d a m e n t o d e la c re e n c ia
(Ph. U, pág. 281). In clu so h a y q u e a f i r m a r q u e ú n ic a m e n te e s a u té n
t i c a la c re e n c ia q u e e n v u e l v e la d u d a : la v e r d a d e r a c r e e n c i a e s a l
m is m o tie m p o n o -c re e n c ia , te n s ió n e n tr e la d u d a y la f e (P h . I, p á
g i n a 1 «. V E , p á g . 8 5 ) .
(1 2 6 ) P h . ü , p á g s . 2 3 1 -2 3 5 .
( 1 2 7 ) P h . I I I , p á g s . 2 3 5 -2 3 6 . T o d a e s ta t e o r í a d e la c i f r a p o d r í a
358 Las doctrinas existencialístas
t e n e r s e n t i d o si h u b ie s e , p o r d e c ir lo a s i, d e tr á s d e la c i f r a , u n a T ras
c e n d e n c i a c ie i ta . P a ra el c ris tia n o , e n e f e c to , e l m u n d o e n te ro , c o n
lo d o s s u s a c o n l c c i m i c n lo s , e s u n a " c if r a " m e d i a n te l a c u a l s in c e s a r
m e h a c e D io s se ñ a s y m e lla m a . P e ro ¿ q u é p u e d e s ig n if ic a r la c ifra ,
s i e s c i f r a i n d e s c i f r a b l e , p o r lo d e m á s p r o b l e m á t i c a y h a s t a m ít i c a ?
u e e l s e r se a , e s c i e r ta m e n t e n e c e s a r io , p o r q u e , si n o h u b i e s e u n
S c e c s a r io , n o h a b r ía n i D a s c i n , n i m u n d o . P e r o e s e n e c e s a r io , p a r a
J a s p e r s , e s tá m á s a llá d e t o d o p e n s a m i e n t o , i n c l u s o n e g a t i v o : d e m o d o
q u e la c if r a n o tie n e s e n tid o a lg u n o , y e l fra c a s o , q u e e s la ú ltim a
c i f r a , v ie n e a s e r r i g u r o s a m e n t e p a r a n o s o t r o s l a a c e p ta c ió n d e l m u n d o
c o m o h e c h o b r u to . L a c ifr a e s la fo r m a d e m í im p o te n c ia d e fi n i ti v a
p a r a d a r u n s e n tid o c u a lq u ie r a a m i e x i s t e n c i a y a l s e r d e l m u n d o .
T o d o e s to n o s p o d r ía lle v a r a h a b la r d e l a te ís m o d e Ja s p e rs . M . D u -
f r e n n e y P . R ic o e u r , e n la s b e ll í s i m a s p á g in a s q u e r e m a t a n e l e s tu d io
q u e h a n d e d ic a d o a la d o c t r i n a d e J a s p e r s (lo e . c lt., 3 7 9 -3 9 3 ), p l a n
t e a n c la r a m e n te la c u e s tió n . Ih ied e a d m itir s e , d ic e n (p á g . 3 8 9 ), q u e
h a y d o s l e c t u r a s p o s ib le s d e J a s p e rs , s e g ú n q u e s e le e n ti e n d a p o r e l
a te ís m o o p o r la fe re lig io sa . P e ro p a r e c e ig u a lm e n te im p o s ib le sos
te n e r la u n a o la o i r á : a m b a s se e x c l u y e n a p e n a s e n u n c ia d a s . "P o d e
m o s p r e g u n t a m o s si J a s p e r s , q u e h a c r e íd o s e r la lin e a d i v is o r ia e n tr e
la s d o s v e r t i e n t e s del a te ís m o y d e la r e li g i ó n , p u e d e s e r c o m p r e n d id o
e n fin d e c u e n t a s d e o t r o m o d o q u e p o r u n a r e c o n s t r u c c i ó n h ip o té tic a
a p a r t i r d e l u n o o d e la o tr a ." P o r u n a p a r le , e n e f e e lo , J a s p e r s p a re c e
h a b e r d e s t r u id o , a p e s a r d e t o d o , la i d e a d e la T r a s c e n d e n c ia j u n t o
c o n la d e D io s, p o rq u e q u iz á e l a te ís m o c o m ie n c e c u a n d o la T rascen
d e n c i a y a n o e s D io s , e s d e c ir , e l T ú s u p r e m o q u e se in v o c a e n e l diá
lo g o d e la p le g a r ia . S in d u d a q u i e r e J a s p e r s r e e n c o n t r a r e n lo s “ m ito s "
u n s e n tid o c o m p a t ib l e c o n la f e e n u n a T r a s c e n d e n c ia , q u e a d o p ta r la
u n c a r á c te r r e lig io s o e i n c l u s o m ís tic o . P e ro e so e s o l v id a r q u e " u n a
filo s o fía in te g ra l d e la e x is te n c ia e n e l m u n d o y a n te D ios só lo e s
p o s ib le p a r ti e n d o d e u n a c o n c i l ia c i ó n e s p e c íf ic a q u e c o n s t i t u y e la e se n
c ia d e la re lig ió n , e s d ecir, p a rtie n d o d e u n a r e la c ió n p e rs o n a l c o n
D io s , e x ig id a p o r la f a l l a , c o n s t it u i d a p o r e l p e r d ó n , y o c u lt a e n e l
f o n d o d e b a p le g a r ia " ( p á g . 3 9 1 ). A h o r a b i e n : e sta c o n c i l ia c i ó n e s c o n s
c ie n t e m e n t e r e c h a z a d a p o r J a s p e r s , y c o m o , s e g ú n s u s m is m a s e n se -
f a n z a s , u n a l i l o s o l l a n o s e c o m p l e ta , n o se p u e d e d e c ir q u e e s ta c o n c i
lia c ió n te n g a su lu g a r c la r a m e n te s e ñ a la d o . P o r eso, s i se d e riv a se d e
la filo s o fía d e J a s p e r s u n a f i lo s o f ía c r is tia n a , se d e s c o n o c e r ía s u g e n io
p e c u l i a r ; ú n ic a m e n te d e s d e f u e r a p o d r ía p r o n u n c ia rs e u n "cx isten -
c ia lis m o c r is ti a n o " s o b re el s e n tid o d e la f e d e J a s p e r s " (p á g . 3 9 1 ).
D e b e r í a n o t a r s e q u e la c r ít i c a d e l a r e li g i ó n , e n J a s p e r s , s e e q u i
v o c a t o t a l m e n t e so b re el e le m e n t o e s p e c ífic o 3e la fe r e l i g i o s a : n o tie n e
e n c u e n t a m á s q u e e l c o n l l i e l o e n tr e la a u t o r i d a d y l a l ib e r t a d (defi
n id o , p o r lo d e m á s , e n t é r m i n o s d i s c u tib le s ) , m ie n t r a s q u e el v e r d a
d e ro p r o b l e m a , p a r a e l c r e y e n te , n o e s e l d e la a u t o r i d a d , s in o e l d e
la salv ació n . P a ra él, la 'Ira s c e n d e n c ia se re v e la c o m o D ios " p o r su
in ic i a t i v a m is e r i c o r d i o s a , d e r e p a r a r la l ib e r t a d " : s in e l p e r d ó n , la T r a s
c e n d e n c ia n o e s D ios. P o r eso, se c o m p r e n d e a la v e z el s e n tid o p ro -
Karl Jaspers 359
f u n d o \ d e la o r a c ió n y la c o n d e n a c ió n q u e J a s p e r s f u l m i n a c o n tr a
e lla , p d j n o p o d e r d a r u n s e n tid o p e r s o n a l , e l s e n tid o d e u n T ú , a la
T r a s c e n t e n c i a . E n r e a l id a d , “ q u i e n h a b la a D i o s c o m o T ú , p u e d e
h a b la r ¡V D io s c o m o T ra s c e n d e n c ia e n c u a n to e so c o n v ie n e a l h o m
b r e " ( p á ^ , 3 9 2 ). Hn e ste d iá lo g o , la lib e r ta d h u m a n a a d q u ie r e u n n u e v o
v a lo r , d e sc o n o c id o p a r a J a s p e r s : y a n o e s l a " e n f e r m e d a d " d e la
n a tu r a le z a , ly n o la e x p a n s ió n d e u n d e se o s o te r r a d o e n la m is m a n a
t u r a l e z a y la " e s p e r a n z a , al c o n tr a r io q u e la p a s ió n d e la n o c h e , e s p e
r a n o la r u in a d e la lib e r ta d , s in o s u r e a l iz a c i ó n e n u n a n u e v a n a tu
ra le z a " ( p á g . 3 9 2 ).
T a l s e r i a la c o n c ilia c ió n e s p e c if ic a q u e e l c re y e n te p o n d r ía a la
b a s e d e u n a o n to lo g ia s e m e j a n t e a la d e J a s p e r s . " P e ro c u a n d o p e n
s a r a s a l v a r d e l a d e s t r u c c ió n l a f i lo s o f ía d e la T r a s c e n d e n c i a , a lte
r a r í a p r o f u n d a m e n t e su in te n c ió n c e n tra l, p u e s t o q u e la f e re lig io s a
s e ría e l a lm a m is m a d e la p a r a d o j a y s u c o n c i l ia c i ó n s u p r e m a , a l e s ta r
u n i d a s la r e lig ió n y la filo s o fía c ó m o e l m is te r io y la p a r a d o j a . J a s p e r s
h a q u e r id o q u e la p a r a d o j a p e r m a n e c ie s e e n p e l i g r o ; e l a te o y el
c r e y e n t e p a r e c e n c o n j u r a r l e a q u e o p t e e n tr e e l a b s u r d o y e l m is te r io .
L a l e f ilo s ó f ic a q u e J a s p e r s p r o c la m a p a r e c e p a r t i c i p a r cíe a m b o s , sin
r o m p e r j a m á s e l e q u ív o c o " (p á g . 392).
ARTICULO II
GABRIEL MARCEL
LA VERDADERA FILOSOFIA
(1) F.A, pág. 40. Citamos de acuerdo con las siglas siguientes:
JM: Journal Métaphysíqne, Gallimard, 1927.
PA: Posiíions el Approches concretes du Mystére ontologique, pu
blicado en Apéndice de Le Monde cossé, piéce en quatre ocies. Deselée
de Brouwer, 1933.
EA: tir e el Avoir, Aubier, 1933.
RI: Du Rejus á l’Invocation, N. R. F , 1940.
HV: Ilomo Viator. Prolégoménes á une Métophysique de ¡'espe
rance, Aubier, 1944.
F.x: Exislenlialisme el Pensée chréñenne, en Témoignages (Ca-
hters de la Piene-Qui-Vire, mayo 1947).
R A • Regartl en arriere, e n l.'ezIstenflaJisrne ctirMien. G Marcei.
París, Pión, 11M7.
Gabriel Maree! 363
ciencia de sí mismo, me ha parecido que el problema capi
tal consistía en saber cómo sería posible "integrar efecti
vam ente en un sistem a inteligible m i experiencia en cuan
to m ía, con los caracteres que la afectan hic el m ine, con
sus singularidades c incluso con sus deficiencias, estas de
ficiencias que, por un lado, le hacen ser lo que es". Ahora
bien: añade G. Marcel, me pareció, por una parte, que esta
integración no podía ser realizada ni siquiera intentada, y
que la noción m ism a de "sistema inteligible" era discutible,
y, por otra, que era macho más necesario vaciar que cons
truir, es decir, que era preciso empezar por interrogarme
sobre la estructura íntima de mi experiencia, considerada
no solamente en su materia o en su contenido, sino también
y sobre lodo, en su cualidad, en su ser de experiencia (2 ).
Si, pues, tiene un sentido la expresión "filosofía concreta",
corresponde, ante todo, a una negación fundamentalmente
opuesta a una cierta pretensión de encerrar el universo en
(2) RI, pág. 23. Cf. RA, pág. 318: "Quizá se dé uno cuenta con
bastante exactitud de lo que fu l mi preocupación metafísica central
y constante si digo que se trataba para mi de descubrir cómo el su
jeto, en su misma condición de sujeto, se articula a una realidad que
deja, desde este punto de vista, de poderse representar como objeto
sin por eso dejar nunca de ser a la vez exigida y reconocida como rea
lidad. Semejantes investigaciones solamente eran posibles a condición
de superar un psicologismo que se limita a definir y caracterizar ac
titudes sin lomar en consideración su orientación, su intencionalidad
concreta. Asi, aparece la convergencia absoluta de lo metafísico y de
lo religioso que se manifiesta desde mis primeros escritos. Señalemos
aqui una vez más cómo se justifica esta convergencia desde el punto
de vista que hice mío desde el primer J o u r n a l M é la p tiy s ig u c . Lo que
mis pasos lendian, en definitiva, a excluir, era la noción de un pen
samiento que definiese en cierto modo objetivamente la estructura de
lo real y se considerase desde entonces calificado para decidir acerca
de el. Yo proponía, al contrario, en principio, que la empresa no podía
llevarse a cabo más que dentro de una realidad frente a la que el
filósofo no puede nunca colocarse como se instala uno frente a un
cuadro para contemplarlo. Por eso, toda mi investigación era un anti
cipo de la posición del misterio tal como se ha precisado para mí en
P o s itio n e t A p p r o c h e s c o n c r e te s d u M y s té r e o n to lo g iq u e " .
364 Las doctrinas cxislenciatístas
iin conjunlo de fórm ulas más o menos ensambladas entre
sí, j luego a una decisión de hacer de la filosofía una "re
flexión lo más estricta, lo más rigurosa posible, basada so
bre la experiencia más íntim am ente vivida" (3).
3. La observación capital es aquí que no estudiamos
problem as de filosofía; somos esos problemas, los vivimos.
"Aquel que no ha vivido un problem a de filosofía, que no ha
sido oprim ido por el, no puede, en modo alguno, com pren
der lo que ese problema ha significado para quienes lo han
vivido antes que él" (4). Desde este punto de vista, precisa
Gabriel Marcel, hay que decir no sólo que la filosofía da
sentido a la historia de las doctrinas, sino tam bién que no
podría haber "filosofía concreta" sin una tensión constan
tem ente renovada y propiam ente creadora "entre el Yo y las
profundidades del ser en el cual y por el cual somos" (5);
es decir, entre el Yo real que es el yo encarnado y no el
sujeto ideal del conocimiento, y ese inagotable concreto "en
cuyo conocim iento sólo se progresa por etapas y formando
(3) Rl, págs. 87-89. O. Marcel observa (RA, pág. 308) que la prin
cipal deficiencia de los sistemas le pareció, desde el principio de su
reflexión, que residía en la decisión de usar la astucia con las difi
cultades y basta de disimularlas artificiosamente con un vocabulario
capcioso "Creo que las doctrinas filosóficas me han disgustado en la
medida exacta en que me parecían falsificadas en sus autores por
una propensión a escamotear las dificultados y a inventar una termi
nología que permite disimularlas como se disimula un gusto o un
olor. Así es como me rebelé desde muy pronto contra el modo como
un cierto idealismo sobrevalora la parte de construcción en la per
cepción sensible, hasta el punto de que parece juzgar insignificante y
relegar a los confines del no-ser todo detalle concreto e imprevisible
que no constituye solamente el aderezo de la experiencia, sino que le
confiere su sabor de realidad... Me pregunto si, de un modo general,
la disposición que me llevó invariablemente a poner de relieve la difi
cultad en lugar de taparla o enquistarla no ha contribuido en gran
parte a desarrollar mi desconfianza hacia toda filosofía sistemática,
cualquiera que sea."
(4) Rl, pág. 87.
(5) Rl, pág. 89.
Gabriel Marcel 365
cadena, como acontece en una disciplina particular cual
quiera". A esta realidad hum ana inagotable, sólo puede
llegar cada uno de nosotros con lo más impoluto, con lo
más virgen de sí mismo, es decir, a condición de hacer
caer, por un largo y duro esfuerzo de descombro o, más
exactam ente, de purificación, todas las aportaciones artifi
ciales y todas las escorias con que la rutina, la presión so
cial, los prejuicios y las ilusiones de la vanidad, han cargado
nuestra personalidad viviente ( 6 ).
4. La dificultad que encuentra aquí G. M arccl, la misma
que el mismo opuso a otras concepciones cxislcncialistas,
es que lo inteligible amenaza con reducirse a lo puramente
biográfico, y lo m clafísico a lo puram ente psicológico. Pero,
responde G. Marcel, esta objeción no tiene en cuenta el sen
tido de la investigación existencial, al menos tal como él
mismo la entiende, que es ‘'restituir a la experiencia hu
mana su peso ontológico” (7). De hecho, lo "biográfico, por
una parte, lo espiritual o incluso lo inteligible, por otra,
no se dejan realm ente disociar" ( 8 ). Sin duda, la experien
cia de donde se parte, la que no se cesa de invocar y con
sultar, es una experiencia individual y concreta, y no la ex
periencia ya generalizada, esquem atizada y banalizada, la
del "Se", con que se han contentado tantas filosofías; una
experiencia que nosotros llamaremos existencial para se
ñalar que está enteram ente com prom etida en lo real más
auténtico y como caliente aún por la palpitación de la vida.
El sentido de esta experiencia es lo que se trata de descu
brir, lo que en ella da testim onio en favor de los fines que
le dan su estructura y su form a. Porque hay un ritmo in-
(1 0 ) I’A , p ág . 261
jgg Las doctrinas existenciálistas
allá de toda m ediación pensable. Deberemos, pues, concluir
que no se puede imponer silencio a la exigencia ontológica
más que p o r un acto arbitrario y graluilo, que m utila la
vida espiritual en su m ism a raíz ( 11 ).
r 5. Se ve así dibujarse un método. Este método es difí
cil: consiste en ir, en cieno modo, al encuentro de nosotros
mismos, en encontrarnos en lo que hay en nosotros de más
original y personal; después, en reflexionar sobre este des
cubrim iento, siempre susceptible de ser am pliado (porque
somos inagotables para nosotros mismos), a fin de descubrir
su sentido y su valor. "En el fondo, dice G. M arccl, el m é
todo es siempre el mismo: es la profundización de una
cierta situación m etafísica fundam ental, de la que no basta
decir que es m ía, porque consiste esencialm ente en ser
yo" (12). La filosofía así entendida—que es lo contrario de
esa "filosofía esencialm ente espectacular" que nos ha le
gado la antigüedad (13)—consistiría, pues, en lomar con
ciencia reflexivam ente de lo más íntimo y más profundo qUe
hay en mí, en pensar el acto que yo soy al m ism o tiempo
que lo ejerzo y lo vivo.
n
LA EXISTENCIA ENCARNADA
24
370 Las doctrinas existenciaJistas
"mí yo", porque es el único no poseído, sino poseedor, no
contenido, sino continente. El análisis existencial de la ex
periencia de la encarnación conduce, pues, como observa
Gabriel M arcel (16), a la vez a establecer la unión del cuer
po y del alm a "en una sola realidad", y la unión entre el
alma y el m undo restante, es decir, el hecho de ser en el
mundo (17).
Pero la doble experiencia solidaria de mi cuerpo y de
mi pertenencia al m undo, en que encuentro los instrum en
tos de m i existir, es decir, de m i ser, me impone de conti
nuo el sentimiento de una especie de oposición entre los
dos procesos fundamentales del ser y del tener. Para com
prender bien su sentido, conviene proceder a un análisis
fenom enológico del tener, como introducción al conocimien
to del ser. Podríamos distinguir aquí dos formas de tener,
el tener-posesión y el tener-im plicación (18). Pero bastará
Q á s s ,io -i3 .,
(11) RI ’ I^g5 33. Cf. Kx, págs. 162-163, en que (i. Maree! adopta
de nuevo, bajo forma algo diferente, el mismo punto de vista: "En
cieito sentido yo soy mi cuerpo. Según esto, podría parecer que favo
rezco una teoría materialista. Pero eso seria una completa ilusión, lo
sólo puedo decir que yo soy mi cuerpo a condición de no entender
con estas palabras esta cosa visible, manejable, operable. ®*c... que es
el cueipo para otro. Kse cuerpo que yo puedo alejar de m‘ idealmente,
cuando pienso que es un cueipo entre los otros, poseyendo tales pro-
¡edades especiflcabl.es, supone lo que lal vez baya que resolverse a
S amar un cuerpo-sujeto, un cuerpo que es mi forma propia de existir,
sin 41X0 mc 508 posible, salvo por abstracción y de una manera com
pletamente ilusoria, desprendenne de ella. Decir que soy mi cuerp >
es decir que soy esta manera de existir. Se podría decir aún... aue
mi cuerpo es mi manera de ser e n e l m u n d o , o también de pertenecen
flíiS) Cf. EA, pág. 230: En el tener-posesión, "un cierto se
relaciona a un cierto q u i tratado como centro de inherencia o de apre
hensión . Pág. 232: en el tener-implicación, "cuando digo que
l a l c u e r p o tie n e l a l p r o p ie d a d , ésta me aparece como interior o como
arraigada en el interior del cuerpo que ella caracteriza. Observo, Por
otra parte, que no podemos pensar la implicación aquí Sin la potencia,
por oscura que sea esta noción".
Gabriel Maree! 371
señalar que, en ambos casos, el carácter propio del tener
es ser m anifestable y m anifestable a otro. Como tal, el tener
se sitúa en un registro en que la exterioridad y la interio
ridad son inseparables, pero de tal modo que entre una y
otra hay una relación de tensión m utua, resultante del h e
cho de estar som etida la cosa poseida a las vicisitudes pro
pias de las cosas y de correr constantem ente peligro de
hacer fracasar el esfuerzo que hago para incorporárm ela e
identificarm e con ella. Por eso, es el centro de una especie
de rem olino de temores y ansiedades.
Desde este punto de vista, el cuerpo se presenta como el
tener-tipo: es por excelencia la exterioridad entrando en co
m unicación con el yo, interiorm ente. Ahora bien: cuanto más
me adhiero a m i cuerpo, convirtiendo su exterioridad par
cial en seudo-interioridad, m ás m e aniquilo a m í mismo en
esta adhesión: m e embebo en el cuerpo al que me identi
fico. "Parece que mi cuerpo literalm ente m e devora", y lo
mismo acontece con todas mis posesiones que de algún modo
están ligadas a él. Asi, el tener se nos presenta como ten
diendo a suprimir el ser, a disolverlo en su m ism a posesión:
el tener, en su límite, tiende a la disolución del ser.
Para que el tener pueda servir para promover el ser,
seria preciso, al contrario, que, por un acto reflejo, domine
yo activamente la relación del objeto al sujeto, de la exte
rioridad a la interioridad, de m odo que el objeto exterior
venga a ser la ocasión y la m ateria de una libre creación
personal. Así, el tener habría sido transm utado en ser: sería
una expresión viva de la realidad que yo soy. Pero esto sólo
es posible por el amor, que es esencialm ente subordinación
de si a una realidad superior, en cuanto ruptura de la ten
sión que le hga al otro. Sólo p o r él somos capaces de afron
tar el ser sin transformarlo en tener, en objeto o en espec-
372 Las doctrinas existencialistas
táculo. Tal es el dalo onlológico esencial, y se puede es
tim ar que "la ontología no saldrá de los cauces escolásticos
más que con la condición de que se de perfecta cuenta de
esta prioridad absoluta" (19).
3. Podemos preguntarnos, ahora que hemos bosquejado
su nalurale/a, cuál es el senlido de esla existencia encar
nada. ¿Cuál es el sentido de la vida? Digamos que el aná
lisis de la experiencia que tiene el hombre de su situación,
si se lleva suficientem ente adelante, le m uestra que el hora-
br no puede explicarse a si mismo ni comprenderse más
que si se abre a una trascendencia. Esto lo establece G. Mar-
ccl por m edio de numerosos análisis cxistcncialcs, algunos
de los cuales son de gran belleza, especialm ente los que tratan
de la fidelidad y de la esperanza como conductas fundam en
tales del hombre. Insistamos un poco, a guisa de ejemplo,
sobre la conducta de la esperanza.
En Homo Viator, G. Marcel propone, en form a de es
bozo, una "fenomenologia" y una "metafísica de la espe
ranza". La esperanza, para una filosofía auténtica, que es
filosofía de la marcha y de la acción, es realmente "la por
tada del misterio de la segunda virtud". Es, en efecto, la
estructura normaI del destino humano. Pero justam ente, no
puede ser, como tal, reducida ni, por defecto, a una simple
reacción vital de defensa contra las pruebas de la existen
cia, ni, por exceso, a una invasión de gracia ajena a la na
lurale/a. Es una conducta com pleja, que consiste, para el
hombre, en señalar y localizar los obstáculos con que tro
pieza su a cció n ; en aceptarlos también, para vencerlos, pero
utilizándolos como otros tantos medios sucesivos de reali
zarse a sí mismo, de afirm ar su personalidad, por la oposi
m
EL MISTERIO ONTOLÓGICO
(32) EA, pág. 169. Cf. PA, pág. 267: "Desde el punto de vista en
que nos hallamos, la distinción entre problema y misterio puede ser
precisada: un misterio es un problema que rebasa sus propios datos,
que los Invade y se excede, por lo mismo, como simple problema."
378 L as doctrinas existencialistas
sofia consiste en degradar el misterio en problem a o en una
pura objetividad, con la pretcnsión de obtener asi una más
perfecta inteligibilidad: la paradoja de la realidad, de lodo
lo real, lo mío como lo del m undo es, por el contrario, que
sólo es inteligible como m isterio (33), hasta tal punto, añade
Gabriel M arccl, que "sin el misterio, la vida sería irrespi
rable" (34).
¿Puede decirse que esta realidad que definim os como
misterio es objeto de intuición? Sin duda, en cierto sentido.
Si no, ¿cómo podría ser captada o sentida? Pero importa
precisar que esta "intuición" no es ni puede ser dada pura
y sim plem ente como tal. En efecto, "cuanto m ás central es
una intuición, cuanto más ocupa el fondo mismo del ser al
que ilum ina, menos suceplible es precisam ente de volver
sobre si y de aprehenderse". No es, propiamente, poseída.
En realidad, m ejor seria decir que se trata de una seguridad
subyacente a lodo el movimiento del pensamiento, incluso
discursivo, de modo que nosotros no podemos acercamos
nunca a ella mas que por una especie de conversión o de re
flexión segunda, cuya peculiaridad es conducimos a pre
guntar "a partir de qué origen han sido posibles los pasos
de una reflexión inicial que postulaba lo ontológico, pero
sin saberlo". Esta reflexión segunda no es más que un re
cogimiento que se ha hecho capaz de pensarse a
mismo (35). Pero, al mismo tiempo, esta concepción nos lleva
a establecer la primacía del ser sobre el conocer y a fu n d a
m entar la ontología sobre la evidencia de que el ser no es
afirm ado,s im <^ue se afirma (36). Esta evidencia es el rea
Gabriel Marcel 379
lism o mismo, que halla asi su fundam ento más seguro en
el sentimiento m isterioso de nuestra participación en el ser.
Una onlología así orientada va, evidentem ente, al en
cuentro de una revelación. Sin duda, no puede exigirla, ni
presuponerla, ni integrarla como un bien propio solicitado
por su desenvolvim iento autónom o, ni siquiera, absoluta
m ente hablando, com prenderla. Pero puede, en cierta m edi
da, facilitar su acogida, preparar su aceptación (37). La ob
jeción que se podría oponer a estas ideas es que parecen
envolver una petición de principio, pues aquí la ontología
no prepara a la revelación más que porque se ha elaborado
sobre un terreno previam ente im pregnado de esta misma
revelación. Pero, reflexionando, observa Gabriel Marcel, no
hay en esto nada que deba extrañarnos, y menos aún cho
carnos, porque es evidente que una m etafísica no puede
desarrollarse más que en el seno de una cierta situación
que la suscite. Ahora bien: la existencia de un dato cris
tiano constituye un factor esencial de esta nuestra situa
ción. Sin duda, es conveniente renunciar de una vez para
siempre a la idea ingenuam ente racionalista de un sistema
de afirmación válido para un pensam iento en general, para
una conciencia cualquiera que sea (38). Este pensamiento
(4 7 ) R I, p ág s. 192-225.
25
386 Las doctrinas existenciaiistas
Uva de que estarían dotados ciertos seres para objetivar
creencias perfectam ente gratuitas c ilusorias, G..MarceS no
llega a reconocer un sentido a esta posición. E n efecto, el
objeto de la fe no es de aquellos que se pueden verificar y
controlar, porque ese objeto no es una cosa exterior, cuya
existencia se impone en el plano de la realidad objetiva: es
una realidad que me es más interior que yo mismo. Deus
inlim ior inlimo meo (48). Por tanto, la actitud escéptica pier
de toda significación. "Decir, en efecto: quizá no hay nadie
donde tú crees que hay alguien, es referirse, idealm ente al
menos, a una experiencia rectificadora que por definición
dejaría fuera de ella lo que está en discusión, ya que el
objeto de la fe se pone precisam ente como trascendente res
pecto a las condiciones que toda experiencia implica. Hay,
pues, que reconocer que cuanto más se destaca la fe en su
pureza, más triu n fa de un escepticism o que no puede poner
en litigio su valor más que porque em pieza por form arse de
ella una idea que la desnaturaliza" (49). Por lo demás, añade
Gabriel Marcel, cuanto más se acerca el alma a la fe, más
se convence de ser absolutam ente incapaz de producirla.
Hay, pues, que convenir en que la f e no puede ser más
que una adhesión y, más precisamente, un descubrimiento,
adhesión y respuesta a una oscura y silenciosa invitación que
solicita al alm a sin coaccionarla en modo alguno. Desde en
tonces, el problem a que plantea la fe se presenta bajo un
aspecto nuevo: desde el punto de vista del que tiene la fe,
la incredulidad tiende a presentarse como una repulsa. A
m enudo, esta repulsa no es m ás que la form ado la inatención.
(4 8 ) C f . E\A, p á g . 3 1 0 : "M e h u b i e r a p a r e c id o e s c a n d a lo s o d e b u e
n a s a p r i m e r a s s o s te n e r l a f e re lig io s a p e n s a d a e n s u p u r e z a " , a u n
e o n lr o l e m p ír ie o . " lilla se m e p r e s e n t a c o m o y e n d o , p o r e s e n c ia , m á s
a llá d e t o d o m e n tís y d e to d a c o n f ir m a c ió n e x p e r i m e n t a l p o sib le ."
( 4 9 ) l.A , p á g . 309.
Conclusión 387
La vida moderna, que dispersa al hom bre y lo deshum ani
za, favorece esta distracción admirablemente. Pero, de este
sueño, "todos pueden despertar en cualquier momento, bajo
diversas influencias, de las cuales seguramente la más efi
caz es la presencia de los seres que irradian la fe verdadera.
D e todos modos, hay que querer creer, porque la fe no es,
por sí misma, un movimiento del alma, un transporte, un
arrebato. No es ni puede ser más que un testimonio perpe
tuado (50).
Tal es, brevem ente resum ido, el punto de vista de Ga
briel Marccl. Creemos que esta doctrina, que es menos una
filosofía constituida que un método o un espíritu, es rica y
hermosa y puede ser extremadamente fecunda. Lim itada en
sus ambiciones, que sólo pueden ser metafísicas in concre
to, como lo confiesa G. Marcel, es decir, que no pueden pre
tender ser más que una meiafisica implícita (51), conduce
al umbral de esa m etafísica del ser euya orientación más
cierta es de seguro, si se la toma en su sentido profundo,
introducim os en el misterio del ser invitándonos siempre a
trascender la objetividad pura del saber científico, para el
cual lodo tiene que ser claro, distinto y m ensurable en lo
real, para abrirnos a esa subjetividad y a esa intim idad en
que la razón y el corazón del hom bre descubren la Presencia
de Dios, del ser profundens tolum ens el omnes differentias
etus.
(5 0 ) EA, p á g . 316. Cf. p á g . 27.
(51) C f . R I , p á g . 108. "P ie n so q u e e l c ris tia n o f iló s o fo y c a p a 7 d e
e sc a rb a r b a jo las f ó r m u la s e sc o lá stic a s c o n q u e s e le n u t r e b a s ta n te
a m e n u d o c n c o ru ra ria d e n u e v o c a s i n e c e s a r ia m e n t e lo s d a to s f u n d a
m e n ta le s d e lo q u e y o b e lla m a d o filo s o fía c o n c r e ta ." F A , p á g . 51 :
" fin e l f o n d o , yo, a d m ito q u e e l p e n s a m ie n to e s tá o r d e n a d o a l ser
c o m o e l o jo a la lu7. F ó r m u la to m is ta ." C f . e n R A , p á g . 319, c ó m o
G a b rie l M a rc e l c o n cib e e l t r a b a jo e n p r o f u n d i d a d d e e s ta filo s o f ía c o n
c re ta , q u e e s u n a m e t a f í s ic a i m p l í c i t a : " A q u í s e a c l a r a , p o r fin, lo
q u e d e c ía a l p r in c ip io s o b r e la e x p e r ie n c ia c o m o t ie r r a p r o m e t i d a ;
388 ¡.as doctrinas existencialislas
v i e n e a se r, e n c ie r ta f o r m a , s u p r o p i o m a s a11á, p o r c u a n to le h a c e
f a l t a t r a n s m u t a r s e , h a c e r s e s u p r o p i a c o n q u is ta . É l e r r o r d e l e m p i r i s
m o c o n s is te , d e s p u é s d e to d o , s o l a m e n t e e n m e n o s p r e c i a r t o d o c u a n t o
u n a e x p e r ie n c ia a u té n t ic a i m p l i c a d e in v e n c ió n o i n c lu s o d e in ic ia
tiv a c re a d o ra . S e p o d r í a t a m b i é n d e c i r q u e s u d e l e c t o e s e n c ia l c o n
siste e n d e s c o n o c e r e l m is te r io q u e e s tá e n e l c o r a z ó n d e l a e x p e r i e n
c ia , e n t r a t a r a é s ta c o m o c o s a q u e m a r c h a s o l a ; c u a n d o lo i n a u d i t o
y , e n c ie r to m o d o , m ila g r o s o , e s j u s t a m e n t e q u e la e x p e r ie n c ia e x i s t a
q u e p u e d a e x is tir. ¿ N o c o n s is te la p r o f u n d i z a e i ó n m e ta f ís ic a e se n c ia l
m e n t e e n la p r o s e c u c ió n d e lo s p a s o s p o r lo s q u e l a e x p e r ie n c ia , e n
lu g a r d e s u m e r g ir s e e n la s té c n ic a s , s e in tim id a , p o r d e c ir lo a s i, y
s e e je r c i t a e n r e c o n o c e r s u s i m p l i c a c i o n e s ? "
S o b re G . M a r c e l y K . J a s p e r s , a c a b a d e p u b l i c a r P a u l R i e o c u r u n
t r a b a j o d e p r i m e r o r d e n (Gabriel Marcel et Kart Jaspers. Phtlosophte du
m ystire et phitosophie de •parad.oxej, g r a c ia s al c u a l, e l s e n tid o p r o p i o
d e d o s f ilo s o fía s p r ó x i m a s , p e r o d if e r e n te s , s e d e s ta c a p e r f e c t a m e n t e
p o r vía d e c o m p a r a c i ó n c o n t i n u a . S e ñ a le m o s , p o r íln , l a p u b l ic a c i ó n d e
V o n der Warheít (P ip c r, M u n ic h , 1 9 4 7 ), d e .TA SPFRS, p r im e r a p a r le d e
la Lógica JilosóJica, a si c o m o e l a r tí c u l o "D as U n b c d m g lc d e s G u ie n
u n d d a s D o s e " (" L a i n c o n d i c i o n a l i d a d d e l b i e n y e l m a l " ) , e n Wand-
tung I l e ñ 2.
C O N C L U S I O N
CONCLUSION
(3 ) S Z , p á g s . 315-316.
Conclusión 395
contra el idealismo y su pretensión de partir de un "sujeto
puro" teórico, que es una ficción carente de sentido. Evi
dentemente, los idealistas que han querido deducir el m un
do a partir del sujeto, no han descubierto nunca en el lo
que ya estaba allí y que el sujeto, como sujeto concreto, de
antemano presuponía. El círculo es, pues, en efecto, inevi
table. Pero no eludirá la acusación de ser vicioso más que
si se admite que el análisis de la existencia concreta me per
mite alcanzar un universaI que le es, sin duda, inmanente,
pero se distingue, no obstante, de las form as concretas que
reviste en la existencia. Si, por el contrario, este universal
no puede y no debe ser entendido más que como adecuada
mente circunscrito por lo “óntico”, a titulo de simple ex-
plicilación o descripción de esto, como no haciendo más que
(según la fórm ula term inista) "suponer" por el existir sin
gular y concreto, ¿cómo darle aún válidam ente el sentido de
un universal, sin caer en la desgracia del círculo vicioso?
Esta discusión nos lleva, ya se ve, al umbral del proble
m a de la razón como facultad del ser. Aquí reside, al pa
recer, la dificultad capital que compromete el intento de Hei-
dcggcr de constituir una ontología de carácter mctafisico.
E s necesario, o bien confesar la capacidad de la razón para
captar en la existencia leyes y principios universales, es
decir, esencias, o bien renunciar a ¡a ontología.
Desde este punto de vista, la contestación que Jaspers
opone a Hcidcggcr, excluyendo toda posibilidad de constituir
una filosofía del ser, es doblemente instructiva. Lo es, por
una parle, por los principios que invoca, que son los de un
nominalismo radical para el que el ser no es nunca más
que un término equívoco. Lo es, por otra parle, por la im
potencia absoluta en que Jaspers se halla de filosofar bajo
semejante divisa, negadora de lodo pensam iento distinto,
3% has doctrinas existencialistas
puesto que la filosofía no tendría ya más objeto que lo sin
gular y abocaría finalm ente en lo inefable, puesto que lo
singular es inefable y no puede ser más que vivido. Sin
duda, se puede decir a la vez "que la filosofía es hum ana
porque piensa las posibilidades más comunes", pero tam
bién "que la filosofía es personal, porque cada uno no aclara
bien más que las posibilidades que ejecuta o que proyecta
realizar", y que así "la filosofía está siempre a m itad de
camino entre las posibilidades cxistcncialcs más vastas y
más com unes y la realidad cxislcncial más personal. De lo
posible saca die W elle der M enschlichkeü, pero de lo real
(que lo posible prepara y que, en reciprocidad, le hace cris
talizar y aflorar a la reflexión) saca su acento personal y,
en cierto modo, carnal" (4). Sin embargo, el problema sigue
siendo saber si y cómo se puede distinguir lo hum ano de lo
puram ente individual, lo universal de lo singular, lo nece
sario de lo contingente, lo semejante de la excepción. El
equívoco o la tensión entre los dos polos de la filosofía
caracteriza el esfuerzo del filósofo (el filosofar), pero no Ia
filosofía: s> cs cierto que la filosofía, so pena de degenerar
en una escolástica abstracta y vacía, debe renovarse y re
crearse constantem ente por esta tensión fecunda, también lo
cs que pretende, en cuanto tal, definir un orden de derecho
que, a la vez, incluye y rebasa el orden del hecho y del dato.
Ahora bien: ¿cómo sería posible esta definición sin criterio
y cómo se podría legitim ar sin principio? Ningún empiris
mo, ni siquiera el exisienclal, ofrece u n medio de practicar
el paso del hecho a! derecho, de! accidente a ¡a esencia. Sin
duda la esencia está ahi, pero desconocida e innom inable,
en figura y en enigma. El cxislcncialism o avanza a tientas,
(5 ) Dieu Vivan!. N 2, p á g . 99
Conclusión 399
mente afectada de nulidad." Todo cuanto se puede decir aquí,
añade G. Marccl, es que una descripción de la existencia
que no da lugar a la protesta que despierta en toda concien
cia viva la negación de lo universal (en últim o análisis, es
precisam ente de esta negación de lo que se trata), una des
cripción tan tendenciosa "traiciona, en fin de cuentas, esta
realidad hum ana a la que pretende adecuarse".
N ada más cierto. Pero ¿no im plica esto que el cxislcn-
cialismo tendrá que ren u n ciar a ese nom inalism o que le
sustenta, a veces hasta en las expresiones, si no en el pen
samiento, de G. M arccl? Si hay una “realidad humana" y
si las experiencias del hombre deben ser apreciadas y juz-
gadas en Junción de esa realidad, el principio del pensa
m iento no podrá ser reducido a la simple descripción, por
muy penetrante que sea, de la existencia individual y con
creta. Sin duda alguna, es del existir y de la vida moral de
donde hay que partir, puesto que se trata de valores huma
nos. Pero todas las existencias y todas las experiencias son
incapaces de pasar, como tales, por absolutos: son hechos,
de los que hay que encontrar el sentido, pero que no coin
ciden necesariam ente con el derecho. Provienen de un ju i
cio que trasciende la experiencia y que sólo puede venir de
la razón. Gabriel Marccl conviene en ello explícitamente
cuando observa que la esencia de la m uerte y del sufri
miento puede ser mal conocida y requiere, por tanto, una
interpretación o una asimilación "que coincida con la li
bertad misma" ; pero que, sin duda, no es una auténtica
libertad más que en la m edida en que es primero una ver
dadera razón.
El problema de la razón es, pues, inevitable, si se quie
re ju stificar el paso de lo individual y del hecho al plano de
lo universal y del derecho. Tal vez podría decirse que este
400 Las doctrinas existencialislas
problem a debe ser, él mismo, abordado sobre el plano exis
tencia! y que solamente allí será revelado el "misterio" que
encierra y que es el de nuestra participación en lo absoluto
de una Razón suprem a, sin la cual ni pensam iento ni verdad
serian concebibles ni válidos. Creemos que hay m ucho de
verdad en estas ideas: rem iten implícitamente a la doctrina
de la iluminación, esencia! al tomismo como al a 8 us^inism o’
y que no es tanto una tesis abstracta como una llamada a
captar, en el ejercicio mismo de mi inteligencia, la Dresen-
cia de un Absoluto que fundam ente su valor. Sin em barS0>
¿cómo evitar que, para explicitarse, pase al dominio con
ceptual esta intuición profunda, más bien concebida que
pensada? N inguna experiencia se acaba absolutamente en
su ser de experiencia. Este es su riqueza, su "peso onloló-
gico", pero debe ser el mismo "racionalizado" por de
cirlo así, “prohlem alizado”. El error no está en problc-
_ sino en plantear problemas desconectados de la
matiza1» ,. , , , , , ,
experiencia. podemos dispensarnos de pensar el ser
que somos. Hasta la razón, que es la más rica de nuestras
experiencias, debe ser “racionalizada”, es decir, cxpijcacia
y justificada por su causa prim era, relacionada explícita
m ente con sus fuentes. El absoluto que la cerca no puede re
velarse en acto más que a un pensam iento que, volviendo
sobre sí, se esfuerce en pensarse a sí mismo hasta en sus
mayores profundidades.
Por lo demás, creemos que G. Marccl está disoucsto. .a
admitir todo esto y que el "recogimiento" o la r e ^ cxl011
segunda" que él invoca, no son sino los nombres de esta
aprehensión de lo inteligible envuelto en la existencia y
sin la cual una m etafísica no puede constituirse como meta
física. Pero el termino mismo de "recogimiento", si traduce
un sentimiento cierto de las condiciones de una ontologia
Conclusión 401
auténtica, señala al mismo tiempo, por lo que retien e de obs
tinadam ente concreto, o, como dice Hcidcggcr, de ónlico, una
desconfianza hacia los procedim ientos de abstracción y de
racionalización que definen los medios necesarios de la obra
m etafísica. Trátase, no obstante, de elegir entre una fe n o
m enología descriptiva, que será siem pre, por m uy lejos que
llegue y por reflexiva que quiera ser, conocim iento del ser
actual y concreto, y una ciencia del ser, ordenada a apre
hender, en la existencia misma, la naturaleza, la esencia y
lo inteligible, que le dan su consistencia y su densidad pro
pias y la sitúan en el ser. E l existencialismo puede muy bien,
como pretende, proporcionarnos en parte lo metafisico y lo
onlológico, pero no como metafisico y como ontológico, a no
ser que consienta en superar el nivel del hecho para elevar
se al nivel del derecho, que es por definición el de la esen
cia universal. Pero, de este modo, el existencialismo aban
donaría el nom inalismo y el em pirism o que lo caracterizan
en las form as que hemos estudiado, y alcanzaría, sin negar
ninguna de sus consideraciones cxislcncialcs, la m etafísica
del ser.
II
26
402 Las doctrinas existencialistas
Usis. Admitimos gustosos que el derecho puede ser aprehen
dido en el hecho y que un orden hum ano ideal está inscrito
en la conducta del hombre. Pero este derecho y este orden
sólo son accesibles a una razón capaz de descubrir en lo que
es lo que debe ser y ¡ como quería Platón, de ver el reflejo
de la idea en el flu jo movedizo del devenir. Ahora bien: el
dram a del existencialismo es que él mismo se prohibe prac
ticar este paso, a no ser con mala conciencia. A quí hay un
nom inalismo radical dispuesto a bloquear inmediatamente
todo intento de pasar a lo universal. Efectivam ente, para
quien se prohibe por principio la abstracción m etafísica, no
hay más que el hecho, y lo singular es un m undo cerrado
que se agota en existir. El existencialismo sustituye el r¿.
gimen abierto y luminoso de la inteligencia ordenada a la
aprehensión del ser y de sus leyes absolutas p o r el régimen
empírico de la prisión sin puerta ni ventana.
Ahí está, sin duda, lo que puede dar cuenta exacta del
aspecto dramático que ha revestido. El existencialismo, qU6i
desde muchos puntos de vista, se puede considerar como
una especie de neopositivismo, añade a las filosofías del
últim o siglo un acento patético que ellas contenían implíci
tam ente, porque el régim en de prisión no hace nunca, du
rante m ucho tiempo, las delicias de los hombres. Pero an
gustia y náusea, desesperación y rebelión o tensión estoica
en medio del absurdo, son, por sí mismas, suficientemente
buenos testimonios sobre el estado del hombre presa de la
nada de la existencia, para que tengamos nosotros nostalgia
alguna de esta literatura prodigiosamente fecunda en el te-
rrreno del análisis psicológico. A su modo, ella descubre
una profunda verdad, que es, como G. M arcel lo ha puesto
admirablemente de manifiesto, que el hom bre no renuncia
nunca a la esperanza. Como la negación de Dios es también
Conclusión 403
una m anera de pensar en función de Dios, la angustia y la
náusea son una llamada a la paz y a la luz.
Ya se ha visto qué lugar central ocupa el problema de la
libertad en las doctrinas existencialistas. Hay, al parecer,
una doble razón para esto. Por un lado, en efecto, el prin
cipio de la prioridad de la existencia sobre la esencia con
duce a hacer de la libertad la definición m ism a del hombre.
Derelicción y libertad son términos correlativos: designan
una sola y misma realidad. E l hombre ea libre en cuanto
que es pura existencia, arrojada ahi, y, como tal, obligado
a asumir un destino que no tiene más apoyo que su deci
sión y su elección. Su esencia es su obra, ante él, y no su
fundam ento, detrás de él. Debe existir su ser, plena y abso
lutamente. Por otro, por lo mism o que es análisis y descrip
ción de la existencia concreta, el existencialismo no puede
por menos de encontrar el problem a de la libertad, porque
la libertad es el "reducto central" de la existencia: por ella,
el hombre tiene acceso al sentimiento profundo de su per
sonalidad y al m isterio de su autonomía. A la inversa, por
la abdicación de la libertad en provecho del mecanismo co
lectivo, el hombre se hace, para sí mismo, una abstracción
sin rostro ni nombre. Es sabido con qué vigor ha descrito
Heidegger ese “yo-se”, anónim o e impersonal. Así es como
se concibe el privilegio que le compete a la libertad en los
análisis existenciales y en la filosofía que éstos funda
m entan.
Tal vez de este modo tengamos la explicación de ese
aspecto religioso que se descubre en todas las doctrinas exis
tenciales, sin exceptuar la de Heidegger. Por su carácter re
sueltamente realista, tocan necesariam ente el punto neurál
gico en que se plantea la cuestión del sentido profundo de
la vida y del fundam ento últim o de los valores. En el m un-
404 Las doctrinas existencialistas
do de las puras esencias, estas cuestiones no determ inan
ningún dram a, y si el pecado encuentra lugar en ellas, es
a título de concepto. Ahora bien: no hay nada de patético
en los conceptos. Pero, observa ju stam en te Kierkegaard,
desde que la libertad interviene, con lodo lo irracional que
le es anejo, las cosas no son ya tan simples, ni son posibles
la sangre fría y la tranquila seguridad de la especulación
desconectada de lo real y de la vida. De hecho, todos los
problemas de existencia son apasionantes, y la pasión que
determinan no es otra cosa que el drama de una libertad
que debe ejercerse en el riesgo y en la angustia. Eso es tam
bién lo que puede explicar el lugar y el papel que des
empeñan las ideas de pecado, de culpabilidad y de caída
en las doctrinas existencialistas. Estas ideas, en efecto, que
son aqui realidades vividas, se imponen con una especie de
fatalidad desde que uno se aplica a lo concreto existencia!:
form an cuerpo, de hecho, con la idea de libertad, y también
Kierkegaard lo ha establecido am pliam ente en los m aravi
llosos análisis del Tratado de la desesperación, enlazando
la angustia con el nacim iento de la libertad.
A hora bien: de lodos estos análisis, ¿cómo no había de
haber nada aprovechable? Comprometida por una concep-
luali/ación que oculta su verdadero sentido, la libertad exis-
tcncial de Jaspcrs, de Sartrc y de Hcidcggcr nos parece
enriquecida por una profunda verdad, que trataremos de
destacar y cxplicitar. Sin duda, hará falta para ello pasar
por la mediación abstracta de un concepto de "el hombre
en general", admitir el valor de una noción universal y
necesaria de la "naturaleza hum ana", que es lo absoluto
respecto al cual apreciamos el valor del hom bre y deter
m inam os la significación m oral de las situaciones exislen-
ciales que se nos presentan, con la ayuda de análisis de una
Conclusión 405
riqueza y de una profundidad realm ente admirables. Pero
si esto quiere decir que, para nosotros, en efecto, la esencia
precede lógicamente a la existencia, hay que entender, sen
cillamente, que el hombre no llega a ser tal hombre más
que sobre la base de una naturaleza que prim eram ente le
define. Hay aqui una evidencia que nada autoriza a recusar,
y J.-P. Sarlre mismo, como se ha visto, no cesa de invo
carla a despecho de sus principios.
Sin embargo, Sartre objeta en contra (O: "¿qué puede
ser la naturaleza de un hom bre, fu era de lo que es concre
tam ente en su existencia presente?" Cierto que no hay na
turaleza hum ana "fuera" de los sujetos concretos que la
realizan bajo form a singular. Pero, en ese sujeto mismo,
existe, a la vez, com poniendo una totalidad concreta, lo que
lo hace hombre (y no caballo o m anzano) y lo que le hace
tal hombre.
Añadamos que es eso mism o lo que, en otro sentido,
nos autoriza también a decir que la existencia precede a la
esencia; es a saber, en cuanto que el ser singular y concreto
puede y debe, sobre la base de la naturaleza que le define,
realizar, al existir, es decir, “existir”, en sentido activo, su
esencia individual Cada hom bre tiene que realizarse a si
mismo, tiene que darse, por su libre esfuerzo, la existencia
concreta que hace de él este hombre. El ser que es—contra
riamente a lo que afirm a Sarlre (7)—no se agola todo entero
en ser, porque su existir es siem pre rebasado por su esen
cia hum ana; es, en cierto modo, siempre m ás de lo que
existe, en cuanto que su naturaleza envuelve todo lo que el
deviene concretamente. No puede existir más que en el in
mclafísicos.
tal como es y en lo que tiene de realmente
cxiFlLnciaí (por donde exceptuamos, en la obra de J.-P. Sar-
lodo lo que es construcción abstracta y teoría pura), el
%xlstencialismo se nos presenta como un método d ” 'ffís ic o
miento, orientado hacia un dominio propiamente ’
cuyo estimulo profundo sufre p o r delante y p o r detrás, bajo
Conclusión 417
forma de moción y de atracción, pero en el que no puede
entrar, porque se ha cerrado su acceso p o r sus propios prin
cipios. Pero, para el m eta físico, todas las experiencias que
establecen los pensadores cxislcncialcs son particularm ente
preciosas, ricas en significación y alcance. A bren la vía a una
investigación destinada a definir a la vez las condiciones
absolutas de un obrar auténticam ente hum ano y la finali
dad última del hombre. No solamente pueden ser revelado
ras del sentido profundo de la existencia y del valor de esa
libertad que hace del hom bre el artífice de su propio des
tino, sino que también ponen de m anifiesto la finitud esen
cial del existente y su dependencia, en la existencia misma,
que es participada, de un Existente sin el cual ni la exis
tencia, ni su impulso fundam ental hacia más allá de su
finalidad serían inteligibles.
Todo esto es cuanto, según creemos, se puede descubrir
en Kierkegaard y en Nietzsche, en Heidegger y en Sartre, en
Jaspers y, especialmente, en Gabriel Marcel. Si hay una
verdad que se desprenda de todas estas obras, para las cua
les "el pensam iento m ctafísico se capta a sí mismo y se
define in concreto en el dram a y a través del drama" (18),
es, ciertamente, la de la exigencia absoluta de superación
que agita al corazón del hombre, y, en la im potencia en que
se halla—al conocerse finito— de completarse a si mismo por
si solo, la necesidad que tiene de abrirse a esa Trascenden
cia, de la que todo en él, como todo en el universo, y el uni
verso lodo, está suspendido. Porque es cierto, como dice Sar
tre, que la aspiración que m ejor define al hom bre es el deseo
de ser Dios, aserción que rem edia la antigua fórm ula que
afirm aba que "todos los seres quieren asem ejarse a.D ios”.
n
418 Las doctrinas existenciahstas
Si esta verdad es representada c im itada m ás bien que ex
presada en el existencialismo, con frecuencia incluso bajo
una form a que la traiciona (y, como tal, nosotros creemos,
en efecto, que sólo puede imitarla), nada puede im pedir que
esta verdad trabaje, aun desconocida o negada, y en virtud
de su propia fuerza, para reconquistar su verdadero rostro
y para recuperar la p lenitud de su sentido. El existencialis
mo contemporáneo aparecerá quizá, en fin de cuentas, como
la corriente filosófica que ha puesto plenam ente de m ani
fiesto esta necesidad y esta exigencia de Dios, que es la
verdad m ás fundam ental y pro fu n d a y, en resum en, por
que todo se reduce a ella, la única verdad del hombre.
APÉNDI CE
LA F E N O M E N O L O G Í A
LA “ EPOJÉ“ FENOMENOLÓGICA
TI
LA REDUCCION BIOETICA
III
LA ESENCIA Y LA EXISTENCIA
IV
. (4) J.-P. SARTRE (EN, págs. 288-291), muestra que Husserl no pue
de evitar el solipsismo. Porque, si el ser se reduce a una serie de sig
nificaciones, el único lazo concebible entre mi ser y el de otro es el del
conocimiento. La existencia de otro, como la del mundo, no es nada
que el conocimiento que yo tengo de él.
430 L as doctrinas existencialistas
cías, y todos los problemas, según ella, se reducen a definir
las esencias: la esencia de la percepción, la esencia de la
conciencia, por ejem plo. Pero la fenomenología es tam bién
una filosofía que coloca nuevam ente las esencias en la exis
tencia, y no piensa que se pueda com prender al hombre y.
al m undo más que partiendo de su “facticidad”. Es una
filosofía trascendental que deja en suspenso, para compren
derlas, las afirm aciones de la actitud natural, pero es tam
bién una filosofía para la que el m undo está siempre "ya
ahí" antes de la reflexión, como una presencia inalienable,
lodo el esfuerzo de la cual consiste en volver a encontrar
ese contacto ingenuo con el m undo para darle, por fin, un
estatuto filosófico" (5).
La reducción cidética, en efecto, no puede llevarse a cabo
por completo, y la cuestión que Husscrl no ha cesado de
plantearse a sí m ism o acerca de la posibilidad de acabar
la reducción señala m uy bien la fatalidad del fracaso. La
razón profunda de este fracaso es que, aunque nosotros ha
gamos con todo el rigor que se quiera la puesta entre pa
réntesis de la existencia, estamos en el mundo, y "nuestras
reflexiones ocupan un lugar en el flujo temporal que ellas
intentan captar". N ingún pensam iento (a no ser el del Es
píritu absoluto, que nosotros no somos, puesto que nuestra
reducción sigue siendo problem ática) puede abarcar todo
nuestro pensamiento. Husscrl, en los escritos inéditos que
ha dejado, observa que "la filosofía es un comienzo per
petuo". ¿Qué quiere decir esto, sino que ¡a reflexión radical
es necesariamente conciencia de depender de una situación
que condiciona p o r completo lodo esfuerzo para captarse a
si misma? Así "lejos de ser, como se ha creído, la fórmula
(5) M. MLRLLAU-PONl'Y, P h é n o m é n o lo g ie de la P e r c e p tio n , Paria,
Gallimard, 1945, pág. il.
Conclusión 431
de una filosofía idealista, la reducción fenom enológica es la
de una filosofía existencia!: el “In-der-W elt-S ein” de Hei-
degger sólo aparece sobre el fondo de la reducción fenom e
nológica" (6).
Por eso mismo, la Fenom enología renuncia a la ambición
de explicitar un ser previo, como lo intentan, sin resultado,
las ontologías clásicas. Se asoma a un m undo que es pro
piam ente fundameniación del ser, realización de su verdad.
Sin duda, podría objetarse que haría falta aún determinar
cómo es posible esta realización, y que así nos veríamos en
viados de nuevo a un m undo de posibles, o de esencias, o
a una Razón preexistente al universo de las existencias.
Pero, responde Merleau-Ponty, "el único Logos que préexis-
te es el m undo mismo, y la filosofía que le hace pasar a la
existencia m anifiesta no comienza por ser posible: es actual
o real, como el m undo de que form a parte, y ninguna hi
pótesis explicativa es más clara que el acto mism o por el
que lomamos de nuevo este m undo inacabado para inten
tar totalizarlo y pensarlo... El m undo y la razón no son pro
blema: digamos, si se quiere, que son m isteriosos; pero ese
misterio los define; no puede existir el problem a de disipar
lo mediante alguna "solución" ; está más acá de las solu
ciones. La verdadera filosofía consiste en reaprender a ver
el mundo, y, en este sentido, una historia referida puede
significar el m undo con tanta "profundidad" como un tra
tado de filosofía. Nosotros tomamos en la m ano nuestra
suerte, nos hacemos responsables de nuestra historia por la
reflexión, pero también por una decisión en que comprome
temos nuestra vida, y en ambos casos se trata de un acto
violento que se comprueba al ejercerse" (7).
(6 ) Q>td., pág. 9.
(Ti I b td ., p á g s . x v - x v i . M . MFRFFAU-PONTY o b s e r v a q u e e s t a f ó r m u -
432 Las doctrinas existencialistas
D e m odo que se puede decir que "la fenom enología, como
revelación del m undo, reposa sobre sí m ism a °i tam bién, se
basa en sí misma" (7). Siempre inacabada, porque la i11*6-
rrogación que se dirige a sí misma es realm ente infinita, su
m archa incoativa, que significa que no sabrá nunca adonde
va, no es la señal de un fracaso, sino, por el contrario, la
form a m ism a del progreso, que es revelar progresivamente,
sin esperanza de poderlo agolar, el doble misterio solidario
deI mundo y de la razón (8).
E
- ’ s, 'A rtfia u d , 1^48, p a g s . 3 7 -7 0 ), u n e s tu d io p e r f e c t a m e n t e c la r o so b re
s’ r e la c io n e s d e la X 'e n o m e n o lo g ia y e l e x is le n c ia lis lo , e n q u e la
d o c tr i n a d e l l u s s e r l e s p r e s e n t a d a e n s u g é n e s is y s u d e s a r r o l l o h is tó
ric o , m ie n tr a s q u e n o s o tr o s s ó lo la h e m o s e x p u e s to e n f u n c ió n
M édilations carlésiennes.
IN D IC E D E N O T A S C R IT IC A S
ACTO Y —-Discusión
p o t e n c ia , d e l p u n ió d e vista d e S„ 202 (4 4 ), 207 (53),
220 ( 68 ).
AMOR fati.—Libertad y —, 79 (10).
Angustia.—La — c o m o e se n c ia d e l D a s e in , 111 (3 9 ).
y el — ,
A t e ís m o .— H . 163 (125).
El — S., 1 9 2 (3 0 ), 193 (3 1 ), 2 1 4 ( 6 1 ) , 2 2 3 (7 2 ), 2 5 0 (105).
T r a s c e n d e n c i a y — e n J ., 3 4 2 ( 9 5 ) .
Autenticidad.— Critica de la no ció n de — , 97.
Cipha.—Noción, 3 4 6 (103).
Discusión d e la teoría d e la — , 357.
28
434 Indice de notas criticas
C reación liX n ih il o .— D is c u s ió n d e l p u n t o d e v is ta d e S., 192 ( 3 0 ) , 251.
D a s k in .— E q u iv o c o d e la E oción de — . 92 (8).
DESEO DF. s é h .— E l — c o m o e s e n c ia del h o m b r e , ( S .) , 268 (123).
D io s,— D is c u s ió n d e la p o s ic ió n d e H ., 162.
D i s c u s i ó n d e la p o s i c ió n d e S., 2 1 4 , 2 1 7 , 249.
E lección .— L ib e r ta d y — , 261.
E n - s í .— Vid a Ser.
E sencia .— E x is te n c ia y — , 17-29.
E x is t e n t e .— N o c ió n d e l e x is te n te b r u t o (H .), 95.
F enómeno .— V é a s e Ser.
H ÉRO ES DE LO negativo ,— P r i v i le g i o s de los — , 345 (101'
O n t ic o . —Vide Ortológico.
Los postulados de la ontología de S.. 185 (20), 197 (37),
O n t o l ó g i c o .—
221 (69), 241.
PARA si.—Véase Conciencia.
P e c a d o .— Discusión del punto de vista de H. sobre el — , 146) (81).
PECADO o r i g i n a l .— Posición de H ., 118 (52).
P erso n a . —H. ignora las relaciones Interpersonales, 155.
F,l punto de vista de S., 224, 252 (107).
P osible.—Noción del posible en Sartre, 214.
P o t e n c i a .— Véase Acto y Potencia.
Páginas
INJROOUCCION . . .7
Capitulo p r im e r o .— K l e r k e g a a r d . . . . .... 31
C a p itu lo II.— N le tz s o h e . . . . . . . . 69
1. Pensamiento y e x is te n c ia . . . . .70
2. Verdad y valor. . . . . . . . . . 72
3. L a a n g u s t i a c x is tc n c i a l ..................... 75
4. La religión y la moral nuevas .77
Capítulo p r im e r o . —H e id e g g e r y Sartre . 87