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FACULTAD DE CIENCIAS
SOCIALES
Hacia la mitad del siglo V de la era antigua, surge en Atenas por primera vez la
democracia como una alternativa de organización política. Se rompe lo que
hasta ese momento parecía una antítesis cerrada: Oligarquía o tiranía. La brisa
democrática se extiende con fuerza y rápidamente alcanza a cada rincón,
llevando las distintas manifestaciones de la cultura a su mayor expresión. La
escultura, el arte dramático, la arquitectura, la historia y, por cierto, la filosofía,
lograron desarrollos inigualados, que han sido fuente de sugerencia para todos
los siglos posteriores.
Atenas se encuentra en plena democracia alrededor de la Olimpíada 83, (algo
así como el año 444 a. C.), cuando llega a la ciudad el sofista Protágoras.
Nacido en Abdera, había recorrido la Hélade como maestro itinerante por
décadas, y su fama era apreciable. Sensibles a la reflexión y las ideas, los
atenienses no disimulan su interés. Protágoras no los decepciona y en un
ambiente mejor preparado para escuchar que la verdad es eterna e inmutable,
expone provocativamente: El hombre es la medida de todas las cosas: De las
que existen, como existentes; de las que no existen, como no existentes,
(Fragmento I ).
De vuelta a los tiempos actuales, el matemático, físico y cibernético austríaco
Heinz Von Foerster, estima que una ilusión peculiar de nuestra tradición
occidental, reflejada en la noción de objetividad, consiste en pretender que las
propiedades de un observador no entran en la descripción de sus
observaciones, (1991, pág. 91). Este autor, a quien se reconoce como el
principal inspirador del constructivismo radical, de acuerdo ala expresión
acuñada por Ernst von Glasersfeld (1993), afirma: La objetividad es la ilusión
de que las observaciones pueden hacerse sin un observador, (Watzlaxvick y
Krieg, 1994, pág. 19).
Desde una mirada contemporánea, asumiendo los riesgos de toda
interpretación no consagrada, es posible afirmar que Protágoras fue el primer
constructivista. En un mundo cuya tradición intelectual se encamina más bien
hacia una concepción que daba por hecho la existencia de esencias
permanentes, irrumpe con una propuesta en la cual el hombre es el único
responsable de sus criaturas. Con una mirada que de paso anticipa la
ilustración, abandona toda autoridad externa, oráculos, mitos y leyendas
heroicas, para imponer los derechos del pensamiento. Expresa asertivamente
que nada de lo que sostiene surge por influencia divina: Yo dejo de lado, sea
en mis discursos, sea en mis escritos, toda cuestión que afecte a la existencia
o inexistencia de los dioses, (Teeteto, 162 d).
Pero Protágoras (lo mismo que otros sofistas), no pudo resistir en paso del
tiempo. Sus obras desaparecieron, y su prestigio fue arrastrado por la fuerza
incontenible de la literatura y la autoridad platónica. Incluso la palabra sofista,
que en el pasado había significado maestro de sabiduría y expresaba
reconocimiento y respeto, quedó reservada únicamente para denunciar las
posturas más alejadas a la defensa de la verdad. Todo sofista quedó
estigmatizado como un comerciante de apariencias, y con ello se extravió una
prometedora epistemología que disolvía la oposición sujeto-objeto.
Con mayor propiedad se fortalecieron e hicieron carrera otras orientaciones. La
ciencia positiva, por ejemplo, se propuso reconocer y comprender el mundo en
su carácter objetivo, independiente de lo humano. Es decir, llegar a un mundo
sin sujeto, libre de cualquier contaminación subjetiva. Sin embargo, al menos
desde comienzos de este siglo, han reaparecido con decisión las dudas sobre
la posibilidad de éxito de semejante empresa. Exiliar al sujeto es declarar
imposible la misma observación y el conocimiento. En el contexto de esta
tensión se inserta el constructivismo radical, con la atención puesta en la
interdependencia entre observador y mundo observado.
A estas alturas, veinticinco siglos después de Protágoras, ya no puede
hablarse con el mismo candor de una realidad objetiva, independiente del
observador, igual para todos, anterior a la experiencia. Todo lo contrario: La
realidad aparece como el producto de nuestras percepciones y del lenguaje
como el resultado de la comunicación entre las personas. Se construye
socialmente. La ingenuidad epistemológica ha quedado acorralada. Ya no es
posible seguir sosteniendo una teoría del conocimiento según la cual el papel
del conocimiento es reflejar lo que de cualquier modo se encuentra allí, fuera
de nosotros.
Bajo estas nuevas condiciones, Von Foerster propone actualizar nuestro
diccionario:
Ciencia: El arte de hacer distinciones.
Constructivismo: Cuando la noción de descubrimiento es sustituida por la
de invención.
Observador: El que crea un universo, el que hace una distinción.
Objetividad: Creer que las propiedades del observador no entran en
las descripciones de sus observaciones.
Verdad: El invento de un mentiroso.
(Watzlawick y Krieg, 1994, pág.32).
El mundo ahora no es otra cosa que la construcción de un observador.
Cualquier investigación cuidadosa respecto de una observación determinada,
remite inevitablemente a las cualidades del observador y sus interacciones con
otros observadores. La clásica distinción entre sujeto y objeto no se sostiene.
La objetividad ha quedado sepultada, la realidad es un resultado cuya autoría
es atribuible a los propios seres humanos: El hombre es la medida de todas las
cosas. Cuando Protágoras formula su concepción del hombre medida,
despierta expectación, inquietud y ciertamente rechazo. Abre una polémica,
como suele ocurrir con las ideas que no se ajustan a los lugares comunes que
tienen su audiencia asegurada. El más notable de sus críticos fue sin duda
Platón. El gran filósofo no tuvo inconveniente en valorar a Protágoras como
figura intelectual, pero se negó a reconocer la dimensión sociológica e histórica
de esta propuesta, reduciéndola a una exaltación de los sentidos y llevándola al
extremo del subjetivismo. Así hace hablar a Sócrates en uno de sus diálogos:
¿No es su opinión que las cosas son, con relación a mí, tales como a mí me
parecen, y con relación a ti, tales como a ti te parecen? Porque somos hombres
tú y yo, (Teeteto, 152 a).
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Cada persona fabrica su propio mundo y tiene idénticos derechos para
reclamar validez. No es posible establecer una verdad, no es posible hacer
ciencia, aparece la semilla del solipsismo. Sin embargo, buena parte de la
interpretación especializada se aparta de esta posición más estrecha y
psicologista, y se inclina a ver en esta frase a un pensador social. Wilhelm
Nestle, recurriendo a un análisis técnico a propósito de la traducción y el
sentido de las palabras en el ambiente cultural de la Hélade, sostiene que
debemos entender hombre en sentido colectivo y cosas en sentido de cualidad.
Propone traducir adecuadamente la proposición como: El hombre es la medida
de toda validez (cualidad), (1987, pág. 1 18).
De este modo el énfasis esté puesto en los fenómenos de grupo, en las
instituciones y en la cultura, y no en la simple existencia de ciertos objetos
porque una subjetividad incontrarrestable les da vida.
Paul Watzlawick recoge esta problemática creando una diferenciación entre
una realidad de primer orden y una realidad de segundo orden. Conforme a
esta distinción están por una parte los objetos con sus propiedades puramente
físicas, y por otra el sentido, el significado y el valor que les atribuimos, (1981,
pág. 149). En este segundo nivel no existen ya criterios objetivos. La realidad
de segundo orden es más bien el resultado de procesos de comunicación muy
complejos, (1992, pág.60).
Así, para Protágoras, por ejemplo, cada pueblo puede darse sus propias leyes
y definir a través de ellas lo que juzga bueno y malo, sin estar necesariamente
obligados por las tradiciones o la autoridad de los dioses. Cuando a solicitud de
Pericles redacta la constitución de la colonia de Turios, en el sur de Italia,
establece con cargo al Estado la instrucción escolar de los hijos de todos los
ciudadanos, generando un nuevo concepto sobre la responsabilidad en la
educación, y en ultimo término una nueva realidad. Para Watzlawick, en tanto,
todo el pensamiento teórico resulta afectado y surgen implicaciones para los
intento por ofrecer respuestas para resolver los problemas psicológicos y
sociales. Ahora la locura, los conflictos de pareja o la simple mala intención,
dejan de tener base en las propiedades del individuo, y comienzan a ser el
resultado de realidades incompatibles de segundo orden. De un enfoque
causal, lineal y monádico, pasamos a uno de tipo interaccional, circular y
sistémico. Del telégrafo a la orquesta.
Sabemos, dice Watzlawick, que una especie de realidad real no será jamás
accesible. Vivimos únicamente con interpretaciones y con imágenes, que
aceptamos ingenuamente como objetivamente reales . Resulta insostenible
cualquier pretendido saber a propósito de una realidad objetiva, y la
consecuencia que se sigue casi silogísticamente de ello, en cuanto a que sólo
las personas mentalmente sanas perciben correctamente el mundo y viven
adaptadas a la realidad. Normalidad y anormalidad no surgen de un universo
de esencias inmutables, sino de distinciones y parámetros creados
socialmente.
En términos generales, en el devenir cotidiano, los hombres no son conscientes
de estos procesos de construcción de realidad. La epistemología del sentido
común se asienta firmemente en la suposición de que la realidad existe en
forma independiente de toda influencia humana. Con orden, con sentido y con
estabilidad, lo que permite que sea accesible y predecible para todo aquel que
razona correctamente. Pero esta suposición no cuenta con las simpatías del
constructivismo, que prefiere tomar la dirección exactamente opuesta.
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Expresado de manera muy sucinta, el constructivismo moderno analiza
aquellos procesos de percepción, de comportamiento y de comunicación, a
través de los cuales los hombres forjamos propiamente, y no encontramos -
como ingenuamente suponemos - nuestras realidades individuales, sociales,
científicas e ideológicas, (Watzlawick, 1992. pág. 123).
Se trata de una epistemología del observador. Centrada en la pregunta ¿cómo
conocemos? y no ¿qué conocemos? Sostiene que lo que conocemos resulta
del observador y no de lo observado, y que es el lenguaje el que genera la
noción de objetividad. No es extraño, entonces, que un creciente número de
autores, como Gregory Bateson, Jean Piaget, Lev Vygostki, Humberto
Maturana, Francisco Varela y otros, puedan ser ubicados bajo la designación
genérica (y muy amplia) de constructivistas.
Finalmente, el supuesto más preciado del sentido común queda reducido a una
sencilla tautología: Si se reflexiona sobre el tema, está claro que algo es real
tan sólo en la medida en que se ajusta a una definición de la realidad. Si
utilizamos una definición extremadamente simplificada, pero útil, lo real es
aquello que un número suficientemente amplio de personas ha acordado definir
como real, (Watzlawick y otros, 1986, pág. 121). O como se expresa en otro
lugar: Real es, al fin y al cabo, lo que es denominado real por un número
suficientemente grande de hombres. En este sentido extremo, la realidad es
una convención interpersonal (Watzlawick, 1992, pág. 17).
Watzlawick utiliza un singular grabado medieval en el cual se observa un
hombre que luego de un largo caminar alcanza el fin del mundo. Lleno de
júbilo, parado exactamente en el límite de lo interior y lo exterior, se convierte
en un observador privilegiado, con una perspectiva propia de los dioses. Puede
ver desde fuera el mundo tal como es, la verdad pura, objetiva, sin
contaminación de ninguna especie. Una pretensión reiterada en la historia,
pero tan peregrina como la anécdota del Barón de Münchhausen, en la cual
tomándose firmemente de su coleta, se levanta a si mismo por los aires (y a su
caballo firmemente apretado entre sus rodillas), salvándose de morir ahogado,
(1992, cap. 10).
Una nueva mirada sobre el mito de la caverna de Platón nos permite advertir
que expresa la misma sentida pretensión. Desprendiéndose de las cadenas
que los atan a un mundo de apariencias, los hombres que sólo conocen las
sombras que se proyectan en el fondo de la caverna, pueden ascender hasta
los confines del mundo inteligible y encontrar allí la idea del Bien, de donde
emana toda rectitud, belleza y verdad, (La República. 517 b-c). No más
ignorancia, prejuicios o supersticiones, únicamente la luz clara de la verdad.
En el otro extremo, la litografía de 1956 del artista holandés M. C. Escher,
Galería de Cuadros, nos muestra un joven que tiene frente a sus ojos un
cuadro del cual forma parte. Un cuadro que contiene al propio observador,
negándole su identidad, porque no le deja un espacio exclusivo en la medida
en que no es posible trazar un límite. En este caso tenemos un observador que
no es independiente de la situación en la que se encuentra. Está comprometido
con ella, es parte de ella Observador y mundo observado no admiten una
separación, están unidos, uno define al otro. Cosa parecida ocurre en la obra
Manos Dibujando de 1948, en la que aparecen dos manos que se dibujan
recíproca y simultáneamente. Una imagen de la autorreflexividad: El hombre
como sujeto y objeto.
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Éste es el propósito del constructivismo radical, dejar de lado pretendidas
verdades idénticas para todos, inmutables y eternas; y tratar con el mundo de
la experiencia, como la única realidad a la que tenemos acceso.
Hay todavía una cuestión de la mayor importancia. Cuando la verdad está
establecida y tiene sus intérpretes legítimos, es fácil denunciar, corregir y hasta
castigar el error. No se precisan discusiones, ni difíciles acuerdos. La verdad se
atribuye todos los derechos y no pide ningún salvoconducto para imponerse. La
tentación de estar en posesión de la verdad ha sido con frecuencia fuente de
intolerancia, y en ocasiones con dramáticas consecuencias. No es pura
literatura cuando Albert Camus afirma que los responsables de hacer correr
más sangre, son los mismos que creen estar en posesión del derecho, la lógica
y la historia.
La opción constructivista, al rechazar la posibilidad de una verdad única, lleva
consigo una declaración en favor de la diversidad y la tolerancia. Protágoras y
los sofistas de su época, fueron sistemáticamente acusados de promover el
escepticismo y la desesperanza, partiendo seguramente del supuesto que la
seguridad sólo puede lograrse a partir de una verdad firmemente establecida.
Pero los sofistas no estaban por un mundo simple, ni mucho menos definido
desde fuera de su experiencia. Ellos deliberadamente querían romper la textura
uniforme y coherente de la mirada única, que cierra el paso a otras alternativas,
y legitima. la diversidad y el desacuerdo.
Protágoras afirmaba: En todas las cosas hay dos razones contrarias entre sí,
(Fragmento 6). Respecto de cada situación pueden hacerse distintos
argumentos, a favor y en contra. Nada nos amarra si podemos dar una nueva
mirada y lograr un nuevo enfoque. Con ello no sólo afirma la potencia del
pensamiento creativo, sino que refleja una dimensión profunda de la libertad
humana. Con todo, esto implica la mayor responsabilidad. Las diferencias son
precisamente el punto de partida para los conflictos, y sabemos que éstos
pueden llevar a la desintegración social sino se manejan bien. Los seres
humanos deben encontrar los medios para generar realidades comunes,
compartidas, dentro de márgenes aceptables de convivencia. En un marco
suficientemente amplio como para garantizar el respeto a las diferencias y su
expresión. De este modo surgió la retórica, (el arte de persuadir, la techné del
buen decir, de la elocuencia), como el recurso clave que hace posible
concretamente el ejercicio de la diversidad en el contexto de un proyecto social
compartido.
La exaltación de la persuasión, tan propia de los sofistas, y tan mal
comprendida, supone desde el comienzo una renuncia a cualquier forma de
imposición, dejando el camino abierto a la influencia recíproca. La persuasión
no es otra cosa que una modalidad de la influencia social en la que se incluye
una propuesta, el equivalente de una oferta de sentido, que puede ser
aceptada o rechazada. Se asegura de este modo la condición básica para una
eventual elección, en tanto queda garantizada la presencia de diferentes
opciones. Es un mecanismo ciertamente superior a la coacción y al exterminio,
que busca la creación de realidades compartidas en uso de la libertad y la
posibilidad de elegir, (López, 1995).
El constructivismo contiene una ética de la convivencia, en cuyo centro se
encuentra la tolerancia. Cuando nadie puede sentirse autorizado para
pretender la mirada correcta, y cuando el diálogo y la discusión están por
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encima de la imposición, entonces tenemos un fundamento para el necesario
respeto que exige la convivencia social.
Paul Watzlawick pone a la vista las implicaciones éticas que tiene el
constructivismo: La historia de la humanidad enseña que apenas hay otra idea
más asesina y despótica que el delirio de una realidad real (entendiendo por
tal, naturalmente, la de la propia opinión), con todas las terribles consecuencias
que se derivan con implacable rigor lógico de este delirante punto de partida.
La capacidad de vivir con verdades relativas, con preguntas para las que no
hay respuesta, con la sabiduría de no saber y con las paradójicas
incertidumbres de la existencia, todo esto, puede ser la esencia de la madurez
humana y de la consiguiente tolerancia frente a los demás. Donde esta
capacidad falta, nos entregamos de nuevo, sin saberlo, al mundo del inquisidor
general y viviremos la vida de rebaños, oscura e irresponsable, sólo de vez en
cuando con la respiración aquejada por el humo acre de la hoguera de algún
magnífico auto de fe, o por el de las chimeneas de los hornos crematorios de
algún campo de exterminio, (Watzlawick, 1992, pág. 122).
De Protágoras a Watzlawick, a lo largo de los siglos, hay un hilo de
continuidad. El constructivismo no es sólo una epistemología de lo técnico,
también lo es de lo práctico. Tal vez no sea trivial insistir en que la concepción
del hombre medida surgió precisamente en momentos en que la democracia
griega se encontraba fuerte y saludable.
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Constructivismo Teresa López de la Vieja de la Torre
Universidad de Salamanca
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motivos y demandas subjetivas, pero terminarán por acatar ciertas reglas
compartidas, para facilitar el entendimiento mutuo. Por eso mismo, porque
están deliberando sobre cuestiones que les atañen, querrán evitar las
contingencias del lenguaje natural. Entonces habrán de construir argumentos
racionales, para articular sus intereses y opiniones, por dispares que éstos
sean. Así entra en escena el lenguaje básico, construido paso a paso y como
base de acuerdo para tratar problemas de todos los campos y disciplinas.
Ese nuevo lenguaje sirve también de puente entre teorías científicas y
teorías filosóficas. El vocabulario básico es, por tanto, tanto el instrumento
como el resultado óptimo de una investigación interdisciplinar o de un "saber
infradisciplinar". Por todo ello, en el Constructivismo la Filosofía se define
como "protociencia" o como investigación crítica de los fundamentos. Su
función consiste principalmente en reconstruir aspectos básicos para el
conocimiento y para la acción: (1) mediante fundamentos pragmáticos, (2) un
tipo de argumentación rigurosa, (3) un uso racional del lenguaje .
(2) El pensamiento metódico acentúa esa idea de acción siempre guiada por
reglas. El procedimiento aparenta ser bastante complejo, pero, al final, debe
ser accesible para todos los agentes racionales. Puesto que sirve para
organizar la deliberación y la acción, este método ayuda a recuperar la
unidad entre el pensamiento y la vida. Por lo tanto, la argumentación racional
desempeña un papel central en esa síntesis entre lo teórico y lo práctico. En
realidad, las normas ayudan a discutir sobre algo que es o ha sido importante
en la vida de los agentes, puesto que forma parte de sus intereses y de sus
preocupaciones vitales. Por este motivo, porque en el fondo están las
cuestiones prácticas, el procedimiento ha de avanzar sólo paso a paso, con
la ayuda de un lenguaje básico, que evite los elementos más ambiguos y los
malentendidos. Este, el lenguaje básico resulta útil precisamente cuando los
agentes discuten sobre los medios adecuados para conseguir determinados
fines o cuando tratan de fijar las reglas para la argumentación sobre sus
problemas. El Constructivismo enfatiza esa necesidad de una base común y
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de un vocabulario claro para argumentar de forma correcta. Esto implica lo
siguiente: al comienzo habrá que introducir predicados según reglas (termini
), partículas que sirvan para unir enunciados (particulas lógicas), nuevos
predicados (definiciones). Es decir, el procedimiento creará una base de
sentencias elementales. En las sentencias no elementales habrá también
reglas para organizar el diálogo entre proponente y oponente: el proceso
argumentativo se inicia cuando el proponente introduce una tesis (regla de
inicio), cada participante puede atacar la sentencia de otro o defenderse de
un ataque (regla general ) y, si el oponente no consigue defender su
propuesta, ganará el proponente (regla ganadora ). Por tanto, sólo se
considerará "verdadera" aquella proposición que no puede ser refutada en el
transcurso de procedimiento argumentativo. El resultado es una versión
dialógica de la verdad: aunque el juego dialógico es sólo un procedimiento,
es también un instrumento para investigar los diálogos reales y para
determinar que algo era verdadero o falso. Según P.Lorenzen, "construir" no
significa tan sólo llegar hasta convenciones sintácticas, sino que implica la
validez de las normas.
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funcionando como metalenguaje, ¿cómo alcanzar la certeza metódica sin
recurrir a un lenguaje real? La respuesta es la siguiente: haciendo como
"como si" no existiera el barco, exactamente igual a como lo haría el naufrago
que ha de construir su balsa o su barco en mar abierto. Los predicados
funcionan en modo análogo a las tablas salvadas del naufragio, paso a paso
van mejorando nuestro principal instrumento para conocer de acuerdo a las
reglas de la racionalidad. Es decir, determinadas reglas sirven para asegurar
metódicamente el uso de los predicados. Reglas, partículas lógicas, paso a
paso, irán forjando una sintaxis del habla racional. Mediante ésta, lograremos
distinguir el lenguaje ordinario y el lenguaje que desearíamos hablar, un
lenguaje crítico, introducido metódicamente.
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para la acción. El Constructivismo amplia de esta manera los procedimientos
de la razón teórica hacia el campo de lo moral y de lo político, por considerar
que es posible una argumentación práctica metódica. Justificar normas quiere
decir dar argumentos de acuerdo con metanormas. La "verdad" implica que es
posible la justificación de las normas. Al discutir sobre asuntos prácticos,
formulamos una consulta práctica, hacemos propuestas de acción,
construimos argumentos, alcanzamos un acuerdo entre aquellos agentes que
se verán afectados por las normas. Por tanto, el razonamiento práctico ha de
incluir también algún tipo de procedimiento, avanzando paso a paso, sin
circularidad, atendiendo a la construcción terminológica, elaborando
argumentaciones a favor y en contra con objeto de concluir en la justificación
de las normas. De un modo análogo a lo que ocurre en la razón teórica.
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asemeja al método dialéctico, en su ir y venir desde lo fáctico hasta lo
normativo, de las normas a su origen. P.Lorenzen definía este complejo y
brillante procedimiento - para lo teórico y lo práctico, para normas y para
hechos, para la acción individual y para la cooperación, para la Ciencia y la
Filosofía - de la manera siguiente: "Nuestro esbozo de las reglas de una
argumentación racional no ha sido otra cosa que el esbozo de una génesis
normativa de los medios lingüísticos para la argumentación teórica y
práctica".
BIBLIOGRAFIA
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