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8.

El segundo proceso de
individuación de la adolescencia*
BLOS Peter (1967) "El segundo proceso de individuación de la
adolescencia " en: BLOS (1979) La transición adolescente
(traducción: Leandro Wolfson) Buenos Aires, Amorrortu, 1981,
pp 118-140
Los procesos biológicos del crecimiento y la diferenciación
en el curso de la pubertad producen cambios en la estructura y
funcionamiento del organismo. Estos cambios tienen lugar se- A
gón un orden de secuencia típico, llamado "maduración".
También los cambios psicológicos de la adolescencia siguen
una pauta evolutiva, pero de distinto orden, ya que ellos ex-
traen su contenido, estimulación .. meta y dirección de una
compleja interacción de choques internos y externos. A la
postre, lo que se observa son nuevos procesos de estabilización
y modificaciones de las estructuras psíquicas, resultados ambos
de los acomodamientos adolescentes.
Los tramos críticos del desarrollo adolescente se hallan en
aquellos puntos en que la maduración puberal y el acomoda-
miento adolescente se intersectan para integrarse. Desde una
perspectiva clínica y teórica, he denominado a estos tramos
"las fases adolescentes" (Blos, 1962). Ellas son los hitos del de-
sarrollo progresivo, y cada una está signada por un conflicto
especifico, una tarea madurativa y una resolución que es con-
dición previa para pasar a niveles más altos de diferenciación. / /
Más allá de estos aspectos típicos de las fases adolescentes, po-/
demos reconocer en la reestructuración psíquica un hilo común
que recorre la trama íntegra de la adolescencia. Este infaltable
componente se manifiesta con igual pertinacia en 1a preado-
lescencia y en la adolescencia tardía. Aquí lo conceptualizare-
mos como "el segundo proceso de individuación de la ado-
lescencia". En mis estudios anteriores he destacado repetidas
veces la heterogeneidad de las fases en lo tocante a posiciones y
movimientos pulsionales y yoicos; ahora vuelvo mi atención a
un proceso de orden más general,·quecon igual dirección y me-
ta se extiende, sin solución de continuidad, a lo largo de todo el
período de la adolescencia.
Si el primer proceso de individuación es el que se consuma
hacia el tercer año de vida con el logro de la constancia del self
y del objeto, propongo que se considere la adolescencia en su
conjunto como segundo proceso de individuación.! Ambos pe-
B
• Publicado originalmente en Thc PSIJChoanalytlc Study of the Child. \'ol. 22.
págs. 162-86. Nueva York: Intemational Universi.ties Press, 1967.
l. Al hablar de un segundo proceso de indhiduación en la adolescencia. se en-

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nodos comparten la mayor vulnerabilidad de la organización
de la personalidad, asl como la urgencia de que sobrevengan
en la estructure pslqulca cambios acordes con el impulso ma-
durativo. Por último, aunque-esto no es menos importante que
lo anterior, cualquiera de ellos que se malogre da lugar a una
determinada anomalla en el desarrollo (psfcopatologla) que
corporiza los respectivos fracasos en la individuación. Lo que
en la infancia significa "salir del cascarón de la membrana sim-
biótica para convertirse en un ser individual que camina por si
oolo'' (Mahler, 1963), en la adolescencia implica desprenderse
de los lazos de dependencia familiares, aflojar los vinculas ob-
jetales infantiles para pasar a illtegrar la sociedad global, o,
simplemente, el mundo de los adultos. En términos metapsico-
lóglcos, diriamos que hasta el fin de la adolescencia las repre-
sentaciones del self y del objeto no adquieren estabilidad y li-
mites firmes, o sea, no se toman resistentes a los desplazamien-
tos de investiduras. El superyó edípico -en contraste con el su-
peryó arcaico- pierde en este prQCe$0 ~go de su rigidez y de
su poder, en tanto que la institución narcisista del ideal del yo
cobra mayor prominencia e influencia. Así, se interioriza más
el manteuimiento del equilibrio narcisista. Estos cambios
estructurales hacen que la constancia de la autoestima y delta-
lante sea cada vez más independiente de las fuentes exteriores,
o, en el mejor de los casos, más dependiente de fuentes exte-
riores que el propio sujeto escoge.
La desvinculación respecto de los objetos -de amor y de
odio- interiorizados abre el camino en la adólescencia al
hallazgo de objetos de amor y de odio ajenos a la familia. Esto
es lo inverso de lo acontecido en la niñez temprana, durante la
fase de separación-individuación; en ella, el niño pudo sepa-
rarse psicológicamente de un objeto concreto, la madre, mer-
ced a un proceso de interiorización que poco a poco facilitó su
creciente independencia respecto de la presencia de aquella, de
sus socorros y de su suministro emocional como principales re-
guladores (si no los únicos) de la.homeostasis psicolisiológica.
El pasaje de la unidad simbiótica de madre e hijo al estado de
separación respecto de ella está signado por la formación de fa-
cultades reguladoras internas, promovidas y asistidas por
avances madurativos -en especial motores, perceptuales, ver-
bales y cognitivos-. En el mejor de los casos, el proceso es pen-
tiende que la fase de separaciOn de la infancia (en el sentido de Mar-
Mahler) DO est4 involucrada en este proceso de diferenciación pslquica, de més
alto nivel. La eq>erlencia primordial del "yo:• y el "no-yo", del self y el objeto,
no tiene una resonancia comparable en el desarrollo adolescente nonnal. Es tf-
pica· del adolescente psicótioo la regresión a esta última etapa; se la puede obser-
var en la sintomatología de la fusión y en fenómenos pasajeros de despenonall-
zadón durante la adoleooencta.

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dular, como .volvemos a observar en el segundo proceso de In-
dividuación: los movimientos regresivos y progresivos se alter-
nan, en Intervalos más cortos o més largos, dando al observa-
dor casual del niño la impresión de una maduración despro-
porcionada. Sólo si esa observación se practica a lo largo de
cierto periodo esté uno en condiciones de juzgar el comporta-
miento corriente del niño que empieza a caminar o del adoles-
cel)te tlpicos, a fin de evaluar si es normal o anómalo.
La individuación adotescente es un reflejo de los cambios
estructurales que acompañan la desvinculación emocional de
los objetos Infantiles interlorlzados. Este complejo proceso ha
ocupado durante un lapso el eentro del interés analftico. Hoy
ya resulta axiomético que si esa desvinculación no se logra con
éxito, el hallazgo de nuevos objetos amorosos fuera de la fami-
lia queda impedido, obstaculizado o limitado a una simple
réplica o sustitución. En este prooeso está intrlnsticamente en-
vuelto el yo. Hasta la adolescencia, el nil\o tenia a su alcance,
según su vol untad, el yo de los padres como una legítima exten-
sión de su propio yo; esta condición forma parte inherente de la
dependenCia infantU al servicio del control de la angustia y de
la regulación de la autoestima. Al desligarse, en la adolescen-
cia, de los vlnculos libidinales de dependencia, se rechazan as!-
. mismo los consuetudinarios lazos de dependencia del yo en el
periodo de latencia. Por ende, en la adolescencia observamos
una cierta debUidad relativa del yo, a causa de la intensifica-
ción de las pulsiones, asf como una debilidad absoluta por el
rechazo adolescente del apoyo yoico de los padres. Estos dos ti-
pos de debilidades. yoicas se entremezclan en nuestras observa-
clones cllnicas. El reconocimiento de estos elementos dispares
en la debilidad del yo adolescente· no sólo reviste interés teórico
sino utUidad préctlca en nuestra labor analftica. Lo Uustrate-
mos con un ejemplo.
Un muchacho en los comienzos de la adolescencia, atormen-
tado por la angustia de castración, tomó en préstamo de su
madre la siguiente defensa mágica: "Nada malo te pasará ja-
más mientras no ·pienses en ello'". La forma en que el mu-
chacho utilizaba el control del pensamiento al servicio del
manéjo de la angustia reveló estar constituida por dos compo-
nentes inextricablemente unidos: el componente pulsional, que
residia en el sometimiento masoquista del niño a la 'VOluntad y
al consejo de su madre, y el componente yoico, reconocible en
la adopción de ese recurso mágico para mitigar su angustia. El-
yo del niño se habla identificado con el sistema de control de
angustia de la madre. Al llegar a la pubertad, el empleo reno-
vado y en verdad frenético de ese recurso mégico no hizo sino
aumentar su dependencia de ella, señalando asf cuél era la úni-
ca vía que podla seguir su pulsión sexual: el sometimiento sa-

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domasoquista infantil. Al apelar a los procedimientos mágicos
de su madre, él se convertia en la víctima de la omnipotencia
de esta, compartiendo su falsificación de la realidad. La libfdi-
nización del sometimiento obstruía el desarrollo progresivo. El
recurso mágico sólo podfa llegar a ser algo ajeno al yo cuando
este hubiera ganado en autoobservación critica y en su examen.
de realidad. Dicho de otro modo: sólo despuo!s de reconocer la
angustia de castración v'inculad(l con la madre arcaica podfa
afirmarse la modalidad fé.lica y contrarrestar la tendencia al
sometimiento pasivo. En este caso, la creciente aptitud para el
examen de realidad corrió pareja con el repudio de las posi-
ciones yoicas infantiles, ampliando asilos 8Icances del yo autó-
nomo.
La desvinculación del objeto infantil es siempre concomitan-
te con la maduración yoica. También lo inverso es cierto: la In-
suficiencia o menoscabo de las funciones yoicas en la adoles-
cencia es un hecho sintomático de fijaciones pulsionales y de la-
zos de dependencia infantiles con los objetos. El cúmulo de al-
teraciones yoicas que marchan paralelas a la progresión pul-
sional en cada fase adolescente desembocan en una innovación
estructural, resultado último de la segunda individuación.
Sin duda alguna, durante la adolescencia surgen nuevas ·y
peculiares capacidades o facultades yoicas, como los espectacu~
lares avances en la esfera cognitiva (Inhelder y Piaget, 1958).
Sin embargo, la observación nos deja en la incógnita en cuanto
a su autonomía primaria, y, además, su independencia de la
maduración pulsional. La experiencia dice que cuando ef de-
sarrollo pulsional queda ciiticamente rezagado respecto de la
diferenciación yoica, las funciones yoicas reeién adquiridas pa-
san a ser utilizadas infaliblemente en forma defensiva y pier-
den su carácter autónomo. A la inversa, un avance en la madu-
ración pulsional.favorece la diferenciación y el funcionamiento
yoicos. La mutua estimulación entre las pulsiones y el yo obra
con máximo vigor y eficacia si ambos actúan y progresan
dentro de una recíproca proximidad optativa. El aflojamiento
de los lazos objetales infantiles no sólo cede paso a relaciones
más maduras o más adecuadas para la edad, sino que al mismo
tiempo el yo se opone de manera creciente a que se restablez-
can los perimidos, y en parte abandonados, estados yoicos y
grati!icaciones pulsionales de la niñez.
Los psicoanalistas que trabajan con adolescentes si"!flpre
han sido impresionados por esta preocupación central por las
relaciones. No obstante, la intensi~ad y magnitud de las m!lJÚ-
festaciones o inhibiciones pulsionales dirigidas hacia los objetos
no deben hacer olvidar las radicales alteraciones que se produ-
cen en esta época en la estructura yoica. La sumatoria de estos

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cambios estructurales sobrevive a la adolescencia, como atri-
butos permanentes de la personalidad.
Lo que estoy tratando de trasmitir es el carácter particular
de la reestructuración psíquica en la adolescencia, cuando los
desplazamientos de la libido de objeto originan alteraciones
yoicas que, a su vez, dan al proceso de pérdida y hallazgo de
objeto (la alternancia de movimientos regresivos y progresivos)
no sólo mayor urgencia sino también más amplios alcances en
materia de adaptación. Esta reacción circular ha disminuido,
por lo general, al cierre de la adolescencia, con el resultado de
que el yo ha obtenido una organización diferenciada y definiti-
va. Dentro de esta orga~ación, hay amplio margen para las
elaboraciones de la vida adulta, sol;>re las cuales influye en gra-
do decisivo el ideal del yo.
Pasemos ahora al curso que sigue la individuación durante la
adolescencia. En el estudio de este proceso, hemos aprendido
mucho de aquellos ·adolescentes que eluden la trasformación de
la estructura psíquica y remplazan la desvinculación respecto C
de los objetos interiores por su polarización; en tales casos, ~1
rol social y la conducta, los valores y la moral, están determi-
nados por el deseo de ser manifiestamente distinto· a la imago
interiori>lada, o simplemente lo opuesto de esta. Las perturba-
:llones yoicas, evidentes en el acting out, en las dificultades pa-
ra el aprendizaje, en la falta de objetivos, en la conducta dila-
toria, temperamental y negativista, son con frecuencia los sig-
nos sintomáticos de un fracaso en la desvinculación respecto de
los objetos infanfiles, y, en consecuencia, representan un des-
carrilamiento del proceso de individuación en si. Como clíni-
cos, percibimos en el rechazo total que hace el adolescente de
su familia y de su pasado el rodeo que da para eludir el penoso
proceso de desvinculación. Por lo común, tales evitaciones son
transitorias y las demoras se eliminan por si mismas; no obstan-
te, pueden asumir formas ominosas. Nos es bien conocido el
adolescente que se escapa de su casa en un coche robado, deja
la escuela, vagabundea sin rumbo fijo, se vuelve promiscuo y
adicto a las drogas. En todos estos casos el carácter concreto de
la acción.suple al logro de una tarea evolutiva -p. ej., el irse
lejos de la casa suple al distanciamiento psicológico de los vín-
culos de dependencia infantiles-. De un modo u otro, por lo
general estos adolescentes se han alejado de sus familias en forc
ma drástica y concluyente, convencidos de que no hay comuni-
cación posible entre las distintas generaciones. Al evaluar estos
casos, uno a menudo llega a la conclusión de que el adolescente
..procede mal llevado por buenos motivos". Uno no puede de-
jar de reconocer en las medidas de emergencia de una ruptura
violen!~ con el pasado infantil y familiar la huida frente a un
avasallador impulso regresivo hacia las dependencias, gran-

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diosidades, seguridades y gratificaciones de la infancia. En si,.
el empeño por separarse de los lazos de dependencia infantiles
concuerda con la tarea adolescente, pero los medios empleados
suelen abortar el empuje madurativo.
Para muchos adolescentes, 'esta ruptura violenta constituye
un momento de respiro, una posición de holding, hasta que se
reaviva el desarrollo progresivo; pero para muchos se convierte
en un modo de vida que a la corta o a la larga los lleva de vuel-
ta a aquello que desde el principio se quiso evitar: la regresión.
Al obligarse a tomar distancia flsica, geográfica, moral e ide-
ológica con relación a su familia o al lugar donde trascurrió su
niñez, este tipo de adolescente hace que la separación interior
se vuelva prescindible. En su separación e independencia
concretas experimenta una exultante sensación de triunfo sobre
su pasado, y poco a poco se aficiona a este estado de aparente
liberación. Las contrainvestiduras aplicadas al mantenimiento
de dicho estado dan cuenta de la llamativa ineficacia práctica,
superficialidad emocional, actitud dilatoria y espera expectan-
te que caracterizsn a las diversas formas de evitar la indivi-
duación. Es cierto que, en alguna etapa critica del proceso de
individuación, la separación física de los padres o la polariza-
ción del pasado merced al cambio de rol social, a Ja·nueva ma-
nera de vestir y acicalarse, a los intereses especiales o preferen-
cias morales que se han adquirido, son el único medio con que
cuenta el adolescente.para conservar su integridad psicológica.
Sin embargo, el grado de madurez que en definitiva se alcance
dependerá de hasta dónde haya avanzado el proceso de indivi-
duación, o de que en algún punto haya llegado a un impase y
permanezca incompleto. De lo anterior se desprende que el
concepto de "segunda individuación" es relativo; por un lado,
depende de la maduración pulsional; por el otro, de la perdu•
rabilidad que ha adquirido la estructJ.Ira yoica. Con esa expre-
sión se designan, pues, los cambios que acompañan la desvin-
culación adolescente respecto de los objetos infantiles y son
consecuencia de esta.
La individuación implica que la persona en crecimiento asu-
ma cada vez más responsabilidad por lo que es y por lo que ha-
ce, en lugar de depositarla en los hombros de aquellos bajo cu-
ya influencia y tutela ha crecido. En nuestra época hay una ac-
titud muy generalizada entre los adolescentes más "refinados",
que consiste en culpar a sus padres o a la sociedad ("la
cultura") por las deficiencias y desilusiones de su juventud; o
bien, en una escala trascendental, la tendencia a ver en los po-
deres incontrolables de la naturaleza, el instinto, el destino y
otras generalidades por el estilo las fuerzas absolutas y últimas
que gobiernan la vida. Al adolescente que ha adoptado dicha
postura le parece vano oponerse a tales fuerzas; declara, más

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bien, que el verdadero rasgo distintivo de la madurez es la re-
signación ante la falta de objetivos. Asume la actitud displicen-
te de Mersault en El ertranfero, de Camus. La incapacidad de
separarse de los objetos Interiores salvo mediante un distan-
ciamiento flsico acompañado de repudio y menosprecio se vi-
vencia subjetivamente como un sentimiento de alienación. Ad-
vertimos que tal es el estado de ánimo endémico en un sector
considerable de los adolescentes actuales, chicos y chicas de
promisorias dotes criados en hogares ambiciosos aunque indul-
gentes, por lo común de clase media, y en el seno de familias
progresistas y liberales.
Al estudiar la morfología de la individuación adolescente
con perspectiva histórica, notamos que en cada época surgen
roles y estilos predominantes a través de los cuales se instru-
menta y socializa esta tarea de la adolescencia. Tales epifenó-
menos del proceso de individuación siempre se hallan, de un mo-
do u otro, en oposición al orden establecido.2 La diferencia
crucial sígue siendo que este nuevo modo de vida se convierta
en un desplazado campo de batalla donde el muchacho se libe-
re de sus lazos de dependencia infantiles, y pueda así llegar a la
individuación, o, por el contrario, que las nuevas formas pasen
a ser sustitutos permal)entes de los estados infantiles, impidien-
do asf el desarrollo progresivo. La valencia patognomónica de
una separación física tal como el abandono del hogar o de la es-
cuela, o el entregarse a modos de vida adultomorfos (especial-
mente en lo sexual), sólo puede determinarse si se la considera
en relación con el ethos contemporáneo (el Zeitgeist oes11fritu
de la época), el medio total y sus sanciones tradicionales de las
formas de conducta que dan expresión a las necesidades pUbe-
rales. La intensificación de las pulsiones en la pubertad reacti-
va relaciones objetales primarias dentro del contexto de ciertas
modalidades pulsionales pregenitales a las que se acuerda prefe-
rencia. Sin embargo, durante la adolescencia la libido y la
agresión no pasan simplemente, en un giro de ciento ochenta
grados, de los objetos de amor primarios a otros no incestuosos.
El yo está intrínsecamente envuelto en todos estos desplaza-
mientos de investiduras, y en ese proceso adquiere la estructura
por la cual puede ser definida la personalidad posadolescente.
2 Un ejemplo seria la indumentaria cómoda y ostentosamente simple introdu-
cida por un sector de muchac~ alemanes cultos durante la segunda mitad del
,.¡~o xvm, como reacción frente al refinamiento y delicadeza franceses en ma-
teria de vestimenta mascUlina. Al par que se arrancaban las finas cintas de las
<:amisa.~, los jóvenes desplegaban de modo abierto y exuberante sus emociones
(llantos, abrazos). Análogamente, la peluca fue remplazada por largas cabelle~
ras naturales. Estos jóvenes, en quienes se combinaba la influencia de R01.lSie8.u
con una reacción ante "]a hipocresfa del orden establecido", crearon su propia
moda anticonvencional y espontánea, y, más allá de esta. agregaron su cuota de
fennento politico a la época.

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Así pues, la individuación adolescente es reflejo de un proceso
y de un logro, y ambos constituyen elementos Inherentes al
proceso total de la adolescencia.
Dejaré ahora ia descripción di' conocidos ajustes adolescen-
tes y pasaré a examinar sus implicaciones teóricas. En la des-
vinculación de los objetos 'infantiles, tan esencial para el de- D
sarrollo progresivo, se renueva el contacto del yo con posi-
ciones pulsionales y yoicas Infantiles. El yo de la poslatencia es-
tá, por decir así, preparado para este combate regresivo, y es
capaz de dar soluciones distintas, más perdurables y apro-
piadas para la edad, a las predilecciones infantiles. La reins-
tauración de las posiciones pulsionales y yoicas infantiles es un
elemento esencial del proceso de desvinculación adolescente.
Las funciones yoicas comparativamente estables (v. gr., la me-
moria o el control motor) y, además, las instituciones psíquicas
comparativamente estables (v. gr., el superyó o la ünagen cor-
poral) sufrirán notables fluctuaciones y cambios en sus opera-
ciones ejecutivas. El observador experto puede reconocer, en el
colapso pasajero y reconstitución final de estas funciones e ins-
tituciones, su historia ontogenética. Uno estaria tentado de de-
cir, mecanJsticarnente, que en la adolescencia se produce un
reacomodamiento de los elementos que componen la psique,
dentro del mareo total de un aparato psíquico que se man-
tiene fijo.
En el superyó, considerado otrora una ilistitución posedlpica
inflexible, sobreviene durante la adolescencia una reorganiza-
ción considerable (A. Freud, 1952a). La observación analítica
de los cambios del superyó en este período ha sido sumamente
instructiva para estudiar la variabilidad de las estructuras psí-
quicas protoadolescentes. Echaremos ahora una mirada más
de cerca a la mutabilidad de esta institución posed1pica. En el
análisis de adolescentes aparece con gran claridad la personifi-
cación regresiva del superyó. Esto nos permite vislumbrar su
origen en las relaciones objetales. Desenvolver el proceso que
dio lugar a la formación del superyó es como pasar hacia atrás
una pellcula cinematográfica. Lo ilustraremos con el análisis
de dos adolescentes, ambos incapaces de adecuarse a los re-
quisitos rutinarios de la vida cotidiana, ambos &acasados en
materia de trabajo, cualquiera que fuese la índole de este, y
también en materia de amor, cualquiera que fuese su índole.
A un muchacho posadolescente lo desconcertaba el hecho de
que mostraba igual indiferencia ante lo'que le gnstaba hacer y
ante lo que no le gustaba; esto último lo entendía bien, pero lo
primero le parecía sin sentido. Advirtió que cada vez que reali-
zaba una actividad o la escogía, lo acompañaba esta pregunta
preconciente: ''A juicio de mi madre, ¿seria bueno lo que yo
hago? ¿Querría que yo lo hiciese?". La respuesta afirmativa

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automáticamente desacreditaba la actividad en cuestión, aun
cuando esta fuera de naturaleza placentera. En este impase, el
muchacho llegó a una inactividad total, procurando ignorar la
constante pi-esencia de la madre en su mente y la influencia
que ella tenia en sus elecciones y acciones. Cuando retomó el
relato de su dilema, dijo: "SI compruebo que mi madre quiere
lo que yo quiero, o sea, si ambos queremos lo mismo, me turbo
y, haga lo que hiciere en ese instante, dejo de hacerlo".
Una muchacha posadolescente habla orientado su proceder,
a lo largo de toda su niñez, por el deseo de ganarse el elogio y
admiración de sus allegados; empero, en su adolescencia tardía
se embarcó en una modalidad de vida que se alzaba en franca
oposición a la de su familia: dejó de ser lo que los demás, según
ella pensaba, querían que fuese. Para su pesar, esta indepen-
dencia elegida por ella no le garantizó en absoluto su autode-
terminación, pues a cada momento se interponla la idea de la
aprobación o la desaprobación de sus padres. Sentla qué sus
decisiones no le pertenecían, porque estaban guiadas por el de-
seo de hacer lo opuesto dé aquello que hubiera complacido a
sus progenitores. Como consecuencia de ello, llegó a un
completo callejón sin salida en materia de acción y decisión.
Marchaba a la deriva, llevada por la capricl¡osa brisa de las
circunstancias. Todo cuanto podla hacer era delegar la orien-
tación parental en sus amigos de ambos sexos, viviendo vica-
rlamente a través de las expectativas y gratificaciones de estos,
al par que la atormentaba el constante temor de sucumbir a su
influencia o bien, en un plano más profundo, de fundirse con
ellos perdiendo su sentido de sl misma.
En ambos casos, el enredo del su peryó con las relaciones ob-
jetales infantiles dio por resultado un impase evolutivo. No se
habla logrado lo que normalmente se obtiene durante la laten-
cia: la reducción de la dependencia objeta! infantil merced a la
identificación y a la organización del superyó. En lugar de
ello, las identificaciones primitivas yacentes en el superyó ar-
caico y en los estadios precursores del superyó habían dejado su
poderosa impronta ell estos dos adolescentes. Fantasías con res-
pecto a la propia originalidad y expectativas grandiosas acer-
ca de sl mismos, una vez materializadas por vla de la identifi-
cación con la madre omnipotente, convertían a toda acción do-
tada de un propósito en algo penosamente nimio y decep-
cionante. La tarea de reorganización del superyó, propia de la
adolescencia, sumió de nuevo a estos dos jóvenes en el plano ar-
caico de las identificaciones primitivas (A. Reich, 1954). El
hecho de que el superyó tenga su origen en relaciones objetales
edlpicas y preedipicas hace que dicha institución psíquica sea
sometida a una revisión radical en la adolescencia. No es de
sorprender que las perturbaciones superyoicas constituyan una

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anomalía peculiar de los adolescentes. Cuando durante la ni-
ñez sólo se obtuvo tenuemente la autonomía secundaria de las
funciones yoicas, la libido de objeto continúa extrayendo grati-
ficación de su ejercicio. Con el avance de la maduración pube-
ral, esta herencia arrojará a las funciones superyoicas en un es-
pantoso dll$0rden. Si al adolescente su comportllll)iento le es
dictado, en forma general. y duradera, por una defensa contra
la gratificación objeta! infantil, queda vedada la reorganiza-
ción del superyó, o, dicho de otro modo, la individuación ado-
lescente resulta inconclusa.
La labor analítica con adolescentes pone de manifiesto, casi
invariablemente, que las funciones yoicas y superyoicas vuel-
ven a estar involucradas con las relaciones objetales infantiles.
El. estudio de este tema me ha llevado al convencimiento de
que el peligro que amenaza a la integridad del yo no emana
únicamente de la fuerza de las pulsiones puberales, sino, en
igual medida, de la fuerza del impulso regresivo. Descartando
el supuesto de una enemistad fundamental entre el yo y el ello,
he llegado a la conclusión de que la reestructuración psíquica
por regresión representa la más formidable tarea anímica de. la
adolescencia. Así como Hamlet anhela el placer que conlleva el
dormir pero teme a los sueños que este ha de traerle, asf tam-
bién el adolescente anhela la gratificación pulsional y yoica pe-
ro teme volver a quedar involucrado en relaciones objetales in-
fantiles. Paradójicamente, esa tarea adolescente sólo puede
cumplirse a través de la regresión pulsional y yoica. Sólo a tra-
vés de la regresión pueden ser modificados los restos de
traumas, conflictos y fijaciones infantiles, haciendo obrar
sobre ellos los ampliados recursos del yo, apuntalados en esta
edad por el empuje evolutivo que propende al crecimiento y la
maduración. Torna factible este avance la diferenciación o
maduración del yo, legado normal del período de latencia. Du-
rante los movimientos regresivos de la adolescencia, la parte
del yo autoobservadora y ligada a la realidad se mantiene por
lo común intacta, al menOs marginalmente. Quedan as! redu-
cidos o controlados los peligros que entraña la regresión -la
pérdida catastrófica del self, el retorno al estadio de indiferen-
ciación, o la fusión-.
Geleerd (1961) ha sugerido que "en la adolescencia tiene. lu-
gar una regresión parcial a la fase indiferenciada de relaciones
· objetales". En un trabaj9 posterior, basado en su estudio pre-
vio, Geleerd (1964) amplia su concepción y enuncia que "el in-
dividuo que crece pasa a través de muchas etapas regresivas, en
las que participan las tres estructuras". Esta última formula-
ción ha sido confirmada por la· práctica clínica y hoy forma
parte integrante de la teoría psicoanalftica de la adolescencia.
Hartmann (1939) fue quien sentó las bases para estas considera-

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clones sobre el desarrollo con su formulación de la .. adaptación
regresiva". Esta modalidad adaptativa desempeíl.a un papel, a
lo largo de la vida, en toda suerte de situaciones criticas.
Lo que aquí quiero destacar es que la adolescencia es el úni-
co periodo de la vida humana en que la regresión yoica y pul-
slonal constituye un componente, obligatorio del desarrollo
normal. La regresión normativa adolescente opera al servicio
del desarrollo; la regresión como mecanismo de defensa actúa
junto a la regresión al servicio del desarrollo. No es fácil dife-
renciar en la cltnica estas dos formas de regresión; de hecho, a
menudo es imposible hacerlo, y queda como un punto discu-
tible, al menos durante cierto lapso. En un sentido estricto, el
tema de mi investigación es la influencia mutua entre la regre-
sión yoica y la pulsional (o la interacción de ambas) a medida
que producen cambios en la estructura psíquica. Conceptuali-
zamos aquf como "individuación adolescente" el proceso de
cambio estructural y su logro, subrayando el prominente papel
de la desinvestidura de representaciones objetales infantiles en
la reestructuración psíquica de la adolescencia. La regresión
«:'Specffica de la fase inaugura transitorias vicisitudes de ina-
daptación y mantiene en la juventud un estado de gran volubi-
lidad psíquica (véase el capitulo 12). Esta condición explica
gran parte de la desconcertante conducta y singular turbulen-
cia emocional de esta edad. _
A fin de exponer mejor la función que cumple la regresión
adolescente, será ,jtil compararla con los movimientos regresi-
vos de la niñez temprana. En esta, a los estados de stress que
sobrecargan la capacidad adaptativa del niño se responde nor-
malmente mediante la regresión pulsional y yoica, pero las
E
regresiones de esta naturaleza no constituyen pasos evolutivos
previos a la maduración pulsional y yoica. Por el contrario, la
regresión adolescente, que no es de fndole defensiva, forma
parte inherente del desarrollo puberal. Pese a ello, esta regre-
sión provoca con suma frecuencia angustia; si esta angustia se
torna ingobernable, se movilizan, secundariamente, medidas
defensivas. La regresión de la adolescencia no es, en y por si
misma, una defensa, pero constituye un proceso psíquico esen-
cial, que, pese a la angustia que engendra, debe seguir su cur-
so. Sólo entonces puede consumarse la tarea impltcita en el de-
sarrollo adolescente. Nunca se destacará lo suficiente que
aquello que, al comienzo, cumple en este proceso una función
defensiva o restitutiva, pasa luego a cumplir normalmente una
función adapt11tiva y contribuye en grado decisivo a la singula-
ridad de una determinada personalidad.
En la reestructuración psfquica adolescente no sólo obierva-
mos uila regresión pulsional sino también una regresión yoica.
Esta última connota la revivenciación de estados yoicos aban-

128
donados total o parcialmente, los cuales o bien fueron ciudade-
las de protección y seguridad, o constituyeron otrora formas es-
peciales de hacer frente al BlretJ8. La regresión yoica siempre se
evidencia en el proceso adolescente, pero únicamente opera en
contra de la segunda individuación cuando actúa de manera
puramente defensiva. Viendo las cosas en retrospectiva, no po-
demos dejar de admitir, ante muchas de las extravagancias de
los adolescentes, que una retirada estratégica era el mejor ca-
mino hacia la victoria: Rectdef' paur míew: sauter. El de-
$1U'I'oUo progresivo se estanea sólo cuando la regresión pul-
sional y yoica alcanza la inmovüidad de una fijación adoles-
cente.
La regresión yoica se hallará, por ejemplo, en la reviven-
elación de estados traumáticos, que no faltan en la niñez de na-
die. En enfrentamientos que él mismo inventa con reproduc-
ciones en miniatura o representaciones vicarias del tr11-uma ori-
ginal en situaciones de la vida real, el yo adquiere poco a poco
donúnio sobre situaciones peligrosas arquetfpicas. La dramati-
zación y experimentación de los adolescentes, as{ como gran
parte de su patología delictiva (véase el capitulo 13), COI'Jl'S-
ponden a esta actividad yoica, a menudo inadaptada. Por lo
común, sin embargo, de la lucha contra los restos de traumas
infantiles surge una mayor autonomla yoica. Desde este punto
de vista, puede decirse que la adolescencia ofnice una segunda
oporttftúdad para hacer las paces con situaciones de peligro
abrumadoras (en relación con el ello, el superyó y la realidad)
que sobrevivieron a la infancia y la niñez.
Los eStados yolcos adolescentes de naturaleza regresiva
pueden reconocerse, asimismo, en un retorno al "lenguaje de la
acción", a diferencia de la comuJ;licación verbal simbólica, y,
además, en un retomo al ·~lenguaje· corporal", a la somatiza-
ción de los afectos, conflictos y pulsiones. Este último fenóme-
no es el responsable de las numerosas afecciones y dolencias fl-
sicas Upicas de la adolescencia, ejemplificadas por la anorexia
nerviosa y la obesidad psicógena. Dicha sornatización es más
evidente en las niñas que en los varones; forma parte de esa di-
fusión de la libido que en la mujer normalmente produce la
erotización del cuerpo, en especial de su superficie. La libido
de o~jeto, desviada hacia diversas partes del cuerpo o sistemas
de órgano, facilita la formación de "sensaciones hipocon-
driacas y de cambios corporales que son bien conocidos cllni-
camente a partir de los estadios iniciales de la psicosis" (A.
Freud, 19118, pág. 272). Durante la adolescencia podemos to-
parnos con estos mismos fenómenos_. pero sin que se presenten
secuelas pslcóticas.
Contemplando el "lenguaje de la acción" de los adolescen-
tes, uno no puede dejar de reconocer en él el problema de la ac-

129
tividad versus la pasividad, la antítesis más antigua de la vida
del individuo. No cabe sorprenderse de que con el estallido de
la pubertad, con el pasmoso crescendo de la tensión pulsional y
el crecimiento flsico, el adolescente recaiga en viejas y conoci-
das modalidades de reducción de la tensión. La regresión pul-
sional, en busca de una de estas modalidades, conduce en últi-
ma instancia a la pasividad primordial, que se alza en fatal
oposición frente al cuerpo que madura, sus incipientes capaci-
dades físicas y sus aptitudes mentales recientemente desplega-
das. El desarrollo progresivo apunta a un grado creciente de
confianza en si mismo, a un dominio cada vez mayor del am-
biente y, en verdad, ala trasformación de este último por obra
de la voluntad, que aproxime más la concreción de los deseos y
aspiraciones.
Los estados yok'Os regresivos se disciernen, asimismo, en la
conocida idolatría y adoración de hombres y mujeres célebres
por parte del adolescente. En nuestro mundo actual, estas figu,
ras son escogidas predominantemente en el ámbito de los es-
pectáculos y los deportes: son "los grandes astros del público".
Nos recuerdan a los padres idealizados por el niño en sus más
tiernos años. Sus imágenes glorificadas constituyen un regula-
dor in_dispensable del equilibrio narcisista del niño. No ha de
llamar nuestra atención que las paredes de su cuarto, cubiertas
con pasten de los !dolos populares, queden desiertas tan pronto
la libido de objeto se compromete en relaciones personales ge-
nuinas. Entonces, esa pasajera bandada figurativa de dioses y
diosas efímeros se vuelve prescindible de la noche a la mañana.
Los estados yoiCQs infantiles son también reconocibles en es-
tados emocionales próximos a la fusión, y que con frecuencia se
vivencian en cone~ión con abstracciones como la Verdad, la
Naturaleza, la Belleza, o en la brega por ideas o ideales de In-
dale politica, filosófica, estética o religiosa. Estos estados de
cuasi-fusión en el ámbito de las representaciones simbólicas se
buscan como un respiro temporario, y sirven como salvaguar-
dias contra la fusión total con los objetos infantiles interioriza-
dos. A esta esfera de la regresión yoica pertenecen las conver-
siones religiosas o los estados de fusión provocados por drogas.
La regresión yoicalimitada que es característica (y obligato-
ria) en la adolescencia sólo puede tener lugar dentro de un yo
comparativamente intacto. Por lo general, el aspecto del yo al
que designamos e<>mo "el yo crítico y observador" continúa
ejerciendo su función, aunque esta haya disminuido en forma
notoria, e impide as! que la regresión yoica se deteriore y con-
vierta en un estado infantil de fusión. Sin duda alguna, esta
regresión adolescente impone una severa prueba"al yo. Ya se-
ñalamos que, antes de la adolescencia, el yo parental se vuelve
asequible al niño y brinda estructura y orgánización al yo de

130
este último como entidad funcional. La adolescencia perturba
esta aliWJZa, y la regresión yoica deja al desnudo la integridad
o las falencias de la temprana organización yoica, que extrajo
decisivas cualidades positivas o negativas de su tránsito a través
de la primera fase de separación-individuación, en el segundo
y tercer años de vida. La regresión yoica adolescente en una
estructura yoica fallida sume al yo regresivo en su primitiva
condición anoFmal. La distioción entre una regresión yoica
normal o patológica radica, precisamente, en que ella se apro-
xime al estado indiferenciado o lo alcance en forma consuma-
da. Esta distinción es análoga a la que existe entre un sueño y
una alucinación. La regresión al yo seriamente defectuoso de
la niilez temprana trasforma el ti pico impase evo) utivo de la
adolescencia en una psicosis pasajera o permanente. El grado
de insuficiencia del yo temprano a menudo sólo se pone de ma-
nifiesto en la adolescencia, cuando la regresión deja de estar al
servicio del desarrollo progresivo, impide la segunda indivi-
duación y cierra el camino a la .maduración pulsional y yoica.
Siguiendo el desarrollo de niños esqW.,ofrénicos a quienes
traté con éxito en el comienzo y en el período iotermedio de su
niñez, comprobé que en su adolescencia tardía volvia a reinci-
dir, con mlis o menos gravedad, su patología primitiva. Esta
recaída por lo común se producía cuando abandonaban el ho-
gar para cursar sus estudios universitarios, luego de haber
hecho, en los alias intermedios, notables avances en su de-
sarrollo psicológico (v. gr., en materia de aprendizaje y comu-
nicación) así como en su adaptación social. La función evoluti-
va de la reJUesión yoica adolescente quedaba reducida a cero
cuando los estadios yoicos tempranos, de los que debe eJ<traer
su fuerza el segundo proceso de individuación, eran reacti-
vados y demostraban poseer falencias criticas. La patología
nuclear volvió una vez más a fulgurar. Su imposibilidad de
desviocularse emocionalmente de su familia durante la adoles-
cencia puso de relieve hasta qué punto estos niños hablan vivi-
do, en el lapso Intermedio, tomando en préstamo la fuerza
yoica. La terapia les permitió derivar nutrimento emocional
del ambiente. Esta capacidad les fue útil, por cierto, durante
su segundo episodio agudo; ella.hizo que lo atravesaran y pu-
dieran recuperane. Cuando, en la adolescencia, debe cortane
el cordón umbilical psicológico, los niños con temprano daño
yoico recaen en una estructura psíquica fallida que resulta
completamente inadecuada para la tarea del proceso de iodivi-
duación. Estos casos arrojan luz sobre los problemas estructu-
rales de cierta pslcopatología adolescente, y a la vez insinúan
un continuum de tratamiento de la psicosis o esquizofrenia In-
fantil, que llega a la adolescencia (por lo común la adolescen"
cia tardía) o debe ser retomado en ese periodo.

131
Un rasgo de la adolescencia que no escapa a nuestra atención
reside en el frenético empeño por mantenerse ligado a la reali-
dad -moviéndose de ·un lado a otro, mostr,ndose actjvo, ha-
ciendo cosas-. Se revela adem'- en la necesidad de tener expe-
riencias grupales o relaciones personales en que haya una vívi-
da e intensa participación y afectividad. Los cambios frecuen-
tes y repentinos en estas relaciones con cualquiera de los dos se-
xos pone de relieve su car,cter espurio. Lo que se busca no e!
un lazo personal sino el aguzado afecto y la agitación emo-
cional que él provoca. Pertenece a este dominio la urgente ne-
cesidad de hacer cosas "por divertirse'", para escapar a la sole-
dad afectiva, la apatia y el tedio. Este cuadro seria incompleto
si no mencionáramos al adolescente que busca estar a solas en
un "espléndido aislamiento" a fin de conjurar en su mente esta-
dos afectivos de extraordinaria intensidad; para estas inclina-
ciones, no hay mejor rótulo que el de "hambre de objeto y de
afecto". Lo que todos estos adolescentes tienen en común es la
necesidad de penetrantes e intensos estados afectivos, ya sea
que estos se· distingan por su exuberante exaltación o bien por
el dolor y la angustia. Podemos concebir esta situación afec-
tiva como un fenómeno restitutivo que es secuela de la pér-
dida del objeto interno y el concomitante empobrecimiento
del yo.3
La experiencia subjetiva del adolescente -expresada en el
dilema: "¿Quién soy yo?"- contiene múltiples enigmas. Refle-
ja lo que conceptualizamos como pérdida o empobrecimiento
del yo. La pérdida del yo es, a lo largo de la adolescencia, una
amenaza constante a la integridad pslquica y da origen a for-
mas de conducta que aparecen anómalas, pero que hay que
evaluar como empefios por mantener en marcha el proceso
adolescente mediante un vuelco frenético (aunque inadaptado)
hacia la realidad. El cuadro clínico de muchos delincuentES,
visto desde esta perspectiva, suele revelar mb componentes ·sa-
nos de los que por lo general se le acreditan (véanse ejemplos.
cllnicos de esto en el capitulo 12).

3 A primera vista, parecerfa una contradicct6n hablar de ..empobrecimiento


del yo'" cuando la libido dioiljeto .. desviada hocia el sel!, pero un ro,s¡mo noto-
lero .blm dluollte mucho liempo '1'1'-•lo óer<ene de las iélaclones objetales. La
inundación cJslseH oon libido nareisista sólo se toma acorde con el yo en el ado-
1-lle lJslcilüco, pan~ quien el mtmdo real es opero e inooloro. El adol...,.,nte
"rwmof" Ume una sensación de atenadora inalidad ante un croclente aisla-
.ml<mto nareisista rospeotQ del mundo de los o~Ji!>too. Por colisii!Uiente. la mu-
turbaclón JiO le proporciona jarnés una forma de gratilicaclón permanente. ya
que a la postre reduce su autoestima, Si bien m cierto que las fantasías mastur-
batorias pueden despertar sentimientos de culpa a través de la prohibición su-
peryok:a, nn podemos ignorar el hecho de que la merma de la autll<otima deri-
va, en gran medida, del debilitamiento del vínculo 0011el mundo de los objetos,
o sea, en otras palabras, de OIJ critico desoquilibrio narelslsta.

132
Quisiera reconsiderar aqul el "hambre de objeto'' del adoles-
cente y su empobrecimiento yoico. Estas dos pasajeras si-
tuaciones evolutivas encuentran compensatorio alivio en el
grupo, la pandilla, el circulo de amigos, los coetáneos en gene-
ral. El grupo de pares sustituye (a menudo literalmente) a la
familia del adolescente (véase el capitulo 5). En la compallia
de sus contemporáneos el muchacho o la chica hallan estimulo,
sentido de pertenencia, lealtad, devoción, empatfa y resonan-
cia. Recuerdo aqtú al saludable niño del estudio de Mahler
(1963), un caminador novel, quien durante la crisis de
separación-individuaci()n reveló una sorprendente capacidad
para "extraer de la madre suministros de contacto y participa-
ción". En la adolescencia, estos suministros de contacto son
proporcionados por el grupo de pares. El niño que empieza a
caminar requiere del auxilio de la madre para alcanzar la auto-
nomía; el adolescente se vuelve hacia la "horda" de sus con-
temporáneos, de cualquier tipo que ella sea, para obtener esos
suministros sin los cuales no es posible materializar la segunda
individuación. El grupo permite las identificaciones y los ensa-
yos de rol sin demandar un compromiso permanente. También
da lugar a la experimentación interactiva como actividad de
corte con los lazos de dependencia infantiles, más que como
preludio a una nueva, duradera relación intima. Por añadidu-
ra, el grupo comparte -y asl, alivia-los sentimientos indivi-
duales de culpa que acompañan la em~ncipación de las depen-
dencias, prohibiciones y lealtades infantiles. Resumiendo, cabe
afirmar que, en lineas generales, los contemporáneos allanan
el camino para pasar a integrar la nueva generación, dentro de
la cual el adolescente debe establecer su identidad social, per-
sonal y sexual en cuanto adulto. Si la relación con los pares no
hace más que sustituir los lazos de dependencia infantiles, el
grupo no ha cumplido su función. En tales casos, el proceso
adolescente ha sufrido un cortocircuito, con el resultado de que
las dependencias emocionales irresueltas se convierten en atri~
butos permanentes de la personalidad. En esas circunstancias,
la vida en el seno de la nueva generación se desenvuelve, extra-
ñamente, como sombras chinescas del pasado del individuo: lo
que más debla evitarse se repite con fatldica exactitud.
Una adolescente mayor, estancada en una rígida postura. an·
ticonformista que le servla como protección contra un impulso
regresivo inusualmente intenso, expresó tan bien lo que yo me
he empeñado en decir que le cederéJa palabra. Reflexionando
sobre un caso de inconformismo, acotó: "Si uno actúa en oposi·
clón a lo previsto, se da de porrazos a diestra y siniestra con las
reglas y normas. Hoy, el hacer caso omiso de la escuela
-simplemente no fui- me hizo sentir muy bien. Hizo que me
sintiera una persona y no un autómata. Si uno continúa rebe-

133
lándose y choca lo suficientemente a menudo con el mundo que
1
lo rodea, en su mente comienza a esbozarse un bosquejo de si
mismo. Eso es indispensable. Tal vez, cuando uno sabe quién
es, no necesita ser distinto de aquellos que saben (o creen que
saben) cómo deberla ser uno". Una declaración como esta re-
afirma el hecho de que para la conformación de la personali-
dad adolescente es condición necesaria una firme estructura
social.
Abordaré ahora las vastas consecuencias que tiene el hecho
de que la regresión de la adolescencia sea la condición previa
para un desarrollo progresivo. La observación cllnica me llevó
a inferir que el adolescente tiene que entablar contacto emo- F
cional con las pasiones de su infancia y de su niñez temprana a
fin de que estas depongan sus investiduras origin.Ues. Sólo en-
tonces podrá el pasado desvanecerse en los recuerdos concien-
tes e inconcientes, y el avance de la libido conferir a la juven-
tud su singular intensidad emocional y firmeza de propósitos.
El rasgo más profundo y peculiar de la adolescencia .reside
en la capacidad de pasar de la conciencia regresiva a la progre-
siva con una facilidad que no tiene parangón en ningún otro
periodo de la vida humana. Esta fluidez da cuenta, quizá, de
los notables logros creadores -y decepcionadas expectativas-
de esta particular edad. La experimentación del adolescente
con el self y la realidad, con los sentimientos y pensamientos,
otorgará, en caso de que todo vaya bien, contenido y forma du-
raderos y precisos a la individuación, en términos de su realiza- ·
clón en el ambiente. Una de esas formas decisivas de realiza-
ción es, por ejemplo, la elección vocacional.
En el proceso de desvinculación de los objetos de amor y odio
primarios, una cualidad de las tempranas relaciones objetales
se manifiesta bajo la forma de ambivalencia. El cuadro clínico
de la adolescencia pone de relieve la desmezcla de las mociones
pulsionales. Actos y fantaslas de agresión pura son tlpicos de la
adolescencia en general, y de la masculina en especial. No
quiero decir con ello que todO. los adolescentes sean manifies-
tamente agresivos, sino que la pulsión agresiva afecta el
equilibrio pulsional existente antes de la adolescencia y exige
nuevas medidas de adaptación. En este punto de mi indaga-
ción no me interesa la forma que puedan adoptar esas medidas
-desplazamiento, sublimación, represión o trastorno hacia lo
contrario-. El análisis de la agresión manifiesta conduce, en
última instancia, a elementos de furia y sadismo infantiles; en
esencia, a la ambivalencia infantil. Revividas en la adolescen-
cia, las relaciones objetales infantiles habrán de presentarse en
su forma original, vale decir, en un estado ambivalente. De
hecho, la tarea suprema de la adolescencia es fortalecer las
relaciones objetales posambivalentes. La inestabilidad emo-

134
'
L_i.
cional en las relaciones personales, y, por encima de ello, la
inundación de las funciones yoicas autónomas por la ambiva-
lencia en general, crea en el adolescente un estado de precaria
labilidad y de contradicciones incomprensibles en cuanto a los
afectos, pulsiones, pensamientos y conducta. La fluctuación
entre los extremos del amor y el odio, la actividad y la pasivi-
dad, la fascinación y la indiferencia, e9 una caracterlstica tan
conocida de la adolescencia que no tenemos que detenernos
aquí en ella. Sin embargo, el fenómeno merece ser explorado en
relación con el tema de este estudio, a saber, la individuaciÓn;
Un estado de ambivalencia enfrenta al yo con una situación
que, a causa de su relativa madurez, el yo siente como intole-
rable, no obstante lo cual el manejo constructivo de esa si-
tuación desborda, al menos temporariamente, su capacidad de
síntesis. Muchas aparentes operaciones defensivas, como el ne-
gativismo, la conducta opositora o la indiferencia, no son sino
e"teriorizaciones de un estado ambivalente que ha penetrado
en la personalidad total.
Antes de proseguir con estas ideas, las ilustraré con un frag-
mento tomado del análisis de un muchacho de diecisiete añ<>s.
En lo que sigue me centraré en aquellos aspectos del material
analítico que reflejan la desvinculación respecto de la madre
arcaica y que tienen relación directa con el tema de la ambiva-
lencia y la individuación. Este muchacho, capaz e inteligente,
se vinculaba con los demás en un plano de intelectualización, y
mejor con los adultos que con sus pares. Todas sus relaciones
personales, en especial dentro de su familia, estaban impregna-
das de una actitud pasivo-agresiva. Uno advertia en él una tu-
multuosa vida interior que no habla hallado expresión en la
conducta afectiva. Era dado al malhumor y a la reserva sigilo-
sa; su desempeño escolar era irregular; se volvía por periodos
terco y negativista, y frlamente exigente en el hogar. Dentro de
este cuadro fluctuante era posible discernir una generalizada
e impenetrable altanerja, rayana en la arrogancia. Esta anor-
malidad se hallaba bien fortificada por defensas obsesivo-
compulsivas. En sí misma, la eleccióñ de este mecanismo de
defensa insinúa el papel predominante que desempeñaba la
ambivalencia en la patogénesis de este caso.
Hasta que no se logró acceso a las fantasías del muchacho no
se pudo apreciar su necesidad de una rígida, inatacable organi-
zación defensiva. Cada uno de sus actos y pensamientos iba
acompañado de una involucración (hasta entonces inconcien-
te) con la madre y de su fantaseada complicidad, para bien o
para mal, en su vida cotidiana. Tenía una insaciable necesidad
de sentirse próximo a la madre, quien desde sus primeros años
lo había dejado al cuidado de una parienta bienintencionada.
De niño siempre habla admirado, envidiado y alabado a su
madre; el análisis Jo ayudó a vivenclar el odio, desprecio y te-
mor que sentía hacia ella cada vez q\le eran frustrados sus in-
tensos deseos de ser objeto de la generosidad material de ella.
Se volvió claro que sus procederes y talantes estaban determi-
nados por el flujo y reflujo del amor y odio que experimentaba
hacia su madre, o que él imaginaba que ella sentía hacia él.
Así, por ejemplo, no hacia sus tareas escolares cuando privaba
en él la idea de que su buen rendimiento en los estudios
complacerla a la madre. En otros momentos sucedía lo inverso.
En cierta oportunidad en que se le otorgó un premio en el cole-
gio, lo mantuvo en seéreto para que su madre no se enterara y
utilizara su logro como "una pluma de su propio sombrero"
-o sea, se lo robara-. Salla a caminar a escondidas, pues su
madre prefería a los muchachos que liaclan vida al aire libre,
y, para ponerla a ella en una situación censurable, él se dejarla
regañar por no tomar aire fresco. Si él disfrutaba de un es~­
táculo o invitaba a un amigo a la casa, todo el placer del acon-
tecimiento se le estropeaba si su madre se sentía encantada por
ello y mostraba su aprobación. A modo de venganza, tocaba el
piano, tal como querta su madre, pero Jo hacia con Wl perma-
nente jortisslmo, sabiendo muy bien que la Intensidad del soJli-
do a ella le crispaba Jos nervios. Tocar el piano fuerte era una
acción sustitutiva de gritarle. Cuando. tomó conocimientO de
esta agresividad suya, se llenó de angustia.
En este punto, el aruilisis de la ambivalencia del muchacho
quedó bloqueado por una defensa narcisista: se ~tía oomo un
espectador ajeno al drama de la vida, no comprometido en los
sucesos cotidianos, y vela su entomo en trazos bonosos e incliJ..
tintos. Para hacer frente a esta emergencia no vino en.su ayuda
la usual defensa obsesivo-compulsiva (catalogar, archivar, re-
mendar o reparar). Este estado de despersonalizadón le resultó
sumamente incómodo y desconcertante. La labor analítica pu-
do seguir adelante cuando él tomó conciencia del aspecto sádi-
co de su ambivalencia; lo abandonó entonces el extraño estado
yoico. Vivenció y expresó verbalmente su 'llleiento impW11o de
golpear y herir flsic~te a su madre cada vez que esta lo
frustraba. El sentimiento de frustración dependia, más que de
las acciones objetivas de ella, de la marea de sus propias necesi-
dades interiores. La réplica de la ambivalencia ¡nfantil eraevi-
dente. Ahora, él estaba en condiciones de diferenciar entre la
madre del período infantil y la de la situación presente. Este
avance permitió rastrear hasta qué punto estaban involucradas
sus funciones yoicas en su conflicto de ambivalencia adolescen-
te, y restaurarles su autonomía.
Fue interesante observar que en la resolución del conflicto
de ambivalencia ciertos atributos de la personalidad de la
madre pasaron a serlo del yo del hijo; po.- ejemplo, la capaci-

136
dad de trabajo que ella tenía, el uso que daba a su inteligencia
y su idoneidad social, todo lo cual habla sido objeto de la envi-
dia del muchacho. En cambio, otros de sus valores, criterios y
rasgos de carácter eran rechazados por él considerándolos in-
deseables o repulsivos. Ya no se los percibía como la arbitraria
renuencia de la madre a ser todo aqttello que pudiera agradar o
confortar a su hijo. Quedó establecida una constancia de obje-
to secundarla en relación con la .madre del periodo adolescen-
te. La madre omnipotente del periodo infantil fue relevada al
comprobar el hijo sus falencias y virtudes, en suma, al hacer de
ella un ser humano. Unicamente a través de la regresión pudo
el muchacho revivenciar la imagen materna e instituir las en-
miendas y diferenciaciones que neutralizaron su relación obje-
ta! ambivalente preedípica. La reorganización psíquica que
aquí describimos fue subjetivamente vivenciada por él como
un aguzado sentido del self, esa toma de conciencia y ese
cmivencimiento que la frase "Este soy yo" sintetiza mejor que
cualquier otra. Tal estado de conciencia y sentimiento subjeti-
vo reflejan la incipiente diferenciación en el interior del yo que
aquí conceptualizamos como el segundo proceso de indivi-
duación.
El alborozo que produce el sentirse independiente del proge-
nitor interiorizado, o, más exactamente, de la representación
de ese progenitor como objeto, es complementado por un afec-
to depresivo que acompaña y sigue la pérdida del objeto inte-
rior. El afecto concomitante de esta pérdida de objeto ha sido
comparado con ¡,l trabajo de duelo. Normalmente, luego de re-
nunciar al earácter infantil de la relación con el progenitor, la
continuidad de esta no se interrumpe. La tarea de la indivi-
duación adol~nte está vinculada con ambas representa-
ciones objetales de los progenitores, la infantü y la contempo-
ránea; estos dos aspectos derivan de la misma persona pero en
distintos estadios de desarrollo. Esta constelación tiende a con-
fundir al adolescente en la relación con su progenitor, ya que lo
vivencia, parcial o totalme!lte, como aquel del periodo infan-
til. Dicha confusión se agrava cuando el progenitor participa
en las cambiantes posiciones del adolescente y demuestra ser
incapaz de mantener una posición fija como adulto frente al
niño que madura.
La desvinculación del adolescente respecto de los objetos In-
fantiles exige, ante todo, que estos sean desinvestidos, a fin de
que la libido pueda otra vez ser vuelta hacia el exterior en bus-
ca de gratificaciones objetales especificas de la fase dentro del
ambiente social global. En la adolescencia observamos que la
libido de objeto es desasida (por cierto, en grado diverso) de los
objetos externos e internos y, desviándola hacia el self, se la
convierte en libido narcisista, Este viraje del objeto al self da

137
por resultado la proverbial egolatría y ensimismamiento del
adolescente, que fantasea ser independiente de los objetos de
amor y odio de su niñez. Al ser inundado el self con libido nar-
cisista, se produce un autoengrandecimiento y una sobresti-
mación del poder del cuerpo y la mente propios. Esto tiene un
efecto adverso en el examen de realidad. Recordaré, para men-
cionar una consecuencia bien conocida de este estado; los fre-
cuentes accidentes de tránsito que tienen los adolescentes pese
a ser hábiles conductores y conocer la técnica del manejo del
automóvil. Si el proceso de individuación se detuviera en esta
etapa, nos encontraríamos con toda clase de patologias narci-
sistas, dentro de las cuales el retraimiento respecto del mundo
de los objetos, el trastorna psicótico, representa el impase más
grave.
Los cambios internos que acompañan a la individuación
pueden describirse, desde el lado del yo, como una reestructu-
ración psíquica en cuyo trascurso la desinvestidura de la repre-
sentación objeta! del progenitor en el yo ocasiona una inestabi-
lidad general, una sensación de insuficiencia y de extrañamien-
to. En el empeño por proteger la integridad de la organización
yoica, se pone en marcha una conocida gama de maniobras de-
fensivas, restitutivas, adaptativas e inadaptativas, antes de que
se establezca un nuevo equilibrio psíquico. El logro. de este últi-
mo se reconoce por el estilo de vida autónomo e idiosincrásico.
En el momento en que el proceso de individuación adoles-
cente se halla en pleno vigor, cobra prominencia la conducta
desviada -o sea, irracional, voluble, tu-rbulenta-. El adoles-
cente recurre a esas medidas extremas para poner su estructura
!l'Íquica a salvo de la disolución regresiva. En este estado, plan-
tea al clínico una muy delicada tarea de. discriminación en
cuanto a la transitoriedad o permanencia, o, más simplemen-
te, la naturaleza patológica o normal de los. respectivos fenó-
menos regresivos. La desconcertante ambigüedad a que debe G
hacer frente la evaluación clínica deriva de que una resistencia
contra la regresión puede ser signo de un desarrollo. tanto nor-
mal como anormal. Es signo de un desarrollo anormal si impi-
de la cuota de regresión indispensable para desvincularse de
las tempranas relaciones objetales y estados yo,icos infantiles
-condición previa para la reorganización de la _estructura psí-
quica-. El problema de la regresión, tanto yoica como pul-
sional, reverbera ruidosa o calladamente a lo largo de toda la
adolescencia; la fenomenologia es multiforme, pero el proceso
es siempre el mismo. Estos movimientos regresivos posibilitan
alcanzar la adultez, y así debe entendérselos. Representan
también los núcleos o puntos de fijación en torno de los cuales
se organizan las fallas del proceso adolescente. Las perturba-
ciones de la adolescencia han atraído nuestra atención, de ma-

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nera casi exclusiva, hacia la sintomatologla regresiva dentro
del contexto de la gratificación pulsional, o hacia las opera-
ciones defensivas y sus secuelas; sostengo que la resistencia
contra la regresión es, en igual medida, motivo de inquietud,
pues puede oponer una tenaz e insuperable barrera en el curso
del desarrollo progresivo.
La: resistencia contra la regresión puede adoptar muchas for-
mas. Un ejemplo es el enérgico v,uelco del adolescente hacia el
mundo exterior, hacia el movimiento corporal y la acción. Pa-
radójicamente, la independencia y autodeterminación en la
acción y el pensamiento se tornan más resueltas y violentas
cuando el impulso regresivo posee una fuerza fuera de lo CO·
mún. He observado que niños apegadoS y sometidos en extremo
a un progenitor pasan en la adolescencia a la actitud inversa,
vale decir, se apartan a toda costa de ese progenitor y su OOdigo
de conducta. Al hacerlo, obtienen una victoria aparente, sólo
ilusoria. En tales casos, lo que determina la acción y el pensa-
miento del joven es simplemente que representen lo opue}to!'le
las expectativas, opiniones y deseos de los padres o susijÍutos y
sucedáneos sociales, como los maestrOs, policlas y adUltos. en
general, o, en términos más abstractos, la ley, la tradición, la
convención y el orden en cualquier lugar y forma en que estos
se presenten, y con independencia de todo propósito o finali-
dad social. También en este caso, los disturbios transitorios en
la interacción entre el adolescente y su ambiente son cualitati-
vamente distintos de aquellos que adquieren una permanencia
prematura al moldear, de manera definitiva, la relación del yo
con el mundo exterior, haciendo que el proceso adolescente se
detenga antes de su debido tiempo, en lugar de alcanzar su fi-
nal normativo.
Basándonos en nuestra experiencia con los niños y adultos
neuróticos, nos hemos habituado a centrarnos en las defensas
como principales obstáculos en el camino del desarrollo nor-
mal Además, tendemos a concebir la regresión como un proce-
so psíquico opuesto al desarrollo progresivo, a la maduración
pulsional y a la diferenciación yoica. La adolescencia puede
enseñamos que estas connotaciones son a la vez limitadas y ¡¡.
mitativas. Es verdad que no estamos bien preparados para re·
conocer lo que en un estado regresivo de la adolescencia es me-
ra resurrección estática del pasado y lo que anuncia una re·
estructuración psíquica. Es razonable suponer que el adoles-
cente que se rodea en su cuarto de láminas de sus ídolos no sólo
repite una pauta infantil de gratificación de necesidades narci-
sistas, sino que a la vez toma parte en una experiencia colectiva
que lo convierte en un miembro empático de su grupo de pares.
Compartir los mismos ídolos equivale a integrar la misma fa-
milia; pero hay una diferencia crucial que no puede escapárse-

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nos: en esta etapa de la vida, la nueva matriz social promueve
el proceso adolescente merced a la participación en un ritual
tribal simbólico, con estilo propio y exclusivo. Bajo estos auspi-
cios, la regresión no procura simplemente reinstaurar el pasado
sino ¡¡lcanzar lo nuevo, el futuro, dando un rodeo que pasa por
los senderos ya conocidos. Viene a mi memoria aquí una frase
de John Dewey: "El presente no es sólo algo que viene después
del pasado.[ ... ] Es aquello que la vida es cuando deja el pasa-
do atrás".

Las ideas aquí reunidas han confluido hacia una meta con-
vergente porque tienen el común o~jetivo de elucidar los cam-
bios que la maduración pulsional produce en la organización
yoica. Las investigaciones clínicas del proceso adolescente han H
puesto convincentemente en claro que tanto la desvinculación
de los objetos primarios como el abandono de los estados yoicos
infantiles exige un retorno a fases tempranas del desarrollo.
Esa desvinculación sólo puede lograrse merced a la reanima-
ción de los compromisos emocionales infantiles y las concomi-
tantes posiciones yoicas (fantasías, pautas de confrontación,
organización defensiva). Este logro gira, pues, en torno de la
regresión pulsional y yoica; ambas introducen en su decurso
una multitud de medidas que, en términos pragmáticos, son
inadaptadas. De un modo paradójico, podría decirse que el de-
sarrollo progresivo se ve· impedido si la regresión no sigue su
curso apropiado en el momento apropiado, dentro de la se-
cuencia del proceso adolescente.
Al definir la individuación como el aspecto yoico de la tarea
regresiva de la adolescencia, se torna evidente que el proceso
adolescente instituye, en esencia, una tensión dialéctica entre
la primitivlzación y la diferenciación, entre las posiciones
regresivas y progresivas; cada uno de estos elementos extrae su
ímpetu del otro, a la vez que lo torna viable y factible. La con-
secuente tensión que implica esta rualéctica somete a un esfuer-
zo extraordinario a las organizaciones yoica y pulsional -o
más bien a su interacción-. A este esfuerzo le debemos las nu-
merosas y variadas distorsiones y fracasos -clínicos y subclini-
cos- que sufre la individuación en esta edad. Gran parte de lo
que a primera vista parece defensivo en la adolescencia debería
designarse, más correctamente, como una condición previa pa-
ra que el desarrollo progresivo se ponga en marcha y prosiga su
curso.

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