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...nombre de la esquina del mundo donde te esperaría.
El mecánico asomó la cabeza de abajo del carro para regañarme por estúpida,
por dejarme estafar por el mecánico anterior, que también me había regañado
por las trampas del precedente. Como siempre en estos casos, tenía dos variantes
disponibles. La primera, darle la razón de forma vehemente, lo que provocaba
un diálogo. La segunda, poner cara de infeliz burlada por una legión de obreros
del gremio. El resultado en este caso era un monólogo.
La muerte de mi madre me convirtió en la única heredera de un carro
inservible según los cánones internacionales, pero localmente satisfactorio.
Somos muy poco exigentes en materia de automóviles. Así mi "flamante"
moskvich del año 70 era todo un tesoro rodante.
Para los mecánicos, los escritores son gente que tiene siempre las manos limpias
y mucho dinero.
Heredé también las vajillas de porcelana, los cubiertos de plata, los manteles de
hilo. Cristalería de todos los tamaños y usos. Un sinfín de tesoros inertes, esos
que cuidamos en vida y que nos sobreviven casi siempre.
-No soy escritora- le dije mientras intentaba entender lo que hacía al carro y
prometiéndome que esta vez no me dejaría engañar.
-¿A qué te dedicas?-la voz salía de abajo del carro iluminado con una lámpara
rústica, seguramente inventada por él.
-No-y me asomé para comprobar eso que decimos aquí: Que los moskvichs
fueron hechos en jornadas dominicales de trabajo “voluntario” por los jóvenes
del KOMSOMOL leninista.
- Doy clases a los alumnos de primer año, así que tengo el aula llena de "genios"
que no han tenido tiempo de convencerse de que terminarán sabiendo lo
suficiente como para deprimirse ante cada palabra decentemente escrita-añadí.
-¿Y cómo te llevas con ellos? -continuó su entrevista desde las profundidades del
carro.
- Creo que piensan que soy muy gris-le dije como si supiera lo que ellos me
responderían- No hago proyectos con universidades extranjeras, no viajo, no
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conozco a nadie importante de ese mundo.
-Bueno, eso no importa. A fin de cuentas, eres la profesora. ¿Allá ellos, no?
-La verdad es que nada de eso me quita el sueño- mi respuesta era muy sincera.
-Con lo malo que está este carro, eres una muchacha muy valiente si te atreves a
andar así por la calle. No te has matado de milagro, mira esta dirección-se dijo a
sí mismo ya que era imposible que yo viera nada.
No soy valiente. Por eso nunca he escrito nada que no sean apuntes de clases.
No sabría construir respuestas memorables si me preguntaran por proyectos
futuros, la literatura dentro y fuera de la Isla o cómo hago para escribir con
tantas ocupaciones.
Olga, mi jefa, me citó para conversar al terminar las clases. Lo hacía a menudo,
convencida de que podía darme tareas de la cátedra. Yo era la única que no se
había embarcado en proyectos más ambiciosos y personales. Preparaba mis
clases como si fuera al catecismo y no miraba el reloj en las reuniones aburridas
en las que se hablaba de planes de estudio y del futuro luminoso de la facultad y
la lengua española.
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Al entrar en la cátedra, Olga sonrió maternalmente y me evaluó con la mirada.
Unas gafas severas enmarcaban su rostro de gorda adorable y contrastaban con
sus ropas de colores impresionistas. Pensé que Olga irradiaba vitalidad y
serenidad, como el mar y los girasoles. Le sonreí y me senté.
-Marian querida, hace tiempo que no conversamos. Es verdad que estás inmersa
en el trabajo como ya me gustaría que lo estuviera el resto de la cátedra pero
¿no crees que deberías proyectarte un poco más hacia afuera?
Era una introducción llena de verdades, pero supuse que no me habría llamado
solo para sopesar nuestras culpas. Como estaba de acuerdo con todo y esperaba
lo que seguía, la animé con los ojos.
-Tengo aquí el libro de un escritor muy joven y sin ninguna formación literaria,
que ha ganado un premio para óperas primas-me mostró un proyecto de libro
pequeño, con una portada horrible- El presidente del jurado me ha pedido un
texto para el prólogo. Se harán quinientas copias inicialmente y se presentará en
todo el país. Y las primeras páginas, las introductorias, esas que darán la
brújula a los lectores, serán las tuyas. Dime niña ¿qué te parece?
El esquimal, de Daniel Arco fue introducido en mi bolso y ese día caminé más
rápido. Como una gran prologuista caminaría con un gran libro en una ciudad
de metros, taxis y aceras anchas. Quería comenzar a trabajar inmediatamente.
Temía no ser capaz de escribir ese texto y la única forma de comprobarlo era
empezar a intentarlo.
El esquimal era también el título de uno de los cuentos y era de verdad muy
bueno. Un hombre ensimismado en sacar cuentas para ver si lograba comprar
un colchón con lo ganado en el mes, atravesaba la ciudad en medio de la
algarabía del 5 de agosto del 94. Entre gente que gritaba y corría. Entre la
defensa del orden y las ganas de ejercer poder. Entre la violencia de la situación
y la gratuita. En medio de la confusión que eran las calles de La Habana de ese
día, un transeúnte caminaba sin saber bien qué estaba sucediendo en esas aceras
en las que repetía una y otra vez cifras y sumas, sin darse cuenta de nada más.
Sentí sonar el teléfono muchas veces. Oía las voces que dejaban mensajes pero
no quería detenerme. A las diez de la noche decidí que merecía una botella de
tinto barato y fui a buscarla.
Desde que mi madre murió he vendido muchas de las cosas que quedaron en la
casa a un anticuario que las compra, imagino que con gran ventaja para él. Los
cajones y armarios quedaron repletos y poco a poco se han convertido en dinero:
el de comer algo no racionado, vestirse y beber un vino asequible los días de
fiesta.
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Marcos y yo estuvimos juntos muchos años. Y cuando terminamos lo que nos
dijimos fue que necesitábamos un receso. Creo que se dice eso para dejar la
puerta abierta. Si uno no encuentra a nadie más o nadie mejor, puede volver sin
reconocer que no ha sido capaz de rehacer su vida.
Creo que de alguna forma le dije que no deseaba cambiar nada. Me devolvió a
mi casa en su Toyota y comenzamos vernos entre viaje y viaje. Era mucho mejor
así. No era más la culpable de sus fracasos y mis pocos éxitos no se debían a su
buena estrella irradiada hacia mi desafortunada persona. Ya no éramos una
honesta pareja que se abría camino sino amantes ocasionales y nada de lo que
nos sucediera era responsabilidad del otro. Nos iba mejor sin tantas
confidencias, así que decidí no llamarlo.
Sergio no sabe qué hacer con tantas historias que tiene en la mente, en papeles,
alfombrando el piso como hojas de otoño, combando el armario. Nunca ha
estado al tanto de los concursos glamorosos, de las antologías, los editores y
traductores, los ensayistas, organizadores de eventos y periodistas.
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Escribe y se alivia como si cargara en sus espaldas fardos pesados que luego
deja reposar en el suelo. Publica en revistas oscuras de municipios casi
inexistentes, en suplementos ilegibles, periódicos editados por caridad, revistas
de esas que se compran para limpiar los cristales o envolver cosas.
Cobra miserias y sigue escribiendo sin importarle saber que existen lugares en
los que pagan nueve mil euros por un cuento y personas que los cobran.
Lanzamientos de libros que significan billetes, hospedajes y turismo en sitios
envidiables. Becas en castillos europeos, cocteles y fiestas. Luces, oropel y
lentejuelas. La fama y la fortuna, ese maravilloso dúo de suaves acordes y
benditas resonancias, nunca se enteraron de que en una azotea que mira al mar
alguien está siempre haciendo literatura porque no puede evitarlo.
Abrimos la botella y lo invité a comer. Aceptó pero solo si él compraba las cosas
y esta vez no logré convencerlo. Regresó con todos los ingredientes de una buena
pasta con salsa y contento, me explicó el porqué.
-Llegan y me cuentan las historias, algunas se han enamorado de los tipos, otras
de la vida que tendrán y las terceras hacen solo cálculos de que sea una buena
inversión. Yo convierto eso en amor. Porque supongo que está detrás de todo.
Amor a la aventura, a las ganas de irse, de comer delicatessen o tener carro, de ir
de compras y convertirse en el suministrador de la familia que queda del lado de
acá-continuó mientras comíamos.
-Al inicio lo hacía gratis pero ellas insistieron en pagarme con regalos o dinero.
Algunas ya se han ido. Me llaman o me visitan cuando vienen de vacaciones.
Otras están aquí y me presentan amigas que necesitan lo mismo. Parece un
trabajo seguro...y sin reuniones-terminó- Creo que esta vez me quedó muy
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buena la pasta.
Sergio leyó el primer cuento del libro mientras yo lavaba los platos. Le pareció
bueno, recordaba la historia española de que le hablé pero no se le parecían. No
dio mucha importancia al prólogo.
Tan importante como los actos preparatorios de hacer el amor, son las cosas
que haces después que acabas. Para los fumadores es muy fácil encender un
cigarrillo y mirar al techo. Para los amantes fugaces, mirar el reloj y apresurar
la retirada ante la angustia o la indiferencia, real o fingida, del otro.
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-Una de tus alumnas- sentenció. Hizo una llamada de trabajo, canceló una
reunión y me dijo que pensara dónde me gustaría cenar. Y acto seguido,
comenzamos a hablar de política.
La primera vez que estuve allí me recibió su madre, reina del savoir faire.
Hablaba sin parar, no le interesaba saber de mí sino contarme de ella. Echada
en el sofá, balanceaba los pies descalzos de manera juvenil y movía la cabeza,
que ostentaba uno de esos cortes "descuidados" que tienen detrás horas de
cepillo y espejo. Era encantadora y se quejaba de todo.
De que era muy difícil encontrar gente que hiciera las cosas bien en estos días.
Gente que limpiara la casa sin hacer ruido y romper los adornos. Gente que
restaurara los cuadros y arreglara el jardín y el carro sin hacer chapucerías y
cobrar una millonada.
La madre de Marcos nació en esa casa. O sea, en las habitaciones encima del
garaje, separado del resto de la mansión por un patio.
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Creció sin salir a la calle porque en el barrio no había niños pobres y no podía
jugar con los ricos. Pasó su infancia mirando al hijo de los patrones crecer
malcriado y precioso, rompiendo juguetes, carros y corazones de muchachas
vestidas con ropas caras, que se citaban en el Country y el Yacht Club y pasaban
los weekends en Miami o Varadero.
En los primeros meses del 63, ya los dueños se habían hartado de negros, de
consignas y de que el proyecto de los bistrots del malecón fuera declarado
prostitución de la ciudad y desterrado definitivamente del futuro de La Habana.
El barrio se vaciaba. Los cadillacs, chevrolets y pontiacs partían diariamente
llevando a bordo a los que abandonaban el país con ojos llorosos y maletas
pesadas, despidiéndose de los que los abrazaban y partían el día siguiente al
mismo destino: Miami. Volveremos, era la frase que animaba todas las
despedidas y los intercambios de esperanzas.
Unos meses después partían como últimos guardianes del barrio y nadie los
despedía, si bien todos los miraban a través de persianas entreabiertas y cortinas
levemente descorridas.
Entró en esa casa que sus padres le prohibieron considerar propia y sintió que
pisaba más firme. Abrió puertas y ventanas, descorrió cortinas y violó la
oscuridad de museo de la casa con la luz de un invierno falso.
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También ella nacía en esta Navidad, con la oportunidad de inventarse el pasado
y planificar el futuro. Terminados los estudios medios, no había hecho nada más.
Pero leía los periódicos, veía los noticieros y estaba al tanto de muchas cosas. Y
sabía coser, algo muy importante en la Cuba de los sesenta.
Colocada frente al armario que contenía ropa de los ausentes y consultando las
modas de Vanidades, se dedicó a aprovechar a su favor cada milímetro de tela
cara.
No fue difícil pasar la propiedad de la casa a su nombre. Contaba con todos los
papeles que acreditaban justo lo que la Revolución exigía. Que se convirtiera en
la propietaria del lugar donde antes fue solo una sirvienta. Y que todos los
objetos de la casa le pertenecieran por orden del cambio de cosas a favor de los
que nunca antes habían tenido nada.
Eso fue lo que le aseguró el joven que la atendió. Muy joven para ocuparse de
esas cosas -Pero hay que hacer de todo compañera-le dijo mientras sonreía.-Yo
soy de San Luis, en Oriente, y aquí estoy ayudando. Por las noches hago un
curso preparatorio para estudiar Economía Política. Hay muchas oportunidades
para todos y usted debería aprovechar ahora que es joven y tan bonita.
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Ese mismo entusiasmo hizo que el padre de Marcos abandonara sus estudios de
Comercio para dedicarse a cuanta obra de la Revolución necesitó de sus
conocimientos o de su disciplina. Construyó presas, cortó caña, instaló teléfonos,
sembró café, envasó chocolates y este dispar curriculum terminó con un
nombramiento de Cónsul en el Madrid de Francisco Franco.
Odiaba los rusos de manera lapidaria. "Gente gorda que comía cosas grasientas,
hacía películas de guerra y dibujos animados horribles". Así Marcos creció en la
dualidad de la educación estatal por un lado y la de su madre por el otro. Los
soviéticos eran un pueblo valiente y solidario en el patio de la escuela y unos
rusos apestosos e incultos a la hora de la merienda en la casa. Ana Karenina era
aplastada por Emma Bovary, Kandinsky por Miró y El Ermitage por la
Accademia di Venezia. Nada bueno había allí.
Es por eso que para Marcos, la justicia social se mide por un rasero muy
particular. Y el Producto Social Bruto del país y su crecimiento económico,
equivalen a los billetes de su portamonedas. La paz y la ecología, la religión y las
corrientes filosóficas, militan en las escuelas de sus estados de ánimo. El mundo
va a la velocidad de su cuenta millas y el futuro del planeta se parece demasiado
a sus proyectos para el próximo fin de semana.
Llegué al aula y me senté a esperar por los alumnos, mientras revisaba las notas
de clase. Una vez demoré cinco minutos y escaparon con el pretexto de que
habían esperado los quince minutos reglamentarios sin que yo apareciera.
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Los miraba entrar poco a poco, como palabras divididas en sílabas y me repetía
que yo también fui una estudiante de primer curso y que ningún universitario es
tan pedante como los que empiezan. Se sienten muy especiales. Les importa más
estar en la Universidad que lo que hacen allí.
Y el aula es como la viña del Señor. Compuesta por los que quieren demostrar
que se las saben todas, los que se acercan a mi mesa todos los días a comentarme
cualquier cosa para que los recuerde a la hora de los exámenes. Los tímidos
inteligentes, los snobs estúpidos, los tímidos estúpidos y los snobs inteligentes.
Ana interrumpió mis reflexiones con una sonrisa y una pregunta. Es alta, con
el pelo largo y unas mechas rubias a las que desmienten un par de ojos
negrísimos. Aunque no es bella, gusta mucho y lo sabe. Es amiga de los del
último curso, de algunos profesores, baila en el grupo de tap de la facultad y
espera que la vida le dé la oportunidad que está convencida de merecer. Como
estudiante, es buena sin ser especial.
-Estamos juntos desde hace unas semanas. Daniel es una persona muy
inteligente y nos va muy bien. Ahora está escribiendo una novela, es una historia
maravillosa.
-En general sí. Justamente pensaba llamar a Daniel Arco en estos días para
hablar con él.
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Ana se retiró feliz a su silla. Seguro que no atenderá nada, piensa solo en que
hoy tiene una buena noticia para llevar a su amante escritor-pensé. Pero decidí
no dejarla saborear ese momento por anticipado y la obligué a trabajar como al
resto del aula. En estos casos me digo que lo hago por su bien pero sé que les
estoy negando el tiempo de soñar y los condeno al aquí y ahora de una tarde
aburrida de Literatura muerta y enterrada. Pero soy la profesora.
-Dale esto a Daniel Arco. Ahí esta también la fecha de un posible encuentro. Si
está de acuerdo, que me lo mande a decir contigo o me llame a la casa.
Ana tomó el sobre y vio que estaba cerrado. Me molestaba tener a una alumna
metida en esto. Habría preferido que esta nueva etapa de mi vida no tuviera
testigos de la otra pero no podía evitar que Daniel Arco se acostara con mi
alumna. Y sobre todo, que ella encontrara maravillosa su Literatura de
principiante.
Era Lorena, mi más vieja amiga. Lorena odia hablar con la contestadora así
que su primer párrafo es siempre el mismo, con ligeras variaciones.
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Marcos rió porque Lorena no era ya la persona que deseaba conquistar como
cómplice. Mientras estuvimos juntos trató de ganarse su confianza de todos los
modos posibles hasta un día en que ella le gritó que todo en él era tan falso que
estaba segura de que era el único hombre en el planeta que fingía los orgasmos.
A lo que él respondió llamándola “hormiga con suerte de cigarra”.
Lorena es pintora y escultora. Para Marcos, una loca ridícula sin futuro. Está
convencido de que el arte es algo que ningún contemporáneo medianamente
inteligente debería ejercer. Ya están hechas La Gioconda y El Jardín de las
Delicias, se compusieron La traviata y la Gran Misa. Ya fueron concebidos
Hamlet y Tío Vania. Y se escribieron Don Quijote y En busca del tiempo perdido.
Y aunque la Literatura le merece menos desprecio, los hacedores de esas cosas le
parecen caminantes menores, entretenidos en las curvas del camino sin pensar
en la meta. Ahora que está al alcanzar la suya, los evalúa con compasión
disfrazada de tolerancia.
Tiene el don de aglutinar gente, de decidir por todos sin que ninguno se sienta
obligado por ella. A su alrededor todo el mundo se siente cómodo y relajado.
Sabe reunir personas, presentarlas e introducir conversaciones. Una verdadera
pérdida para la diplomacia cubana si no fuera tan mal hablada.
Cuando era niña pasaba las horas dibujando círculos y rayitas, puntos y rabitos
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rojos, azules, negros. Soles, cucarachas y lunas. Su madre no mostró los dibujos
a nadie. No la matriculó en un curso de Artes Plásticas ni se preocupó porque
tuviera buenos lápices de colores. Esperó pacientemente a que, ya más grande,
tuviera un oficio serio.
Lorena pinta, malcría a sus hijos, maldice todo y tiene un corazón, unas manos y
un nuevo marido de oro. Bienvenido Dimeadiós.
BiDi se obsesionó con los viajes desde un suceso que marcó su vida en mayo del
68. Entonces, él tenía diez años y el resto del mundo era solo algo que el noticiero
comentaba a los adultos de su casa cada noche.
Sus tíos, felices poseedores de muchas cosas, tenían un hijo, que era lo más
importante para ellos y BiDi.
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que no logran asumir los hermanos y se defendieron en la escuela y fuera de ella
como si cada uno fuera a la vez samurai y señor del otro a la vieja usanza
japonesa.
Todos los domingos, los tíos planificaban un paseo con cestas de mimbre,
manteles de cuadros y un arsenal de chistes que el tío coleccionaba durante la
semana.
Esta vez, BiDi no fue invitado. Le dijeron que había que levantarse muy
temprano, que el viaje era demasiado fatigoso y le prometieron que iría sin falta
en la próxima oportunidad.
Empecinado en no quedarse en su casa, donde los domingos sin tíos eran como
lunes, BiDi pasó la noche despierto mirando el reloj de cuco.
Vio salir muchas veces el pajarito de madera. Hasta que se quedó dormido, eso
que llamamos “un pestañazo”, un abrir y cerrar de ojos en el que desapareció el
chevorolet que se llevaba a sus tíos y primo rumbo a un domingo sin él.
Un año después llegó la primera foto en una playa. El primo era más alto, más
gordo y más rosado. También los tíos eran gordos y rosados. Y la máquina era
más grande y también rosada. La foto estaba dedicada por su primo, en un
español lleno de faltas de ortografía y mezclado con palabras en inglés.
Cada vez que tenía que llenar un formulario, no faltaba nunca la pregunta de
tiene familiares en los Estados Unidos-cuál es el parentesco-mantiene relaciones
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con sus familiares en los Estados Unidos. BiDi escribía siempre Sí. Nunca fue
vanguardia, jamás le dieron un sello por buena conducta, ni lo nombraron
joven comunista, integrante de la banda de la escuela o del equipo de basquet.
Cuando terminó el Pre-universitario, habían cambiado las leyes y los que se
habían ido venían a ver a los que se habían quedado. Les compraban
ventiladores y grabadoras y les traían kilos de ropas y zapatos. La veda fue
cancelada pero los tíos declararon que su salida definitiva del país no incluía
siquiera visitas a la Isla y nunca regresaron para no dar su dinero a los
comunistas de aquí.
Pero su inquietud se detuvo en las orillas de esta playa inmensa que nos
estrecha. En los confines, en las fronteras, en el límite de los adioses y las
bienvenidas y luego de estudiar una ingeniería en transporte, desempeñó las
siguientes labores:
Controlador aéreo para cuidar los aviones en el pedazo de cielo que cubría la
Isla, imaginando los pasajeros con las narices pegadas a las ventanillas.
Chofer de los autobuses que llevan a los viajeros hasta la escalerilla del avión o
al interior del aeropuerto, viéndolos dar el paso inicial o final en el suelo del país.
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Nada de esto funcionaba. A la hora de apertura de la oficina, la magia de la
puerta abierta, señal de que se acababa la espera nocturna y comenzaba la
diurna, trastocaba los cerebros soñolientos de los esperadores y las colas se
deshacían. Cambiaban los números, los nombres de las listas y en ellas
aparecían nuevos encabezadores que parecían acogerse a la máxima bíblica de
que los últimos serían los primeros.
Este coro principal, tenía como fondo los pregones de quienes se ocupaban del
avituallamiento de los aspirantes a entrar. Vendedores de café, té, cigarros,
cervezas, bocaditos, pasteles, caramelos y aspirinas. Mecanógrafas que llenaban
los formularios. Fotógrafos que hacían fotos de visa o pasaporte. Taxistas que
recorrían el via crucis de sellos, cartas, bancos, documentos de identidad,
certificados de nacimiento, de divorcio, matrimonio o defunción.
Por otra parte, era perfecto para recibir los improperios ante un sistema de
procedimientos que no complacía a nadie. Trataba de enfriar los ánimos
caldeados, animar a los deprimidos y gozar con la alegría de los que,
terminados los trámites, se despedían de él.
-¿Adónde?
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Luego le recomendó algunos destinos remotos y menos frecuentados porque al
no ser de los más visitados por cubanos resultaba fácil la obtención de una visa.
Ya las embajadas más solicitadas desconfiaban de cada uno que se proclamaba
interesado en familiares, amigos, amores o estudios. Estaban hartas de estos
cubanos que no eran del primer mundo ni del tercero, inmigrantes ni
ciudadanos. Gente que escapaba de su país para ir a contar a los demás lo bueno
que era todo allá. Y que terminaba catequizando a los del otro lado, haciendo
emporios de su nostalgia y aprovechando todas las ventajas del nuevo lugar,
siempre con una mirada desdeñosa y melancólicamente altiva.
BiDi me cuenta muchas cosas del exilio, un cliché en esta Isla tan con vista al
mar que el instinto de atravesarlo es casi una epidemia incontrolable. Pero los
clichés no son más que certezas repetidas.
Dice que a los que se van les falta siempre algo. Quizás son los otros. No importa
cuantos amigos encuentres allí donde llegas. Siempre añorarás a alguien. En
otros lugares el cielo es también muy azul, hay calor, mar y buenos aguaceros
pero a ese espacio le falta el tiempo. Ese que continúa pasando ya sin ellos y
descascara las paredes, madura las fotografías y entierra a los viejecitos de la
casa de la esquina.
Está convencido de que ni siquiera los que luego de irse han triunfado y gozan
de éxito profesional, mastercard y gasolina superplus son felices. Todos han
dejado acá lo más importante, que en cada caso se llama de manera diferente.
Porque el sitio perdido es como el tiempo pasado. Contiene todo lo que nos
gustaría que hubiera sido.
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colocar en el suelo las pinturas de Lorena.
-También yo lo creo-respondí.
Y me pareció raro que se sintiera tenso por mi causa. Casi olvidé que lo que
escribí sobre su libro no era del todo laudatorio. Y como siempre que he estado a
punto de tener ventaja sobre alguien, sentí la tentación de ceder, de ser
indulgente y acortar las distancias. Me prometí que esta vez mi timidez no sería,
como tantas otras, leída como soberbia.
Una vez que tuve el diagnóstico, decidí no comunicarle que le restaban seis
meses, aritméticamente calculados, de vida.
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Estos argumentos hicieron que, pese a los pragmáticos consejos de los que
insistían en que mi madre tenía derecho a despedirse de los que amaba y a dejar
sus asuntos en paz, no cediera un milímetro.
Mi madre se puso tan feliz que me sentí culpable de no haber inventado algo así
cuando estaba buena y sana. Quería ayudarme, organizar los apuntes, leer
detenidamente cada una de las palabras de mi historia. Le dije que aún no tenía
nada que pudiera mostrarle. Le pedí que no lo contara a nadie y me aseguré de
que había hecho nacer un secreto que nos permitiría disfrutar los momentos en
los que estaba mal y yo intentaba alejar de mi mente el diagnóstico.
Había muchos planes para el libro. Era magnífico, ella estaba segura. Así, la
novela no escrita comenzó su viaje tentativo por el mundo de los concursos
internacionales. Los españoles, auspiciados por las Secretarías de Cultura de los
tantos ayuntamientos de ciudades y pueblos. Los mexicanos, bautizados con
magníficos nombres aztecas. Los argentinos, tan cosmopolitas, los colombianos
asociados a casas editoriales fuertes, los chilenos que se multiplicaban cada día.
Y la calle de los concursos se ensanchaba y se convertía en Avenida de Las
Grandes Editoriales, que ofrecen contratos para que escribas una novela al año,
te incluyen en su catálogo y entonces tu vida adquiere visos de seriedad y
compromisos. Y ya no eres más un escritor, sino un obrero de la fábrica más
dispersa del mundo.
Mi madre me enseñó algunas cosas. Dio clases de música a niños más aplicados
que yo. Y tocó muchas veces para las visitas, en mis fiestas de cumpleaños y
para alegrar las tardes lentísimas de los domingos en los que no íbamos al
Zoológico o al Guiñol.
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El piano fue su reino particular. Poco a poco comenzó a abandonarlo y cada vez
tocaba menos. Olvidaba muchas cosas, se equivocaba y se llevaba las manos a la
cara apartándose mechones imaginarios.
Durante la enfermedad se sentó algunas veces y tocó leyendo de nuevo los libros
de música. Eran esos días en los que quería demostrar a mí y a sí misma que
mejoraba y que volveríamos a disfrutar domingos como los de mi infancia. Pero
pocas veces llegó al final de la partitura.
El piano estaba lleno de polvo. Lo limpié mientras me repetía que era la primera
vez que recibía en la casa a un desconocido que venía para dejar de serlo.
Sonreí e hice las cosas de siempre. Lo invité a pasar. Le ofrecí agua, café, té.
Rehusó todo mientras miraba la casa y luego me preguntó si vivía sola.
Aunque era muy pronto para contarle mi vida, me encontré diciéndole que mi
madre había muerto, que no tenía hijos ni perros. Haciendo lo de siempre,
tratando de aligerar las cosas, poniéndosela fácil a los otros.
-Ya-me dijo como si lo entendiera mejor que yo. -Yo también vivo solo.
Sonó el teléfono.
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-Marian, bonita -una palabra muy española a la que ella se aferró desde su
remoto regreso- he pasado mil veces por tu casa pensando si estarás allí. Nada,
que en estos días te hago la visita y charlamos un poquito.
La madre de Marcos no hace nada por gusto. No visita pobres y sin futuro. Su
vida social está compuesta solo de inversiones. Pero no sé qué ganancias le puede
traer una charla conmigo-me pregunté al oír el mensaje
-Cuando era niño leí Las Mil y una Noches. Y encontré por primera vez la
palabra “viandante”. Desde entonces, la asocié a las viandas, por lo que el
viandante de Las Mil y una Noches era alguien con una cesta de viandas en la
cabeza. Luego descubrí su contenido real. Tan simple, y ahora no sé, no quiero
abandonar a su suerte al señor que pasea por Bagdad con viandas en un
cesto sobre el turbante. No quiero que sea aplastado por un tranvía en forma de
diccionario que aclara la palabra hasta hacerla fea, sin imaginación.
¿Normalmente no respondes al teléfono?
-No mucho-Pero suspiré después de esta frase y eso quitó a mi respuesta el tono
tajante de quien no quería más preguntas -¿Hablamos de tu libro? A lo mejor
no estás de acuerdo con algunas cosas que escribí.
Daniel Arco era el clásico vagabundo erudito. Defendió cada palabra, cada
frase, cada coma y me dijo mil veces sin decirlo que el hecho de que yo no fuera
capaz de ver muchas cosas no significaba que él no las hubiera construido.
Apasionado y teatral, recitó desde los clásicos hasta los post modernos. Teorías
narrativas, técnicas de construcción, historia de la literatura, anécdotas de
escritores. Me abrumó.
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insultarme porque no estaba de acuerdo conmigo. Estaba acostumbrada a
apasionarme en mis respuestas y escuchar apasionadas respuestas de otros pero
no a ofender a nadie. Pensé que Daniel pertenecía a un mundo raro, de
guerreros que desembarcaron en la tierra muchos años después que yo. Gente
que se abría camino, no con pico y pala sino dinamitando las rocas, para que
todo fuera más rápido y más ancho.
Era día de exámenes. Aún después de varios años dando clases no conseguía
deleitarme en estas jornadas que disfrutaban los demás profesores. Quizás me
contagiaba el nerviosismo de mis alumnos, esa mezcla de silencio y exceso de
palabras que son síntomas de lo mismo: el miedo a suspender.
Comencé a pensar en algo cínico como la adrenalina que saturaba el aula, en las
mil brujerías que habrían hecho, en que seguro mi nombre estaba en todos los
congeladores o en tazas llenas de miel. Que muchos tendrían ropa interior roja.
Y que otros no sacarían punta al lápiz o se sentarían por la derecha del pupitre.
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Ana debía entender que la frase "problema personal muy grave" era
demasiado ambigua como para que yo la eximiera de presentarse a examen. No
quería ser una intrusa en sus desgracias pero las palabras disciplina y asistencia
y alumnos examinados y causas de las ausencias a examen y documentos que las
justifiquen, conformaban la liturgia de mi contenido de trabajo. Así que puse
cara de que a lo mejor tendría que hacer el examen en medio de la gravedad de
su personal problema. Surtió efecto:
-Daniel y yo tuvimos una discusión muy fuerte ayer por la noche. Fue algo muy
desagradable, muy agresivo, los vecinos oyeron todo, estoy hecha talco. No he
dormido. No he encontrado siquiera mis documentos, no sé donde está nada. Sé
que tengo que regresar a su casa a buscar mis cosas pero no me atrevo. Y todos
mis libros de la carrera están allí.
Ana era la estampa del dolor, una sufridora del neorrealismo italiano, una
Magnani studentessa. En su cara y sus ojos y su pelo rubio a fuerza de peróxido,
estaban las trazas de su tragedia.
Debía decidir si ser comprensiva. O “humana” como dicen los alumnos. Si una
discusión de pareja era motivo para no rendir un examen. Un examen que no se
preparaba la noche antes, sino muchas noches antes.
Ana pudo fingir una enfermedad y mandar un certificado médico con algún
amigo o un telegrama de un pariente muerto en el otro extremo de la Isla, o una
citación de la policía. En vez de eso, decidió decirme la verdad y esperar que yo
la entendiera. Opción muy riesgosa, realmente.
Quise decirle más cosas, pero yo era solo la profesora de Literatura. Y no tenía
mal de amores.
Las parejas discuten, la gente grita porque pierde los estribos- pensaba al salir
de clases, pisando mis mismos pasos como tantas otras tardes. Se habla mucho
de violencia doméstica, se hacen filmes, reuniones, se analiza. Sabemos que en
pequeños pueblos y grandes ciudades, existe. Y causa muertes, suicidios,
orfandad, cárcel e ingresos en hospitales psiquiátricos. Y suponemos que no
estamos exentos, pero si no es un caso que conocemos de primera mano, lo que
nos llega son siempre rumores a los que dar o no crédito.
Somos exagerados para hablar, mover las manos, defender ideas y hacer
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cuentos, para enamorarnos y pelear. Nuestra vida doméstica es difícil. Llegar a
la casa no es el remanso de paz del día sino otra variante de la fatiga cotidiana.
Las parejas tienen muchos problemas que resolver juntos y separados y poco
tiempo para pensar en ellos mismos. Se desborda la copa a la más mínima
ondulación del agua. Pero me reitero que somos de los de mucho ruido y pocas
nueces, que los malos de verdad están en otra parte. Y después de repetirlo,
alguien dentro de mí pregunta siempre lo mismo. ¿No existe solo porque tú no lo
sabes?
El cine, la televisión y los video juegos con sus autos veloces, su gente armada,
sus ladrones sin escrúpulos y sus policías duros: el miedo y la amenaza. Rápido y
furioso, parece ser la receta del éxito. No descanses- no te apiades, sus
ingredientes más efectivos.
Esa violencia que empieza en un autobús que no pasa o en una reunión absurda,
termina en la casa, en una tortilla que se quemó o un ataque de celos. Y hacemos
la guerra en los mismos metros cuadrados donde antes hemos hecho el amor o el
desayuno. Hacemos la guerra y deja de ser importante quién tiró la primera
piedra. No hay frases medianamente pensadas, sólo insultos velozmente
escupidos. Barricadas hechas de impotencias y prepotencias. No hay luz, ni sol,
solo nosotros y nuestra rabia. Al frente, el enemigo, un blanco, una diana.
Hacemos la guerra y olvidamos lo que somos, unidos y separados. Olvidamos el
pasado, clausuramos el presente y dinamitamos el futuro. Y no importa más
quién es Caín y quién, Abel. Después de la primera frase dura estalla el insulto,
el empujón, el golpe, el llanto y los gritos. El portazo y luego la reconciliación y
una segunda vez. Y una tercera, porque casi nunca “va la vencida”.
Sonó el timbre de la puerta y abrí como una autómata para encontrar, acodada
en la pared en un gesto coqueto, a la madre de Marcos, que me besó como quien
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acaricia un gato ajeno y entró, dejándose caer en mi sofá con una gracia
envidiable.
-¿Y tu carro?
Los carros aquí son algo por lo que se pregunta. Y se responde ampliamente
porque tienen historias largas. El mío lo compró mi madre hace veinte años, la
primera vez que se vendieron autos sin que hubiera que ser trabajador-
cederista-sindicado-militante-ciudadano-paterfamilia-destacado.
El proceso fue conocido inicialmente como “La casa del oro y la plata” y más
tarde, cuando la sorpresa cedió el paso al humor, “La casa de Hernán Cortés”.
La gente llevó allí las joyas, vajillas, adornos, cuadros y muebles de valor y
obtuvo a cambio una especie de bonos para comprar en determinadas tiendas
que vendían cosas que no tenían nada que ver con el socialismo y su empecinada
negación al confort.
Junto a las remesas desde Miami, esta fue la vía que pobló muchas casas
cubanas de efectos eléctricos de la vida moderna. También la que las desnudó de
testigos mudos de la vida antigua. Las familias abrieron cajones y armarios y
llevaron todo aquello que pudiera proporcionarles un video registrador o un
televisor a colores.
Los objetos partieron de la mano de familias felices que al fin hacían algo con
los "trastos viejos" que conservaban por cariño, costumbre o inercia. La
población que observó esta procesión quedó sorprendida de la cantidad de
“bienes valiosos” que guardaban las casas del país, cuyos propietarios eran
personas a las que nunca habrían imaginado poseedoras de nada importante.
Ese fue el primer éxodo de objetos de nuestra casa. Marcharon las mejores
cosas, las que unidas podían juntar el valor de un auto de uso. Al inicio creímos
hacer un buen negocio, en una ciudad donde moverse es un reto. Pero llegó el
punto en que mi madre se convenció de que habíamos pagado muy caro un
carro que nos obligaba a correr siempre detrás de mecánicos que cobraban
sumas exageradas por arreglos que duraban días y que ponían siempre piezas
inventadas porque una reparación en regla era imposible. Así, poco a poco lo fue
dejando en el garage del edificio a su buena suerte.
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Un día vino un señor que nos propuso usarlo como taxi clandestino y dividir las
ganancias que, al no pagar impuestos, serían jugosas. Nos explicó el sistema de
venta de la gasolina en el mercado negro y la cantidad de viajes al día,
dejándonos una hoja llena de algo que parecían integrales de Lagrange,
flanqueadas por signos de pesos.
Preguntar por el carro era un buen modo de empezar a conversar sobre algo no
comprometedor, así que le di el parte de las últimas desventuras y comprobé que
no le interesaban, pero le servían de pretexto para estudiar el ambiente y a mí. Y
para introducir a Marcos.
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Panamá pero conservan la ciudadanía schengen y Mónica tiene como tres, pero
Panamá le gusta aunque estudió en una escuela suizo-americana y luego en
Harvard.
-La verdad es que cuando ustedes terminaron yo sufrí muchísimo pero Dios oyó
mis plegarias y ahora Marcos está tan enamorado como nunca.-la madre de
Marcos usa a todo el mundo y Dios no está exento de sus manipulaciones.-Sabes
lo que eso significa para una madre. La familia de ella es muy buena con él y lo
están entrenando para que entre en el negocio. Como tienen filiales en Europa,
lo más probable es que después de la boda se establezcan en Londres. Marcos
está practicando el inglés y Mónica, que es bilingüe, lo ayuda mucho. Marian,
bonita ¿me haces un café?
La madre de Marcos era una buena estratega. Fui a la cocina mandada por ella
a digerir en paz todo lo que me había dicho. O sea, la orden de alejarme del
futuro luminoso que se abría ante su hijo en virtud de una boda con una
extranjera rica, que lo haría extranjero y rico. Una oportunidad como para no
dejar escapar. Una oportunidad que ellos no dejarían jamás escapar.
-Me alegra que le vayan bien las cosas a Marcos, y puedo imaginar que estés
feliz. ¿Te quedarás aquí después que él se vaya?
-Sí claro, iré a visitarlos de vez en cuando pero aquí está mi casa y ellos deberán
tener un lugar donde estar cuando vengan. Además, las cosas no serán siempre
así. Y uno no puede estar escapándose y dejando atrás su patrimonio.
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convertiría en una fundamentalista del Socialismo y las leyes de la Revolución.
-Creo que encontré a alguien.-Calculé que dicho con ese misterio apasionado,
parecería una historia real y complicada que no quería contar.
Marcos se casaría con la mujer con la que debió casarse desde el inicio, solo que
entonces no la conocía. La conoció porque estaba en el lugar oportuno en el
momento justo. Y porque los años que vivimos juntos le sirvieron para
comprender que no era esa la vida que deseaba. Cuando conoció a Mónica, las
posibilidades no lo tomaron desprevenido.
Un día tendré otra historia de amor y también yo tendré algo que agradecerle a
Marcos. Estaré en deuda con él por haberme enseñado con quién no quiero
vivir-pensé.
Lo peor del magisterio es leer en cada examen lo que no has sido capaz de
enseñarles. O que no les importa lo que les has dicho. Darles y darte a ti misma
malas calificaciones. Las de ellos, temporales y la tuya, definitiva.-me dije
mientras calificaba los exámenes y esperaba.
Daniel llegó a nuestra segunda vez. No había preparado la casa para las visitas
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y mi cara era la de una profesora vencida por la montaña de exámenes. Entró y
me pareció un alumno del último curso.
-No creo que nadie juzgue la propia vida como algo bueno, siempre pensamos
que pudo ser mejor.
Lo miré y vi el desamparo combatido con mil astucias de pícaro. Sin una madre
como la de Marcos, oficiando matrimonios que terminaran en paseos a orillas
del Támesis.
-¿Te quedas a cenar? No soy muy buena en la cocina pero así tendremos más
tiempo.
Daniel me pareció una buena compañía, tan alejado de mi vida, tan apenas
rozado por ella. Sonrió y me dijo que sí, que le encantaba que quisiera cenar con
él y que si lo permitía, se encargaría de todo para que yo continuara revisando
los exámenes.
-Soy un cocinero magnífico, desde que soy un niño me hago de comer así que
puedes dejarme solo sin correr riesgos.
Le dejé la cocina, dándole unas pocas indicaciones sobre donde hallar los
ingredientes de una pasta con atún en conserva.
-Hay una botella de vino-le dije-Imagino que la necesitaré después que termine
de leer los exámenes.
Daniel puso la mesa, sirvió la pasta y se inclinó para desearme -Bon appetit-
-Puedo decirte que eres bueno en la cocina, pero me dirás que la pasta se hace
sola y que al atún es de lata así que no has hecho nada.
-No mucho, a Marcos le gustaba cocinar. No soportaba las cosas mal hechas y
las bien hechas eran siempre las suyas.
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-Seguramente su mamá lo enseñó- ante mi cara de asombro se explicó- Esa que
te llamó “Marian-bonita- quiero-charlar-contigo”. Reímos.
-Entonces creo que tuve suerte al llamarte en ese momento, tenía miedo de que
me colgaras el teléfono, me lo merecía por presuntuoso. Fuiste tan dulce.
-No. Creo que estuve ansiosa, eras como la providencia. Eso me pareció una
señal.
Con un gesto mínimo, sin esfuerzo, separó mis piernas y continuó diciéndome
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lentamente:
Lo besé y le dije:
-Eres oscura Marian, y desde que estuve aquí no hago más que pensar en
quitarte la ropa y verte gimiendo conmigo. Quiero verte dormida, desnuda y
abandonada entre las sábanas y tus sueños.
Era una pregunta ya respondida. No quería dejarlo partir, sabía que la noche
estaba comenzando, que nos rozaríamos muchas veces y todo recomenzaría. Era
la primera noche y tendría todas las bendiciones que le correspondían.
Casi al amanecer me quedé rendida mientras Daniel velaba mi partida del reino
de la vigilia.
-Las robé del jardín de al lado, a esta hora nadie las vende- Me tendió la taza de
café con leche. Acto seguido comenzó a telefonear.
-¿Son las siete de la mañana, ¿a quién llamas a esta hora?-la pregunta estaba
más cargada de somnolencia que de curiosidad.
-A mi casa, Marian.
-¿Ana?- pensé que quizás había ido a recoger sus cosas como me había dicho.
-No.
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-¿Algún familiar de provincias?
-No.
Decidí no hacer más preguntas, no es que porque te acuestes con un tipo una
noche esté obligado a contarte su vida- pensé y me metí en la ducha.
Por primera vez en diez años iba a llegar tarde a la Universidad. Estábamos en
la cama y Daniel viró el reloj de espaldas.
-No soporto que me espíe nada a lo que se dé cuerda. Vamos a ver, quieres saber
a quién llamé. Si digo que te amo y quiero que me ames dirás que mereces al
menos esa respuesta, ¿no?
-La clásica mujer madura que sabe ganarle la partida a las jovencitas
impacientes.
-Soy una mujer madura impaciente así que tengo los defectos de las dos
categorías.
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lugar para acostarse con otro que conoció hace poco, no lo puede hacer en esa
casa, el empresario tiene las llaves y entra y sale cada vez que quiere.
-Claro, se nota. Eres un amante muy sabio, eso es un don. Como pintar o jugar
ajedrez. Yo se tocar el piano, soy muy buena, ¿quieres oírme? Cuando lo hago,
estoy ejerciendo una actividad en la que se unen talento y práctica. Con el sexo
sucede lo mismo.
-Por supuesto, pero no por lo que crees. Si tocas bien el piano, junto al talento y
las horas culo, hay inspiración, algo que te llena la cabeza de notas, que te hace
sentir bien, segura y a gusto contigo misma. Vine aquí porque tú me lo pediste y
para disculparme por lo del libro. Tú estabas triste y me dejaste acercar más de
lo que hubieras querido. Y yo te hice el amor porque me estaba muriendo de
ganas de tocarte desde que te vi. Me quedé porque quería dormir contigo.
¿Crees que no puedo dormir en otra parte?
-No. No lo creo.
-No somos Damón y Pitías, Marian. Somos Aquiles y Patroclo. Somos guerreros.
Esta ciudad es un campo de batalla, solo los tontos como tú están del lado de los
espectadores. Buena suerte, llámame cuando podamos hablar del libro. No te
tocaré. Y no creo que seas tan buena al piano.
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Llegué a la facultad tarde y los estudiantes habían escapado. Fui a la cátedra y
me senté a esperar la hora de la próxima lección, haciendo las últimas
correcciones y pensando.
Olga sonrió, arropada por sus ropas de colores. En el Libro del Es, Groddeck
dice que si una persona nos recuerda a otra, estaremos predispuestos a esta
según la relación que tuvimos con aquella. Algo en Olga me traía el soplo de la
paz de tener una madre.
-Pero tiene que ser enseguida. La presentación será dentro de tres semanas.
Fue una noticia magnífica, los dioses estaban de mi parte. Tenía que llamar a
Daniel, tenía que verlo y eso debía ser acordado urgentemente.
-Lo llamaré desde aquí, así me dices los detalles de la presentación por si los
olvido.
Necesitaba a alguien que me escuchara para que habláramos solo del libro.
Olga se sentó a mi lado y sonrió. Quizás también ella me asociaba con alguien
del pasado.
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-¿Cuándo nos vemos para terminar de escribir esto?
-Hoy a las ocho y llevaré todos los ingredientes para hacerte un pollo exquisito.
Y vamos a dormir de nuevo juntos y esta vez en mi casa no hay nadie.
-Ojalá todos los profesores fueran como usted. Daniel me llamó esta mañana
temprano. Me pidió disculpas. A lo mejor volvemos a vernos, no lo sé.
-Sergio es muy pobre, no puede pagar las chaquetas Armani y las Rayban de tu
amigo. Vive en una azotea y no tiene nada.
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-Bueno, pues que se enamoren. Adrián buscará el dinero y Sergio podrá
dedicarse a escribir sin preocupaciones pedestres. Lo de las cartas no es un
negocio tan seguro. Todas esas comprarán computadoras y les pasaran emails a
los yumas y tu amigo se quedará sin trabajo. Tienes que conocer a Adrián. Te
encantará.
Nos zambullimos de nuevo uno en el otro, salimos a flote y nos contamos cosas.
Volvimos al fondo de nosotros mismos una y otra vez. Y en estos intervalos,
Daniel me contó su vida.
-Mi madre es negra, bueno, es una mulata que ha estado siempre muy buena.
Ahora está casada con uno como veinte años más joven que ella y tienen dos
gemelos de lo más graciosos, el marido es un comemierda pero ella le aguanta de
todo. Mi papá es español.
-No. Soy “lo cubano” La mezcla de todas las razas. De las ganas de gozar y
aprovecharse. Cuando mi padre dejó a mi madre yo era tan niño que
no me acuerdo. Luego a mi madre le ofrecieron una beca en no se qué lugar
perdido de Rusia para que hiciera un curso y darle algún cargo en la fábrica en
que trabajaba. Pero no tenía con quien dejarme y no la dejaban llevarme así que
no pudo ir. Ya desde allí empezamos a tener deudas mi madre y yo. Nos
llevábamos como perro y gato, yo me perdía y no iba a la escuela y ella me
buscaba por todo el barrio con una chancleta de palo en la mano. La gente se
apiadaba de mí y me escondía en sus casas pero ella siempre me encontraba,
gritaba como una loca y decía todas las malas palabras que te puedas imaginar.
Así que a los doce años, cuando terminé la primaria sin saber ni carajo, me fui a
vivir con mi papá. Que casi ni me conocía.
-Por partes Marian. Otro día, como Scherehezada. Así no me mandarás a matar
tan rápido.
Le conté que mi madre fue una madre soltera y que nunca me habló de mi
padre. Que según mi abuelo, que se ocupó de que yo tuviera una "figura
masculina y un punto de referencia paterno", abandonó a mi madre y el país
cuando ella estaba embarazada. Eran años en que la gente se iba a México,
Argentina, Venezuela, Puerto Rico o España y a veces de ahí pasaba a los
EEUU. Nunca supimos cual destino escogió y si permaneció en ese lugar.
Tampoco si cuando se fue sabía de mi futura existencia. El asunto padre se
archivó y todos los implicados supimos muy bien hacernos los que no nos
importaba.
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-Exacto.
-¿Te importa?
- Sí, me gustaría haber tenido uno pero creo que lo sentí más por mi madre.
Estuvo muy sola y se sintió siempre culpable.
-Pues piénsalo, porque podría ser cualquiera de este mundo. A lo mejor un día
un chofer correcto y con gorra de plato te toca a la puerta muy ceremonioso y te
dice: ¿Señoga Magian? Su pagre ha muegto y usted es ahoga miguionaguia. ¿No
te gustaría?
Me reí mucho. Daniel es un pícaro que cree en los cuentos de hadas-pensé antes
de responder.
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italianos, sacerdotes temerosos del castigo divino, mafiosos de Palermo, lores de
Winchester, filósofos de Berlín, científicos de Moscú, nómadas de Mongolia,
mariscales prusianos, asesinos en serie, encantadores de serpientes….
Había mucha gente en la sala. Más de las que me habría gustado para una
primera incursión en este tipo de cosas. Muchos alumnos y profesores de la
facultad y un pequeño comando de curiosos que van a todas las presentaciones,
lecturas y debates no se sabe si por amor al arte, aburrimiento, o porque es
gratis.
Daniel corrió hacia un muchacho alto, delgado, bronceado y con los ojos y el
pelo muy negros. Se abrazaron, se separaron y se volvieron a abrazar.
-Esto es para ustedes. Un regalo por lo que han trabajado. Y mostró un paquete
envuelto en papel de regalo japonés.
-No, ¿para que te has molestado?-dije usando la frase con la que en mi mundo se
reciben los regalos y se rechazan siempre al inicio.
-Creo que eres el único de mi bando en este show. Estoy nerviosa y quiero que
todo se acabe. Increíble, paso la vida hablando a los alumnos y hoy, a pesar de
que son casi los mismos me parece que se me olvidará todo.
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-¿Qué harás después? lo digo para que vengas a la casa conmigo.
Finalmente habló Daniel. Dijo que el libro comenzaba con una historia de amor
y terminaba con otra. Pero no en su contenido sino en su gestación. Su amigo
Adrián-lo mostró a los presentes y lo hizo ponerse de pie para que lo vieran- lo
escuchó contarle las primeras ideas que luego serían cuentos, creyó que había
literatura en ellas y lo sostuvo material y espiritualmente, durante el tiempo en
que lo escribió. Así nació el libro. El camino del mismo terminaba en el
momento y lugar en que pasaba a ser propiedad de los ojos y las cabezas de
todos y era Marian, su otro gran amor, la responsable de este renacimiento, de
que el libro dejara de ser un proyecto y se convirtiera en algo que se leería. Y
ambos, Adrián y Marian, las personas más importantes del libro, eran también
las más importantes de su vida y pedía a Dios que le permitiera tenerlas siempre
cerca-esta última parte la dijo muy conmovido.
-Vámonos.
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Las cinco de la tarde de los falsos otoños habaneros es la mejor hora del mejor
momento del año. La luz cae sobre el mar y las piedras de las fortalezas
españolas de hace trescientos años. Sobre los colores pastel de los edificios
caprichosos y tambaleantes. Sobre los habitantes acostumbrados a este milagro
de todos los días que no multiplica panes y peces.
-Es un alivio ver de nuevo cubanos en algunos lugares de Cuba-dijo Sergio y nos
sentamos en la mesa más cercana al mar, llena de platos y copas sucias que
apartamos.
-Te dije que lo del libro te quedaría muy bien. Dudas mucho de tus
posibilidades-me dijo mirándome muy fijo y dulce.
-Me sentí usada, no puedo sacudirme esa sensación. Es mucho más joven que yo.
Pero es como si hubiera vivido otras muchas vidas. Me acuesto con un
muchacho que además sabe más que yo de todo. ¿Se puede ser tan cretino?
-Marian, eres otra. Estabas muerta y sin ganas de hacer el más mínimo esfuerzo
por levantar la tapa del ataúd y mirar hacia fuera. Estás radiante, hay fuerza en
ti, en tu rabia, en esta pelea de enamorados adolescentes. Te brillan los ojos, te
mueves diferente. No sé si te ama o te lo hace creer pero estás viva y llena de
emociones ¿por qué huyes de esto?
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Al regreso, Daniel estaba sentado en los escalones de mi piso. Parecía un niño
puesto en penitencia por unos padres autoritarios, rumiando a la vez su
indefensión y su odio.
-¿Llevas mucho tiempo aquí?-mi voz sonó fría, calmada y falsamente maternal.
- Qué bien, creí que me lo querías presentar ¿O las buenas ideas conmigo se te
ocurren solo cuando templamos? Vine a darte el regalo de Adrián, dijo que era
para los dos, aunque la verdad no parecías contenta cuando te lo dio. De hecho,
lo rechazaste. ¿Es así como hacen las muchachas que estudian piano y tienen
buenos modales?
-¿Por qué? ¿Porque está manchado de pecado? Porque está comprado con el
dinero de un viejo maricón e hipócrita que paga el cuerpo de mi amigo?
Rompió el papel de regalo con furia. Dentro estaban tres tomos de una edición
antigua de “Las mil y una noches”
-Le conté que el primer día que fui a tu casa no sabía cómo abordarte y te hice
la historia del viandante que yo creía que era un señor con viandas en la cabeza.
-¿Tú? Eres tan frágil que a veces tengo miedo de que desaparezcas llevada por el
viento.
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Era la mañana después de la presentación. Debía ir a la facultad y tenía miedo.
De los alumnos, de los profesores, de Olga.
Me repetí que, para todos, Daniel no era más que un joven primerizo en la
literatura, exaltado por la felicidad de ver su libro publicado. Un joven escritor
lleno de palabras y agradeciendo a todos. A su amigo y a mí, la profesora que
tomó su libro bajo su cargo y lo ayudó. Solo un joven nervioso, con las
emociones a flor de piel.
Es verdad que leí su libro, que hice la presentación. Verdad que me ha llamado
porque hemos trabajado juntos. Es verdad que vino a mi casa por la misma
razón. Es normal que hayamos hecho amistad en medio de discusiones literarias
y que de paso nos hayamos contado otras cosas. Es razonable que si estamos
trabajando se haya quedado a cenar. Y la consecuencia de esto pueden ser esas
palabras tan lanzadas, dichas en medio del vértigo de un primer libro publicado.
Y ya. No hay nada más- me repetí mientras me duchaba, me vestía y
desayunaba.
Pero mi otra mitad no estaba ociosa. Me decía que todos habían oído algo así
como una proclama de que Daniel y yo estábamos juntos y nos iba muy bien.
Y ahora debía enfrentarlos a todos. A mis alumnos, poseedores del jugoso dato
de que me revolcaba con uno como ellos. "La profesora, tan santurrona,
siempre con la cabeza en el aire, la que nunca falta, la que no dice jamás una
palabra que no pertenezca a los tiempos del Medioevo. La que no es amiga ni
enemiga, la que parece que hizo votos de castidad".
Ana, con sus dieciocho años y su amor por Daniel. Para quien fui la profesora
con la que ella habló para fijar las citas del libro. A la que le contó que estaban
juntos y que era muy feliz. Que Daniel era un genio. En la que confió cuando las
cosas estaban tan mal que ella no pudo examinar. La que entendió o se hizo la
que entendía, la muy zorra, y la mandó a entretenerse con un trabajo de
investigación aburrido para poder templarse a su ex novio en paz. La que ahora
le daría clases y le controlaría la asistencia, las respuestas de los exámenes y su
vida durante un semestre.
Olga, que me dio ese libro para estimularme, para ayudarme a salir de la rutina
de la que yo sola no sabía escapar. Ahora pensaría que sí que salí de la rutina
por la puerta grande. Y bien acompañada. No hizo más que darme el primer
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encargo extra lectivo de mi vida y ya fui a acostarme con un escritor que puede
ser su hijo. Recordé que Olga siempre me había defendido ante los otros y
concluí que después de este show se le habrían pasado las ganas.
Y luego los profesores. Nunca he sido muy amistosa, pero es solo timidez. Sonrío
cuando hacen chistes. Voy a las fiestas de la cátedra, hasta una vez bailé con el
de semiótica, que es un bailarín de primera. Saludo a todos, respondo lo que me
preguntan, hago favores y no espero nunca que me consideren del grupo. Ahora
tendrían mucho de que hablar. En la cafetería, el comedor o en las fiestas a las
que no me atrevería a ir. "Marian, con esa aura de gorrioncito mojado, como
quien pide permiso para vivir, tan discreta que parece que no existe , mira como
se la está pasando en grande con el escritor, que buena manera de presentar un
libro.” Imaginé los chistes de la secretaria, "Así cualquiera presenta un libro,
deberemos todos ir de caza a la Asociación de Escritores y pedir el menú: Por
favor, me da solo los que tengan menos de veinticinco"
Estaba vestida, con la cartera y los mil papeles en la mano. Tomé hasta los que
no necesitaba, como si esa fuera mi armadura de caballero templario.
-No. Te quiero decir que cuando yo tenga cincuenta tú tendrás treinta y cinco.
-Y estaremos juntos y te pegaré los tarros con una de veinte. ¿Qué quieres
hacer? ¿Dejarme porque dentro de quince años sufrirás? ¿O porque quieres un
marido, hijos, un perro y almorzar con tus suegros los domingos?
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Entré a la cátedra apurada, como quien debe hacer muchas cosas y no tiene
tiempo para detenerse a charlar. La secretaria estaba pegada a la computadora
para chequear su correspondencia con un par de novios que había encontrado
en Internet.
-La periodista dejó sus datos aquí para ver si lo entrevista-y me alcanzó el
papel. Lo tomé y le di las gracias. Así declaré que nos veíamos y que era su
contacto con el resto de la ciudad. Pero me sentí bien.
Me sonrió y noté más camaradería que burla en esto. Primer escollo salvado, a
esta no le importan esas cosas. Es joven y tiene otras mejores en qué pensar,
chismorreará un poco y luego se le pasará. No creo que Daniel y yo hagamos
más presentaciones en público que alimenten sus comentarios-me consolé.
Estaban todos en el aula. Hasta los eternos ausentes. ¿Se habrían llamado por
teléfono anoche para correr la voz? "La profesora se acuesta con el ex de Ana".
Si yo fuera alumna me encantaría ir a la clase de Literatura, siempre tan
aburrida y hoy sazonada con una noticia jugosa.
De todas formas, me repetí que las fogosas palabras de Daniel podrían ser solo
una declaración de amor a la que yo no había aún correspondido. -Esa es buena,
la profesora doncella. Literatura de caballería-me burlé. Pero me sirvió para
dar la clase sin sentirme acusada por veinte pares de ojos que seguramente
pensaban en otras cosas, como siempre. -Solo que hoy todos piensan la misma-
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me dije al terminar la clase.
-Eres una paranoica de mierda-me dijo Lorena sin dejar de moverse por las
habitaciones. Lorena está siempre organizando su casa, en la que los regueros se
multiplican.
-¿Tú crees que en toda la Facultad de Letras ninguno tiene nada más
importante que hacer que vigilar con quién te acuestas? ¿Desde cuándo eres tan
egocéntrica?Ahora mismo todo el mundo ya se olvidó de ti. ¿Te gusta el tipo?
Asúmelo. Nada es gratis, querida. Tuviste que robárselo a la novia, pasar por
arriba de tus moralidades con la edad y los oficios pero no has dicho que quieres
dejarlo. Es más, piensa si por toda esa mierda te deja él.
Puse cara de que podría pasar. Lorena se viró con un cepillo de pelo lleno de
pintura azul que usa para salpicar sobre los cuadros y sentenció:
-Tienes la autoestima muy baja. Estás convencida de que nada bueno puede
pasarte sino es a costa de un sacrificio. Y crees que el que cuatro chiquillos del
aula y dos vejestorios de tu cátedra hablen de ti diez minutos
al día es un gran problema. Porque necesitas aceptación todo el tiempo. Y te
amas poquísimo, de otra manera ¿cómo pudiste empujarte al subnormal de tu
ex?
- Dios oyó mis plegarias. Marcos está out, pero me gustará saber que ya se fue a
cualquier lugar donde no sea un peligro para tu inseguridad. Porque todo lo
tuyo es eso, eres insegura. Y te valoras poco, ahora crees que no mereces al
muchacho. ¿Cuándo lo traerás por acá?
-Marian, acuéstate con ese chiquillo todas las veces que puedas, seguro que
serán muchísimas. Y goza cada minuto. Cuando tu aburrida cabeza organizada
pida un pronóstico para el futuro, la mandas al carajo. ¿Me oíste?
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Asentí mientras Lorena observaba el gesto para convencerse de que me
convenció. Luego añadió:
-Y cada vez que necesites que te lo repita vienes, estaré encantada de decirte
cuatro verdades. Es un lujo que uno no puede permitirse en estos tiempos tan
hipócritas. ¿Vendrás la exposición? Sábado a las cinco. Y tráelo. Después
vendremos para acá a festejar. Haremos arroz frito con todos los poquitos que
tenemos en el refrigerador.
Mientras, él disfruta lo bien que estamos y todo lo que hacemos juntos. Somos
una buena pareja, en la que yo descargo letanías sobre sus hombros y él las
sacude de manera vital, sin dejar que mis problemas nos aplasten-me dije
mientras lo escuchaba.
-La vida está durísima, Marian. Desde que te levantas todo te arremete, la luz
que se fue, el gas que no hay. La leche que si no tienes dólares, desaparece de tu
desayuno. Sales a la calle y todo es un invento, las jornadas son un balancearse
entre la picaresca y la supervivencia. Y aún así crees que hay alguien con tiempo
para estar pendiente de tu vida.
Traté de convencerlo de que no era así, que la facultad era un coto cerrado
donde las mismas cosas giraban durante mucho tiempo. Que su ex era mi
alumna, que allí todos tenían su edad...
-También el sexo y comer plátanos: son dos cosas que se pueden hacer sin
grandes problemas. Bueno, los plátanos no tanto. ¿Ves? No somos siquiera una
república bananera, los plátanos son caros como en Europa. ¿Te acuerdas del
barbecho bienal?
51
-Ese fue después, el barbecho bienal es el del esclavismo en Egipto, el otro es
feudal. Te amo, somos esclavos como en la Atenas de Pericles, los esclavos se
obtenían por deudas o en la guerra. Yo soy tu deudor y tú eres mi prisionera. No
pienso darte la libertad ni pedirte la mía. ¿Me besarás delante de todos en la
muestra de tu amiga? ¿O te harás la mecenas del joven del libro que presentaste,
al que le estás enseñando un poco de bellas artes para que se cultive?-dijo
engolando la voz.
-No lo sé, creo que porque pienso todo el tiempo que no te merezco.
Si Lorena necesita algo, solo tiene que decirlo. Los mecanismos de búsqueda se
activan y todo “aparece”.
Lorena se ocupaba de ser la pintora. BiDi, de que ella pudiera hacerlo sin
preocuparse de nada más y los invitados se encargaban de los niños.
Era el lugar perfecto, en el que Daniel quería ser presentado. Lleno de gente
que nos viera juntos. Había muchas jóvenes, Lorena ama ser la madre de todo el
que tenga 5 años menos que ella. Y seguro quería conocer a Daniel para
adoptarlo.
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-En cuanto entre sabré que es él. No quiero que me lo describas- me aseguró.
Alguien hizo la introducción. Otro leyó un texto sobre la obra de Lorena. Ella
dijo un par de frases, dos o tres del público le preguntaron algo y se aplaudió
mucho. La gente se dispersó, hizo grupos que bebían, comían y hablaban.
Lorena me trajo un celular y me dijo que lo llamara.
Lorena se paró en una silla y anunció que la galería cerraba pero que la fiesta
seguía en su casa. Los que tenían carros se pusieron de acuerdo para llevar los
que se pudiera, mientras el resto valoraba las posibles variantes de transporte.
-No puedo ir, no sé dónde está Daniel y tengo que pasar las notas al registro
para mañana.
Era Olga, para vernos y hablar mañana en la facultad. Para eso, me pedía que
llegara media hora antes.
Me miré en el espejo y pensé que quizás debía quedarme vestida un poco más
de tiempo a ver si Daniel regresaba y me veía maquillada y casi elegante.
Me senté a trabajar. Era tedioso pasar al registro las notas de los exámenes y
trabajos que correspondían a cada alumno. Coloqué a la izquierda de los
papeles una lámpara de esas de interrogatorio y me hice un café con leche. Puse
música que me ayudara a estar despierta. No hacía falta. Estaba esperando a
Daniel. No me duermo, pero no me concentro-pensé mientras me afanaba
colocando los números en las casillas.
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-La muestra terminó hace dos horas. Se fueron todos a casa de Lorena.
-Lo sé. Llamé allá y hablé con alguien que me dijo que no estabas y vine para
acá.
-La idea era que fuéramos juntos-le dije mientras intentaba concentrarme en
los alumnos, las notas y las casillas del registro docente.
-Sí.
-Daniel, te he esperado como una niña, he atravesado por todas las gradaciones
de la ansiedad. He hecho el ridículo delante de mucha gente. Y nos quedamos sin
ir a una fiesta en la que la habríamos pasado bien.
-Vamos ahora.
-Marian, nos vamos a vivir a Madrid. Felices para siempre, como en la última
página de los cuentos. Es la noticia que te traigo. Dime que sí y vamos a la fiesta
de Lorena ahora mismo. Y al regreso hablaremos todo.
-¿Qué vas a hacer cuando llegues a Madrid? ¿Limpiar pisos? ¿Trabajar con un
martillo neumático en medio de Alcalá? ¿O te crees que la ciudad está llena de
ricas mujeres maduras que esperan por ti para poner una cuenta a tu nombre y
llevarte a escoger el coche que te gusta?
54
Podía seguir enumerando cosas. Cada vez más crueles, algo se había disparado
y no quería detenerlo.
-Voy a hacer lo que pueda mientras escribo y logro publicar. A vivir y soñar
que un día haré algo más que eso. España está llena de editoriales. Seré un
escritor.
-Sí, ya los de Planeta te están esperando para darte un premio. ¿Crees que es
tan fácil?
-Sí. Trabajo como un esclavo, me jodo haciendo cualquier cosa, con eso viviré
decentemente. Al terminar el trabajo de mierda que tendré al inicio, llegaré a un
sitio minúsculo, frío y sin muebles, que será mi casi casa y me sentaré a escribir,
también como un esclavo, hasta tener algo realmente bueno en la mano. Luego
caminaré horas y esperaré siglos y le lameré el culo a los editores y sus
secretarias y al final publicaré o me ganaré un concurso y no desperdiciaré
ninguna oportunidad. Y luego vendrás tú.
-No estoy interesada en ser la mujer del inmigrante que espera a que él se abra
paso para irse al primer mundo a vivir como una extranjera de mierda.
-Yo también, pero has hecho planes muy definitivos sin preguntarme. Y ves,
ahora resulta que no quiero compartirlos.
-Nos iremos al sur. Todo es más fácil y más barato. Podrás dar clases en alguna
escuela y yo haré de todo. Soy joven. Esto es ahora o nunca.
-Te amo, Daniel, y no quiero vivir sin ti. Pero también me gusta vivir aquí y no
quiero irme. Allí no voy a tener una casa como esta. No seré profesora en la
Universidad. No sabré dónde estoy ni quién soy. No me interesan las otras cosas.
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No creo que sean tan importantes. No quiero ser la última carta de una baraja
desconocida que no se juega en mi mesa.
-Eres ya la última carta de la baraja. Más pobre que los camareros, los taxistas
y las cajeras de las tiendas. ¿Qué vida tienes? Un carro inservible pudriéndose
en el garaje, porque no puedes arreglarlo. Una casa que se vacía poco a poco de
objetos que se convierten en dinero. Dinero que tienes que ahorrar porque un
día ya no tendrás nada más que vender. ¿Desde cuándo no te das un gusto? ¿Ir a
cenar, comprarte un vestido? No eres suficientemente astuta Marian, podrías
vender el carro, rentar habitaciones, agenciarte viajes en la facultad. Pero no
sabes hacer nada de eso. Y todo te caerá arriba. Y yo te estoy diciendo que iré a
trabajar para ti hasta que pueda ofrecerte algo mejor. Tendremos una buena
vida, serás profesora y no camarera y un día en medio de La Alhambra de
noche, nos miraremos en el agua de las fuentes de Washington Irving. Y en las
vacaciones nos iremos a Estambul y Tanger.¿Sabes que hay vuelos a París y
Roma que cuestan centavos? Son unas líneas irlandesas.
Ya no estaba intolerante, quería solo ganar tiempo, saber cuánto había de cierto
en esos planes locos. Saber qué pasó.
-Acuéstate, terminaré yo de pasar las notas al registro, estás muerta. Tengo que
cuidarte. Ven.
Nos repetimos que no había más país que el tiempo y los espacios que
habitábamos juntos. Pero ni siquiera eso era importante. Estábamos en nuestra
cama de la luna y lo que nos rodeaba desapareció con un pase de magia que
realizamos a dúo cuando empezamos a hacer el amor.
Llegué tarde a la Universidad. Olga se había ido a una reunión, dejándome una
nota sobre mi mesa. Decía que hablaríamos otro día.
Era un mal día en la facultad. Tenía cosas atrasadas. Tres alumnos me pedían
revisión de examen y los dos que faltaban por hacerlo exigían que les encargara
un trabajo investigativo como hice con Ana. Daniel no había llamado. Dije que
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me dolía la cabeza, lo que terminó por ser verdad. Dí a los alumnos la tarde
libre. Fue el único buen momento de la jornada, sus caras de alivio me hicieron
sentir magnánima.
Al regresar miré ansiosa los mensajes. Eran cuatro. Ninguno de Daniel. Tres, de
unas mujeres españolas que querían verlo. Eran dos voces distintas y no logré
identificar la edad. Los mensajes eran graciosos, casi cómplices.
Trabajé toda la tarde. Llegaré a la facultad con mis papeles en orden, como
antes-me dije y eso mejoró mi relación conmigo misma. Y me convirtió en mi
aliada para enfrentar lo que estuviera por venir.
Pero no pude evitar que algo dentro de mí se relajara cuando llegó y que me
dejara abrazar más dócilmente de lo que había pensado. Y me consoló
inventarme que esa era una estrategia más sabia que la de guerrear de frente.
Es todo tan bonito desde aquí que no imagino que se pueda sostener la idea de
irse a otro lugar teniendo este-pensaba mientras colocaba los cojines y miraba el
mar.
-Un tipo me quiere comprar el carro. Me da diez mil dólares por él porque
puede cambiar la propiedad a su nombre. Tendremos dinero para vivir un buen
tiempo sin preocupaciones. Podrás sentarte a escribir cómodamente. ¿Cuánto te
han ofrecido de la otra parte?
-Te quiero hablar del próximo libro. Quiero que lo escribamos a dúo. Pero
primero quiero que hagamos el amor aquí, a esta hora del día y con las puertas
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de la terraza abiertas. Si alguien nos ve, seremos solo dos cuerpos pequeñitos. Y
si ese alguien tiene la paciencia de sentarse con un par de binoculares, pues se
merece algo de calidad. ¿O hablamos primero del libro? Luego veremos lo del
carro.
Traté de conciliar mis deseos de claridad y conversaciones serias con una tarde
de siesta donde el mar estaba detenido, el cielo no tenía nubes y el calor
del día hacía aún más agradable yacer en el suelo bebiendo la limonada
congelada en vasos de cristales empañados. Me habría gustado que no hubiera
esos mensajes en la contestadora y que no tuviéramos la Península Ibérica en el
medio fastidiándonos la vida.
Volví a la carga:
-¿Las voces en español de España que están en la contestadora son las que te
contaron lo bonito que es Madrid?
-¿Llamaron? Dios mío les dije que hoy te conocerían, quedamos en que nos
invitarían a cenar. Que escogeríamos nosotros el lugar. ¿Cómo se me pasó?
Estuve todo el día en mi casa escribiendo, me cortaron el teléfono por no
pagarlo. Por eso no te pude llamar a la facultad. El teléfono público más cercano
está a un kilómetro. Le dije a la enfermera del piso de abajo que te llamara
porque ella se iba para el hospital pero a lo mejor no pudo o se le olvidó. Estoy
cansado pero tengo tantas cosas que contarte. Mira, tengo la escaleta hecha. Lo
haremos a cuatro manos. No hay que unificar el estilo, somos dos. Cada uno
puede contar a su manera. Y seremos los jueces del otro. Es mejor que tener un
hijo. ¿Has pensado que podríamos tener un hijo? Nunca hemos tomado
precauciones.
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Los planes de cada uno. La claridad que quiero exigirte. La luz de las seis de la
tarde. Lo cansada que estoy. Lo vital que eres-enumeré para mi misma,
mientras lo miraba.
-Estoy cansada Daniel, de verdad. He tenido un mal día, tenía todo atrasado y
acabo de ordenarlo. Hagamos esto. Las llamas y sales. Les explicas que no me
siento bien. Que otra vez será. Y les dices que te encantaría ir a Alcalá y ver la
casa de Cervantes. Llevas dos ejemplares de tu libro, se los dedicas, llevas algún
otro para que te hagan publicidad y a ver qué sale. Al regreso me cuentas. Te
esperaré despierta.
-¿Tiene título?-pregunté.
- Se llamará Bonjour tristesse
-¿Lo sabe Françoise Sagan?
-¿No podemos usar el mismo título en otro idioma?
- No creo.
-¿Me vas a decir que no hay en el mundo dos libros que se llamen igual?
-No lo sé.
-Trata de recordarlo mientras te quedas dormida, yo lo pensaré mientras cocino
y a la noche nos decimos. Hala, a la cama…
-No. Quiero hacer el amor. Soy muy feliz en este momento.
-Yo también Marian.
Yo no dormí. Daniel no hizo la cena. A las diez de la noche la brisa entraba por
todas partes y nosotros hacíamos una tortilla de papas, tostábamos pan y
sopesábamos si gastar la leche en un batido de mango o si era mejor hacernos un
jugo que era más fresco y necesitaba solo agua.
Desde que lo conozco no he tenido más calma-me regañé. -Nunca estoy segura
de que me cuente la verdad y luego me siento mal por pensar mal de él. Me
debato entre la falsa astucia y el remordimiento por no ser más confiada. Y al
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final se sale siempre con la suya y yo lo disfruto.
Ese es el problema, que cuando todo está bien soy tan feliz que estoy siempre
dispuesta a hacer cualquier cosa porque todo esté bien. Incluso a mandarlo a
cenar con esas dos-reflexioné mientras cada minuto de espera se convertía en un
siglo .
Las luces del malecón estaban apagadas. Y en medio del mar, se notaba solo un
hilo luminoso, quizás el crucero lleno de yumas que admiraban la ciudad.
Al terminar las clases me reuní con Olga, que me esperaba y no mencionó la cita
anterior.
Mientras pensaba todo esto, miraba fijamente a Olga y ella, que padece del
vicio profesional de los docentes, se puso a explicarme como funcionaba la
Cátedra, las tareas docentes, las administrativas, las políticas, los chismes y las
leyendas del recinto.
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Olga me contaba las maravillas del reino que estaba por abandonar para irse a
la Universidad de Islandia, a una colaboración con el Departamento de Lenguas
Clásicas. Desplegaba files y documentos como un capitán de barco que explica el
rumbo de la nave a un grumete. Dicho por ella, sonaba atractivo e
intelectualmente absorbente.
Olga terminó de enumerar las tareas internas y andaba por las relaciones
públicas, los protocolos con la gente importante y los contactos con el exterior.
-Además de que la secretaria tenga en su agenda todos los datos de esta gente,
uno debe tenerlos siempre a mano, son muy útiles y así cuando vas de viaje estás
segura de llevarlos contigo- me dijo.
Los viajes, la dorada manzana del eterno deseo nacional. La mayor parte de los
viajes de Olga son a España. Allí están la Real Academia, las grandes editoriales,
los lingüistas con pedigrí. Allí está Madrid, la ciudad de los sueños de escritor de
Daniel-pensé y algo dentro de mí se disparó, impulsado por esos mismos sueños.
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Bajé las escaleras. Terminaba el último turno de clases y yo había cambiado mi
lentitud habitual por pasos ansiosos y un modo especial de mirar la hora, como
quien va a una fiesta. Es verdad que algo cambia en los ojos de las personas que
aman. Pero pensamos siempre que lo del amor es de series televisivas o malas
novelas.
-No. He pasado todo el día con esas dos, trabajando. Me hicieron una entrevista
para la revista de su facultad y otra para un canal educativo. Me pagaron.
Tenemos dinero y nos lo vamos a gastar ahora mismo.
Tomamos un taxi en dólares. Eso quiere decir asientos cómodos, ningún otro
pasajero sudoroso y un chofer amable y conversador, de esos que se dan cuenta
de todo enseguida. Daniel le pidió que condujera por todo el malecón, luego
atravesar el túnel de la bahía y llevarnos al otro lado, a la Divina Pastora. Y
esperarnos.
-¿Por qué haces estos gastos horribles? Parece que en vez de haber cobrado un
par de entrevistas, has robado un banco o cobrado un trabajo sucio.
El restaurante ocupaba una terraza cuyas paredes son los viejos muros de una
62
fortaleza española. Al frente, la bahía y un ocaso que comenzaba a teñir el agua
tranquila y los edificios de la ciudad. Daniel pidió la carta de vinos, escogió un
Rioja y me sugirió platos mientras sonreía dulce y pícaramente. Lo veía oficiar
la mesa, moverse en medio de este decorado que nos acompañaría solo unas
horas y pensaba que era como un sutil emperador. Logré olvidarme de todo y se
me aguaron los ojos. No sé responder a tantas cosas buenas cuando vienen
juntas.
Como tantas veces, el malecón era el único lugar con brisa en la ciudad. El cielo
pasó del rosado al rojo, al violeta y al azul claro que se oscureció mientras se
encendían las farolas. Como un anfiteatro minutos antes de la función.
-Pero sabemos que está ahí-dijo- Y del otro lado, la certeza del mare nostrum
alrededor de la ciudad. ¿Sientes el olor?
Colocó la cabeza entre mis piernas y comenzó a hablar, susurrando a esos otros
labios.
Les contó la historia de los tártaros, que marchaban poseídos por la sed de
batallas y victorias mientras todo en mí se humedecía con esa epopeya guerrera
y sangrienta. Desde el centro del ángulo que formaban mis piernas muy
abiertas, como murallas rendidas, Daniel miraba mi excitación y la saboreaba
cada segundo y centímetro para luego contarme lo que me sucedía. Sentí que
todo lo que me sacudía por dentro obedecía a una orden de sus palabras.
63
-Mi padre me hizo en unos minutos de placer, ya te dije que mi madre estaba
muy buena. Y luego pasó muchos años tratando de destruirme, de demostrarme
que no era bueno para nada en la vida. Ahora vive en Las Vegas, el lugar ideal
para él. Y está convencido de que le llegarán una tras otra, las noticias de mis
fracasos y humillaciones. Creo que lo gozará más que ganarse miles de dólares
en las máquinas tragaperras o jugando póker.
-Está bien, se dedica a la fotografía. Era muy buena fotógrafa cuando nos
conocimos. Nunca más se ha comunicado con mi padre. Pero ha mantenido
siempre contacto conmigo.
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-Parece que todas te queremos cuidar, Daniel, primero esa mujer, luego yo y
ahora las profesoras de Alcalá- le dije besándolo en los hombros.
-Son un par de turistas con ganas de divertirse de todos los modos posibles. Y
conscientes de que esas cosas se pagan. Nunca fui a la galería. Llamé a casa de
Lorena desde mi casa, donde estaban ellas dos. Estaba asqueado y necesitaba
oírte. Eres la cosa más buena que me ha pasado en la vida. Y esa noche miraba
al par de tipas borrachas, vulgares y me hacías tanta falta. Te recordaba tímida
y asustada, tratando de vivir decentemente, de que la mierda de todos los días no
te contamine. Es difícil Marian, pero tú lo sigues intentando.
Quería acallarlo y la vez estaba imantada por su historia. Tenía miedo y quería
ser valiente para poder decir algo.
-Las miraba desnudas, riéndose como dos gansas tontas, feas, indecentes y
pensaba: estas tienen pasaporte, pueden ir adonde se les antoje, tienen casa,
carro, un trabajo, se van a los bares a beber, cenan con sus amigos, celebran
navidades, compran cosas, hacen planes. Serán viejas habiendo vivido
mucho. Y no me parecía justo que nosotros no pudiéramos. Y casi cruel que tú
no tengas ni siquiera ganas de hacerlo, que no lo sueñes, que no te des cuenta
que nos lo merecemos. Que todas esas maravillas que ellas dicen que existen,
están hechas para nosotros. Que te mereces un día de cumpleaños en el que yo
pueda hacerte un buen regalo y llevarte a cenar o irnos de excursión a cualquier
pueblito de esos encantadores.
-Ni idea.
-Uno de los mejores directores de orquesta del mundo. Ha tocado varias veces
aquí. La última de ellas, lo vi. Me costó menos de medio dólar la entrada. La
sinfónica toca a Mozart , Beethoven y Mahler y la entrada cuesta el equivalente
a venticinco centavos de dólar. Como el teatro y el ballet. Pero si te tomas una
65
Coca Cola en el entreacto, te cuesta un dólar. Puedo escuchar música
exquisitamente ejecutada y buenas obras de teatro por centavos pero
envenenarme con cafeína congelada me cuesta muy caro. No sé si quiero
cambiar eso: tener Coca Cola en el refrigerador y beberla cada noche para
olvidar que soy una lavaplatos sin papeles en una ciudad ajena y para exorcizar
el cansancio y las dudas de si vale la pena.
-Eso es lo único que esperas de la vida. Un concierto cada domingo por la tarde.
No hay ni como llegar al teatro, el taxi es más caro que la función, a la salida te
preguntas si lograrás encontrar algo en lo que regresar a tu casa. Nada de
sentarte a tomar un café mientras comentas con alguien si te gustó. No estás
hablando en serio. Nadie puede decir que quiere oír música sin saber qué va a
desayunar al día siguiente o cómo va a llegar al trabajo y estar consciente de
que todos los días serán así y que todos los que puedan se irán y los que se
queden son precisamente los que viven como tú no sabes vivir, los pícaros del
Socialismo, los que hoy gritan consignas y mañana están metiendo la mano
donde se pueda para robar. Y todo esto con acordes de Mozart por medio dólar.
¿Estás loca?
- No me parece una locura querer vivir en mi país. Seríamos muchos los locos.
O quizás pertenezco a un grupo que no está en tu lista. El de la gente para quien
es más importante estar de este lado que los superlativos del más allá. Gente que
trabaja y se queja y protesta porque cree que todo debe ser mejor. Y que quiere
que todo sea mejor, como otras personas en otros lugares. Quizás el grupo más
ambicioso. Quiero que haya guaguas, café con leche y conciertos pero aquí.
Quiero estar aquí Daniel, y que tú estés conmigo, que tengas tiempo para
escribir y razones reales para hacerlo bien. Como ves, yo también quiero
algunas cosas.
-No. Tú no quieres nada. No quieres ser famosa, rica, ni estar sana ni ser feliz.
-Claro, porque la única literatura que se hace en el mundo es la que habla mal
de Cuba. ¿No lo ves? Todas las historias de Saramago empiezan en el malecón.
Paul Auster habla de jineteras y yumas en las novelas. Y Tabucchi , Pamuk...
¿quién te dijo que somos tan importantes? La verdadera literatura no es hablar
mal de esto durante trescientas páginas aliñadas con sexo y folklore. El mundo
entero está lleno de historias, los escritores las perciben en otro modo. Y las
cuentan, y cuando lo hacen bien, ganan. No estoy hablando de garabatear, estoy
66
hablando de escribir, de contar. La vida, Marian, está en todas partes. Voy a
escribir. Voy a ganar. Y te repetiré la misma pregunta, la de ¿te quieres casar
conmigo?, desde allá.
-¿Por qué?
-Porque te lo he dicho, te amo y cuando venga todo lo bueno que vendrá quiero
estar contigo.
-Porque te la mereces, porque eres capaz de entender que te haya mentido tanto
para conseguir algo para los dos. Les dije a esas que una francesa me quería
llevar a París, para que sintieran que había competencia. Dijeron que París era
una mierda, que llovía siempre y que los franceses eran unos insoportables.
-Porque eres inteligente y sabes que te amo y que mis planes contigo son reales.
Esa es mi verdad.
-Me temo que no sea bastante. Estamos a muchos años del Romanticismo.
-Vete, Daniel, tira la puerta como haces cada vez que algo no te gusta: lo que
creo de tu libro, de nosotros o el país. Tira primero la puerta de mi casa, luego la
del aeropuerto y luego la del avión. Me masturbaré recordando que estabas
dispuesto a hacer todo por mí, menos quedarte conmigo.
II
Decidí vender el carro. Y nadie mejor que un mecánico para buscar comprador.
Conocen a todos los ansiosos de un vehículo, gente con dinero y sin la posibilidad
de tener un automóvil.
68
El tercer acto consistió en que ni el mecánico ni yo caímos en la trampa del otro.
Así que nos detuvimos en un terreno neutro en el que el carro era vendible sin
grandes obstáculos y yo me deshacía de él porque prefería tener dinero que un
moskvich demasiado demandante.
Aquí los textos eran más difíciles. Suponían una mezcla de mecánica automotriz
moscovita y cálculos financieros de banco suizo. Pujamos un poco y decidimos
ponerlo lo más decente posible, haciendo los gastos mínimos. Me dijo que no
quería ningún porciento de la venta así que imaginé que su ganancia estaría
incluida en el precio de estas reparaciones imprescindibles, por lo que los gastos
mínimos no lo serían tanto. Era lo normal en estos casos.
Me dije en voz alta: Adiós, carro. Y no sentí nada. Solo la tentación de llamar a
Daniel para decírselo. Como si la venta del carro, algo que aquí es una operación
grave y con secuelas, tuviera en mi vida solo el objetivo de proporcionarme una
razón para comunicarme con él.
Agradecí que Daniel no tuviera contestadora y que yo pudiera llamarlo sin ser
descubierta.
69
en ese sonido que me decía que él no estaba, había algo de conmiseración hacia
mí.
Llegué a su casa. Un edificio de los años treinta que él bautizaba como “puro
Art Decó habanero”. Tras la mugre se podía aún vislumbrar el estilo. Sabía que
era el último piso de una escalera que resultó más cómoda e iluminada de lo que
esperaba.
No logré concentrarme. Pensaba solo en que cada persona que subía podía ser
Daniel. Entraban constantemente. Yo calculaba hasta que piso llegaban
los pasos y cuando continuaban ascendiendo, la posibilidad real de que fuera él,
ahuyentaba el susto dejando solo la ansiedad y las ganas de verlo.
Recordé que me había dicho que, aunque vivía solo, la casa era de su abuela.
Ella lo odiaba y para no tener que soportarlo, pasaba casi todo el tiempo en el
campo, en casa de un primo que Daniel había visto pocas veces y que mimaba a
su abuela con las claras intenciones de quedarse en la casa cuando ella muriera.
Las tácticas de este primo lejano habían tenido éxito y la abuela había hecho
testamento a su favor. Ya el primo había anunciado que se mudaría y arreglaría
la casa a la viejecita, con lo que Daniel vería restringidos sus predios y su
libertad.
Pero no parecía que ninguno de estos parientes hubiera tomado posesión del
apartamento. A lo mejor era otra de las historias de Daniel-pensé y sonreí sin
amargura. Me faltaban Daniel y sus mentiras. Y había venido a buscarlos.
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Albergaría el Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME), una organización
en la que los países socialistas se ayudaban desinteresadamente entre sí,
favoreciendo a los menos desarrollados como nosotros.
Y luego, ni siquiera eso. Fue demolido, quedando una enorme explanada, una
llanura donde morder el polvo de la derrota.
La solución final fue un parque. Sin árboles, en una ciudad en la que el sol es
casi una presencia punitiva. Bancos grises y mal fundidos, colocados de
manera aislada, farolas militarmente emplazadas y algunos arbustos tristes,
eternamente recién plantados a los lados de un sendero hecho con losas de
cemento. Como edificado sobre y con las ruinas del edificio de aquellos reyes
magos que también venían del Este.
El resto del parque era tierra seca sobre la que levitaba constantemente el gas
de escape de los autobuses y automóviles que transitaban las tres avenidas que lo
circundaban, pobladas por edificios de un gris sucio y severo.
Según él, en su casa no habitaba ningún efecto electrodoméstico de esos que son
inevitables en los interiores de la vida moderna. Solo un ventilador, bautizado
“ciclón” por la potencia de sus vientos benéficos. Hecho con un motor de
lavadora rusa.
Según Daniel, su casa tenía paredes de colores indecisos entre el verde y el gris y
71
un techo que fue blanco muchos años atrás. Las ventanas eran beiges y de
persianas francesas. Polvorientas, chirriaban y no cerraban bien. Un baño,
donde el agua que corría constantemente había carcomido los esmaltes de todas
las piezas, se comunicaba con las dos habitaciones de camas viejas, colchones
desvencijados y sábanas muy usadas.
Los pisos eran de losas grises. Opacos, rugosos y bendecidos pocas veces con
una buena limpieza. Pese a que las habitaciones no eran grandes, la falta de
muebles dejaba suficiente espacio como para desearlos.
El único lujo era la computadora, regalo de Adrián. Sin ser de las más
modernas, le permitía escribir cómodamente.
Observé la gente que caminaba. Eran muchos para ser un día laboral a media
mañana. Los transeúntes ejecutaban una especie de coreografía del ocio, bajo un
cielo intensamente azul e iluminado. Gente sin prisa por llegar a ninguna parte,
partidarios del “aquí y ahora” .
Cuando el sol se hizo insoportable, decidí que el acecho había llegado a su fin.
Ocupé mi lugar entre los viandantes con el libro de Las Mil y una Noches en el
bolso y regresé a mi casa.
72
que "ella" se entendería con Daniel como una madre cómplice que sabe manejar
estos asuntos a favor de su hija. A veces, mientras caminaba para retrasar el
regreso a casa, me asaltaba una alegría provocada por la certeza de que "ella"
estaba allí para cuidar mi relación, para recibir esa llamada que yo esperaba
cada minuto.
Así que primero me conducía, aplacando mis prisas, al baño por eso de que lo
primero que se hace al regresar de la calle es lavarse las manos y la cara. Me
miraba en el espejo y comprobaba que estos minutos “antes de” daban a mi
rostro una expresión muy particular.
Algunas veces logré llevarme hasta la terraza a mirar la ciudad que Daniel
quería abandonar y con la que yo había hecho un pacto de no agresión y de
muchos sobreentendidos.
Pero normalmente, luego de mi vaso de agua y la fantasía de una cena para los
dos, me dirigía hacia mi esquina y oprimía el botón. Siempre con las manos frías
y las piernas inseguras.
Después de las sesiones de escucha lloraba, a veces triste y serena. Otras, con la
rabia de aún no vencida. Algunas, de pura desesperación, casi gritaba.
Para poder estar en paz conmigo misma, para no sentirme culpable de haber
73
dejado escurrirse lo mejor que me había pasado en la vida, pasaba de sentirme
culpable a considerarme víctima de una mala jugada del destino. Y me
compadecía muchísimo.
Pero otras, me hacía trampas a mi misma. Me decía que Daniel había llamado
pero que no deseaba hablar con la contestadora. Y pasaba el resto de la jornada
expectante, imaginándolo detrás de cada clic cuando alguien, luego de oír el
saludo grabado, colgaba sin decir nada.
Por las noches me abrazaba a la almohada con fuerza y trataba de olvidar que
tenía un cuerpo. No quería recordar lo que había pasado en él pero lo recordaba
de todas formas. Me negué a hacerle homenajes en solitario, era demasiado
doloroso. Lloraba mucho, dormía mal. Evaluaba la posibilidad de somníferos,
de vino, de tisanas, de buenas películas y malos libros, que son los que hacen
dormir.
En los días que siguieron a la ruptura, desfilaron por la casa mis amigos. Pero
nadie podía ayudarme a evocarlo, no tenía recuerdos que compartir con ellos, no
lo conocían. Lloré entre los brazos de Sergio, con mi mano en las de Bidi, ante la
mirada fija de Lorena. Me convertí en un patético personaje de telenovelas,
abandonada capítulo tras capítulo, la llorona de la serie. Contaba lo mismo una
y otra vez y preguntaba si debía esperarlo.
Lorena me respondió:
-No es que tengas nada mejor que hacer, así que espéralo. De todas maneras lo
vas a esperar, la duración depende de lo que tardes en encontrar otra persona,
teniendo en cuenta que eres de las que te aferras al pasado-la observación se
refería a Marcos, a quien Lorena no podía dejar de mencionar- Estoy segura de
que tejerás y destejerás la misma manta durante mucho tiempo-terminó
pronosticándome.
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-No voy a ir al psicólogo para contarle mi “mal de amores”-me dije un día en el
que me di algunas órdenes antes de empezar otra jornada de espera.
-No beberé.
Olga me sonrió y tuve ganas de llorar en su hombro, entre sus pechos robustos.
De que me acariciara la cabeza y me mimara.
-Creo que puedo hacerlo, al menos hasta que regreses. Tendrás que explicarme
todo muy bien y darme los contactos de todos los que tendrán que ver conmigo-
le dije muerta de miedo pero con ganas de probarlo.
-Te irá muy bien, niña, te adorarán. Te daré todas las indicaciones y te dejaré
también cómo localizarme, ya verás como será un éxito. Como aquella
75
presentación de Daniel Arco.
Llegué a la casa y enumeré los últimos sucesos. En solo unas semanas se fue
Marcos, terminé con Daniel y me convertí en jefa de cátedra temporal. Me lavé
las manos y bebí agua mientras lo pensaba y escuchaba las llamadas.
El mecánico había terminado los arreglos y tenía gente citada, quería saber si
podía negociar el precio en caso de que alguien le pidiera rebajas.
Sergio anunciaba que vendría para que habláramos un poco.-Te quiero mucho
y te quiero bien, Marian-susurró al final.
La madre de Marcos amenazaba con venir un día de estos a tomar otro café
conmigo. Imaginé que a actualizarme sobre la sucesión de éxitos de Marcos en
Londres.
Adrián hablaba a la contestadora, imaginé que era más fácil para él. Lo
interrumpí:
Sentí que la angustia es una enfermedad con síntomas clínicos, un dolor muy
fuerte en el esófago, un contraerse, volverse menos, congelarse. Temer. Por uno
mismo al borde de sí mismo.
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La ausencia.
Daniel me hizo renunciar a ese voto de angustia. Olvidé que tenía que sufrir por
mi madre, por todo lo que ella se había sacrificado por mí. Fui feliz y
apasionada, luché por conservarlo, me sentí manipulada y celosa. Me permití un
montón de sentimientos terrenales, alejados de las cruces y el cielo. Daniel me
dio la mano entre risas y trampas y me convocó al mundo real.
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irremediable, pero que en esta nueva ausencia había algo que la hacía más
intolerable. La espera.
La espera
Fui al malecón como ejercicio sádico, como terapia de shock. Quería que el mar
estuviera triste, que lloviera, que las calles lo echaran de menos. Nada de eso. El
agua de la orilla parecía la de una playa limpia y transparente, las nubes
explotaban golosas sobre el azul jugando a algo con el sol, orgulloso de la luz que
encendía en el cielo.
Me senté en el muro, mirando el mare nostrum. Recordé que Daniel decía que el
agua del malecón era también agua del océano Atlántico, nunca mencionaba el
Mar Caribe. Le gustaba pensar que formábamos parte de algo más grande.
-¿Francesa?
Decidí volver a casa. Cuando llegué no me lavé las manos ni bebí agua. Me senté
y escribí la escena del malecón. Bonjour Tristesse. La primera viñeta.
-El viaje de los que se van dura mucho más que un vuelo a Europa. Empieza
aquí, Marian, en el proyecto de salir de esta isla, de ver el resto del mundo, que
si bien es algo que hacen algunos cubanos, no está incluido como plan en la vida
de casi nadie.
La gente tiene tanta ansiedad por viajar que teme las preguntas de los oficiales
de inmigración y el retraso de los aviones. El viaje de antes del viaje es tan
fatigoso que terminan pensando que no lograrán irse-empezó diciendo BiDi el
día en que vino a recoger las pinturas de Lorena. Pero sospeché que su visita
tenía mucho de terapia, esa que los amigos están siempre dispuestos a ofrecerte.
-Y ya en el avión empieza ese “resto del mundo” del que nos sentimos a veces tan
aislados. No sabes atarte el cinturón, te intimida la aeromoza, no sabes qué es
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gratis o qué se paga en el servicio. Y una vez allá, del otro lado, puedes tardar
mucho en aprender qué cosa es un seguro o sacar dinero de un cajero
automático.
Uno se deslumbra con las mujeres bien vestidas, los hombres con portafolios,
traje y corbata cada mañana, comes todo lo que has soñado y en las cantidades
soñadas.
Pero la vida real llega también al resto del mundo. Comienzas a buscar
trabajo. Conoces la ciudad de arriba abajo, pero te es extraña y no has hecho un
amigo. Empiezas a recordar y los recuerdos te acorralan y te succionan.
Reconoces qué lindo es tu país y la gente. Idealizas una Habana que existe en tu
corazón. Y te resignas a vivir fuera de ella.
-Los que están fuera necesitan más de nosotros que nosotros de ellos-me
respondió- Nuestros problemas se resuelven con algunos dólares. Lo que
necesitan ellos no cabe en un paquete de correos.
-Esa vida eras tú, su amigo, La Habana calentita de libros, el tiempo para
escribir y sus artes de vagabundo feliz. Créeme que dondequiera que esté no
creo que tenga mucho tiempo para Whitman o Lorca. Cuando dos cubanos se
encuentran fuera de Cuba, lo primero que se preguntan es ¿qué tiempo llevas
aquí?
Daniel está en el Prado, mira Las Meninas y descubre algo que nadie ha visto.
Se le aguan los ojos frente a tanta grandeza. O en La Alhambra de noche, se
mira en la fuente de los leones, rodeado de genios y princesas. Yo estoy aquí y
me dedico a imaginarlo. Y me debato entre todo lo bueno que deseo para él y las
ganas de que no le vaya tan bien allá, sin mí-pensé mientras veía a BiDi salir del
edificio con los rollos de las pinturas, escoltado por una luz violácea de
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anochecer.
-Marian bonita, la verdad es que estoy tan feliz que quise venir a contártelo
enseguida porque sé que tú también estarás contenta de saberlo. Marcos regresa
a La Habana.
-Le han ofrecido una gerencia aquí. Una joint-venture con una empresa
canadiense que tiene filiales en todo el mundo.
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-Marcos es muy inteligente -aseveró sonriente. –No tiene porqué ser un
segundón en un país extranjero cuando puede hacer tanto por el suyo.
-Me gustaría tanto que ustedes volvieran. Siempre fuiste mi favorita. Soy de las
que cree eso de que “cada oveja con su pareja”
Asentí sonriendo. Por cosas como esta, he sido su favorita. Porque siempre me
he quedado callada frente a sus andanadas.
-Pero bueno, tú tienes otra persona según creo entender ¿Va todo bien con él?
-Es un escritor.
-Bueno, esos tienen siempre la cabeza en las nubes. Necesitarías alguien más
práctico, un hombro donde pudieras recostarte. La vida
cotidiana cubana necesita de mucha inventiva. Pero Marcos será siempre tu
amigo, eso lo sabes. Te quiere, bueno, te queremos. Y con nosotros siempre
podrás contar.
-Sí bonita, ahora con lo de este cargo que asumirá Marcos, le harán muchas
verificaciones sociales y políticas por eso de la idoneidad y la confiabilidad.
Deben estar seguros de que no traicionará los intereses del país. Así que di tus
señas como persona a la que pueden pedir información. Espero no te moleste.
-Y él a ti. Ya me dijo que tiene muchas ganas de verte. Seguro que en cuanto
llegue te hará la visita. No será un problema para ti, ¿no?
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-Gracias, querida. Sigue tan preciosa como siempre. Sabes todo lo bueno que te
deseo aunque me hubiera gustado que siguieras con nosotros. Bueno, Dios
dispone.
Las dos mujeres se comportan como actrices de una obra picante, se ofenden con
una ira casi sensual, compuesta por gestos obscenos y palabrotas .Son viejas,
fuertes y vivaces.
Parece un ajuste de cuentas, un juicio callejero. Una grita a la otra "puta, ladrona,
devuélvemelo que es mío".
La gente detiene la marcha, nadie tiene tanta prisa en esta ciudad como para
perderse una buena bronca ambulante. Se arremolinan los curiosos. Dos actrices
en medio de un anfiteatro, de una arena habanera.
Podría ser una litis por un hombre. Como en las tragedias y las comedias, las
óperas y las zarzuelas, el vodevil y la vida.
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La otra, la robada, la persigue primero con sus gritos y luego avivando el paso
hasta alcanzarla. Forcejean y se toman de los cabellos.
-Nunca me he acostado con nadie que no haya podido pagarme. Eso de "contigo
pan y cebolla" no es para mí.
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O en aquellas con mayores pretensiones, manteles, camareros y algunas
exquisiteces: La Romanita, Montecatini, Castel Nuovo. En estas había además
risotto y tiramisú.
Leí la carta y era infinita. Miré los precios y me decidí por la más barata, una
Margarita. Pero Adrián sonrió y me dijo que no. Colocó la carta ante mis ojos y
cubrió el listado de precios con la mano dejándome ver solo los platos. Y me
advirtió que no sería una Margarita.
Seguramente vino aquí muchas veces con Daniel, hicieron planes y como dos
niños rieron, se contaron cosas terribles y hermosas y se prometieron eso que
todos hemos de alguna forma prometido a alguien.
-Así cuando vengamos la próxima vez sabrás lo que quieres comer. El cocinero
es un cubano que vivió mucho tiempo en Roma y trabajó en una trattoria. Parece
que aprendió de verdad.
-Y luego regresó-acoté.
Sentí que todo lo que decía tenía segundas intenciones. Mi inconsciente delataba
mi obsesión a relacionarlo todo con Daniel.
-¿Nunca has pensado en irte? Con toda la gente que conoces te sería muy fácil.
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-A lo mejor podrías buscarte un trabajo.
-Ya tengo un trabajo, Marian. Durante años he llegado a mi casa por la mañana
luego de trabajar toda la noche, con las ojeras que me llegan a la rodilla pero
siempre con dinero en los bolsillos. Y con ese dinero me doy todos los gustos,
desde comprar perfumes caros hasta regalar libros viejos a mis amigos y sus
novias.
No había jactancia en su frase, más bien orgullo de haber cumplido algo que se
prometió a sí mismo.
Quise preguntarle si nunca se había enamorado pero pensé que el hecho de que
me contara su trabajo no me daba derecho a meterme en su vida sentimental.
-Como en el psicoanálisis-bromeé.
-Mira, una guía de Madrid, la pedí para ti-me entregó un libro con una foto de
La Cibeles en la portada.-Ya la hojeé un poco, estaba curioso. Así podrás
imaginar dónde está Daniel.
Daniel llegó a nuestra conversación junto con los licores. Llegó también el
momento en que pude preguntar.
-¿Está bien?
-No lo sé, Marian. Se oía mal y él estaba ansioso, quería contarme cosas y a la
vez quería escuchar. Y había ruido de lluvia en el cable, era difícil.
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-¿Preguntó por mí?
-Sí. Le dije que estabas bien, que sabías que se había ido y que seguramente nos
veríamos.
-Dice que los plátanos de allá son más caros y menos buenos.
Madrid fue construida por Felipe II, en el medio de España. No tiene mar y el
río que la atraviesa no es importante.
Es ciudad de visita obligada para todos los que descendemos de los españoles.
Hace ciento diez años, también lo éramos nosotros.
Como en los calendarios, Madrid tiene las cuatro estaciones. Pero al menos
desde los tiempos de Franco no hay una buena nevada. El calor del verano es
seco y agobiante. Todos escapan de la ciudad, que se puebla de rebaños de
alemanes y nórdicos con sus botellitas de agua. En otoño llueve mucho, la gente
camina de prisa bajo los paraguas y como están siempre rehabilitando la ciudad,
las calles se convierten en un lodazal de lluvia y cemento.
Y como es verdad que hace ciento diez años también nosotros éramos españoles,
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allá vamos. Quizás buscando en el pasado una ayuda presente para
construirnos el futuro.
Madrid es esa ciudad en la que esperas que te pasen cosas buenas porque hace
ciento diez años éramos todos españoles. Pero no basta.
Madrid es una isla, la rodea un mar cálido que en algunas mañanas llega a las
calles y baña los pies de los transeúntes con espuma de olas pequeñas.
Se bebe en los bares, en las terrazas, en los pubs, en los bistrots, en los
chiringuitos. En la calle, en el metro, en los bancos, en el césped. En las oficinas,
las Cortes y las catedrales. En los bosques, los campos y las plazas.
Esta vez no había sorpresas, eso tiene la tristeza, que es tranquila. Me vestí para
la fiesta de Lorena sabiendo que esta vez Daniel no iría. Que yo no lo esperaría,
que su ausencia no me pondría ansiosa, que no discutiríamos ni me engañaría.
Que no haríamos el amor.
Los ventiladores de los cuartos estaban por todas partes, despeinando y dando
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una mano a las ventanas abiertas a la noche cálida y húmeda.
La casa estaba repleta. Lorena sabe mezclar colores, mezclar sabores y mezclar
personas.
Nos abrazamos mucho. Le dije sin hablar todo lo que me pasaba y ella escuchó
las palabras que no pronuncié. Fuimos a la cocina, y allí me dio la noticia.
-No voy a ninguna parte. No me interesa viajar, ni por tres días ni para
quedarme del otro lado. No tengo tiempo ni deseos.
Lorena hablaba sin detenerse. Hacía uno de sus famosos arroces y se movía
entre ollas, especies e ingredientes variopintos, restos de comidas anteriores que
reposaban en espera de juntarse ennobleciendo cualquier cosa destinada a dar
de comer a muchos invitados.
-Por Dios, Lorena, qué estupidez estás diciendo, todo el mundo quiere viajar, es
normal y sobre todo aquí. ¿Por qué dejas pasar esta oportunidad? Será bueno
para ti desde todo punto de vista. Te pagan los gastos, el viaje es corto, hablarás
tu mismo idioma y luego de unos días diferentes regresarás y algo en ti habrá
cambiado.
-No quiero que nada cambie, Marian. No quiero que mis hijos me echen de
menos, que BiDi tenga que ocuparse de tareas que ahora dividimos a la mitad.
Serán primero los días antes de, esos del papeleo, la visa, los permisos, el pasaje,
las maletas, el dinero, los preparativos en la casa. Luego el viaje: levántate,
corre, sonríe, asómbrate, responde mil veces la misma cosa, camina, cánsate,
duerme mal, come cosas raras así hasta otro avión que me devolverá al lugar
que dejé en desorden, molida a palos y sin brújula.
-Pensemos que te va muy bien, que todo se resuelve fácil, que te gusta México,
que haces amigos, que tu obra gusta, que tienes oportunidades, que al regreso
estás llena de cosas que contar-insistí sin entender a dónde quería llegar Lorena.
-Ya lo pensé. Entonces mi vida será una mierda. Aquí todo el mundo se está
bastante tranquilo hasta que coge el primer maldito avión. Va a cualquier sitio
de mierda y ya. Les da una crisis de ansiedad, se sobreexcitan y luego no
consiguen vivir aquí normalmente. Pierden la capacidad de hablar de otras
cosas, creen que esa es la única virtud que les asiste y que valoran en los otros.
No hacen más que pensar en un próximo viaje, y en vez de atender la vida
presente se dedican a fabricar un futuro en otro asiento de avión para ir a otro
sitio de mierda. Y todos sus minutos, acciones y pensamientos están
encaminados a eso. Nada. Que de cualquier manera estás jodido.
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-Después de ese famoso primer viaje, no seré una artista sino una pre-viajera
ansiosa. No me podré concentrar en lo que hago porque tendré todas las
neuronas al servicio del dichoso segundo viaje, luego del tercero. No, gracias.
Déjame en esta esquina. No quiero sorpresas. Prefiero imaginar que algunas
cosas están aún donde deben. No creo que todo el mundo deba viajar, imagino
que haya gente a la que le de pereza moverse de su casa.
-Bueno, pues búscate un agente que se ocupe de tus obras y las exponga fuera.
Serás una rara artista cubana que no quiere salir de Cuba. Como publicidad no
está nada mal.
-No. Un agente es alguien que te dice que hagas una cosa diferente a la que
quieres hacer. No quiero mezclarme con esos. Mira, quien tiene un trabajo que
le gusta no lo descuida por un hobby. El que ama a su pareja no se busca un
amante. Y el que se siente bien en un sitio no anda husmeando en busca de otro.
-Lorena, todo el mundo viaja y nadie saca esas cuentas. Viajar es bueno, es una
cura de humildad para el egocentrismo que padecemos en esta isla, te enseña
que hay muchas formas de hacer las cosas, que el mundo es grande y diferente.
No puedes negarte a ver otras vidas, otras ciudades.
-Marian, existe gente que se funde con un paisaje que le pertenece. Que se
mueve en los escenarios que los turistas ven un ratico y les da las indicaciones
que necesitan. Gente que sale en fotos ajenas y forma parte de la descripción de
tal o mas cual sitio. Yo soy una de esas. No quiero ser una turista perdida,
haciendo falsos peregrinajes armada de una guía de bolsillo, una cámara digital
y mucha prisa.
-BiDi estaba feliz de despedirme y recibirme, sabes su obsesión con los límites.
Ya me hizo todas las historias de viajes desde Simbad a Conrad, pero no me ha
convencido. Mis dos maridos anteriores se fueron. No dejaré a mis hijos ni por
un viaje a Varadero. Ni seré una esposa intermitente. Hay que estar juntos en
las buenas y en las malas.
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decir en voz alta. A Daniel.
Sergio asumió que era normal que estuviera triste y ansiosa, que llorara y no
durmiera. Le parecían signos vitales. Amor y para él, el amor es siempre bueno
aún en sus desventajas. Pero cuando le pregunté por el futuro, ese ¿Qué crees
que pasará? no supo responderme y eso quería decir que podía pasar todo. Que
yo me decidiera a ir a Madrid, que Daniel regresara o que nos olvidásemos uno
del otro.
–Pero no hay que forzar las cosas, no aceleres, disfruta el azar. Es lo que está
mejor organizado-me aconsejó.
El edificio estaba sucio. Alguien había vomitado en las escaleras, supuse que
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algún borracho del night club de los bajos. En un tiempo nos entreteníamos en
firmar peticiones para que lo cerraran y convirtieran el local
en una biblioteca o un centro de educación sexual o terapia floral pero parece
que la mejor terapia y la cultura más eficaz es el baile. De todas formas, el
vómito era solo un detalle momentáneo que se adicionaba a la suciedad
permanente. La de las colillas de cigarros, papeles de caramelos, tierra, fango,
pasos.
Y como somos Tercer Mundo no podemos importar gente del Tercer Mundo
para que haga los trabajos que no nos gustan. Tenemos pensamientos del
Primero y economía del Tercero. Antes importábamos personas de otras
provincias que hacían lo que los habaneros no querían hacer, pero han regulado
la inmigración desde las provincias. La Habana está repleta. Parece que ya no
cabemos.
Bueno, el edificio está sucio. En unos días, los vecinos se resignarán a limpiar
sus pasillos y tramos de escaleras y así terminaremos por limpiarlo todo. Luego
se ensuciará de nuevo y así hasta que aparezca otra viejecita con el cubo y la
frazada.
Luego estaban los vecinos. Si me decidía a rentar sin licencia, tendría que
contar con la complicidad de todos ellos. Hice un inventario de esas personas
que viven encima, debajo y frente a mí. Esos con los que nunca me pongo de
acuerdo. Quizás por ser los vecinos. Imaginé un edificio de amigos, pero no
estaba segura de que la armonía y la amistad durarían mucho si estuviéramos
tan cerca siempre.
Los vagos del primer piso son muchos y hasta hace muy poco no trabajaban.
Todos estaban enfermos, disfrutando licencias sin sueldo o buscando otro
trabajo. Dedicaban los días a vagabundear y comprar cosas. A hacer
fisioterapias y colas. Eran puntualmente mantenidos por una prima lejana que
vivía en Miami desde hacía muchos años. Celebraban Navidades con turrones y
pavo y mandaban a buscar a los EEUU hasta las aspirinas, en su convicción de
que allá todo era mejor. Sabían siempre la última moda y conocían todas las
discotecas y boutiques de la ciudad.
La prima de Miami decidió venir a pasar las Navidades con esta familia tan
cariñosa y dependiente. Los primeros días le pareció muy normal que nadie se
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levantara antes de las diez de la mañana y que luego estuvieran todos dispuestos
a ir de compras y a comer fuera. Eran las Navidades. Pero, se acabaron las
fiestas y los horarios siguieron siendo los mismos. Extrañada, preguntó hasta
cuando eran las vacaciones y ahí comenzó un amasijo de historias de afecciones
ortopédicas, psíquicas y de descontentos con los jefes, búsqueda de mejores
puestos de trabajo y al final, la feliz certeza de que todo eso era posible porque
ella los mantenía.
La prima les explicó de dónde salía el dinero que les permitía a ellos ese ocio
ininterrumpido. Limpiaba un edificio de madrugada, luego cuidaba una viejita
hasta las ocho de la noche y los fines de semana limpiaba casas. Estas eran sus
primeras vacaciones en seis años. Y no creía que se podría permitir otras en
mucho tiempo.
Se acabaron las remesas jugosas, la prima no tuvo el corazón tan duro como
para dejarlos definitivamente sin abastecimientos, pero los vagos han tenido que
reducir los gastos y hasta un par de ellos ha encontrado trabajo.
Se casaron en la Iglesia cercana, adonde fuimos todos los vecinos, gozosos del
morbo de ver una muchacha que parecía una modelo de Gauguin, enrollada en
un vestido blanco lleno de vuelos y lazos sobre el que resplandecía una cabellera
larga y casi azul, que miraba santos inmóviles y oía retahílas sacramentales con
una sonrisa que no supimos si era de astucia o inocencia.
Sin embargo, escuchaban durante horas los ensayos del músico, inmóviles
frente a los minuetos y preludios de Bach y al final, asentían con la cabeza y se
quedaban en silencio. Comenzaron a irse a su aldea y
hablaban de llevarse la muchacha, según me comentó el músico apesadumbrado.
Todo les resultaba muy agresivo.
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cualquier cosa, están empeñados en evangelizar a estos infieles sin videos ni
computadoras.
La segunda esposa del héroe fue su secretaria, algo más joven y muy entusiasta.
Completamente emancipada, fumadora y con un bellísimo culo aprisionado en
pantalones muy ajustados. La que llegó a saber tanto de su vida que se convirtió
en su memoria. La que se quedaba hasta altas horas de la noche
mecanografiando y escribiendo cartas. La que durmió en el sofá porque había
solo unas pocas horas para descansar y no valía la pena ir a la casa. La que
convirtió la oficina del héroe en un hogar tan acogedor que el héroe dejó de ir a
su casa y de hablar con su mujer.
La tercera esposa del héroe es una muchacha muy joven. No ha hecho nada por
el héroe, lo conoció investigando hechos históricos en las revistas viejas para un
trabajo de su primer año de universidad. Un día él le dio botella para ir a clases
y ella se quedó prendada de este señor valiente y dulce, que le decía niña. A
pesar de lo que pudiera augurarse, ella le es muy fiel. En vez de convertir al
héroe en un señor ridículamente ataviado con ropa de joven, luchando
trabajosamente por no quedarse atrás, ella ha comenzado a vestir como una
señora madura. Se recoge el cabello en una cola severa, usa perlas pequeñas y
ropa sin edad. Habla despacio y camina a su mismo paso. Un día los vecinos
comentaron jocosamente que habrá una próxima esposa porque esta es ya
demasiado vieja para el héroe.
La mejor amiga de la mujer del héroe es una anciana, la del cuarto piso. En el
año sesenta y uno conoció a Jackie Onassis cuando aún era Kennedy, comió con
ella en la Cote Basque y se hizo fotografiar por el camarero. Desde su regreso a
La Habana, unos años después, no ha hecho más que “vivir del cuento” La foto y
sus recuerdos se han estirado como un chiclet de otros tiempos. Ha sido
consultora para investigaciones sobre la crisis de Octubre, la lucha de Luther
King por los derechos civiles, para guías turísticas de Manhattan y biografías de
Truman Capote. Sale más en televisión que el tipo de la meteorología. Viaja
muchísimo, es constantemente entrevistada, imparte conferencias sobre los
Kennedy y los años sesenta, sobre aquitectura neoyorquina, la short story
norteamericana o Woodstock. Tiene un web site y un club de fans. Y lo primero
que ves al entrar en su casa, cada vez más desteñida y borrosa, es su cara
sonriente al lado de la bellísima ex primera dama de los EEUU, en la foto que
cambió su vida.
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Los “gusanos” que nunca han podido irse viven en el pent house. Desde el año
cincuenta y nueve repiten que su familia no se mezcla en política y recuerdan
todas las marcas de cereales americanos. Han sido muy consecuentes con eso de
mantenerse al margen. Pero, curiosamente, ninguno se ha ido del país. No tienen
a nadie que los reclame en los EEUU y tampoco han tenido la oportunidad del
viaje de trabajo del que no se regresa más.
Han terminado por ser patriotas de otros tiempos, que veneran a Estrada
Palma y la Constitución del cuarenta. Son muy decentes y mantienen su casa en
un status quo de los cincuenta, así que hacerles la visita es como rebobinar el
tiempo. Cada vez que se habla de ellos, son tachados de apáticos pero muy
correctos. Son de los que aún te abren la puerta del elevador y ayudan con las
bolsas pesadas. Totalmente demodé.
Y en la planta baja están las muchachas, que van al gimnasio de día y a las
discotecas de noche y que no se mueven por la ciudad si no es en carro. Animales
nocturnos que duermen hasta el mediodía y tienen siempre una sonrisa y el pelo
brillante.
Concluí que ninguno era temible. Que nadie me delataría porque algunos días
al mes un tipo extraño, rojo de sol tropical y con una botellita de agua entrara
en mi casa farfullando un mal español y sonriendo a todos. Me dije que lo
pensaría.
Mi relación con la literatura es la de una polilla golosa. Aprendí a leer sola, con
un par de indicaciones de mi madre, que desde entonces comenzó a regalarme
libros. Esos fueron mis mejores amigos, siempre al alcance para darme una
mano y sin pedirme nada que no fuera tiempo y deseos de dedicárselo. Los libros
me han provocado más emociones y sensaciones que la vida real. Y la han
escoltado siempre.
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Una vez graduada permanecí en el mismo recinto, repitiendo las cosas que me
repetía a mi misma durante la carrera: ahora en voz alta, desde el estrado y con
la pizarra detrás. Para los alumnos.
Antes de que llegara Daniel a mi vida, llegó "El esquimal". Leí sus palabras sin
haber visto su rostro. Las primeras frases que recibí de él fueron escritas y no
pronunciadas. Lo conocí a través de su libro. La literatura fue la causa de
nuestra primera discusión. La que nos reconcilió como amigos y nos volvió
amantes.
Su idea de escribir un libro a dúo fue el último espejismo que vivimos, el último
plan en que no hubo partidas ni separaciones. El que auguraba que estaríamos
juntos y haríamos muchas cosas.
Escribir mi parte de Bonjour Tristesse era como bailar un pas de deux sin
partenaire, como dialogar sin interlocutor o masturbarse sin fantasías. Como
vivir sin Daniel.
Camino detrás de dos hermanos. Son ancianos y uno de ellos, retardado. Se ve que
el otro lo ha cuidado desde niño. Que le ha dedicado su vida. Que no tienen
recursos, que no conocen a nadie. Que no hacen trampas, que son pobres y
honestos. El hermano mayor lleva en las manos un portafolio muy viejo, que
parece ser su tesoro. Y guía al otro. Ha sido así desde siempre. Nunca han
preguntado a Dios por qué.
Cada sonrisa del hermano niño es una respuesta para el hermano padre. Para ellos
no existen los logros, las ambiciones, los proyectos cimeros. Caminan serenos por
las calles que componen su pequeño planeta. Y agradecen esas cosas que nosotros
no somos capaces de degustar.
La Literatura fue el puente por el que caminé con y hacia las personas amadas.
Pero no resultó suficientemente sólido. Murió mi madre a pesar de su
entusiasmo por la novela que inventé para ella. Se fue Daniel pese a su libro y a
nuestro proyecto de escribir otro a dúo.
Porque ya no me bastaba. Le había pedido esos tres dones que todos queremos
que nos concedan las hadas. Los tres deseos de las fábulas y la vida. La banda
sonora de todos los brindis, plegaria festiva pero no por ello menos fervorosa.
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Salud, Dinero y Amor. Y no me concedió ninguno.
Releí todas las viñetas desde el inicio y llegué de nuevo a la última frase, la de
unos minutos antes. Detuve el cursor en el punto y final y oprimí la tecla para
cancelar en retroceso. Como una boca abierta que serpentea en marcha atrás, la
nada comenzó a devorar cada letra y espacio, dejando cada frase sin su mitad,
acortándola hasta hacerla desaparecer. Reduciendo cada palabra a un
monosílabo sin sentido hasta llegar al inicio. A la primera mayúscula del primer
día. Y la canceló.
Frente a la pantalla blanca, como antes de, como muchos días atrás, me asaltó
esa utopía recurrente, mística y científica. Regresar al inicio y rehacerlo todo.
Cambiar los hechos. Volver atrás y empezar de nuevo. Cancelar el pasado.
Como si el tiempo no fuera unidireccional e irreversible.
Había cambiado algo. Era de nuevo la de antes, la que no escribía. Había roto
mi parte de algo con Daniel.
Marcos inundó la sala con olores que no sabía que existían. Algo en su frente
anunciaba que había pensado mucho en estos meses. Aunque conservaba su
eterna seguridad, sus movimientos no eran avasalladores. No me trajo flores ni
bombones sino un cartel de la primera representación de Peter Pan el 27 de
diciembre de 1904 en el Duke of York.
-No hay nada como el país de uno-dijo parado en la terraza mientras miraba la
lluvia. -Ni siquiera la lluvia es igual.
Pensé todo esto pero no dije nada. Ahorraba muchas frases con Marcos, como si
no habláramos un lenguaje común. Sus reflexiones no estimulaban las mías.
En cambio, estaba siempre colgada de los labios de Daniel. Todo lo que decía
movía cosas dentro de mí. Para él, tenía siempre respuestas y preguntas.
-No. Todo lo que has leído, visto y oído sobre Londres, es verdad. Es gris, llueve
mucho y los ingleses son presuntuosos.
-Bueno, para saber eso basta con ver las películas. ¿No tienes ninguna visión
más personal, de alguien que ha vivido allí?
-Sería bueno que todo el mundo fuera Primer Mundo. Siempre habría
aventureros que cambiarían su lugar de residencia pero sería solo moverte a un
lugar con costumbres y clima diverso- traté de imaginar un planeta como el que
había descrito.
-Le propuse al padre de Mónica, mil ideas para entrar en otros lugares mucho
menos competitivos. Preparé proyectos que lo habrían hecho millonario. Pero
nada, son muy testarudos. Lo más que conseguí fue una reunión de la Compañía
donde la mayoría votó en contra mía. Y ahí se acabó todo.
-No creo en los solitarios que van tan adelantados que su meta deja de ser
visible para los que vienen detrás. Hay muchas personas grises como dices tú,
trabajando con metas humildes para lograr cosas que a la larga se convierten
en grandes proezas hechas lenta y mancomunadamente. Muy bien ser el
arquitecto de la pirámide pero si nadie acarrea las piedras no se hace real.
-Debiste haber sido monja, Marian. Esa resignación tuya me pareció siempre
100
una renuncia anticipada a todo lo bueno que se puede alcanzar en la vida. Un
perder antes de empezar y quedarse conforme. ¿Cómo te va?
-Bien. Yo estoy aquí. Todos son como yo. Tengo apellidos españoles como los
demás y lo que hacemos con los extranjeros es venerarlos en vez de
despreciarlos.
Marcos rió. A pesar de todo lo que dijo, estaba contento. Lo esperaban muchas
cosas buenas y el matrimonio fallido no parecía importarle mucho. Me dijo que
aún no se había divorciado legalmente. Quizás valoraba si sería conveniente.
Marcos miró la lluvia y respiró hondo. Pese a que sus motivos para regresar
podían ser muy calculados, le gustaba estar de nuevo aquí.
Se despidió.
-Se fue.
-¿Adónde?
-Regresará, ya verás.
101
primera vez me pareció sitiada por el agua. El malecón no es playa, no podemos
recorrerlo. Solo mirarlo desde aquí. Existe como una promesa del resto del
mundo. Pero es incierta. Como el regreso de Daniel.
Decidí salir.
El agua quieta era como una manta con la que alguien hubiera cubierto el mar
para que durmiera. El malecón parecía flanqueado por dos soles. Uno dentro de
una franja de nube larga y gris, suspendida e inmóvil sobre el mar. Otro en el
agua, que dibujaba un círculo naranja. El sol de las nubes descendía a reunirse
con el sol del mar. Era como si alguien allá arriba hubiera encendido una luz.
La ciudad era amarilla, un viernes a las seis de la tarde.
Todos los que habían esperado la escampada salieron apurados de los trabajos.
La hilera de carros en ambos sentidos del malecón era larga. Los peatones
hacían pases de toreros frente a choferes malhumorados como un miura con
banderillas.
Se miraban unos a los otros. Para venderse cosas, intercambiar frases amables o
comentar lo malo que estaba todo. O lo buenas que eran estas lluvias de tarde
para aliviar el calor. O para decirse que aunque lloviera, no cambiaba nada.
Un carro aminoró la marcha y una mujer abrió la puerta trasera para dejar en
medio de la cuádruple hilera de automóviles en esta vía rápida, un perrito. Era
pequeño y parecía desnudo.
-¿Lo recogemos?
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Seguí hipnotizada la escena. El animalito se quedó en el medio. Desconcertado
por las luces, los autos y el ruido, miraba alejarse el carro. Estaba sobre la línea
amarilla. Trató de avanzar. No pudo. Tembló y lo intentó de nuevo. Un carro
logró esquivarlo haciendo una maniobra suicida y él regresó a la raya amarilla,
tembloroso. Retrocedió aún más y fue embestido por otro, por alguien que no
era tan buen chofer o tan buena persona.
Cerré los ojos y no ví el final. Los muchachos gritaron y supe que todo había
acabado. Me pregunté si habría sido capaz de escribir esto para la colección de
tristezas.
Olga estaba sentada en mi silla y sonreía cálidamente. Su cara era entre blanca
y rosada, como un culo de bebé nórdico. Me abrazó mucho y sentí que algo
bueno me pasaría, que alguna energía vikinga traída por ella cambiaría mi vida.
-¿Sabes lo que han dicho todos aquí? Que eres una jefa estupenda, que estarán
encantados de trabajar contigo los próximos doscientos años.
En este tiempo, entendí que el verbo “resolver” es algo más que lo que se ejerce
sobre ecuaciones, acertijos y crucigramas. Que abarca casas en la playa, leche en
polvo, uniformes para los hijos o un turno para hacerse un ultrasonido.
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finalmente, que no es culpa de nadie.
Volvieron las razones de la otra vez. Esas que me repetían que la lengua
española se inventó en España, que la Real Academia está en Madrid. Que
estamos siempre tutelados por ellos para que no olvidemos las palabras que nos
regalaron cuando nos dejaron sin las nuestras. Que Olga ha ido muchas veces a
la Madre Patria por asuntos de la cátedra. Y que, quién sabe.
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Muchos años después de la guerra, el hambre, los muertos, los campos, los
matrimonios, las separaciones, los divorcios, los libros…*
Estaba parada en la esquina del cuarto junto al contestador. Como siempre que
sonaba el teléfono, no levanté el auricular. Esperé mientras el corazón me latía.
…él había llamado. Soy yo. Por la voz, ella lo había reconocido. Soy yo.*
Era Daniel.
Hablaba con otro acento. El de los que han domesticado las inflexiones del
español de los cubanos para inclinarlas a favor de ese otro más castizo. Con el
auricular entre las manos, pero aún muda, me apoyé en la pared de la esquina y
me deslicé hasta quedar sentada.
Otra Marian más valiente respondió, dijo algo tan absurdo que lo hizo reír.
Su risa era la misma de antes. Aquella que abarcaba mi cuerpo, la que llenaba
de ruido la habitación como si entrase el mar. Su modo de gozarme como gozaba
de todo. Mi modo de amarte Daniel, porque tú eras todo y yo quería ser todo
para ti.
Decirle: Ven ahora mismo. Quiero verte, quiero que me toques y me digas todo
eso que quizás ya has olvidado y que yo me repito cada noche. O no decirte
nada. Solo anunciarte que me muero de ganas.
Pero era difícil decir esto a alguien que regresaba convertido en una voz con
acento extranjero. Así que hice las preguntas que se hacen en estos casos. Me
respondió que estaba aquí desde hacía mucho y ya me explicaría porqué no me
había llamado antes. Le dije que no tenía que explicarme nada.
Compraré cervezas, hay calor. Cristal, era la que le gustaba. Y helados. Y café,
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uno de los que no tupen la cafetera. Y unos cigarrillos suaves. Los Lucky Strike
estarán bien. Puedo encontrar todo eso en la gasolinera de la esquina-planifiqué
en pocos segundos.
-Te espero.
- Eso espero. No has cambiado- escuché sin saber si era una pregunta o una
afirmación.
-Sí he cambiado. Estoy hecha un desastre- respondí como si eso me hiciera feliz.
FIN
La Habana-Montagnola
Octubre 2006- Septiembre 2008
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