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De cómo David venció a Goliat

Hombre de celuloide

Pocos artistas han sacado tanto provecho de la sabiduría bíblica como Jane Campion. El poder del perro es
una película de la que se ha escrito mucho; se estrenó en Venecia en septiembre de este año y está
disponible en Netflix. Es necesario advertir, sin embargo, que, a pesar de todas las críticas elogiosas en
torno a esta obra de arte, se ha errado mucho en su interpretación. Porque, la verdad, ante el tamaño de lo
que Campion está queriendo narrar resulta irrelevante la homosexualidad de los protagonistas. Tampoco
importa mucho que sea un western crepuscular, uno de esos en que se contradice el mito del Viejo Oeste.
Vista desde estas perspectivas, uno corre el riesgo de comparar El poder del perro con la complaciente
película Secreto en la montaña dirigida en 2005 por Ang Lee. Y no. El poder del perro es una obra mucho
mayor. En ella lo que incumbe a Campion está relacionado con el título que, como se sabe, es un fragmento
del Salmo 22. Es necesario advertir, sin embargo, que Campion está utilizando la exégesis hebrea de este
poema, no la cristiana. Pete, el protagonista, tiene el carácter del Rey David, no el de Jesús. Se trata de un
asunto importante si se quiere apreciar el virtuosismo con el que Campion teje la trama pues Pete es
grandioso al modo de David, no de Cristo. Como el mítico rey judío, Pete es seductor, carente de
escrúpulos y muy inteligente. Poco a poco, como un tema musical, su personaje crece hasta que se apodera
por completo de la obra. Llegado el clímax Pete lee la Biblia y en el salmo en cuestión intuimos que se
identifica con El Salmista. Y nosotros también pues hemos visto la elegancia con la que venció a Goliat. Al
inicio de la película Pete es un pequeño don nadie. Acaba de perder a su padre y confiesa, en un primer
diálogo, que él sería capaz de cualquier cosa por ayudar a su madre. Conforme se desarrolla la trama
aparece el antagonista: Phil. Interpretado con toda maestría por Benedict Cumberbatch Phil crece en el
malestar que nos provoca. Del pequeño Pete se burla, lo llama “afeminado” y a la madre de nuestro
protagonista consigue ponerla tan nerviosa que, por un momento creemos que finalmente la va a romper.
Pero lo dicho, Pete tiene el carácter del rey David. Cuando el pequeño pastor emergió de las filas del
ejército hebreo para enfrentarse al gigante filisteo, todos se burlaron de él. Pero Goliat no. Goliat se
sorprendió. Porque se enamoró de él. Al menos así quiso verlo Caravaggio quien lleno de todas las
pulsiones homosexuales que efectivamente pueblan esta película, se pintó a sí mismo como un Goliat o,
mejor, como la cabeza de un Goliat que ha sido decapitado por la belleza adolescente de David. Y esto es
más o menos lo que sucede. Pero hay que verlo. Con el amor por el detalle que nos provoca una obra
maestra de Caravaggio. O de Jane Campion. Porque ella, como hacen todos los grandes, se ha apoderado de
la novela original de Thomas Savage y la ha hecho suya. Ha hincado en este guion los temas que la
obsesionan desde aquellos tiempos en que irrumpió en el panorama del cine de arte con El piano en 1993.
Aquí aparecen, otra vez, un piano y una mujer en apuros. Aquí están las pulsiones sexuales que no pueden
ni siquiera pensarse y un personaje de aspecto angelical que termina teniendo todo el poder para desarrollar
un auténtico conflicto dramático: el del enfrentamiento entre el poder y la inteligencia, entre el horror y la
belleza, entre David y Goliat.

El poder del perro. Jane Campion. Estados Unidos, Nueva Zelanda, 2021.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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