El texto nos deja ver tres géneros clásicos de la retórica: el judicial, el deliberativo
y el demostrativo o epiléptico, este último se refería a la alabanza de las virtudes
de los difuntos, que con el tiempo fue evolucionando a referirse de cualquier
persona sin importar que estuviese viva o muerta, a partir del punto de vista social
indiferentemente que fuese de manera negativa o positiva.
Otro filósofo que define y clasifica la retórica es Aristóteles, para él se depende del
público para determinar la estructura de un discurso, y parte de hay dos grandes
grupos de público, aquellos que tienen que tomar una decisión a partir de dicho
discurso y los que no. A partir del momento temporal en que se encuentren ciertos
hechos se pueden clasificar los géneros, de manera tal que para los hechos
pasados se tiene el género judicial, para hechos futuros el género deliberativo y
valoraciones sobre personas y por último, el género demostrativo para hechos
presentes y valoraciones sobre personas.
Para los romanos, desde la base griega y a partir de Cicerón que aboga por la
conciliación entra la retórica y la filosofía, puesto que considera que la retórica no
es simplemente el arte de hablar sino también, fundamentalmente, el arte de
pensar, puesto que como lo dijo Aristóteles anteriormente, el discurso debe estar
diseñado para cada receptor y por tanto nos encontramos tres tipos de discurso
diferente: el humilis o modesto, el grandis o sublime y el medius o mediocre.
En los últimos cerca de veinticinco años, la nueva retórica se rehabilita así misma
como retórica de la argumentación y ornamentación, basándose para esto en la
relación de la retórica con la filosofía, a partir de que la diferencia entre la filosofía
y la retórica tienen como diferencia únicamente, para quien vaya dirigida dicha
argumentación, puesto que mientras la retórica se dirige a un grupo concreto y
particular, la argumentación filosófica se dirige a un público universal, teniendo el
convencimiento como finalidad dentro de las dos.
Podemos concluir, que la retórica como arte y técnica es parte fundamental del
abogado para el desarrollo profesional de su ejercicio, siempre y cuando, sea
aprovechado de manera ética, puesto que el orador debe poseer esta virtud
apoyado en la verdad y en la realidad, a partir de que ya, gracias a sus grandes
cualidades cuenta con gran credibilidad de su auditorio, debe poseer una
correlación con sus actitudes y gestos para lograr una máxima efectividad en sus
predicamentos.