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Grado en Geografía e Historia (2º curso)

Historia medieval universal

5. ORGANIZACIÓN Y EXPANSIÓN DE OCCIDENTE EUROPEO


5.1. EL FEUDALISMO
1. La interpretación jurídico-política o institucionalista ........................................................................ 1
2. El modo de producción feudal ............................................................................................................ 2
3. Señorío y feudalismo ......................................................................................................................... 2
4. Señores y campesinos ........................................................................................................................ 4
5. Los tres órdenes ................................................................................................................................ 5
6. El régimen feudal: señores y vasallos ................................................................................................ 5
Deberes del vasallo ........................................................................................................................ 7
Deberes del señor .......................................................................................................................... 7

Feudalismo es un término sometido a continuos debates debido a los diferentes


contenidos que se le da a la palabra según los autores o escuelas historiográficas. A
mayores, hay que tener en cuenta la diversidad geográfica en la que se considera existió.
Básicamente hay dos formas principales de entenderlo:
1) Institucionalista, que se centra en los aspectos jurídicos y políticos.
2) Marxista, que hace referencia al conjunto de la sociedad o modo de
producción determinado, centrándose en aspectos económico-
sociales.

1. LA INTERPRETACIÓN JURÍDICO-POLÍTICA O INSTITUCIONALISTA


El máximo representante de esta interpretación es F. L. Ganshof, historiador
belga cuya obra más representativa es Qu’est-ce que la feodalité?.
Los rasgos fundamentales de la sociedad feudal para Ganshof son:
1) El desarrollo de los vínculos de dependencia entre los hombres que
sitúa en posición de supremacía a una clase social de guerreros.
2) El fraccionamiento del derecho de propiedad.
3) La jerarquía de derechos sobre la tierra derivados de ese
fraccionamiento, existiendo una correspondencia entre dicha
jerarquía y los vínculos de dependencia.
4) La fragmentación del poder público que origina en cada región una
jerarquía de instituciones autónomas que ejercen los poderes públicos
en su propio interés.
Estos serían los rasgos principales de la sociedad europea occidental en siglos X-XII.
Para Ganshof, el feudalismo, concretamente, sería el conjunto de instituciones
feudo-vasalláticas, es decir, los vínculos de dependencia que se establecían entre
señores y vasallos, ambos hombres libres.

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Las claves del sistema eran las relaciones que se anudan a través de la prestación
de homenaje del vasallo al señor, recibiendo aquél de éste un beneficio (feudo) a cambio
de un servicio de carácter militar.
La sociedad que se construyó tomando como base estas instituciones se localizó
especialmente en los territorios dominados por Carlomagno (Norte de Francia y
Alemania), floreciendo entre los siglos X y XIII, declinando a partir de entonces. Este
modelo se propagó también a alguna otra región del occidente europeo, como Cataluña
e Inglaterra.
Así pues, para la concepción institucionalista, el feudalismo es el conjunto de
relaciones feudo-vasalláticas que se establecen en las capas más altas de la sociedad,
basadas en la encomendación o vasallaje y en el beneficio o feudo.

2. EL MODO DE PRODUCCIÓN FEUDAL


El concepto de feudalismo basado en las ideas marxistas es muy diferente al
anterior, centrándose en aspectos económicos. Para los historiadores marxistas (Maurice
Dobb, Witold Kula, Pierre Vilar), el feudalismo es un modo de producción determinado
que caracteriza la sociedad medieval. Para su caracterización estos autores se fijan en
las relaciones económicas de una sociedad eminentemente agrícola y ligada a la tierra:
la producción, el trabajo, la distribución de la renta, el modo en que ésta es percibida
por los señores, etc., sin aparecer siquiera en sus formulaciones la palabra feudo, pues
interesan simplemente las relaciones de producción que se establecen entre las
diferentes clases sociales.
Esta interpretación del término hacen del feudalismo un hecho mucho más
amplio tanto geográfica como cronológicamente, pues el llamado modo de producción
feudal se extendería de forma general, como mínimo, por toda Europa occidental, y
caracterizaría la época comprendida entre la decadencia del esclavismo y los comienzos
de la fase capitalista.
De esta manera, en Europa, el feudalismo es un proceso de transición entre
esclavismo y capitalismo, abarcando un arco cronológico que se incia en el Bajo
Imperio Romano y termina con la descomposición del mundo carolingio, aunque
muchos de sus componentes siguen vigentes durante todo el Antiguo Régimen, es decir,
hasta finales del siglo XVIII, momento en que se impondría el modo de producción
capitalista.

3. SEÑORÍO Y FEUDALISMO
A partir de la aparición de la interpretación marxista se han construido grandes
debates que han intentado acercar o alejar ambas concepciones, si bien han perdurado

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las dos. Por ello, al tratar de feudalismo es necesario previamente referirse a qué se
quiere decir más o menos de forma exacta al emplear tal término.
Está muy claro a qué hacen referencia los historiadores institucionalistas cuando
hablan de feudalidad o feudalismo: en este caso se trata del conjunto de relaciones que
liga a los grupos dominantes de la sociedad medieval y, concretamente, al estamento
militar, dejando de lado todo lo que haga referencia al trabajo de la tierra, su propiedad,
la forma en que esta capa superior se hace con los excedentes productivos, etc.
Para estos historiadores son diferentes las relaciones establecidas entre esa capa
superior –militar– de la sociedad a las que se establecen entre ese grupo social con los
demás. Para el estudio de este tipo de relación socio-económica, se acuñó el término de
régimen señorial. El feudalismo o régimen feudal y el régimen señorial tienen muchos
puntos de contacto pero afectan a cosas claramente diferenciadas. Es en el marco de este
régimen señorial en el que habría que estudiar las relaciones de los señores con los
campesinos, el trabajo de la tierra, la propiedad de ésta, la jurisdicción de los señores
sobre los campesinos, etc.
A pesar de todo, parece difícil separar claramente una y otra cosa, pues acaban
imbricándose ya que ciertos aspectos económico-sociales caracterizan esa sociedad
feudal y, desde luego, no hacen referencia en exclusiva al grupo social privilegiado sino
a la forma en que este se impone sobre el resto de la sociedad.
En esta línea, cabe destacar los estudios siguientes:
• La sociedad feudal, de Marc Bloch: funde en su estudio el feudalismo
propiamente dicho y el régimen señorial.
• Señorío y feudalismo, de Robert Boutruche: estudia ambas cosas que afectan
a la sociedad de la Edad Media, el señorío y el régimen feudal y, aunque
restringe el término feudalismo a los vínculos de dependencia, de hecho
muestra asimismo la íntima relación entre ambos fenómenos.
• El feudalismo. Un horizonte teórico, de Alain Guerreau: concibe el
feudalismo como un sistema de producción basado en 1) la vinculación de
los hombres a la tierra, y 2) la cohesión de la organización de la aristocracia.
Guerreau introduce un nuevo integrante que, a su juicio, es imprescindible
para entender la sociedad feudal: la Iglesia, sin la cual –para él– es
inconcebible todo el sistema feudal.
En realidad, no se puede estudiar ni entender el feudalismo estudiando en
exclusiva las relaciones personales entre la élite militar o en el sistema de gobierno
carolingio, pues no puede olvidarse la problemática ligada al trabajo de la tierra y la
dependencia de los campesinos.

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4. SEÑORES Y CAMPESINOS
Para la versión marxista del feudalismo, aceptada por otras corrientes, el estudio
ha de centrarse en la oposición señores/campesinos.
Los señores son una minoría definida jurídicamente frente a los productores
directos, los campesinos. El vínculo entre unos y otros es el señorío, el antiguo dominio,
transformado desde el momento en que su dueño consiguió acaparar diversas parcelas
de poder.
Prácticamente todos los campesinos durante la Edad Media (especialmente a
partir año 1000, entre los siglos0 XI y XIII, época llamada del feudalismo clásico) se
encuadrarían en una célula señorial de la misma manera que estaban ligados a una
familia, a una parroquia y a una comunidad aldeana.
La oposición señores/campesinos se basa en una diferenciación económico-
social, constituyendo las dos clases en las que se articula la sociedad medieval. Los
señores son quienes poseen unas tierras en las que está asentada una población que
depende de ellos y sobre la que ejercen unos poderes y extraen unos beneficios.
La sociedad feudal o medieval polarizada en estos dos grupos se diferencia tanto
de su antecesora, la esclavista del mundo antiguo, como de su sucesora, la sociedad
capitalista:
- Los campesinos eran en su inmensa mayoría de condición jurídica
libre, teniendo el usufructo de una tierra que, en general, podían
transmitir a sus herederos.
- A diferencia de los obreros de época capitalista, el campesino
medieval poseía ciertos instrumentos de labor (al menos, los más
simples), disfrutaba de una serie de bienes comunales (pastos,
bosques) y de su propia fuerza de trabajo (familia). Así pues, el
campesino medieval no depende económicamente de su señor de la
misma forma que su sucesor, el obrero, que vende su fuerza de
trabajo a un empresario que es el propietario de los medios de
producción.
- En estas condiciones, los señores necesitaban valerse de medios
extraeconómicos de presión para poder extraer una renta de los
productores directos, los campesinos, obteniéndola gracias a su poder
político, fuerza militar, facultades jurisdiccionales y apoyo de la
ideología dominante.

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5. LOS TRES ÓRDENES


La formulación de una sociedad estructurada en tres órdenes fue elaborada en el
siglo X por Adalberón, obispo de Laón, siendo esos tres órdenes los oratores, bellatores
y laboratores, esto es, los eclesiásticos, los nobles (guerreros) y los siervos
(campesinos). Esta división tendrá un gran éxito a partir de entonces, perdurando en los
llamados, posteriormente, estamentos.
Se trata de una concepción organicista de sociedad en que cada parte tiene su
función correspondiente. Cada uno ha de aceptar la posición que le ha correspondido
por nacimiento, pues es un orden querido por Dios que refleja el ordenamiento celestial
La función de los clérigos (oratores) era administrar sacramentos y rezar para la
salvación eterna del conjunto de la sociedad. La mediación ante la divinidad venía
recompensada con donaciones de bienes y rentas así como la del cobro del diezmo,
impuesto eclesiástico que se generaliza en la Europa occidental.
A los guerreros (bellatores) les correspondía proteger, defender, al pueblo de
Dios. Era la función de la aristocracia, especialmente noble, y por ello le tocan ciertos
privilegios y la exención de impuestos.
Por último, el resto del pueblo, los laboratores, los trabajadores, eran los
encargados del mantenimiento de los otros dos órdenes. En la concepción marxista, se
trata del conjunto de campesinos que se opone al de los señores, clase privilegiada
compuesta por el clero y la nobleza.
Esta sociedad repartida en tres órdenes es una imagen ideal que se corresponde a
grandes rasgos con la realidad, pero sin tener en cuenta las diferencias que existen en el
seno de cada uno de estos tres estamentos u órdenes. Ninguno de ellos es homogéneo,
habiendo grandes diferencias entre los componentes de cada uno: la alta aristocracia y el
alto clero están muy por encima de los hidalgos o guerreros de la misma manera que los
obispos y grandes abades están lejos de los simples párrocos o capellanes. Eso sí, unos y
otros están exentos de la mayoría de los impuestos, pagados por unos laboratores
también profundamente diversos en su capacidad económica.

6. EL RÉGIMEN FEUDAL: SEÑORES Y VASALLOS


La vertiente institucionalista, representada por Ganshof, estudia el tejido de
relaciones conocido como instituciones vasalláticas. Éstas afectaron a un escaso sector
de la población. Se realiza entre hombres libres y tiene su fundamento en la prestación
de un servicio militar a cambio del cual el superior entregaba un beneficio.

La entrada de un hombre libre en vasallaje se efectúa a través del rito del


HOMENAJE, ceremonia con un carácter doble:

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- gestual: inmixtio manuum y osculum (mezcla de manos y beso);


- oral: declaración de voluntad de las partes: el señor pregunta al otro si
quiere ser su vasallo y el éste contesta que sí con una fórmula
establecida y variable según las zonas.
Al homenaje sigue el JURAMENTO DE FIDELIDAD, que presta el vasallo sobre un
objeto sagrado (evangelios, reliquias). El juramento es inseparable del homenaje puesto
que se trata de la garantía de que va a ser cumplido.
Un problema que se empezó pronto a dar fue la prestación de varios homenajes
por la misma persona, lo que daba lugar a que un vasallo lo fuese a la vez de varios
señores a los que guardar fidelidad, lo que lleva a un conflicto evidente si dos de sus
señores entraban en guerra. Para solventar esto se ideó el HOMENAJE LIGIO, que se
suponía prevalece sobre cualquier otro y que, evidentemente, el vasallo podía prestar
solamente a un señor.
Tras el homenaje y el juramento del vasallo el señor procedía a la INVESTIDURA
de su hombre. Se trataba de un acto simbólico por el que se transmitía al vasallo un
derecho real; el vasallo recibía entonces un símbolo del feudo (cetro, vara, cuchillo...;
tierra, ramo de flores...; báculo...) que le entregaba el señor.
El FEUDO es lo que el señor concede gratuitamente al vasallo a cambio de su
fidelidad para que se mantenga y pueda proporcionare los servicios que le debe. Antes
del año mil –y después de éste en muchas zonas– la palabra latina que designa ese bien
es beneficium, sustituido después por feodum, feudum, fevum, en latín, o fief en francés.
Aunque no tienen por qué serlo, generalmente el feudo consiste en una dotación
de tierras que podía ser de muy distinta extensión, aunque también podía tratarse de
cualquier otra cosa, como un conjunto de rentas determinadas.
En principio, el vasallo disfruta del feudo en usufructo, si bien progresivamente
se incrementa el derecho real del vasallo sobre el mismo al tiempo que retrocede el del
señor. La patrimonialización del feudo se consagra con su hereditariedad, que supone
que el señor deja de tener capacidad real sobre su concesión. Aunque el heredero ha de
prestar homenaje al señor, éste está prácticamente obligado a admitirlo como tal. Ante
esta situación, los señores pasarán a cobrar, en reconocimiento del nuevo vasallaje, un
tributo (relief o rescate) que constituía generalmente el equivalente a las rentas
producidas por el feudo en un año.

LAS OBLIGACIONES CONTRACTUALES DE SEÑOR Y VASALLO


Las relaciones feudovasalláticas constan de dos elementos diferenciados:
- el personal: la fidelidad mutua de vasallo y señor prometida entre
ambos

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- el real: el bien objeto del beneficio que el señor entrega al vasallo.


Es, de hecho, un contrato en ambas partes se comprometen a una serie de
cuestiones.
Los DEBERES DEL VASALLO son, básicamente:
- consilium: consejo que el vasallo debe dar a su señor, presentándose
en su corte cuando sea llamado;
- auxilium: ayuda que el vasallo debe prestar a su señor, que puede ser
muy variado según los casos: militar, económica para boda de hija
mayor, etd.
Ambos deberes serán fijados por la costumbre; si bien, en un principio, el
vasallo debía acudir a todas las llamadas que el señor le hiciera para tomar consejo con
él, de hecho la costumbre las restringirá a que se presente en la corte señorial en
momentos determinados del año (Pascua, Navidad, Pentecostés) y ciertas ocasiones
señaladas –banquetes, partidas de caza...– y, de forma extraordinaria, cuando el señor
convoque asambleas o parlamentos de todos sus vasallos. En estas asambleas, o en las
visitas del vasallo al señor, éste podía solicitar su consejo en cualquier tema, siendo
especialmente relevante el jurídico.
El auxilio que debía prestar el vasallo fue también fijándose con la costumbre.
Las ayudas pecuniarias, poco definidas en un principio, se fueron fijando poco a poco
considerándose imprescindibles en cuatro supuestos:
1) rescate del señor, si éste caía prisionero;
2) la ceremonia de armar caballero al primogénito;
3) el matrimonio de la hija mayor; y
4) la marcha a la cruzada o la primera peregrinación del señor a Tierra
Santa.
Estos son los cuatro conceptos clásicos que, sin embargo, no estuvieron vigentes
en toda Europa: por ejemplo, en el Imperio Germánico no se contemplaba la ayuda
pecuniaria de los vasallos, mientras que en Normandía no existía el cuarto supuesto.
De todas maneras, el auxilium más importante es el SERVICIO MILITAR que todo
vasallo debe a su señor. Actividad propia de la nobleza, de los caballeros, la guerra
proporcionaba a este sector de la sociedad numerosas ventajas sociales (fama) y
económicas (botín). También indefinidas en un primer momento, las obligaciones
militares del vasallo se irán delimitando a lo largo de la Edad Media en un número
concreto de días de servicio, que también varían según las regiones (cuarenta en
Francia), pasados los cuales el señor debería pagar un sueldo a sus caballeros.
Por su parte, los DEBERES DEL SEÑOR son, básicamente:
- no hacer mal a su vasallo ni perjudicarlo en nada;

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- la protección al vasallo en campos diversos, especialmente el militar,


debiendo acudir en su ayuda cuando se encuentre en peligro, y
también en el campo judicial, defendiéndolo ante los tribunales;
- la manutención: el señor debe proporcionar a su vasallo sustento
material de forma directa o a través de bienes suficientes para que
lleve una vida decorosa y acorde a su estado. Este deber se concretó
generalmente por la entrega del feudo, que suele consistir en una
dotación de tierras, fuente de rentas para el mantenimiento del
vasallo, aunque existen también vasallos domésticos o no instalados,
cuyos feudos consisten en realidad en el pago de un salario.
La ruptura del contrato feudal supone la FELONÍA por cualquiera de las partes
que falte a sus deberes para con la otra. Esta ruptura suponía la vuelta del feudo a manos
del señor, siempre en teoría, pues dependía de la capacidad del señor de recuperarlo del
las manos del vasallo.

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5. ORGANIZACIÓN Y EXPANSIÓN DE OCCIDENTE EUROPEO


5.2. LA EXPANSIÓN DE LA EUROPA OCCIDENTAL
1. El crecimiento demográfico europeo ................................................................................................. 1
2. La expansión agraria .......................................................................................................................... 4
Los avances técnicos en la agricultura ........................................................................................... 4
Los sistemas de cultivo ................................................................................................................... 7
3. La reactivación del comercio ............................................................................................................. 9

Las condiciones del ciclo expansivo de la Europa occidental se remontan al siglo


X principalmente por la expansión agraria y demográfica que deriva en una política de
roturaciones y, con ello en un incremento de la producción que conduce al aumento de la
mano de obra, lo que redunda en nuevas roturaciones y un mayor crecimiento
demográfico. Son también factores condicionantes el fin de las grandes migraciones, el
desarrollo del nuevo sistema feudal, el desarrollo comercial, monetario y, en definitiva,
económico.

1. EL CRECIMIENTO DEMOGRÁFICO EUROPEO


Las fuentes son manifiestamente inadecuadas para el estudio de la demografía
europea durante todo el período medieval. Los estudios demográficos han utilizado todas
las fuentes posibles para llegar a cifras meramente indicativas en una ciudad o región
determinadas, utilizando especialmente las fuentes fiscales, que empiezan a aparecer a
partir del siglo XIV, o los registros eclesiásticos, alguno procedente de la centuria
anterior.
No se conservan fuentes directas, seriadas y que permitan extrapolaciones de datos
salvo en Inglaterra del siglo XI gracias al Domesday Book, censo realizado tras la
conquista normanda del reino, en 1066, por Guillermo I el Conquistador. Elaborado en
1086, en él se recoge la información acerca del territorio conquistado con una finalidad
fiscal y de gestión pero que, de paso, permite conocer, hasta cierto punto, el poblamiento
puesto que fue elaborado por comarcas, especificando sus pobladores, propiedades,
cabezas de ganado, etc.
Aún siendo los datos indirectos, se estima que el despegue demográfico comenzó
en Italia del Norte a la altura del siglo X, integrándose poco a poco el resto del continente,
comenzando por el área mediterránea para, en el siglo siguiente, incorporarse la vertiente
atlántica, en la que se va a producir un crecimiento más intenso. En Inglaterra, que cuenta
con las fuentes más seguras, la población parece haberse triplicado en doscientos años,
pues en 1086 tendría 1.100.000 habitantes, llegando alrededor de 1300 a los 3.750.000.

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Este crecimiento viene avalado, por ejemplo, en el siglo XIII por datos como el
procedente del señorío de Tauton, propiedad del obispo de Winchester, donde se exigía a
cada adulto varón mayor de doce años el pago de un penique anual, siendo la cantidad
percibida consignada por los funcionarios episcopales durante el período comprendido
entre 1209 y principios del siglo XIV. La suma recaudada fue en 1209 de 612 peniques,
que ascienden a 1.448 en 1311, lo que supone una tasa de incremento anual del 0,85%.
El aumento de la población en el continente pudo ser más lento, pues hay que
contar con que se partía probablemente de una masa poblacional mayor que la existente
en las Islas Británicas. Las diferencias regionales tuvieron que ser muy fuertes en las
distintas áreas europeas, con grandes contrastes dentro de cada reino. Tomando, por
ejemplo, el caso de Castilla, parece evidente la debilidad demográfica de regiones como
La Mancha o la Extremadura leonesa frente a áreas mucho más densamente pobladas
como la Tierra de Campos o ciertas comarcas gallegas.
Con la debida precaución, a causa de los problemas de las fuentes, se estima que
entre los siglos XI y XIII el crecimiento demográfico puede generalizarse a todo el ámbito
europeo, aunque con contrastes: en Italia la población se habría multiplicado por dos, en
Francia por dos y medio y –el dato más seguro– la de Inglaterra por tres entre 1000 y
1300. El crecimiento parece haber sido mayor en el norte y este del continente, en
Alemania y los países eslavos.
Este crecimiento se desarrolló con unas duras condiciones y una mortalidad
cuantitativamente importante que sólo una natalidad netamente superior, acompañada de
una mejora de las condiciones de vida, hizo aumentar la población europea entre los siglos
X y XIII. El desarrollo demográfico se logró a pesar del hambre y las enfermedades, que
continuaron golpeando a la población más duramente a medida que se desciende en la
escala social.
El hambre era un peligro omnipresente. El hombre vivía de la tierra y dependía de
lo que sus campos producían, con lo que estaba continuamente atento a la climatología, a
merced del mal tiempo y de las malas cosechas. Señala J. Le Goff como en el folklore
campesino los mitos de la gran comilona gozan de una seducción particular. Los relatos
bíblicos del maná del desierto y la multiplicación de los panes y los peces por Jesús dan
alas a la imaginación popular, lo que se refleja en la constante repetición de este tipo de
milagros en las vidas de santos que recoge La Leyenda Dorada de Jacobo de Vorágine:
Milagro de San Benito: Una gran hambre asolaba toda la Campania. En el
monasterio de San Benito, los frailes se dieron cuenta un día de que no le quedaban más
que cinco panes. San Benito, viéndolos tan afligidos, les dirigió una indulgente
amonestación para corregirlos de su pusilaniminidad. Después de lo cual, para
consolarlos, les dijo: "¿Cómo podéis estar apenados por una cosa tan poco importante?

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Hoy os falta el pan, pero nada os prueba que mañana no lo tengáis en abundancia".
Ahora bien, al día siguiente, se encontraron ante las puertas de la celda de San Benito
doscientos moyos de harina, sin que pudiese saberse, hasta el presente, a qué mensajero
confió Dios el cuidado de traerlos. A la vista de este milagro, los frailes, dando gracias
a Dios, aprendieron a no desesperarse por la escasez.
El problema del hambre azota continuamente las diferentes regiones europeas en
esta época. La causa inmediata del hambre es la mala cosecha, el desarreglo de la
climatología, bien por exceso, bien por falta de lluvias. Pero no sólo ciertos años
arbitrarios de mal tiempo provocan hambre en la población, sino que ésta es relativamente
cíclica: con bastante regularidad, en todas partes cada tres, cuatro o cinco años, una
penuria de grano da lugar a una escasez que, aunque menos espectacular que los años
verdaderamente malos, provoca la muerte en una comarca. Pero las consecuencias de los
años desastrosos toman tintes dramáticos. Así se refiere el monje cronista Raúl Glaber al
hambre que asoló Borgoña en el año 1033:
En la época siguiente, el hambre comenzó a extender sus estragos por toda la
tierra y se temió que el género humano fuera a desaparecer casi entero. Las condiciones
atmosféricas se hicieron tan desfavorables que no se presentaba tiempo propicio para
ninguna siembra y, sobre todo a causa de las inundaciones, era imposible levantar las
cosechas ... Lluvias mcontínuas empaparon la tierra entera hasta el punto de que durante
tres años no fue posible cavar surcos capaces de recibir la semilla. En el tiempo de la
siega, las malas hierbas y la triste cizaña habían cubierto toda la superficie de los
campos. Un moyo de simiente, donde mejor rendía, daba a recoger un sextario, y el
propio sextario producía apenas un puñado ... Como la escasez golpeaba a la población
entera, los grandes y los de la clase media enflaquecían con los pobres; los pillajes de
los poderosos debieron interrumpirse ante la indigencia universal. Si por azar hallaba
alguien en venta algún alimento, quedaba al arbitrio del vendedor tomar el precio o
exigir más. En muchos lugares, un moyo se vendía a sesenta cuartos y un sextario a
quince. Entre tanto, una vez que fueron comidas las bestias salvajes y los pájaros, los
hombres se pusieron a recoger, bajo el imperio de un hambre devoradora, toda clase de
carroñas y cosas horribles de decir. Algunos recurrieron, para escapar de la muerte, a
las raíces de los bosques y a las hierbas de los ríos; pero en vano; el único recurso contra
la venganza de Dios es ensimismarse. Finalmente, cundió el horror ante el relato de las
perversidades que reinaron entonces sobre el género humano. ¡Ay!, cosa rara vez oída
en el curso de los tiempos, un hambre rabiosa empujó a los hombres a devorar carne
humana. Los viajeros eran raptados por individuos más robustos que ellos, los que
descuartizaban sus miembros, los cocían al fuego y los devoraban. Muchas personas que,
huyendo del hambre, se trasladaban de un lugar a otro y en el camino hallaban
hospitalidad, durante la noche fueron degollados y sirvieron de alimento a los que habían
degollado. Muchos atraían a los niños a lugares apartados, mostrándoles una fruta o un
huevo, y los masacraban y devoraban. En muchos sitios los cuerpos de los muertos fueron

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arrancados a la tierra y sirvieron igualmente para aplacar el hambre. Este furor


insensato adquirió tales proporciones que las bestias que andaban sueltas estaban más
amenazadas por los hombres que por los ladrones. Como si ya fuera usual comer carne
humana, hubo alguien que la trajo toda cocida para venderla en el mercado de Tournus,
como hubiese hecho con la carne de algún animal. Una vez apresado, no negó su
vergonzoso crimen; acabó matado y entregado a las llamas. Otro fue de noche a
desenterrar esa carne que habían enterrado en el suelo, la comió y fue quemado a su vez.

2. LA EXPANSIÓN AGRARIA
El crecimiento demográfico que experimenta la Europa occidental está ligado a la
expansión económica generalizada que, en un mundo predominantemente rural, se liga al
desarrollo de la agricultura. Los factores que explican esta expansión son:
• La mejora de la condiciones climáticas.
• El progreso técnico. Si bien muchos de sus elementos eran ya conocidos en épocas
anteriores, es en el siglo XI cuando se generaliza su uso en Europa, como ocurre
con el arado de vertedera o los molinos hidráulicos.
• Las innovaciones en la mecanización de batanes y forjas.
Todo esto conduce a la expansión demográfica y la roturación de nuevas tierras,
que se plasma en la multiplicación de aldeas y comunidades rurales así como en la
creación de nuevos núcleos urbanos –muchos de los cuales no llegarán a desarrollarse del
todo–.
Ejemplo de la expansión a nivel europeo es el proceso denominado Drang Nach
Osten (Marcha hacia el Este), desarrollado desde el Sacro Imperio Romano Germánico
por Enrique el León, duque de Sajonia y Baviera, junto con Alberto el Oso, fundador de
la marca de Brandemburgo. Se tratas de un proceso expansivo desde el Imperio que tiene
su objetivo principal en territorios del este de Europa, en el espacio entre el Elba y el
Oder.

2.A. LOS AVANCES TÉCNICOS EN LA AGRICULTURA


El auge demográfico y económico que se observa en los siglos centrales de la edad
media fue acompañado de diversas mejoras agrícolas que se realizaron en un período
climático favorable cuya tendencia no cambia hasta el siglo XIV. Entre los años 1000 y
1300 Europa contempla lo que algunos autores han denominado «revolución agrícola»
que, desarrollada en una sociedad plenamente rural, explicaría el gran avance del
continente en tiempos plenomedievales.
La originalidad de la agricultura plenomedieval europea no está tanto en la
invención de nuevas técnicas como en la generalización de su aplicación. Pocos son los
inventos medievales en materia agrícola: dos de los protagonistas de la expansión –el

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arado de vertedera y el molino hidráulico– eran conocidos en época romana, estribando


la originalidad del Medievo en su adaptación práctica y su vulgarización.
Durante los siglos XI y XII aparecen en Europa la mayor parte de los útiles de
labor campesinos con su forma actual, muchos de ellos en hierro. Los distintos tipos de
AZADA o de HOZ que aún se emplean hoy son similares a los de la edad media. Por su
parte, LA GRADA –trama de madera en la que se entretejían ramas de espino o se
incrustaban trozos de sílex o púas de hierro para romper los terrones después del arado de
las tierras– se expande por el continente a partir del siglo XI, aunque sin adoptarse en los
suelos pedregosos de las zonas mediterráneas.
Pero el instrumento de labor por excelencia es EL ARADO, del cual se distinguen
dos tipos: el simétrico o romano y el asimétrico o pesado. El primero es el utilizado en
época romana y continuó siendo el mayormente empleado en el área mediterránea y las
tierras áridas del este. Construido de forma simétrica, penetra en el suelo y lo pulveriza a
ambos lados, pero no lo voltea, y se puede pasar con él de un surco al contiguo
directamente. Está provisto de un palo que sirve como timón a cuyo extremo se fija un
yugo para los bueyes. Al sólo socavar los terrones deja una cuña de tierra intacta entre los
surcos, con lo que era necesario arar en cruz (al arar en cruz el suelo se pulveriza, de
forma que impide una excesiva evaporación y se propicia el mantenimiento de la
fertilidad de la tierra al sacar a la superficie sustancias minerales del subsuelo mediante
la atracción capilar).
El arado asimétrico o de vertedera incorpora al anterior un tren de ruedas
delanteras y la vertedera que le da nombre, la cual que empuja los terrones hacia uno de
los lados, haciendo el surco más profundo. La incorporación de las ruedas permite utilizar
una reja más pesada, más gruesa y, por ello, más potente. La vertedera obliga a que los
campos tengan en su frente un espacio sin cultivar puesto que no se puede pasar al surco
continuo directamente sino que es necesario dar la vuelta para arar hacia el otro extremo.
Este arado pesado era especialmente apto tanto para los suelos de las llanuras al norte de
los Alpes como para las tierras pantanosas de ríos y costas, con lo que se convirtió en el
más utilizado en el norte y centro de Europa. Las ventajas de la vertedera eran:
• al remover la tierra en profundidad no era necesario arar en cruz, lo que supone
un importante ahorro de trabajo y permite cultivar una extensión mayor.
• al no arar en cruz surge un paisaje formado por campos estrechos y alargados que
presentan un corte vertical redondeado en cada franja, lo que contribuye a un
mejor drenaje, ventajoso en un clima húmedo.
• permite trabajar las tierras bajas de aluvión, húmedas y pesadas, que ofrecen
rendimientos mejores que los suelos ligeros de tierras altas.

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Historia medieval universal

Otra de las innovaciones medievales se produce en EL ATALAJE de los animales de


labor. Tanto el buey como el caballo eran tradicionalmente enganchados por el cuello, lo
que provocaba una considerable reducción de su potencia de tiro al arrastrar un peso
grande puesto que se producía su estrangulamiento. Como muy tarde, en el siglo XI
aparecen el yugo que se sujeta a los cuernos del buey y el frontal, con los que se aprovecha
la fuerza del animal al permitirse que el empuje se sitúe en la prolongación de su espina
dorsal, además de evitarse el estrangulamiento del animal. En la tracción equina el antiguo
atalaje romano provocaba los mismos problemas de ahogamiento vistos en el buey. Hacia
el siglo X fue sustituido por el collar rígido de espaldilla, en el que un collarón acolchado
se apoya en los hombros del caballo, permitiéndole respirar libremente incluso con cargas
pesadas. A este arnés va unido el elemento, que se arrastra con sogas o varas laterales, de
forma que el caballo puede tirar con toda su fuerza.
Estas mejoras parecen haber llegado a Europa a través de los pueblos procedentes
de la estepa asiática o por los eslavos. La misma procedencia tendría asimismo el
enganche en hilera de bueyes o caballos para llevar una carga, que suma la fuerza de
tracción de los animales y que a mediados del siglo XI aparece representada en los tapices
de Bayeux y Gerona. Las mejoras en el empleo de la fuerza animal se implantan en épocas
cronológicas diferentes en las distintas regiones europeas, conviviendo los sistemas de
tiro tradicionales con estos nuevos durante todo el período medieval.
Por otra parte, en ciertas partes del continente el buey fue sustituido por el caballo
en las faenas agrícolas. El caballo es mucho más rápido, tiene mayor resistencia y, en
consecuencia, puede trabajar más horas. A su favor, el buey conserva su valor una vez
que no tiene fuerza para ser uncido, consume menos alimento y es más resistente a las
enfermedades. Bueyes y caballos siguieron compartiendo las labores agrícolas, sin que el
segundo lograse imponerse al primero, por ejemplo, en el área mediterránea. Donde sí
parece haber aventajado el caballo al buey es en el transporte de cargas y mercancías con
carros y vehículos a causa de su mayor rapidez, lo que implica un menor coste en el
desplazamiento.
Otra innovación procedente del oriente asiático estepario que se generaliza en la
Europa plenomedieval es EL HERRAJE de los animales de tiro, que evita la erosión de la
pezuña e impide deformaciones en las patas. En la Antigüedad se habían usado calzas de
cuero para las pezuñas, pero no el hierro; las herraduras se utilizan en Tréveris en el siglo
IX, y su uso tardará en generalizarse: en con lo que es una de las 'invenciones' medievales,
si bien tampoco es un hecho original europeo: en Siberia han aparecido herraduras datadas
en el siglo VIII, con lo que se convierten así en otra innovación llegada de Oriente. Su
implantación fue lenta: a finales del siglo XI el Domesday Book informa de que los

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Historia medieval universal

herreros del condado de Heresford fabricarían unas ciento veinte herraduras, con las que
sólo se podría equipar un pequeño ejército.
Mayor relieve que los progresos en el dominio de la energía animal y en la
construcción de los aperos de labranza tiene el dominio de las fuerzas de la naturaleza
para aplicarlas a las necesidades humanas. En este sentido el paso más destacado es la
proliferación de MOLINOS por toda la Europa plenomedieval. Conocido desde tiempos
antiguos, el MOLINO HIDRÁULICO no se difunde por el continente hasta los siglos IX y X,
generalizándose en las centurias siguientes en todos los ríos y arroyos. El Domesday Book
certifica la existencia en el reino británico de al menos 5.624 molinos, que viene a suponer
un molino por cada tres núcleos de población. A mediados del siglo XII Toulouse tiene
24 en el Bazacle y 15 en el Daurade.
Por otra parte, durante la Antigüedad los molinos se habían utilizado básicamente
para moler el grano; aparte de su generalización, en tiempos medievales se diversifica su
uso. Durante los siglos XI y XIII se divulga la ALMAZARA o molino de aceite, adaptado
tanto para la trituración de la aceituna como de las pulpas de nuez verde o de cualquier
semilla oleaginosa. La fuerza hidráulica fue también empleada en la industria textil y en
la metalúrgica para mover los mazos de los BATANES o los martillos en la transformación
del hierro.
Además de las corrientes fluviales otras fuerzas fueron aprovechadas para mover
la maquinaria de los molinos: en el siglo XI aparecen a orillas del Atlántico presas de
compuertas móviles que dejan escapar el agua en los momentos de bajamar, aunque el
carácter aleatorio e irregular de la mareas hizo que los intentos no fuesen exitosos,
quedando los molinos de marea como casos aislados. Más suerte tuvieron los MOLINOS
DE VIENTO, que, aunque lentamente, se extienden por Europa durante el siglo XIII. La
primera noticia sobre un molino de este tipo, con aspas girando en torno a un eje
horizontal es de 1185. Su difusión se limitó a regiones con una mala red fluvial o
excelentes condiciones eólicas, como Holanda.

2.B. LOS SISTEMAS DE CULTIVO


La «revolución agrícola» medieval se refleja también en los sistemas de cultivo.
En los siglos XII y XIII tiene lugar una floración de tratados de agronomía, redactados en
lengua vulgar, que se difunden por Europa. En ellos se trataba de dar solución a los
problemas planteados por los bajos rendimientos de la tierra, cuestión de vital importancia
en un momento en que la presión demográfica y las necesidades de una mejor
alimentación eran acuciantes. Hasta el siglo XII parece haber predominado en Europa una
agricultura extensiva que dejaba descansar la tierra una vez agotadas sus posibilidades

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Historia medieval universal

para cultivar otras parcelas. A partir de 950 el crecimiento demográfico y la estabilización


del hábitat en ciertas comarcas obligó a racionalizar y organizar su agricultura.
En buena parte del continente se observa una progresiva racionalización de la
agricultura con el fin de obtener cosechas mejores y más abundantes. En este aspecto es
esencial el ABONADO, que mediante la aportación de residuos enriquece el suelo y permite
la intensificación de las labores agrícolas. Era un hecho conocido, como se demuestra en
los huertos contiguos a las casas o en los viñedos, si bien el abono apenas llegaba para
estas parcelas, con lo que los campos de cereal apenas lo recibirían. Sólo a principios del
siglo XIII comienzan a aparecer datos sobre un esparcimiento de estiércol a intervalos
regulares en la Île-de-France y Flandes, aunque es probable que en ambas zonas y en
alguna otra esta actividad fuese puesta en práctica décadas antes. De todas formas, el
abonado de los campos parece haber sido poco frecuente: en la región parisina, una de las
más avanzadas de Europa, se imponía al campesino arrendatario la obligación de abonar
los campos de trigo una sola vez cada nueve años, el quinto año.
Esta ausencia de abonado produce el agotamiento de la fertilidad de los suelos,
con lo que las prácticas agrícolas medievales tienen en el BARBECHO -el descanso regular
del suelo- una importancia decisiva. Este descanso de la tierra con objeto de recuperar su
fertilidad obliga a mantener un ciclo agrícola bien reglamentado en el que se combinen la
siembra de cereal con el barbecho, obligando a una repartición del terrazgo en dos o tres
secciones en las que se sucede una ROTACIÓN REGULAR de cultivo y barbecho. En función
de la duración de éste se pueden distinguir, a grandes rasgos, dos sistemas principales de
cultivo: el bienal o de «año y vez» y el trienal.
La presencia de cada uno tiene sus limitaciones geográficas a causa del clima: en
el área mediterránea se sembraban, sobre todo, cereales de invierno a causa de que las
escasas precipitaciones de primavera prácticamente impiden la siembra en esa estación.
Por el contrario, al norte de Europa ocurre lo contrario: en Escandinavia sólo se cultivan
cereales de primavera, pues el invierno es demasiado frío como para que crezcan los
cereales. En consecuencia, en ambas regiones se prefiere la rotación bienal, esto es, un
año se siembra una parcela que al año siguiente queda sin labrar.
Entre el área septentrional y la mediterránea, la climatología de Europa central
permite una rotación trienal. En ella se practican dos siembras: una en otoño -trigo o
centeno, generalmente- y otra en primavera -avena y cebada, en marzo- quedando una
tercera parcela sin labrar, en barbecho. Conocida desde la Antigüedad, las primeras
noticias de esta rotación datan del siglo VIII al norte del Loira, si bien no se generaliza
hasta el siglo XII. La transición del sistema de año y vez al de tres hojas no es uniforme:
en ciertas comarcas de Inglaterra, Borgoña o Alsacia se documenta lo contrario: se
abandona la rotación trienal por la bienal. Algunos investigadores han puesto en relación

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este cambio con una mayor necesidad de prados -en el bienal existe una mayor proporción
de tierra susceptible de ser destinada a la alimentación del ganado- o a otras razones de
reorganización del terrazgo, como ocurre en Alsacia, donde se prefiere el sistema de dos
hojas ante una mayor demanda de trigo por parte de las ciudades de la región. La ventaja
de la triple alternancia consiste en el aumento de la producción, pues en el sistema de año
y vez permanece en barbecho la mitad del terreno, que se reduce a un tercio en la rotación
trienal. Ésta se impuso en zonas fértiles, como Picardía, donde se observa a finales del
siglo XII; en la centuria siguiente las menciones a la rotación trienal se multiplican,
especialmente en los grandes dominios monásticos

3. LA REACTIVACIÓN DEL COMERCIO


El gran comercio nunca había desaparecido, a pesar de la caída del Imperio
romano. Los condicionantes de la reactivación del comercio plenomecieval son
principalmente:
– El incremento de la demanda en los núcleos urbanos.
– El alejamiento del peligro de invasiones.
– La presencia de núcleos urbanos restaurados en zonas clave para el comercio
(cruces de caminos, puertos…)

Así, se desarrollan dos procesos relativos a la recuperación de la actividad


comercial en el marco de la expansión plenomedieval:
– El desarrollo del comercio en la Europa continental.
– El nacimiento de nuevas rutas de transporte y la mejora de medios.

La llamada «revolución comercial» de la Plena Edad Media se basa en el lento y


desigual desarrollo de técnicas ya practicadas en otras civilizaciones agrarias. El
renacimiento urbano protagoniza el desarrollo comercial al ser villas y ciudades sedes
principales de mercaderes y negocios y por su condición de centros de consumo y lugares
de demanda y abastecimiento, lo que obligó a mantener un tráfico comarcal, o incluso
más amplio, hacia ella al convertirse en centro de mercado. De mayor o menor tamaño,
los núcleos urbano precisaban de un abastecimiento de productos básicos –trigo y
cereales, carne, vino, pescado, etc.– que es incluso trascendental en los grandes centros
artesanales y comerciales de la época como Gante, Brujas o Florencia. El abastecimiento
da lugar a diversos oficios en todos estos núcleso, como el de carnicero o panadero, y las
villas tienden a proteger la producción agrícola y ganadera de su entorno, favoreciendo,
por ejemplo, el consumo de vino propio frente al que pueda llegar del exterior. Desde los
poderes públicos se intentaba asegurar el abastecimiento de grano y su precio, como

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también el de otros productos esenciales, como la sal, el pescado o también algún material
de construcción.
A partir del siglo XI se generalizan los privilegios para celebrar mercados y ferias
a distintos núcleos urbanos, siendo esa concesión característica de las nuevas villas que
nacen en la Europa de la época. Estos mercados tienen niveles diferentes que van desde
el puramente local o comarcal que se desarrolla semanal o quincenalmente a las grandes
ferias internacionales que se celebran anualmente, pasando por niveles intermedios como
el de las ferias que tienen trascendencia regional.
Entre las internacionales, las más tempranas en desarrollarse son las FERIAS DE
CHAMPAÑA, de las que comienza a haber noticia en la primera mitad del siglo XII y que
se desarrollan en la segunda mitad, manteniendo su esplendor durante buena parte del
siglo XIII. Su éxito se debe en buena medida a su ubicación, al situarse Champaña en el
cruce principal de caminos terrestres entre las regiones más desarrolladas de la época, en
especial la vía que unía Italia con Flandes. Esta situación estratégica en los caminos de
Europa fue aprovechada por los condes de Champaña, que dieron cobertura legal y
aseguraron a mercancías y mercaderes para que acudiesen a ellas –aseguraron, por
ejemplo, que los comerciantes no pudiesen ser jugados o prendados por obligaciones
externas a las propias ferias–, ejerciendo una baja presión fiscal. Las ferias se organizaron
formando un ciclo anual: la de Lagny se celebraba en enero y febrero, la Bar-sur-Aube
en febrero-marzo, la de Provins en mayo-junio, la cálida de Troyes entre el 24 de junio y
el 13 de septiembre, la de San Ayoul de Provins entre el 14 de septiembre y el primero
de noviembre, y la fria de Troyes en noviembre-diciembre. El ciclo de seis ferias permitía
la previsión de las actividades mercantiles. Los mercaderes se organizaron por su zona de
procedencia, a veces con edificios propios, otras con cónsules, como los italianos,
delegando la representación –como los del Languedoc, representados por los de
Montepellier– o formando agrupaciones o hansas, como las de 17 ciudades de Flandes y
territorios próximos. Los principales productos de intercambio eran los paños y tejidos
flamencos, mercería y especias importadas por los italianos y el vino de la Francia
septentrional. Paulatinamente fue cobrando mayor importancia la ejecución de pagos y
otras operaciones financieras, sin que las mercancías estuviesen necesariamente
presentes; contribuyeron así al desarrollo del crédito, mayoritariamente en manos
italianas.
En la segunda mitad del XIII las ferias de Champaña empiezan a declinar para
perder su papel preponderante a nivel europeo en las primeras décadas del XIV. Los
factores fueron diversos, entre otras: la anexión del condado al dominio directo de los
reyes de Francia, que protegían la feria de Lendit en Saint-Denis, a las afueras de París;
el desarrollo de la pañería italiana; la apertura de nuevas rutas, como la del Estrecho de

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Gibraltar, que conectó por mar a las ciudades italianas con el Canal de la Mancha, o el
uso de los pasos alpinos entre Alemania e Italia; o la sedentarización de los principales
mercaderes, que comenzaron a utilizar delegados y agentes. El declive de las ferias de
Champaña se compensó con el desarrollo de otras, como la de Chalon-sur-Saône.
Si los primeros comerciantes estuvieron muy ligados a la artesanía y el comercio
local, a partir del XII aumenta una categoría de mercaderes que se dedica al tráfico de
productos de lujo o de las producciones artesanales, sobre todo textiles, de mayor precio,
todo ello a escala interregional. La intensificación de las relaciones comerciales dio lugar
al nacimiento de agrupaciones de mercaderes que aseguraron el alto nivel de
intercambios: las asociaciones de comerciantes y las sociedades de comercio. Las
primeras, constituidas en gildas o hansas, tenían como fin proteger a sus miembros, tanto
social y espiritual como jurídicamente, lo que condujo a sentar las bases de un derecho
mercantil común para el ámbito atlántico. El modelo más acabado de estas asociaciones
será en el siglo XIII LA HANSA de las ciudades germánicas, que agrupa a las de la costa
báltica y Colonia. Sus orígenes estan en las agrupaciones de mercaderes en el extranjero
que comienzan a aparecer en el siglo XI. En 1161 se conforma una hansa –cooperativa o
asociación mercantil– en Visby, en la isla sueca de Gotland, en la que pronto va adquirir
un protagonismo preeminente la recién fundada –en 1158– ciudad de Lübeck. La Hansa
teutónica se conforma en 1281, cuando la de los mercaderes de Colonia en Londres se
unió a las de Hamburgo y Lübeck. Los hanseáticos trabajaban con mercancías de gran
volumen, como minerales, madera, pieles, pescado salado, trigo de Prusia, etc.
Las sociedades de comercio se desarrollaron más temprana y abundantemente en
las ciudades italianas interesadas en el comercio a larga distancia. La forma más sencilla
fue la commenda, en la que uno o varios comanditarios aportaban el capital para efectuar
un negocio y un mercader prestaba su trabajo, haciendo el viaje y efectuando las
transacciones. Realizada la operación, los beneficios se repartían: tres partes para los
socios capitalistas y una para el comerciante. Posteriormente y con algunas variantes, la
commenda se transformó en la societas maris y la societas terrae genovesas y en la
collegantia veneciana, dos modelos de sociedad en los que el mercader aportaba parte del
capital.

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5. ORGANIZACIÓN Y EXPANSIÓN DE OCCIDENTE EUROPEO


5.3. LA REVITALIZACIÓN DE LA VIDA URBANA
1. La ciudad medieval............................................................................................................................. 1
2. Las grandes zonas urbanas de la Europa medieval ............................................................................ 2
La Europa mediterránea ................................................................................................................ 3
La Europa noroccidental ................................................................................................................ 5
El norte y este de Europa .............................................................................................................. 10
3. La segunda oleada de urbanización europea (siglos XII-XIV) ......................................................... 14

Uno de los índices que demuestran el crecimiento demográfico y económico de la


Plena Edad Media europea es el aumento del número y del tamaño de las ciudades. Se
estima que a principios del siglo XI habría un centenar en el continente, mientras que a
finales del período serían unas cuatro mil, si bien más de la mitad serían pequeños centros
comerciales y núcleos de servicios para el territorio circundante. El período de máxima
fundación de villas se extiende entre aproximadamente 1150 y 1300, en el que se observa
también el crecimiento de las ciudades preexistentes. Lo demuestra la ampliación de sus
murallas, la creación de nuevas parroquias urbanas y la emigración a villas y ciudades de
la población rural de su entorno.

1. LA CIUDAD MEDIEVAL
No es fácil definir exactamente qué es una ciudad medieval, pues los burgos de la
época no son en absoluto comparables a las actuales. Por de pronto, no existe oposición
entre el campo y la ciudad, pues en la mayoría de ellas una parte muy importante de la
población se dedica a la agricultura y dentro del propio recinto urbano existen terrenos
para labrar –huertos–, criándose también ganado en las casas. De esta manera, es
relativamente complejo delimitar qué núcleos pueden considerarse urbanos,
distiguiéndolos de las grandes aldeas.
1) En primer lugar, en la ciudad aparece una manifestación de la autoridad: el rey
o la aristocracia local están habitualmente en el origen de las ciudades a dos niveles: en
la concesión de privilegios al grupo ciudadano y en la formación o aparición inicial de la
comunidad que recibe esos privilegios.
2) La aglomeración poblacional da lugar a una progresiva división social del
trabajo: el artesanado, que en el campo se establece en lugares dispersos, se concentra en
los núcleos urbanos y atrae y difunde el dinero. A pesar de que en ciertos burgos pequeños
sea predominante la población dedicada a la agricultura, es el núcleo de artesanos el que
diferencia a la ciudad de las aldeas circundantes.

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3) La concentración del artesanado y la diversificación del trabajo y de la sociedad


convierten al núcleo urbano en un mercado donde se compran y venden los productos
artesanales así como los excedentes agrícolas y ganaderos de la comarca circundante. Este
mercado está habitualmente fomentado por la presencia en la villa de los centros de poder
señoriales. El rey, el conde o el obispo y sus dependientes encabezan un grupo de personas
que han de ser mantenidos con los excedentes producidos por otras personas.
4) Artesanos y comerciantes dan origen a una idea de la comunidad ciudadana que
se plasma en las instituciones de gobierno municipales. Son éstas las que se preocupan
de conseguir o ampliar los privilegios de que disfruta la urbe, lo que puede originar
conflictos con el poder señorial. Según las regiones, estas instituciones posen una
determinada composición social que es representativa en mayor o menor medida de los
grupos que conforman el tejido social urbano.
5) La villa o ciudad dirige el espacio rural circundante, conformando una
demarcación propia en la que las aldeas dependen de ella jurídicamente. En este aspecto
las variaciones son muchas en Europa: en Italia del central y del norte se lleva al límite
ese sometimiento del entorno rural al núcleo urbano convirtiéndose en ciudades-estado;
sin llegar a estos extremos, esta dependencia de la población rural se observa en Alemania
o en la Extremadura castellano-leonesa. La ciudad se convierte así en un elemento de
organización del territorio dentro del cual adquiere un claro protagonismo.
6) Aunque no toda muralla o cerca delimita espacios urbanos, su presencia define
a la ciudad como frontera simbólica que marca las diferencias que existen entre el espacio
interior y el exterior. Las puertas se cierran todas las noches, en ellas se controla a quienes
entran y salen y se cobran impuestos. En ocasiones marcan también diferencias jurídicas,
pues el espacio amurallado es privilegiado frente al entrono rural, a los dictados del
municipio. Aparte de la muralla, los grandes edificios urbanos manifiestan la existencia
del corporativismo de sus habitantes, su riqueza y su potencia política. El orgullo de cada
una se demuestra en sus edificios religiosos, como se observa en la competencia que en
el siglo XIII existe en las ciudades del norte de Francia por edificar la catedral gótica con
bóvedas más altas. En otras comarcas son, sin embargo, los edificios públicos civiles –
ayuntamiento, lonja comercial– los que muestran esta competencia.

2. LAS GRANDES ZONAS URBANAS DE LA EUROPA MEDIEVAL


Cada ciudad posee una historia propia y específica que, aparte de lugar en que está
enclavada, hace de cada una un caso único e individualizado. A pesar de su diversidad,
en Europa suelen distinguirse tres grandes áreas regionales que se diferencian,
básicamente, en su distinta herencia romana:

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• La Europa mediterránea, donde prevalece la continuidad de la vida urbana


respecto a los tiempos antiguos.
• La Europa noroccidental, que incluye aproximadamente los territorios entre
Sena y Rhin así como partes de Baviera, Austria y Suiza.
• Las tierras de Alemania, Escandinavia, Irlanda, Escocia y las tierras eslavas,
carentes de antecedentes urbanos donde las ciudades surgen en torno a
enclaves religiosos o militares o bien como centros de colonización.

2.A. EUROPA MEDITERRÁNEA


Buena parte de las ciudades italianas no sufrieron hiato medieval alguno,
manteniéndose una vida urbana debilitada durante los siglos altomedievales, debilidad
especialmente notoria en grandes núcleos como Roma. En la Península sobrevivió el
concepto romano de civitas como centro de gobierno de un territorio, de modo que la
ciudad mantuvo su papel como centro gubernativo y administrativo, perviviendo como
sedes episcopales, del poder civil y residencia de la aristocracia. En Italia la integración
y movilidad social entre campo y ciudad es mayor que en otras partes, constatándose
desde el siglo IX la adquisición de tierras por los mercaderes urbanos. A mediados del
siglo X el fin de las expediciones húngaras y la menor incidencia de las sarracenas, por
una parte, y la recuperación bizantina, por otra, permiten el renacimiento de las ciudades,
de sus actividades e instituciones.
El siglo X contempla la revitalización urbana de Italia, que comienza con dos
ciudades carentes de pasado romano: Amalfi y Venecia. Sometidas teóricamente a
Constantinopla, ambas se convierten en los centros comerciales más importantes del
Mediterráneo en el novecientos. Los amalfitanos superan a sus rivales próximas, como
Nápoles o Salerno, durante este siglo y parte del XI, convirtiéndose sus habitantes en los
comerciantes más destacados del Mediterráneo occidental. Por su parte, los islotes sobre
los que nace Venecia fueron el refugio de la población de tierra firme que huye de las
sucesivas invasiones huna y lombarda. El declive del imperio bizantino permitió la
indepedencia de hecho de los venecianos, que desde finales del siglo X, lograron
importantes privilegios mercantiles en Constantinopla al tiempo que comienzan sus
intentos de expansión por la costa dálmata. Con una constitución política singular,
dominada por una aristocracia mercantil, Venecia aparece desde su nacimiento como una
ciudad-estado con una dedicación eminentemente marítima y comercial.
En la misma época despuntan también otras ciudades italianas: en Toscana, la
primera en hacerlo es Pisa, cuyos habitantes aprovecharon su situación en la
desembocadura del Arno para el comercio, interviniendo como mediadora entre Amalfi
y Provenza y Lombardía. En el interior, Siena, Lucca, Prato o Pistoia se desarrollan algo

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más tarde, aunque será Florencia la que durante los siglos XII y XIII imponga su
hegemonía en la región. Más al Norte, Milán supera a Pavía al encontrarse más cerca de
los pasos alpinos y desarrollarse su capacidad manufacturera en los siglos XI y XII.

FLORENCIA
Con un mediocre pasado antiguo, Florencia se benefició de la reactivación
económica medieval, logrando del emperador los privilegios que permitieron su
expansión. Durante el siglo XI aparecen en la villa nobles y caballeros que se enriquecen
gracias a la actividad comercial. El éxito de la ciudad se manifiesta en su crecimiento,
que rebasa ampliamente el antiguo recinto romano durante el siglo XII. Es también en
esta centuria cuando -entre 1125 y 1138-, al lado de la administración del obispo y del
vizconde aparecen las primeras manifestaciones del gobierno autónomo de los
florentinos.

Florencia medieval

El grupo de comerciantes extenderá progresivamente su influencia y, al tiempo


que se agranda la ciudad -nueva cerca en 1172/75 que pasa al otro lado del Arno-,
Florencia sigue los pasos de las grandes ciudades comerciales italianas que en este
momento la superan: Génova, Venecia y la vecina Pisa, a la que no tarda en desbancar.
En la ciudad se desarrolla la industria textil de lujo, que es una de las bases de su riqueza,
y asimismo el comercio de plata ligado al préstamo con interés. La destrucción de Fiésole

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por los florentinos en el año 1125 marca el principio de la expansión del poder de la
ciudad, que acabar por hacerse dueña de Toscana, disputada con Lucca, Pisa y Siena.
Florencia afirma su rol comercial e industrial superando a todas sus otras rivales toscanas
y ejerciendo la primacía en la región.

Con un brillante pasado romano, el sur de Francia –Aquitania, Provenza y


Languedoc– sufre una fuerte decadencia urbana entre los siglos VIII y X que se atribuye
a los ataques musulmanes y a la carencia de un poder político estable en la región.
Convertidas en fortalezas que están en manos de la aristocracia local, algunas siguen
siendo etapa en rutas importantes, como Lyon o Arlés, a las orillas del Ródano. El
renacimiento comercial en el área se desarrolla un siglo después que en Italia, esto es,
desde finales de XI, cuando los príncipes territoriales recuperan el control del territorio –
Plantagenet en Poitou y Gascuña, condes de Tolosa en Languedoc– y se renuevan los
poderes eclesiásticos por el influjo de la reforma gregoriana.
Cataluña participa de las características del sur francés, con la peculiaridad de su
situación fronteriza con el Islam, y en ella Barcelona crece durante el siglo X al
convertirse en el centro político de la región y servir de nexo con el comercio del califato
cordobés. El desarrollo urbano es mucho menor en los reinos occidentales hispanos,
mientras que en Al-Ándalus las ciudades, mayoritariamente con pasado romano, viven
una época de esplendor diferente al occidental.

2.B. LA EUROPA NOROCCIDENTAL


La supervivencia de funciones urbanas entre Sena y Rhin durante la Alta Edad
Media due muy diversa. En Francia septentrional, Renania y los Países Bajos se
mantienen huellas del pasado romano pero casi sin vinculación con él salvo la
permanencia de las sedes episcopales, que son punto de partida para el renacimiento
urbano a partir de la segunda mitad del siglo X, caso de Tréveris, Metz, Colonia o Sens.
En zonas menos romanizadas, como Flandes, monasterios o castillos sirvieron como
núcleos de urbanización –Saint-Omer, Arrás, Brujas–. Otro punto de partida fueron los
puertos comerciales de época carolingia, caso de Amberes, Utrecht o Valenciennes.
Es frecuente la dualidad topográfica de las ciudades que nacen o se renuevan a
patir de esta época: al castrum o la civitas antigua se vincula el burgus o portus mercantil
y artesano. A diferencia de lo que ocurre en el área mediterránea, el renacimiento urbano
en esta zona se produce gracias a la acción de artesanos y mercaderes, pues la aristocracia
seglar o eclesiástica permanece enraizada en el mundo rural, aunque pueda proteger o
beneficiarse de fenómeno urbano o incluso ejercer en la ciudad funciones religiosas o
defensivas. Por ello, el crecimiento en las distintas regiones varía en función de las
actividades económicas, de los grupos sociales –artesanales y mercantiles–, de la

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cobertura jurídica que consiguen para desarrollar y consolidar la identidad de las


ciudades, y de su capacidad para beneficiarse de las mejoras agrarias y del excedente de
población campesina.
Como en Italia, los burgos del área se desarrollan a partir de mediados del siglo
X. En Flandes son las ciudades suroccidentales –Yprés, Saint Omer, Lille, Arrás– las
primeras en destacar a causa de su mejor capacidad agrícola y su buena comunicación
con el valle del Sena y el canal de la Mancha. En Flandes oriental Brujas, Gante o
Amberes, aunque existentes en el siglo X, tienen su gran desarrollo a partir del XII,
cuando se mejoraron sus accesos al mar del Norte.
En Alemania solamente Renania y el alto Danubio conocen un renacimiento
urbano durante el siglo X. Basándose en su pasado romano y en ser el Rhin eje del imperio
otoniano, junto a los próximos valles del Mosa y el Mosela, se desarrollan Colonia,
Estrasburgo, Maguncia, Tréveris o Metz, entre otras.

ARRÁS
Civitas romana, Samarabriva, capital de los atrebates, se convirtió en sede de un
obispado en época bajoimperial, asentándose probablemente su catedral sobre un templo
romano. A mediados del siglo VII tuvo lugar un hecho trascendental en su historia: la
fundación de la abadía de Saint-Vaast, al otro lado del arroyo Crinchon y relativamente
alejado (600 m.) de la ciudad romana. En el siglo IX el núcleo monástico adquiere el
protagonismo urbano en función de su crecimiento demográfico, demostrado por la
fundación de dos iglesias y la construcción de una muralla que lo rodea.
Este desplazamiento de las actividades urbanas desde el antiguo núcleo –la cité–
al de nueva creación es un hecho que se observa en otras ciudades, invalidando la
explicación por causas locales. Se supone que el monasterio, Saint-Vaast en este caso, es
más activo y dúctil que la antigua catedral, favoreciendo la peregrinación e instalación de
pobladores. Sus propiedades producían una serie de excedentes que atrajeron a los
comerciantes al tiempo que a su alrededor parte de la población campesina cambiaba su
actividad a menesteres artesanos. De esta manera, la ville –el burgo monástico– nace y se
desarrolla ampliamente frente a la cité, heredera de la tradición romana y sede del obispo.
Las incursiones normandas provocaron un hiato en la vida de la ville al ser
arrasada la abadía de Saint-Vaast, aunque el monasterio se reconstruyó pronto y, tras él,
la población volvió a acudir. Fue también en este lugar donde el conde de Flandes
estableció su residencia en la ciudad. En torno a las murallas que cercaban el recinto del
burgo del siglo X se fueron estableciendo en la centuria siguiente tejedores al tiempo que
la población iba en aumento. Por su parte, los comerciantes se establecieron un poco más
lejos, hacia el nordeste de la iglesia de Santa Cruz donde, a finales del siglo XI, se va
configurando el Gran Mercado, que dio origen a la actual Grand Place de la ciudad. En el
siglo XII las grandes familias de mercaderes que dominan a partir de entonces la

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Historia medieval universal

evolución política y económica de Arrás aparecen documentadas dedicándose al


comercio.

Frente a la ville, la cité apenas se desarrolla, permaneciendo como lugar de


residencia del obispo y del clero catedralicio. Mientras que la primera está densamente
poblada, con ricos mercaderes y un amplio sector artesano –sobre todo del ramo textil–,
la cité apenas consta de tres calles y la catedral, habiendo grandes espacios abiertos
dedicados a huerta.

REIMS
Reims puede servir como ejemplo de una villa binuclear de tamaño medio que,
sin rango de capital, depende durante los siglos XII y XIII del tráfico comercial entre
Italia y Flandes a través de las ferias de Champaña, no muy lejos de esta población. Su
relativa mediocridad a nivel comercial se compensa por su función político-religiosa que
confieren a la villa un carácter netamente eclesiástico.
De origen romano, la cité consiguió gran importancia al ser sede de un
arzobispado que goza de gran fama al haberse realizado en Reims la conversión al
catolicismo de Clodoveo. El arzobispo es la autoridad principal de la ciudad, desplazando
al poder real y al de los condes de Champaña. Como en Arrás, en Reims se desarrollan
dos núcleos: la cité, ciudad señorial residencia del arzobispo, y el burgo de Saint-Rémi,

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Historia medieval universal

suburbio nacido en torno a esta abadía en el que viven gentes dedicadas al cultivo del
vino. Dos núcleos diferentes pero con una orientación distinta a la de Arrás, pues el
suburbio anexo al núcleo antiguo ciudad no desplaza a ésta. Por otra parte, el espacio
comprendido dentro de las murallas de Reims no llegó a urbanizarse en todo el período
medieval, prolongándose únicamente hacia el río la cité. En ésta comienza a diferenciarse
a mediados del siglo XI un sector mayoritariamente eclesiástico, al sur de la cité y
alrededor de la catedral, donde viven arzobispo y clero catedralicio, a los que se añade el
monasterio femenino de Saint-Pierre-aux-Dames; frente a él, la parte norte alberga a la
población artesana y mercantil, situándose el mercado en el antiguo foro de época romana,
donde probablemente se celebra la feria urbana. Alrededor de esta plaza aparecen
progresivamente la calle de los Carniceros, del Mercado de la Lana, del Mercado del
Trigo, etc.

La comuna de Reims, dirigida por los comerciantes y los dirigentes de la


producción textil de la ciudad, aparece en 1139 calcada sobre el modelo de la cercana
Laon y entra pronto en conflicto con las autoridades eclesiásticas dueñas de la villa, que
obtienen del papa la prohibición de la comuna. Las ansias de autonomía de los burgueses
se muestran en la revuelta que tiene lugar en la ciudad en 1166-1167; en 1182, el
arzobispo Guillermo de Champaña, regente de Francia durante la cruzada del rey Felipe
Agusto, concede a Reims el privilegio que regirá su vida interna. A pesar de que en ella

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Historia medieval universal

los burgueses alcanzan cierta autonomía para ventilar sus diferencias, poder episcopal
continúa presente y no les permitirá una libertad total.

BRUJAS
Sin pasado romano alguno, Brujas, la ciudad comercial más importante del norte
de Europa desde el siglo XII hasta finales de la Edad Media, tuvo su origen en el castillo
del conde de Flandes y en la iglesia de San Donaciano.

Como otros núcleos de este espacio, sufrió los embates normandos, siendo
destruida en el 882, aunque pronto reocupada, pues así consta sólo diez años después. Su

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Historia medieval universal

gran desarrollo se comprueba a finales del siglo XI, cuando, en 1090, se construye una
nueva muralla, quedando en el centro de la ciudad el mercado nuevo, donde se construye
el ayuntamiento. Este crecimiento es la expresión de la prosperidad de los campos que
rodean a Brujas y de toda la región en general, cuyos excedentes demográficos acuden a
instalarse en los núcleos urbanos.
Las instituciones urbanas y las libertades de los ciudadanos de Brujas aparecen
en el siglo XII, cuando se observan también las primeras organizaciones que estructuran
la solidaridad de la comuna. Ambas manifestaciones son muestra de la política benéfica
de los condes de Flandes para con la villa, pues les otorgaron franquicias y privilegios.
Los condes vieron las amplias posibilidades que les ofrecía el engrandecimiento de las
ciudades, integrando este nuevo dinamismo urbano en su política. Concretamente, Brujas
adquirirá una gran autonomía y sus libertades le permitirán acoger a mercaderes
extranjeros que darán a la ciudad un aire cosmopolita e hicieron de ella el gran centro
comercial del Norte de Europa en donde se instalan italianos, ingleses, alemanes,
castellanos, etc. A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades flamencas, Brujas será
un centro eminentemente comercial frente a Gante o Yprés, donde es la producción textil
la actividad más destacada.

2.C. EL NORTE Y ESTE DE EUROPA


Sin pasado romano, en las fronteras orientales del imperio alemán se establecen
wiks comerciales en las principales vías terrestres y fluviales, naciendo así Magdeburgo,
Rostock o Brunswick como enclaves mercantiles, episcopales o defensivos. Más allá de
las fronteras alemanas, las ciudades eslavas tienen su origen en los gorod –núcleo
fortificado– tribales en que residía el jefe del clan y sus allegados. A estos lugares
fortificados acuden los mercaderes del metal y de telas para abastecer la demanda de los
guerreros, y los campesinos a vender sus excedentes. A mediados del siglo X campesinos,
artesanos y mercaderes comienzan a instalarse definitivamente en las cercanías de las
fortificaciones dando origen a las ciudades. El movimiento comienza en Bohemia, siendo
algo más tardío en Polonia y Moravia. A partir de la segunda mitad del siglo XI las
ciudades eslavas crecen a instancias de la nobleza local, que reúne en ellas a los
campesinos, instalados junto al gorod en barrios determinados según su especialización
artesana.

MAGDEBURGO
Sobre el curso medio del Elba, en su orilla izquierda, Magdeburgo se asienta en
un lugar en el que el río, gracias a su división en varios brazos, es fácilmente vadeable.
De orígenes prehistóricos, en época carolingia posee triple función: militar, religiosa y
económica. En el Domburg estaban el castillo y la iglesia de San Esteban, quedando hacia
el norte el wik –Magdeburgo fue primero Wikstadt– que, cercano al puente que cruza el
Elba, recibe el asentamiento de los mercaderes. Pero el esplendor de Magdeburgo data

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del siglo X, cuando entre 929 y 937 Otón I reside en la ciudad transformando el castillo
en palacio imperial y la iglesia de San Esteban en catedral, uno de los monumentos más
importantes levantados por el emperador. A unos 800 m. al norte, el Altstadt alberga el
mercado, el ayuntamiento y la iglesia de San Juan. Entre ambos núcleos se desarrolla la
ciudad que, a principios del siglo XIII, recibe un nuevo apéndice con la Neustadt, datada
en 1209 con ocasión de la fundación de la iglesia de San Lorenzo, y que se desarrollará
posteriormente todavía más. Todos estos elementos fueron rodeados por una muralla.

Magdeburgo

BRUNSWICK
Ciudad polinuclear, Brunswick tiene su origen en el Domburg del siglo X,
rodeado posteriormente de cuatro barrios. El Domburg reúne dentro de sus muros la
fortaleza de los duques de Sajonia y la catedral de San Blas, reconstruida por Enrique el
León hacia el año 1030.
Por orden de aparición y rodeándolo están el Alte Wike –anterior a 1030–, el
Altstadt –posterior a 1100–, Hagen –de la segunda mitad del XII– y la Neudstadt –de
finales de este siglo–. El Alte Wike, primero en desarrollarse, delata su nacimiento como
uno de los portus de comerciantes habituales en la zona. Al oeste, el Alstadt, de comienzos
del siglo XII, se organiza en un eje norte-sur de varias calles que se reúnen en sus
extremos, dejando en medio la iglesia de San Pedro, tras la que se encuentran el
ayuntamiento y la plaza del Mercado.

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Grado en Geografía e Historia (2º curso)
Historia medieval universal

Al otro lado del Oker, en 1160 Enrique el León impulsa la creación del Hagen,
con grandes islotes rectangulares y una plaza central, la Hagenmarkt, ocupada en parte
por la iglesia de Santa Catalina. Por último, a finales del XII, el Neustadt presenta una
estructura en huso parecida a la del Alstadt, partiendo sus calles del mismo lugar. Estas
cinco partes conformarán un núcleo en 1269, cuando se rodeen todos ellos de una sola
muralla quedando un espacio libre entre ellas: el Sack, que no se llenará de viviendas
hasta el siglo XIV.

CRACOVIA
La ciudad tiene su origen en el castillo que domina el Vístula, el Wawel,
documentado en el siglo X con una aglomeración a su alrededor que irá creciendo en los
siglos posteriores. La destrucción de la ciudad por los mongoles en 1241 marca una nueva
etapa en su historia: el duque Boleslao el Grande hizo un llamamiento para poblarla
concediendo amplios privilegios. Allí acudieron borgoñones, alemanes, flamencos,
checos, húngaros e incluso italianos, aunque la mayor parte de la población será polaca y
procedente de los campos circundantes, que se dedicará al trabajo artesanal. La nueva
población se establece en el llano y su centro lo constituye la gran plaza del Mercado,
donde se levanta la iglesia de Santa María.

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Historia medieval universal

El plano es cuadrangular y se compone de manzanas cuadradas de parecida


extensión dividida cada una en ocho lotes. Alrededor de las murallas se prohibió construir,
conformándose una zona verde en la que se repartieron lotes de tierra para ser cultivados
por sus habitantes.

PRAGA
Capital de Bohemia y una de las más importantes ciudades de Europa, Praga
aparece esparcida a ambos lados del Moldava y entre dos núcleos defensivos: el Hradcany
al norte y el Vysehrad al sur. De ellos, el más importante es el Hradcany, centro político
y religioso de la ciudad y del reino que manifiesta en sus edificaciones esas funciones. En
él se encuentran el castillo de Praga, sede de los reyes de Bohemia, y la catedral de San
Vito, además de la iglesia de San Jorge. Esta zona estaba amurallada ya en el siglo XI y
bajo ella se fue desarrollando la ciudad. En 1257 Otocar II funda al lado del río el barrio
de Mala Strana creando un eje paralelo al Moldava con su centro en la plaza de San
Nicolás; éste será el barrio elegido posteriormente por la nobleza para instalar sus
palacios.
Es en el lado derecho del Moldava, sin embargo, donde la urbe se desarrolla
verdaderamente. En el siglo XI lo hace la ciudad vieja –Stare Mesto– que tiene su centro
en la Plaza del Mercado, presidida por el ayuntamiento y la iglesia de Nuestra Señora del
Tyn, a partir de la cual salen las calles de forma radial. En ella queda englobado, al
noroeste, el barrio judío. En un pliegue del terreno entre la ciudad vieja y el Vysehrad,
Carlos IV funda en 1348 la villa nueva, en tierras en parte ya ocupadas. Su centro es otra
gran plaza en la que se instala el ayuntamiento de esta ciudad nueva. Como punto de

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contacto entre ambas se sitúa la actual Plaza de San Wenceslao, antiguo mercado de
caballos de la ciudad.

El punto neurálgico de Praga es el puente que une ambas orillas del Moldava.
Datado en época románica, fue renovado por Carlos IV en el siglo XIV y se apoya en una
pequeña isla. De 500 m. de longitud, está fortificado en sus dos extremos.

3. LA SEGUNDA OLEADA DE URBANIZACIÓN EUROPEA (SIGLOS XII-XIV)


Al renacimiento urbano que experimenta Europa entre la segunda mitad del siglo
X y finales del siglo XI sucede una segunda fase que se inicia en el siglo XII y se prolonga,
en algunas regiones, hasta el XIV. A diferencia de los señalados anteriormente, buena
parte de los núcleos surgidos en este período apenas superan el estadio rural; se trata de
villas nacidas con objeto de organizar el territorio y el poblamiento. Organizadas por el
poder, su función es política, sede de la administración señorial o municipal, y económica,
como centros del mercado o de la feria regional, al que se añade, en muchos casos, una
función militar al crearse en una frontera disputada entre reinos.

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Historia medieval universal

La relativa uniformidad de estas nuevas fundaciones urbanas se comprueba, en


primer lugar, en sus planos regulares, a lo que se añade la difusión de una serie de nombres
que le son característicos, adaptados a la lengua vernácula de la región en que se fundan,
como es el caso de las Vilanovas, Villeneuve o Villanueva, Bastida o Bastide, y
Vilafranca, Villafranca o Villefranche. Se trata de las llamadas en general bastidas o
sauvetés que los monarcas capeto y plantagenet fundan en los siglos XII y XIII en las
zonas de Aquitania que se disputan, aunque aparecen también en muchas otras partes del
continente, como la costa mediterránea –el puerto de Aigues Mortes, fundado por san
Luis en 1240– o Italia.

A partir de la segunda mitad del XII se urbaniza el litoral flamenco con la


fundación de villas como Dunkerke, Amsterdam o Delft, mientras más al este, en la costa
báltica, Enrique el León, duque de Sajonia, refunda Lübeck en 1159. A diferencia de la
atonía de la mayor parte de las fundaciones francesas o italianas alguna de las fundaciones
del Imperio de esta época alcanzarán gran desarrollo en siglos posteriores, caso de
Munich (1158) o Leipzig (1160).
El avance alemán hacia el este por tierras eslavas produjo la aparición de villas de
colonización que obtienen al mismo tiempo su plano, su territorio, sus pobladores –
llegados del oeste– y su derecho urbano, caso de Schwerin (1160), Rostock (1218) o
Berlín (1244).

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Historia medieval universal

LÜBECK
La ciudad que llegará a ser cabeza de la Hansa tiene su origen en un wik fundado
en 1143 por el conde Adolfo de Schauenburg en torno a la catedral y sobre el castillo
levantado también por este conde aprovechando un antiguo gorod eslavo. En 1159
Enrique el León de Sajonia decide crear una ciudad nueva que atraiga a los mercaderes
de la zona báltica y eslava. Su función comercial se pone de relieve en la posición central
del mercado, dirigido por completo por los mercaderes, con sus tiendas y calles, en las
que se encuentran también los artesanos especializados (armeros, orfebres, fabricantes de
agujas, curtidores...). A su lado se localizan la Casa Comunal y la iglesia de Nuestra
Señora, la iglesia de los mercaderes, típica en las ciudades de la Hansa.

Para su población, Enrique el León llamó a gente de toda Alemania, Dinamarca


y los Países Bajos ofreciendo terrenos gratis para construir viviendas y una serie de
privilegios que fomentaron la instalación de pobladores. La nueva villa se rodeó en 1163
de una muralla de tierra que pronto fue desbordada, ocupando la población todo el espacio
entre los dos ríos, que será amurallado en 1230. Privilegada desde su fundación, Lübeck
se convertirá en la primera ciudad de la Hansa y, por tanto, cabeza del comercio en el
Báltico, alcanzando sus máximas libertades a principios del siglo XIII cuando Federico
II le concede el título de ciudad imperial, sometiéndola directamente a su poder.

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5. ORGANIZACIÓN Y EXPANSIÓN DE OCCIDENTE EUROPEO


5.4. LAS TRANSFORMACIONES DE LA IGLESIA LATINA: LAS DOCTRINAS
POLÍTICAS UNIVERSALISTAS Y LA PUGNA ENTRE PONTIFICADO E IMPERIO

1. La reforma gregoriana ........................................................................................................................ 1


2. La querella de las investiduras............................................................................................................ 6
3. Poder pontificio y poderes reales en el siglo XII ................................................................................ 9
4. La renovación monástica .................................................................................................................. 12
5. Herejías y movimientos heterodoxos ............................................................................................... 15

A partir del siglo XI Europa contempla una importantísima reforma de la Iglesia


y, con ella, la pugna entre los poderes que se pretenden superiores: el papado y el imperio,
aunque la renovada jerarquía eclesiástica mantendrá también conflictos con otros reinos
del continente. Cada parte pretende elevar la calidad y categoría de su poder respectivo
en el marco de una ideología que, en muchos aspectos, es común y en la que se
fundamentaban las distintas teorías que defendían la primacía de uno u otro.
La doctrina política universalista se basa en la convicción de que su origen está
en Dios. Aunque haya diferentes maneras de transmisión del poder divino, en principio
se entiende que debe existir en la Tierra una forma superior de poder, autoridad y
jurisdicción suprema del mismo modo que la Creación fue una, aunque exista una
gradación y diversidad legítima de potestades limitadas y concretas autónomas. Estas
potestades están jerarquizadas, en un primer momento, en dos ámbitos principales: el
temporal y material frente al espiritual, teniendo cada uno de ellos un poder máximo y
superior que reside en el emperador y el papa. Ambos deben relacionarse y mantener la
armonía entre sí, aunque en última instancia uno de los dos debe ser superior al otro. La
Iglesia defendió la primacía del poder eclesiástico y espiritual sobre el temporal y terreno,
considerando en consecuencia que era el papa la cabeza visible de la Cristiandad y el
delegado del poder divino en la Tierra.

1. LA REFORMA GREGORIANA
Se conoce como «reforma gregoriana» un amplio movimiento de reestructuración
de la Iglesia latina que comienza a mediados del siglo XI y termina en la década de los
veinte del siglo XII. Recibe su nombre del papa Gregorio VII (1073-1085), quien lleva al
máximo las pretensiones temporales del pontificado.
A mediados del siglo XI los grandes problemas que afectan a la Iglesia, tanto a las
sus estructuras como a la vida religiosa, son tres: 1) la intromisión de los laicos; 2) el
tráfico de oficios eclesiásticos (simonía); y 3) la inmoralidad de la clerecía en general
(nicolaísmo). Algunos obispos habían intentado poner remedio a estos problemas,

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aunque sin mucho éxito; otras tentativas habían partido del Imperio y, por último, la
renovación de la vida religiosa fue planteada por varias fundaciones monásticas, la más
destacada de las cuales es San Pedro de Cluny. La adscripción de este monasterio a la
reforma eclesiástica se demuestra en el acceso de sus monjes a la curia pontificia en la
segunda mitad del siglo XI, llegando uno de ellos, Urbano II, a papa.
Las manifestaciones esenciales de la reforma gregoriana son varias: en primer
lugar, se busca el reforzamiento de la autoridad pontificia y la afirmación de su primacía
en el seno de la Iglesia; en segundo, la libertad de las elecciones episcopales y la condena
a la investidura laica; y, por último, se pretende la reforma moral de la clerecía.

El punto de partida de la recuperación de la dignidad y autoridad pontificia se sitúa


en Alemania donde, gracias a los otones, la alta clerecía tiene una calidad moral y cultural
mayor que en otras partes de Europa. De hecho, el papa que inicia la reforma, LEÓN IX
(1049-1054) llegó al solio pontificio a instancias del emperador Enrique III. Como obispo
de Toul había sido un prelado modelo, velando por el cumplimiento de las normas
canónicas en su diócesis corrigiendo los abusos clericales.
Uno de sus primeros empeños fue reafirmar la superioridad de la sede romana
sobre el resto de la Cristiandad, pretendiendo que el patriarca de Constantinopla
reconociese su supremacía. La reivindicación fue rotundamente rechazada en la capital
bizantina, que rompe las negociaciones en 1054, fecha que se ha tomado tradicionalmente
para establecer el CISMA ENTRE LAS IGLESIAS GRIEGA Y LATINA.
El fracaso en Constantinopla tiene su otra cara de la moneda en Occidente, donde
el pontificado comienza a hacer efectiva su autoridad. León IX inicia la conversión de la
sede de Roma, prácticamente reducida a un obispado local, en organismo central de la
Iglesia latina o, si se prefiere, católica. Para ello, el papa reorganiza la cancillería, restaura
las finanzas pontificias y comienza a realizar sínodos anuales con sus colaboradores y los
obispos de la Italia meridional y Sicilia. Con objeto de hacer efectiva su autoridad
apostólica el papa viaja por Europa convocando concilios que lo ponen en contacto con
la clerecía del continente, presentando en ellos su programa reformista, obligando que se
acepte. Así, recién nombrado papa, León convocó concilios en Reims, para Francia, y en
Maguncia, para Alemania, donde se se condenó duramente la simonía y la intervención
laica en asuntos eclesiásticos.
Otra gran aportación de León IX fue rodearse de hombres altamente capacitados,
atrayéndolos a la curia desde todos los rincones de Europa. Sus subordinados fueron
grandes intelectuales de la época que contribuyeron a la elaboración de las ideas
reformistas, a su difusión y victoria. Estos ayudantes pasan a tener un papel central en la

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curia al actuar como delegados pontificios por el continente, restringiéndose a ellos la


elección pontificia y conformándose, así, el embrión del colegio cardenalicio.
Desde mediados del XI el papa está permanente informado de los que ocurre en
el continente y, a la vez, se hace presente en los distintos territorios mediante el envío de
legados pontificios. A través de ellos Roma logra influencia en distintas sedes
episcopales, pudiendo instalar en ellas a personajes afectos a las ideas reformistas,
nombrando a algunos como legados permanentes en un reino determinado, como ocurre
con Hugo de Die, arzobispo de Lyon, o Bernardo de Sauvetat, arzobispo de Toledo.

La conformación del COLEGIO CARDENALICIO y su privilegio de la elección del


pontífice está relacionada con el espíritu reformista de evitar la intromisión laica. Como
el resto de obispos, el de Roma debía ser elegido por el «pueblo y clero» de su diócesis,
representados respectivamente por el rey o notable que dominase la ciudad, quien
efectivamente nombraba al prelado, y la clerecía de la catedral de San Juan de Letrán, que
confirmaba el nombramiento. Cuando pudo o le interesó, el emperador arrebató la
designación del papa a la aristocracia romana, siendo buen ejemplo de ello el
nombramiento de León IX.
Para terminar con la capacidad de unos u otros y dejarla en manos eclesiásticas,
Nicolás II (1058-1061) confiere en 1059 el privilegio de la elección pontificia a los
cardenales, que deben informar del resultado al emperador. De esta manera se regula la
indefinición de la elección pontificia, que queda en poder del colegio cardenalicio –como
representante de la clerecía romana–, dejando a los laicos –emperador y pueblo de Roma–
sin capacidad legal alguna de intervenir, modelo que se pretenderá extender al resto de
sedes episcopales europeas. A partir de entonces el papado condena repetidamente la
investidura laica y recuerda a los príncipes que la elección episcopal debe ser libre y hecha
por eclesiásticos, buscando así la indepencia de los obispos respecto al poder civil. Tras
el episcopado, Roma pretendió extender la autonomía eclesiática a todo tipo de institución
religiosa, como parroquias o monasterios. La repetición de la condena de la investidura
laica durante el siglo XII demuestra la amplia resistencia que encontraron las ideas
reformistas en las autoridades laicas.
A la intromisión laica en la elección de la jerarquía eclesiástica se atribuyeron los
dos vicios más denunciados por la iglesia a partir del siglo X: la simonía –compra o
trueque del cargo eclesiástico a cambio de bienes materiales– y el nicolaísmo –práctica
marital de los clérigos–.
La resistencia de reyes y señores a la reforma fue evidente, pues se negaban a
renunciar las ganancias que les producía la venta de los oficios eclesiásticos. Es, por
ejemplo, el caso de Felipe I de Francia, conocido por ofrecer los obispados de su reino al

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mejor postor. Concilios y legados continuaron prohibiendo la simonía, si bien los papas
se vieron obligados a transigir en ciertas ocasiones. De todas formas, la actitud enérgica
de los pontífices, la efectividad y perseverancia de sus legados y la ayuda de los concilios
provocaron hacia 1125 una neta mejora en la elección de los obispos europeos.

Colaborador y cardenal de León IX, el italiano Hildebrando fue elegido papa en


1073, convirtiédose entonces en GREGORIO VII (1073-1085). El nuevo papa llevará a sus
máximas consecuencias las ideas reformistas en beneficio del pontificado, provocando el
enfrentamiento directo entre Roma y el Imperio, dirigido por Enrique IV. Se inicia así la
llamada «querella de las investiduras», durante la cual papa y emperador luchan por la
supremacía del poder supremo en la Cristiandad.
Aparte de la reforma interna de la Iglesia, la reforma planteó la relación que debía
establecerse entre las dos cabezas de la Cristiandad: el emperador, depositario del poder
temporal, y el papa, del poder espiritual. El conflicto no era nuevo, como lo demuestra la
elaboración a finales del siglo VIII de la falsa donación de Constantino, en la que éste
reconocía al sumo pontífice el poder y honor debido a los emperadores al tiempo que, al
establecer en Oriente su nueva capital, dejaba Occidente bajo la tutela del papa.
Por otra parte, a finales del siglo V el papa Gelasio I envía una carta al emperador
Anastasio en la que se trata la relación entre una y otra figura. Aunque ambas tienen
autoridad, es la del pontífice la más destacada puesto que es sagrada; es la Iglesia quien
tiene los medios para alcanzar la salvación y, por consiguiente, goza de autoridad
suprema. El propio emperador, máximo dirigente del poder civil, tendrá que rendir
cuentas ante Dios en el Juicio Final al igual que cualquier otro mortal, con lo que ha de
rendirse al poder divino. Así pues, ambos poderes son independientes, pero el sacerdocio,
la Iglesia, tiene preeeminencia puesto que puede controlar la moral del emperador.
De aquí a controlar la moral privada y de las actuaciones de gobierno no había
más que un paso que lleva a convertir al papa en la suprema autoridad moral del mundo,
único capacitado para delimitar lo que es justo o no conforme al orden querido por Dios
y con el derecho a recordar a un rey sus obligaciones o condenarlo por sus pecados. Esta
teoría fue manifestada por los más ilustres pensadores del siglo X, quienes afirmaron la
primacía de lo espiritual sobre lo temporal. Puras teorías, a finales del siglo XI, la
progresiva organización y restauración del poder pontificio permitió a la Santa Sede
hacerlas efectivas e inmiscuirse –o intentarlo– en los asuntos políticos de la parte de la
Cristiandad que reconocía su autoridad.
Gregorio VII pretendió llevar a la práctica buena parte de las ideas reformistas
gestadas en los años anteriores. Poco después de alcanzar el solio, Gregorio destituyó a
los clérigos simoníacos de sus beneficios, suspendió de sus funciones a los sacerdotes

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incontinentes y envió por Europa a legados que hiciesen efectivas estas acciones. En 1075
un decreto pontificio condena la investidura laica, punto que se convertirá en el asunto
más conflictivo durante los años siguientes y que traerá de cabeza a papas, reyes y
emperadores. El mismo año, se redacta el Dictatus Papae, texto que define los principios
básicos de la teocracia pontificia.
Los fundamentos teóricos de la supremacía pontificia están perfectamente
expresados en el documento: la autoridad espiritual está por encima de la temporal, a la
que se aparta completamente –o eso se pretende– de inmiscuirse en asuntos eclesiásticos.
El papa es la máxima autoridad moral del mundo y tiene jurisdicción suprema en
problemas de fe, aparte de ser el único capaz de juzgar obispos, convocar concilios y
garantizar la libre elección canónica de los cargos de la Iglesia. El Dictatus concentra los
poderes en el pontífice de una forma hasta entonces desconocida y con un grado de
centralización jamás alcanzado, pues afirma la exigencia teocrática de sumisión del poder
temporal a la autoridad espiritual, en última instancia, y la capacidad pontíficia de deponer
incluso al emperador.
Este programa de la sede de Roma puso en jaque a buena parte de los monarcas
europeos de la época. Mientras que en la España cristiana y en Inglaterra no hubo reacción
alguna, en Francia se manifestó cierta oposición, aunque la protesta más destacada vendrá
de Alemania, en donde la disconformidad del emperador contó con la de la propia
jerarquía eclesiástica germana.

A partir de León IX el papado comienza a pretender la jefatura de la Cristiandad


occidental, superior a la de los soberanos del continente. El propio León IX actuó como
monarca temporal al ponerse al frente de sus tropas para oponerse a la conquista
normanda del sur de Italia, en 1053. El fracaso de las armas pontificias desembocó en
éxito, pues pocos años depués, en 1059, los normandos firmaban la paz con Nicolás II y,
además, reconocieron la soberanía apostólica sobre la Italia meridional, prometiendo
ayuda a Roma cuando la necesitase. En otro escenario, en 1063 Alejandro II instaba a los
caballeros del sur de Francia a ayudar al rey de Aragón a conquistar Barbastro a los
musulmanes y poco después, en 1066, reconoce el derecho del Guillermo de Normandía
a conquistar Inglaterra, enviando la oriflama para que lo acompañase en la conquista.
Estas actuaciones prefiguran la idea de cruzada: el papa contribuye a reunir ejércitos
concediendo la remisión de los pecados a quienes acudan a estas guerras. Incluso se
atreve, en el caso inglés, a defender las pretensiones de un caudillo cristiano contra otro,
bendiciendo a una de las partes. Cruzada y teocracia van de la mano: con su convocatoria
en Clermont en 1095 para recuperar Tierra Santa del dominio musulmán, a la que podían,
e incluso debían, acudir los soberanos cristianos, el papa se pone indudablemente a la

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cabeza de la Cristiandad como promotor y rector del movimiento de conquista de tierras


al infiel.

2. LA QUERELLA DE LAS INVESTIDURAS (1075-1122)


La reacción imperial era de esperar, puesto que en Alemania el soberano laico
intervenía preferentemente en cuestiones eclesiásticas. El principal punto de conflicto
entre papa y emperador fue la investidura de los obispos, que da nombre al conjunto de
conflictos que se derivaron del planteamiento de los poderes pontificios por Gregorio VII.
Su origen está en el debate sobre la forma de atribución del poder temporal eclesiástico a
los obispos por su soberano. Señor feudal al tiempo que pastor de su rebaño, el obispo
recibía ese poder temporal del soberano a través de la investidura. Los símbolos que se
empleaban en esta ceremonia –la cruz y el anillo– eran equívocos, pues podían entenderse
como muestra del poder jurisdiccional del nuevo prelado. Pero, si bien era legítimo que
el señor confiase lo temporal –el feudo– a su fiel, el obispo, su vasallo en lo temporal, la
Iglesia no podía admitir que simultáneamente se concediese el poder espiritual de su
cargo.
El concilio de Roma de 1059 puso claras las cosas al respecto en lo que se refiere
a la opinión de la Iglesia sobre el asunto. En primer lugar, al restringir la elección del
papa a los cardenales la propia cabeza de la Cristiandad quedaba liberada de la
intervención laica. A continuación, en el canon sexto, se exigía que ningún clérigo o
sacerdote reciba de ninguna forma una iglesia de manos de un laico, ya sea
gratuitamente o por dinero. En 1075, Gregorio VII, en otro concilio celebrado en Roma,
amplió este canon a todo tipo de investidura laica, renovando la prohibición en 1078 y
1080.
Las consecuencias de este decreto para el emperador y los reyes podían ser muy
graves. Los obispados y abadías tenían grandes propiedades y, sobre todo los obispos,
poseían grandes prerrogativas jurisdiccionales. La incidencia fue diferente según los
países: en la España cristiana, Inglaterra y Normandía el papa no se inmiscuyó en las
designaciones reales de obispos. El término intermedio es Francia, donde Gregorio VII,
a través de sus legados, se esforzó en poner fin a la venta de los cargos episcopales por
Felipe I y acabar con la clerecía simoníaca.
Alemania, donde el emperador estaba acostumbrado a nombrar directamente
obispos y arzobispos, es el escenario de los mayores conflictos, aumentados por la recia
personalidad de sus dos dirigentes: el papa Gregorio VII y el emperador Enrique IV
(1056-1106), que rompen relaciones en 1075, dando inicio a la llamada «Querella de las
Investiduras». Al año siguiente, 1076, se produce la ruptura cuando un sínodo de obispos
alemanes reunido en Worms declararon depuesto al papa Gregorio. El emperador Enrique

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Historia medieval universal

conminó al episcopado ausente en la reunión para que confirmase la sentencia, haciendo


explícita su condición real y, por ella, su exención respecto a la jurisdicción pontifica. La
respuesta del papa fue la excomunión de Enrique IV, aprovechada por varios príncipes y
obispos alemanes para enfrentarse a éste. La situación del emperador se hizo muy difícil,
por lo que tuvo que humillarse ante Gregorio VII en Canossa (Toscana) pidiéndole la
absolución.
Los aliados alemanes de Gregorio se sintieron traicionados y eligieron como
nuevo emperador a Rodolfo de Suabia, comenzando en el Imperio unos conflictos en los
que el papa fue dejado al margen. Muerto el antiemperador Rodolfo en 1080, Enrique IV
volvía a ser el jefe indiscutible de Alemania y a arremeter de nuevo contra Gregorio. Se
repiten los sucesos de 1076: el emperador depone al papa y esta vez va más allá al
nombrar uno propio, el arzobispo de Rávena, que tomó el nombre de Clemente III (1080-
1100). Desde este momento, Enrique tendrá siempre su propio papa. En los años
inmediatos el emperador lleva las de ganar: todos los paises que de él dependen obedecen
al antipapa Clemente y también algún otro reino que busca su conveniencia, como
Inglaterra. En 1084 las tropas alemanas entraban en Roma e instauraban en ella a
Clemente III; Gregorio VII tuvo que huir de la ciudad y murió en Salerno al año siguiente.
Será el cluniacense Urbano II (1088-1099) quien vuelva a entrar en Roma en 1094
y restaure el poder pontificio. El papa retoma las ideas gregorianas, dando un paso más
en la reforma al prohibir que un obispo preste juramento de fidelidad a un laico. En este
contexto, la solicitud de ayuda al papa hecha por el emperador de Constantinopla provocó
la convocatoria de la primera cruzada en el concilio de Clermont en 1095. El éxito de la
llamada pontificia a la guerra en Tierra Santa supuso una victoria moral de Urbano II,
poniéndolo formalmente a la cabeza de la Cristiandad.
El éxito de la cruzada es aún mayor si se tiene en cuenta que, aparte de las malas
relaciones con el Imperio, tampoco le iba muy bien con los otros dos grandes reinos de
Occidente: el rey de Francia estaba excomulgado por una cuestión de faldas (Felipe I y
Bertrada de Montfort), mientras que en Inglaterra las actuaciones de Guillermo II con su
episcopado tampoco eran del agrado pontificio, que reiteró sus principios de prohibición
de investiduras laicas, homenaje a los reyes y afirmó la propiedad la iglesia debía estar
libre del control secular. La solución se alcanzó en ambos reinos a principios del siglo
XII. La subida al trono inglés de Enrique I en 1100 solucionó la querella con el papa,
llegándose a la componenda de que los obispos prestarían homenaje al rey por sus
posesiones temporales, renunciando el monarca a la investidura. Esto supuso, en la
práctica, que el soberano continuase designando a los obispos ingleses, si bien la renuncia
al antiguo símbolo recordaba que el nombramiento de obispos no era una simple
denominación real y que el papa tenía un poder muy superior al de cien años antes.

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Historia medieval universal

En Francia las investiduras laicas habían cesado sin ruptura de ningún tipo. El
problema con el monarca Capeto, Felipe I, había surgido al raptar el rey a la duquesa de
Anjou –con acuerdo de ésta–, lo provocó la excomunión de la pareja. Solventado el
problema en 1104, pocos años después el clero francés, reunido en Troyes por Pascual II
(1109-1118), prohibió la investidura laica, lo que fue aceptado por Luis VI, quien
solamente exigirá a sus obispos el juramento de fidelidad.
Mientras tanto, los emperadores continuaron con el violento enfrentamiento con
la sede pontificia nombrando e invistiendo directamente los cargos episcopales en
Alemania. Enrique V (1106-1125) continuó la política de su padre, presentándose en
Roma en 1110 con un gran ejército para ser coronado emperador. Se llegó entonces a una
solución tan original como radical: para acabar con la investidura laica, el papa estaba
dispuesto a renunciar a todas las temporalidades propias de los obispos germanos.
Enrique V subordinó la puesta en vigor de este acuerdo a la ratificación por el episcopado
alemán. Por supuesto, el acuerdo no fue refrendado sino que horrorizó a la nobleza
alemana, tanto laica como eclesiástica, puesto que suponía acabar con ésta. Contra el
acuerdo estuvieron juntos los partidarios del papa y los del emperador. Mientras tanto,
Enrique V tomaba prisionero a Pascual II y lo obligaba a coronarlo y a reconocerle el
derecho de investidura de los obispos.
Este último compromiso, sacado a la fuerza, fue rápidamente anulado por el papa
tan pronto se vio libre de la presión imperial. En 1117 Enrique V acudió de nuevo a Roma
para que el papa coronase emperatriz a su mujer, Matilde de Inglaterra, pero Pascual II
huyó de la ciudad. Al año siguiente moría el papa y, frente al elegido por los cardenales
–Gelasio II (1118-1119)–, el emperador nombró al antipapa Gregorio VIII. El pontífice
romano, Gelasio, excomulgó, una vez más, al emperador y también a su competidor,
aunque, partidario de la paz, organizó una reunión con Enrique para llegar a un acuerdo
en el que mediaría Luis VI de Francia y que tendría lugar en Vezelay. Camino de esta
ciudad moría Gelasio II en Cluny (1119).
Su sucesor, Calixto II (1119-1124), era un fuerte partidario de la supresión de la
investidura laica pero también deseaba poner fin a la querella. Para obtenerlo envió a
Enrique dos compromisarios con el fin de encontrar un acuerdo parecido al que se había
hallado con Francia e Inglaterra. Este acuerdo llegará en 1122 mediante las declaraciones
constitutivas del CONCORDATO DE WORMS. Enrique V renunciaba a la investidura
episcopal por el anillo y la cruz, garantizando la libre elección de los obispos. Por su parte,
el papa le consentía estar presente en esas elecciones y en conceder los derechos
temporales al electo mediante la concesión del cetro. De esta manera se concretaba la
diferencia que existía entre lo espiritual y lo temporal, reflejado cada uno en la doble

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investidura: el anillo y la cruz para lo espiritual y el cetro para lo temporal; se imponía así
en Alemania lo que años antes se implantara en Inglaterra y Francia.
El Concordato de Worms es el último escalón del ascenso fulgurante del
pontificado desde mediados del siglo XI. Tanto por su victoria sobre las pretensiones
laicas como por su reforma interna, la Iglesia medieval se afirma triunfante. Por supuesto,
los problemas no terminaron con este concordato ni con los hechos con Francia e
Inglaterra pues, aunque el problema de las investiduras quedó resuelto, durante el resto
de la Edad Media permanece el conflicto sobre a quién correspondía nombrar a los
obispos. A pesar de ello, la lucha por las investiduras marcar un cambio de gran
trascendencia en el papel internacional de la Santa Sede, que continuará defendiendo su
puesto como cabeza de la Cristiandad.

3. PODER PONTIFICIO Y PODERES REALES EN EL SIGLO XII


La reforma gregoriana y el fortalecimiento del poder pontificio no supuso el fin
de problemas para la sede romana: en 1130 eran elegidos dos papas –Inocencio II y
Anacleto II– de los que prevalecerá el segundo gracias al apoyo del emperador y del rey
normando de Sicilia. El papa aún no tenía poder suficiente para afirmarse en Roma, que
se levantó contra su autoridad en 1144 conformando una «república» bajo el mandato de
Arnaldo de Brescia. El papa sólo pudo volver a Roma con la ayuda del emperador
Federico I Barbarroja (1155-1190), que en 1155 restableció las prerrogativas temporales
pontificias sobre la ciudad.
A mediados de siglo se repiten los enfrentamientos entre el papa y el emperador,
ahora Alejandro III (1159-1181) y Federico I (1155-1190). La teocracia pontificia choca
de nuevo con el cesaropapismo imperial, reforzados ambos con nuevas ideas. El papa se
basa en un Derecho canónico desarrollado, mientras que el Imperio asume la herencia
romana y recupera el Derecho del imperio, para lo que se favorece su estudio en Bolonia,
origen de su universidad. Al Derecho romano acudirán en el futuro los soberanos
europeos para consolidar la autoridad sobre sus reinos.
La lucha entre Barbarroja y Alejandro III conllevó lo que era habitual:
nombramiento de antipapa –Víctor IV– por el emperador y excomunión de éste por el
papa. Federico logró imponerse a la iglesia alemana, pero no en Italia, donde las ciudades
comienzan a manifestar su poder y ansias de independencia. Reunidas en la llamada Liga
Lombarda, que contó con la bendición del pontífice, las ciudades del norte de Italia
vencieron a las tropas imperiales en Legnano en 1176, viéndose obligado el emperador a
darles mayores libertades.
Mientras tanto, Alejandro III incrementa la autoridad y centralización pontificia:
aumenta el número de casos que han de ser llevados ante la Curia, reserva exclusivamente

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al papa la capacidad de canonizar e instituir santos y reduce el patronato laico sobre las
iglesias propias, negando que sean propiedad de los patronos, restringiendo el papel de
éstos a la presentación ante la autoridad episcopal del clérigo que ha de servirlas.
Aparte de los conflictos con el Imperio, el papa interviene en la década de los
sesenta en el reino de Inglaterra a causa del enfrentamiento de su monarca, Enrique II
Plantagenet, con Tomás Becket, arzobispo de Canterbury. El rey pretendía potenciar los
derechos tradicionales de la monarquía inglesa sobre su episcopado: en las conocidas
como CONSTITUCIONES DE CLARENDON (1164) prohibía toda apelación a Roma, extendía
la justicia laica a los clérigos en ciertos casos cuya culpabilidad estuviese probada y exigía
que los obispos electos presentasen vasallaje al rey antes de ser consagrados y que,
además, procediesen del grupo de clérigos de la capilla real. Antiguo colaborador de
Enrique, Tomás Becket, como primado de Inglaterra y defensor de las libertades de la
Iglesia, se negó a aceptar las constituciones regias, teniendo que exiliarse del reino.
Vuelto a éste, en 1170 fue asesinado en su misma catedral por cuatro caballeros, aunque
se consideró culpable a Enrique II. El crimen tuvo gran difusión por toda Europa y Becket
fue considerado mártir y canonizado inmediatamente por la Iglesia, obligando el
escándalo a que el rey admitiese su culpa y se humillase pidiendo público perdón para
que se levantase su excomunión. A pesar de todo, los legados papales en Inglaterra
acabaron por aceptar buena parte de lo dispuesto en Clarendon, lo que muestra cómo la
victoria moral del pontificado no siempre se reflejaba en hechos concretos.
La exaltación de la primacía pontificia se revela también en la celebración de los
CONCILIOS DE LETRÁN. El primero fue convocado por Calixto en 1123 para ratificar el
concordato de Worms; el segundo por Inocencio II en 1139 para mostrar la unidad
recuperada tras el cisma; mientras que el tercero, convocado por Alejandro III en 1179 y
al que asistierom más de trescientos obispos, confirmaría la unidad de una Iglesia en torno
a su superior, el papa, tras el cisma provocado por Barbarroja, manifestando la autoridad
del pontífice legítimo y su victoria sobre el emperador tras la batalla de Legnano. En los
dos últimos se refleja la nueva concepción del Derecho de la Iglesia y su centralización
en la figura del pontífice. Se reconoce al papa el poder de dictar el Derecho, con lo que
para que una disposición tenga fuerza de ley no es necesario que se adopte en un concilio:
las decisiones tomadas por el pontífice tenían el mismo valor o incluso más. De todas
formas, los papas siguen convocando concilios con el fin de que estas asambleas, en las
que está presente la alta clerecía europea, confirmen sus decisiones. Era una forma nueva
de utilizar estas asambleas clericales, pues su obra legislativa no es ahora fundamental
puesto que el Derecho emana de la autoridad pontificia. Los principios gregorianos habían
vaciado a la institución de parte de su contenido en beneficio del papado, si bien muestran
que al papa le es necesario el apoyo del episcopado, indispensable para mantener su

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primacía. Los concilios II y III de Letrán fueron muy importantes para el avance del
Derecho canónico, condenándose los vicios clásicos de la clerecía, como su matrimonio,
el concubinato y la simonía.
En el III se prohibió a los reyes cargar con impuestos a abadías y obispados, que
los obispos dispusiesen en sus testamentos de sus iglesias y se fijaron unas edades
mínimas para acceder a los cargos canónicos (25 años para el presbiterado y 30 para ser
obispo, teniendo que ser éste hijo de matrimonio legítimo). En el III Concilio se abordó
el problema de los beneficios eclesiásticos con cura de almas, en las parroquias: se
prohibió que una sola persona disfrutase de más de uno de estos beneficios, que ninguno
estuviese vacante más de seis meses, y se obligó a residir en el lugar al clérigo que lo
poseyese. Son medidas encaminadas a asegurar al pueblo cristiano una atención espiritual
correcta y luchar contra las ansias de lucro de ciertos clérigos que acumulaban varios
beneficios, no cubriendo sus deberes de la forma obligada, es decir, cobrando las rentas
que daba una parroquia sin haber aparecido jamás por ella. Se pretendía también asegurar
el reclutamiento de una clerecía digna, comenzando por el propio cuerpo episcopal. Se
trata de una nueva preocupación pastoral, procurando la Iglesia que el pueblo reciba
pastores debidamente adecuados, lo que supone un avance respecto a las asambleas de
época anterior, preocupadas en general solamente por la moralidad de la clerecía. Estas
disposiciones no serán cumplidas siempre y pusieron en manos del pontífice un nuevo
campo de control al quedar en su poder conceder las dispensas pertinentes.
Por último, en el III Concilio de Letrán se abordó el problema de las elecciones
pontificias. Era evidente que las disposiciones del siglo anterior no habían sido suficientes
puesto que habían sido la base de los cismas del XII. Su preocupación fue precisar
claramente las normas para acabar con cualquier tipo de ambigüedad: se establece que en
caso de que entre los cardenales no existiese unanimidad sería papa el elegido que
reuniese como mínimo dos tercios de los votos, y cualquier candidato que fuese
proclamado por la minoría que se negase a aceptar el resultado sería automáticamente
excomulgado.
La reorganización eclesiástica que había comenzado a mediados del XI se
extiende así a toda la Europa occidental en el XII, promovida por una mayor dependencia
y relación con Roma. Se consiguió una delimitación más precisa de la geografía
eclesiástica, empezando por las provincias y seguida por los obispados y parroquias. Con
ello se consiguió generalizar también el cobro del diezmo así como sus beneficiarios. La
elección de los obispos fue encomendada a los cabildos catedralicios y, si bien en un
principio su confirmación y consagración fueron encomendadas a los arzobispos de la
correspondiente provincia eclesiástica, progresivamente pasó a ser realizada por el papa,
acentuando así su papel preeminente en toda la Cristiandad. De la misma manera, se

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reforzaron las prerrogativas del obispo en su diócesis, en la que le corresponde ordenar a


los clérigos, presidir el tribunal, vigilar y corregir a la clerecía, etc., aunque habrá cosas
que sólo se generalizarán en el siglo XIII.

4. LA RENOVACIÓN MONÁSTICA
En las primeras décadas del siglo X se desarrollan en Europa varios movimientos
que, además de renovar el monacato benedictino, tienen como objeto liberar a los
monasterios de cualquier jurisdicción seglar. El modo de entender la regla benita de
alguna de estas casas reformadas se extenderá a otras, formando en ocasiones la
federación de varios monasterios. Es, por ejemplo, el caso de la abadía de Gorze, próxima
a Metz, reformada en 933 que, gracias a la protección de Otón I y Otón II, cuya reforma
se extenderá a más de un centenar de cenobios en el Imperio, aunque sin relación de
dependencia entre unos y otros. Otros ejemplos de abadías que consiguieron la exención
de la jurisdicción seglar son San Víctor de Marsella o la catalana San Cugat del Vallés.
De todas ellas la destinada a mayor éxito será SAN PEDRO DE CLUNY. Situada al
sur de Borgoña, en el condado de Macon, fue fundada en 910 por el duque Guillermo de
Aquitania, que la situó bajo la encomienda directa de la Santa Sede, desligándola así de
cualquier otra dependencia, tanto laica como eclesiástica. A lo largo del siglo X Cluny va
forjando su versión de la regla benedictina, a la que se añaden unas costumbres que
priman el esplendor de la liturgia y la dedicación a ella de los monjes. Bajo el abaciato de
Odilón (994-1049), que abarca la primera mitad del siglo XI, se establecen las relaciones
entre los monasterios que aceptan la reforma benedictina de Cluny y que se someten a
ella. La familia cluniacense establece un único abad, el de San Pedro de Cluny, quedando
los monasterios dependientes dirigidos por un prior. El abad de la casa matriz tiene plenos
poderes, pudiendo designar a su sucesor y corregir a los priores y comunidades de las
casas dependientes, que a lo largo del siglo XI se extienden por todo el occidente europeo.
En virtud de la exención de la jurisdicción episcopal, tanto Cluny como sus prioratos
conforman una red autónoma que depende directamente del papa, estando también libre
de la injerencia laica. El apogeo de Cluny se alcanza en la segunda mitad del siglo XI,
bajo el abaciato de Hugo de Semur (1049-1109), cuando el número de sus dependencias
supera las 1100 y se construye la llamada Cluny III, una de las iglesias más grandes de la
Cristiandad.
A lo largo del siglo XI surgen numerosas iniciativas monásticas que tienen un
importante componente eremítico que se inician en Italia en las primeras décadas de la
centuria. Entre sus protagonistas destacan Romualdo de Rávena y Juan Gualberto. El
primero es el fundador de la CAMÁLDULA (1024) y el segundo de VALLOMBROSA (1039),

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Historia medieval universal

ambas en Toscana y con una interpretación muy austera de la regla benedictina en la que
se intenta combinar la vida eremítica con la conventual.
Pero es en la segunda mitad de siglo y primeras décadas del XII cuando surgen
nuevos movimientos que superarán en buena medida a los anteriores, siguiendo sus
ideales de reforma de la regla benedictina y pretendiendo volver a su pureza o
reinterpretándola para reforzar su componente ascético. Siguiendo, y mejorando, los
pasos de ciertas familias monásticas anteriores, especialmente el de Cluny, las nuevas
casas reformadas transmitirán su regla y su forma de vida a otros monasterios,
estructurándose en órdenes que, con mayor o menor fortuna, se extienden por todo el
continente. De ellas destacaremos tres: la Cartuja, Císter y Premontré, aunque merece la
pena mencionar también a San Víctor de Marsella, Grandmont o Fontevrault.
Nunquam reformata quia nunquam deformata –«Nuca reformada porque nunca
deformada»– es lema que se aplica a LA CARTUJA, que toma su nombre del lugar en que
fue fundada por san Bruno de Colonia en 1084: Chartreuse, cerca de Grenoble.
Conociendo probablemente la experiencia de los eremitas italianos, Bruno de Colonia
pretendía recuperar el sentido original del monacato benedictino. En su regla, fijada hacia
1130, se exige un estricto aislamiento y prácticamente absoluto silencio en la vida de los
monjes, convirtiéndose en una de las versiones más austeras del monacato occidental. Tal
austeridad ha hecho de la Cartuja una orden peculiar que se muestra, por ejemplo, en el
diseño de sus monasterios y cuyos estatutos han permanecido prácticamente inalterables
desde su fundación hasta la actualidad. La austeridad radical de la Cartuja ha jugado en
su contra a la hora de su expansión puesto que sus profesiones han sido relativamente
pocas en comparación con otras órdenes o familias, como Cluny o Císter, impidiendo así
la gran difusión de la que gozaron estas.
En 1098, Roberto de Molesme funda Cîteaux, en Borgoña, con el objetivo de que
en él se mantuviese una observancia rigurosa de la regla benedictina. Posteriormente, LOS
CISTERCIENSES pretendieron demostrar que la fundación había nacido como reacción a la
decadencia del benedictismo convencional, cuyo ejemplo señero sería Cluny,
recuperando el espíritu original de la regla, sin costumbres adicionales, aunque pronto
desarrollarán las suyas propias. Los estatutos de la nueva orden se fijan en 1120: es la
Carta caritatis obra del tercer abad, el inglés fray Esteban Harding, en el momento en
que Císter comienza a expanderse y cuando ya había ingresado en la orden san Bernardo,
fundador de Claraval en 1115 y gran impulsor de la orden cisterciense. La originalidad
de esta versión del benedictinismo está en la insistencia en que los monasterios rechazaran
las rentas, en especial el diezmo, y se mantuvieran con el fruto de su trabajo agrícola y
artesanal. Esta austeridad se manifiesta externamente en el hábito blanco adoptado por
los monjes, frente al teñido de negro del benedictismo clásico, y en la sencillez de las

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formas de sus edificios, que contrasta con el preciosismo del románico difundido por
Cluny. Aunque se proclamaba la vuelta a la regla original, y para conseguir el
autoabastecimiento de las casas, en Císter se diferencian dos tipos de profesos: los monjes
de coro y los conversi, o hermanos legos. Unos y otros viven en edificios diferentes y la
distribución de su trabajo es distinta: los monjes, que proceden de las capas altas de la
sociedad, se dedican mayoritariamente al estudio, oración y celebración litúrgica,
mientras que en los conversos prima el trabajo manual, agrícola o artesanal. Esta división
hará de muchos monasterios cistercienses magníficas empresas, poniéndolos a la
vanguardia del proceso de desbroce y recuperación de tierras.
La organización de la orden cisterciense será original y permitirá su enorme
expansión por toda Europa. Desde el monasterio original de Cîteaux partieron varios
monjes para fundar las que fueron sus cuatro primeras «hijas»: La Ferté, en 1113,
Pontigny, en 1114, y Claraval y Morimond en 1115. El resto de casas de la orden forman
parte de las familias que parten de cada uno de estos cinco monasterios, que tienen
capacidad de visitar y corregir a las abadías incluídas en su familia. A diferencia de Cluny,
cada monasterio cisterciense es independiente y está dirigido por un abad, que debe ser
confirmado por el de su casa matriz. Como las cuatro primeras «hijas» respecto a Cîteaux,
de cada abadía puede partir un grupo de monjes –a menudo doce más su abad– a fundar
una nueva casa, que se convierte así en filial de la anterior. Otra posibilidad es la solicitud
de un monasterio que, externo a la orden, pide afiliarse a ella, asociándose a una casa
determinada que pasa a considerarse su matriz una vez que se permite su ingreso.
La unidad de la orden se manifiesta en la obligatoriedad de todos los abades de
acudir al capítulo general que, anualmente, se celebra en Cîteaux, el primero de los cuales
tuvo lugar en 1119. El número creciente de abadías y la lejanía de alguna de ellas hará
que se permita la obligatoriedad de asistencia bianual a los más distantes. En el capítulo
se tratan los intereses generales de la orden, y en él se presentan y sentencian los
problemas internos que pueda haber en cada monasterio o los que atañen a más de uno.
En 1215 el IV Concilio de Letrán obligó a que el modelo cisterciense fuese adoptado por
el resto de órdenes eclesiásticas. A esas alturas, Císter se había difundido ampliamente
por Europa: a mediados del siglo XII contaba con más 300 abadías, número que, cien
años después, se había más que doblado, superando las 700. A pesar de los Capítulos
generales y de las noramas de la orden, los cisterciense pronto abandonaron sus normas
iniciales, aceptando beneficiarse de diezmos y arrendando tierras a terceros para su
explotación a cambio de rentas.
Por su parte, la orden de PREMONTRÉ nace cuando Roberto de Xanten funda este
monasterio, cerca de Laón, en 1120. Canónigo y predicador, Roberto adopta para su
monasterio la regla de san Agustín, la preferida por la Iglesia romana para los cabildos

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Historia medieval universal

catedralicios, aunque añadiendo a ella unas costumbres tomadas en parte de las


benedictinas de Cluny y una organización que copia la cisterciense. Los
premonstratenses, o mostenses, se expanderán también rápidamente por Europa, aunque
sin alcanzar el éxito de Císter. Aunque no fue el único caso entre estos movimientos
monásticos, en sus orígenes Premontré permitió la existencia de monasterios dúplices en
los que, convenientemente separadas, convivirían las dos comunidades, masculina y
femenina. Esta originalidad duró poco, pues tras la muerte de san Roberto, acaecida en
1134, se ordenó que las canonesas debían ser apartadas de los monasterios masculinos y
retirarse a un cenobio propio a otra parte.

5. HEREJÍAS Y MOVIMIENTOS HETERODOXOS


A partir del año 1000 surgen por Europa diversos movimientos heréticos que se
desarrollan a lo largo del siglo XI alcanzan su madurez a mediados del XII. Paralelos a
los procesos de reforma eclesiástica, tienen también por objeto mejorar y profundizar en
la fe y la práctica cristiana, aunque serán censurados como heréticos por la Iglesia. Si en
un primer momento fueron tolerados o se intentó reabsorberlos y reconducirlos hacia la
ortodoxia, a finales del XII prevalecerá la represión sistemática porque en buena parte de
ellos la disidencia era de tipo moral o disciplinario y, en los más radicales, los propios
herejes procuraban aislarse para evitar las iras ante su estado de gentes fuera de la ley
eclesiástica. A medida que la jerarquía romana se fortalecía y crecía su autoridad en el
conjunto de la Cristiandad latina, con el desarrollo del Derecho canónico y la fijación del
dogma, la disciplina y la organización eclesiástica, estos movimientos que permanecían
al margen y criticaban todo lo anterior serán cada vez menos tolerados. El auge de algunos
de estos grupos heréticos, con los cátaros a la cabeza, los hizo intolerables a la Iglesia,
desencadenando su represión sistemática a principios del siglo XIII.
Muchos movimientos nacieron en el marco de la ortodoxia, sin intención de
abandonarla, como una manifestación más de la reforma del siglo XI. Pretendían volver
a la pobreza evangélica como medio de conseguir la reforma eclesiástica, fomentando el
ideal de la pobreza voluntaria, que chocará con el alto clero rico y feudalizado. Así, por
ejemplo, la PATARIA de Milán, a mediados del XI, coincide en buena medida con los
ideales de la reforma gregoriana, criticando y combatiendo la simonía, aunque parte del
movimiento, que incidirá en la pobreza evangélica, acentuará en el XII su crítica contra
la jerarquía, cayendo en la herejía.
Un ejemplo de las herejías que inciden en la pobreza voluntaria es el de los
VALDENSES. Su origen está en Pedro Valdo, que les da nombre, cuya trayectora vital es
similar a la que años más tarde seguirá Francisco de Asís, con la diferencia de que sus
seguidores se negarán a obedecer a la jerarquía eclesiástica. Valdo era un mercader de

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Lyon que, inspirado en lecturas bíblicas y hagiográficas, abandonó su familia y riquezas


para, con unos cuantos compañeros, lanzarse a los caminos para predicar, viviendo de la
mendicidad. Su predicación, siendo laico, produjo la inmediata prohibición episcopal,
aunque en 1180 un legado pontificio se lo permitió, siempre y cuando los párrocos de los
lugares donde predicase se lo permitiesen, defendiendo la ortodoxia de su ejercicio
personal de pobreza voluntaria. Pero los excesos verbales de Valdo, su crítica contra el
clero, contra la forma de administrar los sacramentos y la validez de las instituciones
eclesiásticas provocaron su excomunión en 1184. Aunque en años posteriores algunos de
sus seguidores volverán a la ortodoxia, los valdenses conformarán una «iglesia» aparte
en las primeras décadas del XIII que será perseguida por la Inquisición pontificia.
La herejía más importante de la época fue la CÁTARA. Las sectas dualistas
aparecen en diversos puntos de Europa occidental a lo largo del siglo XI, parece que
procedentes del maniqueísmo serbio que llega a Italia del Norte o Champaña a través de
las rutas comerciales. El catarismo se individualiza a partir de 1170 en Lombardía y el
Languedoc a raiz de la misión del obispo bogomilo 1 Nicetas, siendo en esta última región
donde prende con más intensidad. No es fácil explicar las razones de la expansión del
catarismo en el Languedoc, que fue aceptado por buena parte de la población, sin
restringirse a una clase social o a un trabajo determinado: a él se adhirieron tanto
aristócratas como campesinos, artesanos, e incluso curas, tanto en los campos como en
los núcleos urbanos. Su difusión derivaría de la escasa incidencia de la reforma
eclesiástica en el sur de Francia, donde el poder de la Iglesia sería menor que en otras
regiones, lo que permitió a los cátaros tanto su expansión como la creación de una
estructura eclesiática propia. Su doctrina conserva rasgos cristianos, como la continua
referencia a las Sagradas Escrituras, pero con evidentes rasgos maniqueos: el mundo
visible, la materia y el cuerpo eran obra del diablo, causa objetiva del mal, y sólo cabía
liberarse de ellos para contribuir a la lucha cósmica entre el Bien y el Mal. Por ello, los
cátaros rechazaban la validez de los sacramentos y creencias cristianas que valoraban
positivamente lo material, como el bautismo, la Eucaristía y la Resurrección. El objetivo
de la vida religiosa era el bien, la virtud y la salvación separándose absolutamente de la
materia creada por el demonio, por el Mal, tomando como modelo de vida a Jesucristo,
descendido a la Tierra no para sacrificarse por los hombres sino para mostrarles el camino
de la redención. Aunque aparentemente cristiano, el movimiento cátaro proponía una
creencia radicalmente distinta y adoptaba una organización propia: por una parte, los
puros o perfectos que, tras recibir el consolamentum o acto litúrgico de renuncia al
mundo, viven en castidad, pobreza y abstinencia; por otra, el resto de los fieles, que

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Los bogomilos son un movimiento herético con creencias maniqueas que nace en Tracia en el siglo X,
expandiéndose desde entonces por los Balcanes y otras partes de Europa.

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Grado en Geografía e Historia (2º curso)
Historia medieval universal

reciben el consolamentum a la hora de la muerte, y que practican la fe en un grado menos


elevado. Entre 1190 y 1220 los cátaros llegan a establecer una iglesia paralela en el
Languedoc, capaz de competir con la católica, lo que hace de ellos los herejes mejor
definidos y más peligrosos para ella, provocando el nacimiento de la Inquisición y el
desencadenamiento de su persecución.

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