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Grado en Geografía e Historia (2º curso)
Historia medieval universal
Las claves del sistema eran las relaciones que se anudan a través de la prestación
de homenaje del vasallo al señor, recibiendo aquél de éste un beneficio (feudo) a cambio
de un servicio de carácter militar.
La sociedad que se construyó tomando como base estas instituciones se localizó
especialmente en los territorios dominados por Carlomagno (Norte de Francia y
Alemania), floreciendo entre los siglos X y XIII, declinando a partir de entonces. Este
modelo se propagó también a alguna otra región del occidente europeo, como Cataluña
e Inglaterra.
Así pues, para la concepción institucionalista, el feudalismo es el conjunto de
relaciones feudo-vasalláticas que se establecen en las capas más altas de la sociedad,
basadas en la encomendación o vasallaje y en el beneficio o feudo.
3. SEÑORÍO Y FEUDALISMO
A partir de la aparición de la interpretación marxista se han construido grandes
debates que han intentado acercar o alejar ambas concepciones, si bien han perdurado
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las dos. Por ello, al tratar de feudalismo es necesario previamente referirse a qué se
quiere decir más o menos de forma exacta al emplear tal término.
Está muy claro a qué hacen referencia los historiadores institucionalistas cuando
hablan de feudalidad o feudalismo: en este caso se trata del conjunto de relaciones que
liga a los grupos dominantes de la sociedad medieval y, concretamente, al estamento
militar, dejando de lado todo lo que haga referencia al trabajo de la tierra, su propiedad,
la forma en que esta capa superior se hace con los excedentes productivos, etc.
Para estos historiadores son diferentes las relaciones establecidas entre esa capa
superior –militar– de la sociedad a las que se establecen entre ese grupo social con los
demás. Para el estudio de este tipo de relación socio-económica, se acuñó el término de
régimen señorial. El feudalismo o régimen feudal y el régimen señorial tienen muchos
puntos de contacto pero afectan a cosas claramente diferenciadas. Es en el marco de este
régimen señorial en el que habría que estudiar las relaciones de los señores con los
campesinos, el trabajo de la tierra, la propiedad de ésta, la jurisdicción de los señores
sobre los campesinos, etc.
A pesar de todo, parece difícil separar claramente una y otra cosa, pues acaban
imbricándose ya que ciertos aspectos económico-sociales caracterizan esa sociedad
feudal y, desde luego, no hacen referencia en exclusiva al grupo social privilegiado sino
a la forma en que este se impone sobre el resto de la sociedad.
En esta línea, cabe destacar los estudios siguientes:
• La sociedad feudal, de Marc Bloch: funde en su estudio el feudalismo
propiamente dicho y el régimen señorial.
• Señorío y feudalismo, de Robert Boutruche: estudia ambas cosas que afectan
a la sociedad de la Edad Media, el señorío y el régimen feudal y, aunque
restringe el término feudalismo a los vínculos de dependencia, de hecho
muestra asimismo la íntima relación entre ambos fenómenos.
• El feudalismo. Un horizonte teórico, de Alain Guerreau: concibe el
feudalismo como un sistema de producción basado en 1) la vinculación de
los hombres a la tierra, y 2) la cohesión de la organización de la aristocracia.
Guerreau introduce un nuevo integrante que, a su juicio, es imprescindible
para entender la sociedad feudal: la Iglesia, sin la cual –para él– es
inconcebible todo el sistema feudal.
En realidad, no se puede estudiar ni entender el feudalismo estudiando en
exclusiva las relaciones personales entre la élite militar o en el sistema de gobierno
carolingio, pues no puede olvidarse la problemática ligada al trabajo de la tierra y la
dependencia de los campesinos.
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4. SEÑORES Y CAMPESINOS
Para la versión marxista del feudalismo, aceptada por otras corrientes, el estudio
ha de centrarse en la oposición señores/campesinos.
Los señores son una minoría definida jurídicamente frente a los productores
directos, los campesinos. El vínculo entre unos y otros es el señorío, el antiguo dominio,
transformado desde el momento en que su dueño consiguió acaparar diversas parcelas
de poder.
Prácticamente todos los campesinos durante la Edad Media (especialmente a
partir año 1000, entre los siglos0 XI y XIII, época llamada del feudalismo clásico) se
encuadrarían en una célula señorial de la misma manera que estaban ligados a una
familia, a una parroquia y a una comunidad aldeana.
La oposición señores/campesinos se basa en una diferenciación económico-
social, constituyendo las dos clases en las que se articula la sociedad medieval. Los
señores son quienes poseen unas tierras en las que está asentada una población que
depende de ellos y sobre la que ejercen unos poderes y extraen unos beneficios.
La sociedad feudal o medieval polarizada en estos dos grupos se diferencia tanto
de su antecesora, la esclavista del mundo antiguo, como de su sucesora, la sociedad
capitalista:
- Los campesinos eran en su inmensa mayoría de condición jurídica
libre, teniendo el usufructo de una tierra que, en general, podían
transmitir a sus herederos.
- A diferencia de los obreros de época capitalista, el campesino
medieval poseía ciertos instrumentos de labor (al menos, los más
simples), disfrutaba de una serie de bienes comunales (pastos,
bosques) y de su propia fuerza de trabajo (familia). Así pues, el
campesino medieval no depende económicamente de su señor de la
misma forma que su sucesor, el obrero, que vende su fuerza de
trabajo a un empresario que es el propietario de los medios de
producción.
- En estas condiciones, los señores necesitaban valerse de medios
extraeconómicos de presión para poder extraer una renta de los
productores directos, los campesinos, obteniéndola gracias a su poder
político, fuerza militar, facultades jurisdiccionales y apoyo de la
ideología dominante.
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Este crecimiento viene avalado, por ejemplo, en el siglo XIII por datos como el
procedente del señorío de Tauton, propiedad del obispo de Winchester, donde se exigía a
cada adulto varón mayor de doce años el pago de un penique anual, siendo la cantidad
percibida consignada por los funcionarios episcopales durante el período comprendido
entre 1209 y principios del siglo XIV. La suma recaudada fue en 1209 de 612 peniques,
que ascienden a 1.448 en 1311, lo que supone una tasa de incremento anual del 0,85%.
El aumento de la población en el continente pudo ser más lento, pues hay que
contar con que se partía probablemente de una masa poblacional mayor que la existente
en las Islas Británicas. Las diferencias regionales tuvieron que ser muy fuertes en las
distintas áreas europeas, con grandes contrastes dentro de cada reino. Tomando, por
ejemplo, el caso de Castilla, parece evidente la debilidad demográfica de regiones como
La Mancha o la Extremadura leonesa frente a áreas mucho más densamente pobladas
como la Tierra de Campos o ciertas comarcas gallegas.
Con la debida precaución, a causa de los problemas de las fuentes, se estima que
entre los siglos XI y XIII el crecimiento demográfico puede generalizarse a todo el ámbito
europeo, aunque con contrastes: en Italia la población se habría multiplicado por dos, en
Francia por dos y medio y –el dato más seguro– la de Inglaterra por tres entre 1000 y
1300. El crecimiento parece haber sido mayor en el norte y este del continente, en
Alemania y los países eslavos.
Este crecimiento se desarrolló con unas duras condiciones y una mortalidad
cuantitativamente importante que sólo una natalidad netamente superior, acompañada de
una mejora de las condiciones de vida, hizo aumentar la población europea entre los siglos
X y XIII. El desarrollo demográfico se logró a pesar del hambre y las enfermedades, que
continuaron golpeando a la población más duramente a medida que se desciende en la
escala social.
El hambre era un peligro omnipresente. El hombre vivía de la tierra y dependía de
lo que sus campos producían, con lo que estaba continuamente atento a la climatología, a
merced del mal tiempo y de las malas cosechas. Señala J. Le Goff como en el folklore
campesino los mitos de la gran comilona gozan de una seducción particular. Los relatos
bíblicos del maná del desierto y la multiplicación de los panes y los peces por Jesús dan
alas a la imaginación popular, lo que se refleja en la constante repetición de este tipo de
milagros en las vidas de santos que recoge La Leyenda Dorada de Jacobo de Vorágine:
Milagro de San Benito: Una gran hambre asolaba toda la Campania. En el
monasterio de San Benito, los frailes se dieron cuenta un día de que no le quedaban más
que cinco panes. San Benito, viéndolos tan afligidos, les dirigió una indulgente
amonestación para corregirlos de su pusilaniminidad. Después de lo cual, para
consolarlos, les dijo: "¿Cómo podéis estar apenados por una cosa tan poco importante?
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Hoy os falta el pan, pero nada os prueba que mañana no lo tengáis en abundancia".
Ahora bien, al día siguiente, se encontraron ante las puertas de la celda de San Benito
doscientos moyos de harina, sin que pudiese saberse, hasta el presente, a qué mensajero
confió Dios el cuidado de traerlos. A la vista de este milagro, los frailes, dando gracias
a Dios, aprendieron a no desesperarse por la escasez.
El problema del hambre azota continuamente las diferentes regiones europeas en
esta época. La causa inmediata del hambre es la mala cosecha, el desarreglo de la
climatología, bien por exceso, bien por falta de lluvias. Pero no sólo ciertos años
arbitrarios de mal tiempo provocan hambre en la población, sino que ésta es relativamente
cíclica: con bastante regularidad, en todas partes cada tres, cuatro o cinco años, una
penuria de grano da lugar a una escasez que, aunque menos espectacular que los años
verdaderamente malos, provoca la muerte en una comarca. Pero las consecuencias de los
años desastrosos toman tintes dramáticos. Así se refiere el monje cronista Raúl Glaber al
hambre que asoló Borgoña en el año 1033:
En la época siguiente, el hambre comenzó a extender sus estragos por toda la
tierra y se temió que el género humano fuera a desaparecer casi entero. Las condiciones
atmosféricas se hicieron tan desfavorables que no se presentaba tiempo propicio para
ninguna siembra y, sobre todo a causa de las inundaciones, era imposible levantar las
cosechas ... Lluvias mcontínuas empaparon la tierra entera hasta el punto de que durante
tres años no fue posible cavar surcos capaces de recibir la semilla. En el tiempo de la
siega, las malas hierbas y la triste cizaña habían cubierto toda la superficie de los
campos. Un moyo de simiente, donde mejor rendía, daba a recoger un sextario, y el
propio sextario producía apenas un puñado ... Como la escasez golpeaba a la población
entera, los grandes y los de la clase media enflaquecían con los pobres; los pillajes de
los poderosos debieron interrumpirse ante la indigencia universal. Si por azar hallaba
alguien en venta algún alimento, quedaba al arbitrio del vendedor tomar el precio o
exigir más. En muchos lugares, un moyo se vendía a sesenta cuartos y un sextario a
quince. Entre tanto, una vez que fueron comidas las bestias salvajes y los pájaros, los
hombres se pusieron a recoger, bajo el imperio de un hambre devoradora, toda clase de
carroñas y cosas horribles de decir. Algunos recurrieron, para escapar de la muerte, a
las raíces de los bosques y a las hierbas de los ríos; pero en vano; el único recurso contra
la venganza de Dios es ensimismarse. Finalmente, cundió el horror ante el relato de las
perversidades que reinaron entonces sobre el género humano. ¡Ay!, cosa rara vez oída
en el curso de los tiempos, un hambre rabiosa empujó a los hombres a devorar carne
humana. Los viajeros eran raptados por individuos más robustos que ellos, los que
descuartizaban sus miembros, los cocían al fuego y los devoraban. Muchas personas que,
huyendo del hambre, se trasladaban de un lugar a otro y en el camino hallaban
hospitalidad, durante la noche fueron degollados y sirvieron de alimento a los que habían
degollado. Muchos atraían a los niños a lugares apartados, mostrándoles una fruta o un
huevo, y los masacraban y devoraban. En muchos sitios los cuerpos de los muertos fueron
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2. LA EXPANSIÓN AGRARIA
El crecimiento demográfico que experimenta la Europa occidental está ligado a la
expansión económica generalizada que, en un mundo predominantemente rural, se liga al
desarrollo de la agricultura. Los factores que explican esta expansión son:
• La mejora de la condiciones climáticas.
• El progreso técnico. Si bien muchos de sus elementos eran ya conocidos en épocas
anteriores, es en el siglo XI cuando se generaliza su uso en Europa, como ocurre
con el arado de vertedera o los molinos hidráulicos.
• Las innovaciones en la mecanización de batanes y forjas.
Todo esto conduce a la expansión demográfica y la roturación de nuevas tierras,
que se plasma en la multiplicación de aldeas y comunidades rurales así como en la
creación de nuevos núcleos urbanos –muchos de los cuales no llegarán a desarrollarse del
todo–.
Ejemplo de la expansión a nivel europeo es el proceso denominado Drang Nach
Osten (Marcha hacia el Este), desarrollado desde el Sacro Imperio Romano Germánico
por Enrique el León, duque de Sajonia y Baviera, junto con Alberto el Oso, fundador de
la marca de Brandemburgo. Se tratas de un proceso expansivo desde el Imperio que tiene
su objetivo principal en territorios del este de Europa, en el espacio entre el Elba y el
Oder.
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herreros del condado de Heresford fabricarían unas ciento veinte herraduras, con las que
sólo se podría equipar un pequeño ejército.
Mayor relieve que los progresos en el dominio de la energía animal y en la
construcción de los aperos de labranza tiene el dominio de las fuerzas de la naturaleza
para aplicarlas a las necesidades humanas. En este sentido el paso más destacado es la
proliferación de MOLINOS por toda la Europa plenomedieval. Conocido desde tiempos
antiguos, el MOLINO HIDRÁULICO no se difunde por el continente hasta los siglos IX y X,
generalizándose en las centurias siguientes en todos los ríos y arroyos. El Domesday Book
certifica la existencia en el reino británico de al menos 5.624 molinos, que viene a suponer
un molino por cada tres núcleos de población. A mediados del siglo XII Toulouse tiene
24 en el Bazacle y 15 en el Daurade.
Por otra parte, durante la Antigüedad los molinos se habían utilizado básicamente
para moler el grano; aparte de su generalización, en tiempos medievales se diversifica su
uso. Durante los siglos XI y XIII se divulga la ALMAZARA o molino de aceite, adaptado
tanto para la trituración de la aceituna como de las pulpas de nuez verde o de cualquier
semilla oleaginosa. La fuerza hidráulica fue también empleada en la industria textil y en
la metalúrgica para mover los mazos de los BATANES o los martillos en la transformación
del hierro.
Además de las corrientes fluviales otras fuerzas fueron aprovechadas para mover
la maquinaria de los molinos: en el siglo XI aparecen a orillas del Atlántico presas de
compuertas móviles que dejan escapar el agua en los momentos de bajamar, aunque el
carácter aleatorio e irregular de la mareas hizo que los intentos no fuesen exitosos,
quedando los molinos de marea como casos aislados. Más suerte tuvieron los MOLINOS
DE VIENTO, que, aunque lentamente, se extienden por Europa durante el siglo XIII. La
primera noticia sobre un molino de este tipo, con aspas girando en torno a un eje
horizontal es de 1185. Su difusión se limitó a regiones con una mala red fluvial o
excelentes condiciones eólicas, como Holanda.
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este cambio con una mayor necesidad de prados -en el bienal existe una mayor proporción
de tierra susceptible de ser destinada a la alimentación del ganado- o a otras razones de
reorganización del terrazgo, como ocurre en Alsacia, donde se prefiere el sistema de dos
hojas ante una mayor demanda de trigo por parte de las ciudades de la región. La ventaja
de la triple alternancia consiste en el aumento de la producción, pues en el sistema de año
y vez permanece en barbecho la mitad del terreno, que se reduce a un tercio en la rotación
trienal. Ésta se impuso en zonas fértiles, como Picardía, donde se observa a finales del
siglo XII; en la centuria siguiente las menciones a la rotación trienal se multiplican,
especialmente en los grandes dominios monásticos
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también el de otros productos esenciales, como la sal, el pescado o también algún material
de construcción.
A partir del siglo XI se generalizan los privilegios para celebrar mercados y ferias
a distintos núcleos urbanos, siendo esa concesión característica de las nuevas villas que
nacen en la Europa de la época. Estos mercados tienen niveles diferentes que van desde
el puramente local o comarcal que se desarrolla semanal o quincenalmente a las grandes
ferias internacionales que se celebran anualmente, pasando por niveles intermedios como
el de las ferias que tienen trascendencia regional.
Entre las internacionales, las más tempranas en desarrollarse son las FERIAS DE
CHAMPAÑA, de las que comienza a haber noticia en la primera mitad del siglo XII y que
se desarrollan en la segunda mitad, manteniendo su esplendor durante buena parte del
siglo XIII. Su éxito se debe en buena medida a su ubicación, al situarse Champaña en el
cruce principal de caminos terrestres entre las regiones más desarrolladas de la época, en
especial la vía que unía Italia con Flandes. Esta situación estratégica en los caminos de
Europa fue aprovechada por los condes de Champaña, que dieron cobertura legal y
aseguraron a mercancías y mercaderes para que acudiesen a ellas –aseguraron, por
ejemplo, que los comerciantes no pudiesen ser jugados o prendados por obligaciones
externas a las propias ferias–, ejerciendo una baja presión fiscal. Las ferias se organizaron
formando un ciclo anual: la de Lagny se celebraba en enero y febrero, la Bar-sur-Aube
en febrero-marzo, la de Provins en mayo-junio, la cálida de Troyes entre el 24 de junio y
el 13 de septiembre, la de San Ayoul de Provins entre el 14 de septiembre y el primero
de noviembre, y la fria de Troyes en noviembre-diciembre. El ciclo de seis ferias permitía
la previsión de las actividades mercantiles. Los mercaderes se organizaron por su zona de
procedencia, a veces con edificios propios, otras con cónsules, como los italianos,
delegando la representación –como los del Languedoc, representados por los de
Montepellier– o formando agrupaciones o hansas, como las de 17 ciudades de Flandes y
territorios próximos. Los principales productos de intercambio eran los paños y tejidos
flamencos, mercería y especias importadas por los italianos y el vino de la Francia
septentrional. Paulatinamente fue cobrando mayor importancia la ejecución de pagos y
otras operaciones financieras, sin que las mercancías estuviesen necesariamente
presentes; contribuyeron así al desarrollo del crédito, mayoritariamente en manos
italianas.
En la segunda mitad del XIII las ferias de Champaña empiezan a declinar para
perder su papel preponderante a nivel europeo en las primeras décadas del XIV. Los
factores fueron diversos, entre otras: la anexión del condado al dominio directo de los
reyes de Francia, que protegían la feria de Lendit en Saint-Denis, a las afueras de París;
el desarrollo de la pañería italiana; la apertura de nuevas rutas, como la del Estrecho de
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Gibraltar, que conectó por mar a las ciudades italianas con el Canal de la Mancha, o el
uso de los pasos alpinos entre Alemania e Italia; o la sedentarización de los principales
mercaderes, que comenzaron a utilizar delegados y agentes. El declive de las ferias de
Champaña se compensó con el desarrollo de otras, como la de Chalon-sur-Saône.
Si los primeros comerciantes estuvieron muy ligados a la artesanía y el comercio
local, a partir del XII aumenta una categoría de mercaderes que se dedica al tráfico de
productos de lujo o de las producciones artesanales, sobre todo textiles, de mayor precio,
todo ello a escala interregional. La intensificación de las relaciones comerciales dio lugar
al nacimiento de agrupaciones de mercaderes que aseguraron el alto nivel de
intercambios: las asociaciones de comerciantes y las sociedades de comercio. Las
primeras, constituidas en gildas o hansas, tenían como fin proteger a sus miembros, tanto
social y espiritual como jurídicamente, lo que condujo a sentar las bases de un derecho
mercantil común para el ámbito atlántico. El modelo más acabado de estas asociaciones
será en el siglo XIII LA HANSA de las ciudades germánicas, que agrupa a las de la costa
báltica y Colonia. Sus orígenes estan en las agrupaciones de mercaderes en el extranjero
que comienzan a aparecer en el siglo XI. En 1161 se conforma una hansa –cooperativa o
asociación mercantil– en Visby, en la isla sueca de Gotland, en la que pronto va adquirir
un protagonismo preeminente la recién fundada –en 1158– ciudad de Lübeck. La Hansa
teutónica se conforma en 1281, cuando la de los mercaderes de Colonia en Londres se
unió a las de Hamburgo y Lübeck. Los hanseáticos trabajaban con mercancías de gran
volumen, como minerales, madera, pieles, pescado salado, trigo de Prusia, etc.
Las sociedades de comercio se desarrollaron más temprana y abundantemente en
las ciudades italianas interesadas en el comercio a larga distancia. La forma más sencilla
fue la commenda, en la que uno o varios comanditarios aportaban el capital para efectuar
un negocio y un mercader prestaba su trabajo, haciendo el viaje y efectuando las
transacciones. Realizada la operación, los beneficios se repartían: tres partes para los
socios capitalistas y una para el comerciante. Posteriormente y con algunas variantes, la
commenda se transformó en la societas maris y la societas terrae genovesas y en la
collegantia veneciana, dos modelos de sociedad en los que el mercader aportaba parte del
capital.
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1. LA CIUDAD MEDIEVAL
No es fácil definir exactamente qué es una ciudad medieval, pues los burgos de la
época no son en absoluto comparables a las actuales. Por de pronto, no existe oposición
entre el campo y la ciudad, pues en la mayoría de ellas una parte muy importante de la
población se dedica a la agricultura y dentro del propio recinto urbano existen terrenos
para labrar –huertos–, criándose también ganado en las casas. De esta manera, es
relativamente complejo delimitar qué núcleos pueden considerarse urbanos,
distiguiéndolos de las grandes aldeas.
1) En primer lugar, en la ciudad aparece una manifestación de la autoridad: el rey
o la aristocracia local están habitualmente en el origen de las ciudades a dos niveles: en
la concesión de privilegios al grupo ciudadano y en la formación o aparición inicial de la
comunidad que recibe esos privilegios.
2) La aglomeración poblacional da lugar a una progresiva división social del
trabajo: el artesanado, que en el campo se establece en lugares dispersos, se concentra en
los núcleos urbanos y atrae y difunde el dinero. A pesar de que en ciertos burgos pequeños
sea predominante la población dedicada a la agricultura, es el núcleo de artesanos el que
diferencia a la ciudad de las aldeas circundantes.
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más tarde, aunque será Florencia la que durante los siglos XII y XIII imponga su
hegemonía en la región. Más al Norte, Milán supera a Pavía al encontrarse más cerca de
los pasos alpinos y desarrollarse su capacidad manufacturera en los siglos XI y XII.
FLORENCIA
Con un mediocre pasado antiguo, Florencia se benefició de la reactivación
económica medieval, logrando del emperador los privilegios que permitieron su
expansión. Durante el siglo XI aparecen en la villa nobles y caballeros que se enriquecen
gracias a la actividad comercial. El éxito de la ciudad se manifiesta en su crecimiento,
que rebasa ampliamente el antiguo recinto romano durante el siglo XII. Es también en
esta centuria cuando -entre 1125 y 1138-, al lado de la administración del obispo y del
vizconde aparecen las primeras manifestaciones del gobierno autónomo de los
florentinos.
Florencia medieval
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por los florentinos en el año 1125 marca el principio de la expansión del poder de la
ciudad, que acabar por hacerse dueña de Toscana, disputada con Lucca, Pisa y Siena.
Florencia afirma su rol comercial e industrial superando a todas sus otras rivales toscanas
y ejerciendo la primacía en la región.
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ARRÁS
Civitas romana, Samarabriva, capital de los atrebates, se convirtió en sede de un
obispado en época bajoimperial, asentándose probablemente su catedral sobre un templo
romano. A mediados del siglo VII tuvo lugar un hecho trascendental en su historia: la
fundación de la abadía de Saint-Vaast, al otro lado del arroyo Crinchon y relativamente
alejado (600 m.) de la ciudad romana. En el siglo IX el núcleo monástico adquiere el
protagonismo urbano en función de su crecimiento demográfico, demostrado por la
fundación de dos iglesias y la construcción de una muralla que lo rodea.
Este desplazamiento de las actividades urbanas desde el antiguo núcleo –la cité–
al de nueva creación es un hecho que se observa en otras ciudades, invalidando la
explicación por causas locales. Se supone que el monasterio, Saint-Vaast en este caso, es
más activo y dúctil que la antigua catedral, favoreciendo la peregrinación e instalación de
pobladores. Sus propiedades producían una serie de excedentes que atrajeron a los
comerciantes al tiempo que a su alrededor parte de la población campesina cambiaba su
actividad a menesteres artesanos. De esta manera, la ville –el burgo monástico– nace y se
desarrolla ampliamente frente a la cité, heredera de la tradición romana y sede del obispo.
Las incursiones normandas provocaron un hiato en la vida de la ville al ser
arrasada la abadía de Saint-Vaast, aunque el monasterio se reconstruyó pronto y, tras él,
la población volvió a acudir. Fue también en este lugar donde el conde de Flandes
estableció su residencia en la ciudad. En torno a las murallas que cercaban el recinto del
burgo del siglo X se fueron estableciendo en la centuria siguiente tejedores al tiempo que
la población iba en aumento. Por su parte, los comerciantes se establecieron un poco más
lejos, hacia el nordeste de la iglesia de Santa Cruz donde, a finales del siglo XI, se va
configurando el Gran Mercado, que dio origen a la actual Grand Place de la ciudad. En el
siglo XII las grandes familias de mercaderes que dominan a partir de entonces la
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REIMS
Reims puede servir como ejemplo de una villa binuclear de tamaño medio que,
sin rango de capital, depende durante los siglos XII y XIII del tráfico comercial entre
Italia y Flandes a través de las ferias de Champaña, no muy lejos de esta población. Su
relativa mediocridad a nivel comercial se compensa por su función político-religiosa que
confieren a la villa un carácter netamente eclesiástico.
De origen romano, la cité consiguió gran importancia al ser sede de un
arzobispado que goza de gran fama al haberse realizado en Reims la conversión al
catolicismo de Clodoveo. El arzobispo es la autoridad principal de la ciudad, desplazando
al poder real y al de los condes de Champaña. Como en Arrás, en Reims se desarrollan
dos núcleos: la cité, ciudad señorial residencia del arzobispo, y el burgo de Saint-Rémi,
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suburbio nacido en torno a esta abadía en el que viven gentes dedicadas al cultivo del
vino. Dos núcleos diferentes pero con una orientación distinta a la de Arrás, pues el
suburbio anexo al núcleo antiguo ciudad no desplaza a ésta. Por otra parte, el espacio
comprendido dentro de las murallas de Reims no llegó a urbanizarse en todo el período
medieval, prolongándose únicamente hacia el río la cité. En ésta comienza a diferenciarse
a mediados del siglo XI un sector mayoritariamente eclesiástico, al sur de la cité y
alrededor de la catedral, donde viven arzobispo y clero catedralicio, a los que se añade el
monasterio femenino de Saint-Pierre-aux-Dames; frente a él, la parte norte alberga a la
población artesana y mercantil, situándose el mercado en el antiguo foro de época romana,
donde probablemente se celebra la feria urbana. Alrededor de esta plaza aparecen
progresivamente la calle de los Carniceros, del Mercado de la Lana, del Mercado del
Trigo, etc.
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los burgueses alcanzan cierta autonomía para ventilar sus diferencias, poder episcopal
continúa presente y no les permitirá una libertad total.
BRUJAS
Sin pasado romano alguno, Brujas, la ciudad comercial más importante del norte
de Europa desde el siglo XII hasta finales de la Edad Media, tuvo su origen en el castillo
del conde de Flandes y en la iglesia de San Donaciano.
Como otros núcleos de este espacio, sufrió los embates normandos, siendo
destruida en el 882, aunque pronto reocupada, pues así consta sólo diez años después. Su
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gran desarrollo se comprueba a finales del siglo XI, cuando, en 1090, se construye una
nueva muralla, quedando en el centro de la ciudad el mercado nuevo, donde se construye
el ayuntamiento. Este crecimiento es la expresión de la prosperidad de los campos que
rodean a Brujas y de toda la región en general, cuyos excedentes demográficos acuden a
instalarse en los núcleos urbanos.
Las instituciones urbanas y las libertades de los ciudadanos de Brujas aparecen
en el siglo XII, cuando se observan también las primeras organizaciones que estructuran
la solidaridad de la comuna. Ambas manifestaciones son muestra de la política benéfica
de los condes de Flandes para con la villa, pues les otorgaron franquicias y privilegios.
Los condes vieron las amplias posibilidades que les ofrecía el engrandecimiento de las
ciudades, integrando este nuevo dinamismo urbano en su política. Concretamente, Brujas
adquirirá una gran autonomía y sus libertades le permitirán acoger a mercaderes
extranjeros que darán a la ciudad un aire cosmopolita e hicieron de ella el gran centro
comercial del Norte de Europa en donde se instalan italianos, ingleses, alemanes,
castellanos, etc. A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades flamencas, Brujas será
un centro eminentemente comercial frente a Gante o Yprés, donde es la producción textil
la actividad más destacada.
MAGDEBURGO
Sobre el curso medio del Elba, en su orilla izquierda, Magdeburgo se asienta en
un lugar en el que el río, gracias a su división en varios brazos, es fácilmente vadeable.
De orígenes prehistóricos, en época carolingia posee triple función: militar, religiosa y
económica. En el Domburg estaban el castillo y la iglesia de San Esteban, quedando hacia
el norte el wik –Magdeburgo fue primero Wikstadt– que, cercano al puente que cruza el
Elba, recibe el asentamiento de los mercaderes. Pero el esplendor de Magdeburgo data
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del siglo X, cuando entre 929 y 937 Otón I reside en la ciudad transformando el castillo
en palacio imperial y la iglesia de San Esteban en catedral, uno de los monumentos más
importantes levantados por el emperador. A unos 800 m. al norte, el Altstadt alberga el
mercado, el ayuntamiento y la iglesia de San Juan. Entre ambos núcleos se desarrolla la
ciudad que, a principios del siglo XIII, recibe un nuevo apéndice con la Neustadt, datada
en 1209 con ocasión de la fundación de la iglesia de San Lorenzo, y que se desarrollará
posteriormente todavía más. Todos estos elementos fueron rodeados por una muralla.
Magdeburgo
BRUNSWICK
Ciudad polinuclear, Brunswick tiene su origen en el Domburg del siglo X,
rodeado posteriormente de cuatro barrios. El Domburg reúne dentro de sus muros la
fortaleza de los duques de Sajonia y la catedral de San Blas, reconstruida por Enrique el
León hacia el año 1030.
Por orden de aparición y rodeándolo están el Alte Wike –anterior a 1030–, el
Altstadt –posterior a 1100–, Hagen –de la segunda mitad del XII– y la Neudstadt –de
finales de este siglo–. El Alte Wike, primero en desarrollarse, delata su nacimiento como
uno de los portus de comerciantes habituales en la zona. Al oeste, el Alstadt, de comienzos
del siglo XII, se organiza en un eje norte-sur de varias calles que se reúnen en sus
extremos, dejando en medio la iglesia de San Pedro, tras la que se encuentran el
ayuntamiento y la plaza del Mercado.
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Al otro lado del Oker, en 1160 Enrique el León impulsa la creación del Hagen,
con grandes islotes rectangulares y una plaza central, la Hagenmarkt, ocupada en parte
por la iglesia de Santa Catalina. Por último, a finales del XII, el Neustadt presenta una
estructura en huso parecida a la del Alstadt, partiendo sus calles del mismo lugar. Estas
cinco partes conformarán un núcleo en 1269, cuando se rodeen todos ellos de una sola
muralla quedando un espacio libre entre ellas: el Sack, que no se llenará de viviendas
hasta el siglo XIV.
CRACOVIA
La ciudad tiene su origen en el castillo que domina el Vístula, el Wawel,
documentado en el siglo X con una aglomeración a su alrededor que irá creciendo en los
siglos posteriores. La destrucción de la ciudad por los mongoles en 1241 marca una nueva
etapa en su historia: el duque Boleslao el Grande hizo un llamamiento para poblarla
concediendo amplios privilegios. Allí acudieron borgoñones, alemanes, flamencos,
checos, húngaros e incluso italianos, aunque la mayor parte de la población será polaca y
procedente de los campos circundantes, que se dedicará al trabajo artesanal. La nueva
población se establece en el llano y su centro lo constituye la gran plaza del Mercado,
donde se levanta la iglesia de Santa María.
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PRAGA
Capital de Bohemia y una de las más importantes ciudades de Europa, Praga
aparece esparcida a ambos lados del Moldava y entre dos núcleos defensivos: el Hradcany
al norte y el Vysehrad al sur. De ellos, el más importante es el Hradcany, centro político
y religioso de la ciudad y del reino que manifiesta en sus edificaciones esas funciones. En
él se encuentran el castillo de Praga, sede de los reyes de Bohemia, y la catedral de San
Vito, además de la iglesia de San Jorge. Esta zona estaba amurallada ya en el siglo XI y
bajo ella se fue desarrollando la ciudad. En 1257 Otocar II funda al lado del río el barrio
de Mala Strana creando un eje paralelo al Moldava con su centro en la plaza de San
Nicolás; éste será el barrio elegido posteriormente por la nobleza para instalar sus
palacios.
Es en el lado derecho del Moldava, sin embargo, donde la urbe se desarrolla
verdaderamente. En el siglo XI lo hace la ciudad vieja –Stare Mesto– que tiene su centro
en la Plaza del Mercado, presidida por el ayuntamiento y la iglesia de Nuestra Señora del
Tyn, a partir de la cual salen las calles de forma radial. En ella queda englobado, al
noroeste, el barrio judío. En un pliegue del terreno entre la ciudad vieja y el Vysehrad,
Carlos IV funda en 1348 la villa nueva, en tierras en parte ya ocupadas. Su centro es otra
gran plaza en la que se instala el ayuntamiento de esta ciudad nueva. Como punto de
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contacto entre ambas se sitúa la actual Plaza de San Wenceslao, antiguo mercado de
caballos de la ciudad.
El punto neurálgico de Praga es el puente que une ambas orillas del Moldava.
Datado en época románica, fue renovado por Carlos IV en el siglo XIV y se apoya en una
pequeña isla. De 500 m. de longitud, está fortificado en sus dos extremos.
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LÜBECK
La ciudad que llegará a ser cabeza de la Hansa tiene su origen en un wik fundado
en 1143 por el conde Adolfo de Schauenburg en torno a la catedral y sobre el castillo
levantado también por este conde aprovechando un antiguo gorod eslavo. En 1159
Enrique el León de Sajonia decide crear una ciudad nueva que atraiga a los mercaderes
de la zona báltica y eslava. Su función comercial se pone de relieve en la posición central
del mercado, dirigido por completo por los mercaderes, con sus tiendas y calles, en las
que se encuentran también los artesanos especializados (armeros, orfebres, fabricantes de
agujas, curtidores...). A su lado se localizan la Casa Comunal y la iglesia de Nuestra
Señora, la iglesia de los mercaderes, típica en las ciudades de la Hansa.
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1. LA REFORMA GREGORIANA
Se conoce como «reforma gregoriana» un amplio movimiento de reestructuración
de la Iglesia latina que comienza a mediados del siglo XI y termina en la década de los
veinte del siglo XII. Recibe su nombre del papa Gregorio VII (1073-1085), quien lleva al
máximo las pretensiones temporales del pontificado.
A mediados del siglo XI los grandes problemas que afectan a la Iglesia, tanto a las
sus estructuras como a la vida religiosa, son tres: 1) la intromisión de los laicos; 2) el
tráfico de oficios eclesiásticos (simonía); y 3) la inmoralidad de la clerecía en general
(nicolaísmo). Algunos obispos habían intentado poner remedio a estos problemas,
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aunque sin mucho éxito; otras tentativas habían partido del Imperio y, por último, la
renovación de la vida religiosa fue planteada por varias fundaciones monásticas, la más
destacada de las cuales es San Pedro de Cluny. La adscripción de este monasterio a la
reforma eclesiástica se demuestra en el acceso de sus monjes a la curia pontificia en la
segunda mitad del siglo XI, llegando uno de ellos, Urbano II, a papa.
Las manifestaciones esenciales de la reforma gregoriana son varias: en primer
lugar, se busca el reforzamiento de la autoridad pontificia y la afirmación de su primacía
en el seno de la Iglesia; en segundo, la libertad de las elecciones episcopales y la condena
a la investidura laica; y, por último, se pretende la reforma moral de la clerecía.
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mejor postor. Concilios y legados continuaron prohibiendo la simonía, si bien los papas
se vieron obligados a transigir en ciertas ocasiones. De todas formas, la actitud enérgica
de los pontífices, la efectividad y perseverancia de sus legados y la ayuda de los concilios
provocaron hacia 1125 una neta mejora en la elección de los obispos europeos.
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incontinentes y envió por Europa a legados que hiciesen efectivas estas acciones. En 1075
un decreto pontificio condena la investidura laica, punto que se convertirá en el asunto
más conflictivo durante los años siguientes y que traerá de cabeza a papas, reyes y
emperadores. El mismo año, se redacta el Dictatus Papae, texto que define los principios
básicos de la teocracia pontificia.
Los fundamentos teóricos de la supremacía pontificia están perfectamente
expresados en el documento: la autoridad espiritual está por encima de la temporal, a la
que se aparta completamente –o eso se pretende– de inmiscuirse en asuntos eclesiásticos.
El papa es la máxima autoridad moral del mundo y tiene jurisdicción suprema en
problemas de fe, aparte de ser el único capaz de juzgar obispos, convocar concilios y
garantizar la libre elección canónica de los cargos de la Iglesia. El Dictatus concentra los
poderes en el pontífice de una forma hasta entonces desconocida y con un grado de
centralización jamás alcanzado, pues afirma la exigencia teocrática de sumisión del poder
temporal a la autoridad espiritual, en última instancia, y la capacidad pontíficia de deponer
incluso al emperador.
Este programa de la sede de Roma puso en jaque a buena parte de los monarcas
europeos de la época. Mientras que en la España cristiana y en Inglaterra no hubo reacción
alguna, en Francia se manifestó cierta oposición, aunque la protesta más destacada vendrá
de Alemania, en donde la disconformidad del emperador contó con la de la propia
jerarquía eclesiástica germana.
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En Francia las investiduras laicas habían cesado sin ruptura de ningún tipo. El
problema con el monarca Capeto, Felipe I, había surgido al raptar el rey a la duquesa de
Anjou –con acuerdo de ésta–, lo provocó la excomunión de la pareja. Solventado el
problema en 1104, pocos años después el clero francés, reunido en Troyes por Pascual II
(1109-1118), prohibió la investidura laica, lo que fue aceptado por Luis VI, quien
solamente exigirá a sus obispos el juramento de fidelidad.
Mientras tanto, los emperadores continuaron con el violento enfrentamiento con
la sede pontificia nombrando e invistiendo directamente los cargos episcopales en
Alemania. Enrique V (1106-1125) continuó la política de su padre, presentándose en
Roma en 1110 con un gran ejército para ser coronado emperador. Se llegó entonces a una
solución tan original como radical: para acabar con la investidura laica, el papa estaba
dispuesto a renunciar a todas las temporalidades propias de los obispos germanos.
Enrique V subordinó la puesta en vigor de este acuerdo a la ratificación por el episcopado
alemán. Por supuesto, el acuerdo no fue refrendado sino que horrorizó a la nobleza
alemana, tanto laica como eclesiástica, puesto que suponía acabar con ésta. Contra el
acuerdo estuvieron juntos los partidarios del papa y los del emperador. Mientras tanto,
Enrique V tomaba prisionero a Pascual II y lo obligaba a coronarlo y a reconocerle el
derecho de investidura de los obispos.
Este último compromiso, sacado a la fuerza, fue rápidamente anulado por el papa
tan pronto se vio libre de la presión imperial. En 1117 Enrique V acudió de nuevo a Roma
para que el papa coronase emperatriz a su mujer, Matilde de Inglaterra, pero Pascual II
huyó de la ciudad. Al año siguiente moría el papa y, frente al elegido por los cardenales
–Gelasio II (1118-1119)–, el emperador nombró al antipapa Gregorio VIII. El pontífice
romano, Gelasio, excomulgó, una vez más, al emperador y también a su competidor,
aunque, partidario de la paz, organizó una reunión con Enrique para llegar a un acuerdo
en el que mediaría Luis VI de Francia y que tendría lugar en Vezelay. Camino de esta
ciudad moría Gelasio II en Cluny (1119).
Su sucesor, Calixto II (1119-1124), era un fuerte partidario de la supresión de la
investidura laica pero también deseaba poner fin a la querella. Para obtenerlo envió a
Enrique dos compromisarios con el fin de encontrar un acuerdo parecido al que se había
hallado con Francia e Inglaterra. Este acuerdo llegará en 1122 mediante las declaraciones
constitutivas del CONCORDATO DE WORMS. Enrique V renunciaba a la investidura
episcopal por el anillo y la cruz, garantizando la libre elección de los obispos. Por su parte,
el papa le consentía estar presente en esas elecciones y en conceder los derechos
temporales al electo mediante la concesión del cetro. De esta manera se concretaba la
diferencia que existía entre lo espiritual y lo temporal, reflejado cada uno en la doble
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investidura: el anillo y la cruz para lo espiritual y el cetro para lo temporal; se imponía así
en Alemania lo que años antes se implantara en Inglaterra y Francia.
El Concordato de Worms es el último escalón del ascenso fulgurante del
pontificado desde mediados del siglo XI. Tanto por su victoria sobre las pretensiones
laicas como por su reforma interna, la Iglesia medieval se afirma triunfante. Por supuesto,
los problemas no terminaron con este concordato ni con los hechos con Francia e
Inglaterra pues, aunque el problema de las investiduras quedó resuelto, durante el resto
de la Edad Media permanece el conflicto sobre a quién correspondía nombrar a los
obispos. A pesar de ello, la lucha por las investiduras marcar un cambio de gran
trascendencia en el papel internacional de la Santa Sede, que continuará defendiendo su
puesto como cabeza de la Cristiandad.
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al papa la capacidad de canonizar e instituir santos y reduce el patronato laico sobre las
iglesias propias, negando que sean propiedad de los patronos, restringiendo el papel de
éstos a la presentación ante la autoridad episcopal del clérigo que ha de servirlas.
Aparte de los conflictos con el Imperio, el papa interviene en la década de los
sesenta en el reino de Inglaterra a causa del enfrentamiento de su monarca, Enrique II
Plantagenet, con Tomás Becket, arzobispo de Canterbury. El rey pretendía potenciar los
derechos tradicionales de la monarquía inglesa sobre su episcopado: en las conocidas
como CONSTITUCIONES DE CLARENDON (1164) prohibía toda apelación a Roma, extendía
la justicia laica a los clérigos en ciertos casos cuya culpabilidad estuviese probada y exigía
que los obispos electos presentasen vasallaje al rey antes de ser consagrados y que,
además, procediesen del grupo de clérigos de la capilla real. Antiguo colaborador de
Enrique, Tomás Becket, como primado de Inglaterra y defensor de las libertades de la
Iglesia, se negó a aceptar las constituciones regias, teniendo que exiliarse del reino.
Vuelto a éste, en 1170 fue asesinado en su misma catedral por cuatro caballeros, aunque
se consideró culpable a Enrique II. El crimen tuvo gran difusión por toda Europa y Becket
fue considerado mártir y canonizado inmediatamente por la Iglesia, obligando el
escándalo a que el rey admitiese su culpa y se humillase pidiendo público perdón para
que se levantase su excomunión. A pesar de todo, los legados papales en Inglaterra
acabaron por aceptar buena parte de lo dispuesto en Clarendon, lo que muestra cómo la
victoria moral del pontificado no siempre se reflejaba en hechos concretos.
La exaltación de la primacía pontificia se revela también en la celebración de los
CONCILIOS DE LETRÁN. El primero fue convocado por Calixto en 1123 para ratificar el
concordato de Worms; el segundo por Inocencio II en 1139 para mostrar la unidad
recuperada tras el cisma; mientras que el tercero, convocado por Alejandro III en 1179 y
al que asistierom más de trescientos obispos, confirmaría la unidad de una Iglesia en torno
a su superior, el papa, tras el cisma provocado por Barbarroja, manifestando la autoridad
del pontífice legítimo y su victoria sobre el emperador tras la batalla de Legnano. En los
dos últimos se refleja la nueva concepción del Derecho de la Iglesia y su centralización
en la figura del pontífice. Se reconoce al papa el poder de dictar el Derecho, con lo que
para que una disposición tenga fuerza de ley no es necesario que se adopte en un concilio:
las decisiones tomadas por el pontífice tenían el mismo valor o incluso más. De todas
formas, los papas siguen convocando concilios con el fin de que estas asambleas, en las
que está presente la alta clerecía europea, confirmen sus decisiones. Era una forma nueva
de utilizar estas asambleas clericales, pues su obra legislativa no es ahora fundamental
puesto que el Derecho emana de la autoridad pontificia. Los principios gregorianos habían
vaciado a la institución de parte de su contenido en beneficio del papado, si bien muestran
que al papa le es necesario el apoyo del episcopado, indispensable para mantener su
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primacía. Los concilios II y III de Letrán fueron muy importantes para el avance del
Derecho canónico, condenándose los vicios clásicos de la clerecía, como su matrimonio,
el concubinato y la simonía.
En el III se prohibió a los reyes cargar con impuestos a abadías y obispados, que
los obispos dispusiesen en sus testamentos de sus iglesias y se fijaron unas edades
mínimas para acceder a los cargos canónicos (25 años para el presbiterado y 30 para ser
obispo, teniendo que ser éste hijo de matrimonio legítimo). En el III Concilio se abordó
el problema de los beneficios eclesiásticos con cura de almas, en las parroquias: se
prohibió que una sola persona disfrutase de más de uno de estos beneficios, que ninguno
estuviese vacante más de seis meses, y se obligó a residir en el lugar al clérigo que lo
poseyese. Son medidas encaminadas a asegurar al pueblo cristiano una atención espiritual
correcta y luchar contra las ansias de lucro de ciertos clérigos que acumulaban varios
beneficios, no cubriendo sus deberes de la forma obligada, es decir, cobrando las rentas
que daba una parroquia sin haber aparecido jamás por ella. Se pretendía también asegurar
el reclutamiento de una clerecía digna, comenzando por el propio cuerpo episcopal. Se
trata de una nueva preocupación pastoral, procurando la Iglesia que el pueblo reciba
pastores debidamente adecuados, lo que supone un avance respecto a las asambleas de
época anterior, preocupadas en general solamente por la moralidad de la clerecía. Estas
disposiciones no serán cumplidas siempre y pusieron en manos del pontífice un nuevo
campo de control al quedar en su poder conceder las dispensas pertinentes.
Por último, en el III Concilio de Letrán se abordó el problema de las elecciones
pontificias. Era evidente que las disposiciones del siglo anterior no habían sido suficientes
puesto que habían sido la base de los cismas del XII. Su preocupación fue precisar
claramente las normas para acabar con cualquier tipo de ambigüedad: se establece que en
caso de que entre los cardenales no existiese unanimidad sería papa el elegido que
reuniese como mínimo dos tercios de los votos, y cualquier candidato que fuese
proclamado por la minoría que se negase a aceptar el resultado sería automáticamente
excomulgado.
La reorganización eclesiástica que había comenzado a mediados del XI se
extiende así a toda la Europa occidental en el XII, promovida por una mayor dependencia
y relación con Roma. Se consiguió una delimitación más precisa de la geografía
eclesiástica, empezando por las provincias y seguida por los obispados y parroquias. Con
ello se consiguió generalizar también el cobro del diezmo así como sus beneficiarios. La
elección de los obispos fue encomendada a los cabildos catedralicios y, si bien en un
principio su confirmación y consagración fueron encomendadas a los arzobispos de la
correspondiente provincia eclesiástica, progresivamente pasó a ser realizada por el papa,
acentuando así su papel preeminente en toda la Cristiandad. De la misma manera, se
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4. LA RENOVACIÓN MONÁSTICA
En las primeras décadas del siglo X se desarrollan en Europa varios movimientos
que, además de renovar el monacato benedictino, tienen como objeto liberar a los
monasterios de cualquier jurisdicción seglar. El modo de entender la regla benita de
alguna de estas casas reformadas se extenderá a otras, formando en ocasiones la
federación de varios monasterios. Es, por ejemplo, el caso de la abadía de Gorze, próxima
a Metz, reformada en 933 que, gracias a la protección de Otón I y Otón II, cuya reforma
se extenderá a más de un centenar de cenobios en el Imperio, aunque sin relación de
dependencia entre unos y otros. Otros ejemplos de abadías que consiguieron la exención
de la jurisdicción seglar son San Víctor de Marsella o la catalana San Cugat del Vallés.
De todas ellas la destinada a mayor éxito será SAN PEDRO DE CLUNY. Situada al
sur de Borgoña, en el condado de Macon, fue fundada en 910 por el duque Guillermo de
Aquitania, que la situó bajo la encomienda directa de la Santa Sede, desligándola así de
cualquier otra dependencia, tanto laica como eclesiástica. A lo largo del siglo X Cluny va
forjando su versión de la regla benedictina, a la que se añaden unas costumbres que
priman el esplendor de la liturgia y la dedicación a ella de los monjes. Bajo el abaciato de
Odilón (994-1049), que abarca la primera mitad del siglo XI, se establecen las relaciones
entre los monasterios que aceptan la reforma benedictina de Cluny y que se someten a
ella. La familia cluniacense establece un único abad, el de San Pedro de Cluny, quedando
los monasterios dependientes dirigidos por un prior. El abad de la casa matriz tiene plenos
poderes, pudiendo designar a su sucesor y corregir a los priores y comunidades de las
casas dependientes, que a lo largo del siglo XI se extienden por todo el occidente europeo.
En virtud de la exención de la jurisdicción episcopal, tanto Cluny como sus prioratos
conforman una red autónoma que depende directamente del papa, estando también libre
de la injerencia laica. El apogeo de Cluny se alcanza en la segunda mitad del siglo XI,
bajo el abaciato de Hugo de Semur (1049-1109), cuando el número de sus dependencias
supera las 1100 y se construye la llamada Cluny III, una de las iglesias más grandes de la
Cristiandad.
A lo largo del siglo XI surgen numerosas iniciativas monásticas que tienen un
importante componente eremítico que se inician en Italia en las primeras décadas de la
centuria. Entre sus protagonistas destacan Romualdo de Rávena y Juan Gualberto. El
primero es el fundador de la CAMÁLDULA (1024) y el segundo de VALLOMBROSA (1039),
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ambas en Toscana y con una interpretación muy austera de la regla benedictina en la que
se intenta combinar la vida eremítica con la conventual.
Pero es en la segunda mitad de siglo y primeras décadas del XII cuando surgen
nuevos movimientos que superarán en buena medida a los anteriores, siguiendo sus
ideales de reforma de la regla benedictina y pretendiendo volver a su pureza o
reinterpretándola para reforzar su componente ascético. Siguiendo, y mejorando, los
pasos de ciertas familias monásticas anteriores, especialmente el de Cluny, las nuevas
casas reformadas transmitirán su regla y su forma de vida a otros monasterios,
estructurándose en órdenes que, con mayor o menor fortuna, se extienden por todo el
continente. De ellas destacaremos tres: la Cartuja, Císter y Premontré, aunque merece la
pena mencionar también a San Víctor de Marsella, Grandmont o Fontevrault.
Nunquam reformata quia nunquam deformata –«Nuca reformada porque nunca
deformada»– es lema que se aplica a LA CARTUJA, que toma su nombre del lugar en que
fue fundada por san Bruno de Colonia en 1084: Chartreuse, cerca de Grenoble.
Conociendo probablemente la experiencia de los eremitas italianos, Bruno de Colonia
pretendía recuperar el sentido original del monacato benedictino. En su regla, fijada hacia
1130, se exige un estricto aislamiento y prácticamente absoluto silencio en la vida de los
monjes, convirtiéndose en una de las versiones más austeras del monacato occidental. Tal
austeridad ha hecho de la Cartuja una orden peculiar que se muestra, por ejemplo, en el
diseño de sus monasterios y cuyos estatutos han permanecido prácticamente inalterables
desde su fundación hasta la actualidad. La austeridad radical de la Cartuja ha jugado en
su contra a la hora de su expansión puesto que sus profesiones han sido relativamente
pocas en comparación con otras órdenes o familias, como Cluny o Císter, impidiendo así
la gran difusión de la que gozaron estas.
En 1098, Roberto de Molesme funda Cîteaux, en Borgoña, con el objetivo de que
en él se mantuviese una observancia rigurosa de la regla benedictina. Posteriormente, LOS
CISTERCIENSES pretendieron demostrar que la fundación había nacido como reacción a la
decadencia del benedictismo convencional, cuyo ejemplo señero sería Cluny,
recuperando el espíritu original de la regla, sin costumbres adicionales, aunque pronto
desarrollarán las suyas propias. Los estatutos de la nueva orden se fijan en 1120: es la
Carta caritatis obra del tercer abad, el inglés fray Esteban Harding, en el momento en
que Císter comienza a expanderse y cuando ya había ingresado en la orden san Bernardo,
fundador de Claraval en 1115 y gran impulsor de la orden cisterciense. La originalidad
de esta versión del benedictinismo está en la insistencia en que los monasterios rechazaran
las rentas, en especial el diezmo, y se mantuvieran con el fruto de su trabajo agrícola y
artesanal. Esta austeridad se manifiesta externamente en el hábito blanco adoptado por
los monjes, frente al teñido de negro del benedictismo clásico, y en la sencillez de las
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formas de sus edificios, que contrasta con el preciosismo del románico difundido por
Cluny. Aunque se proclamaba la vuelta a la regla original, y para conseguir el
autoabastecimiento de las casas, en Císter se diferencian dos tipos de profesos: los monjes
de coro y los conversi, o hermanos legos. Unos y otros viven en edificios diferentes y la
distribución de su trabajo es distinta: los monjes, que proceden de las capas altas de la
sociedad, se dedican mayoritariamente al estudio, oración y celebración litúrgica,
mientras que en los conversos prima el trabajo manual, agrícola o artesanal. Esta división
hará de muchos monasterios cistercienses magníficas empresas, poniéndolos a la
vanguardia del proceso de desbroce y recuperación de tierras.
La organización de la orden cisterciense será original y permitirá su enorme
expansión por toda Europa. Desde el monasterio original de Cîteaux partieron varios
monjes para fundar las que fueron sus cuatro primeras «hijas»: La Ferté, en 1113,
Pontigny, en 1114, y Claraval y Morimond en 1115. El resto de casas de la orden forman
parte de las familias que parten de cada uno de estos cinco monasterios, que tienen
capacidad de visitar y corregir a las abadías incluídas en su familia. A diferencia de Cluny,
cada monasterio cisterciense es independiente y está dirigido por un abad, que debe ser
confirmado por el de su casa matriz. Como las cuatro primeras «hijas» respecto a Cîteaux,
de cada abadía puede partir un grupo de monjes –a menudo doce más su abad– a fundar
una nueva casa, que se convierte así en filial de la anterior. Otra posibilidad es la solicitud
de un monasterio que, externo a la orden, pide afiliarse a ella, asociándose a una casa
determinada que pasa a considerarse su matriz una vez que se permite su ingreso.
La unidad de la orden se manifiesta en la obligatoriedad de todos los abades de
acudir al capítulo general que, anualmente, se celebra en Cîteaux, el primero de los cuales
tuvo lugar en 1119. El número creciente de abadías y la lejanía de alguna de ellas hará
que se permita la obligatoriedad de asistencia bianual a los más distantes. En el capítulo
se tratan los intereses generales de la orden, y en él se presentan y sentencian los
problemas internos que pueda haber en cada monasterio o los que atañen a más de uno.
En 1215 el IV Concilio de Letrán obligó a que el modelo cisterciense fuese adoptado por
el resto de órdenes eclesiásticas. A esas alturas, Císter se había difundido ampliamente
por Europa: a mediados del siglo XII contaba con más 300 abadías, número que, cien
años después, se había más que doblado, superando las 700. A pesar de los Capítulos
generales y de las noramas de la orden, los cisterciense pronto abandonaron sus normas
iniciales, aceptando beneficiarse de diezmos y arrendando tierras a terceros para su
explotación a cambio de rentas.
Por su parte, la orden de PREMONTRÉ nace cuando Roberto de Xanten funda este
monasterio, cerca de Laón, en 1120. Canónigo y predicador, Roberto adopta para su
monasterio la regla de san Agustín, la preferida por la Iglesia romana para los cabildos
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Los bogomilos son un movimiento herético con creencias maniqueas que nace en Tracia en el siglo X,
expandiéndose desde entonces por los Balcanes y otras partes de Europa.
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