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La Correspondencia Secreta de Emiliano Zapata 3
La Correspondencia Secreta de Emiliano Zapata 3
La Correspondencia Secreta de
Don Emiliano Zapata
Dedicatoria
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2019, Manuel Brambila
Derechos reservados
sea este electrónico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso
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Prefacio
A medida que avanzaban por el sendero, la luna se opacaba por algunas nubecillas que
presentaría en cualquier momento. Luego algunas gotas hicieron que los tres viajeros se
cubrieran con capotes de plástico que llevaban por si el fenómeno se presentaba. Entones se
igual que le causaba temor el silbido del viento entre las hojas de los robles y las agujas de
los pinos.
- Cada profesora, cada profesor, de los que reconocemos como nobles maestros rurales,
tuvieron sus propias dificultades para regresarse a la sede del curso de regularización que el
Gobierno del Estado organizaba, de la misma forma que cada fin de ciclo escolar, en
con los que darían sus reportes del ejercicio educativo que realizaron durante el periodo
terminado. Unos tuvieron que cruzar las montañas, a pie o en bestias proporcionadas por
los locatarios de las comunidades, otros pidieron “raite” a los conductores de camioneta o
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de camiones madereros, algunos se treparon en lanchas viejas y riesgosas para cruzar las
presas. ¡Cuántas mortificaciones afrontaron los jóvenes que ofrecieron un servicio a los
niños que aprovecharon sus esfuerzos como profesores en las humildes escuelas rurales del
estado de Jalisco
representante de los campesinos, Albino, nieto del mismo, y el maestro Manuel salieron
rumbo a Santa Mónica, en lo alto de la sierra de Ayutla, ahí donde se cargaban los grandes
camiones con pesados troncos de pino que llevarían hasta Autlán. Ellos querían llegar a
tiempo para alcanzar el transporte, que bien podrían ser la camioneta que día con día
viajaba hasta la ciudad costera sorteando las dificultosas barrancas, o bien alguno de los
camiones que nunca se negaban a dejar que los viajeros montaran en los troncos cuando no
resbaloso. Tenían que llegar muy puntuales para subir a la troca; las mulas no avanzaban
debido al aguacero y al lodo. Don Arnulfo y el educador tenían marcado el horario para
beneficio conseguido por las autoridades del sistema educativo, aunque no se pensara que
movilizar a los representantes de los padres de familia significaba un sacrificio para los
mismos.
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el fenómeno meteorológico y para el animal que lo cargaba en su lomo. Por suerte la luz del
día ya se anunciaba.
A reniegue y reniegue, de pronto el educador tomó conciencia de que no eran dos los
humanos empapados por la lluvia, sino tres, pues Albino, alumno del renegón maestro, iba
ahí para cumplir con un cometido necesario: una vez que estuvieran en Santa Mónica, se
regresaría con las bestias hasta el rancho. Ahí tomó conciencia de la situación.
─ Oiga, don Arnulfo. Está lloviendo muy fuerte y los arroyos van a crecer, Albino se
─ Pos… sí.
─ Sería mejor si se regresa de aquí para que alcance a cruzar el arroyo a tiempo. ¿No lo
cree?
comunidad, con pasos más firmes. El sol asomó con intensidad entre los árboles que
coronaban la cima de la montaña. Sintieron alivio al estar en terreno plano donde crecía,
Los profesores rurales, instalados en el Hotel del Magisterio, habían de pasar una estancia
de quince días en estudio de las comunidades pequeñas de donde venían después de ofrecer
su servicio. El aprendizaje consistía en compartir las experiencias propias con todos los
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convocados, a fin de integrarlas a su propio currículum para ser mejores servidores
escolares.
Cuando los asesores del curso pusieron límites, definieron el objetivo del curso y
opacaron el brillo del oropel, los educadores empezaron a sentir el tedio que significan las
largas horas de estar encerrados en las aulas de la escuela donde se preparaban y las inútiles
horas de estar encerrados en los cuartos del edificio que los hospedaba.
Enrique Dávila, “El Raúl Velazco”, invitó a algunos de sus compañeros a darse una
vuelta por el barrio de San Juan de Dios para divertirse en alguno de los bares. Sólo lo
acompañó “El Nico” y, sin considerar lo inapropiado de su decisión pasaron varias horas
lejos del control de los responsables del buen orden de los cursillistas. Lo que resultó de
los dos ebrios que llegaron en desequilibrio corporal─. Este hotel conserva su prestigio
─ Somos adultos, señor ─adujo Enrique─. Nos tomamos unos tequilas y no le faltamos el
respeto a nadie.
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─ El respeto en este sitio es como lo marca el reglamento de este sitio.
Acto seguido, el administrador tomó el teléfono e hizo una llamada. Como respuesta, una
hora después el encargado de los muchachos hospedados estuvo ahí para platicar con los
desordenados. Los reunió a todos en la sala principal y los conminó a que se portaran a la
Virgilio, que era el nombre del encargado de la vigilancia del orden de los aspirantes a la
licenciatura docente, (porque todos ellos eran estudiantes en distintas Escuelas Normales
colectivo. Todos querían hablar al mismo tiempo y parecía que nadie entendía nada, hasta
─ Maestro, sólo queremos decirle que mientras estamos en el curso todo está muy bien,
pero cuando nos venimos al hotel se nos carga el enfado. Quisiéramos más libertad para
salir a divertirnos. Queremos que nos vigilen menos y que confíen en nosotros.
─ ¿Pero yo qué podría hacer por ustedes, muchachos? Mi situación es igual que la suya.
Sálganse a pasear, dense una vuelta por el centro, conozcan la ciudad y regrésense
─ ¡No, maestro! ─dijo el joven que tomó el liderazgo─. La ciudad ya la conocemos. Nos
gustaría ir a tomarnos unas cervezas. Pero si hasta eso tenemos prohibido, que porque no
debemos dar mala imagen, que porque nuestra misión nos impone una obligación. Esto se
pasa de aburrido.
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─ Por otra parte ─agregó otro inconforme─, algunos no tenemos ni para un refresco.
¡Con la pinche compensación que nos dan, que se nos va en pagar autobuses! Si hasta para
bañarme, allá en el rancho, tengo que usar plantas jabonosas que los rancheros me han
enseñado a usar.
─ Veo, entonces, que no tienen vocación de servicio. Este curso está diseñado
comunidades somos felices y afrontamos con coraje las dificultades; aquí, en el hotel, nos
morimos de aburrimiento.
sirve para matar el tedio. Les propongo algo: si ustedes me cuentan las narraciones que
revisaron los trabajos realizados en el curso, otros sacaron de sus equipajes diferentes
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PRIMERA SESIÓN
En la puerta del hotel estaban algunos de los profesores cuando llegó el maestro Virgilio.
Las miradas denotaban el interés por lo que pudiera ocurrir en las reuniones de
socialización narrativa. La verdad es que el tema que el guía les propuso no estaba en su
gusto, pues creían saber la historia de México a través de los libros de texto. ¿Y qué podría
decirse de Emiliano Zapata que no supieran ya? El maestro les tenía otra historia.
La jornada fue dura para toda la tropa: los hombres pusieron toda su bravura y las
mujeres se les igualaron llenando las carrilleras y auxiliando a sus machos para que
tumbaran al mayor número de pelones que se pudieran tumbar. No era que carecieran de
sentimientos nobles; era que en la refriega o mataban o los mataban, no había espacio para
la compasión con los enemigos. Emiliano Zapata entró a su despacho, ahí donde le daba
rienda suelta a los pensamientos de estrategia militar. Echó un vistazo a sus cosas
minuciosa para después recostarse porque se sentía agotado. Iba a tumbarse en su catre
ordinaria. El atado eran unas cartas que lo intrigaron. Así que decidió revisar el paquete y
abrir, al menos, una de ellas. Por principio, desató el nudo del listón de seda y revisó los
sobres con indiferencia, pero al mirar la letra tan fina y tan ordenada le nació el interés por
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Querido General Zapata:
Soy una soldadera, una insignificante mujer, señor General. Soy una que
forma en que las mujeres sabemos darlo: apoyar a los hombres que a diario
ponen en riesgo sus vidas, porque esperan que nuestro país tenga un futuro
daban mis padres, pero creí que no sólo los hombres tienen que arriesgarse por
la patria, sino que las mujeres también tenemos voluntad para sacar adelante
las campañas que emprenden ustedes, los hombres tan grandes de mi pueblo.
Atentamente su admiradora.
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La fiereza del hombre se desequilibró por unos instantes; él estaba consciente de su
pusiera por enfrente. Sin embargo, esto era un hecho inesperado, algo que no estaba en su
exclamó enérgicamente:
─ ¿Quién será esa pinche vieja que no firma su cartita? ¿Para qué me escribe? ¡Sargento,
sargento! ¿Quién trajo las cartas? (El sargento levantó los hombros indicando así que
desconocía la respuesta) ¡Cómo que no sabe! ¿Así nomás se las dejaron? ¡Alguien tuvo que
haberlas traído! ¿Quién, que no sea del regimiento, vino con algún mensaje? (de nuevo el
El “Raúl Velazco”, ese era el pseudónimo del instructor que inició la protesta, tomó la
─ Yo me declaro responsable de que estas pláticas se hayan iniciado y, por eso mismo,
quiero ser el primero en compartirles una conversación, un monólogo, mejor dicho, que me
compartió un joven del rancho en donde estuve este ciclo pasado. Se trata de un muchacho,
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“De niño siempre estuve a pregunte y pregunte, de adolescente hice muchos berrinches
porque mis preguntas siempre tenían la misma respuesta, ya mayor le insistía a mi mamá:
─ Dime, por favor, quién es mi padre. ¿Quién es el hombre que te amó para que yo
naciera? Es pura curiosidad, madre, no es para otra cosa que para saberlo. Dímelo.
─ ¡Ay, amá! Eso ya lo sé. Así se dice cuando una madre le chinga duro pa sacar a sus
hijos adelante. Usted ha sido madre y padre toda mi vida. Pero yo nomás quiero saber quién
igual. Y luego se ponía a seguirle a sus quehaceres y a cantar y cantar para fingir que no me
Tengo mis sospechas: es que a mi madre, cuando era joven, le gustaba andar siguiendo a
─ Ahí andas de cómica, vas a acabar mal, yo sé lo que te digo: vas a acabar mal.
Pero mi madre no hacía caso de los consejos que mi abuela le daba. Ella seguía yendo a
los teatros y a las plazas de toros donde sus artistas favoritos se presentaban, y los buscaba
para que le firmaran en la libreta que fue llenando con las firmas de Jorge Negrete, Pedro
Infante, Luis Aguilar y muchos más. Y mi abuela seguía con sus regaños:
─ Gastas mucho dinero en puras tarugadas, ya deja de perder el tiempo y los centavos.
─ Para eso trabajo, amá. A veces me paso sin pagar, los que cobran ya me conocen.
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¿Se enredaría mi madre con algún taquillero y ese será mi padre? Tengo mis dudas.
¿Y si mi madre se metió a los camerinos y alguno de los artistas le dijo que se esperara
para darle un autógrafo especial y lo que quería era hacerla de sus deseos, y de sus cosas
que hayan hecho yo vine al mundo? ¡Qué feo es tener tantos pensamientos que no
─ „El cielo me dio un cariño para quererlo, mirando yo esos ojitos sabrás quién es‟. Yo
soy tu padre.
Los aplausos llegaron hasta las habitaciones de los otros hospedados. El administrador
del hotel se presentó para pedirles que realizaran su velada sin alborotos y que, de
estos cursos no contempla el si nos aburrimos o nos divertimos. Este encuentro y los que
siguen son las cerezas del pastel. Mañana, después de la cena nos quedaremos en el
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comedor, si es que no causamos incomodidades. Y si no, nos venimos a este cuarto para
SEGUNDA SESIÓN
Gerardo, “El Raúl Velazco”, platicó con el administrador del hotel pasa solicitar permiso
lo siguiente:
puede porque estarían ocupando espacio sin ningún beneficio para nosotros.
─ Bueno, por hoy nos reuniremos aquí, pero todos los días no tenemos presupuesto para
consumir.
La mortificación que Don Emiliano sentía por la gran cantidad de personas que lo
campamento; se sentía responsable de cada una de las personas, de hombres y mujeres que
ningún indicio de debilidad. Eso ocurría en presencia del contingente, pero al cerrar la
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puerta de su habitación se quitaba el sombrero, lo sacudía y lo colgaba en el respaldo de
una silla, sin quitarse más vestimenta que sus botas se recostaba en su catre, fumaba un
cigarro y sus ojos recorrían la habitación hasta fijarse en el montón de cartas que no
acababa de leer. Se incorporó para ir por otra de las misivas y darle lectura.
Mi admirado General:
desde que íbamos a la escuela con el maestro Emilio Vara; tal vez me
así les decía yo. Yo era verdaderamente odiable. Usted era mayor que yo por
excesivamente.
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Sepa usted, General que aunque pequeña, lo miraba a usted con gran
Atentamente su admiradora
─ ¡Me lleva la chingada! Esta puta ya me está parando el pito. Que la busquen y la
─ ¡Que no tiene idea ni en dónde! Por donde sea, ni que fuera tan grande el regimiento. Ni
que no hubiera forma de contar a las mujeres. ─el sargento sólo abría desmesuradamente
los ojos─. ¿Qué todas tienen su propio macho? ¡Alguna anda por ai desbalagada!
¡Encuéntrenla!
al General. ¡Ni que no le sobrara con quien empiernarse!, si lo que le sobra son viejas. Bien
podría yo echarle mentiras y decirle que ya revisamos todo, que no encontramos a ninguna
mujer sin su compañero. ¡Total!, si así ha sido. Pero él sigue con su tesón de que por ai
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anda una vieja rara, de esas que son letradas. Aquí todas cargan a sus chamacos y nos hacen
la comida y nos calientan las cobijas y nos siguen a pata pa dondequiera que váyamos.
¡No!, mujeres estrañas no andan con nosotros. Y… no puedo hacerme pendejo sin buscar
de a de veras. El General es tan listo que, con nomás mirarme, sabría que no le hago la
A la luz del mechón, aspirando el fétido humo, el jefe revolucionario apoyó sus codos en
Don Emiliano:
Quiero platicarle, señor, que en una ocasión, cuando yo, como le he dicho, era
talla. Yo lo vi, a usted y a otros amigos suyos, junto a los árboles del arroyo
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en sus cosas. Los vi y los oí: platicaban asuntos de las novias, decían que se
harían una puñeta a la salud de la güera y de la prieta y de las otras a las que
se sacaron sus pájaros que estaban tiesos, como otates, los empezaron a
mamá llegara por mí. Bueno, General, ya no le sigo platicando porque ahora
Siempre su admiradora.
─ No hay duda: esta señora quiere que me la coja. ¿Será una solterona? ¿Será una mujer
abandonada? ¿Será, acaso, una piruja que se enroló para ver cuántos cabrones le juegan la
─ De veras, General, ya busqué, ya buscamos rincón por rincón ─dijo el requerido oficial
sin esperar indicaciones─. Ya buscamos y nos fijamos a ver si alguna mujer se aparta de su
hombre y da señales de querer algo con otro. Pero, nada. No damos con bola. Si usted lo
ordena les preguntamos de una por una que si quieren dormir con usted.
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─ ¡No sea pendejo, sargento!
─ Pues, sí, Emiliano era como cualquier otro muchacho en el inicio de la pubertad: se
emocionaba cuando mirando a las chicas se excitaba y recurría a los mismos ejercicios que
TERCERA SESIÓN
en los bordes de las camas y en el piso, dejando una silla para el asesor que ya estaba en
Emiliano no se hizo acólito porque aprender latín le costaba mucho trabajo, además, de
solo pensar que en plena celebración se le fueran a caer las vinateras, esas botellitas que se
huaraches en el tapete que cubría el piso del altar; no, no era para él ese tipo de
ocupaciones. Pero sus padres lo mandaban al templo para que fuera como Gustavito, el hijo
de los ricos de Anenecuilco, el muchacho que cuando era tiempo de estudios lo mandaban
¡Qué iba a ser Emiliano como Gustavo! A él le gustaba ir a cortar leña y a sembrar maíz y
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Llegó el tiempo de vacaciones y Gustavo estaba en su pueblo, y casi siempre, metido en
El cura organizó un paseo al campo para premiar a los niños por sus avances en la
doctrina. Con ellos fue Gustavo, quien invitó a Emiliano para no sentirse el único varón
convencerlo. Estaban en el sitio elegido para el convivio y los dos muchachos se aislaron
─ A mí no.
─ ¡La pajarita! ─hizo movimientos, Gustavo, con la mano empuñada─. Que si ya te has
─ No sé qué es eso.
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─ Así, mira. Te la paras, la sobas y te sale la leche.
─ Eso es pecado.
─ Nada es pecado. Eso nos dicen nuestros papás para que no lo hagamos porque si lo
hacemos mucho nos puede doler o causar algún daño. ¿Te la jalo yo a ti y tú me la jalas a
mí?
─ ¡Estás pendejo!
─ Bueno, tú solo. ¿Cuántos años tienes? Yo tenía los mismos que tú, cuando lo hice por
primera vez.
educado con religiosas. Gustavo vigilaba para que no los descubrieran los paseantes, pues
pueblo de Anenecuilco.
Las aguas del arroyo purificaron las manos de Emiliano, quien una vez limpio preguntó:
─ Si tú quieres, sí.
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El Nico platicó que en el rancho hizo algunos amigos con los que se reunía después de
dar sus lecciones y que se acompañaban al río a pescar chacales o al cerro, por las noches, a
casar venados. Platicó que uno de sus amigos estaba recién regresado de Ciudad Juárez en
no tenía edad para andarme con jugarreras, luego me regresaba a mi casa caminando para
ahorrarme los pesos que tuviera que gastar en el transporte. Tenía que pasar por la zona de
placer y me daba tentación tanto ruido, tanta música y tantas mujeres que ofrecían sus
servicios. Pero yo me había propuesto terminar mis estudios sin pretextos y pasaba como
Un día… ¡No!, una noche, me encontré a una vecina que tenía su casa junto al
departamento que yo rentaba, ella era una mujer mayor que yo por varios años, por no decir
amorosos. Yo no sabía ni cómo hacerle plática para darle apoyo moral, lo único que hice
fue tocarla en los hombros y tomarla de las manos. Ella se abrazó a mí y me pegaba su
cuerpo con evidente insinuación. Le toqué sus senos y eso bastó para que me desabrochara
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la bragueta y me desnudara. Yo procedí en consecuencia y los dos estuvimos juntos por
Me fijé en su vientre y me sorprendí al ver que eso era verdad. Me explicó que le hicieron
gracias por el café y por la primera noche. Lo demás sería una relación efímera que duró
Aquellas charlas debían ser dosificadas por los tiempos para el descanso y para las
labores obligatorias. Cada uno se retiró a su respectiva habitación para dejar el interés a la
CUARTA SESIÓN
Se dio cuenta que algunas muchachas elaboraban manualidades y de que otras revisaban
sus tareas. Ya enterado se fue a contar las emociones que unas letras de mujer causaban en
el ánimo de un hombre.
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Las soldaderas seguían a sus hombres por todos los escabrosos caminos que recorrían al
trote de los caballos. Ellos avanzaban mucho, ellas se quedaban rezagadas, más que la tropa
de infantería que trataba de emparejarse con los montados, aunque no lo consiguieran por
completo. Sólo uno de a caballo iba a la retaguardia. Siempre ocurría eso por estrategia
militar; en el recorrido de esta vez era el sargento encargado de encontrar a la mujer de las
cartas. Las contó a todas pasando lista mental de los soldados que formaban el regimiento:
tantas ellas, tantos ellos; no sobraba ninguna; quien sobraba era otro sargento que no quería
enredos de faldas, pues había dejado a su familia con la madre a su cuidado; le había dicho:
“Tú te quedas y me das cuenta de cada uno de mis hijos y de ti; si me fallas, me encargaré
El cansancio por la dura refriega era evidente en el semblante del General. Sentado en su
silla, junto a la mesa-escritorio hizo a un lado toda correspondencia, estiró sus piernas
pies, sin haberse quitado las botas, para provocar chasquidos en las articulaciones de los
tobillos.
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Desde que lo vi frotándose su pájaro, aunque me asusté mucho, todos los
el calzón. Nunca más volví a verlo mientras fui niña. Le digo que iban por mí
Siempre admirándolo.
─ Quiere verme encuerado. Se quedó necesitada de agarrarme del p… del pájaro, como
ella le dice. ¿Me vio una vez? ¡Según ella! Yo creo que me espió muchas veces. ¿Siempre
me vería jalándomela? Al menos en su mente así me miraba. ¿Será hija de ricos? ¡No! No
andaría siguiéndome, estaría casada con un hombre adinerado. Pero fue a la escuela, se ve
en sus cartas que no es una mujer como las nuestras que sus vidas consisten en criar hijos y
alimentarlos y cuidarlos. ¿Tendrá hijos? ¿Los dejaría para unirse a la tropa? ¡No lo parece!
El campamento estaba casi desierto, sólo dos viejas cuidaban los enseres y preparaban
carrilleras o en curar a los heridos. Ellas eran tan valientes como los hombres que echaban
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balas y derribaban enemigos, ellas eran tan heroínas como ellos fueron héroes. Las caras
femeninas estaban igual de chamuscadas por el sol y los fogonazos de los rifles como las
Se pone en riesgo en cada encuentro. Hasta las balas la respetan, ya no se diga los
como si fuera su cobija. No hay forma de creer que esta señora quiera algo con otro que no
puedo decirle que sí, pero que no es nada fácil; que seguiré buscando.
Era el turno de los muchachos. La noche era tierna y el cuarto del hotel estaba rebosante
─ Me va dar pena lo que voy a contarles ─se ruborizó, un poco, Marthita, la primera
atrevida profesora rural que aceptó participar en las veladas de narración propuestas por el
asesor Virgilio─. Es que, de todas las anécdotas que me contaron, la que les comparto es la
mejor. Esto pasó en una presa que quienes la conocen le dicen La Presa del Pochote.
“Ya era tarde: el sol estaba cerca de su ocaso. Toña y Pedro platicaban subidos en la
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una lancha con la que tenía planeado darse unas buenas paseadas por el mar de Barra de
irse a estrenar la lancha en la presa de “El Pochote”. Al principio no hubo aceptación por
parte de Toña, pero por la tentación de ser la primera invitada a montar en ese artefacto,
Se acercaban al vaso acuífero, la brecha de terracería estaba resguardada por una valla de
huizaches, guajes, tepemezquites y, por supuesto, de pochotes con sus vainas y sus gruesas
y leñosas espinas.
La presa estaba casi sola, a excepción de dos pescadores que, desde la orilla, lanzaban los
─ No debimos haber venido, hay muy poca gente. Yo sabía que esta presa era muy
visitada.
─ Casi siempre los fines de semana se vienen familias completas a pasear, a pescar, a
con nadie.
Ya estando la lancha en el agua, primero se subió Pedro y tendió la mano a Toña para que
motor; ella se sentó junto a él para sentirse segura en aquella experiencia que le hacía
mover toda su adrenalina. Era lo más atrevido que hasta entonces había hecho.
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Recorrieron lo largo y lo ancho de la superficie risada por el viento de la tarde. Destellos
de plata adornaban el leve oleaje; Pedro quiso jugar con su pericia como lanchero y empezó
a dar vueltas por toda la presa, yendo desde la cortina hasta la parte más baja, donde la
profundidad era tan poca que podían verse las piedras del lecho. Su excitación era tanta que
llenaba de excitación.
dio cuenta de que el combustible del motor se había terminado, hasta que la pequeña
barcaza fue disminuyendo su carrera por sí misma y paró al atorarse en las ramas de un
─ No pasa nada. Vamos descansando un poquito, luego nos vamos haciendo remo con las
manos y con un palo seco de esos ─señaló hacia las ramas salientes.
gris oscuro y mirando las primeras estrellas que empezaban a mostrarse. Los cuerpos se
buscaron para quitarse el frío que la brisa les hacía sentir. Los labios se juntaron y las
lenguas buscaron la profundidad de las bocas; luego fueron los cuellos, los brazos, los
pechos, los abdómenes, las piernas, la vulva, los testículos. Luego eran un solo cuerpo en
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─ Ahora sí, ya vámonos ─dijo Pedro al tiempo en que se paraba y pretendía alcanzar las
Romper un leño firme era un trabajo difícil si no se contaba con un machete. Él jaloneó
apoyando sus pies en el borde de la lancha y su acción provocó que la barcaza se retirara y
él se fuera con todo su peso y su cansancio hacia las profundidades en donde quedó
Los pescadores habían llenado sus cubetas y se habían retirado justo cuando se miraron
Toña no miraba las estrellas, sus ojos permanecieron fijos en el árbol seco que desde ese
Siguiendo el ejemplo de Martita, otra de las educadoras, Elvira, pidió turno para narrar lo
que ella había elegido que sería su participación. Lo llevaba apuntado en su libreta porque
no quería titubear en la narración. Por lo mismo decidió leerlo, Todos giraron sus cuerpos
“Decías que nadie como tú para hacer las cosas con tanta discreción y que a hombre nadie
había que pudiera ponerte la muestra. Decías que tus amores los vivías y los guardabas en
el cajón de tus secretos, los que a nadie darías a conocer. Decías que desde que te
divorciaste te abundaban los acercamientos corporales, que sólo tú y tus amadas sabían el
cuándo y el cómo, que nadie más que ellas y tú guardarían sus intimidades, porque los
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encuentros se daban en insospechados espacios y en impensados horarios. ¡Qué bueno que
tu seguridad te ayudó para conquistar una, dos, tantas mujeres! ¡Qué bueno que con todas
tuviste los cuidados necesarios para que su honorabilidad quedara a resguardo! Pero te
olvidaste que para uno que madruga hay otros que no se acuestan. ¿Qué te han parecido,
entonces, los comentarios de la vecina, la chismosa del pueblo? Ella me ha dicho que tú te
levantas a la hora del diablo, a las tres de la madrugada, que las infieles a sus casas te son
leales y con puntualidad te esperan bajo los arcos del puente. Dice, la chismosa, que en
ocasiones te acompaña una y se entretiene contigo por espacio de una hora, ahí en lo fresco
de la madrugada y del lugar. Dice, la que sabe de tus travesuras, que a veces llegan dos o
tres y que en sus juegos te hacen cosas y tú se las haces a ellas, que son cosas
extremadamente pecaminosas, dice que ella nunca se hubiera imaginado que esos juegos
fueran posibles entre hombres y mujeres. Dice que no tienes perdón de Dios y que ellas
mucho menos.
Pero, ¿qué te pasa, divorciado, acaso tu ex esposa no toleró tus perversidades y, por eso
se alejó de tu vida? Decías, indecente, que para guardar un secreto tú eras el mejor porque
los caballeros no tienen memoria. Sin embargo, olvidaste dos cosas: las paredes tienen
QUINTA SESIÓN
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Aunque pareciera rutinario el hecho de que saludaran al día con un desayuno después del
embargo, lo que anhelaban, más que otras acciones, eran las pláticas con el maestro
Virgilio, que los vigilaba, y con los compañeros que tenían historias que contar.
Al salir del hotel caminaban dos cuadras hasta llegar a la esquina de la avenida Alcalde
en la que esperaban el autobús que los trasladaba al centro de estudios. Todos ordenados y
precavidos al cruzar las calles, dejaban ver lo pueblerinos que eran. Esa circunstancia les
daba un poco de pena en los primeros días; después asumieron que cada uno se comporta
de acuerdo a los aprendizajes naturales de sus lugares de origen; otros adquirieron pericia y
De por sí reflexivo, el General pasaba horas dándole vueltas a las ideas de estrategia
rodilla flexionada, el codo del brazo mientras fumaba al ritmo de sus fantasías.
─ ¿En qué piensa, mi General? Está perdido en sus pensamientos. ¿Lo angustia esta
guerra? No se apure tanto, mi General; un día va a acabarse todo esto y, si Dios quiere,
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─ En todo eso pienso todos los días, sargento, pero ahora me tiene apendejado el asunto
de las cartas. Usté lo sabe. Sobre todo la última que leí. Entérese por usté mismo, ándele,
lea.
Señor Zapata:
Recuerdo cuando usted tenía dieciocho años y yo ya era una joven de doce.
Ya habían pasado seis años de ver como se iba haciendo un hombre muy fuerte
con ninguna.
Atentamente su ilusionada.
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─ Yo, la pura verdad, no me fijaba en las niñas de menor edad que la mía. Mi ambiente
era el trabajo en la hacienda. Los caballos eran mi diversión más grande, ellos y yo nos
entendíamos como hermanos: un „chu chu chu‟ era más que suficiente para que se me
les echaba su manojo de hoja. Los caballos eran mis juguetes favoritos: los amansaba, los
entrenaba, los montaba; corría por el campo trepado en ellos, un día uno, otro día otro. Las
viejas sí me divertían y yo las divertía a ellas, nos íbamos a los arroyos y nos calentábamos
─ Emiliano era muy suertudo en el amor, pero también era muy respetuoso con las
ello para sus fines personales. Sin embargo, en una ocasión ocurrió que…
El patrón le dijo a Emiliano que el chivero se había puesto malo, que le había dado una
chorrera imparable por andar robándose la leche de las chivas, que no tenía a quien mandar
─ Pos, si Usté quiere, patrón, hoy desatiendo los caballos y me llevo a las cabras pal
─ ¡Ándale pues! Voy a ver que le den yerbabuena al chivero pa que ya se le pare todo ese
chorro.
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─ Mejor que le hagan un cocimiento de hojas de guayabo. Eso nos da mi madre cuando
Nadie como Emiliano para saberlo todo acerca de los trabajos del campo, así fueran los
de la tierra como de los caballos, las vacas y hasta de las chivas. Él era un hombre hecho
para el trabajo.
Las cabras avanzaron arreadas por la ronca voz del jovencito Emiliano. Trepaban sobre
las rocas y los riscos sin apartarse del rebaño, porque a la potente voz del campesino
Llegó, Emiliano, a unas laderas cubiertas de huizaches con puntas jugosas donde las
formaban figuras de una vida tranquila en medio de una tierra sembrada de maíz y de frijol,
de una casa rodeada de corrales con caballos, vacas y chivas; con una esposa y algunos
En sus sueños estaba el adolescente cuando se presentó una muchacha, jovencita también,
que le dijo:
─ ¿Me das un poco de leche de las chivas? Tengo hambre. Dame poquita.
─ Bueno ─dijo Emiliano tomando de los cuernos a la que tenía las ubres más
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Le echó un lazo a la cabra y la llevó hasta un mezquite donde la amarró
─ Ven aquí, en esta sombra pa que la chiva no se ajogue más de lo que ya está.
La muchacha se hincó para poder llevar las tetas de la chiva a su boca. El ejercicio fue
difícil porque el animal esquivaba a la extraña, a pesar de que Emiliano la sujetaba y de que
─ Espérate, niña. Mejor acuéstate boca arriba debajo de la cabra, así le mamas más a
hubo contacto de manos rudas con blandos senos y con caderas anchas. La joven se sostuvo
de los muslos del mozo y en el acomodo para seguir alimentándose ella, los cuerpos
─ No eres tarugo, chivero. Deja que tus manos me ayuden como puedan ayudarme.
Emiliano entendió que la muchacha no se disgustaba por los roces de cuerpos. Entonces,
mientras una boca succionaba la leche de la cabra, otra boca lamía los pezones de la
hambrienta. Después los cuerpos se fusionaron y la chiva se movió del sitio en donde
estaba prisionera.
─ Si quieres, puedes llevarte la chiva, pero escóndela cuando veas gente de la hacienda.
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A veces las veladas se ponían tan interesantes que ni el responsable del grupo ni los que
estaban para mejorar su desempeño docente se daban cuenta del avance de las horas. Tenía
que ser el administrador del hotel quien les advirtiera que ya era tiempo de dormir y dejar
─ Ya vamos a dejar la charla, amigo. Cuento lo que sigue y nos retiramos. Si gusta puede
oírnos.
El garañón coceaba nerviosamente haciendo que el polvo del corral se levantara hasta
cubrirlo totalmente. Era mágico verlo aparecer entre la nube creada por él. La vista de la
yegua, lista para ser preñada, inquietaba al imponente macho, lo calentaba, lo hacía cocear
más y levantar mucho más polvo. El falo del caballo se mostraba erguido y dispuesto para
del bello animal y la anatomía genital de ellos mismos, se presumían tan poderosos como la
─ No, pos sí te creemos, compadre; no entendemos por qué tu vieja siempre anda
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─ Ya quisieras, atarantado, hacer gemir a tu señora como yo hago a la mía.
entrada de la yegua y ayudar en la operación introductoria para que el esfuerzo del brioso
corcel fuera mínimo y más efectivo. Otros peones acercaron a la hembra sosteniéndola del
enamorado.
─ ¡Hey, Rosalío, ya que sueltes ese animalote que vas a agarrar, te vienes y agarras a éste
Rosalío era el nombre del hombre cuyo talento consistía en ir de hacienda en hacienda
ayudando con sus manos para que las crías de caballos se dieran bien.
molestia lo distrajo de tal modo que jaló el miembro viril y el caballo, en protesta, le
propinó tan ruda coz que Rosalío cayó sin sentido junto a las patas traseras de la yegua.
Los peones que sostenían a la hembra optaron por sacarla del corral para que los mirones
─ ¡Llévense a este cabrón a los tejabanes y busquen al médico! ─ordenó el patrón─. Esta
chingadera no puede esperarse, la yegua está en sus días y el caballo está caliente. A ver
Emiliano, tú que eres experto en la doma de estos animales bien que podrás apuntarle a la
yegua.
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─No te estoy preguntando si te gusta. Aquí el que sabe de caballos eres tú; tú eres el
─ Pero patrón, ¿cómo le voy a agarrar el pito a ese caballo? ¡No se me vaya a quedar la
costumbre! Mejor deje que el caballo haga su lucha solito. Es macho y puede como
─ Emiliano, el patrón soy yo, el que sabe de caballos eres tú. ¡Bríncate la cerca y has el
trabajo!
Las chanzas de los peones se volcaron sobre Emiliano, quien por el disgusto de la nueva
El apuntador desmayado duró un largo tiempo para volver en sí, auxiliado por el médico
que acudió sin protestas de ninguna naturaleza; los peones regresaron a sus labores;
Emiliano logró que el brioso realizara su primer apareamiento; el patrón observaba junto al
experto en caballos.
No faltó ocasión en que los profesores, a media sesión de trabajo escolar soltara la
carcajada estrepitosa interrumpiendo las labores de asesoría. Quienes asistían a las veladas
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narrativas sonreían o, también, reían ruidosamente porque rememoraban lo acontecido en
las reuniones.
Era turno para alguno de los muchachos. Ellos deberían continuar con los relatos.
Levantando la mano y sacudiéndola aceleradamente para hacerse más visible, otro de los
“María de Jesús llevó un chiquihuite cargado de ropa sucia al arroyo. Buscó una piedra
larga y ancha que le sirviera para tallar los trapos y restregarlos con la barra de jabón. Los
pantalones, las camisas y los calzones de sus hermanos y de su padre fueron perdiendo la
tierra que los manchaba. El agua se llevaba la suciedad, dejando impecables cada una de las
piezas lavadas. Las ropas delicadas, menos sucias que las de los hombres, fueron limpiadas
con más cuidado para que duraran más tiempo, porque no era cosa de estar comprando
A lave y lave estaba Jesusita y a tiende y tiende en los ramales para que cuando terminara
su tarea sobre la piedra, ya pudiera doblar los trapos secos y acomodarlos en el canasto de
varas.
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Miguelillo llegó a interrumpir el inspirado trabajo de la muchacha, pero ella no se dejó
Y Miguel empezó: „Como nopal que echa tuna, me traes en la luna, María de Jesús…‟
─ ¡Qué bonito cantas, Miguel! Habrías de irte a la ciudad a buscar trabajo en el radio o en
─ Sí, ya lo he pensado. Oye, ¿quién es aquél que está calando su caballo en el vado?
Cerca de ellos estaba un jinete sobre un brioso corcel, al que hacía bailar en lo blando de
la arena del vado. La figura era imponente, más impresionante para María de Jesús que la
─ Ya vete, Miguel, ya sabes que mis hermanos son muy celosos y pueden venir y hacerte
Ni tardo ni perezoso, Miguel huyó del lugar dejando a la Jesusita que terminara con la
lavada.
El jinete condujo a su caballo hasta la piedra donde se lavaba el último de los trapos. Con
habilidad de charro de asociación hizo bailar a la bestia sobre las aguas del charco donde la
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muchacha aún acomodaba las ropas secas. Las coces de las patas delanteras salpicaron a la
─ ¡Ay, sí!
El jinete desmontó, amarró al cuaco en unas ramas y se acercó a la mujer que ya había
terminado su trabajo.
No dijo más el hombre y fue a la sombra de los árboles y se echó sobre la tierra. La
lavandera quedó pasmada por la invitación del charro, miró a todos lados. Vio que ni
Miguel ni sus hermanos ni alma en pena alguna rondaban por el arroyo. Brincó la cerca y
Habiendo dejado a sus pupilos satisfechos con el resultado de esa noche, Virgilio subió a
SEXTA SESIÓN
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Los emocionados profesores nada decían aquella noche; pareciera que la expectativa de
todos fuera la misma: el maestro habría de continuar la narración de las incendiarias notas
─ Primitivo y su señora siempre andan juntos, parecen estampillas, así les dicen: “las
estampillas”: comen y duermen juntos, juntos van para un lado, juntos van para otro. Para
lo único que no van juntos es a la pelea, ella se queda cuidando el rancho mientras él echa
el cuero al agua y se olvida de miedos apuntándole a los pelones y tumbando a cada uno de
los que les tira. Cuando ella se queda a cuidar rancho no hay modo de que esté
Para Primitivo, el soldado raso, el marido de una de las soldaderas más bellas de la tropa
de Emiliano, la conducta del sargento se le había hecho muy sospechosa, se había dado
cuenta de que la vigilancia del oficial rebasaba los límites de la normalidad. ¿Por qué se le
fijaba tanto a su mujer? Cierto era que la belleza de su señora era notoria; también era
verdad que la soldadera no daba pie para que la perturbara ninguno de los hombres del
regimiento. Primitivo decidió enfrentarse con el sargento y arriesgarse a ser castigado por
confrontar a un superior.
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─ Hable, soldado. ¿Cuál es el asunto?
─ Mire sargento, yo reconozco que me falta tiempo pa que me den otro grado y pa poder
hablar con Usté de igual a igual; reconozco que Usté es mi superior, pero aunque me dé un
escarmiento lo que tengo que decirle no tiene por qué esperar y se lo voy a decir ahora
mismo.
─ Pos yo le digo, sargento, que a mí no me cuadra que nadie, ¡ni Usté, sargento, ni
─ ¿De qué habla, soldado? Usté está viendo moros con tranchete.
─ No, sargento. No crea que soy el único que está encabronado por la maña que le
─ Mira, primitivo, te voy a disculpar esta pendejada que estás haciendo nomás porque me
─ Pos yo no le pido disculpas; nomás de digo que si tiene ganas de revisar viejas, pos
revise a la suya que, pa qué es más que la verdá: está más buena que las otras.
─ ¡Primitivo! ¡Soldado!
─ Ya váyase a dormir y a cuidar lo que tanto le preocupa. No vaya siendo que desconfía
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Primitivo se fue masticando improperios y dejando al sargento con una mueca de burla en
el rostro.
recursos de la defensa eran menores en la gente del General. No había más que hacer uso de
las estrategias, ser más inteligentes. Matar o morir; tratar de vivir. El ejército del gobierno
Varios muertos, muchos heridos. La gente de Zapata se retiró a la hacienda en ruinas donde
se refugiaban.
Con los codos apoyados sobre la mesa-escritorio, el General leyó la siguiente epístola:
Con mis trece años no soportaba la idea de que usted anduviera con la
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cintura, montada en ancas de “El Prieto”, tan brioso, que usted mismo domó.
Yo quería ser domada por usted, pero ni modo que yo se lo propusiera; las
llevado a recorrer los potreros en los que usted trabajaba. Pero yo era yo, la
soberbia!
Atentamente la desencantada.
El temor era visible en el rostro del sargento por no lograr la localización de la misteriosa
─ ¡Se lo juro, General! ¡Palabra de hombre, General! Velé toda la noche, caminé por todo
el campamento, me pasié entre los guardias; allí estaban parados con sus rifles al hombro y
sus señoras acurrucadas junto a sus piernas, tapadas con sarapes y con cobijas; algunas
temblaban de frío y se acercaban más a los pies de sus compañeros y les pedían que las
abrazaran un ratito, pero ellos estaban cumpliendo con su deber y les decían: “Al cambio de
guardia te caliento, por lo pronto date masajito con los dedos”. Mi vieja, ¡pobrecita!, todas
estas veladas en que me ha tocado hacer la ronda, pos se tiene que calentar ella solita. Yo le
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cumplo a la causa y le cumplo a ella. Sólo espero, General, encontrarle pronto a su
─ Mire, sargento, a mí las cartas no me dan ninguna pista, pero si usted logra dar con la
desbalagada, le prometo que lo subo de grado. Pero aplíquese, sargento, que nomás de
─ Mejor diviértase con otras mujeres, mi General. No digo que con las de aquí, porque
ninguna es como las que Usté ha logrado enamorar. Pero si fuera a buscar el olvido con una
de los burdeles…
─ Esa vieja que está cantando está bien buena, amigo. Présteme un cuarto que tenga
cama, cierre su changarro y me la manda, porque a esta señora que enseña tanto las piernas
─ Con todo mi respeto, señor General Zapata, pero nosotros vivimos de este negocio. Yo
con mucho gusto, pero entiéndame por favor: si no vendemos, ¿cómo vamos a pagarle a los
─ Usted avísele al dueño que esta noche nomás yo y mi gente nos vamos a divertir; no
queremos entremetidos. ¡Ah!, dígale que el vino que se iban a tragar otros cabrones,
nosotros nos lo vamos a meter entre pecho y espalda. Dígale que me mande la cuenta de las
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─ Por favor, espere un poco mientras voy a ponerme de acuerdo con el patrón.
Los ojos del General siguieron al guardia de la entrada a través de las mesas y
traspasando la cortina de humo que elevaban los cigarrillos de los parroquianos. Vieron
como el empleado hablaba al oído del hombre que, de seguro, era el patrón del
establecimiento, vieron luego como se dirigían ambos señores a la estrella principal del
espectáculo. Siguieron recorriendo los pasos de la dama hasta mirarla cuchichear con las
coristas, vieron que las miradas de aquellas mujeres se dirigían a donde el grupo de
─Asunto arreglado, señor General. Sólo una pregunta: los que ya estaban podrán
─ Usted no haga escándalos, amigo. Deje que se diviertan y cuando quieran irse vuelva a
─ Una sugerencia, general: no solicite a la cantante que se vaya con usted desde ahora.
─ ¡Por eso pues, hijos de la chingada, las dejan trabajar o me los quiebro!
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─ Mire, compadre ─dijo Emiliano a uno de sus compañeros de mesa─, mire qué bonito
canta “que morrongo, que morrongo, que morrongo”. Mire, compadre, ese morrongo yo me
lo pongo, yo me lo pongo.
─ No sea así, General, no se ponga el morrongo todavía. Déjela que nos cante un poco
─ Vea, compadre, ya me degradó esta señora. Pero así es la cosa: con las viejas, uno
pierde la guardia.
Los dedos índice y pulgar tomaron, con delicadeza, los bigotes del General a la vez que
recio revolucionario se dejaba llevar por el hechizo de la dama y así, entre notas musicales.
Pero en campaña la cosa era diferente, nadie tomaba a diversión el enfrentamiento con los
federales. La rudeza de la acción era tomada tan en serio que, si morían por las balas, se
tomaban las pérdidas como un hecho natural y necesario puesto que sabían los riesgos a
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“El corneta” anunció que ya era hora de interrumpir el descanso para estar preparados
para iniciar la marcha. La noche anterior les había llegado un recado de que las fuerzas del
gobierno venían dispuestas a combatirlos y terminar con ellos. El General dio las órdenes
necesarias para que los estrategas distribuyeran hombres y armas, rumbos y posiciones.
estaban resguardados desde sitios estratégicos en los muros de adobe. Desde ahí
sostuvieron el ataque logrando que los del gobierno optaran por retirarse, llevándose a una
provocó un desmayo. ¡No estaba muerto! Sólo habría que atenderlo y estarse al pendiente
El médico de la tropa atendía la herida y le aplicó un sedante para evitar que el jefe, por
tropa y al sargento pues les mortificaba que su conductor pudiera fallecer y dejarlos en
desamparo.
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Como el talento de Emiliano Zapata no era, precisamente, el ejercicio de la lectura, se
desesperaba al ver que no terminaba de enterarse de las cosas que la misteriosa admiradora
─ Como que veo más cartas de las que me trajo el otro día, sargento. ¿Que usted no me
ha traído ninguna más? Pos yo veo más grande el montón de papeles, de sobres. ¿No sería
el que nos trajo el recado del ataque de los pelones? ¡Cómo que no! Mire, ésta ya la leí, ésta
también, todas éstas. Estas cartas no están abiertas, aquí veo más. ¿No las contó el día que
me las trajo? ¡Yo tampoco! ¡Cómo no se me ocurrió! ¡Cómo no se le ocurrió a usted! No, si
pa pendejo no se estudia. Lo digo por mí, sargento. Pero, pos si le queda el saco, póngaselo.
alegrona, como que busca un hombre que le atore. ¡Ya ve!: gallina que canta es que quiere
gallo. Ya me está llevando la chingada cada que usted me sale con que fulana no, zutana
tampoco. Sargento, fíjese bien en la que canta. Acuérdese que lo voy a subir de categoría.
En todos los pueblos, grandes o pequeños ─dijo un profesor─, hay historias muy
interesantes, como esta que le oí a uno de los alumnos de mayor edad. Pongan atención.
“Hace muchos, pero muchos años, cuando no existía la tecnología tan útil para la
viejo muy conocedor de todo lo que la vida le había enseñado y de todo lo que de los libros
había aprendido. Si alguien tenía una duda, con acercarse a él y preguntarle, la duda
quedaba resuelta.
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Pero como todo lo que significa bondad tiene sus detractores, este viejo se creó, sin
proponérselo, una gran cantidad de inconformidades, por no decir que todos eran sus
enemigos que lo desvaloraban y le buscaban el más mínimo defecto para señalarlo como no
grato a la comunidad.
oportunidad de comprobar un evento cualquiera; bastaba con que una persona dijera que el
agua era azul para que los demás afirmaran lo mismo aunque escurriendo el líquido por sus
─ El agua es transparente: no tiene color, el color que le vemos es reflejo del cielo,
y en el mar hay corales rojos, vemos un mar rojo, aguas rojas ─decía el sabio.
El viejo sabio optó por dejar que cada quien viviera con su ignorancia. Ahora ya no
podían señalarlo por sus aportaciones porque no las otorgaba. La gente estaba inconforme
por no tener qué recriminarle al estudioso varón; le buscaban algo de qué criticarlo y,
¡nada! Hasta que un día pasaron las auxiliares del templo, que iban a limpiar los muebles y
El hombre estaba tomando el fresco del día, sentado a la puerta de su casa. Vio pasar a las
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─ ¡Viejo pelado, cochino, desvergonzado!
Las incondicionales del párroco siguieron su camino y antes de iniciar sus tareas buscaron
En otra ocasión el sabio saludó a una señora que pasaba con un niño tomado de su mano:
─ Buenas tardes, señora. Ese niño necesita un hermanito. Dígale a su marido que si tiene
La señora no le dijo nada. Apresuró sus pasos y cuando estuvo en su casa dio la queja al
marido, éste fue a ver al presidente municipal y él exigió al sabio que moderara su
A partir de entonces el viejo sabio construyó una cabaña en las afueras de la aldea para no
molestar a nadie.
Pasaron algunos años y en la población surgió una generación que requería de más
más vieja y más conocedora de nuestra historia, la del pueblo. ¿A quién podremos
entrevistar?
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─ ¡Ay, hijo! El único que les puede ayudar es el hombre que vive allá, en la casa sola.
Ese hombre es un peligro: no hay palabra que salga de su boca que no dañe a los más castos
─ Díganme, muchachos, antes de que yo les conteste a sus preguntas, ¿ya son activos
sexualmente?
─ Pues yo no,
─ Pues yo poquito.
─ Pues yo sí.
─ Pues yo ya pronto.
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La noche se hizo larga y el maestro dejó a los muchachos para que descansaran
debidamente.
SÉPTIMA SESIÓN
Por lo general, las reuniones se realizaban al derredor de las nueve de la noche, para
suspender a las once o un poco más tarde si las narraciones se prolongaban; en esta ocasión
no llegaba el maestro y los muchachos creyeron que por una vez no tendían las charlas.
─ Ya es hora de que Virgilio hubiera llegado ─dijo El Raúl Velazco─. ¿Tendría algún
─ ¡Aquí estoy, aquí estoy! ─Virgilio llegó en el momento en que los jóvenes se disponían
Con la carta en la mano y el cigarro en los labios, recargado en la roca, a la última luz del
hizo con pausas, no por su inhabilidad lectora sino porque quería meter a sus pensamientos
cada idea de aquella mujer que ya deseaba. La imaginaba y quería ser el bruto que
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Yo misma me pregunto para qué le escribo si sé que nunca tendré la
Mi respuesta es una sola: este hombre es grande, este hombre vale la pena
mirarlo aunque sea a distancia. ¡Qué tonta!, ¿verdad? Tonta he sido porque
indicaciones que usted les diera, ha sido sublime para mí. Oír su voz potente,
Señor General, yo seguiré sus pasos a donde quiera que vaya y arriesgaré mi
Suya en mi pensamiento.
─ Se me ocurre que esta mujer podría ser una espía y que se propone apendejarme para
que me descuide y, así, poderme llevar hasta la trampa que los enemigos quieran tenderme.
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De que tiene labia… Sí, es labiosa la canija. Se me ocurre, sargento, que la descubran, me
─ Haga su trabajo, sargento. Busque a florecita fresca. ¿Quién le dijo al General que la
señora que lo provoca sea una santa? ¡La desfloro, la desfloro! Esa flor ha de estar más
deshojada que una rosa cortada el mes pasado. Don Emiliano ha de querer decir que la
La noche estaba muy quieta, sólo se escuchaban los grillos y los perros. Los centinelas
vigilaban en sus puestos, la tropa dormía junto a las paredes de la construcción, los rifles
descansaban pegados a los cuerpos de los hombres, las mujeres se acurrucaban junto a sus
podría bailar un son en su barriga, de seguro que no despertaría. Así es Chon: toca la
borracho, me jala pal rincón donde dormimos. Él se queda bien rendido y yo con los ojos
bien pelones porque su peste de sudor y mezcal y sus rugidos no me dejan dormir. Por eso
salí a caminar y a buscarte, sargento, pa preguntarte: ¿por qué me mirabas tanto cuando
estaba cantando? ¡A poco no te ajustan las orejas pa oírme! ¡O me vas a decir que te
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─ ¿Contigo, sargento?
─ Conmigo, con otro o con el General. ¿Te animarías a hacer tarugo a Chon?
─ Mira, sargento, el Chon me mata si yo le juego chueco y, casi lo juro, mata al carajo
que se atreva a enamorarme. Con quien no se arriesgaría sería con el General. Pero yo no
me meto con el jefe; él, todos lo saben, tiene muchos compromisos. Yo quiero un hombre
─ Entonces eres feliz con Chon. Él toca la guitarra muy bonito y tú levantas mucho la
voz.
ganas de levantarla.
La propuesta fue tan clara y el ambiente se presentaba tan propicio que, la esposa de
silenciosos que pudieron. Habría que guardar el secreto, no tenía Chon por qué convertirse
en asesino.
─ Con la novedad, General, que la cantante duerme con Chon, el de la guitarra. Sí, es una
mujer que alborota a los soldados, pero lo hace a propósito y a petición de su hombre. Él le
dijo, yo soy testigo: “Petronila, coquetéale a los indios, nomás no dejes que te agarren
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porque tú coges conmigo, nomás conmigo”. Y, ahí anda la cantante jondeándoles las
enaguas mientras cantaba las historias que Chon le enseña. No General, la Petronila no sabe
leer ni escribir, pero ella aprende de tanto oír a Chon todas las veces que repite las
─ Léame esta carta, sargento, que ya no me da vergüenza compartirle estos mensajes. Son
papel. Su voz era temblona también, por lo que tartamudeaba mucho y no hacía entendible
su lectura.
Cuando usted hizo suya a Inesita, yo estaba tan enojada que me encerré en
la casa y no salía ni a misa por mucho tiempo; me pasaba haciendo las cosas
cabeza.
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Sí, General, de tonta me he pasado queriendo ser mirada por sus ojazos
negros, de idiota me he pasado deseando que sus manos tomaran las mías y que
La casa iba quedando en orden, pero mis pensamientos seguían dando vueltas
¡Qué revolución! No la que reclamaba Tierra y Libertad, sino la lucha interna que don
Emiliano libraba para apaciguar sus instintos. Con los informes del sargento y con sus
propias observaciones no podía darse cuenta de cuál mujer lo estaba provocando de aquella
manera.
─ Inés, mi fiel Inés. Aunque yo tan cabrón siempre, ella ha estado esperando a que yo
regrese y, yo regreso. Algo tiene la Inés que no puedo dejarla por ninguna. Suerte que
tengo: la Inés no me deja a pesar de que sabe que voy y vengo con una y con otra. Ya vine,
mujer, ya puedes hacerme un lugar en la cama. “─Que espérate Emiliano a que se duerman
los hijos. ─Que no puedo esperarme, que no quiero esperar. ─Emiliano, sosiégate,
disgustos. Y esta vieja que me conoce todas las historias. ¿Será una de mis otras queridas?
¡Sargento! Investigue si alguna de mis viejas anda fuera de su casa, no vaya siendo que sea
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una de ellas la ofrecida que me tiene todo destanteado. ¡Sí sargento! Alguna de mis
Las salidas del sargento servían, además de obedecer las indicaciones de su superior, para
─Con el miedo que le tienen al General, o respeto, según ellas. Es miedo porque don
Emiliano es bravo. Pero, por sí o por no, voy a ir a vigilarlas. A ver cómo le hago para no
darles a saber que ando observando sus salidas. Va a estar dura la chinga de ir de un lado
para otro y tener cuidado de que no me descubran. Si mi General las tuviera juntas en una
Una joven profesora rural, Eloísa de nombre, platicó la anécdota que, entre otras que tenía,
seleccionó.
“A punto de terminar el verano Puerto Vallarta estaba hasta el tope: todos los hoteles
tenían ocupadas sus habitaciones; a lo largo de la bahía los bañistas lucían sus trajes, se
miraban de todo tipo: pantalones short, trajes femeninos muy conservadores, biquinis
diminutos. Los vacacionistas disfrutan alimentos y bebidas bajo las sombrillas y tumbados
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en camastros, muchos de ellos hundiendo los pies en la arena porque era más reconfortante
estar así que el dejar que el fuerte calor del mes de septiembre los abrasara.
─ ¡Ah, qué puto calorón está haciendo ─pensaba Aniceto mientras fijaba, vigilante, su
mirada en Carmen, que brincaba cada vez que las olas le cubrían las piernas.
La mujer disfrutaba al máximo el vaivén de las aguas saladas; sólo pensaba en aprovechar
clavado para que su cuerpo recibiera toda la frescura del océano. En algún momento miró a
su marido que en actitud indiferente se bebía una y otra michelada, bajo la sombrilla donde
estaba instalado. Únicamente pensaba: „Es un tonto, venir a Vallarta para estar aplastado
Los juegos playeros de la mujer variaban un poco entre sortear los tumbos de las olas,
yendo de las bajas a las altas, y caminar por la arena húmeda hasta perderse de la vigilancia
de su indolente marido.
reconocían como „el huichol‟ por el color de su piel y sus rasgos indígenas. Ese hombre
tenía una corpulencia muy notable, tenía muy bien trabajada de su musculatura. Eso llamó
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─ Para a Usté, señito, se los voy a dar muy baratos, nomás deme cien pesos por cada uno.
Mire qué trabajo tan fino. Mírelos bien, son colibrís y tortuguitas. ¿Cuál le gusta más?
─ ¡Ay, no don! Los da muy caros y aquí no traigo dinero. Mejor otro día.
─ Señito, yo la espero mientras trai su dinero. Y no están caros; a los gringos se los doy a
un poco más.
Carmen se quedó contemplando los bíceps y los pectorales mientras pensaba: “Este
─ Mire, yo quiero comprarle varias piezas, vea para allá, ese hotel. ¿Ya lo vio? El cuarto
222 es el mío, vaya para allá, yo lo alcanzo porque quiero comprarle una docena”.
Los asistentes quedaron perplejos esperando un fin lógico de la historia contada por la
─ ¿Eso es todo?
Todos quedaron intrigados por lo que pudiera haber pasado entre „el huichol‟ y Carmen.
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OCTAVA SESIÓN
El grupo de los narradores se incrementaba noche a noche porque las historias de Virgilio
y las anécdotas de los educadores despertaban más interés cada día; no faltaba alaguna o
habitación. Otros se lamentaban de no haber hecho presencia desde que el maestro asesor
los invitara.
alta, gorda, hermosa, fea, deforme, perfecta. La imagen obedecía, como plastilina, a las
Respetabilísimo señor:
Abusaré de atrevida al platicarle que el día que usted sufrió la herida por la
bala del enemigo, el día…, mejor dicho, la noche en que usted estaba sin
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pendiente para que el doctor atendiera a los otros heridos y para que los
Dirá usted que no cometo ningún atrevimiento al contarle esto. Pues no,
General, el atrevimiento viene ahora con esto que sigue: me quedé sola
cabeza, yo que tanto lo aprecio, yo que tanto he deseado ser suya. Ahí usted,
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su rostro seguía perdido. Mis manos permanecieron atrapadas en lo que
antes me diera vergüenza tocar, pero que esa noche me hizo concebir una
cuando yo lo tocaba?
─ Está cerca. Anda con nosotros. Esta mujer… o es una santa o es una reprimida pero con
toda la calentura adentro. Ya no estoy tan seguro de qué es lo que siento por ella; a veces
pienso en encontrarla y cogérmela dos o tres veces para cumplirle su deseo; a veces creo
que me estoy encariñando y quisiera tenerla como mujer para siempre, que me dé hijos
para que se hagan hombres del campo o mujeres de su casa, mujeres y hombres que
aprendan a leer y a escribir como ella lo hace, que ella los enseñe primero y que después,
cuando acabe esta refriega, vayan a la escuela y se hagan gente de provecho. ¡Ah, cabrón!,
estoy soñando. ¡No, pos sí!, se me está metiendo a la cabeza. ¡Sargento! ¿Cómo va ese
asunto?
─ Ya le platiqué, General, que no he dejado de revisar por todas partes. Mire, vigilé a sus
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están donde usted las tiene. Las mujeres de aquí, ya ve, todas tienen a sus hombres.
Bueno… hay una que está sola, pero ella es madre de un soldado y está muy vieja para
andar de alborotada. ¡No puede ser! Porque la que usted quiere es menor de edad que usted.
Quiero decir… la que lo quiere a usted, no la que usted quiere. ¡Ya me hice bolas, General!
Con eso de que me tiene prometido el ascenso, pues sí, me ilusiono, pa qué es más que la
verdad.
La narración de Bruno, otro de los profesores, tocó el tema de las prácticas amorosas del
jefe revolucionario:
Emiliano Zapata y que le dijo que el General era muy enamorado desde que era muy chico.
Me dijo que su padre le platicó de la primera vez que Zapata tuvo sexo con una vecina de
“Estaba mi madre eche y eche tortillas y atizándole a la lumbre pa que los frijoles se
acabaran de cocer porque ya era hora de almorzar. Mi padre y mis hermanos ya andaban
entre los surcos arreando a los bueyes. Yo estaba entre las primeras milpas retirándoles las
yerbas y poniéndoles tierra a las plantitas. Así fue pa que mi madre me avisara cuando ya
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El tenamaste se llenó de calientes tortillas, los frijoles estaban bien cociditos y el chirmole
que hizo mi madre con tomates y chiles asados en el comal ya invitaban a hacer los tacos.
─ ¡Emiliano, tú que alcanzas a oírme, háblale a esos hombres que se vengan antes de
Todos nos rodeamos del pretil del metate pa no dejar escapar las recién saliditas del
comal. El único que permaneció de pie fue mi padre que parecía vigilar la yunta de bueyes
─ Siéntate, hombre ─le dijo mi madre─, la comida debes tomarla con calma pa que te
haga provecho. Ni modo que los animales se vayan si los tienes uncidos, el yugo no los
Casimira, la mujer que nunca se casó, la mujer que dedicó su vida a vender casa por casa
botones, encajes, agujas, listones, hilos y otras tarugadas de esas que todas las mujeres
necesitan tanto pa arreglar los trapos que se ponen y los que los hombres nos ponemos
también.
─ Buenos días, mujer. Mira qué cosas tan chulas te traigo. Buenos días a todos, sigan
almorzando. Perdona, mujer, que llegue a esta hora; más vale llegar a tiempo que ser
enseño estas cosas tan útiles. Oye, mujer, qué guapo se ha puesto el Emiliano. Si así está
ahora que tiene once años, ¡cómo se pondrá ya que vaya creciendo! Te lo van a robar,
mujer.
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─ Sí, siempre habrá alguna lagartija que quiera llevarse a mis muchachos. Pero ellos ya se
Al terminarse el día, cuando se nos acabó la luz, dejamos suspendidos los trabajos de la
─ Emiliano, lleva a estos animales al potrero del zacatal pa que coman y descansen.
donde majarían y dormirían, me regresé con ganas de cenar y acostarme. Pero vi a Casimira
parada a la puerta de su vivienda, parecía que me estaba espiando. Pienso eso por la forma
─ Oye, Emiliano, hice arroz con leche. ¡Me quedó muy sabroso! Pásate pa que te tomes
una tacita.
Mis padres me han enseñado a que no sea desatento con las personas, por eso le dije que
─ ¿Me dejas ver tu ombligo? Yo te enseño el mío. Yo lo tengo hondito, ¿tú lo tienes
salidito?
Nos enseñamos los ombligos y jugamos a juntarlos y jugamos a juntar otras partes que no
se deben decir, porque andar diciendo esas cosas es un pecado muy feo.
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─ ¿Nunca habías jugado el juego de los ombligos, Emiliano?
─ ¡Ah, bueno!
Cuando me fui, a mi casa, llevaba mucho miedo de que mi padre me diera de cuerazos
Desde aquel arroz con leche se me hizo maña seguir pasando por la casa de la vendedora
de botones. A veces me volvía a invitar a que pasara y, con arroz o sin arroz, el juego de los
las canicas; mi madre me regañaba y me daba de cenar al mismo tiempo. Mi padre me dijo
─ Como que juegas mucho a las canicas. Yo creo que ya estás grande pa andar jugando
cosas de niños.
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─ A mí me gusta mucho jugar a las canicas.
En una de las veces que quise meterme a la casa de Casimira, me estaba brincando por el
corral de piedras cuando desde lo oscuro del corredor salió volando una piedra como
quedé apendejado por un ratito, como no sabiendo qué debía hacer. Me decidí por irme de
allí, no fuera a ser que otra piedra si le atinara a mi cabeza. Pa qué arriesgarme. Mejor me
iría a dormir. Ya iba caminando pa mi casa cuando se me ocurrió una cosa: „Ese hijo de la
chingada que me aventó la piedra tiene que salir cuando la Casimira le dé su arrocito con
leche y cuando terminen de jugarse los ombligos. Me voy a esconder pa saber a quién le
tocó el arroz. Si es mayor o más fuerte que yo, pos me aguanto y no me le doy a ver porque
si llego raspado a la casa no sé qué les diría a mis padres‟. Así estuve, escondido,
aburriéndome de no hacer nada más que espiar. Sólo pensaba que se me estaba haciendo
más tarde que de costumbre, pero ya me había hecho el ánimo de saber y lo iba a saber.
Empezó a rechinar la puerta de la casa de Casimira y abrí los ojos pa poder ver en la
─ Ese paso, ese sombrero, yo los conozco… ─el hombre le dio una fuerte fumada a su
Dejé que mi padre llegara a la casa primero que yo. Lo estuve viendo desde mi escondite
que no se diera cuenta de que era yo el que iba a brincar la cerca. Lo seguí divisando desde
lejos hasta que llegó a la casa y se metió. Entonces ya me fui a pasos normales hasta que
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─ ¿Otra vez te pusiste a jugar canicas? Cada vez te entretienes más.
─ Pos, sí padre, cuando uno se divierte tanto no se fija en el tiempo que pasa.
─ Mejor déjense de alegatas ─nos regañó mi madre a los dos─ y siéntense a cenar. Hice
─ Yo me sé otra de las travesuras de don Emiliano. ¡No, si los rancheros saben muchas
El muchacho gritaba montando su caballo „El Prieto‟, galopándolo y haciendo que parara
bruscamente, produciendo chispas porque la talladura de las herraduras con las piedras del
La gente se resguardaba en los umbrales de las puertas de sus casas; sobre todo las
A los hombres no les parecía tan amedrentador el espectáculo de un briago que se divertía
correteando con su caballo. A ellos les parecía un acto de hombría, un acto de hombre muy
macho.
pantomimas. Los hombres lo disculpan porque han de creer que se ven muy chulos
haciendo esas piruetas. ¿Cómo puede alguien andar asustando a la gente? Ni quien pueda
salir a la calle, porque nos arriesgaríamos a que nos llevara entre las patas de su caballo.
─ Emiliano sabe cómo controlar a su cuaco; si se ha pasado la vida domando los caballos
de los hacendados.
─ Eso todo el mundo lo sabe. Lo que no sabía nadie era que este joven un día se iba a
portar tan alocado por los tragos de mezcal que se tomó. Y, ¡bueno!, si no saben tomar,
mejor no tomaran.
─ Es que tú no entiendes, mujer: este muchacho acaba de perder a sus padres. Le llegó la
─ Sí, pretextos no faltan: si están tristes, se empinan las botellas; si están contentos, se
─ ¡Qué casualidad! Ojalá esta borrachera sea la primera y la última, si no, el muchacho
─ ¡Qué va a ser la última! Ni que no fuera hombre. Emiliano tiene algo que no todos
tienen. Una borrachera no lo va a cambiar en nada. Los güevos de Emiliano son los güevos
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Ahí paró la disertación acerca de la imagen de un borracho; pero el alcohol seguía
atravesando la garganta del joven huérfano y los gritos de entusiasmo o de dolor por los
En las comunidades donde los jóvenes dan su servicio también se saben divertir las
personas, y más cuando un entusiasta maestro los motiva con propuestas de juegos de mesa
como Serpientes y Escaleras o la Lotería; los rancheros prefieren las barajas españolas o
inglesas. Jueguen lo que jueguen, entre los cartones y las apuestas intercambian chismes,
cuentos y leyendas como el relato que el profesor José Prudencio compartió con el grupo.
“LA DAMA: Otra vez este hijo de chingada llegando hasta la madre de borracho; si tan
siquiera me hiciera mujer, aunque fuera con su pestilencia y todo, yo le disculparía su vicio.
Pero, ¡no! Ni siquiera traga de las chingaderas que yo le preparo, de seguro que por donde
anda le han de dar de tragar. Ni modo que con puro aguardiente tenga pa aguantar la
chamba del día siguiente. Pero, ¡bueno! A mí que me importa si traga o si se muere de
hambre, con que no se quedara dormido y me diera sus arrejuntones. Ahí estoy yo, que ya
ni me acuerdo cuando fue la última vez que me quitó los calzones. Así quien quiere tener
marido.
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Y, luego esos pinches gatos que qué feo gruñen: si hasta parece que es el diablo que anda
por el tejado y que viene a llevarme por ser tan mala y no entender a mi hombre. Pero no,
así de feo, es que se están apareando. Bueno que están cogiendo, como este borracho y yo
Qué malos pensamientos tengo. Nomás pensando en puras porquerías. ¿Pero qué hago si
soy una mujer normal? Los borrachos debieran casarse con mujeres sin ganas. ¡Yo tengo
tantas!, que ya metí mis manos entre sus pantalones y, ¡nada! Yo creo que hasta para mear
le ha de costar trabajo. ¡Ay, méndigos gatos, qué bien chingan! Ni dejan dormir.
Yo que me puse mi perfume, el que él me regaló el día de mi santo, ese perfume que huele
tan bonito y que prometí usarlo todas las noches para antojármele. Si yo fuera botella de
aguardiente… sí me le antojaría.
¡Qué calor se siente aquí en el cuarto! Mejor me voy al patio pa que me dé el aire. ¡Qué
silencio se siente! La noche está tan avanzada que hasta miedo siento. Pero qué miedo ni
qué la chingada. Es la hora del diablo y voy a invocarlo para hacer un trato con él. Sí, voy a
¿Qué le voy a ofrecer al chamuco? ¿Qué le voy a pedir? No tengo nada que ofrecerle; que
me lleve al infierno cuando quiera pero primero que me cumpla un deseo. No quiero que le
quite lo borracho a mi viejo porque él ya está más endiablado que nada. Yo lo que quiero es
que me convierta en una gata para maullar, para gruñir todas las noches por los tejados.
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EL BORRACHO: Pos onde está esta pinche vieja, llego y no pasa nada porque me quedo
bien jetón por los traguitos que me aventé. Despierto y quiero que me atienda, que pegue
sus carnes con las mías y parece que ya no le gusto, que le doy asco, que no quiere nada
despierta y nos vamos a visitar el nidito de amor. ¡Ándale m‟hijo, ándale m‟hijo! ¿Qué te
cuesta portarte bien? Ora que me acordé que te tengo y pa lo que sirves. ¡Despiértate,
despiértate! No me hagas quedar mal. Mira, yo reconozco que tengo muy abandonada a mi
señora; tú tienes la culpa porque no me respondes como debe ser. ¿A qué santo debo rezarle
pa que me haga el milagro? San Judas Tadeo ya ni me pela, le pido y le pido y se hace
pendejo. ¡No que es el santo de los casos difíciles! ¿Y si le pido directamente a Dios?
¿Quién es más poderoso que Él? ¡Pero qué me va a hacer caso con lo borracho que soy! ¿Y
si cambio, si dejo la bebida? ¡No, ni madres! Mejor le voy a hablar al diablo, le voy a pedir
que me vuelva la hombría, que me haga funcionar este pedazo de pellejo, que me lo vuelva
de acero, que tumbe viejas a diestra y siniestra, que con verme se me rindan las mujeres,
que yo sea la envidia de todos los cabrones, que no encuentre la forma de ocultar mi bulto
EL DIABLO: ¿Para dónde le doy, par de pendejos? O voy con la insatisfecha o me voy
con el impotente. Cierto, soy el mal y puedo todo lo que El de Arriba se niega a hacer.
Dicen que Dios no cumple antojos ni endereza jorobados. Pero estos dos están más chuecos
que el de la catedral de Notre Dame. Tienen jorobadas sus almas y, así no me sirven para
nada. A mí que me las den derechitas para enchuecarlas yo. Ella hace más pecado
queriendo convertirse en bestia que si se saliera a putear por las calles, a fin de cuentas, si
tiene un marido inservible, un marido que no la sabe complacer, ¡qué falta tan pequeña
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sería que buscara por fuera lo que no tiene en casa! A este necio no le voy a hacer caso, no
necesito comprar lo que ya es mío. Más que comprometido conmigo está desde el momento
en que se gasta los pesos, que gana, en puro licor; si apartara un poco para los alimentos de
su familia, para medicinas, para la atención de los hijos y se gastara en sus gustos lo que
yo les compro el alma para perderlos. Por eso me aprovecho de las desesperaciones no
una gata.
Esta participación provocó tantas risas y tantos aplausos que el maestro Virgilio se vio en
apuros para acallar todo el alboroto. Con el índice en sus labios les pedía silencio, con las
palmas de sus manos les indicaba sosiego. De cualquier manera ya era hora de dormir. El
primero en retirarse fue el asesor. Subió a su automóvil y se dirigió a su domicilio por las
NOVENA SESIÓN
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─ Anoche estuve a punto de ir a regañarlos, maestro ─le dijo el administrador del hotel a
Virgilio cuando éste llegó para reunirse con sus pupilos─. Le pido que consideren que no
─ Pierda cuidado y acepte nuestras disculpas. Seremos más moderados con nuestras
conductas.
Al gran hombre, al recio como ningún otro, se le fue el sueño: ya había leído todas las
cartas de la amante no lograda. Sin embargo, en sus manos estaba la última misiva y la
releyó varias veces. El papel daba vueltas en sus manos como las ideas en su cerebro. Se
puso de pie; dejó la cama y su cuerpo dio vueltas por el cuarto buscando la estrategia
correcta, en tanto que encendía un cigarro que consumió con aspiraciones desesperadas.
Amado General:
Esta es la última carta. Como se habrá fijado, los sobres están numerados y
se los dejé en orden. Yo supongo que las leyó siguiendo la numeración en que
se las presenté. De cualquier forma en que las haya leído, mi intención fue que
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usted pensara en mí como en una mujer a la que podría hacer feliz si así se lo
sido la mujer de uno de sus hombres, pero enamorada de su persona desde antes
imaginación, pues pienso permanecer al lado del soldado que elegí para
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Señor Emiliano, mi señor, mi ilusión, yo le doy compañía a mi hombre en las
noches, pero cuando me abraza y me hace suya, él no sabe que yo soy de usted,
que en mi mente son los brazos del General los que me aprietan, que son los
labios del General los que me besan, que es el cuerpo del General el que se
las soldaderas estarán junto a sus hombres sin dar motivos para que se juzgue
deje abierta la puerta; usted se sale para que yo entre para esperarlo en lo que
porque ya no es necesario que busque. Ya solita cayó la misteriosa. Por fin podré meterla
en mis cobijas. ¡No!, a nadie le diré que la caliente no aguantó su calentura y que vendrá a
calentarme los tanates. No es necesario que se entere el sargento. ¡Pobre! Tendrá que
esperarse a hacer más méritos para ganarse el siguiente grado. Yo, de corazón, le hubiera
El General ordenó que no dejaran de escarbar porque había señales de que los del gobierno
una hora, así debería ser. El sargento recibió la orden de vigilar el trabajo de la tropa con la
fidelidad que hasta ese momento había mostrado para cumplir cualquier mandato del jefe
revolucionario.
Todas las mujeres rodearon al General cuando les hizo ver sus deberes de permanecer en
sus rincones cuidando las pertenecías de sus maridos, cuando les pidió que se mantuvieran
─ Ya diviso su sombra, acaba de meterse a mi cuarto. Por fin sabré qué vieja me ha
seguido sin saberlo yo. Por fin podré arrancarle suspiros cuando le cumpla su ilusión. Sí,
allí está su sombra; apenas se puede ver el bulto porque no están prendidos los quinqués.
¿Será fea? ¿Por qué se habrá encaprichado con un hombre tan comprometido como yo?
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Virgilio manifestó su satisfacción por el gusto que mostraban los maestros rurales al
satisfacía por las aportaciones de cultura popular emitidas por los jóvenes y se completaba
su alegría porque el trabajo académico, a un día de concluir, se había realizado sin una
─ Ya pronto se develará el misterio; ahora es muy tarde, ustedes tienen que levantarse
instructores se acomodaron en sus sitios del suelo o en las sillas disponibles para escuchar
la participación del Manolo, el profesor que ofreció su relato para la sesión en turno. Éste
era el más tímido de los cursillistas, al grado de que los demás daban por hecho que no
contaría ninguna historia o que, incluso, abandonaría las reuniones una vez que advirtiera el
tono picaresco de los temas. Menudo chasco se llevaron cuando él solicitó ser el siguiente.
─ Es muy simple lo que yo les voy a contar, pero como lo que destaca es el amor, espero
“El poetastro del pueblo se enamoró de la Petra y todos los días le escribía sus, dizque
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manos por todos lados. Hasta decía la gente que qué bonitos se veían estos novios, que tal
para cual, que él tan educado y ella tan alegre, que eran los novios ideales.
La Petra le dijo que sí después de que el poetastro le rogó demasiado. Ella había tenido
varios novios, todos muy diferentes al poetastro: hombres iletrados, rudos trabajadores del
campo o de la fábrica.
─ Pero te vienes pronto porque yo tengo que hacer mis trabajos de la casa.
La Petra se ponía la mano en la boca o la cubría con un pañuelo para que el poetastro no
─ “Petra hermosa
Bella rosa
─ ¡Aaaaaaaaaaah, qué bonito! ¿Cómo le haces para inventar tantas pen…sadas palabras
poéticas?
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Un día el poetastro quiso ser atrevido con sus creaciones literarias y se dijo: “Voy a
escribirle a la Petra un poema que le haga entender que ella es mi adoración, pero que
también entienda que la deseo apasionadamente. Así que hubo escrito su poema, encargó la
Yo te quise llevar…”
─ ¡Alto ahí, poeta! ─la Petra no pertmitió que el poetastro terminara de recitarle su
poema.
─ ¿Qué pasa amada mía? ¿Te ofenden mis versos? Mira, yo sólo quise ser un poeta
romántico-erótico.
─ ¡Ay, poeta tan inocente! Para mí cuenta mucho, porque tú me diviertes con versitos
El poetastro no tuvo más que decir. Desde entonces solamente escribe poemas a las flores
y a las aves”.
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La habitación quedó en silencio por varios segundos hasta que uno de los asistentes lanzó
la pregunta:
─ Yo les cuento otro ─dijo, poniéndose de pie y sacudiéndose el trasero, otro de los
jóvenes asistentes.
DÉCIMA SESIÓN
descanso dentro del hotel. Los observaba realizando actividades didácticas con los
materiales que la Secretaría de Educación Pública les proporcionara para generar ideas del
Los muchachos y las señoritas, involucrados en esas tareas, salían de las aulas con el
cansancio propio de los estudios intensivos pero con el entusiasmo reflejado en sus rostros
y en sus comentarios por lo aprendido. “Todo está bien, todo bajo control”, pensó el asesor.
de narraciones y, cuando éste hubo llegado, todos tomaron su lugar y le dieron la palabra a
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Pedro, quien solicitó, la noche anterior, ser el que contara un cuento extraído de la gente de
su comunidad. Y, como resultara que este joven desempeñó sus funciones en una escuela
“Su jefita le dijo que no fuera a aquella colonia tan alejada y tan deplorable, que allá
estaban los de la banda „La quinta chingada‟ que anunciaban en la tele de las más
peligrosas de la ciudad; le dijo que los de esa banda andaban bien perros, que habían dicho
que a cualquier bato que se metiera con las morras de su colonia se lo iba a cargar la
chingada; que no nomás eran cabrones por vivir allá tan lejos del centro de Guadalajara
entre cartones y desperdicios que recogían de los tiraderos; que se llamaban „La quinta
chingada‟ porque también mandaban al otro barrio a quien invadiera sus terrenos. Pero
Lucio se había encaprichado con esa morra el día que „perreó‟ con ella en el casino „Río
Nilo‟, pues cuando le arrimó su enorme culo él se prometió que lo tendría sólo para él.
Su jefecita no estaba de acuerdo en que Lucio se portara tan libertino, por eso rezaba
todos los días a san Judas Tadeo, para que el caso tan difícil que era su hijo, con tantas
parrandas y con tan malas amistades ya cambiara. La señora decía que vivía con el alma en
un hilo, y más desde que él se había aferrado a la idea de que la morra, esa que vive en
barrio tan alejado de la mano de Dios, habría de ser una más de sus conquistas.
─ Lucio, no vayas a ver a esa muchacha. Ella es una descarada que no se respeta a sí
misma. Imagínate si habría de respetarte a ti. Aquí, en la colonia, hay muchachas más
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─ Mire jefa, ya sé que aquí hay viejas de a montón, pero las que no se pasan de apretadas
es que ya les soltaron las nalgas a mis compas y a mí. No jefa, de aquí no encuentro morra
que me lata.
─ Pero hijo, aquí no corres riesgos de que te ataquen. Aquí todos te conocen.
─ Jefa, tranquila, yo voy a tronarle los chetos a esa morra aunque tenga que agarrarme a
putazos con los batos de aquel barrio. A mí no hay „Quinta chingada‟ que me detenga
se fue al barrio más distante del centro de la urbe. Se fue en su bicicleta. Llevaba una
camisa deportiva, unos pantalones vaqueros de mezclilla desteñida, unos tenis de marca
La morra lo vio llegar y se metió a su casa porque también miró que los de la banda „La
Lucio cayó al piso violentamente cuando uno de los de la banda lo alcanzó y pateó la
llanta trasera de la bicicleta. El temerario estuvo a punto de sacar la pistola que traía metida
entre el pantalón y las nalgas, pero una lluvia de piedras lo desarmó dejándolo sin
posibilidad de defenderse. Los pandilleros arremetieron sobre el caído con palos y con
varillas destrozándole las carnes y cambiando los colores claros de su ropa en rojo intenso
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Más golpes y patadas caían en las costillas, en los genitales y en el rostro. Ya estaba
Lucio sin sentido cuando el que traía la varilla puntiaguda le perforó el pecho, justamente
en la tetilla izquierda. Ya no salió ninguna voz de su boca; lo que sí salía era un chorro
Cuando su jefita pudo recoger el cuerpo también le regresaron las ensangrentadas ropas
en una bolsa, pero no le entregaron los tenis NIKE ni la bicicleta. No la vimos llorar en el
velorio que se llevó a cabo en el domicilio de la dolida familia. Lo que sí oímos fue su
última regañada:
─ ¡Yo te lo dije, pendejo, pero ahí vas a buscar tu fortuna. Cabrón, andabas queriendo
coger en otros lados, como si en esta colonia no abundaran las putas…Ya chingaste a tu
madre!”
Nadie quiso quedarse sin decir su anécdota. La que Carmela contó también tuvo su
“La casa de Serafina es, literalmente, un aviario. Es una casa antigua, de provincia, muy
similar a las viejas casonas de la España de siglos anteriores. El corredor está lleno de
jaulas y de trinos, y en los patios y en los corrales se desplazan aves exóticas, que en el
pueblo a nadie se le hubiera ocurrido adquirir, por lo costoso del animal y por lo
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Anselmo llegó temprano a escuchar los trinos de los jilgueros, de los clarines y de los
otros pájaros que no sabía distinguir. Sin embargo él no iba a deleitarse con música de aves;
él fue llamado por Serafina para que le acondicionara una parte del enorme corral a fin de
─ Mira, Anselmo, desde esta pared hasta aquella otra quiero que me hagas un muro que
divida la parte de los avestruces con el jardín de los pavorreales. Tú eres bueno en tu
trabajo, así es que no necesito decirte de cómo deben ser los comederos y los bebederos.
Acuérdate que los avestruces son grandotes; piensa cómo vas a hacer las cosas.
─ ¡Ah qué Serafina!, ¿por qué le gustan los pájaros tan grandes?
─ También me gustan los pájaros chiquitos. ¿No te fijaste en los canarios y en los
cardenales?
Anselmo pegaba ladrillo tras ladrillo y chiflaba melodías campiranas mientras avanzaba
la construcción; suspendía la musicalidad cuando Serafina salía para alimentar a sus aves.
Entonces era la música de ella la que llenaba los espacios del corral y de los corredores.
Anselmo respetaba el „quichi, quichi, quichi‟ con que la solterona llamaba a los pavorreales
y a las grullas.
─ No dejes de chiflar, Chemo, se oye muy bonito. Es más, si te las sabes cantadas,
cántalas.
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─ Si Usté lo manda yo obedezco, Serafina. Lo que no quiero es que se espanten sus
animales.
ruiseñores.
Los días pasaron y las instalaciones para recibir a los enormes pájaros quedaron a la
depositar el pago se aferró a las callosas manos para hacer más evidente el agradecimiento.
¡No lo hubiera hecho!, porque el contacto de finos dedos con manos ásperas produjo un
─ Serafina, tengo un pajarito que a Usté le hace falta. Si Usté quiere se lo doy.
puerta del corral. Ese no fue el último día de trabajo, pues siguió asistiendo a desempeñar
Por las noches se reunían los amigos en la cantina del pueblo a comentar los sucesos
cotidianos.
─ Esa Serafinita, tiene todos los pájaros del mundo, menos el que le hace falta.
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Continuando su narración, Virgilio paseaba la mirada por todos y cada uno de los que
decidieron pertenecer a esa dinámica para matar el tedio y los deseos de vagabundear por
lugares que ofrecían poca seguridad. Se dio cuenta que había interés por todo lo que se
extrae de convivir con los habitantes de las rancherías, así como por las emociones que él
les estaba trasmitiendo con sus cuentos zapatistas. Sentía que agregaba un logro extra al
veces caminaba mientras fluía su historia. De pronto le ponía más énfasis o más pausas a
─ Aquí estoy, General, con vergüenza por lo que hago, pero con todo el deseo de hacerlo
una y mil veces. ¡No, General! No prenda las luces. Deje el quinqué como está. Déjeme
seguir en el misterio. Permítame seguir anónima siempre. Yo estaré para usted cada que las
─ ¿Eres fea?
─ Ahora no, General. Ahora estoy desnuda, ahora venga conmigo. Tal vez otro día me
atreva a mostrarme para que sepa quién soy. Ahora déjeme gozarlo y déjeme hacerlo feliz.
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─ Tu cuerpo, mujer misteriosa, tu cuerpo lo siento bonito, sedoso. Me lo dicen mis manos
tan rudas: tus pechos son duros y son duras tus nalgas; son grandes tus bultos de arriba y
tus bultos de debajo de tu espalda son duros. Me quitas el aire mujer misteriosa. Yo no
─ Quédese así, General, que su cuerpo recupere el aliento. Usted manda y yo obedezco.
de…
Nadie más lo supo, ni las mujeres que estaban recluidas en un rincón de la hacienda
esperando y rezando para que sus hombres aguantaran la nocturna tarea de escavar una
zanja honda en aquél duro terreno. Ninguna advirtió que no estaban todas.
Nadie más lo supo. No lo supieron los hombres que, entre el disgusto por una tarea
inesperada y las mentadas de madre porque se golpeaban con las piedras o con las
herramientas, se dedicaban a cumplir las órdenes del jefe. Lo habrían hecho aunque no
─El General nos ordenó cavar para hacer la trinchera; que no le paráramos en toda la
noche, nos dijo. Dijo que yo vigile a los soldados para que no se duerman antes de haber
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terminado la zanja. ¡Está bien larga la cabrona! A ver si no se me desmayan estos amigos o
a ver si no se me alborotan y quieren echarme pleito porque los estoy vigilando, porque yo
no agarré los picos y las palas. Pero órdenes son órdenes; a mí me pusieron a ver y a ellos, a
escarbar bien hondo alrededor de la hacienda. ¡Qué trazas del General! ¡Cómo se le ocurre!
Si siempre nos hemos defendido bien desde los muros y en las laderas y desde atrás de las
piedras… todos han de creer que yo no me canso, pero eso de estar dando vueltas y más
vueltas viendo como cada carajo haga su trabajo es de lo más cansado que he hecho en mi
vida. Y luego, como que se me debilitan las corvas y me ponen en peligro de caer
desmayado. Ya hasta me mentaron la madre como si yo fuera el que los tengo a pique y
Me dicen cada cosa como si yo fuera el que manda. No; si pa mandar sólo el General. Yo
apenas soy sargento, si le cumplo al jefe con el encargo de la misteriosa, pos… me sube de
cargo. ¡Pero eso es si la encuentro!, de otro modo no pasaré de sargento en toda la refriega.
¿Cuánto irá a durar esta madre? Yo no quisiera que mi vieja fuera a parir a mis hijos
andando en estas chingas. Ella, de algún modo se ajusta a los trabajos que pasamos, igual
que las viejas de mis compañeros. ¡Pobrecitas! Cargando niños que les nacieron en estos
campos, cargando cosas que hay que llevar de aquí para allá. Y las panzonas que apenas
dan paso y que tienen que moverse rapidito cuando nos vamos de un lado para otro. Yo ya
quisiera que acabaran estos pleitos aunque no agarre más grados militares. Lo que yo sueño
es que mi vieja tenga su casita y me dé hijitos que nos alegren la vida. ¡Pobre mujer!, allá
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trinchera. A ver si de cansados que están no los agarra el gobierno todos apendejados y
adormilados. ¡Lo que se hace por una causa! Yo también estoy que me carga la chingada.
─ A ver mi sargento, no es por faltarle al respeto, pero todos estamos que nos lleva la
pelona de tan cansados porque esta cabrona zanja, además de estar muy honda tiene tramos
muy duros y con unas pinches piedrotas que, cómo se le ocurre que en una noche puédamos
aguanto esta cintura que me duele un chingo. Había de calarle Usté a picar y a echar
─ Mire, soldado, a Usté le tocó escarbar y a mí, vigilar. Y si viera qué facilito es no tener
permiso de sentarse ni un ratito a andar a la vuelta y vuelta. Fácil que está la chamba pa mí.
¡Claro! Y a Usté se le ocurre que yo me ponga a picar; sí, soldado, si me pongo a picar va a
ser a picarle el culo. Ya no se haga pendejo y sígale chingando. ¡Ah!, si tiene algo que
Virgilio:
─ Maestro, tengo otra historia que me platicaron, ¿puedo contarla antes de que usted
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─ Me gustaría mucho que todos agregaran más narraciones, pero la verdad es que esta es
la última sesión. Si ustedes quieren cuentan sus historias y yo dejo la mía, porque ya no
la noche del General y la misteriosa. Tarde se les hacía para escuchar a los reunidos en el
─ Antes de darles la conclusión de esta historia de las cartas ─dijo el maestro narrador─,
quiero decirles que otras mujeres se le insinuaban a don Emiliano, aún sabiendo que tenía
sus compromisos familiares. Pongan toda su atención a esta confesión que el mismo Zapata
le hizo a uno de sus subordinados y que éste le contó a uno de sus nietos y que el nieto, ya
siendo viejo, me lo contó a mí. Pueden, ustedes, creerlo o no, al fin que nadie les hará
─Yo estaba con Inesita, mi fiel esposa, habíamos terminado de comer y me senté en el
corredor, junto al montón de mazorcas de maíz. Me estaba fumando un cigarrito para luego
ponerme a desgranar. Era un sábado y los niños estaban en la doctrina. Le dije a mi mujer:
─ Mira, Inés, si me apuro o si me ayudas, este maíz estará desgranado para antes de que
se meta el sol.
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─ Pues sí te ayudo, como siempre lo he hecho. Pero primero acabo con el quehacer de la
cocina. Tú no te esperes, empieza la desgranada, si no, no vas a acabar hasta el año que
─ ¡Ah, qué vieja tan ocurrente! Eso lo dices para que yo solo haga el trabajo.
Inesita levantó los hombros y se metió a la cocina. Yo nomás escuchaba el ruido de los
platos y de los jarros que entraban y salían del balde del agua donde mi esposa los estaba
lavando. En eso oí que llegaban los hijos; traían una escandalera que me figuré que no eran
los míos. Inés también los oyó y salió para recibirlos y pedirles que se acercaran a comer.
─ No vienen solos ─dijo mi señora─. Tenía que venir esa vieja con ellos.
─ Vendrá por algún asunto de la doctrina de los niños. Se habrán portado mal.
─ Mira, llévate a los niños para que les des de comer; yo mientras veo qué se le ofrece.
Muy de mala gana me obedeció mi Inesita: metió a los niños a la cocina. Yo le pedí a la
─ Con mucho respeto, don Emiliano, quiero mostrarle el catecismo que están estudiando
sus hijos.
Me mostró un librito que del Padre Ripalda y me enseñó unas hojas con preguntas y con
respuestas y me dijo:
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─ De aquí a aquí ─señaló unas páginas─, son las preguntas que se tienen que aprender de
─ Mire, estas dos preguntas les cuestan mucho trabajo. Le voy a pedir que se las repita
Inés estaba recargada en la puerta de la cocina mirándonos con unos ojos muy enojados.
─ Yo creo que Inés se encargará de eso. Poco faltó para que mi señora me hiciera quedar
mal perdiéndome el respeto con unas palabrotas. Gracias a Dios se aguantó las ganas de
pelearme.
La mera verdad es que la Lupe tiene su fama de andar de puta, y hasta se ha dicho que
puteaba conmigo, ¡pero no! Yo creo que conmigo no se anima porque sabe que yo jamás la
tomaría en serio. ¡No, conmigo no ha puteado la Lupe! De todos modos entiendo el enojo
de Inés.
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Las muchachas y los muchachos, que ya abandonarían al día siguiente las instalaciones
gente del General Emiliano Zapata. Los agotados revolucionarios se quedaron dormidos en
el fondo de la zanja, tirados junto a sus herramientas de trabajo. Ahí quedaron hasta
recuperarse del esfuerzo realizado. El sargento, más cansado que nadie por haber recorrido
en vigilancia toda la noche, se presentó con don Emiliano para dar el reporte de los
trabajos.
─ ¿Qué pasó después? ¿Fueron amantes de una noche, solamente? ¿Permaneció anónima
la mujer?
─ ¡Calma, muchachos! Con el General había que andarse con cuidado y hacer las cosas
como a él le gustaban. Fue de muchos amores; desconozco si escuchó sus voces. Lo que sí
sé es que sus mujeres lo apercibían de que tuviera cuidado en sus relaciones con otros
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─ ¿Qué hace este montón de viejas en mi camino? Yo las dejé en sus casas y en sus
casas debieran estar. Burlaron la vigilancia de mi cuartel. ¿Por qué tienen esas caras de
amargura? Nunca han sido tan entrometidas en mis asuntos. ¿Quién las trajo a mi camino?
Una mujer se pegó a la pierna del General. El se la sacudía con rudeza para que lo soltara
y poder avanzar hasta la hacienda donde se habría de entrevistar con Jesús Guajardo, el
hombre que no era de sus ideas, el hombre que dijo que si se aliaban pondrían fin a tanto
derramamiento de sangre, el hombre que dijo que su alianza daría frutos para el bien de la
causa.
hombre de Venustiano Carranza. Sin embargo, tenía una esperanza: el pueblo al que él
representaba, tendría, por fin, justicia para sus demandas. Emiliano no era hombre de
─ ¡No vayas a Chinameca, Emiliano, ese hombre no tiene tus ideales. General, siga con
La mujer caminaba a grandes zancadas para ir al parejo del caballo que montaba Zapata.
Las piernas le dolían por el esfuerzo tan grande que hacía al tratar de convencer a su
─ ¡No sea terco, General! ─le dijo otra─. Usté puede solo, sin ayuda de hombres que no
son de su pueblo. ¿Para qué quiere aliarse con la gente contraria? A mí no me da buena
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espina esta propuesta que le hace el coronel. Luche aquí, General, luche con nosotros y por
nosotros.
─ La terca eres tú, Josefa, que no entiendes que para que una causa llegue a lograrse, hay
que hacer arreglos hasta con gente que parece del bando enemigo. Hay personas que
piensan y cambian. Regrésate a tus quehaceres, Josefa. Vete a estar al pendiente de tus
cosas.
Siete mujeres le gritaban desde las piedras de la cerca cuando lo miraron pasar decidido a
enfrentarse a un posible enemigo, cuando decidió correr el riego porque en su mente estaba,
en primer lugar, darles a los campesinos la tierra y la educación por las que él luchaba.
─ ¡No vayas, Emiliano! ¡No vayas, Emiliano! ¡No vayas Emiliano! ¡No vayas Emiliano!
Nueve mujeres le gritaron con la angustia y las malas corazonadas en sus rostros:
─ ¡Ah, qué viejas tan argüenderas, regrésense a sus casas! El destino ha de cumplirse. Yo
Después de Chinameca, sólo quedaron nueve mujeres viudas con nombres reconocidos.
Antes de que el curso para los maestros rurales llegara a su fin, antes de que los
muchachos regresaran a sus lugares de origen, a sus hogares, antes de que se integraran a
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los espacios remotos de la sierra, de la costa o de otros espacios, Virgilio les ofreció la
conclusión de su historia.
─La misteriosa seguirá anónima para ustedes, queridos profesores. Otras mujeres
tuvieron nombre; ésta fue anónima por deseo propio y, por respeto para ella seguirá en la
sombra su nombre, como también es anónimo el esposo. Pretender saber más de ella es un
morbo que este narrador no está dispuesto a satisfacerles. Mejor les digo lo que ella misma
Después de la traición de Guajardo, después de que el General estuvo ahí, tendido, con
los orificios que las balas le hicieron, con la enorme mancha de sangre en su camisa,
después de que nos arrimamos a que nos hicieran un retrato junto al cuerpo del amado
General, los dolores del parto me empezaron a dar, primero de a poquito y luego más y más
fuertes.
─ ¡Ándale, Adelaida, ayúdame a moverme para otro lado! Se me hace que la criatura ya
está por salir. Que alguien busque al teniente, que le digan que su hijo ya está por nacer,
que se apure. ¡Ojalá pueda dejar de hacer lo que está haciendo! Pero si él no viene,
ayúdame tú, Adelaida, haz que mi criatura nazca bien. Le cortas la tripa y me arrimas a la
─ ¡Ya viene, ya viene! Haz más fuerza, pújale más. Ayuda pa que salga. Falta poco. El
que no nos agarren los hombres de Carranza. ¡Ya viene la cabeza! El teniente ya viene, se
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está apiando del caballo. Se ve nervioso, viene dando zancadas. ¡Ya nació el niño! Es un
─ Es un hombre, es un macho. Gracias, mujer. Esto es lo mejor que has hecho por mí.
¡Qué muchachote! Es más prietito que tú y que yo y tiene muchas greñas bien prietas. ¡Qué
lástima que ya no pueda verlo el General! De seguro que él habría sido su padrino. Porque
don Emiliano nos quería mucho. ¡No se hubiera negado a ser mi compadre! Ya me lo
imagino cuando lo abrazara como si fuera su propio hijo; si hasta se parece un poquito a él.
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