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ÍNDICE
NIVEL PRIMARIA
Mamá Raya
Autor: Ricardo Joaquín Dávila López 4
1er. Puesto

La Amistad de Vilka y el Árbol de Lupuna


Autora: Mell Fernanda Flores Aguilar 6
2do. Puesto

Parawaku, Aimmata y Ruru Los Guardianes de la Amazonía


Autora: Kihara Naomi Varias Cainamari 9
3er. Puesto

NIVEL SECUNDARIA
“Shishitillo; lágrimas de mi selva”
Autora: Aidi Victoria Wong Fasabi 12
1er. Puesto

Urpi y el cielo gris…


Autora: Valeria Victoria Mesia Villar 18
2do. Puesto

Sembremos conciencia
Autora: Alisson Marissa Cabrera Hoyos 22
3er. Puesto

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PRÓLOGO
En nuestra región existe una falta de articulación en el sector educación
para concientizar sobre las problemáticas en la gestión forestal. Por
esto, nosotros, la Red Anticorrupción Forestal de Loreto, decidimos
desarrollar un concurso de cuentos “Problemáticas de los Bosques en
la Amazonía”, en el cual, los y las estudiantes de primaria y secundaria
tuvieron que manifestar la problemática de los bosques amazónicos,
mediante expresiones artísticas y posteriormente hacer incidencias para
que las instituciones educativas promuevan la protección y conservación
de los bosques amazónicos, desde el ángulo de la lucha contra la corrupción.

En este folleto encontrarán los cuentos de los tres ganadores de primaria


y de secundaria del concurso “Problemáticas de los Bosques en la
Amazonía” revelando algunas de estas problemáticas desde el punto de
vista de los estudiantes, con la esperanza de concientizar a la población y
apoyar a la conservación de la Amazonía y a la lucha contra la corrupción.

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E
n las aguas profundas del Marañón vive mamá Raya que pronto
dará a luz y debe encontrar un buen lugar en el río. Un lugar que
sea limpio, seguro y que tenga mucho alimento, para que sus hijitos
crezcan sanos y felices.

Es una fresca mañana y mamá Raya llega al caño de desagüe de una ciudad,
se encuentra con el pez Lisa y le pregunta:

—Hola, Lisa ¿este lugar es bueno para vivir?

—Bueno, acá hay bastante comida que sale de este tubo grande, pero hay
muchos botes, los puertos cada día son más sucios y ruidosos. Yo vivo en
el fondo y me alimento de esta comida que sale del tubo —responde el pez
Lisa.
Mamá Raya sigue su búsqueda y minutos más tarde llega a la entrada de
una quebrada: no hay puertos ni botes. Asoma su cabeza sobre la superficie
del agua y se encuentra con la señora Garza y le consulta:

—¿Este es un buen lugar para tener hijos?

—Creo que es un buen lugar cuando no vienen los humanos —dice triste
la señora Garza —. Durante el verano llega mucha gente y deja toda su
basura. Aquí abunda el plástico, el vidrio y las latas que nos hacen mucho
daño ¡Mira mi pata, está herida! Mamá Raya sigue buscando un refugio
para sus crías. Por la noche llega a otra ciudad rodeada de edificios y luces.
Se encuentra con el señor Dorado y le pregunta:

—Hola, Dorado, ¿mis hijitos podrían nacer aquí?

—Sí, podrían hacerlo, mamá Raya. Pero te digo una cosa: en esta ciudad
hay mucho ruido y las luces no nos dejan ver la luna y las estrellas. Sin
ellas, no podemos orientarnos —contesta el señor Dorado.

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Con el paso de los días, Mamá Raya se siente angustiada y unas lágrimas
resbalan por sus ojos. Pronto nacerán sus hijos y sigue en búsqueda de un
buen refugio para dar a luz sin ningún peligro.

De repente, un grupo de delfines se le acerca:

—¿Por qué estás llorando mamá Raya? —interroga la más anciana.

—He recorrido muchos lugares y todos están muy contaminados.

—Nosotros, los bufeos colorados conocemos el río —la animan los


delfines—. ¡Te llevaremos a un lugar maravilloso!

Mamá Raya y los delfines surcan el río durante varios días. Y después de
sortear remolinos y palizadas llegan, ¡por fin!, hasta una inmensa laguna
de aguas oscuras.

—Este es nuestro refugio: el lago Rimachi. Acá traemos a nuestros hijos a


comer y jugar —le confiesan los delfines.

—Qué lindo es este lago que está lleno de animales, pero también hay
humanos que viven en las orillas. ¿Acaso este lugar es seguro para mis
hijos? —pregunta aún preocupada, mamá Raya.

—Sí, este es un lugar seguro. Aquí vive el pueblo Kandozi que respeta a
los animales del río y las cochas. Acá tus hijitos crecerán sin amenazas.
Los delfines se despiden de mamá Raya y siguen su recorrido. Ella está ya
tranquila, confía en que este es el lugar apropiado, porque aquí la gente
sí respeta la vida. Antes de dar a luz, mamá Raya se aproxima a la orilla
del lago. Desde su cuerpo emergen tres crías, la madre las deposita con
suavidad sobre el lecho del lago.

Mamá Raya las observa con detención y con cierta admiración. Al rato,
con lágrimas en los ojos, les habla así:
—Queridas hijitas, esto recién comienza para ustedes porque la vida es un
largo viaje. Sé que cuando estén más grandes, nos encontraremos pronto
en una de las tantas playas que forman los ríos.

Luego de despedirse, mamá Raya ahora se dirige aguas abajo del río con la
tranquilidad de que sus crías crecerán sanos y felices.

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E
ra una mañana cálida en la selva amazónica, los paucares empezaban
sus cantos, en el viento se escuchaban el correr de los ríos, mientras
el sol iluminaba el lugar haciendo de este un paisaje bello y único.
Este, era el hogar de Paco, un árbol de lupuna, que disfrutaba la tranquilidad
de la selva, él solía decir, que en estas tierras los árboles daban mejor
sombra, las frutas eran más deliciosas y todas las especies convivían mejor
que en otro lugar, Paco se sentía orgulloso de ser el más alto, pues él todo
lo veía desde donde se encontraba; sin embargo, la lupuna se veía triste, el
maquisapa Kuwata trepó hasta la copa del árbol para preguntarle por qué
de su desaliento.

—Paco, los animales están preocupados por ti, por lo que me mandaron
a preguntar qué te pasa. - Yo no les quería comunicar lo que me pasa,
puesto que no quería preocuparlos, pero lo que vi ayer en la noche me está
carcomiendo el alma - exclamó la lupuna con voz melancólica.

Los animales se colocaron alrededor de él para escuchar lo que iba a decir,


pero en el fondo de la multitud la charapa estaba preocupada porque
cuando volvió de la playa no encontró a sus amigos y por esa razón esperaba
que la declaración del árbol fuera sobre eso.

—Desde la altura miré como venían unos hombres, lanzaron un líquido a


la quebrada y entonces salieron a flote lizas, bagres, palometas, doncellas
y sardinas de todos los tamaños, fueron pescados con barbasco - dijo
tristemente el árbol. Además de esto saquearon los nidos de las charapas,
llevándose consigo miles huevos.

Los animales no esperaban este anuncio y en el mismo instante la tristeza


como la desesperación invadió los corazones de todos, mientras decían
que solo quedaba la opción de abandonar la selva y en ese momento se
pusieron a correr despavoridos hacía todos lados, solo quedó la Lupuna,

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que prefería morir antes de abandonar el que había sido su hogar durante
muchos años, temía que sus amigos fueran capturados para ser vendidos
en los grandes mercados de la ciudad. Él sabía que el hombre no era malo,
sino que la avaricia y la corrupción envolvieron su corazón e hicieron un
ser sin conciencia.

Cada día el horizonte verdoso se iba perdiendo, ya en el lugar no se veían


animales, solo unos cuantos árboles, luchaban por quedarse de pie. El
resplandor de los techos de las casas hechas por las personas obnubilaba
los ojos de Paco. Vio que el hombre avanzaba por la selva sin ningún
remordimiento, cortando árboles, quemando basura y sobre todo matando
animales de forma indiscriminada.

Una tarde sintió un abrazo en su macizo tronco, bajó la mirada y observó


a una pequeña niña quien posaba sus oídos sobre su corteza, Paco quedó
mirándola sin decirle nada. Pequeñas gotas salieron de sus hojas como
expresión de alegría, jamás había sentido en sus raíces un abrazo de un
humano. La niña volvía al lugar cada tarde a escuchar el latir del corazón
del árbol, decía: - ¡Escuché el corazón del árbol! – y volvía a su hogar con
gritos de emoción.

Paco no resistió la tentación de conversarla, pero temía que, al ser


escuchado, la niña se asustara y llamara a los hombres, tomó valor y esperó
al día siguiente.

Siendo la misma hora, escuchó la voz dulce de la niña - Hola amigo, espero
que estes bien– dijo la pequeña. Sacó un porongo lleno de agua y lo regó
alrededor de Paco. - ¡Gracias! Mi dulce amiga, estaba con tanta sed por este
sol – dijo Paco. La niña alzó la mirada para saber quién la estaba hablando
y no vio a nadie, nuevamente echó agua en la tierra negra y seca, esperando
escuchar nuevamente la voz; sin embargo, solo escuchó la voz de su papá
que lo llamaba - ¡Vilka! ¡Vilka! Vamos, vuelve a casa. La pequeña antes de
irse, asomó sus oídos al tronco del viejo árbol para escuchar el latido de
su corazón, ¡tucutún, tucutún, tucutún!, -tienes vida mi amigo árbol – dijo
relajada. Paco al escuchar estas palabras intervino – Pequeña, tengo vida
al igual que tú - Vilka sorprendida retiró rápidamente los oídos del tronco,
no podía creer lo que estaba escuchando, se armó de valor y lentamente
volvió asomarse al tronco, - No temas niña Vilka, desde hace muchos años
me encuentro en este mismo lugar, muchas cosas han cambiado por estos
tiempos, he perdido a muchos amigos por los humanos, la tristeza era mi
cielo de cada día, pero un día llegaste y borraste esta melancolía con un
tierno abrazo – dijo Paco. Vilka escuchó atentamente sin poder contener
las lágrimas.

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La niña y Paco conversaron mucho y las horas habían pasado, de pronto
sintió un apretón en el brazo, era su padre, quien sorprendido miró al
inmenso ejemplar y dijo– ¡oh!, que árbol tan inmenso, vámonos Vilka,
mañana regresaremos con los muchachos para cortar a este hermoso
ejemplar – Vilka corrió abrazar a Paco, se aferró a él, con lágrimas en los
ojos, rogó a su padre que no lo cortara, porque el árbol tenía vida. - ¿Que
dices? No puedes creer esas cosas, éste nos dará muy buen dinero – Vilka
tomó de la mano a su padre y lo acercó al tronco, él escuchó lo que Lupuna
había sufrido.

Desde ese momento el padre de Vilka, enseñó a los demás a tener una
economía sustentable, aprovechando los recursos que brinda la selva sin
perjudicarla mientras Vilka y Lupuna se hicieron mejores amigos por
siempre.

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H
abía una vez un mono llamado Parawaku, un tigre de nombre
Aimanta y un loro verdusco llamado Ruru. Ellos vivían en el bosque
de la Amazonía peruana y eran amigos inseparables. Les gustaba
ayudar a los demás animales en cosas que no podían hacer o a los que se
encontraban en peligro. Parawaku movía las ramas de los árboles para
que cayeran frutos y así las huanganas y los sajinos pudieran alimentarse,
mientras que Aimanta con su fuerza y agilidad protegía los nidos de los
grandes reptiles y el pequeño Ruru con su vuelo y planeación aeróbica
salvaba de las aguas a pequeñas aves y mamíferos recién nacidos.

Un día los amigos ingresaron a lo más profundo de la selva, a brindar ayuda


a otros animales, en su recorrido escucharon parloteos, silbidos, rugidos y
maullidos de auxilio, fueron rápidamente al lugar y divisaron a personas
que se llevaban a los animales más débiles, los tres amigos aterrorizados
por lo que sucedía decidieron salir velozmente del lugar y buscar ayuda.

Llamaron a los demás animales y comunicaron lo que habían visto, muchos


de ellos no creyeron en las palabras de los pequeños, dejando sin efecto
el discurso de los tres amigos. – no podemos quedarnos con las plumas
cruzadas – dijo Ruru, - ¿Cómo podremos ayudar a nuestros amigos,
si solo somos tres? – dijo preocupado Aimanta. El primate escuchaba
silenciosamente las preocupaciones de sus amigos y con voz enérgica dijo:
- Hagamos algo para salvar a nuestros amigos – y así lo hicieron, esperaron
a la mañana siguiente y organizaron un plan.

Cuando regresaron a su hogar, cientos de animales estaban preocupados


por que sus pequeños no aparecían, la carachupa buscaba a sus niños y
no los encontraba, la mamá majás preguntaba por sus majasitos y nadie le
daba razón; así muchos de ellos estaban en la misma situación, llorosos y

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casi roncos por tanto griterío en plena noche de selva.

Los tres amigos reunieron a todos en el centro de la vieja Lupuna, este árbol
era ancestral y místico para todos, era uno de los últimos que quedaban en
la Amazonía. – No se preocupen queridos amigos, sus hijos aparecerán,
nosotros hemos visto cómo las personas enjaulan a muchos animales y
creemos que entre ellos están sus hijos – dijo Ruru. Todos escucharon
atentos las palabras de Ruru. – Tenemos un plan, Aimanta, Ruru y Yo,
iremos a salvarlos, mañana partiremos a la gran casa del hombre- Dijo
Ruru.

Al día siguiente partieron, Aimanta llevaba en su lomo a Parawaku, el


felino era ágil y rápido, pero no conocía la ruta a la gran casa del hombre,
Ruru quien planeaba los cielos grises de esa mañana, servía como guía a
los dos animales de tierra, en su recorrido observaron tierras desoladas sin
árboles, inmensos monstruos con ruedas que desagarrabas árboles desde
raíz, el cañaveral había desaparecido y con ellas las pequeñas lagunas que
hace muchos servían como festival de frescura para muchos animales.
Pequeñas lágrimas salieron de los ojos de los amigos, no entendían lo que
estaba pasando, no sabían qué es lo que los animales estaban haciendo
mal para que los humanos hagan esas cosas. De pronto escucharon ¡bam!
¡bam!, Ruru tuvo que parar en uno de los pocos árboles que quedaban,
Parawaku y Aimanta se quedaron al borde de la ribera, escondidos entre
los matorrales y la abundante basura de los ríos.

Desde allí, observaron un lugar lleno de cosas, cientos de personas


ofertaban muchos objetos de diversas formas y tamaños, muchos humanos
andando desesperados por pequeños callejones de la gran casa, - Ruru,
voló sobre la multitud y divisó en un rincón de una columna varias jaulas
tapadas con una frazada color negra, el mercado como suelen llamar los
humanos, eran cárceles de varios animales y cementerios para otros.
Se asustó mucho cuando vio la cola de un Yakari tini en español lagarto
blanco, en una inmensa caldera a carbón, por otro lado, los pequeños
pihuichos eran ofertados como mascotas o juguetes para niños, el señor
motelo no tuvo mejor suerte ya que fue muerto y ser vendido. Ruru con
mucha tristeza divisó a los lejos a un humano bien uniformado, que llevaba
consigo una placa bien brillante al igual que sus zapatos, todos lo saludaban
y le redimían respeto; pensó que era la autoridad de la gran casa humana
y decidió pedir ayuda, pero todo era en vano porque cuando se le acercó él
lo cazó, Ruru hablaba y gritaba pero al parecer no podía ser entendido, la
autoridad humana se acercó a donde estaba las jaulas y lo vendió; cuando
Ruru estaba a punto de ser enjaulado, dio un fuerte mordisco en los dedos
del vendedor y voló hacia donde estaban Parawaku y Aimanta.

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Los tres pidieron ayuda a sus amigos bufeos, yacurunas, sirenas y
chullachaquis, contaron a los seres leyendarios el problema que estaba
pasando en nuestra Amazonía y éstos decidieron convertirse en humanos
para así liberar a todos los animales que se encontraban enjaulados.

Gracias a la valentía de los guardianes de la Amazonía, todos los animales


regresaron sanos y salvos a sus hogares, reencontrándose con sus familiares
y mejores amigos.

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E
n el recóndito de nuestra Amazonía peruana, donde la flora y la fauna
resplandecen por su belleza e irradian sus sonidos onomatopéyicos
que agudizan nuestros sentidos más sublimes y que la retina del
hombre se maravilla quedándose estupefacto como un melifluo ósculo
que nos dio nuestra madre al tenernos en sus brazos; el ser divino los ha
creado con su pincel majestuoso y bendecido, allí se esconden los árboles
que por muchos años nos dieron nuestros mejores recursos para cubrir
nuestras necesidades, donde el amazonense da su vida por cuidarlo.

En uno de esos lugarcitos, se encontraba sobreviviendo ante las


adversidades del hombre un curaca llamado Rolando Minbeco, quien
estaba encargado de salvaguardar los bosques de su pueblo “Shishitillo”.
Este curaca amazonense tenía una hija de nombre Chichi, una señorita de
diecisiete años de edad con una figura esbelta, que desde su niñez fue criada
con valores dictados por su padre y su cultura. Era morena, “panguana”,
de ojos achinados y tenía como mascota un mono llamado Martin, éste era
muy “sheretero” y a la vez comilón.

Un día, en cierta ocasión cuando el clima estaba caluroso y radiante,


donde los hombres con sus familias llegaban en sus botes después de la
pesca; Chichi iba selva adentro, ella conocía muy bien la zona donde de
wawita jugaba con sus “ñaños”. Cuando se ubicaba a cincuenta metros de
la comunidad, divisó un árbol de “parinari”, en ese instante se le ocurrió
trepar el árbol con su mono y coger ese sabrosísimo “wayo”, ya que este
era el fruto preferido de ambos. Estando en una de las ramas vidriosas,
esta se rompió –¡track! – sonó en el silencio del bosque y cayó. Ella gritó
desesperadamente, pues se había golpeado su “canilla”, en ese momento
un hombre alto, blanquiñoso y “mutishco” quien había llegado al pueblo
días antes que llegase su padrastro, para averiguar el oscuro propósito que
planeaba; de pronto escuchó los chillidos de una “wambra” y encontró a la
hermosa mujer tirada en las “hojarascas”, él le brindó ayuda extendiéndole
la mano y la ayudó a levantarse.
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–¡Hola! ¿te encuentras bien? – preguntó el hombre desconocido.

–Sí, me encuentro bien, ¡gracias “ñañito”! – respondió Chichi.

–¿Cuál es tu nombre? – volvió a preguntar el desconocido.

–Mi nombre es Chichi Minbeco – le respondía con una tierna sonrisa.

–Mucho gusto en conocerte, mi nombre es Lucas Sifuentes – replicó.

Y así el hombre de la ciudad y la señorita Chichi empezaron una bonita


amistad.

Más tarde al ocultarse el sol, iban llegando a aquel pueblo pacífico


e inocente, tres hombres que visitaban por tercera vez la Amazonía
peruana, todos ellos comandados por el padrastro de Lucas, quien tenía
por nombre Carlos. Él era un hombre sin escrúpulos, que solo pensaba
en sí mismo y en extraer madera de una manera ilegal una vez más, como
lo había hecho anteriormente en otras dos comunidades donde asesinó a
sangre fría a los comuneros que protegían dicha zona, y donde maltrató la
naturaleza a su gusto, sin conciencia alguna. Su objetivo era engañar a la
gente de Shishitillo y con la ayuda de sus hombres nuevamente arrebatar
indiscriminadamente las valiosas especies de árboles que abundaban en
ese caserío para su propio beneficio.

Los tres hombres que trabajaban para el ambicioso Carlos, tenían como
nombre Cosme, Pablo, y Povis, estos eran fidedignos a sus mandatos.
Llegaron al caserío, se instalaron en aquel “lugar verde”, encontraron un
paupérrimo “tambo” techado con hoja de “irapay” y allí descansaron por
una hora. Cuando se despertaron de ese efímero sueño, no quisieron perder
más tiempo y salieron en búsqueda del “curaca” de la comunidad, Rolando
Minbeco, para poder hablar con él, llegar a un acuerdo, y así acceder a
sus maliciosos planes. Ya estando en su humilde morada, entablaron una
conversación que poco a poco fue saliéndose de control.

¡TOC, TOC, TOC!, Carlos empezó a topar la puerta desesperadamente.

Al abrirse la puerta, se encontraron con el rostro serio del curaca.


–¡Señor, tenga usted muy buenos días! ¿Usted es el curaca Rolando
Minbeco de esta comunidad? – Preguntó Carlos.

–Efectivamente, soy yo ¿Desean algo? – Respondió.

–Nosotros somos ingenieros agrónomos y venimos aquí a este lugar para


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extraer algunos árboles madereros, como: cedro, caoba, moena, lupuna y
algunas plantas medicinales como la sangre de grado y la uña de gato, estos
dos últimos para una exposición en la UNAP – Afirmo Carlos mintiendo.

–¡NO! Porque nuestros árboles se respetan y no estoy en condición de


acceder a sus pedidos, no insistan, ¡se pueden regresar por donde vinieron!
– Respondió una vez más el curaca –porque escuché rumores del mal
que tú y tus hombres andan ocasionando en contra de nuestros sagrados
árboles, también oí de los crímenes que han causado hacia nuestros
hermanos–. Y con una sonrisa fingida e hipócrita Carlos le respondió
mintiendo –¡Señor usted se equivoca!, no somos las personas que usted
piensa, jamás actuaríamos de la manera en la que nos califica, mucho
menos mancharíamos nuestras manos con sangre y si nos da el permiso
de extraer pág. 4 esas maderas le pagaremos cinco mil nuevos soles y
colocaremos nuevas plantas en ese mismo territorio, ¿Qué dice usted?
¿Acepta la propuesta? –

Mientras que Rolando Minbeco con su seria mirada analizaba la postura


de sus interlocutores, presentía que sus palabras eran falsas como también
su pensamiento maquiavélico y ruin, le volvió a contestar –¿Usted no
entendió? ¡Le dije bien claro que no debería estar en este lugar, nuestra
flora y fauna es bendecida y respetada, además es parte de nuestra identidad
cultural, lo cual nos identifica como hombres y mujeres amazonenses! –

–JAJAJAJAJA... ¡Eres un indio ignorante!, ¡tú qué sabes de progreso


o tecnología, siempre vivirás alejado de la sociedad y de la civilización,
mejor me voy antes que te mate a ti y a toda tu gente inmunda! –respondió
Carlos prepotentemente.

El “curaca” solo atinó a observarlos, mientras que movía su cabeza con


gesto de negación.

Los hombres retornaron al tambo donde hallaron refugio para descansar,


como ellos no llevaron mosquitero, los zancudos les picaban por todos sus
cuerpos en la noche de luna llena mientras proyectaban su plan despiadado
para el día siguiente; que era incendiar las casas de los comuneros de
Shishitillo para que huyan despavoridos y así talen los árboles madereros
a su gusto, pues esta idea era de Carlos, con el propósito de obtener lo que
deseaba.

Al día siguiente, cuando los comuneros realizaban sus labores matutinas


como era de costumbre en esa zona. Aparecieron los hombres, a paso
firme. Sin temor a nada comenzaron a dar disparos al aire, haciendo que
los comuneros se asusten y saliesen espantados de sus viviendas, una
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vez fuera de sus tambos, los hombres aprovecharon que los pobladores
estaban indefensos y sin armas, los agarraron, para después atarlos de
pies a cabeza con “pretinas” para que no puedan escapar, reuniéndolos
a todos en un mismo lugar. Mientras que la gente no podía hacer nada,
aprovecharon y empezaron a sacar maderas de distintas especies de árboles
que predominaban allí. Los comuneros al ver que cometían esos actos
ilícitos, se sentían mal, imploraban que paren – ¡NOOOOOOOOOOO! –
exclamaban atónitos con los ojos empapados de lagrimones.

Lucas quien andaba por el pueblo, al escuchar y ver todo el desastre que su
padrastro estaba realizando, se llenó de impotencia, asimismo se acordó
que la nueva amiga que había conocido, le había comentado que su padre
era el curaca del pueblito y sin que los hombres se dieran cuenta de su
presencia, salió corriendo al tambo de Rolando Minbeco.

–¡Señor, señor!... ¡Señor, hay algo urgente que usted debe saber! – expresó
Lucas cuando observaba que el curaca estaba meditando en el patio de su
morada.

Chichi quien escuchó los gritos de su amigo, salió de su casa dejando su


“tushpa” encendida cocinando un sabroso pango – ¿Qué pasó ñañito?
¡Dinos!, ¿Cuál es tu desesperación? – refutó.
El curaca al oír que lo llamaban, abrió los ojos y preguntó –¿Quién es este
hombre? ¿A que vino a este lugar? ¿De dónde lo conoces? –No dejaba de
interrogar a su hija.

–Papá deja que te explique… él es mi amigo, se llama Lucas, esta de pasada


por el pueblo y te aseguro de todo corazón que es un buen hombre. Cálmate
papá, escuchemos lo que nos tiene que decir – Explicaba Chichi.

–Señor, lo urgente que le tengo que decir es lo siguiente, han invadido su


comunidad un grupo de hombres desalmados, están oprimiendo a su gente
y justo ahora están talando con motosierra su flora. Lamento tener que
confesar esto; pero desgraciadamente el que comanda estos nefastos actos
es… ¡Mi padrastro! Con esto no quiero ocultarle nada, soy sincero y no
estoy a favor de la tala ilegal. ¡Debemos impedir que logren sus malévolos
planes! – Insistía el jovencito.

–Veo en ti, que eres un hombre fidedigno a tu palabra. Entonces debemos


ir e impedir esa letal amenaza, ¡hija, alístate que nos iremos ahora mismo!
– ordenó su padre.

Al salir de su tambo y llegar a ese terreno, el curaca se sintió indignado


al observar esas horrendas escenas de ver a sus “hermanos” llorar
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desconsoladamente, y gritó fuertemente –¡deténganse, basta ya! ¡No sigan
haciendo estas atrocidades, respeten a la madre naturaleza! –

Los hombres continuaban talando sin piedad. Cuando escucharon el grito


del curaca, se detuvieron, lo miraron fijamente de una manera burlesca
e irónica. Carlos quedó asombrado al observar a su hijastro a lado de
Rolando Minbeco, no podía creerlo, no entendía que hacia allí.

–Lucas… ¿Eres tú? ¿Qué quieres en este lugar? –Preguntaba Carlos sin
entender lo que acontecía.
–Soy el mismo Lucas que conoces… “papá”, te seguí hasta aquí porque
sospechaba de tus perversos planes, algo con lo que no estoy de acuerdo,
¡No puedes seguir con esto! Piensa en el daño que has ocasionado y sigues
causando al medio ambiente. –

– ¡Eres un traidor! ¡Cobarde! ¡Felizmente mi sangre no corre por tus venas,


bastardo! Cuando regrese de aquí no te quiero ver en mi casa, ¿Entendiste?
– Decía Carlos con un odio repulsivo hacia su hijastro, mientras se acercaba
a él y al curaca con su escopeta apuntándolos en la cabeza. Don Rolando
trato de apaciguar y hacerlo reflexionar con esta frase.

–“La flora y la fauna son las cosas más hermosas que Dios ha creado
con sus divinas manos, pues dan soplo de vida y un oxigeno natural, los
árboles son el patrimonio cultural la cual debemos cuidar y proteger con
nuestra vida, nuestros hijos y sus descendencias deben conocer, vivir
para contarlo... necesitarán de ellos, no cometas más atrocidades, detente
piensa y reflexiona que lo que estás cometiendo es una traición a nuestra
madre selva, a nuestra flora. Todos tenemos una gran misión de devolver
la salud a este planeta viejo y azul, consérvalo en tu corazón y que florezca
en tu alma”–. Todos escuchaban atentos, de pronto Carlos, soltó una risa
peyorativa y sarcástica. –¡JAJAJAJAJAJAJA estúpidos! Son las palabras
más majaderas y absurdas que he escuchado en toda mi perra vida –. Carlos
en un descuido mientras seguía apuntando a los dos hombres, tomó a la
primogénita del curaca como rehén.

–¡Noooo!… ¡Papá no hagas eso! Si quieres tómame prisionero a mí, más no


a ella, es la princesa del curaca, no lo hagas – suplicaba Lucas para que su
padrastro deje en paz a su querida amiga.

–¡JAJAJAJAJAJA! No me llamas papá porque yo soy no tu verdadero


padre, eres una vergüenza para mí, nunca te quise – Repetía Carlos en
todo momento.

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El curaca mientras miraba que a su hija la tenían de prisionera, metió su
mano sigilosamente en su “shicra”, extrajo una “pucuna” y un dardo, cuyo
veneno era la recina de una rana ultra venenosa. En un simple descuido
del hombre malvado, apunto su frente y sopló.

–¡AAAAAAHHHHHH! –gritó Carlos, mientras yacía su cuerpo en las


“hojarascas” comenzaba a temblar y botar espuma por la boca, cuando de
pronto debajo de las “hojarascas” salió una colonia de “isulas” y empezar
a devorar su inmundo cuerpo. Sus hombres que observaron dicha escena
quedaron estupefactos y quisieron acabar con la vida de toda la gente,
pero en eso se dieron cuenta de que no tenían balas, así que de miedo a una
revolución fueron corriendo al muelle del caserío, dejando atrás sus cosas
personales, herramientas y las maderas que ya habían cortado. Agarraron
su deslizador y huyeron para nunca más volver. La gente elevó un grito de
victoria y alivio, entre lágrimas y abrazos por doquier.

Pasaron los días, y la gente de “Shishitillo” poco a poco fue olvidando el


terror que vivieron con Carlos y sus hombres. Lucas sentía pena por aquel
hombre al que alguna vez llamó padre y que nunca correspondió su alma de
hijo. Llegó el día en el que tuvo que partir a casa y dejar aquella comunidad
donde pasó de todo, se despidió de la gente bondadosa que lo había tratado
de maravilla, con mucha tristeza y partió para seguir con su vida.

Al cabo de algunos años, Lucas regresó a “Shishitillo” siendo un gran


ingeniero forestal. Regresó y encontró al pueblo más desarrollado y con más
población. Esta visita tuvo dos motivos; el primero, realizar un proyecto de
plantación de nuevas especies de flora como también capacitaciones para
concientizar a la población, acerca de la importancia de los árboles como
pulmón del mundo que debemos proteger. El segundo motivo, hablar con
Don Rolando Minbeco para pedir la mano de su hija Chichi, ya que, en
todos estos años, jamás pudo olvidarla y atesoraba la esperanza de volver a
verla para construir una vida juntos. Un amor que nació entre los árboles,
los “wayos” y los cantos de nuestra Amazonía. Un amor, que ha sentir de su
corazón, nuestra selva ya había aprobado hace mucho tiempo.

Se paró en frente de la casa de Chichi, con el corazón latiendo de ansiedad.


Cuando su amada le reconoció, corrió, se lanzó a sus brazos y sollozó.
Lucas dijo: –Te dije que volvería.

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A
ún quedaba mucho camino por recorrer, sus pies se mezclaban con el
barro, se chapoteaban al contacto de cada paso. Por encima de él, la
grama, y el arbusto, golpeando sus brazos enclenques y debiluchos,
con manos leñosas y machete sobre su palma, abrió el sendero rugoso, los
pasos continuos que dejaban los años. Se desvanecía en él la humedad
del charco, el ruido de los guacamayos frente amarilla, le avisaban que no
estaba solo camino a su aldea.

El atardecer del arcoiris, arremetía sobre el río, su sombra dibujaba el


arquetipo ancestral que se expandía con el pasar de las horas. Era un
nuevo amanecer, silbidos, y cantares en el bosque, era un concierto
vívido, amenizado por los más pequeños pihuichitos, saboteados por los
frailecillos, y los monos choros de cola amarilla. Así empezaba el día,
con el trabajo en la aldea, mamá Irma, envolvía los tejidos a base de fibra
de chambira, bolsos, y manteles, todos con tintura de wuito, el curaca
Rogelio, soplaba el mapacho para espantar los zancudos y mantablancas,
sus hermanos, envolvían la tapioca; esparcido al sol tres días antes.

Una hora antes de partir, Irma llamaba a todos para tomar el desayuno,
masato, plátano asado y sardina frito, se tendía en la mesa. Antes de comer,
Rogelio, hacía invocación a sus antepasados, y luego pedía por los niños
que iban a la ciudad a vender sus productos.

Todo quedaba listo para partir a la gran ciudad, las gallinas del campo,
alborotaban el día, el gallo hacía lo suyo a viva voz, todos levantaban la
mercadería sobre el hombro, para no dejar caer al suelo lodoso, todo ello
se llevaría, se caminaba alrededor de 45 minutos saliendo de la aldea
para llegar a la orilla, donde esperaba el motorizado, que era el transporte
fluvial, Juancito, el motorista, esperaba, con un silbido peculiar, a todos los
que iban a la ciudad, ayudando a los niños y gestantes a subir a su chalupa.

Cuando todos estaban sentados y ordenados se jalaba con fuerza la cuerda


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del motor de la chalupa, el ladrido de fito, nuestro can, y los demás canes
del pueblo, nos daban la despedida, Irma con voz pujante se despedía un
día más de sus hijos, y así emprendía nuestro viaje. Era casi medio día, tres
horas de arribo lento, solíamos recoger de vez en cuando, a tanto morador,
parado en cada curva poblada. Por fin llegábamos, anclamos, nuestra
chalupa, al madero, embarrado hasta la mitad, desembarcamos uno a uno.
Empezaba el día, teníamos que llevar los productos a la plaza. Urpi, miraba
con poco asombro los muros de la catedral, mientras sus hermanos, tendían
la sábana con los diversos productos frente del restaurant turístico. Eran
casi las dos y nadie comía, el estómago crujía, y dos turistas franceses,
dejaban ofrendas sobre el suelo sin llevar nada a cambio, otros dos
compraban el bolso tejido por Irma, con la imagen del gran guacamayo,
la venta no era buena, el cansancio y el sueño se perpetuaba en cada uno,
mientras el hambre hacía cruzar la avenida, para ver si se lograba algo en el
restaurant. Se levantaba de su asiento, un hombre de apellido Kauffman,
era de gran volumen, con abundante barba blanca, ojos azules claros,
voz ronca y gruesa, llevaba lentes oscuros, y un traje verde opalescente,
mismo ex convicto vietnamita, traía consigo un canguro, dentro de él,
cigarrillos, y mucha marihuana. Era uno de esos empresarios alemanes,
que venía mensualmente a ver su negocio de exportación maderera en el
Marañón, se encontraban con él, el alcalde de la ciudad, y sus regidores,
todos comían, y bebían la carta del día. Yuli, la hermana mayor, esperaba
pacientemente, afuera del restaurant, para poder ofrecer sus productos,
mientras Kauffman, concretaba con sus aliados una salida más de la
madera al exterior, era una cepa pura de madera. Era el negocio redondo
del día. Al terminar la reunión, Kauffman, se despidió con apretón de
manos, todos felices, y con brillo sobre sus pupilas, el alemán, se levantó
de la mesa y se dirigió a Yuli, ella lo miraba como se acercaba, mientras,
sacaba el mejor producto para ofrecerlo. ¿Cuál es el precio de tu morral?
dijo Kauffman, con voz lancinante, y europeizado, son cincuenta nuevos
soles señor, respondió ella, con voz tenue, y dulce a la vez, mientras Urpi,
el mayor de los varones, hacía lo suyo afuera de la catedral sin mucho éxito.

De pronto, Kauffman, sacaba veinte dólares, y se lo mostraba a Yuli,


diciendo, que el cambio se lo podía quedar, siempre y cuando la pueda
guiar a su hotel, que estaba a tres cuadras de la plaza central. Ella no lo
dudó, guardó el dinero en el pequeño bolso, que su mamá había tejido, no
llevaba cierre, solo un botón en el centro. Decidieron ir juntos, él le daba
la mitad de su hamburguesa, mientras caminaban, ella lo recibió con tanto
anhelo, porque era lo único que comía durante el día.

Josefita, quien se encontraba al otro extremo de la plaza, era la hermana


menor, de diez años, se dio cuenta que su hermana iba con Kauffman,
raudamente con bandeja en mano, aun con bolsas de tapioca, fue tras Urpi.
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Urpi, Urpi!!, exclamó ella..

Urpi, volteó con señas para decirle, ¿no ves que estoy atendiendo? él,
andaba ofreciendo un manto valorizado en 120 nuevos soles y al concretar
su venta, fue donde Josefita..

¿Que pasó?.. preguntó Urpi, con voz altisonante

Yuli no está, la vi saliendo del restaurante, con un señor grande, es


extranjero, mencionó, Josefita

No puede ser.. dijo Urpi, con la mano en la cabeza

Corrieron juntos, en busca de Yuli, bajaron por el corredizo de la avenida


principal, dejando todos sus productos, a cargo de una señora, que
también vendía en la plaza junto a ellos. La gente alarmada por la forma
como corrían decidieron dar parte al serenazgo de la zona, que después de
media hora hicieron su aparición, la gente describieron a los dos niños con
polo y short rosado (Josefita) y azúl (Urpi), ambos en sandalias, tomaron
nota los policías, y fueron tras ellos, se activó la alarma del carro, empezó el
recorrido y cerca al cine, encontraron a los dos hermanos de la mano, justo
antes de cruzar el semáforo, los policías con megáfono en mano dijeron:

Por favor niños ¡detenerse!..

Urpi y Josefita voltearon, con gran pavor y se detuvieron..

¿Que pasó señor policía? exclamó Urpi… con voz cortante y ojos llorosos

¿Hacia donde van con tanta prisa? Dijo uno de ellos de apellido Ramírez
– sub oficial de primera

Se llevaron a mi hermana, dijo Josefita..

¿Quien? dijo Ramírez..

Un extranjero.. recalcó Urpi

Entonces Ramírez, miró a su amigo el otro policía, moviendo la ceja le dijo


vayamos con ellos, en busca de su hermana…

Súbanse al carro niños, y busquemos a su hermana, dijo Ramírez.

Urpi y Josefita no dudaron ni un segundo y fueron con ellos tras su hermana.


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Una vez dentro del patrullero, Ramirez y su amigo, recorrieron toda la
zona, y a los rededores, ubicando casi todos los hoteles de la zona, sin
éxito alguno, en la búsqueda de Yuli. Sólo faltaba preguntar, en un hotel de
turistas, llamado El Balsámico, era un cinco estrellas, de infraestructura
moderna, con adornos medievales. Entraron todos al hotel, había una
pintura de la última cena, Urpi detrás de Ramírez, escudándose siempre
con él, se acercaron haciendo ruido con los calzados, al de recepción, un
tipo de mas o menos de treinta, aguileño de bigote y anteojos, con acento
costeño, les recibió y dijo:

¿En qué los puedo ayudar señor policía?

Ramírez - ¿Vino por acá una niña de cabello oscuro cobrizo, short y blusa
rosada, acompañado de un extranjero?

Recepcionista – Claro que sí, se encuentran en la habitación 509, justo


ahora hablaba con el gerente del hotel, el Sr. Boulova, sobre la estancia de
su amigo el alemán, y el hecho de haber traído con él una niña, simplemente
me respondió, “en negocios de mayores, no interfieras”..

Con asombro y melancolía miraba Ramírez al recepcionista, mientras Urpi


y Estefita se cogían fuertemente de la mano, y suplicaban que rescaten a su
hermana. Ramírez movió la cabeza, haciendo seña al otro policía, es donde
subieron todos por el ascensor, marcaba el quinto piso, y todos bajaron, los
niños no se apartaban de Ramírez, y éste último, tocó la puerta del 509, que
a lo lejos se escuchaba con voz entrecortante, con eco, no, no, no, no quiero
tomar cerveza…De pronto se abrió la puerta, era él, Kauffman, estaba en
pantuflas, y bividi, con la pipa llena de hierba, y con la otra mano sujetaba
una lata de cerveza.

¿Qué les trae por acá? Dijo el alemán..

Sin responder, Ramírez, entró con un empujón sobre el pecho del alemán,
en busca de la niña. Yuli yacía al pie de la cama, con lágrimas sobre sus
mejillas, gritando, Urpiiiiii!!!!!! Sácame de acá.. fueron todos sobre ella,
Urpi, Estefita y Yuli se abrazaron fuertemente, y prometieron nunca
abandonarse el uno al otro.

Ramírez, engrilló al alemán, sacándolo de la habitación a empujones.

Volvieron todos en el patrullero, quien los dejó a Orillas del río Nanay,
para pronto regresar a casa, eran casi las seis, la venta era lo de menos,
ellos regresaban a casa, para nunca más volver a la gran ciudad….

21
E
n un pueblo de nuestra selva, vivían Felisho y Panchita. Ellos eran
hermanos y vivían felices visitando el bosque y pescando en el río.
Allí, había casitas hermosas de techo de chambira, cercos de pona
y huasaí. Sus pisos eran construidos a limitada altura de la tierra, le daba
un toque fantástico y un encanto especial. Vivir allí, era una bendición
sobrenatural y un llamamiento a la felicidad eterna que solo la tienen los
hijos del bosque. Cerca de allí, pasaba temible el río Amazonas, con sus
aguas turbias, sus remolinos y su bravura incontenible.

Cierto día, los hermanos fueron al bosque, disfrutando de su majestuosa


beldad a juntar frutas y verduras para ayudar a preparar a mamá un
delicioso almuerzo. Caminaron en silencio por un sendero estrecho y
largo hasta llegar al pie de un árbol de lupuna. El sol penetraba regocijado
por los resquicios de los árboles, dando luz y vida al misterioso panorama.
Estuvieron entretenidos un largo rato recogiendo los frutos, cuando fueron
interrumpidos por un tierno y travieso mono que se balanceaba colgado
de unas sogas silvestres. Corrieron hacia él para intentar cogerlo y este dió
un salto largo hasta perderse en los arbustos. Al voltear sus miradas, un
canto bullicioso de un movedizo loro les despertó su interés, observándole
a este que se entretenía en un racimo de ungurahui. Con su pico, el loro les
lanzo algunos frutos que olían fragantes. Los niños cogieron algunos de
ellos y le devolvieron con la intención de que el loro los cogiera con su pico.
Este se asustó y voló lejos hasta perderse. Ellos estaban tan sorprendidos y
maravillados que se quedaron con la esperanza de seguir viendo algo más.
Un vientecillo suave refrescaba esa mañana de primavera, festiva, radiante
y llena de vida silvestre.

- ¡Felisho! ¡Felisho!... es hora de regresar para ayudar a mamá. Llegando


a casa, encontraron a su mamá, que ya estaba asando unos frescos
boquichicos.

- ¡Panchita! ¡Panchita! ¿Qué mamita? Hijita prepara tu salsa de cocona.


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Está bien mamita.

- ¡Mamá… mamá! Yo cocino el arroz y hago el refresco de camu camu.

- ¡Gracias hijitos! por darme su apoyo incondicional, pase lo que pase aquí
tendrán un hombro en el cual apoyarse.

- A usted mamita, le admiramos por ser un ejemplo a seguir, por darnos


razones para ser feliz y sobretodo porque siempre das todo por nosotros.
¡Muchas gracias!

Después de un buen rato, los niños pidieron permiso a la mamá, para salir
al campo a jugar con sus amiguitos. En fin, todo era como un paraíso y los
pobladores de aquel lugar vivían felices respirando el aroma vivificante
de la bella verdosidad que desde lejos se podía acariciar con la mirada.
Allí se alimentaban y aprovechaban los recursos que les proveía el
bosque amazónico a manos llenas sin mezquindad; pero la llegada de una
extracción de balsa los condujo a una insoportable deforestación.

Al día siguiente, el pueblo estaba tranquilo. Los niños y niñas partían 20


minutos caminando para llegar a su acogedora escuela. En esa escuela
hecho de caoba, donde se iban con mucho cariño y entusiasmo a aprender
la enseñanza de diversas áreas. Cada clase era orientada sobre temas
transversales para proteger sus recursos naturales, con eso los estudiantes
fueron formando una conciencia proteccionista y preservadora. La
mañana transcurría sin novedad. Mientras que sus hijos se iban a estudiar,
los padres de familia se quedaban a cultivar su chacra, se iban a pescar a
orillas del caudaloso río y a preparar un delicioso almuerzo ya que todos
regresaban a su casa hambrientos, dispuestos a revisar sus ollas, en busca
de comida. Esto era una rutina diaria para los pobladores. Después de
unas horas, asomó la noche, adornada de una luna inmensa y de estrellas
palpitantes que aclaraba el cielo. Los patios de las casas estaban limpios
de hierbas. La claridad de la noche invitaba al pueblo a estar alegres, se
escuchaba el canto de la chicharra, el tronar del urcututu y el croar de los
sapos acuáticos, dando un toque misterioso al momento.

Cuando amanecía se anunciaba una mañana festiva como muchas. En su


espesura, el soplido del viento refrescaba las hojas de los árboles, el chillido
de los monos alegraba el ambiente y el cantar de los pájaros.

Pasaron unos meses hasta, que, en una noche, entró una balsa de maderaje
que se ubicó frente al pueblo. Cuando los pobladores despertaron,
observaron entre la bruma del amanecer, que al frente del pueblo unos
hombres extraños estaban con motosierra.
23
Después al aclararse el día, el agente municipal Fuan Vásquez y el
morador Emesho Flores, fueron bogando en sus canoas a conversar con
el patrón de la balsa.

- ¡Buenos días, señores!

- ¡Buenos días!, - contestó el patrón.

- Luego dijo el patrón: - quisiera que ustedes nos ayuden con la extracción
de maderaje.

- Y terminó proponiéndoles: - Nosotros les compramos los árboles,


pagamos buen precio por cada uno.

Pero la ambición por el dinero, quebranta el principio del cuidado del bien
común y se piensa solo en el yo y se cree que con la sobre explotación de
los recursos, se va a surgir de la miseria y salir adelante hacia el progreso
sin saber que al final, cuando la riqueza se acaba, todo se vuelve hostil.
Entonces el agente y el morador volvieron muy alegres y desde el río
antes de llegar al pueblo gritaban a voz: “¡trabajo pa´todos!”,” ¡trabajo
pa´todos!”. Mientras sus ojos irradiaban de felicidad y codicia. Al oír
las voces, la población se aglomeró para saber porque gritaban tanto. Al
bajar las autoridades ofrecieron trabajo a los pobladores, diciendo que
los pagarían bien por cada árbol que vendieran de sus chacras. La gente
terminó aceptando trabajar en la extracción para el patrón de la balsa.

Al medio día los niños salieron de la escuela y vieron que sus padres se
habían ido a trabajar para la balsa. En eso los hermanos Felisho y Panchita,
descubrieron que, a lo lejos, muchos pobladores estaban extrayendo los
árboles con afán en varios lugares del pueblo; luego, señalaron con la
mano derecha, indicando a sus compañeros:

- ¡Miren allá, hay una balsa extractora!, y parece que todos están talando
con su motosierra nuestros árboles.

Entonces, de inmediato, los hermanos mostrando su preocupación,


propusieron:

- ¡Compañeros, debemos ir allá a ver lo que está pasando!

Luego los niños salieron rápido, en sus canoas enrumbaron hacia la balsa.
Al llegar, Felisho y Panchita se dirigieron al patrón:

- Buenos días, señor, - saludó.


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- Buenos días, niños, - contestó el patrón y preguntó: - ¿han venido a ver
a sus padres que están trabajando?

- No, señor, - contestaron los hermanos, y después agregaron:

- Hemos venido a decirle que este lugar, no es apto para que entren balsas
extractoras a talar ni a comprar árboles, y le venimos a pedir que, por
favor se retire.
- ¿Qué cosa? ¿Por qué dicen eso niños?, si nosotros hemos venido a
trabajar y comprar árboles, -contesto el patrón.

- Mira usted, señor, quiero que sepa que estos bosques son la única
despensa de la que vivimos y viven varias comunidades que están
asentadas en sus riberas. Nosotros lo cuidamos y lo tenemos como una
reserva para nuestro futuro; por eso, queremos que se vaya. - Plantearon
los hermanos.
- No, niños, creo que ustedes están equivocados; quiero que sepan que
no somos intrusos, porque las autoridades nos han dado el permiso para
talar aquí y también ellos están extrayendo conjuntamente. – Concluyó
el patrón de la balsa.

- Ya, señor, - dijeron los hermanos, luego agregaron: - pero, de todas


maneras, la balsa extractora debe salir de nuestro pueblo. No vamos a
permitir que sigan talando así, en forma masiva.

Una voz en coro retumbó como una sentencia maldita en aquel pueblo.

- ¡Hay que vender más árboles!

Acto seguido, se discutieron en aumentar los precios para negociar, pero,


la sentencia ya había llegado.

Muchos con satisfacción, otros, cabizbajos y apenados descifraban en


sus mentes alguna fórmula que solucionara de otra manera la falta del
dinero para hacer gestiones en bien del pueblo.
Aquellos árboles de cedro, lupuna, caoba, significaban mucho para el
pueblo, lo consideraban como una herencia de sus antepasados, una
reliquia que deberían preservar.
Los hermanos, aun así, tenían conceptos sobre organización comunal,
democracia y protección de recursos naturales. Renegaban siempre por
las actitudes de algunos pobladores que optaban por lo fácil.

En los días siguientes, el estremecedor sonido de una motosierra irrumpía


la tranquilidad del amanecer. Niños y adultos acudieron curiosos al
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lugar. Los cedros se movían al compás del ligero vientecillo mañanero.
Los árboles medianos de su entorno parecían inmóviles, solo sus hojas
se estremecían. Todos esperaban con ansiedad el inicio de del corte de
los frondosos e imponentes árboles. Luego decididos, se dirigieron al pie
de uno de ellos y cuando la acerada espada rasgaba su corteza, se dejó
escuchar las clamorosas voces de Felisho y Panchita.

- ¡Alto… no talen esos árboles!

Todos incluido el cortador les prestaron atención.

- Nosotros sabemos que muchos de ustedes no están de acuerdo con esto.


¿Por qué no luchamos juntos para salvar estos árboles? Son patrimonio
del pueblo y no debemos permitir que los destruyan. Sino los defendemos
hoy, quizás mañana nuestros hijos nos juzguen por eso.
Una autoridad del pueblo, cobardemente grito:

- ¡Derriba los árboles amigo, no les hagan caso!

Las miradas de reproche de los presentes hicieron que se callara,


momento que aprovecharon los niños para continuar.

- ¡Hagamos algo, ahora! Si cortan estos árboles, se romperá una profunda


herida en nuestros corazones y en nuestras conciencias que nunca podrá
cicatrizar. Los árboles son como héroes anónimos que solo deben caer
por causas nobles.

- ¡Panchita!, ¡Panchita! Felisho dijo:

- Fíjate bien, que todos esos árboles que asesinaron, tampoco les había
llegado la hora de morir. Veras que, de aquellos troncos mutilados,
decapitados por la ignorancia; brotaran mil retoños sobreponiéndose
a todos. Por eso, permíteme preguntarte ¿Dónde está el derecho de la
propiedad, las leyes que dictan los gobiernos?, no me explico porque los
humanos dan leyes y más leyes. Las derogan o las mantienen en vigencia
y no las respetan. Y si preguntara por los forestales que no hacen respetar
la naturaleza. ¿dónde están las autoridades encargadas de velar por el
cumplimiento de la ley?

Un mudo silencio creció entre ellos.

- Hermano, escucha por favor. Debo decirte que todas las leyes son
elásticas. Cuando quieren la hacen cumplir y si no la mayor parte del
pueblo es la víctima. En ello corroboran todos los órganos que son
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miembros de ese cuerpo enfermo y subdesarrollado.

Un nuevo silencio invadió el dialogo. Lagrimas vertían los ojos de Felisho.

- Estoy convencido que con el tiempo todos se darán cuenta que los
bosques son la parte fundamental del equilibrio biológico del mundo. Yo
no estoy contra el avance de la civilización, al contrario, que el hombre
surja, que construya más áreas urbanas pero que también respeten su
flora y fauna. No debemos olvidar que ellos fueron los primeros en habitar
la tierra. Es por ello que volverán sus hojas a ellos cuando el monóxido
les ahogue y exploten sus ciudades. Por supuesto que esto no es una
venganza, puesto que con el tiempo no quedaran áreas arborizadas, todo
lo ocupara la civilización. Además, en nuestro corazón, sentimos hoy algo
que se nos trunca, nuestro desarrollo evolutivo tiene ciertas deficiencias
y a medida que avanza el tiempo, nos ocasionara la muerte a pesar de los
buenos abonos que le brindamos.

Esto nos inculca a ser grandes guardianes de los bosques y de los seres
que lo habitan. Sobre todo, en estos tiempos, que la biodiversidad se va
extinguiendo y que los bosques al cuidado de los pueblos lejanos cumplen
una función vital para la humanidad, al enfriar nuestra atmósfera
recalentada por el cambio climático es producto de nuestras huellas
humanas.

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