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No hay formación sin orientación; siempre se forma para algo, con un fin, con una
intencionalidad, con un propósito. Ayudar a nuestros estudiantes a ser hombres y
mujeres plenamente auténticos, capaces de mirar la realidad de una manera lúcida y
de comprometerse en su transformación: que piensen por ellos mismos, que sean
críticos, que actúen en coherencia con sus valores y principios. En otras palabras,
queremos formar, ante todo, personas competentes, capaces de discernir los rasgos
distintivos de los tiempos de una forma reflexiva, crítica y comprometida.
En este sentido, la nueva escuela mexicana, tiene como principal función y razón de
ser, la formación integral de las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes de nuestro
país. La formación Integral entendida como un proceso continuo, permanente y
participativo que busca desarrollar de forma articulada, natural y armónica todas y
cada una de las dimensiones del ser humano (ética, espiritual, cognitiva, afectiva,
comunicativa, filosófica y estética, corporal, y socio-política), con el propósito de lograr
su realización plena en la sociedad. Esto significa que, en la actual política educativa,
vemos a las niñas, los niños, adolescentes y jóvenes como seres humanos únicos y
libres, pero a la vez como seres pluridimensionales.
• Transformar las creencias pedagógicas y la cultura escolar
Si queremos realmente construir una nueva escuela mexicana donde todas las niñas,
los niños y adolescentes aprendan no será nada sencillo, implicará cambiar
creencias pedagógicas en los docentes, implicará que los directivos corran riesgos
junto con los maestros, implicará tomar decisiones que trastoquen de manera
profunda y decidida la cultura escolar y la cultura institucional.
Sin duda, todos estos problemas o retos no se resolverán de manera pronta y sencilla
como arte de magia, se requiere de un esfuerzo a mediano y largo plazo, pero hoy
podemos dar los primeros pasos hacia allá.
• Reconocimiento y revalorización de las maestras y maestros
La nueva escuela mexicana reconoce y valora a las maestras y los maestros como
servidores públicos conscientes de su responsabilidad social y educativa, en los que
se confía la formación de la personalidad, cultura, cosmovisión y actuar de los
alumnos; mujeres y hombres profesionistas bien preparados, competentes, honestos
y sencillos, sensibles y atentos a las problemáticas de los alumnos, sus familias, así
como de la comunidad en general.