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XXVII CONGRESO FEPAL SANTIAGO DE CHILE, 2008

PANEL:

TRAUMA Y TESTIMONIO: PSICOANÁLISIS, HISTORIA Y

LITERATURA

Julia Braun*

“ Contamos con el arte para

Que la verdad no nos destruya”

Nietzche

En esta presentación me voy a referir al trauma social y a su procesamiento.

Advirtiendo que el concepto de trauma social se refiere fundamentalmente

a la destrucción del lazo social y por lo tanto no se encuentra contenido ni

se explica en su totalidad, por el concepto de trauma sexual infantil. Del

mismo modo que la posibilidad de su procesamiento requiere la intervención

de alguna forma de práctica social que implica fundamentalmente, la

reconstrucción del lazo social y el levantamiento de la desmentida de la

responsabilidad por el crimen.

* SAP
Esta propuesta implica situarse en un territorio de frontera siempre

problemático entre psicoanálisis y sociedad.

Desarrollaré mi exposición en cuatro puntos:

I- La historia de María.

II- Desintegración y reconstrucción del tejido social y la sanción pública

IV- El lugar del testimonio

IV- El lugar de la escritura

I – La historia de María

María vivía desde hacía muchos años frente a la ESMA. La Escuela de

Mecánica de la Armada (ESMA) constituía para ella un punto de referencia

natural. Cuando tomaba un taxi lo mencionaba para orientar al conductor.

Cuando daba su dirección a nuevos amigos agregaba para mayor precisión,

“frente a la ESMA”. La ESMA se había constituido para María en

significante de su subjetividad social, referente habitual de los que aportan

un rasgo más a la pertenencia.


La ESMA, un predio extenso que comprende un complejo de edificios bajos

rodeados de jardines, le aseguraban a María una vista abierta a verdes

follajes y cielos azules, desde las ventanas del piso alto del edificio en que

vivía. Más allá se extiende el gran estuario de aguas terrosas del Río de la

Plata, por momentos un espejo de plata que semeja un mar.

La ESMA, constituía para María un simple dato de la cartografía urbana, un

tranquilo paisaje que disfrutaba desde su balcón eludiendo la ciudad

abigarrada, que llegó a su fin cuando “la ESMA” se transformó en un

significante siniestro tras el golpe militar que tomó a los argentinos por

asalto el 24 de marzo de 1976.

El régimen militar que se instalaba para llevar adelante su proyecto

sanguinario dividió el país en cotos de caza entre las tres fuerzas militares.

La Marina por su parte, transformó la “Escuela de Mecánica” en uno de los

más temibles centros clandestinos de secuestro y tortura, donde se aplicó

como solución final arrojar desde helicópteros al Río de la Plata, a los

prisioneros vivos. El mismo Río que atestiguó el crimen tiempo después,

cuando devolvió a costas argentinas y uruguayas los cuerpos arrojados en él.

Las misteriosas entradas y salidas de vehículos y los relatos de horror de lo

que allí dentro ocurría, produjeron en María una escalada de sentimientos.

En un comienzo extrañeza, luego vergüenza, finalmente terror, y un efecto


obsedante de gran poder traumático hasta constituir un cuadro de “trauma

social”. Su sufrimiento provenía del tormento que le causaban fantasías de

contagio y complicidad con la tortura y la muerte, mientras que al mismo

tiempo se le imponía un mandato de extirpar de sí ese referente de su

subjetividad. Como si se tratara de la amputación de un miembro

gangrenado de su cuerpo, pero al igual que el “miembro fantasma”, le era

difícil eliminar de su mente esa fantasía corrosiva

Durante muchos años María no se atrevió a contar su historia por el horror

que le producía lo vivido, por no encontrar palabras, o por pudor. O tal vez

por no tolerar percibir la mirada de espanto, o peor aún, la mirada opaca o

indiferente de aquellos a quienes hubiese podido decirlo. Pasaron casi treinta

años hasta el día en que María pudo hablar. Fue en circunstancias en que

vislumbró la posibilidad de trocar su posición subjetiva de “cómplice” en la

que había quedado atrapada, por la posición de “testigo”. El pasaje de la

posición de cómplice a la de testigo, que se sustentaba en la afirmación “yo

lo vi”, “yo lo viví” pero sobre todo, en el reconocimiento de que su

testimonio podía constituir un aporte a la construcción de la historia social.

La transformación ocurrió en ocasión del anuncio oficial de crear en la

ESMA un “Museo de la Memoria” como parte de una política pública -de

reconocimiento y certificación de la existencia de ese pasado siniestro- que


afirmaba la necesidad de recuperar la memoria y de hacer efectiva la

sanción.

II- Desintegración y reconstrucción del tejido social y la sanción pública

El trauma social es el producto de catástrofes sociales. Situaciones histórico-

socio-políticas provocan la desintegración de la envoltura psíquica que

constituye el contexto social e instalan un sentimiento de desamparo social.

Las respuestas a situaciones extremas suelen ser “inesperadas” porque

muchas veces no se inscriben en las matrices sinceladas por el trauma

temprano ni por la resolución del Complejo de Edipo.

Rene Kaës* psicoanalista y Giorgio Agamben filósofo**, investigan formas y

consecuencias de las catástrofes sociales.

Kaës conceptualiza, profundiza y extiende el concepto de contexto social y

lo reconoce como un “encuadre metapsíquico”. Kaës denomina encuadre

metapsíquico a las condiciones que constituyen el sostén imaginario y

simbólico de la vida psíquica. Según este autor, el encuadre metapsíquico

está configurado por las alianzas inconcientes que construyen el

apuntalamiento identificatorio del individuo y del transubjetivo. Está


*
Rene Kaës (1988) en “Violencia de Estado y Psicoanálisis”, comp. Janine Puget y Renë Kaes, Ed.
Lumen, 2006 Buenos Aires
**
Giorgio Agamben (1998) “Homo Sacer”, Ed. Pre-Textos, España
conformado por pactos inconcientes como el renunciamiento pulsional que

plantea Freud en “El Malestar en la Cultura”, el Contrato Narcisista

introducido por Piera Aulagnier y el “Pacto denegativo” que es el anverso y

complemento del Pacto narcisista. Los contenidos del pacto denegativo, son

formaciones intermedias que aseguran las condiciones de vida subjetiva y

las condiciones de vida social y cultural, y están constituidos por los

renunciamientos, sacrificios, lo no significable y las zonas de silencio.

Agamben trabaja el concepto de ley jurídica. Denomina “estado de

excepción” a un “acontecimiento decisivo de la modernidad” que constituye

la más grave destitución del orden jurídico. En su libro Homo Sacer

reflexiona acerca de la pregunta correcta con respecto a los horrores de los

campos de concentración, y responde: “no es aquella que inquiere

hipócritamente cómo fue posible cometer en ellos delitos tan atroces con

seres humanos, sería más honesto y más útil indagar atentamente acerca de

los procedimientos jurídicos y los dispositivos políticos que hicieron posible

llegar a privar tan completamente de sus derechos y prerrogativas a unos

seres humanos, hasta el punto de que realizar cualquier tipo de acción en

contra de ellos no se considerara ya como un delito ( en este punto, en

efecto, todo se había hecho verdaderamente posible)”.


Para J. Puget*, las catástrofes sociales provocan la dislocación de las alianzas

con sus consecuencias sobre la vida psíquica y sobre la vida social. La

autora afirma que en esas condiciones el contexto social deviene

incoherente, incomprensible, inasible y destituye las reglas que regulan la

vida y la muerte, el delito y la penalización.

La desintegración del contexto social, sólo puede repararse en el mismo

ámbito en el que se forjó la destrucción. Es imprescindible que el Estado

asuma su responsabilidad por la reparación y la sanción pública. La

asunción de esta política abre paso a la reconstrucción del tejido social, que

posibilita restaurar la articulación de la vivencia singular con el orden

cultural y simbólico. Su consecuencia es un cambio en las condiciones de

subjetivación, el reestablecimiento de un vínculo subjetivante, sustento

necesario para que los afectados puedan abandonar el sentimiento de “estar

librados sólo a sus propias fuerzas”.

IV- El lugar del testimonio

*
Janine Puget (1988) en“ Violencia de Estado y Psicoanálisis” Comp. Janine Puget y René
Kaës, 2006 Ed. Lumen, Buenos Aires
Una vivencia adquiere status de experiencia cuando puede ser transmitida.

En otras palabras, existe experiencia cuando la víctima puede transformarse

en testigo de sus propias vivencias.* El testimonio puede ser enunciado sólo

cuando el colectivo otorga crédito a la palabra del testigo, en un contexto en

el que se ha logrado reestructurar la trama vincular una vez recompuesto un

mundo social intersubjetivamente compartido. Son las condiciones que

demanda para su rescate, un yo devastado por la manipulación perversa de

prácticas sociales que tienen como objetivo el aniquilamiento del opositor, la

negación de su muerte y el impedimento de la memoria del crimen

cometido.

Los testigos son los “portadores obligados de la memoria”**, soportan la

carga auto y socialmente impuesta. El testimonio de las víctimas llena el

vacío dejado por memorias borradas o no registradas y contribuye a la

construcción de la memoria personal y social. El olvido es una amenaza

siempre presente e inquietante. Herodoto ya afirmaba que “el fundamento

de la historia es evitar que con el tiempo los acontecimientos sucitados por

los hombres se pierdan en el olvido”.

*
Silvia Bleichmar, “Mal Estar”, año 2 No 1, Fundación Proyecto al Sur y Ediciones Corregidor, Buenos
Aires (2002)
**
Janine Puget y Julia Braun, (1997) “Los usos de la Memoria” trabajo presentado en las Jornadas sobre
Memoria en ADEP (Asociación de Epistemología y Psicoanálisis).
IV- El lugar de la escritura

La cultura dispone de recursos creativos que son antídotos del olvido. La

escritura es una de ellas. En sus más variados géneros, la literatura produce

realizaciones perdurables que dotan de sentido a las experiencias humanas,

tarea que la sola memoria muchas veces no alcanza a producir, dada su

fragilidad y finitud.

El escritor crea escenarios e historias imaginarias a partir de vivencias,

experiencias, recuerdos, investigaciones, se detiene en detalles, crea

personajes, profundiza sus rasgos y lo enriquece todo otorgándole valor

literario. Una buena novela resuena por la proximidad que tienen las

palabras con las cosas y demanda verosimilitud para que el lector se

disponga a ingresar a un universo de ficción.

El escritor es lo que ha vivido y escribe por necesidad personal, sus

vivencias determinan la escritura y éstas determinan el destino del escritor.

Así lo expresa Tununa Mercado, sutil escritora argentina, cuando titula “En

estado de memoria” el libro en el que relata sus recuerdos de exilio.


Un historiador en cambio, presenta el relato de hechos documentados,

comprobados y verificados. Rastrea datos, investiga causas y consecuencias

y se atribuye “la verdad” de lo dicho. Luego vendrán los revisionismos.

El pasaje del testimonio oral al testimonio escrito constituye un momento

fundamental. Cuando historiadores y literatos toman la posta de la

rememoración, el texto escrito se autonomiza y releva al testigo de la pesada

carga de ser el único responsable de la memoria. *

Tanto la historiografía como la literatura crean los eslabones de lo

acontecido, articulan recuerdos y hacen comprensibles los datos de la

memoria que son siempre irremediablemente fraccionarios e incompletos.

Pero historia y literatura generan expectativas diferentes en el lector.

Ambas, conforman el conjunto del saber de lo que el género humano ha

padecido y gozado en el curso de su existencia. Historia y Literatura son

ambas, escrituras de una realidad en búsqueda de sentido. La primera se

atiene a las reglas de la historiografía y a la instancia del saber histórico. La

segunda apela a la creatividad y la invención.

*
Paul Ricoeur, (2003) “La memoria, la historia, el olvido” Ed. Trotta, Madrid
En la Feria del Libro que se realizó en Buenos Aires en el mes de abril de

este año, a la pregunta que se le formulara al escritor danés Ib Michael: por

qué escribía, respondió: “escribo para recordar lo que no sucedió”.

Para las víctimas directas del horror, la escritura constituye para decirlo con

las palabras de Primo Levi*: una forma de liberación interior, de elaboración,

de denuncia, para pedir justicia, para que otros sepan, para que otros no

olviden, para poder olvidar.

Un estadio anterior a la historia y la literatura es la “inscripción”. La

inscripción de la vida y de la muerte se vuelven actos primordiales para la

especie humana. Dan cuenta de ello las escrituras funerarias, las poesías

epigramáticas de la antigüedad clásica, los poemas lapidarios, las

colecciones de epigramas y epitafios que se conocen como: “género

fúnebre”**

El “derecho a la muerte escrita”, el “derecho a la sepultura”, “el derecho a

las lágrimas” forman parte de una legislación funeraria rigurosa de la

antigua Grecia que no fue sólo la cuna de la “historia”; su legislación

contempló también el derecho que tienen los ciudadanos de expresar y dejar

constancia escrita de sus sentimientos respecto de la muerte.


*
Primo Levi (1987), “Primo Levi en Diálogo con Fernando Canon”, Ed. Anaya y Mario Muchnik, Buenos
Aires
**
Luis Gusmán (2005) “Epitafios, el derecho a la muerte escrita” Ed. Norma, Buenos Aires
La vuelta al estado de derecho de los países que sufrieron sangrientas

dictaduras permite rescatar la consideración por la muerte para lo que

palabra y escritura ocupan un lugar predominante, porque revierten la

negatividad de la “desaparición” ocultada bajo un manto de ominoso

silencio. En este sentido los memoriales concebidos como representación e

inscripción ocupan un lugar destacado, ya que responden a la siempreterna

necesidad de los humanos de recordar a sus muertos, conservar viva y

activa su memoria y denunciar el crimen.

* * *

En la Argentina, los memoriales tomaron dos formas de expresión singulares

que quisiera mencionar. Una es arquetípica, la inscripción perdurable en la

piedra. Otra novedosa, la escritura efímera sobre papel en recordatorios

periodísticos.

Hace unos pocos meses se inauguró en la ciudad de Buenos Aires, en el

predio del “Parque de la Memoria”, una extraordinaria obra escultórica: el


“Monumento a las Víctimas”. Es un recordatorio de los 30.000 desparecidos,

concebido como una imponente estela funeraria. En ella se encuentran

grabados en bloques de piedra rectangulares los nombres, las edades y la

fecha de desaparición o asesinato, cometidos por el Terrorismo de Estado en

la Argentina. La inscripción de esos nombres certifica su muerte, ya que casi

todos ellos son muertos sin sepultura o arrojados a fosas comunes o al río. Al

certificar la muerte, la inscripción en la piedra paradójicamente otorga

existencia a esos seres humanos que habían sido declarados desparecidos,

inexistentes, o NN muertos anónimos.

Para los deudos, el Monumento a los Desaparecidos se constituye en un

sitio de recordación e inscripción que llena la falta de tumba, y del epitafio

que no pudieron escribir. Para la sociedad, es un aporte a la construcción de

la memoria colectiva de un capítulo atroz de la historia social y política de la

Patria.

La otra forma de recordatorio puede considerarse una versión actual del

género fúnebre. Son los recordatorios que familiares y amigos publican en

un diario argentino en el día de la fecha de cada aniversario de la

desaparición. Ya suman varios miles desde 1988, cuando comenzaron a

publicarse.
Luis Gusmán considera que estos avisos se diferencian de los epitafios

inscriptos en la piedra y de los avisos de defunción que anuncian el

fallecimiento reciente de una persona. Tampoco son cenotafios. Presentan un

código visual y gráfico particular y en cuanto a su contenido aluden a cierta

conceptualización del duelo. Reflejan rasgos personales de los deudos, ideas

políticas y opciones estéticas. Algunos con lenguaje poético o literario, con

producciones propias o citas de poetas y escritores, metáforas sobre sueños

del desaparecido, o ideales perdidos, otros con estilo épico, reivindican el

carácter de víctimas o la heroicidad de la militancia. La mayoría incluye

fotografías conformando, como dice Beatriz Sarlo, “un discurso

iconográfico de la ausencia”, y funcionan como “prueba de existencia” en la

recordación del pasado.

A lo largo del tiempo los textos permiten observar las transformaciones que

adopta la memoria. En suma, constituyen una forma de lectura diacrónica

del estado de procesamiento de los “duelos especiales”, (como los

denominamos con Marilú Pelento)* y de las transformaciones de la

subjetividad social.

*
Julia Braun y María Lucila Pelento, (1988), en “Violencia de Estado y Psicoanálisis”comp. Janine
Puget y René Kaës, 2006 Ed. Lumen, Buenos Aires
Pero los recordatorios son sobre todo la letra viva de la “memoria activa”,

ya que gracias a la insistencia inclaudicable de su publicación transmiten en

cada aniversario la actualidad de la desaparición.

Literatura, historia, la inscripción en la piedra o en el papel son formas de

recordar en el sentido de su raíz latina: “re-cordis’, volver a pasar por el

corazón.

Todas buscan recuperar el orden humano.

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