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CAPÍTULO I - INTRODUCCIÓN
1. CONCEPTO Y TERMINOLOGÍA: en un estado preliminar del estudio, podemos decir que
la ciencia de las finanzas públicas, en su concepción actual, examina cómo el Estado
obtiene sus ingresos y efectúa sus gastos.
En cuanto al origen del término finanzas públicas, en un primer período, la voz
"finanzas", que derivaría de la alocución latina finis, habría designado a los pagos y
prestaciones en general, siendo luego empleada para designar a los recursos y los gastos
del Estado y las comunas(1).
A dicha alocución suele adicionarse la palabra "públicas", con el deliberado propósito
de distinguir las finanzas estatales de las privadas. En este sentido, los autores
anglosajones han establecido una nítida diferencia entre ambas, reservando las últimas
para englobar los problemas monetarios, cambiarios y bancarios concernientes a los
particulares(2).
Agreguemos, asimismo, que esta ciencia suele también denominarse —especialmente
por los tratadistas españoles— ciencia de la hacienda (o de la hacienda pública). A los
fines de este Curso, tomaremos los términos y expresiones mencionados ("finanzas",
"finanzas públicas", "hacienda", "hacienda pública") como sinónimos, y les asignaremos
idéntico significado.
2. NECESIDADES PÚBLICAS: una primera observación de las necesidades humanas en
general demuestra que estas son múltiples, aumentan en razón directa a la evolución y
crecimiento de la civilización, y pueden ostentar carácter material (v.gr., alimentación,
vestido, habitación) o inmaterial (intelectuales, religiosas, morales).
Tales necesidades, en tanto sean individuales o privadas, admiten su satisfacción por
parte del hombre per se; sin perjuicio de que en ocasiones este pueda decidir ponerlas a
cargo de la comunidad organizada.
Pero como el hombre, desde tiempos pretéritos, tiende a vivir en sociedad, surge un
segundo tipo de requerimiento de grupo o colectivo, que difícilmente pueda atender en
forma solitaria. En efecto, la vida colectiva engendra necesidades diferentes a las
particulares de cada cual, como la seguridad, el transporte, las comunicaciones o el
aprendizaje.
Esto nos lleva al concepto de necesidades públicas, que analizamos seguidamente.
2.1. Absolutas: cuando el individuo resuelve integrarse en una colectividad, surgen
necesidades comunes que, en modo primordial, a nuestro entender, son: 1) la defensa
exterior; 2) el orden interno; y 3) la administración de justicia.
A tales necesidades denominamos necesidades públicas absolutas por ser, como
veremos, consustanciales a la existencia misma del Estado y de imposible delegación en
los particulares.
En efecto, desde los comienzos de la vida comunitaria surge la tendencia de los sujetos
a subordinarse a un jefe (patriarca, jeque, caudillo, cacique) o a un grupo dominante con
poder de mando para brindarles protección. Con el paso del tiempo, este individuo o ente
dominante pasó a constituir el Estado, conformado por sus tres elementos propios:
población, territorio y gobierno. Este último es nada menos que su representante, y por
ello ejerce en tal carácter su poder de imperio(3).
La primera de las necesidades enumeradas (defensa exterior) nace del apremio natural
de resguardar el grupo propio, ya constituido, de las agresiones de otros extraños, lo que
en la historia se ha percibido como la manera normal de conservación de la identidad,
individualidad y libertad de decisión.
Por otra parte, a los fines de la convivencia pacífica de la comunidad y de la
consecución de beneficios para sus integrantes, surge la necesidad de establecer
un orden interno. Ello se consigue mediante el establecimiento y reconocimiento de
derechos y obligaciones mínimos que deben ser respetados, dando nacimiento a un
determinado ordenamiento normativo. Así, dentro de lo que modernamente entendemos
como orden interno, comprendemos ciertas actividades e instituciones de funcionamiento
indispensable.
a) El ordenamiento normativo interno, que tiene su vértice en las constituciones que, a
partir del siglo XIX, crearon una autolimitación para el Estado en la mayoría de los países
occidentales.
b) La seguridad pública, en peligro toda vez que se incremente la delincuencia común y
la corrupción.
c) La necesidad consiguiente de contar con leyes punitivas adecuadas y ejercidas por
los organismos de seguridad interna capacitados para velar por su cumplimiento.
Finalmente, y, en tercer lugar, otra necesidad emergente de la vida comunitaria es el
allanamiento de las disputas y el castigo a quienes violan la normatividad impuesta. Ello
se hace mediante la administración de justicia, única forma de evitar que las contiendas
se resuelvan por la fuerza y que la sanción por transgredir las normas de convivencia sea
la venganza privada.
Por lo hasta aquí dicho, podemos concluir en que las necesidades públicas
absolutas (o primarias) reúnen, por ser tales, las siguientes características: 1) son de
ineludible satisfacción, porque de lo contrario no se concibe la comunidad organizada; 2)
son de imposible satisfacción por los individuos aisladamente considerados, y 3) son, en
consecuencia, las que dan origen y justifican al organismo superior llamado "Estado".
2.2. Relativas: no obstante, es evidente que tales no son las únicas necesidades que
nacen de la comunidad organizada, y por ello se habla también de las necesidades
públicas secundarias o relativas.
Dentro de este rubro, por contraposición a las primeras, se encuentran aquellas cuya
satisfacción no es tarea originaria del Estado, pudiendo ser también asumidas por los
particulares (p. ej., educación, salud, transporte, comunicaciones, seguridad social). El
grado o medida con que cada gobierno tome para sí la prestación de los servicios que
satisfacen estas necesidades dependerá de su concepción política, filosófica y económica
(v.gr., Estado liberal, intervencionista, neoliberalista).
Así entonces, mientras las necesidades públicas absolutas son esenciales, constantes,
vinculadas existencialmente al Estado, y de satisfacción exclusiva por este, las relativas
son contingentes, mudables, y no vinculadas a la existencia misma del Estado.
3. FUNCIONES PÚBLICAS Y SERVICIOS PÚBLICOS: son funciones públicas
y servicios públicos aquellas actividades, comportamientos y/o intervenciones que lleva a
cabo el Estado con el fin de satisfacer las necesidades públicas que anteriormente hemos
caracterizado.
3.1. Acepciones: en esta materia adoptamos la distinción jurídica planteada por
Marienhoff(4) —apoyada por Martín(5)—, que separa entre función pública y servicio público.
En lo que hace específicamente a las funciones públicas, se trata de actividades que
deben cumplirse en forma ineludible, que se identifican por la razón de ser del Estado,
que atañen a su soberanía, que son exclusivas e indelegables, y cuya prestación es en
principio gratuita. Así, entre las funciones públicas se encuentran, entre otras, el dictado
de leyes, la administración de justicia, la defensa externa, el mantenimiento del orden
interno, la emisión de moneda, y la representación diplomática.
Como contrapartida, definimos al servicio público, como las actividades del Estado que
no constituyen funciones públicas, y que tienden a satisfacer necesidades —
generalmente imprescindibles— de la población. Al decir "servicio" no nos referimos a
cada acción o prestación considerada en sí misma, sino a la actividad tomada como
conjunto, consustanciada con la organización que efectúa tales acciones o prestaciones.
Ello implica que el servicio que calificamos como público presupone usualmente una
organización de elementos y actividades para un fin, o sea, una ordenación de medios
materiales y personales.
El término "público", a su vez, no se refiere al ente o persona que lo realiza o presta,
sino al destinatario de este, es decir, a quien dicho servicio va dirigido.
3.2. Clasificaciones: reseñamos las siguientes.
3.2.1. Esenciales y no esenciales: se ha justificado una división entre servicios
públicos esenciales y no esenciales, que no depende de que los mismos sean inherentes
a la existencia del Estado, sino que se subordina al grado de prioridad que la población
llega a asignarles.
La realidad contemporánea demuestra que hay servicios públicos que se han tornado
indispensables y que no pueden dejar de ser prestados en forma ininterrumpida por el
propio Estado, con prescindencia de que también lo hagan los particulares.
Así, ciertos servicios públicos originariamente no esenciales se han vuelto esenciales,
por conformar requerimientos que la comunidad actual formula al Estado con creciente
intensidad y urgencia (v.gr., seguridad pública, instrucción, salud, higiene pública,
preservación del ambiente, seguridad social).
En todos estos casos, el Estado no puede prescindir de suministrar tales servicios de
modo gratuito, aun cuando el requirente pueda decidir su provisión por parte de terceros
particulares.
Así, adoptar esta distinción significa separar los conceptos de servicios públicos
esenciales o no esenciales de su posibilidad por parte del Estado, vinculándola más bien
a la efectiva necesidad que tenga una determinada comunidad de que sean prestados. De
manera que el gobierno brindará escuelas gratuitas, pero nada impide que coexistan con
escuelas privadas pagadas por quienes puedan hacerlo. En cualquier caso, la educación
continuará siendo un servicio esencial.
Además de los mencionados servicios públicos esenciales, el Estado puede tomar a su
cargo otros que también atañen al interés público, ya sea por razones de mejor
convivencia social (v.gr., comunicaciones, transporte, gas, electricidad) o por motivos
especiales de tutela de intereses particulares (p. ej., suministro de viviendas). A partir de
ello y en la medida en que requieran financiación estatal, estos servicios públicos no
esenciales también interesan a las finanzas públicas.
3.2.2. Divisibles o indivisibles: por su parte, tanto los servicios públicos esenciales
como los no esenciales son, a su vez, divisibles o indivisibles. Son divisibles aquellos que,
aun siendo útiles para la colectividad en general, se prestan concretamente a particulares
que los requieren por determinadas circunstancias (p. ej., administración de justicia,
instrucción pública, servicios postales, emisión de documentos de identidad).
Serán indivisibles, a su vez, aquellos cuya naturaleza es tal que, por favorecer a
numerosos componentes de la comunidad, en la práctica impiden su particularización con
respecto a personas determinadas (v.gr., defensa exterior, seguridad, control ciudadano).
Si el servicio es divisible, su costo puede repartirse de una manera más o menos
precisa entre aquellos a quienes esa actividad beneficia, o incluso a quienes esa acción
atañe, aun cuando no les proporcione beneficio (todo ello sin perjuicio de la presunción
según la cual la prestación del servicio público beneficia también a toda la comunidad). Si,
en cambio, el servicio es indivisible, generalmente se financia con cargas generales que
deben ser soportadas por toda la comunidad. En este último caso, se dice que tales
servicios de utilidad general no son susceptibles de una demanda individual.
Un aspecto importante de la cuestión, y que de alguna manera permite la percepción
concreta del servicio indivisible, es que los individuos suelen sentir su necesidad de
prestación justamente cuando esta no ocurre. Así, por ejemplo, las poblaciones
fronterizas experimentarán la necesidad de la defensa nacional cuando los enemigos
externos invadan sus tierras o amenacen sus hogares o sus bienes, los habitantes de una
ciudad sentirán la necesidad de la seguridad pública reforzada cuando la policía no pueda
asegurar la tranquilidad y el respeto de las personas y de sus bienes (por ejemplo,
gendarmería, prefectura naval o fuerzas armadas), entre otros.
3.2.3. Uti universiy uti singuli: bajo conceptos aproximados, aunque no idénticos, los
administrativistas distinguen los servicios públicos de la siguiente manera. Se
denominan uti universi a los servicios cuando tienen usuarios indeterminados, ya que la
utilidad reportada es genérica para la población en su conjunto. Por el contrario, los
servicios públicos se llaman uti singuli cuando tienen usuarios determinados que reciben
una utilidad concreta o particular, porque se benefician individualmente con la prestación.
En el primer caso, la satisfacción de las necesidades generales se hace en forma
genérica, mientras que en el segundo se realiza en forma concreta.
Ejemplos de servicios uti universi son la defensa nacional y la policía de seguridad.
Como casos de servicios uti singuli, podemos mencionar la expedición de documentos,
los controles higiénicos, la provisión de agua corriente, de desagües cloacales, de
educación primaria, etcétera.
3.3. Requisitos de eficiencia: los requisitos de eficiencia del servicio público son la
generalidad, la uniformidad, la regularidad y la continuidad.
a) La generalidad significa que todos los habitantes tienen derecho a usar de los
servicios públicos según las normas que los rigen. Si son uti universi, los usuarios serán
indeterminados. Si se trata de uti singuli, aquellos que los utilizan estarán particularizados
al recibir una utilidad concreta.
b) La uniformidad o igualdad implica que todos los habitantes tienen derecho a exigir y
recibir el servicio en igualdad de condiciones, por lo que en situaciones desiguales se
justifica una prestación sujeta a condiciones también distintas.
c) La regularidad implica que el servicio debe ser prestado o realizado de conformidad
a reglas o condiciones preestablecidas.
d) La continuidad es la característica más importante y, en principio, implica que la
actividad de la que se trate debe funcionar sin detenerse. Esto no quiere decir que la
actividad deba ser ininterrumpida, sino tan solo que satisfaga la necesidad pública cada
vez que ella se presente. El elemento básico es que el servicio se preste oportunamente.
Así, en los servicios públicos de defensa nacional, orden interno, seguridad ciudadana,
etc., la continuidad se traduce en que el servicio no se interrumpa. En cambio, en el
servicio público de la enseñanza primaria, la continuidad consiste en que la actividad se
realice durante el año lectivo y se suspenda durante las vacaciones.
Un elemento peculiar de los servicios públicos reside en la posibilidad de que el Estado
obligue a ciertos particulares a usar determinados servicios y a pagar por ellos, sin dejar
librada a su voluntad la demanda de los mismos. En este caso también se trata de
servicios divisibles, pero ya no por satisfacer una demanda, sino por determinación del
poder público. Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de la vacunación obligatoria, en que el
Estado presta el servicio y los particulares deben recibirlo y retribuirlo (salvo casos de
indigencia).
4. GASTOS PÚBLICOS Y RECURSOS PÚBLICOS: para movilizar las funciones y servicios
públicos, y para que estos se ejecuten correctamente, el gobierno debe desprenderse de
dinero, realizando erogaciones denominadas gastos públicos. Así, por citar, el Estado
debe adquirir uniformes y armas para los soldados; proveer de edificios para que
funcionen los tribunales de justicia; pagar sueldos, etcétera.
Estos ingresos tienen procedencia diversa. Pueden provenir del propio patrimonio del
Estado en los siguientes casos:
a) Cuando el ente público explota, arrienda o vende sus propiedades mobiliarias o
inmobiliarias.
b) Cuando privatiza empresas públicas.
c) Cuando obtiene ganancias mediante sus acciones en dichas empresas o en otras
privadas en las que haya resuelto invertir.
d) Cuando los ingresos se obtienen de otras actividades que el Estado entienda que
resultan productivas (p. ej., la explotación del juego).
Puede, asimismo, recurrir al crédito público, obteniendo bienes en calidad de préstamo,
e incluso puede apelar en casos extremos a manipulaciones monetarias (estos dos
últimos métodos con limitaciones por no constituir ingresos genuinos).
No obstante, sin dudas la mayor parte de los ingresos son obtenidos recurriendo al
patrimonio de los particulares, en forma coactiva y mediante los tributos, objeto principal
de nuestra materia, y por ende de esta obra.
En lo que por ahora nos interesa, digamos que tanto cuando el Estado efectúa gastos
públicos como cuando por distintos procedimientos obtiene ingresos, desarrolla la
actividad denominada financiera, a la que nos dedicamos seguidamente.
5. ACTIVIDAD FINANCIERA DEL ESTADO: podemos definir a la actividad financiera del
Estado como el conjunto de operaciones de este, que tiene por objeto tanto la obtención
de los recursos como la realización de los gastos necesarios para movilizar las funciones
y servicios que satisfagan las necesidades de la comunidad.
En la práctica, esta actividad se traduce en una serie de entradas y salidas de dinero
en la caja del Estado. Las entradas de dinero constituyen, a su vez, los ingresos públicos,
que son transferencias monetarias (coactivas o voluntarias) realizadas en favor de los
organismos públicos.
Merced a estas transferencias, las entidades estatales pueden disponer de los medios
de pago necesarios para realizar las funciones encomendadas.
A su vez, la ejecución de estas funciones trae como consecuencia una serie de
transferencias monetarias de signo inverso, ya que suponen salidas de dinero de las cajas
públicas que constituyen los gastos públicos(6).
5.1. Finalidades: no obstante, lo hasta aquí dicho, la actividad financiera no se agota
en la obtención de ingresos para la satisfacción de gastos, sino que ella se moviliza,
asimismo, por causa de otras finalidades públicas. Así, entre las finalidades propias de la
actividad financiera del Estado distinguimos las siguientes:
5.1.1. Fiscales: la actividad financiera tiene finalidad fiscal cuando su objetivo se agota
en la obtención de ingresos, siendo en tal supuesto su característica distintiva
la instrumentalidad. En este aspecto, se distingue de toda otra actividad del Estado en
que esta no constituye un fin en sí misma, o sea, que no atiende directamente a la
satisfacción de una necesidad de la colectividad, sino que cumple el papel de un
instrumento, porque su normal funcionamiento es condición indispensable para el
desarrollo de otras actividades. En efecto, ninguna actuación del Estado sería posible si
no se contara con los fondos necesarios para solventar su actividad.
5.1.2. Extrafiscales: la concepción actual de la actividad financiera descarta que su
cometido sea exclusivamente instrumental(7). Ello porque existen casos en que la acción
financiera del gobierno no se agota en la obtención del ingreso, sino que, además, intenta
llevar a cabo, mediante medidas financieras, finalidades públicas directas. Podemos decir
que la actividad financiera con finalidad extrafiscal procura atender el interés público en
forma directa. Para ello, utiliza la actividad financiera gubernamental cumpliendo distintas
actuaciones y tomando intervención en diferentes acciones desarrolladas por la
comunidad. Esta intervención, como forma de satisfacción de las necesidades públicas,
se realiza tanto mediante la política de gastos públicos, como a través de los recursos
públicos.
Cuando el fin perseguido es extrafiscal, es posible que las medidas sean de distinta
índole:
— Pueden producirse medidas disuasivas con respecto a actividades que no se
consideran convenientes, por lo cual se procede a desalentarlas a partir de medios
financieros, como es el incremento de alícuotas en los tributos, la creación de
sobretasas, adicionales o recargos.
— Por el contrario, el Estado puede decidir realizar acciones alentadoras para atraer
ciertas actividades económicas, científicas, culturales o de otro tipo, que estime
necesarias y útiles para el país. En tal caso, despliega una serie de medidas que
pueden consistir en exenciones de tributos, diferimientos, deducciones, reintegros,
etcétera.
— También se desarrolla finalidad extrafiscal por medios financieros cuando se
resuelve percibir tributos de alto monto para debilitar ciertas posiciones patrimoniales
de sujetos determinados.
En honor a la verdad, no somos adeptos a la utilización exagerada de medidas de
carácter extrafiscal, por encontrarse, por definición, en pugna con los principios de
capacidad contributiva y generalidad, que estudiaremos en los próximos capítulos. Tal
quiebre de valores de raigambre constitucional no siempre queda justificado. Así, a título
de ejemplo mencionamos los siguientes inconvenientes: a) traen brechas y quiebras en el
sistema tributario y financiero general, que pierde consistencia y homogeneidad. Como
resultado, la tributación pasa a ser más difícil de controlar; b) existe el peligro de que
grupos gobernantes o con influencia en el poder promuevan actividades en las que estén
personalmente interesados, con prescindencia de las reales necesidades públicas, por lo
que son medidas que facilitan la corrupción y la evasión, y c) desfiguran los institutos
financieros y especialmente los tributos, cuya esencia debe permanecer fincada en la
consecución de ingresos para la cobertura de gastos.
5.2. El sujeto activo de la actividad financiera: el Estado es el único y exclusivo
sujeto de la actividad financiera, y por ende es quien toma las decisiones de tal índole.
Destacamos que el término "Estado" resulta comprensivo del ente central (Nación) y de
los entes federados (provincias), así como de los municipios y comunas (en los países en
que tales formas gubernamentales tienen vigencia). Esto es así en nuestro país por la
forma de gobierno federal que adopta la Constitución (art. 1º) derivando, por ende, el
ejercicio del poder tributario en los tres niveles mencionados.
Por otra parte, tal estructura implica una necesaria distribución del poder financiero con
consecuencias o efectos propios, resultando sin dudas compleja su coordinación(8).
5.3. Fases: la actividad financiera está integrada, a su vez, por tres actividades
parciales diferenciadas que describimos a continuación.
a) La planificación o medición de gastos e ingresos futuros, materializada generalmente
en el instituto denominado presupuesto.
b) La obtención de los ingresos públicos. Ello implica la decisión respecto a la forma de
obtenerlos, así como también la indagación sobre cuáles serán las consecuencias de esta
actividad sobre la economía general.
c) La aplicación o inversión de tales ingresos, o sea, las erogaciones con sus destinos
prefijados, y que también supone un examen sobre los efectos que dichos gastos
producirán en la economía.
Aclaremos que el orden en que hemos enumerado estas actividades parciales es
meramente didáctico. En la realidad, este orden se invierte puesto que la actividad
financiera del Estado, a diferencia de la económica de los particulares, se materializa en
función de las erogaciones públicas, las cuales solo son efectuadas si realmente
corresponden a necesidades de la población. En segundo lugar, el Estado suele indagar
sobre sus probables erogaciones, las cuales están en función de los servicios públicos a
movilizar para atender las necesidades públicas, y sobre tal base calcula y trata de
obtener los ingresos necesarios para la cobertura. A su vez, el presupuesto, como
instrumento jurídico que contiene el cálculo y autorización de gastos y la previsión de
ingresos, suele estudiarse una vez que se han explicado sus elementos componentes.
Lo expuesto hasta ahora es indicativo de que la actividad financiera implica un conjunto
de fenómenos financieros, que son las múltiples y entrecruzadas operaciones que se
realizan para obtener los recursos, administrarlos mientras se encuentran dentro del
patrimonio gubernamental, y aplicarlos mediante aquellos gastos que hayan sido previstos
y calculados presupuestariamente. Esta actividad no es simple, por el contrario, es
polifacética y compleja, ya que comprende aspectos económicos, políticos, jurídicos y,
accesoriamente, otros de tipo sociológico, estadístico y administrativo.
Solo será posible la comprensión del fenómeno financiero si se llega a él mediante un
proceso de síntesis de los elementos precedentemente mencionados, constituyendo esa
conjunción la ciencia que se denomina finanzas públicas o hacienda pública.
En cambio, si se desea explorar con profundidad los elementos que integran el
fenómeno financiero, deberá recurrirse a diversas disciplinas particulares, de las cuales
las principales son la economía financiera, la política financiera y el derecho financiero.
5.4. Escuelas y teorías sobre su naturaleza: el concepto general de la actividad
financiera y las fases que comprende no ha ofrecido, en general, dificultades teóricas de
importancia. Sí hubo, en cambio, discusiones de naturaleza económica o política sobre
esta actividad, si bien las controversias han sido más ficticias que reales y han obedecido
en no pocos casos a problemas semánticos.
Así, se dice que es económica, ya que implica movimiento de fondos obtenidos de
medios escasos emanados del propio patrimonio estatal, o de los particulares. Quienes
sustentan esta teoría, afirman que esta actividad esencialmente económica no pierde tal
carácter por el hecho de que sea realizada por el gobierno.
Desde otro costado, se afirma que todas las actividades públicas que realiza el
gobierno son políticas (en el sentido técnico del término), puesto que la misión del Estado
es la de adoptar las medidas tendientes a satisfacer las necesidades públicas que
requiere la comunidad.
Nadie puede cambiar el hecho de que recaudar y gastar son actuaciones económicas,
pero tampoco puede dejar de reconocerse que tales actividades adquieren la calidad de
políticas cuando es el gobierno quien las ejecuta (atento a la propia naturaleza del sujeto
actuante).
Por su parte, Valdés Costa define la cuestión sosteniendo que la actividad financiera
del Estado tiene un contenido económico que constituye su carácter universal, ya que se
refiere siempre a la obtención de los medios para la satisfacción de necesidades. Pero,
además, esa actividad está determinada por elementos políticos como consecuencia de la
naturaleza de su sujeto activo, que actúa en función de intereses generales, valorados
con criterios relativos según las circunstancias de tiempo y lugar(9).
Al pensamiento de este autor agregamos que, además de los elementos económicos y
políticos, no puede olvidarse la importancia que tienen los propiamente jurídicos, que
proporcionan los cauces legales por los que debe transitar la actividad financiera, atento
el principio de legalidad que la rige en los países democráticos. Sobre este liminar
principio también indagaremos más adelante.
Por lo pronto, digamos que lo más rescatable de las teorías que analizaremos a
continuación debe ser establecer cuál de los elementos citados debe tener
preponderancia según el tipo de política económica que se siga (liberal clásica,
intervencionista).
5.4.1. Teorías económicas: estas tesis responden a las ideas del liberalismo clásico, y
plantean cuestiones superadas por las doctrinas y hechos históricos posteriores.
Fueron elaboradas bajo las premisas de una concepción individualista que veía un
Estado restringido a satisfacer las necesidades públicas primarias de la población. Ello
llevaba al Estado a formalizar una especie de "contrato económico" con los ciudadanos.
El Estado vendía sus servicios (y, básicamente, su protección), y a cambio de ello, los
ciudadanos pagaban el precio de tales funciones.
Recuérdese el ejemplo de Adam Smith concibiendo al Estado como un gran fundo en
que los integrantes pagaban conforme al grado de protección recibida, la cual variaba
según el grado de riqueza poseída (a mayor fortuna, mayor protección). En similar
temperamento, el francés Juan Bautista Say sostenía que la actividad financiera
pertenecía a la etapa económica del consumo. Con pensamiento simplificado, Say insistía
en que el fenómeno financiero representa, en definitiva, un acto de consumo colectivo, por
lo cual los gastos públicos deben considerarse consumos improductivos de riqueza. Así,
afirmaba el economista francés que cuando un valor ha sido pagado por el contribuyente,
está perdido para él, y cuando el valor es gastado por el gobierno se pierde para todos,
sin ofrecer verdaderas ventajas para la colectividad.
Por su parte, el autor De Viti de Marco sostuvo que todas las cuestiones financieras
hallan solución en la teoría "de la producción y el consumo de bienes públicos", de igual
modo que las cuestiones de economía privada se encuentran en una teoría similar pero
referente a bienes privados. Es decir que, en vez del individuo, aparece actuando el
Estado; en lugar de la actividad individual, surge la acción colectiva. Esta concepción
productivista propone el principio del "máximo rendimiento económico", que tendría plena
vigencia en su modelo de "Estado democrático-cooperativo", en contraposición al "Estado
absoluto u oligárquico".
Una postura diferente adopta el inglés Dalton, según quien el criterio fundamental debe
surgir de la comparación de los dos lados de la actividad financiera, o sea, la carga de la
tributación y los efectos del gasto público. Al tener en cuenta estos aspectos, el autor
inglés propicia la aplicación del principio de la "utilidad social máxima". Esta se produce
cuando la utilización por el Estado de las riquezas extraídas de los particulares tiene
efectos socialmente ventajosos. Es el caso, por ejemplo, de la construcción de viviendas,
la prevención de enfermedades y las pensiones a la vejez, cuya ventaja social es superior
a los gastos suntuarios que realizan las clases económicamente más adineradas. Esta
postura sostenida por De Viti de Marco ratifica los conceptos ya esbozados anteriormente
por Bastiat, que consideraba la actividad financiera como un caso particular de cambio,
por lo cual los tributos eran, en realidad, las retribuciones a los servicios públicos. La
segunda postura, la de Dalton, se inspira en la de Wagner y sirvió de antecedente
justificante de las políticas que, propiciadas por Keynes, sustituyeron al liberalismo.
5.4.2. Teorías sociológicas: los teóricos que podemos colocar en esta categoría, más
que ocuparse de la actividad financiera, discutieron una cuestión de ciencia política, o aun
de sociología, cual es la realidad de la existencia del Estado y lo que se esconde bajo sus
atributos de mando.
Cierto es que Pareto criticó los estudios financieros, pero lo hizo por entender que sus
cultores elaboraban principios en el terreno teórico, desentendiéndose de la verdad
experimental. En esta, las pasiones, los sentimientos y los intereses prevalecen sobre las
teorías y las doctrinas.
Según Pareto, y dada la heterogeneidad de las necesidades e intereses de los
componentes de la colectividad, los juicios de los individuos quedan en realidad
subordinados al criterio y voluntad de los gobernantes, que establecen su orden de
prelación según su propia conveniencia.
El Estado —afirma Pareto— es solo una ficción en cuyo nombre se imponen a los
contribuyentes todos los gravámenes posibles, y luego se gastan para cubrir no ya sus
pretendidas necesidades, sino las infinitas de la clase dominante. No es, entonces, el
Estado (concebido como órgano político supraindividual) el que gobierna efectivamente y
elige en materia de gastos e ingresos públicos, sino las clases dominantes que imponen
al llamado "Estado" sus intereses particulares. Por ello, el Estado no es un ente superior y
distinto de los individuos que lo componen, sino tan solo un instrumento de dominación de
la clase gobernante.
Esto lleva a Pareto a sostener que las elecciones financieras no son sino decisiones de
la minoría gobernante, compuesta por un conjunto de individuos fuertes y dominadores,
coordinados entre sí, que ostentan el poder y que imponen su voluntad a la mayoría
dominada, compuesta por una masa amorfa de individuos sometidos. Para eso, y para
quienes se adhieren a estas teorías, tanto en los hechos financieros como en sus
consecuencias, es necesario investigar las fuerzas que actúan en la realidad, provocando,
según su propia conveniencia personal, las transformaciones estructurales de la vida
nacional y los nuevos equilibrios tanto económicos como sociales(10).
Dicha tesis sostiene que la clase dominante, buscando siempre la línea de la menor
resistencia que pueda oponer la clase dominada, trata, mediante la creación de ilusiones
financieras, de ocultar a los ciudadanos la verdadera carga tributaria que sobre ellos
recae (p. ej., por medio de impuestos a los consumos disimulados en los precios) y, al
mismo tiempo, de exagerar los beneficios que proporciona mediante la prestación de
servicios públicos.
5.4.3. Teorías políticas: las diversas tesis que se conocen bajo esta común
denominación, y cuyo mejor expositor fue Griziotti, entienden que el problema referente a
la naturaleza de la actividad financiera, solo puede ser resuelto partiendo de su sujeto
activo, o sea, el Estado y de los fines que persigue.
Sostiene Griziotti que es justo desenmascarar los intereses particulares que se anidan
detrás de los del Estado, y considerar las fuerzas y las consecuencias de los hechos
financieros observando la verdad experimental. Pero, a continuación, agrega como
innegable la realización de fines estatales que siguen en la historia una secuencia o
continuidad indefectible, junto con la caducidad de los fines e intereses efímeros de las
clases dominantes(11).
Según el tratadista italiano, la actividad financiera es un medio para el cumplimiento de
los fines generales del Estado, en coordinación con toda su actividad, y su conclusión es
que las acciones desplegadas son necesariamente políticas. Podrán variar los fines según
las corrientes políticas que prevalezcan en los distintos países, pero es innegable la
existencia de objetivos estatales que exceden los de dichas corrientes. En consecuencia,
para Griziotti la orientación general de la actividad financiera es política, aun reconociendo
que sus elementos constitutivos son complejos.
En su obra, Sáinz de Bujanda llega a la conclusión de que la razón última y decisiva
que impide que la actividad financiera pueda ser subsumida por los esquemas del
comportamiento económico de los individuos radica en que ni siquiera por hipótesis las
decisiones que jalonan el desenvolvimiento de aquella pueden ser explicadas por puros y
estrictos criterios de economicidad. Por el contrario, cuando el Estado actúa lo hace
siempre, ineludiblemente, a impulso de un cálculo político, es decir, ponderando el
conjunto de variables de muy diversa significación que determinan, en su confluencia, el
óptimo de una decisión sustancialmente política(12).
5.5. Desarrollo histórico del pensamiento financiero: en su evolución, los estudios
financieros sufrieron grandes oscilaciones. Mientras en algunas épocas se consideró que
lo financiero era parte de la política general del Estado, en otras se pensó que era un
sector de la actividad económica. Si bien la ciencia financiera concluyó por
independizarse y comenzó a ser tratada en forma autónoma por diversos autores,
siempre se percibió la pugna de inclinar su campo de acción hacia lo económico o lo
político, no faltando quienes, como Jèze, intentaron darle un matiz predominantemente
jurídico.
Nos limitaremos a esbozar cómo fue evolucionando el pensamiento financiero hasta
llegar a constituir lo que se entiende actualmente por ciencia de las finanzas.
En este sentido, Oría sostiene que, aunque en épocas remotas distintos escritores se
ocuparon en parte de la materia que hoy incluimos en la teoría financiera, no sería
acertado atribuirles un alcance científico o técnico. Debe tenerse en cuenta,
especialmente, que en los Estados de la antigüedad la riqueza se obtenía mediante la
guerra y la conquista de otros pueblos, es decir, en forma muy distinta al proceso
económico actual. Suelen mencionarse prácticas financieras en Egipto, Grecia y Roma,
pero nada en cuanto a teoría, ya que la omnipotencia del Estado no permitía la discusión
de los asuntos públicos. Solo se destacan unos escritos de Jenofonte, que incluyen un
breve examen de tipo financiero.
Durante la Edad Media rigieron las llamadas finanzas patrimoniales, en las cuales los
bienes del Estado estaban indiferenciados con relación a los bienes de los soberanos y de
los señores feudales. Es decir que en todo este período histórico nos encontramos con un
régimen político-social que en nada se parece al del Estado moderno, y de allí la
imposibilidad de extraer antecedentes útiles para la ciencia financiera.
Más tarde surgió una corriente de política económica denominada mercantilismo, que
aparece ante la necesidad de consolidar los Estados modernos por medio de sus tesoros
nacionales, y que en los Estados alemanes y en Austria recibió el nombre de
cameralismo. Si bien existían esbozos de una teoría financiera, se notaba un marcado
predominio del aspecto político. En tal marco, se sostenía que las ganancias del Estado
se lograban gracias al comercio internacional y al atesoramiento de metales preciosos.
Los temas de economía pública se desarrollaban, pero solo en cuanto a su relación con la
actuación paternalista del Estado y al buen cuidado de las finanzas de los soberanos. Es
así como Bodin, que en 1576 publicó Los seis libros de la República, decía que las
disciplinas financieras eran inspiradoras de la acción del gobierno. Por ejemplo, el
cameralista Ludwig von Seckendorff decía ocuparse de "los bienes patrimoniales del
soberano y de sus rentas", expresando que le correspondía al príncipe adquirir los medios
necesarios para "mantener su rango y satisfacer sus deseos".
Durante el siglo XVIII se transformó profundamente la concepción de lo que debía ser
el aspecto financiero de la actividad general del Estado. Primero con los fisiócratas —
inspirados en François Quesnay—, con su tesis de que la riqueza proviene de la tierra y
que tuvieron la virtud de presentar el primer esquema orgánico de una teoría económica.
Luego advino la escuela clásica inglesa, fundada por Adam Smith, que significó el
comienzo de los estudios sistemáticos sobre los recursos y gastos del Estado, aunque
concibiéndolos como integrantes de una economía pública, que no era sino parte de la
economía general.
Adam Smith, en su obra fundamental, Investigación de la naturaleza y causas de la
riqueza de las naciones (1776), dejó sentadas las bases relativas a la actividad financiera
del Estado partiendo de premisas filosófico-políticas que significaron una profunda
transformación de las ideas entonces imperantes. Por un lado, puso de relieve la neta
diferenciación entre el ente "Estado" y la persona del gobernante (con la consiguiente y
obligatoria separación de sus bienes), y por otro, efectuó un riguroso análisis de la
actividad económica en sus diversas etapas, delimitando un independiente y específico
sector del conocimiento humano (el económico), y exponiendo una serie de principios
fundamentales entre los cuales se hallan sus célebres reglas sobre la imposición. Sus
seguidores, David Ricardo y John Stuart Mill, se ocuparon de problemas financieros y
especialmente de tributación.
Pero si bien estas corrientes doctrinales brindaron importantes aportes científicos a las
finanzas, contribuyeron a su total absorción por la economía, por lo cual la primera siguió
careciendo de contenido propio.
Fue en el siglo XIX que la ciencia de las finanzas comenzó a sistematizarse como
disciplina autónoma. Surgieron grandes tratadistas que efectuaron estudios
específicamente financieros. Puede mencionarse especialmente a Wagner, Rau y von
Stein, en Alemania; Seligman, en los Estados Unidos de América; Leroy Beaulieu, en
Francia; Ferrara, Pantaleoni y De Viti de Marco, en Italia, y Sax, en Austria. A fines del
siglo XIX y a principios del XX hicieron su aparición importantes obras financieras, en las
que comenzó a efectuarse el enfoque jurídico de los fenómenos financieros. Tales las
obras de Graziani y Tangorra, en Italia, y Jèze y Allix, en Francia.
Llegamos así a la ciencia financiera tal como es concebida en la actualidad. Prevalece
la opinión de considerar que la ciencia de las finanzas no es una sección más de la
ciencia política ni una rama de la económica, sino una disciplina específica con contenido
propio.
5.6. Teorías posteriores sobre el papel del Estado: sabido es que los postulados
liberales clásicos quedaron debilitados por las guerras, las crisis cíclicas y la
desocupación. Se requirió entonces una mayor actuación del ente público para apuntalar
la economía nacional y obrar como factor de equilibrio. Se pasó de la neutralidad estatal
al intervencionismo del Estado moderno.
Estas ideas intervencionistas hicieron irrupción en el mundo occidental a partir de la
Segunda Guerra Mundial, y la actuación estatal se extendió cada vez más, cuantitativa y
cualitativamente.
Durante unos cuarenta años, prácticamente todos los gobiernos occidentales (aun
guiados por partidos de distinto signo) compartieron una ideología más o menos similar,
inspirada en una misma teoría —el keynesianismo—, que pretendió justificar de manera
científica las intervenciones del Estado como garantía de empleo y crecimiento. El ideal
común era atractivo porque intentaba armonizar la prosperidad económica y la justicia
social, y los medios para lograrlo eran la centralización estatal, con el acaparamiento de
las más diversas actividades, la fiscalidad progresiva y la redistribución social.
Sin embargo y después de ciertos períodos de bonanza volvieron a acentuarse las
crisis, el subdesarrollo y —principalmente— la inflación. Pero el principal fracaso fue
constatar que el proceso de redistribución, sin la creación previa de una economía sólida
se constituía en factor de retroceso, y que cada vez había menos riqueza para distribuir.
De allí la decadencia y quiebra del Estado providencia.
Lo señalado llevó a un replanteo sobre el papel de las finanzas públicas en las
economías nacionales. Según el nuevo rol asignado, el sector público debía ser más
pragmático y actuar de acuerdo con el principio de la subsidiariedad: todo aquello que
pudiera hacer una organización de orden inferior (familias, empresas) no debía hacerlo el
sector público.
Los fracasos del intervencionismo llevaron a reparar que, en la realidad, algunos de los
postulados clásicos no podían ser dejados de lado sin sufrir graves consecuencias.
Se llegó a la convicción de que no eran desacertadas sus prevenciones contra los
presupuestos desequilibrados, el déficit en la balanza de pagos, el financiamiento de
gastos de funcionamiento con recursos espurios (emisión monetaria sin respaldo, deuda
interna y externa sin posibilidades de amortización). Por el contrario, se valoró su tesis de
recurrir a empréstitos solo para situaciones de emergencia o para capitalizar al país,
produciendo aquellos bienes que los individuos no podían realizar por sí solos; entre otras
tantas máximas que retomaron vigencia. Pero también cundió el convencimiento de que
era imposible regresar a la total pasividad del Estado en la economía y a la idea de que
todos los problemas los solucionaba el mercado.
Se operó entonces un retorno aggiornado a las ideas liberales y mediando el
reconocimiento de que era necesario un cierto grado de intervencionismo estatal y la
satisfacción por el gobierno de algunas necesidades públicas de creciente importancia,
principalmente educación, salud, seguridad y desempleo.
5.6.1. Economía de mercado: aunque con intervención del Estado en ciertas variables
económicas, preferentemente indicativa.
5.6.2. Estabilización: disminución del sector público, intentando evitar que se convierta
en una carga presupuestaria insostenible para el Estado, y con el propósito adicional de
una prestación más eficiente de los servicios públicos. Un ejemplo de esto es la
privatización de las empresas públicas.
5.6.3. Incentivo a la iniciativa individual: en cierta manera es consecuencia de lo
anterior, ya que se transfiere a los particulares la satisfacción de necesidades públicas
secundarias que estos están en mejores condiciones de satisfacer. Consiguientemente,
se atrae a los capitales nacionales y extranjeros, y se les proporciona nuevas
oportunidades de inversión.
5.6.4. Reducción del déficit presupuestario: implica la disminución del gasto público
en todos sus órdenes y una mayor eficiencia en la recaudación.
Estas teorías no renunciaron a una cierta intervención estatal mediante una acción que
impulsara a los individuos a reactivar la economía general persiguiendo sus propios
intereses.
Tampoco se prescindió de la idea de solidaridad, y se pensó que el ideal era conciliar el
interés general de la Nación con el particular de los individuos aislados.
5.7. Globalización de la economía: este fenómeno surgió históricamente como
consecuencia de la desaparición de la Unión Soviética y del "Bloque del Este". Ante ello,
los países occidentales con cierto grado de desarrollo adoptaron, total o parcialmente, los
principios de la economía de mercado del "neoliberalismo".
Por globalización se entiende la convergencia creciente entre un número elevado de
países de algunas variables de la economía; tales la tendencia a diseñar y distribuir
productos estandarizados para países distintos, la apertura de nuevos mercados sin
barreras comerciales; la propensión a la fusión por las empresas internacionales y la
interdependencia de las políticas económicas de distintos países.
Este tipo de comercio provocó situaciones inéditas de separación geográfica entre la
producción y los mercados finales. Ello se originó porque la inversión directa extranjera se
aceleró en las últimas décadas, pero en especial, en la segunda mitad de los años
ochenta debido, en gran medida, a los procesos de privatización de empresas públicas.
Un fenómeno inédito trajo un elemento inquietante para las economías abarcadas.
Junto a la empresa multinacional clásica, aparecieron novedosos tipos de organización
empresarial, como son las alianzas entre empresas de diversos países. Desde el punto de
vista fiscal, el efecto más pernicioso de tal fenómeno se produce cuando estos grupos
empresariales promueven negocios entre las empresas que actúan bajo su órbita, pero a
precios que no son los del mercado. Todo con el objetivo de en tributar menor medida o
de eliminar a competidores. Se trata de los llamados precios de transferencia.
El crecimiento de los capitales internacionales, las vinculaciones y fusiones cada vez
más importantes por la magnitud de las firmas que se agrupan, así como el impacto
mundial de las oscilaciones de los tipos de cambio o las tasas de interés, ha pasado a ser
una realidad innegable de nuestros días, cuyos efectos finales aún no es posible
cuantificar.
6. CIENCIA DE LAS FINANZAS PÚBLICAS: dada la innegable circunstancia de que el Estado
no puede subsistir sin realizar actividad financiera, es imprescindible la existencia de un
campo de estudio que la tenga como centro de análisis.
Esto, que parece tan simple, tiene sus complicaciones. La determinación de la
disciplina a la que le corresponde estudiar la actividad financiera crea disyuntivas sobre su
ubicación entre las ramas del saber. También hay disidencias en cuanto a su carácter
científico o meramente informativo, así como si es válido que estudie los medios y los
fines del Estado o se limite a analizar los primeros. Tampoco hay acuerdo sobre la
posición que deben tomar sus investigadores.
La tarea de definir adecuadamente un sector de estudios y, circunscribir su campo de
acción no es de fácil cumplimiento, y ello se observa en la disciplina que tratamos. Basta
examinar los diferentes tratados de la materia para advertir la diversidad de enfoques.
Además, la dificultad de definición suele darse en casi todas las ciencias, puesto que
definir no es otra cosa que indicar los límites entre los cuales se quiere mantener cierto
tipo de investigaciones, y es seguro que esos límites siempre serán considerados
arbitrarios por alguien(13).
No obstante, sorprende tanto disenso sobre un sector del saber cuya temática es de
importante conocimiento para la población en general. Tener ideas, aun generales, de las
vías y medios utilizadas por los gobiernos para resolver sus problemas financieros,
constituye un deber de todo ciudadano. Primero, porque los gobernantes llegan a tal
condición en virtud del sufragio; segundo, porque la mayor parte de esos ciudadanos
pagan los tributos que los primeros necesitan para desarrollar su labor.
La propia existencia de las finanzas públicas ha sido negada por autores como Sáinz
de Bujanda. Otros afirman que, de haber existido, esta ciencia no subsistió porque fueron
efímeros los esfuerzos por construirla (Ferreiro Lapatza). Se sostuvo también que, a
diferencia de las disciplinas científicas, las finanzas públicas solo constituyen una
disciplina informativa (Ferreiro Lapatza).
En cuanto a su utilidad, los publicistas españoles citados no la niegan, pero la limitan a
una función didáctica o docente.
Sobre la existencia de las finanzas públicas y la necesidad de su estudio, resumimos
nuestro criterio de la siguiente manera:
a) En primer lugar, las finanzas públicas sí constituyen una ciencia; además, es una
disciplina que presta útiles servicios a estudiantes y profesionales, tanto de las ciencias
económicas como de las jurídicas, y también a la comunidad.
b) En su concepción actual, han quedado atrás las teorías que negaron su existencia
científica por afirmar que esta correspondía únicamente a la economía financiera, a la
política financiera y al derecho financiero, aparte de otras disciplinas conexas (v.gr., la
contabilidad pública del Estado, el derecho monetario, la sociología financiera, la ciencia
política).
c) Las finanzas públicas deben cumplir el importante papel de ser una ciencia de
síntesis que permita comprender la intrincada red de fenómenos atinentes a la economía
de los entes públicos jurídicamente regulada.
d) Esto implica limitar su campo de estudio a las principales instituciones y relaciones
que origina la actividad financiera en el marco de legalidad, tomando en cuenta que el
Estado de derecho pasa a ser tal cuando sus actuaciones en el campo financiero y las
consiguientes relaciones con los particulares están reguladas por la ley.
e) Sobre la base de la limitación anterior, concebimos a las finanzas públicas como un
triángulo cuyos vértices son el aspecto económico, el político y el jurídico. El conocimiento
conjunto y sintético que proponemos quedaría incompleto si faltara alguno de ellos.
Incluso sostenemos que el tratamiento de cada uno de los aspectos que tradicionalmente
se han tenido como abarcados por esta ciencia de síntesis, difícilmente sea factible si no
se investigan los tres elementos de los fenómenos analizados. Al estudiar, por ejemplo,
los recursos del crédito público, es imprescindible comprender las razones políticas por
las que el gobernante eligió ese medio de financiación, los efectos económicos que
producirá cada una de sus etapas y el conjunto de normas jurídicas que tornan legítimo
recurrir a tal modalidad. Lo mismo ocurre con los recursos públicos.
Por otro lado, el razonamiento no varía al incorporarse al estudio de las finanzas
públicas la teoría de los gastos públicos. Es necesario preguntarse el objetivo del gasto; si
sus posibles efectos en la economía cubrirán la finalidad buscada, y (en la actualidad más
que nunca) cuál es la normativa que autoriza al gobernante para disponer de ese dinero
público.
f) Esta disciplina, otrora en la cúspide de los estudios económicos y jurídicos, ha visto
momentánea y aparentemente mermada su importancia a pesar de su historia relevante,
su rigor científico, su añeja tradición y sus talentosos cultores. Es notoria la endeblez de
los argumentos que pretenden demostrar que su contenido no es científico, sino solo
informativo.
g) Pero, así como ocurrió con las teorías de los clásicos, que se dejaron de lado por
obsoletas cuando apareció la revolución keynesiana, los modernos centros de estudio
vuelven a ver las virtudes de las finanzas públicas, y comienza a vislumbrarse la idea de
que los nuevos profesionales que exige el mundo globalizado no pueden ignorar aspectos
básicos atinentes a cómo funciona, se financia y se regula jurídicamente el sector público.
Ello quizá marque el retorno aggiornado de estos estudios referentes a fenómenos,
efectos y regulaciones cuyo conocimiento constituirá una exigencia ineludible para
abogados, contadores y economistas.
En definitiva, condensamos estas ideas en la siguiente definición: la ciencia de las
finanzas públicas es el estudio valorativo de cómo y por qué el Estado obtiene sus
ingresos y efectúa sus erogaciones, examinando sintéticamente los distintos aspectos del
fenómeno financiero, especialmente económicos, políticos y jurídicos.
Esta definición se explica porque el estudio del "cómo" (medios) y del "para qué"
(fines), no puede eludir la realidad según la cual los distintos fenómenos de la actividad
financiera (gastos y recursos), así como la motivación de su accionar (necesidades
públicas), y el montaje de la organización que satisface tales requerimientos (servicios
públicos), surgen de normas expresas constitucionales y de las leyes que de ella derivan,
partiendo de la premisa básica (y razón de ser del Estado) de promover el bienestar
general (Preámbulo, Constitución Nacional).
7. POLÍTICA FINANCIERA: los estudios científicos sobre política financiera se ocupan,
básicamente, de determinar la elección de los gastos públicos a realizar y de los recursos
públicos a obtener para sufragar aquellos, en circunstancias de tiempo y lugar
determinados.
Toda la actividad financiera presupone una orientación gubernamental en cierto
sentido, pero las indagaciones especializadas sobre política financiera ponen el acento en
los fines.
Esto quiere decir que la selección de gastos y recursos se hace en función de
designios preconcebidos que el gobierno desea alcanzar en un momento dado,
obligándolo a adoptar las medidas financieras con las que cree que alcanzará tales
objetivos.
Por eso, los análisis de política financiera se hacen generalmente antes de poner en
ejecución las decisiones aconsejadas por los expertos, y que han merecido la aprobación
del gobernante como caminos ideales para llegar a los resultados esperados.
Un aspecto a cuidar es el hecho de que, a menudo, los propósitos de política financiera
resultan ser incompatibles entre sí, y en la práctica algunos deben ser sacrificados para la
consecución de otros; por ejemplo, un exceso de necesidades públicas y privadas
insatisfechas, que requiere asignar recursos para solucionar los problemas más
acuciantes, puede estar en pugna con el objetivo de la estabilización. En tal caso, será
decisión del gobernante y de sus asesores optar por el objetivo al que debe darse
prioridad.
8. ECONOMÍA FINANCIERA: esta ciencia analiza el fenómeno financiero examinando en
especial sus efectos, tanto en el plano individual como en el social (aspectos
microscópicos y macroscópicos del hecho financiero).
Los estudios sobre economía financiera se realizan, generalmente, después de
adoptadas las respectivas disposiciones. En este aspecto, los especialistas deberán
sopesar las consecuencias de las medidas tomadas, juzgar si la elección de medios fue
correcta (según los fines pretendidos) y, en su caso, proponer la ratificación o
profundización de lo que resultó provechoso, y las rectificaciones de las acciones
gubernamentales que no fueron útiles para los objetivos deseados.
9. ADMINISTRACIÓN O TÉCNICA FINANCIERA: a esta especialidad toca optimizar al máximo
las operaciones financieras.
En primer lugar, es misión de los expertos incorporar a la actividad financiera los
elementos que día a día suministra el avance de la tecnología. Estos instrumentos deben
ser utilizados ante todo en la contabilidad del Estado, que trata de representar
cuantitativamente, y por medio de un sistema de cuentas, su actividad económica. Son
importantes, asimismo, el control de la actividad financiera y especialmente el análisis
exhaustivo de la gestión administrativa, tanto en las recaudaciones como en las
erogaciones públicas. Todo ello basado en normas jurídicas autorizantes.
10. RELACIONES DE LAS FINANZAS PÚBLICAS CON OTRAS CIENCIAS : la ciencia de las
finanzas públicas tiene vinculaciones con otras disciplinas, de las que enumeramos las
principales:
10.1. Ciencias económicas: dice Oría que la vinculación entre finanzas y economía es
tan estrecha como la que puede existir entre padres e hijos. Ello es exacto, puesto que
(salvo contadas excepciones) todas las medidas financieras están relacionadas con
hechos económicos. Por un lado, los fenómenos de la actividad económica privada dentro
de la producción, circulación y consumo, son elementos causales de fenómenos
financieros y, por otro, las teorías de la economía nacional son premisas de las corrientes
teóricas y las doctrinas financieras.
Todo conocimiento profundo de la ciencia financiera es imposible sin referir a los
principios de la ciencia económica. Incluso la reciente evolución de ambas ciencias ha
tendido a estrechar más los vínculos. En el campo económico, las actuales teorías
macroeconómicas, en tanto actúan sobre magnitudes globales, amplían el campo de
acción de la economía. Al efectuar globalmente el estudio del comportamiento de los
grandes sectores de la vida económica, no pueden prescindir de la preponderante
influencia del sector público.
Por su parte, también la ciencia financiera amplía su contenido y volumen al pasar al
Estado actual, que no se priva de intervenir activamente en la economía general de la
Nación, cuando ello es necesario.
10.2. Ciencias jurídicas: toda la vida financiera debe ceñirse a formas jurídicas. Las
medidas de tipo financiero aparecen normalmente bajo la forma de leyes y se refieren a
hechos jurídicos, por lo que no puede comprenderse la naturaleza y función de la ciencia
de las finanzas sin referir a lo jurídicamente existente.
Dentro de la ciencia jurídica, las finanzas tienen especial vinculación con el derecho
administrativo. El Estado, como sujeto de la actividad financiera, procura recursos
principalmente para cubrir servicios públicos y desarrolla su actividad mediante actos
administrativos. El derecho administrativo fija las normas dentro de las cuales el Estado
desenvuelve esas actividades.
Con respecto al derecho constitucional y al derecho político, puede afirmarse que
existe un estrecho contacto entre ambos y las finanzas, porque el desenvolvimiento y
alcance de la actividad financiera depende en mucha medida de la estructuración del
Estado. La configuración de las finanzas suele estar delineada en las cartas
fundamentales (constituciones) que rigen a los países. Por eso son diferenciables las
actividades financieras en los Estados federativos (o de descentralización) y en los
unitarios (o de centralización).
Tampoco debe olvidarse la vinculación de las finanzas con el derecho privado (civil y
comercial). La actividad financiera es ejercida por el Estado, pero quienes están sujetos a
ella son las personas físicas y las entidades, que son sujetos de derecho privado. Si estas
personas constituyen uno de los términos de la ecuación que se establece mediante la
actividad financiera, es evidente que deben existir vinculaciones entre las finanzas y el
derecho privado. A ello debe agregarse que cuando el Estado realiza actividades
industriales, comerciales y de servicios, o cuando actúa como accionista de las empresas
privatizadas o de otras entidades privadas, así como cuando explota sus bienes
patrimoniales, lo hace sometiéndose a los preceptos del derecho privado.
10.3. Historia: la actividad financiera del Estado se ha ido modificando a lo largo del
tiempo. Existe, por lo tanto, una historia de la actividad y pensamiento financieros, cuyo
examen tiene singular importancia para comprender el estado actual de los estudios en la
materia. Con acierto sostiene Gerloff que la historia financiera muestra la evolución y, en
cada fase, las condiciones de tiempo y lugar de la economía pública, enseñando así la
justa apreciación del Estado actual y de la problemática del futuro.
10.4. Estadística: es un valioso auxiliar de la ciencia financiera, puesto que registra
sistemáticamente los datos cuantitativos de ciertos fenómenos, y establece las diferentes
relaciones posibles entre los datos referidos a aquellos.
En efecto, la mayor parte de los fenómenos relativos a la actividad financiera pueden
ser cuantificados sistemáticamente y relacionados unos con otros. Esto es importante
porque, sin una correcta información estadística, la política financiera se convertiría en un
trabajo de adivinación.
11. FINANZAS PÚBLICAS, DERECHO FINANCIERO Y TRIBUTARIO: el aspecto jurídico de la
actividad financiera es objeto de estudio del derecho financiero. En el Estado moderno es
reconocida exigencia que todas sus manifestaciones de voluntad en el campo
administrativo, y las consecuentes relaciones con los particulares, encuentren en las leyes
su disciplina fundamental(14).
A tal exigencia debe responder el desarrollo de la actividad financiera. Ya sea porque
se trata de la administración del dinero que se sustrae a las economías privadas para
satisfacer las necesidades públicas, o porque la masa de riqueza que anualmente se
destina a estas finalidades da lugar a una complejidad de relaciones, cuyo desarrollo hace
indispensable un sistema de normas que las discipline.
Ante el argumento de que los institutos y normas encuadrados en el derecho financiero
son heterogéneos, la mayor parte de la doctrina ha dirigido sus estudios al derecho
tributario, que funciona como un sistema homogéneo, orgánico y singularizado.
La evolución de los estudios tributarios ha favorecido la postura aislacionista, pero el
tributo tiene su entronque con el presupuesto en el que está inserto y con las demás
instituciones financieras. Las normas que regulan el ciclo ingresos-gastos-presupuestos
tienen sus indudables elementos unificadores en el fin que persiguen, en los principios a
los que obedecen, en las relaciones que disciplinan y en los medios de tutela que regulan.
El tributo, como institución jurídica, es inescindible e incomprensible si lo desvinculamos
del ciclo total de la actividad financiera(15). Por tanto, el derecho tributario participa de
nuestra idea según la cual el sector jurídico de conocimientos comprendido tanto en el
derecho financiero como en el tributario, presenta una perfecta simbiosis con las finanzas
públicas.
12. EL MÉTODO EN LA CIENCIA FINANCIERA: la ciencia financiera se ocupa tanto de
nociones y leyes generales (o sea, de abstracciones), como de exposiciones y
descripciones de hechos concretos. De este doble carácter se desprende que debe
emplear el método deductivo y el inductivo.
El primero debe ser utilizado siempre que se trate de explicar en forma general el
fenómeno financiero. La deducción parte de ciertas suposiciones (premisas), cuya validez
requiere un examen riguroso. Es verdad que los resultados de la deducción a menudo no
pueden obtenerse por experiencia, pero la continua comparación crítica con el desarrollo
de los hechos puede conferir valor real a la teoría deducida.
Pero la ciencia necesita, al lado de la deducción, el método inductivo. Este tiene por
objeto observar y describir los fenómenos financieros dentro del proceso económico, y
verificar y confirmar su relación con las condiciones naturales, los factores morales,
políticos, etc. La ciencia no puede existir sin la observación descriptiva de hechos. Su
progreso depende de la justa unión del método inductivo con el deductivo.
La ciencia financiera —sostiene Gerloff— se halla ante la tarea de equilibrar estos
extremos. Para ello, su trabajo necesita de la reflexión metodológica, pues la metodología
indica el camino de toda investigación.
I. INTRODUCCIÓN
1. ACTIVIDAD FINANCIERA Y NORMAS JURÍDICAS: al iniciar esta obra sostuvimos que desde
el comienzo de la vida social surgió la necesidad de contar con un ordenamiento que
regulara las conductas recíprocas de los individuos entre sí y con los ocasionales
gobernantes. Este ordenamiento está integrado por las normas jurídicas, cuyas
particularidades son las siguientes:
a) Tienen carácter obligatorio.
b) Imponen deberes o conceden derechos, ya que su fin consiste en provocar ciertos
comportamientos y prohibir otros.
c) Sus destinatarios son seres libres, es decir, capaces de optar entre violación y
obediencia.
d) Su fuerza obligatoria no depende de la justicia intrínseca de lo prescripto, sino de
ciertos elementos extrínsecos relativos a la forma de creación de cada precepto y del
poderío del jefe (después gobierno) para lograr su acatamiento (coercibilidad).
e) Mandan que algo ocurra en determinada forma.
f) Tienen coercibilidad. Quien detenta el poder hace uso de la fuerza como medio de
conseguir la observancia de los preceptos. Esto ocurre si la norma no es
espontáneamente acatada, lo que da lugar a que determinadas autoridades obtengan el
cumplimiento de manera coactiva.
Así, el conjunto de normas que impone deberes o concede derechos en una cierta
época y para un determinado país, al cual la autoridad declara de obligatorio
cumplimiento, constituye su orden jurídico.
Estudiamos, en su momento, que las necesidades públicas requieren erogaciones
gubernamentales y, por consiguiente, ingresos para hacerles frente, lo cual implica el
despliegue de actividad financiera.
La actividad financiera constituye el objeto de derecho financiero, pero solo en cuanto
ella está plasmada en normas jurídicas, ante lo cual se transforma en actividad jurídica.
2. ACTIVIDAD FINANCIERA CONVERTIDA EN ACTIVIDAD JURÍDICA: el despliegue de la
actividad financiera crea relaciones jurídicas de múltiple índole. En líneas generales están
las que surgen entre los distintos órganos públicos, como consecuencia de la
materialización de fenómenos financieros (p. ej., el aporte del Tesoro nacional para cubrir
el déficit de una empresa pública), así como las que se originan, por causas
financieras, entre el Estado y los particulares. En estas últimas vinculaciones, el Estado
puede asumir el papel de sujeto activo (como cuando pretende de los particulares sumas
tributarias) o de sujeto pasivo (como cuando resulta deudor a consecuencia de un
empréstito).
También surgen relaciones jurídicas con motivo del empleo de los fondos estatales en
los destinos prefijados presupuestariamente; se producen, en general, entre el Estado y
sus subordinados (p. ej., las derivadas de la ejecución del gasto público en sus diversas
etapas).
La actividad financiera está integrada por fases diferenciadas: un plan de actuación,
exteriorizado en forma contable y monetaria (el presupuesto), y todas las acciones
necesarias para adquirir y emplear los medios económicos destinados a atender las
necesidades públicas. A su vez, tales acciones (tanto las de planeación presupuestaria
como las de ejecución) son motivo de variadas relaciones jurídicas.
Ello torna indispensable la existencia de normas jurídicas reguladoras tanto de la
estructura de la organización estatal como de cada relación a nacer con motivo de la
acción desarrollada.
La necesidad de preceptos normativos surge al recordarse las nociones fundamentales
sobre el derecho, cuyo objeto son las conductas en interferencia intersubjetiva y que, por
lo tanto, deben ser normadas(31). Si toda acción humana puede ser considerada en su
interferencia con otras acciones humanas, y si ello da lugar a relaciones que deben
regirse por normas, las acciones humanas que desarrollan actividad financiera no son una
excepción. De ahí que la actividad financiera, como cualquiera que ponga en contacto
conductas humanas, debe manifestarse en normas jurídicas(32).
No puede ser de otra forma, ya que el concepto de comunidad jurídicamente
organizada determina que la posición de todos sus integrantes, así como sus atribuciones
y deberes, sean signadas por el derecho. No habría organización posible sin ese
requisito.
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. TERMINOLOGÍA Y CONCEPTO: la palabra crédito deriva del latín creditum, y esta
locución proviene a su vez del verbo credere, que significa "tener confianza o fe".
Consecuentemente, sostiene Oría que la expresión crédito se relaciona con dos formas
de creencia: la confianza en la moral de una persona dispuesta a cumplir sus deberes y
obligaciones, y la fe de que podrá cumplirlos por disponer de medios económicos.
Así, lo que cuenta es la seriedad y unidad de conducta, el respeto escrupuloso de los
compromisos asumidos y el buen orden en la gestión de la hacienda pública.
Por otro lado, el término público hace referencia a aquel (Estado) que hace uso de la
confianza en él depositada, solicitando la entrega de bienes ajenos en contra de la
promesa de la ulterior restitución.
Podemos concluir entonces, que crédito público es la aptitud política, económica,
jurídica y moral de un Estado para obtener dinero o bienes en préstamo.
Por su parte, el empréstito es la operación crediticia concreta mediante la cual el
Estado obtiene dicho préstamo.
La deuda pública es la obligación que contrae el Estado con los prestamistas como
consecuencia del empréstito.
2. EVOLUCIÓN HISTÓRICA: el hecho de que el crédito público se funde en la confianza y
la buena fe es producto de su evolución histórica. El auge de este recurso estatal
comenzó en el siglo XIX. Los préstamos entre los Estados de la antigüedad resultaban
muy difíciles a causa de las bancarrotas que se producían con la aparición de cada nuevo
soberano. Por ello, los préstamos se efectuaban a corto plazo y por pequeñas sumas con
garantías reales (p. ej., los bienes, las rentas y hasta las joyas de la corona) o personales
(p. ej., un tercer soberano que aceptaba ser fiador), ya que siempre estaba presente la
posibilidad de la falta de pago por repudios fraudulentos o quiebras estatales.
A partir del siglo XIX los Estados se organizan jurídicamente, la gestión administrativa
evoluciona, los recursos pasan a ser permanentes, elásticos y productivos, y la
responsabilidad del Estado adquiere relevancia. Todo lo cual resulta determinante para
que adquiera auge el crédito público.
El mencionado auge del crédito público trajo como consecuencia la discusión
doctrinaria acerca de si realmente es un recurso público y, en su caso, cuáles son los
límites de su racional utilización.
2.1. Concepción clásica: los hacendistas clásicos distinguen los recursos públicos
propiamente dichos (p. ej., el impuesto), de aquellas otras medidas (como el crédito
público) cuyo objeto es distribuir los recursos en el tiempo al solo fin de adecuarlos a los
gastos. (actualmente crédito público es un recurso público, junto con los tributos y otros
bienes del estado - patrimonio del Estado)
Hay determinados momentos en que los fondos disponibles en las tesorerías no son
suficientes para cubrir ciertos gastos que no admiten espera, ante lo cual se procuran
dichos fondos mediante préstamos a corto plazo, los cuales se reembolsan al ingresar
recursos y en el transcurso de un ejercicio presupuestario.
En consecuencia, del empréstito no derivan recursos per se, sino tan solo la
anticipación de recursos futuros que solo se lograrían en el curso de varios años, pero
que se los debe reunir de manera rápida ante lo impostergable de la erogación. Sin
embargo, recaerán sobre las generaciones futuras los gastos efectuados a tales fines, ya
que deberá ser devuelto posteriormente el préstamo junto con sus intereses, y esa
devolución solo podrá ser solventada mediante nuevos impuestos que pagarán las
generaciones venideras.
Por otro lado, y en la faz económica, digamos que el crédito público es similar, en su
esencia, al préstamo privado, ya que el objetivo perseguido es idéntico al que trata de
obtener un particular cuando recurre a él para hacer frente a gastos inmediatos que su
presupuesto anual o mensual no puede solventar.
De lo dicho se concluye que el crédito público debe ser utilizado de forma excepcional,
restringidamente y no para cubrir gastos considerados normales.
2.2. Concepciones modernas: las teorías modernas (Duverger, Somers, Giuliani
Fonrouge, Hart, entre otros), aunque no en forma unánime, consideran que el crédito
público es un verdadero recurso y que no puede estar limitado por circunstancias
excepcionales.
Asimismo, no hay acuerdo respecto de que la deuda pública pueda ser similar a la
privada. Según Hart, la diferencia esencial consiste en que el gobierno dirige la magnitud
y composición de su deuda mediante el control sobre la moneda y la banca, poderes de
los que carece el prestamista privado. Por otra parte, esa magnitud y composición no se
limita solo a la necesidad de cubrir apremios extraordinarios o déficit monetarios, sino que
depende de otros objetivos diferentes (p. ej., el deseo de iniciar obras públicas para
combatir la desocupación o el intento de regular el mercado de capitales o el volumen de
la circulación monetaria). Tales características de las funciones del Estado y de su
utilización del crédito diferencian esencialmente la deuda pública de la privada.
Otra discrepancia surge respecto de que la carga de la deuda pública pase a las
generaciones futuras. Autores como Duverger y Somers afirman que es la generación
presente la que soporta la carga de los gastos públicos, cubiertos con el crédito público.
Se sostiene que el empréstito significa una reducción de la renta nacional actual, al
disminuir el poder de compra de los particulares, dado que el dinero es empleado para
financiar gastos públicos en lugar de ser destinado a fines privados.
La conclusión de los defensores de estas teorías es que el empréstito estatal es un
recurso que nada tiene de anormal, y que no puede estar rígidamente limitado a
circunstancias extraordinarias.
3. LÍMITES: el empréstito, como cualquier recurso estatal, tiene sus limitaciones.
Recurrir o no a esta medida no depende de la necesidad de contar con recursos
excepcionales para gastos extraordinarios, sino de razones de política financiera que
tengan en cuenta diversos factores (p. ej., la existencia de ahorro nacional, la propensión
a prestarlo, los efectos que tendrá en sus diferentes fases sobre la marcha económica de
la Nación, las distintas clases sociales que pagan impuestos o suscriben empréstitos).
Por otro lado, Somers se pregunta si es posible medir la capacidad de endeudamiento
de un país, y destaca la dificultad de llegar a una respuesta exacta sobre el punto. Ante tal
dificultad sugiere, como forma más cercana de estimación, la comparación de la deuda y
su servicio, con diversos conceptos económicos fundamentales (v.gr., la riqueza y el
ingreso nacional, la población). En tal sentido, el índice más aproximado surge de
relacionar la deuda pública con el ingreso nacional, aunque este autor advierte que
ninguna de estas comparaciones aisladamente puede dar una idea comprensiva de todo
el problema relativo a los límites de la deuda pública(42).
4. EVALUACIÓN CRÍTICA: algunas argumentaciones de los autores clásicos tienen un
rigor científico imposible de desvirtuar, aunque la realidad actual y el uso habitual que los
Estados hacen del empréstito obligan a introducir ciertas variaciones en la concepción de
este fenómeno.
a) El crédito público difiere tanto jurídica como económicamente del crédito privado, y
es imposible su asimilación. De ahí que deba rechazarse como verdad definitiva la
afirmación de que, en general, se derivan efectos perniciosos de los gastos con déficit
cubierto mediante empréstitos públicos.
b) Si bien los empréstitos públicos no significan una carga para las generaciones
futuras en el sentido absoluto atribuido por los clásicos, existen importantes efectos para
dichas generaciones, los que varían según que el préstamo provenga de capitales
nacionales o extranjeros.
c) La afirmación de ciertos teóricos modernos, quienes, refutando a los clásicos, alegan
que el empréstito público no afecta al capital individual ni al social, es una aseveración
válida solo en determinadas circunstancias, como lo demuestra el distinto efecto que tiene
cada una de las fases del empréstito, en especial sobre el ahorro privado, la formación de
capitales y la distribución del ingreso.
d) Descartadas las principales objeciones clásicas sobre el crédito público, debe
llegarse a la conclusión de que es un verdadero recurso público, con las limitaciones que
derivan de sus especiales peculiaridades. A tal fin deben tenerse en cuenta las funciones
del empréstito como regulador del crédito, las distintas clases sociales que suscriben los
mismos y que pagan impuestos y sus efectos generales sobre la marcha económica del
país.
e) El problema más dificultoso a resolver por los planificadores que deseen integrar el
crédito público dentro de una política económica general es el de establecer cuáles son
los verdaderos límites tolerables del empréstito. El elemento de comparación más
relevante debe ser el costo total de la deuda pública con relación al producto bruto
interno.
CAPÍTULO VI - PRESUPUESTO
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. NOCIÓN: al estudiar la actividad financiera, vimos que para poder concretar sus fines el Estado
necesita efectuar gastos y obtener recursos. Ello significa la administración de importantes sumas de
dinero que, por cuestiones de orden, transparencia y responsabilidad, deben ser calculadas y
autorizadas previamente. De esa forma, el conjunto de gastos y recursos es previsto por adelantado,
para un período que —generalmente— es de un año. Así, en principio ningún gasto puede ser
efectuado y ningún ingreso percibido fuera de los incluidos en esta planificación. Este programa
financiero anual es lo que se denomina presupuesto.
A partir de lo expuesto, podemos definir al presupuesto como un acto de gobierno mediante el cual
se prevén los ingresos y los gastos estatales, y se autorizan estos últimos para un período futuro
determinado, que generalmente es de un año.
2. ORIGEN Y EVOLUCIÓN: el presupuesto tuvo un origen netamente político y sus primeros
antecedentes surgen en Inglaterra. La historia da cuenta de que fue en 1215 que los barones del reino
triunfaron sobre el monarca al lograr que se estableciera en la Carta Magna que ningún tributo —salvo
casos excepcionales— podía ser impuesto sin el consentimiento del Consejo del Reino. Este concepto
se reprodujo en la Petición de Derechos de 1628, y culminó en 1689 con la sanción del Bill de Derechos
de los Lores y los Comunes, en donde se estableció que era ilegal toda cobranza de impuestos sin el
consentimiento del Parlamento. Además, se deslindaron las finanzas de la Corona de las de la Nación,
se separaron los gastos del Estado de aquellos del soberano, y se resolvió que ciertos egresos
periódicos fueran aprobados anualmente por el Parlamento. De ahí que el agrupamiento de los gastos y
recursos previstos para el año siguiente en un solo documento fuera sometido a la aprobación del
Parlamento. Tal fue la noción tradicional del presupuesto.
Es importante prestar atención a este instrumento financiero, frente a la aparición de nuevas
tendencias que reclaman profundas transformaciones en la concepción clásica del presupuesto, a causa
de la cada vez mayor participación que se asigna al Estado en la actividad económica en general,
cualquiera que sea su sistema de gobierno. Según estas ideas, la acción estatal debe cumplirse
conforme a un plan, del cual es manifestación esencial el presupuesto, cuya noción original se amplía
en el tiempo (presupuestos plurianuales o cíclicos) y en el espacio (presupuesto económico), con
alteración de ciertos principios considerados básicos por las concepciones clásicas.
3. NATURALEZA JURÍDICA: en los Estados modernos el presupuesto adopta la forma de una ley; en
consecuencia, para su elaboración deben cumplirse todos los requisitos exigidos por la legislación
general de cada país.
Se discute doctrinalmente si el presupuesto es una ley formal, sin contenido material, o si, por el
contrario, se trata de una ley perfecta con plenos efectos jurídicos, al igual que todas las leyes
materiales. La mayoría de la doctrina (Jèze, Giannini, Sáinz de Bujanda, Bielsa, entre otros) se ha
inclinado por la primera postura, mientras que otros autores optan por la segunda (Ingrosso, Mortara,
Giuliani Fonrouge). Nosotros creemos que esta es una cuestión que no puede resolverse a priori y de
modo general, dado que la respuesta puede variar según el derecho positivo de cada país.
Así, aun aceptando que fuera válida la distinción entre "ley material" y "ley formal" (lo cual es
discutible), el hecho de que la ley presupuestaria sea solo una ley formal o que contenga —por el
contrario— normas sustanciales creadoras de reglas jurídicas generales o especiales, depende del
alcance o limitaciones que cada país asigne a la ley de presupuesto.
No cabe duda de que es una ley formal en aquellos Estados cuyas constituciones o leyes disponen
que la ley presupuestaria no puede incluir disposiciones extrañas a la fijación de gastos y a la previsión
de ingresos, por lo cual el presupuesto solo debe limitarse a calcular y autorizar, sin que sea lícito incluir
disposiciones de otro tipo, entre ellas las de carácter sustancial.
En cambio, en aquellos sistemas en que el presupuesto incluye la creación de tributos que, para
mantener vigencia, deben ser votados anualmente, es indudable que la ley presupuestaria no es solo
formal, pues contiene normas jurídicas sustanciales.
Con relación a nuestro país, concordamos con la corriente que asigna al presupuesto el carácter
de ley formal, al menos en el plano teórico, aunque las reiteradas violaciones a este sistema hacen
dudar del encuadramiento. Con respecto a los recursos, el presupuesto solo los calcula, pero no los
maneja, ya que están establecidos por otras leyes, con total independencia de la ley presupuestaria.
En cuanto a los gastos, la ley de presupuesto tampoco contiene normas sustanciales, pues se limita
a autorizarlos sin obligar por ello al Poder Ejecutivo a realizarlos. Este, por consiguiente, no está forzado
a efectuar todas las erogaciones contenidas en el presupuesto; por el contrario, puede llevar a cabo
economías de funcionamiento o de inversión. Por otra parte, la ley 24.156 establece que el presupuesto
o sus disposiciones complementarias no podrán contener normas de carácter permanente, ni reformar o
derogar leyes vigentes, ni crear, modificar o suprimir tributos u otros ingresos (art. 20, in fine). Esta ley,
si bien carece de jerarquía constitucional, tiene el claro propósito de limitar el presupuesto a su función
formal de acto gubernamental cuyo objetivo son autorizar los egresos a realizar en el próximo año, y
calcular los recursos probables con que se solventarán esos gastos.
De todas maneras, la discusión deviene irrelevante al quedar supeditada a los diversos regímenes
presupuestarios nacionales, ya que en definitiva el contenido dependerá de lo que la legislación
presupuestaria de cada país haya decidido al respecto. Un año esta podrá limitarse a la autorización de
los gastos y al cálculo de los recursos y, por lo tanto, ser una ley formal; pero, otro año, además de
dicha autorización y cálculo, el Congreso podrá decidir agregarle normas por las que se establece un
nuevo impuesto, o se deroga alguno ya existente, y otorgarle consecuentemente el carácter de ley
material. En cualquiera de las dos hipótesis el Congreso actuará conforme a las atribuciones que le son
propias. Por ello insistimos en que el problema de la naturaleza jurídica de la ley de presupuesto es una
cuestión dependiente del derecho positivo de cada país y ajeno a consideraciones teóricas.
4. PRINCIPIOS DEL DERECHO PRESUPUESTARIO: hay principios respecto de la confección y contenido del
presupuesto que, relacionados entre sí, tienen como objeto primordial establecer un manejo ordenado y
responsable de las finanzas del Estado. Ellos son los siguientes.
4.1. Unidad: este principio exige que todos los gastos y recursos del Estado sean reunidos o
agrupados en un único documento y presentados conjuntamente para su aprobación legislativa.
Esta regla permite apreciar el presupuesto en su integridad y volumen, ejercer el debido control y
dificultar los intentos de disimular u ocultar gastos en presupuestos y cuentas especiales.
No son convenientes las desviaciones a este principio, ya que la regla se conecta con el control
ulterior por parte del Poder Legislativo sobre la forma en que el Ejecutivo ha dado cumplimiento a las
autorizaciones legales. Si funcionaran varios presupuestos, o no incluyesen todos los gastos públicos,
esas facultades legislativas de control no podrían cumplirse con efectividad. La regla de la unidad del
presupuesto tiende a posibilitar el mejor cumplimiento de las facultades del Parlamento con relación al
manejo de los fondos del Estado.
La ley 24.156 estatuye el principio de unidad en el art. 12, pero su art. 23 contempla las excepciones
a la prohibición, al establecer algunos rubros en los que se admite el fin de atender específicamente el
pago de determinados gastos.
4.2. Universalidad: según esta premisa, no puede haber compensación entre gastos y recursos.
Ambos deben figurar con su importe bruto, sin extraer saldos netos.
Como ejemplo para explicar el significado de este principio, Duverger cita el cobro de los impuestos
aduaneros realizados por la Dirección de Aduanas. La regla de la universalidad obliga a incluir en los
ingresos de la aduana el monto total de lo percibido por impuestos aduaneros, y en los gastos deben
comprenderse los de personal, edificios, materiales, etc., vale decir, los gastos originados en el
funcionamiento del servicio aduanero. En cambio, si no se siguiera el principio de universalidad, cabría
incluir en el presupuesto solo el "producto neto"; esto es, la diferencia entre lo ingresado por impuestos
de aduana y los gastos que ese ingreso supone.
La ley 24.156 consagra esta regla y no solo prohíbe las compensaciones, sino que, además, exige
datos de los resultados obtenidos y también de la correlación de bienes y servicios con la gestión
prometida, lo cual es un valioso aporte al principio de transparencia.
Resulta importante incorporar ingresos y gastos sin compensaciones como medio de salvaguardar la
veracidad del presupuesto, ya que es evidente que mediante aquellas se podría inducir a engaño al
órgano de control externo de la hacienda, de modo que los gastos del Estado aparezcan muy inferiores
a los reales.
4.3. Especialidad: significa que la autorización parlamentaria no se otorga en forma global, sino
específicamente para cada crédito. A favor de este principio se sostiene que, si se dieran autorizaciones
en bloque, sería prácticamente imposible controlar que los gastos fueran a los destinos previstos.
No obstante, para no caer en exageraciones obstaculizantes, la regla debe tener excepciones
fundadas en la conveniencia de dar al poder administrador cierta libertad para gastar, dentro de las
previsiones presupuestarias. Por cierto, que no es fácil establecer hasta dónde ha de llegar el detalle y
qué debe dejarse librado al criterio del poder administrador. La cuestión se salva mediante las
partidas principales y las partidas parciales contenidas en el presupuesto. Tal solución consulta la regla
de la especificación: el presupuesto indica todos los conceptos de gasto y atiende a la necesidad de
permitir al Poder Ejecutivo distribuir las partidas parciales. Estas últimas son enunciativas y solo fijan el
concepto del gasto, más no el importe a gastar, que queda librado a la decisión del poder administrador,
siempre que la suma de los gastos de las partidas parciales no exceda la partida principal
correspondiente.
La ley 24.156 no contiene norma expresa que imponga la aplicación de esta regla, sin embargo, de
algunas de sus cláusulas surge que el principio en estudio fue considerado por el legislador. Así, por
ejemplo, el art. 13 establece: "Los presupuestos de recursos contendrán la enumeración de los distintos
rubros de ingresos y otras fuentes de financiamiento, incluyendo los montos estimados para cada uno
de ellos en el ejercicio. Las denominaciones de los diferentes rubros de recursos deberán ser lo
suficientemente específicas como para identificar las respectivas fuentes".
4.4. No afectación de recursos: el objeto de este principio es que determinados recursos no se
utilicen para la atención de gastos determinados, esto es, que no tengan una afectación especial, sino
que ingresen en rentas generales, de modo tal que todos los ingresos se incorporen en un fondo común
y sirvan para financiar todas las erogaciones.
La ley 24.156 adopta esta regla en su art. 23, aunque aclara que no rige para los ingresos
provenientes de donaciones, legados o herencias a favor del Estado nacional y con destino específico.
Tampoco rige el principio respecto de recursos que por leyes especiales tengan afectación específica.
Entendemos que las afectaciones especiales son perniciosas y atacan el principio de unidad, una de
cuyas condiciones es que los gastos del Estado sean atendidos indiscriminadamente con el conjunto de
los fondos del erario público. La existencia de afectaciones especiales lesiona esa regla porque no se
cumple la centralización de todos los ingresos en un solo fondo.
En cuanto a las excepciones señaladas por el citado art. 23, cabe decir que para afectaciones
especiales de ingresos provenientes del crédito público se dará cumplimiento a las normas establecidas
en cada contrato de préstamo y sus anexos y, en forma supletoria, a la legislación local siempre que no
se oponga a las primeras.
La excepción basada en que por leyes especiales ciertos recursos tengan afectación específica se
rige por un régimen legal propio (dec. 2629/1992). Esta norma establece una serie de requisitos a seguir
para que se pueda lograr el recurso de afectación específica. Sin embargo, la profusión de estas
afectaciones, no siempre justificadas, es una práctica nociva que desorganiza todo el sistema
presupuestario, al atacarlo en el punto neurálgico de su unidad.
4.5. Equilibrio presupuestario: un presupuesto es equilibrado cuando durante su vigencia, gastos y
recursos totalizan sumas iguales. Por el contrario, es deficitario cuando los gastos exceden a los
recursos, y tiene superávit cuando queda un remanente positivo, o sea, cuando los recursos son
superiores a los gastos.
A su vez, el déficit es de caja, lo que ocurre cuando aquel se produce en el transcurso de un mismo
ejercicio financiero como consecuencia de momentáneas faltas de fondos en la Tesorería. Asimismo,
es material cuando el presupuesto es sancionado de antemano con déficit, siendo financiero el que
surge a posteriori, es decir, una vez cerrado el ejercicio.
Desde otro lado, el superávit, en cambio, es muy raro en la actualidad, aunque se ha producido en
otras épocas. Cuando se dio este resultado fue criticado por los teóricos, ya que planteaba problemas
derivados del destino de esos excedentes. Se entendió, además, que, si los recursos eran mayores que
los gastos, los ciudadanos estaban soportando una carga fiscal superior a la necesaria, afectándose sin
razón su propiedad.
Así, los problemas de equilibrio presupuestario más importantes y frecuentes se suelen centrar en su
déficit.
Cierto es que el postulado del equilibrio, clave de la ciencia financiera clásica, ha sufrido rudos
golpes; ello no porque se haya decidido superarlo, sino por diversos acontecimientos y coyunturas que
por momentos han tornado imposible su mantenimiento. Sin embargo, una vez cesadas las situaciones
conflictivas específicas, los países suelen retomar la meta de volver a alcanzarlo.
Cabe advertir, no obstante, que no pocos teóricos adherentes al intervencionismo keynesiano
intentaron demostrar que el déficit prolongado es incluso conveniente, que los adeptos al equilibrio han
exagerado sus peligros, y que su utilización hasta puede resultar beneficiosa. En este sentido, se ha
sostenido que, al recurrirse al empréstito o a la emisión se produce un efecto "multiplicador de la
inversión", que lleva a un crecimiento de la renta nacional, siempre que las sumas obtenidas del
empréstito o emisión aludidos sean empleadas en inversiones productivas.
Entre las teorías elaboradas a este respecto, la denominada del "déficit sistemático" argumenta que
el Estado puede cubrir el déficit con empréstitos. Sucede entonces que al aumentar la renta nacional
crece el rendimiento fiscal (a mayores rentas, mayores recaudaciones impositivas), y el peso real de la
deuda disminuye, siendo más simple para el Estado asegurar la amortización. Tampoco ven estas
doctrinas un peligro tan grave en la inflación, que tanto hemos sufrido en nuestro país. En este sentido
se ha considerado que en tanto se efectúan inversiones productivas, se incrementa la producción de
bienes consumibles, de manera tal que se compensa el incremento del circulante, y de esa forma los
precios no aumentan.
No se requieren demasiados argumentos para refutar estas falacias, ya que los hechos hablan por sí
solos. El abuso de estas "teorías" provocó verdaderos desastres en la economía de muchos países. La
situación de default de varios Estados confirmó los vaticinios según los cuales un presupuesto creciente
y crónicamente deficitario es productor de daños irreparables. Estos razonamientos responden a la más
elemental lógica. Al momento de amortizarse los empréstitos más sus intereses y no contar con los
medios para pagar, solo queda el camino negativo del mayor endeudamiento (y un futuro déficit cada
vez mayor) o las vías sacrificadas pero únicas posibles para sanear la economía, es decir, el
acotamiento del gasto público, el aumento de tributos, etcétera.
4.6. Procedencia: la regla en estudio significa que la aprobación legislativa por el Congreso debe ser
anterior al momento de iniciarse el ejercicio presupuestario. Dada la importancia del presupuesto como
instrumento de cálculo y autorización de gastos, su inexistencia en tiempo oportuno desnaturaliza la
esencia de la institución. De no darse solución al problema, cabría la posibilidad de paralizar las
funciones y servicios públicos o llevar al Poder Ejecutivo a disponer pagos en forma ilegal.
No obstante, esta situación se configuró en ciertas ocasiones en nuestro país. Ya sea por mora o
negligencia del Congreso, o por tardanzas del poder administrador en la preparación del proyecto, se ha
llegado a la época fijada para la apertura del año financiero sin haber sido sancionado el presupuesto de
gastos correspondiente. Si bien en tales oportunidades no se llegó al colapso, y los casos fueron
remediados, resulta evidente que corresponde decidir en la mejor forma posible el indispensable arreglo
para estos casos.
De este modo, el art. 27 de la ley 24.156 sostiene al respecto que "si al inicio del ejercicio financiero
no se encontrare aprobado el presupuesto general, regirá el que estuvo en vigencia el año anterior, con
los siguientes ajustes que deberá introducir el Poder Ejecutivo Nacional en los presupuestos de la
Administración central y de los organismos descentralizados:
"1) En los presupuestos de recursos:
"a) Eliminará los rubros de recursos que no puedan ser recaudados nuevamente.
"b) Suprimirá los ingresos provenientes de operaciones de crédito público autorizadas, en la cuantía
en que fueron utilizadas.
"c) Excluirá los excedentes de ejercicios anteriores correspondientes al ejercicio financiero anterior,
en el caso que el presupuesto que se está ejecutando hubiera previsto su utilización.
"d) Estimará cada uno de los rubros de recursos para el nuevo ejercicio.
"e) Incluirá los recursos provenientes de operaciones de crédito público en ejecución, cuya
percepción se prevea ocurrirá en el ejercicio.
"2) En los presupuestos de gastos:
"a) Eliminará los créditos presupuestarios que no deban repetirse por haberse cumplido los fines para
los cuales fueron previstos.
"b) Incluirá los créditos presupuestarios indispensables para el servicio de la deuda y las cuotas que
se deban aportar en virtud de compromisos derivados de la ejecución de tratados internacionales.
"c) Incluirá los créditos presupuestarios indispensables para asegurar la continuidad y eficiencia de
los servicios.
"d) Adaptará los objetivos y las cuantificaciones en unidades físicas de los bienes y servicios a
producir por cada entidad, a los recursos y créditos presupuestarios que resulten de los ajustes
anteriores".
Observamos cómo la ley vigente hace una precisa distinción entre recursos y gastos, y formula un
especial detalle en cuanto al diferente alcance que atribuye a la puesta en vigencia del presupuesto del
año anterior. De tal manera, estatuye los ajustes que debe introducir el Poder Ejecutivo en cuanto a
recursos y a gastos en los presupuestos de la Administración central y de los organismos
descentralizados.
4.7. Anualidad: tal pauta designa el término de aplicación de un presupuesto que, conforme al
criterio clásico, debe ser anual y no necesita ser votado más que una sola vez para todo el año
financiero. Para ese período es que se calculan y autorizan los gastos y se estiman los recursos que los
cubrirán.
Debe resaltarse que cuando se habla de anualidad o de presupuesto anual (período de doce meses),
esto no significa forzosamente que deba coincidir con el año calendario. En la Argentina el año
financiero coincide con el año calendario.
De tal manera, se cumple el mandato constitucional de fijar anualmente el presupuesto de la Nación
(art. 75, inc. 8º), aunque aclarando que debe responder a un programa general de gobierno y a un plan
de inversiones públicas. Vemos que la Constitución no establece que el período financiero tiene que
coincidir con el año calendario, pero tampoco se opone. Advertimos que la regla en estudio tiene
diferente alcance, según se refiera a gastos o recursos.
a) Para los gastos, el principio es de aplicación directa, pues las autorizaciones para gastar votadas
por el Poder Legislativo caducan con el vencimiento del año financiero para el cual se fijaron; no se hace
distinción entre los créditos contenidos en la ley de presupuesto y los abiertos por leyes especiales de
gastos.
A su vez, y según sea la naturaleza de los gastos del Estado, la aplicación de la regla de la anualidad
tiene efectos diferentes. Para los gastos facultativos, o sea, los que el poder administrador puede o no
realizar, la caducidad anual afecta al gasto en sí y hace que este no se pueda comprometer luego de la
fecha de clausura del ejercicio. Esta fecha provoca el decaimiento de la facultad de la Administración
para contraer compromisos relativos a tales gastos y con cargo a los créditos presupuestarios
respectivos. En tanto, para los gastos obligatorios el compromiso resulta de la ley o del contrato y es
anterior al momento de ejecución del presupuesto; los efectos de la caducidad no se hacen sentir sobre
el gasto en sí —que continúa vigente—, sino sobre el pago, pues cesa la facultad de la Administración
para ordenarlo.
b) Respecto de los recursos, el principio de anualidad no tiene un sentido concreto, pues el cálculo
de los probables ingresos a percibir en el año se incluye como mera previsión presupuestaria destinada
a procurar el equilibrio financiero.
En suma: generalmente, la regla de la anualidad solo tiene importancia para la renovación periódica
de los gastos y no para los recursos, los cuales dependen de las leyes tributarias, de vigencia fijada por
las propias leyes mientras no sean derogadas.
4.8. Transparencia: este liminar principio se cumple, esencialmente, dotando al presupuesto de
adecuada publicidad sobre sus aspectos esenciales y de claridad.
Las nuevas corrientes en materia presupuestaria, sistematizadas bajo el nombre común de "nueva
administración pública", tienen el objetivo prioritario de suministrar a la población un informe adecuado
sobre diversos aspectos del presupuesto. Se desea que el ciudadano juzgue mediante su voto lo que se
prometió a la sociedad y lo que finalmente se logró.
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. EL DERECHO TRIBUTARIO Y LOS TRIBUTOS: definimos al derecho tributario como el
conjunto de normas jurídicas que regulan los tributos en sus distintos aspectos. A partir de
ello, nos parece conveniente iniciar su desarrollo tomando como base el instrumento
regulado, o sea, el tributo.
Al decir de Sáinz de Bujanda, se entiende por tributo a toda prestación patrimonial
obligatoria —habitualmente pecuniaria— establecida por la ley, a cargo de las personas
físicas y jurídicas que se encuentren en los supuestos de hecho que la propia norma
determine, y que se encuentra dirigida a dar satisfacción a los fines que al Estado y a los
restantes entes públicos estén encomendados(51).
2. CARACTERIZACIÓN JURÍDICA: con base en la antedicha definición, podemos decir que
los tributos son las prestaciones generalmente en dinero (aunque hay quienes las aceptan
en especie) que el Estado exige en ejercicio de su poder de imperio, en virtud de una ley,
para cubrir los gastos que demanda la satisfacción de las necesidades públicas.
Analizaremos en modo particularizado esta definición:
2.1. Prestaciones en dinero y prestaciones en especie: conforme a la economía
monetaria vigente, las prestaciones tributarias son en dinero. Sin embargo, no es así en
todas partes; en algunos países los ordenamientos fiscales admiten que la prestación
pueda ser también en especie. Contrariamente a otros autores, creemos que, aun en tal
caso, el tributo conserva su estructura jurídica básica, aunque sea in natura. En efecto, lo
importante es que la prestación sea "pecuniariamente valuable", que concurran los demás
elementos caracterizantes, y —claramente— que la legislación de que se trata admita la
cancelación en especie.
No obstante, este pago en especie suele despertar críticas no exentas de argumentos
sólidos. Así, por ejemplo, se ha dicho que todo deudor del Estado debe pagar sus tributos
en dinero, ya que la economía de trueque es incompatible con las deudas tributarias. Se
ha argumentado también que el cobro de deudas impositivas en especie se presta a una
aplicación discrecional o arbitraria que puede estar influida por cuestiones electoralistas o
por empresarios empeñados en ubicar sus productos y librarse de los tributos.
Sin perjuicio de la opinión que hemos dado, entendemos sí que la modalidad del pago
en especie no puede extenderse ilimitadamente, a riesgo de provocar un quiebre de las
finanzas estatales, pues si el Estado reduce su ingreso en dinero podría quedarse sin
recursos para solventar las necesidades básicas. Por ello, creemos que solo pueden ser
admisibles estas operaciones ante las siguientes condiciones:
a) Que el pago mediante bienes esté expresamente autorizado por la ley pertinente.
b) Que se trate de situaciones excepcionales.
c) Que los bienes entregados por los contribuyentes sean necesarios para el Estado en
el momento del trueque (es decir que, de no aceptar estos bienes, el gobierno debería
concurrir al mercado para adquirirlos).
d) Que la valuación sea efectuada por organismos especializados o peritos y que esta
coincida con los precios del mercado.
2.2. Exigidas en virtud de su poder de imperio: la prestación que configura el tributo
se exige mediante la coacción, es decir, con sustento en la facultad de "compeler" el pago
de la exacción requerida. La coacción se manifiesta especialmente en la prescindencia de
la voluntad del obligado en cuanto a la creación del tributo. Así, la "bilateralidad" propia de
los negocios jurídicos es aquí sustituida por la "unilateralidad" en cuanto al nacimiento de
la obligación.
En efecto, para que el Estado pueda exigir contribuciones a las personas que se hallan
en su jurisdicción, se lo dota del llamado "poder tributario". Este poder es de naturaleza
política, es expresión de soberanía, es un poder inherente al de gobernar; porque no hay
gobierno sin tributos y su contrapartida es el deber ético-político-social del individuo de
contribuir al sostenimiento del Estado.
2.3. En virtud de una ley: no hay tributo sin ley previa que lo establezca, lo cual
significa limitar formalmente la coacción y respetar el principio de legalidad. La potestad
tributaria consiste en la facultad de dictar normas jurídicas creadoras de tributos, normas
que, como todas las que establecen obligaciones, son reglas hipotéticas cuyo mandato se
concreta cuando ocurren las circunstancias previstas en ellas. Tal circunstancia se
denomina "hecho imponible", y su acaecimiento trae como consecuencia que una persona
deba pagar al Estado la prestación tributaria. Sobre este concepto, trascendental en
nuestra materia, se profundizará en los próximos capítulos.
2.4. Para cubrir los gastos que demanda la satisfacción de necesidades públicas:
es por esta razón que el objetivo del tributo es fiscal. Sin embargo, esta finalidad puede no
ser la única. El tributo puede perseguir también fines extrafiscales, o sea, ajenos a la
obtención de ingresos, como los tributos aduaneros protectores, los tributos
promocionales, las medidas impositivas con fines de desaliento o incentivo de ciertas
actividades privadas, etc. Sin embargo, este objetivo extrafiscal es adicional, aun siendo
la motivación prevaleciente de alguna medida tributaria. La extrafiscalidad no puede
constituir la esencia jurídica de la institución del tributo, sino la utilización para objetivos
económico-sociales de una herramienta de intervencionismo. Este uso no ha sido vedado
por la jurisprudencia. En efecto, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha dicho que el
poder impositivo tiende, ante todo, a proveer de recursos al tesoro público, pero que
constituye, además, un valioso instrumento de regulación económica(52).
En otro orden de ideas, la finalidad de cobertura de gastos públicos permite diferenciar
los tributos de los ingresos por sanciones patrimoniales.
3. CLASIFICACIONES: convenimos en las siguientes:
3.1. Impuestos, tasas y contribuciones especiales: si bien en nuestro país esta
clasificación no cuenta con sustento normativo, es sin dudas la más aceptada en las
democracias modernas de Occidente.
Estas tres categorías no son sino especies de un mismo género que es el tributo. No
obstante, la necesidad de mantener la distinción obedece a razones políticas, técnicas y
jurídicas. En palabras de la Corte Suprema, "esta distinción entre especies tributarias no
es meramente académica, sino que, además, desempeña un rol esencial en la
coordinación de potestades tributarias entre los diferentes niveles de gobierno" (Fallos
332:1503).
Así, como estudiaremos más adelante, no solo las facultades de las distintas esferas
de poder en ciertos países federales dependen de esta clasificación (así sucede en la
Argentina, especialmente con la Ley de Coparticipación Federal 23.548 (53)), sino que,
además, las diferentes especies tributarias tienen peculiaridades que determinan si, ante
un caso particular, ocurren o no los elementos que permiten exigir un tributo.
De este modo, en el impuesto la prestación exigida al obligado es independiente de
toda actividad estatal relativa a su persona, mientras que en la tasa existe una actividad
del Estado materializada en la prestación de un servicio que la afecta de alguna manera
específica. En la contribución especial, finalmente, tenemos también una actividad estatal,
con la particularidad de que ella es generadora de un especial beneficio para el llamado a
contribuir.
Esta clasificación concuerda aproximadamente con las definiciones de los diferentes
tributos que proporciona el Modelo de Código Tributario para América Latina OEA-BID.
A pesar de su trascendencia, ya que del encuadre en una u otra especie puede surgir
la legitimidad o no de su cobro por un determinado nivel gubernamental, la clasificación
de los tributos ha sido relativizada por autores como Giannini, que dice que la distinción
es incierta y oscilante en los derechos positivos de los diversos países. Además, y
tratándose siempre de prestaciones debidas al Estado en virtud de su poder de imperio, la
regulación jurídica de todas las especies es sustancialmente la misma y, de hecho, las
disposiciones legales más generales en materia tributaria se refieren indistintamente a
todos los tributos(54).
3.2. Vinculados y no vinculados: una clasificación importante es la que divide a los
tributos en no vinculados y vinculados(55).
En los tributos no vinculados (impuestos) no existe conexión del obligado con actividad
estatal alguna que se refiera a él o que lo beneficie. Por ello, su obligación nacerá ante un
hecho o situación que, según la valoración del legislador, revele capacidad de contribuir al
sostenimiento del Estado (p. ej., percibir una renta, poseer un patrimonio, realizar un
gasto). En tal caso, la obligación tributaria será cuantitativamente graduada conforme a
los criterios más apropiados para expresar en cifras concretas cuál será la dimensión
adecuada de la obligación de cada uno.
En los tributos vinculados el hecho o circunstancia que genera la obligación de
contribuir está estructurado en forma tal que se integra con una actividad o gasto a cargo
del Estado que de alguna forma afecta al obligado (en sus bienes o en sus actos (56)). Debe
tenerse en cuenta la actividad o el gasto estatal que beneficia al obligado (como la
actividad que prestan los registros de automotores, los organismos que velan por la salud
pública, las cajas que otorgan beneficios sociales, los municipios que prestan servicios de
organización, inspección o control en las ciudades, etc.).
A su vez, se advierte una notoria disparidad dentro de los tributos vinculados, por
cuanto en algunos (tasas), la obligación surge ante la afectación o aprovechamiento del
obligado sin que interese su requerimiento del servicio ni la ocurrencia de un beneficio
como consecuencia de su prestación. Por lo tanto, la obligación de pago nace ante la
prestación del servicio, o incluso ante su organización y puesta a disposición (Fallos
251:50, 222; 312:1575, entre otros).
En otros tributos vinculados (contribuciones especiales) hay una actividad o gasto
estatal en provecho del obligado, y esa actividad genera la obligación de pagar el tributo.
Lo que aquí interesa es el incremento patrimonial en los bienes del obligado (o, al menos,
que la actividad sea idónea para producir tal incremento).
Sin embargo, autores como Einaudi prescinden de las tasas por considerarlas
refundidas en los impuestos, en las contribuciones especiales o en los precios públicos o
políticos; otros instituyen los monopolios fiscales en categoría independiente (Berliri,
Trotabas); e incluso ciertos tratadistas hacen lo propio con las contribuciones parafiscales
(Duverger, Laufenburger, Trotabas). No faltan quienes creen que una distinta categoría de
tributos está integrada por las contribuciones de la seguridad social, y otros piensan que
los empréstitos forzosos tienen peculiaridades que los transforman en un gravamen
diferente de los restantes, ya que son "tributos con promesa de devolución"(57).
Nosotros adoptamos la clasificación tripartita por ser la más difundida y por cuanto,
como dijimos, su especial trascendencia ha sido destacada por nuestra Corte Suprema de
Justicia(58).
II. IMPUESTO
1. CONCEPTO Y CARACTERIZACIÓN: el impuesto es el tributo típico, el que representa
mejor el género, a tal punto que prácticamente se confunde con él. Es el más redituable
para el Fisco y el que ha originado mayores aportes de la doctrina especializada(59).
Sin perjuicio de mayores precisiones posteriores, diremos por ahora que el impuesto es
el tributo exigido por el Estado a quienes se hallan en las situaciones consideradas por la
ley como generadoras de la obligación de tributar (hechos imponibles), situaciones estas
ajenas a toda concreta acción gubernamental vinculada a los pagadores.
El hecho imponible, por la circunstancia de no implicar actividad estatal alguna referida
al obligado, no tiene otro camino que relacionarse no con las acciones gubernamentales
que atañen o benefician al contribuyente, sino con sus rentas, bienes o consumos.
El hecho elegido como generador (o imponible) no es un hecho cualquiera de la vida,
sino que está caracterizado por su naturaleza reveladora de la posibilidad de contribuir en
alguna medida al sostenimiento del Estado (capacidad contributiva). Si bien la valoración
del legislador es discrecional, debe estar idealmente ligada a la potencialidad económica
de cada uno.
2. DEFINICIÓN: tal como ocurre con otros institutos financieros, el impuesto ha sido
objeto de múltiples definiciones. El tema ha interesado a los teóricos, que han realizado
distintas formulaciones, incluyendo a veces elementos innecesarios, por ser comunes a
todos los tributos. Creemos que la mejor definición es la que proporciona la ley general
española, que dispone que "impuestos son los tributos exigidos sin contraprestación cuyo
hecho imponible está constituido por negocios, actos o hechos que ponen de manifiesto la
capacidad económica del contribuyente".
Coincidimos con el texto español, pues no es necesario reiterar en cada impuesto los
elementos ya considerados al caracterizar el instituto. Por el solo hecho de ser una
especie del género tributo se entiende que es una extracción coactiva —con basamento
legal— de una parte de la riqueza de los particulares, preferiblemente en dinero, cuyo
propósito básico es el de obtener ingresos para cubrir las necesidades públicas, sin
perjuicio de perseguir, además, objetivos extrafiscales, para promover el bienestar
general.
Según lo hasta aquí dicho, podemos enumerar los elementos propios del impuesto.
a) Su independencia entre la obligación de pagarlo y la actividad que el Estado
desarrolla con su producto. Este producto podrá o no vincularse al contribuyente, pero
esta vinculación es una cuestión de hecho desprovista de toda significación en lo que
respecta a la existencia de la obligación de pagar el gravamen.
b) Su cobro debe hacerse a quienes se hallan en las condiciones consideradas como
generadoras de la obligación de tributar.
c) Dichas condiciones no pueden consistir en hechos o circunstancias que no sean
abstractamente idóneos para reflejar capacidad contributiva.
d) El impuesto debe estructurarse de tal manera que las personas con mayor aptitud
económica aporten en mayor medida, salvo que esta regla medular sufra excepciones
basadas en la promoción del bienestar general (capacidad contributiva).
3. NATURALEZA JURÍDICA: en primer lugar, digamos que el impuesto, como todo tributo,
es una institución del derecho público y una obligación impuesta coactivamente por el
Estado en virtud de su poder de imperio(60).
En efecto, el impuesto constituye un hecho institucional vinculado a la existencia de un
sistema social fundado en la propiedad privada, o que al menos reconoce el uso privado
de ciertos bienes. Tal sistema importa el establecimiento de un órgano de dirección (el
Estado) encargado de satisfacer necesidades públicas que, a tal fin, es investido de la
potestad de recabar coactivamente cuotas de riqueza de los ciudadanos.
Así, la naturaleza jurídica del impuesto debe buscarse en la misma necesidad que llevó
a la creación del Estado como medio para lograr el orden y la cohesión en la comunidad.
Como consecuencia de esto, es posible afirmar que el impuesto encuentra su
fundamento jurídico en la sujeción a la potestad tributaria del Estado.
4. CLASIFICACIÓN JURÍDICA: por razones de espacio, nos limitaremos a referir las
clasificaciones que entendemos de mayor trascendencia, destacando que algunas incluso
se vinculan a la distribución de las competencias tributarias.
4.1. Ordinarios y extraordinarios (permanentes y transitorios): son
impuestos permanentes aquellos cuya vigencia no tiene límite de tiempo; es decir, que
rigen mientras no sean derogados (p. ej., el impuesto al valor agregado). Por el contrario,
son impuestos transitorios los que tienen un lapso determinado de duración, transcurrido
el cual, deberían dejar de existir (p. ej., el impuesto sobre los bienes personales). Más allá
de la distinción, la realidad nacional demuestra que, si bien ciertos impuestos nacen como
"de emergencia" y, por ende, debieran ser transitorios, las sucesivas y continuas
prórrogas de las que son objeto los vuelven verdaderos tributos permanentes.
4.2. Reales y personales: los primeros consideran en forma exclusiva la riqueza
gravada, con prescindencia de la situación personal del contribuyente (p. ej., los
impuestos a los consumos). Los segundos tienen en cuenta la especial situación del
contribuyente, valorando los elementos que integran su capacidad de pago (p. ej., el
impuesto a la renta, en tanto toma en cuenta cargas de familia o el origen de las
ganancias).
4.3. Proporcionales y progresivos: un impuesto es proporcional cuando mantiene
una relación constante entre su cuantía y el valor de la riqueza gravada.
Es progresivo cuando aumenta a medida que se incrementa el valor de la riqueza
gravada. En la forma corriente de aplicación actual, impuesto proporcional es el que tiene
una alícuota única (adoptan generalmente esta modalidad los impuestos al consumo), e
impuesto progresivo es aquel cuya alícuota aumenta a medida que se incrementa el
monto gravado (así suele ocurrir con los impuestos a la renta).
4.4. Financieros y de ordenamiento: ciertos autores suelen hacer esta distinción,
sobre la cual damos noticia no obstante nuestra convicción de que no tiene la superlativa
importancia que le han asignado distinguidos tratadistas como Gerloff(61).
Impuestos financieros son las prestaciones exigidas por el Estado, y su fin exclusivo o
principal es el de cubrir los gastos públicos, sin retribución específica. Impuestos
de ordenamiento son las prestaciones de dinero a las que recurre el Estado, no
prioritariamente para lograr ingresos sino para determinar una conducta, un hecho u
omisión. Suelen tener por objeto fomentar algunas actividades estimulando a los
contribuyentes para que las emprendan o, por el contrario, disuadirlos de llevarlas a cabo.
Nosotros consideramos que el fin primero y principal del impuesto (que no ha sufrido
cambios desde su origen) consiste en brindar los medios para la satisfacción de las
necesidades públicas, en la medida en que estas no puedan ser financiadas con otros
ingresos estatales.
No negamos la poderosa influencia de los impuestos sobre otros aspectos económicos
y sociales ajenos al propósito de obtener fondos. Sin embargo, no nos parece de gran
importancia la tan tajante distinción que pretende realizarse entre los impuestos
financieros y los de ordenamiento. Ambos elementos están indisolublemente unidos en la
imposición porque ella siempre está dirigida al cumplimiento de los fines del Estado.
Indirectamente, en cuanto contribuye a la cobertura de los gastos públicos y,
directamente, en cuanto el impuesto puede ejercer influencias decisivas sobre los
comportamientos de la comunidad.
4.5. Directos e indirectos: esta clasificación es la más trascendente en nuestro país,
conforme a la delimitación de facultades impositivas entre la Nación y las provincias
establecida en la Constitución Nacional (art. 75, inc. 2º). Es también la más antigua y
divulgada, pero probablemente la más imprecisa. Han influido en estos resultados poco
satisfactorios las discrepancias entre los criterios y también la posición intransigente de
algunos teóricos que han magnificado el problema, puesto que, como veremos enseguida,
pocas dudas caben sobre el carácter de directo o indirecto de los principales impuestos
con que nutren sus arcas los modernos países occidentales.
Como son muy dispares los criterios de distinción, mencionaremos los más importantes
y brindaremos luego nuestra posición sobre el punto.
4.5.1. Según su posibilidad de traslación: la clasificación más antigua se basa en
la posibilidad de traslación (como veremos, por traslación se entiende la transferencia
económica de la carga impositiva de su pagador a un tercero).
Entonces, impuestos directos son aquellos que no pueden trasladarse; es decir, que se
exigen de las mismas personas que se pretende que los paguen.
Impuestos indirectos son los trasladables; lo que significa que se cobran a una persona
dando por sentado o suponiendo como algo probable que esta se indemnizará a
expensas de alguna otra.
4.5.2. Según su modo de cobro: para un criterio administrativo, impuestos directos
son los que se recaudan según listas o padrones (porque gravan situaciones más o
menos estables —p. ej., el impuesto inmobiliario—), mientras que los
impuestos indirectos no se pueden incluir en listas. Esta distinción se basa en que los
impuestos directos tos gravan periódicamente situaciones que suelen durar en el tiempo,
mientras que los indirectos alcanzan actos o situaciones accidentales, como los
consumos.
4.5.3. Según el tipo de riqueza gravada: otra doctrina tiene en cuenta la situación
estática o dinámica de la riqueza gravada. Nos referimos a Morselli, quien dice que los
impuestos directos gravan la riqueza por sí misma e independientemente de su uso,
mientras que los indirectos no gravan la riqueza en sí misma, sino solo en cuanto a su
utilización (que hace presumir capacidad contributiva)(62).
4.5.4. Según se refieran al sujeto o al objeto gravado: el profesor Cosciani es más
pragmático para hacer el distingo; define los impuestos directos como los adjudicados al
rédito o a la posesión de un patrimonio por parte de un sujeto, y los
impuestos indirectos como los relativos a la transferencia de bienes, a su consumo o a su
producción(63).
4.5.5. Nuestra posición: comprendemos el descreimiento de los críticos en cuanto a la
sustentación teórica y práctica de la clasificación mencionada. Sin embargo, debemos
analizar detenidamente la cuestión porque, como antes dijimos, la clasificación de los
tributos en directos o indirectos tiene influencia en la delimitación constitucional de las
facultades tributarias en los países con régimen federal de gobierno, como el nuestro (art.
75, inc. 2º, CN).
La aptitud económica de los obligados al pago se manifiesta mediante diversas
circunstancias o situaciones que llevan a las creaciones tributarias del legislador. Para
determinarlas, debe atenderse a las diversas formas en que se exterioriza la fortuna
patrimonial. Al respecto, existen dos modalidades bastante diferenciadas.
a) La exteriorización puede ser inmediata, cuando ciertas circunstancias o situaciones
objetivas revelen aproximadamente un determinado nivel de riqueza. Por ejemplo, el
patrimonio, los ingresos periódicos ("rentas") o los incrementos patrimoniales
debidamente comprobados, son elementos que el legislador está autorizado a valorar
como signos indicativos de capacidad contributiva. Los impuestos que toman como
hechos imponibles esas circunstancias o situaciones objetivas son los directos, con
prescindencia de su posibilidad de traslación.
b) La exteriorización es mediata cuando, aunque las circunstancias o situaciones
objetivas que se tienen en cuenta hagan presumir un determinado nivel de riqueza, el
nivel de aproximación inferior sea a los casos de exteriorización inmediata. Para nombrar
algunos la producción o venta de bienes, el suministro de servicios, la adquisición o
consumo de bienes o servicios, el ejercicio de actividades o profesiones con fines de
lucro, la realización de actos o negocios jurídicos documentalmente exteriorizados, son
indicios de capacidad contributiva. Por ejemplo, quien adiciona valores a los bienes o
servicios, produciéndolos, fabricándolos, proporcionándolos, comerciándolos,
exportándolos, etc., está ejerciendo una actividad en la cual el lucro se infiere
razonablemente, pero con cierta dosis de relatividad. Igual razonamiento se aplica a
adquirentes y consumidores de bienes y servicios. Es lógico pensar que, a mayor gasto,
mayor nivel de riqueza; pero ello es solo presuncional. Tampoco los actos y negocios
jurídicos documentalmente exteriorizados son signos inequívocos de capacidad
contributiva, aunque permitan suponerla, y lo mismo en lo que respecta al mero ejercicio
de actividades o profesiones habitualmente lucrativas. Los impuestos cuyos hechos
imponibles se construyen atendiendo a tales circunstancias y situaciones de tipo objetivo
son, entonces, indirectos, y su posibilidad de traslación (aunque generalmente mayor que
la de los directos) es un elemento variable que no incide en la clasificación.
4.6. Criterio de la Corte Suprema: sin perjuicio de las críticas que pudiera suscitar la
volatilidad del criterio, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha identificado
al impuesto directo con aquel cuya traslación en los hechos no es posible; con lo cual el
carácter de directo o indirecto de un impuesto no puede predicarse en forma previa,
resultando necesario revisar la posible traslación de su incidencia en cada caso en
particular, convirtiéndose, por ende, en una cuestión de hecho y prueba(64).
5. TRASLACIÓN ECONÓMICA DE LOS IMPUESTOS. EFECTOS JURÍDICOS DE SUS FASES: en
principio, el impuesto es exigido a quienes están encuadrados en los distintos hechos
imponibles descritos normativamente. Esas personas, denominadas "contribuyentes de
iure", son, por ende, los designados por la ley para pagarlo.
Pero suele ocurrir que quien ingresa el importe al Fisco no es en realidad quien soporta
su carga, sino que esta recae en un tercero, a quien se denomina "contribuyente de
facto".
La transferencia de la carga impositiva se llama traslación, y a veces es prevista por el
legislador. Así, la mayor parte de los impuestos al consumo es afrontada por el vendedor,
pero como este los agrega a los precios de sus mercaderías, en definitiva, son soportados
por los compradores. En otros casos la traslación se produce sin estar prevista por el
Estado, e incluso contra su voluntad, ya que aquellos a quienes se quiere cargar con el
peso impositivo logran transferirlo a otra persona. En modernas imposiciones como el
impuesto al valor agregado (IVA), la propia ley exige que se opere el proceso de
traslación que, en consecuencia, adquiere un carácter jurídico. A tal efecto, la norma
concede facultades legales al sujeto pasivo para obtener de otra persona el reembolso del
impuesto pagado.
Para no confundir los términos, es necesario hacer claras distinciones. La traslación a
la cual ahora nos referimos está supeditada exclusivamente a la economía y se efectúa
con total prescindencia de disposiciones legales que faculten el traspaso de la carga
impositiva. El ejemplo típico es el del productor que transfiere un impuesto al consumidor
aumentando el precio del artículo que le vende, sin que ley alguna lo autorice a ese
traspaso, o de alguna manera se lo vede.
Diferentes son los casos en que la transferencia de la carga impositiva es reglada por
la ley, tal como ocurre con el IVA, pues en los casos que ordena la ley, el vendedor debe
incluir obligatoriamente en su factura el impuesto que pagó cuando compró la mercadería.
Todo pasa en definitiva a ser pagado por el consumidor, pero por expresa regulación
legal.
El fenómeno que acabamos de reseñar ha sido estudiado por la ciencia de las finanzas
y forma parte de los llamados "efectos económicos de los impuestos".
Aun con imperfecciones, estos estudios han renovado métodos, enfoques y puntos de
vista, y han permitido a los gobiernos justificar medidas encaminadas a obtener
determinados resultados, demostrando que ellos son relativamente posibles.
A pesar de sus limitaciones, y dada la repercusión que el tema ha tenido, daremos aquí
las nociones necesarias para comprender la importante jurisprudencia gestada en torno
de los mencionados efectos económicos, que, según se expuso más arriba, han incidido
de manera trascendental en la suerte de la jurisprudencia.
Dentro de las múltiples combinaciones posibles, los autores separan los diferentes
efectos de los impuestos de la siguiente manera:
5.1. Noticia: este efecto se produce cuando el ciudadano se entera por trascendidos,
anuncios en los medios de comunicación, rumores o infidencias que se va a crear un
nuevo impuesto o se va a modificar uno existente en forma más gravosa para él. Por
cierto, que cuando los tres poderes del Estado funcionan normalmente no hay mayores
sorpresas, y lo habitual es que los contribuyentes conozcan con moderada anticipación
las nuevas cargas que recaerán sobre sus bolsillos.
Ante ello, las conductas pueden ser de distinto tipo:
a) Acaparar los bienes que serán más caros al sancionarse el impuesto nuevo.
b) Prepararse para consumir menos o, incluso, dejar de usar ciertos objetos que
sufrirán incremento de precio (lo cual puede ser beneficioso para la salud, como en el
caso de cigarrillos y bebidas alcohólicas).
c) Prever y establecer el escenario propicio para eludir fraudulentamente el impuesto.
Lo anterior significa que las conductas de los futuros contribuyentes variarán entre los
que se proponen evitarlos legalmente, suprimiendo o restringiendo el consumo o el uso de
los bienes próximos a gravarse y los que se disponen a utilizar ardides para defraudar, no
faltando quienes resignadamente (o quizás porque no puedan eludirlo) soportan el nuevo
impuesto o el incremento de los existentes.
5.2. Percusión: es el hecho por el cual el impuesto recae sobre el contribuyente de
iure, o sea, aquel que, por estar comprendido en el hecho imponible, debe pagar por
designación y coacción legislativa.
Las conductas del contribuyente abarcan una cierta gama de opciones. La más obvia
es la que estudia la hacienda pública y que se produce con el fenómeno económico que
consideraremos en la etapa posterior. Esto significa transferir el peso del impuesto a la
fase siguiente, generalmente con la suba del precio.
Cuando el contribuyente es alcanzado por el impuesto, desaparecen las alternativas de
que disponía cuando solo estaba "anoticiado"; y ya no puede librarse con una abstención
de consumir o con una economía de opción. Le queda la posibilidad de la elusión
fraudulenta que quizás montó de antemano, o un fraude urdido a posteriori.
5.3. Traslación: es el fenómeno por el cual el contribuyente de iure consigue transferir
el peso del impuesto sobre otra persona (contribuyente de facto). Esta transferencia está
regulada exclusivamente por la economía y se efectúa con total prescindencia de
disposiciones legales que expresamente faculten el traspaso de la carga impositiva.
5.4. Incidencia: la incidencia se materializa cuando una persona se hace
efectivamente cargo del impuesto. Como dijimos, esta persona recibe el nombre de
"contribuyente de facto". Suele expresarse que, en este caso, el impuesto pasa a "reposar
definitivamente" en la persona que lo soporta. El contribuyente no se ha encontrado en tal
situación por propia voluntad. La ciencia financiera estudia diversos caminos alternativos
para que él afronte la carga del impuesto sin deterioro (p. ej., mediante una drástica
disminución de sus gastos o de sus costos), pero si el período por el que pasa la
economía del país no es precisamente de prosperidad, será difícil para este contribuyente
compensar una probable pérdida de liquidez o rentabilidad.
5.5. Difusión: consiste en la irradiación a todo el mercado de los efectos económicos
del impuesto mediante lentas, sucesivas y fluctuantes variaciones, tanto en la demanda
como en la oferta de mercaderías y también en los precios. Como consecuencia del
impuesto, se producen variaciones en el consumo, en la producción y en el ahorro.
6. RELEVANCIA JURÍDICA DE LA TRASLACIÓN IMPOSITIVA: aunque la traslación sea un
fenómeno económico, puede, en ciertos casos, producir consecuencias en el mundo
jurídico. La Corte Suprema se ha encargado de señalar esta conexión al expresar que, si
bien la traslación impositiva es un fenómeno regido por las leyes de la economía, existen
casos en los cuales es necesario reconocer trascendencia jurídica a los efectos
económicos de los impuestos para arribar a una solución que resulte armónica con los
derechos y garantías constitucionales y con el ordenamiento jurídico vigente (Fallos
297:500).
Entre los casos más importantes podemos analizar los siguientes:
Partiendo de la base de que en los impuestos al consumo el sujeto pasivo o
contribuyente de iure transfiere invariablemente la carga impositiva a los consumidores en
virtud de la traslación, se ha rechazado la confiscatoriedad invocada por los sujetos
pasivos de los impuestos indirectos al consumo (Fallos 15:78, 170:180).
Esta postura es criticada por García Belsunce, quien sostiene que la traslación no se
da inexorablemente en todos los casos como parte del proceso de distribución de hecho
de los impuestos, sino que depende de una serie de circunstancias(65). Coincidimos con la
crítica, pues creemos que la traslación o falta de traslación de los gravámenes debe
examinarse en cada caso particular, pues resulta imposible decidir a priori cuáles pueden
ser o no efectivamente trasladados. Esto significa que, ante un planteo de
confiscatoriedad, no cabe descartar ningún tipo de tributo directo ni indirecto, puesto que
lo que interesa es la existencia de un perjuicio efectivo. Este se producirá si en los hechos
el impuesto no ha podido ser trasladado, mientras que si se opera la traslación el perjuicio
no existirá.
Por lo tanto, no se puede confundir el concepto de impuesto trasladable con el de
"impuesto trasladado". El primero implica una posición tomada de antemano, según la
cual ciertos impuestos tienen la cualidad de poder ser transferidos, mientras que otros no
la tienen.
En cambio, el concepto de impuesto trasladado se refiere a una situación de
transferencia impositiva que se ha configurado en la realidad, con prescindencia del tipo
de impuesto de que se trate. Como dijimos, un impuesto que se traslada efectivamente ya
no incide en el patrimonio y no puede fundar una inconstitucionalidad por
confiscatoriedad.
Así como un impuesto puede ser confiscatorio por su exorbitancia, igual situación se
puede configurar cuando el exceso se origina por la presión de un conjunto de tributos
sobre el contribuyente.
La traslación impositiva ha sido tomada con frecuencia como fundamento de los laudos
judiciales (Fallos 287:79; 297:500; 308: 2153, entre muchos otros); por lo que no
compartimos la posición de ciertos juristas que se desentienden de ella por considerarla
de neto corte económico y ajena a la cuestión jurídica. En efecto, a partir de su
consideración es posible identificar a quien soporta efectivamente en su patrimonio la
carga real del impuesto, evitando conclusiones que soslayen la realidad económica y la
capacidad contributiva de los ciudadanos; ambos pilares de la tributación en nuestro país
(arts. 4º y 16, CN).
III. TASAS
1. NOCIÓN GENERAL E IMPORTANCIA: las tasas son prestaciones tributarias exigidas a
aquellos a quienes de alguna manera afecta o beneficia una actividad estatal.
Para Jarach, la importancia presupuestaria de la tasa es desproporcionada con las
discusiones a que ha dado origen(66). Si bien esta afirmación puede ser exacta desde un
punto de vista macroeconómico (comparada con el impuesto), no lo es si observamos la
incidencia que tiene en los presupuestos locales (especialmente los municipales).
Las explicaciones más admisibles para los problemas interpretativos sobre las tasas
podrían ser aproximadamente las siguientes.
a) Es en el instituto donde más se han confundido los elementos económicos, políticos
y jurídicos que integran el fenómeno financiero (Valdés Costa).
b) Los legisladores de nuestro país y en general de América latina no han sido prolijos
en cuanto a las tasas. Así, las han caracterizado de distinta manera, las han graduado
con criterios dispares, les han dado nombres que muchas veces no coincidieron con la
realidad de los institutos legislados, las han hecho recaudar por organismos diferentes y
han empleado procedimientos disímiles.
c) El presupuesto de hecho del cual depende la obligación de pagar la tasa es una
prestación estatal que presenta cierta similitud con la prestación que da lugar al pago del
precio.
d) Es dificultoso alcanzar un concepto unitario de la tasa que comprenda todas sus
manifestaciones en el vasto campo de la actividad administrativa y jurisdiccional del
Estado (Giannini).
Invariablemente, esta categoría tributaria ha sido objeto de numerosas controversias,
relativas —en su mayoría— a la potestad que gozan los municipios para establecerlas
conforme a la limitación impuesta por la Ley de Coparticipación Federal (art. 9º, inc. b], ley
23.548). Sobre este punto indagaremos al analizar la distribución de poderes fiscales
entre los distintos niveles de gobierno.
2. DEFINICIÓN: entre las diversas definiciones de tasa existentes, algunas restringen el
alcance de esta especie tributaria a servicios que solo se conciben como particularizados
en una cierta persona (p. ej., la tasa que se percibe de quien solicita y obtiene un
pasaporte). Otras comprenden dentro del instituto, no únicamente las actividades
estatales singularizadas en contribuyentes concretos, sino también aquellas en las que
prevalece el servicio que es útil a la comunidad en general (servicios uti universi); sin
perjuicio de relacionarse en forma muy especial con ciertas actividades lucrativas
imposibles de materializarse sin la efectiva y eficiente prestación de servicios estatales.
Entre los autores que conciben la tasa con sentido restringido podemos mencionar a
Ferreiro Lapatza, quien dice que "cuando el Estado, actuando como ente público, trata de
satisfacer una necesidad colectiva que se concreta en prestaciones individualizadas a
sujetos determinados, destinadas directa e inmediatamente a ellos, y sobre la base de
estas prestaciones hace pagar a estos sujetos un tributo, tal tributo debe incluirse entre
las tasas"(67). Para Jarach, "la tasa es un tributo caracterizado por la prestación de un
servicio público individualizado hacia el sujeto pasivo"(68). Sostiene Giannini que "la tasa
constituye una prestación debida por el desarrollo de una actividad del ente público que
afecta particularmente al obligado"(69).
Con un criterio más amplio, Giuliani Fonrouge define el instituto como "la prestación
pecuniaria exigida compulsivamente por el Estado en virtud de ley, por la realización de
una actividad que afecta especialmente al obligado"(70). Adscribe también a un criterio más
laxo la ley general tributaria española, al preceptuar que "tasas son los tributos cuyo
hecho imponible consiste en la utilización privativa o el aprovechamiento especial del
dominio público, la prestación de servicios o la realización de actividades en régimen de
derecho público que se refieran, afecten o beneficien de modo particular al obligado
tributario, cuando los servicios o actividades no sean de solicitud o recepción voluntaria
para los obligados tributarios o no se presten o realicen por el sector privado" (art. 2º, inc.
a]).
Por nuestra parte, adherimos al criterio amplio, y consideramos que la tasa es el tributo
cuyo hecho imponible está integrado por un hecho o circunstancia relativos al
contribuyente y por una actividad a cargo del Estado que se refiere o afecta en mayor o
menor medida a dicho contribuyente.
No obstante estas disquisiciones, nuestra Corte Suprema, de modo invariable se ha
ocupado de definir a esta especie tributaria como aquella "a cuyo cobro debe
corresponder siempre la concreta, efectiva e individualizada prestación de un servicio
referido a algo no menos individualizado (bien o acto) del contribuyente" (Fallos 332:1503;
234:663; 236:22).
3. NATURALEZA: en lo que casi no existen disidencias es en que la tasa tiene carácter
tributario, es decir, que el Estado la exige en virtud de su poder de imperio (siendo esta
circunstancia decisiva para diferenciarla del precio y de la tarifa). Así, por tratarse de un
tributo, el sometimiento de las tasas al principio de legalidad, al que referiremos más
adelante, es ineludible.
4. ELEMENTOS ESENCIALES: enumeramos seguidamente los más importantes.
4.1. Actividad estatal efectiva: de acuerdo con su definición, el hecho imponible de
las tasas se integra con una actividad que el Estado cumple, y que está vinculada con el
obligado al pago. La actuación estatal vinculante, por ende, es el elemento caracterizador
más importante del instituto en estudio. En las XV Jornadas Latinoamericanas de Derecho
Tributario, realizadas en Venezuela en octubre de 1991, se afirmó que "es de la esencia
de la tasa que el servicio estatal que constituye su presupuesto de hecho sea prestado
efectivamente por la Administración al contribuyente, aun cuando este se resista a
recibirlo". La Corte Suprema ha insistido, especialmente en "Cía. Química" (Fallos
312:1575) y "Laboratorios Raffo" (Fallos 332:1503) en que es de la naturaleza de la tasa
que "su cobro corresponda a la concreta, efectiva e individualizada prestación de un
servicio referido a algo no menos individualizado (bien o acto) del contribuyente" (Fallos
234:663; 236:22; 251:222; 259:413; 325:1370; 329:792, entre otros).
4.2. Prestación potencial: aun sin excluir el recaudo anterior, se ha admitido que es
suficiente la organización y descripción del servicio, así como su ofrecimiento a los
eventuales contribuyentes, para que surja la exigibilidad del tributo. Basta con la real y
concreta posibilidad de que la actividad estatal se cumpla para que el cobro del tributo sea
legítimo, aun cuando el particular decida no utilizarlo, o aun llegue a rehusarlo. Quienes
sostienen esta tesis, afirman que es legítimo el cobro de la tasa desde el momento en que
el Fisco incurre en erogaciones para organizar la prestación de un servicio, el que estará
"siempre listo" para cuando surja su requerimiento por los particulares. En otras palabras,
no es imprescindible que el servicio se preste a un individuo en particular, basta con que
el Estado se encuentre adecuadamente preparado para su prestación efectiva (p. ej., la
creación de un cuerpo de bomberos o la existencia de una sala de primeros auxilios).
Para quienes adoptan esta posición, la exigencia inalterable de que se verifique una
efectiva prestación del servicio, transformaría en ilusoria la recaudación de ciertas tasas
cuya legitimidad es indudable. Es así que resultaría imposible cobrar a cada uno de los
vecinos el uso que haga del alumbrado público, pues dependería, entre otras cosas, del
horario en que el contribuyente recorra la ciudad. A este respecto, nuestra Corte Suprema
ha insistido en que "desde el momento en que el Estado organiza el servicio y lo pone a
disposición del particular, éste no puede rehusar su pago (de las tasas) aun cuando no
haga uso de aquél, o no tenga interés en él, ya que el servicio tiene en mira el interés
general" (Fallos 251:50 y 222; 312:1575; 323:3770; 326:4251; 332:1504, entre otros).
4.3. Divisibilidad del servicio: recordemos que una de las posibles clasificaciones de
los servicios estatales los distingue entre divisibles e indivisibles, según que su prestación
sea o no fraccionable en unidades atribuibles separadamente a los sujetos
destinatarios(71).
A partir de ello, si se tratara de tasas que requieren del elemento "individualización del
servicio", su divisibilidad es necesaria, dado que, si no puede fragmentarse en unidades
de uso o consumo, será imposible su particularización en persona alguna (p. ej., una tasa
por permiso de caza requiere de cazadores concretos). De otra manera, si la tasa
retribuyera servicios que no se prestan en forma estrictamente individualizada, el
elemento "divisibilidad" pasará a un plano secundario de relevancia (p. ej., la organización
de servicios de control del tránsito vehicular, las normas de estacionamiento y sentido de
las calles, etc.).
4.4. Obligatoriedad de los servicios: en principio, la actividad vinculante que retribuye
el pago de las tasas debe ser realizada gratuita y obligatoriamente por el Estado.
En este asunto, se ha discutido sobre cuáles son los servicios estatales que pueden ser
retribuidos mediante el cobro de tasas, pues para alguna doctrina, la actividad vinculante
que origina su pago debe ser siempre inherente a la soberanía estatal.
Para contestar tal interrogante, entendemos necesario recordar la división entre
servicios esenciales y no esenciales, que, como hemos dicho, no depende de que estos
hagan a la razón de ser del Estado, ni de que su prestación sea exclusiva e indelegable,
sino del grado de prioridad que para una determinada población llegan a adquirir.
Desde este punto de vista, hemos asignado el carácter de servicios esenciales a la
seguridad social, a la instrucción en sentido amplio y a la salud individual y general de la
comunidad. Al lado de estos servicios, se encuentran también aquellos de carácter
administrativo o jurisdiccional, particularizables en ciertos contribuyentes que los
requieren, así también como los relativos a servicios de organización y control; todos de
imprescindible cumplimiento en la actualidad (organización del tránsito, tareas de
desinfección, recolección de basura, etc.).
Los actuales Estados de derecho no pueden prescindir de suministrar obligatoria y
gratuitamente estos servicios. No obstante, ni la Constitución Nacional ni las leyes
fundamentales impiden que la gratuidad con que en principio debieran prestarse, pueda
ser alterada respecto de aquellos poseedores de capacidad contributiva que son
receptores en mayor o menor medida de ellos. Si así sucede y si con motivo de estos
cometidos estatales se benefician ciertas actividades, nada impide que la gratuidad se
altere y el Estado exija tasas, las que, en tales condiciones, aparecen como equitativas y
justas.
4.5. Prueba de la prestación: tradicionalmente, incumbe la carga de la prueba a quien
alega el hecho controvertido del que se trata. No obstante, la teoría dinámica en este
asunto impone que quien esté en mejores condiciones probatorias sea el obligado a
producirla.
En este sentido, alguna jurisprudencia ha sostenido que la carga de la prueba con
relación a la prestación del servicio correlativo a la tasa corresponde al contribuyente (SC
Buenos Aires, 22/3/1966, JA 1966-II, p. 528; "Banco Social de Córdoba c. Municipalidad
de Córdoba, Inconstitucionalidad", Diario Jurídico, nro. 316). Sin embargo, en "Llobet de
Delfino, María T. c. Provincia de Córdoba" y también en "Quilpe SA s/inconstitucionalidad"
(9/10/2012), la Corte Suprema ha afirmado que corresponde al Fisco reclamante la
prueba acerca de la efectividad de los servicios invocados (CS, 26/11/1969, LL 139-238, y
JA 5-1970, p. 565).
4.6. Destino del producido: algunos autores, como Valdés Costa, han afirmado que la
circunstancia de que el producto de la recaudación sea exclusivamente destinado al
servicio respectivo también es una característica de la tasa. Consideramos, sin embargo,
que cabe diferenciar a la tasa propiamente dicha, del destino que el Estado otorgue a lo
que por su intermedio se recaude. En efecto, una vez logrado el fin perseguido mediante
la tasa (la obtención del recurso), el tributo se agota en su contenido y cesa el aspecto
fiscal de la actividad financiera, ya que todo lo atinente al destino y administración del
recurso obtenido es materia de orden presupuestario y no tributario. A partir de ello,
coincidimos con Ferreiro Lapatza, para quien las tasas son tributos "cuyo producto debe
ser empleado para financiar los gastos del Estado en general, sin afectaciones
particulares"(72).
5. CARÁCTER DE LOS SERVICIOS RETRIBUIDOS. NUESTRA OPINIÓN : sabido es que este
tópico es uno de los más discutidos por los especialistas de la materia fiscal. Como
dijimos, es esencial para la validez de las tasas que la obligación del contribuyente surja
como consecuencia de una actividad prestada por el Estado, que de alguna manera
afecte o concierna a dicho contribuyente en sus bienes o en sus actos.
Acordado ello, es respecto del alcance del servicio por el cual el Estado se considera
con derecho a percibir tasas donde se han presentado profundas discrepancias.
Así, conforme a la tesis restringida (o de la prestación individualizada), solo darían
derecho al cobro aquellas tasas en las que el administrado queda particularmente
alcanzado por el servicio.
Como ocurre con el tributo que grava la inscripción en los registros (p. ej., de
inmuebles), la recepción de un documento de identidad, los servicios de inspección y
protección sanitaria, etcétera.
Bien distinto es el enfoque de la tesis amplia, que parte del supuesto de que los
servicios públicos benefician a toda la comunidad sobre la cual se ejerce la jurisdicción,
en la cual se encuentran incluidos los obligados al pago de ciertas tasas. No hay
aquí particularización estricta, pero los obligados son aquellos a los que dichos servicios
atañen, afectan o benefician en mayor medida, porque gracias a su prestación ejercen
actividades que les reportan ingresos. Se trata aquí en general de servicios como los de
seguridad, salubridad e higiene, que no se encuentran estrictamente "particularizados",
pero cuyo cobro, como consecuencia del poder fiscal del que están dotados los distintos
niveles del Estado (y especialmente el municipal), resulta equitativo y adecuado.
Vinculado a ello, enseña Giuliani Fonrouge que "los servicios del Estado se organizan en
función del interés público, y no del particular; cuando se inspeccionan comercios,
establecimientos fabriles, o que desarrollan tareas peligrosas o insalubres, se atiende a
circunstancias de seguridad colectiva, de salud pública, de higiene del trabajo. Cuando se
organizan servicios de alumbrado, limpieza de calles, aguas corrientes y desagües, se
tiene en mira el interés de la colectividad" (Derecho financiero, 6a ed. actualizada por
Susana Navarrine y Rubén Asorey, Depalma, Buenos Aires, 2000, t. II, p. 1063).
Esta segunda posición (amplia) ha seguido los lineamientos ya elaborados por
Marienhoff cuando, para poder establecer con precisión la naturaleza de la relación que
se crea entre el usuario de un servicio público y el Estado prestador, distingue los
servicios públicos uti universi de los uti singuli. Así, considera el referido autor que,
tratándose de servicios públicos uti universi, la relación usuario-Estado es meramente
"legal" y no contractual, desde que el usuario efectivo es "cualquiera del pueblo", una
persona indeterminada. De este modo, el verdadero usuario no es el individuo sino la
comunidad. Sirvan de ejemplo la policía de seguridad o la inspección de bromatología.
En respaldo de esta tesis, se ha dicho que "cuando el servicio que deba realizar el
Estado ha sido instituido en ventaja o utilidad del particular, el mismo debe ser
concretamente prestado a quien lo paga, pues la contribución del último recibe su causa
en el beneficio recibido; pero la situación difiere cuando el servicio ha sido instituido con
finalidades de interés general, teniendo en mira la colectividad, pues entonces la tasa
debe pagarse en tanto se lleve a cabo la actividad administrativa prevista por la ley"
(TFiscal La Plata, 26/12/1956, LL 89-434).
Nos ha convencido esta postura doctrinal, especialmente en materia de municipios, que
emplean asiduamente la tasa al comercio, la industria y las empresas de servicios,
integrando su hecho imponible con actividades estatales no particularizables según la
tesis restringida, pero que efectivamente tienen a su cargo por mandato de las
constituciones provinciales y leyes orgánicas municipales.
Pensamos así que estos servicios, que se describen con una cierta vaguedad, en la
medida en que efectivamente se cumplan, pueden generar válidamente el tributo tasa,
pues no deben considerarse en forma aislada, sino conjuntamente.
En el caso de los municipios, donde el problema es inusitadamente grave en virtud del
vaciamiento de materias imponibles por el ente central y los entes federados, el objeto de
las actividades que describen estas tasas consiste en hacer lo necesario para lograr que
las actividades lucrativas ejecutadas dentro de su ejido lo sean en forma ordenada,
pacífica y segura. Con tal finalidad, el municipio controla el estado de los locales
comerciales, profesionales, industriales y de servicios en general, coordina el transporte,
ordena el tránsito, numera las calles, da circulación en uno u otro sentido, regula el
estacionamiento, dispone que los automotores particulares no entren en el microcentro,
impide que ciertas actividades insalubres, malolientes o contaminantes se instalen en un
cierto radio molestando a comercios o a profesionales (como podría ser un peladero de
pollos, un taller mecánico o un club de equitación), etcétera.
La conclusión de esta teoría es que siempre que se preste efectivamente un servicio,
puede dar lugar a la tasa, aunque no se particularice en una persona determinada, y en
tanto los habitantes realicen actividades que serían imposibles, dificultosas o simplemente
no rentables de no contarse con esos servicios básicos.
6. GRADUACIÓN DE LA TASA: la cuestión que aquí se discute consiste en la selección de
los elementos o criterios que deben tenerse por válidos para establecer que los montos
que los contribuyentes deben pagar en concepto de tasa sean justos y equitativos.
Veamos cuáles son los criterios sustentados sobre el punto:
6.1. Según el valor de la ventaja: una parte de la doctrina (Seligman, Laferrière,
Waline, Mehl, Van Houtte) sostiene que la tasa debe ser graduada según el valor de la
ventaja que por el servicio obtiene el obligado. Sin embargo, entre sus sostenedores no
hay unanimidad en cuanto al verdadero significado de tal ventaja. Para algunos, como
Seligman, el único criterio aceptable para graduar la tasa es la ventaja subjetiva que el
servicio brinda a quien reclama su prestación, no teniendo mayor incidencia el costo de
producción. Se pone el ejemplo de ciertos servicios (como el de autenticación) que poco
cuestan al Estado y en los que solo el provecho obtenido por el contribuyente puede servir
de medida para establecer la cuantía. Otros autores, como Pugliese, rechazan esta idea y
sostienen que el quantum de la tasa debe ser determinado por la ventaja objetiva
consistente en la utilidad que presuntamente considera el Estado que proporciona a los
contribuyentes el servicio por el que pagan la tasa. La ventaja que obtenga el particular
con el tributo puede ser un elemento a tener en cuenta para fijar su monto, pero como
aquella no es una característica esencial de la tasa no será útil en todos los casos,
perdiendo validez general. Tampoco es admisible sostener que, en caso de real obtención
de provecho, este sea el único criterio valorable para fijar la cuantía. Por último, se debe
también tener en cuenta lo dificultoso que es traducir a cifras el rédito objetivo y subjetivo
que proporciona el servicio.
6.2. Según el costo del servicio: otras teorías sostienen que la tasa debe graduarse
por el costo del servicio en relación con cada contribuyente. Su primer expositor fue el
alemán Rau, a quien siguieron otros prestigiosos autores como De Viti de Marco y
Tangorra. Ellos parten del supuesto de que la tasa es una compensación especial que
paga un contribuyente por un servicio particular que el Estado le dispensa, y esa
compensación debe restituir total o parcialmente el costo de producción. Según estos
teóricos, el total recaudado en virtud de una tasa no puede exceder el costo total (o al
menos parcial) de lo que demanda dicho servicio al Estado.
Si volvemos atrás y examinamos las posturas que actualmente predominan en cuanto
a la naturaleza de los servicios que dan lugar a la tasa, podemos advertir cuán lejos de
ellas está la posición analizada. Además, tanto el costo total como el parcial resultan
soluciones de dificultosa sino imposible aplicación, ya que los autores no dan una
explicación cierta y científica respecto del método para determinar ese costo total o parcial
y la forma de distribución entre los contribuyentes. No obstante, esta posición fue la que
en algún momento adoptó la Corte Suprema de Justicia de la Nación, llegando a sostener
que es de la "naturaleza de la tasa tener relación con el costo del servicio" (Fallos 201:545
y 234:663). Sin embargo, ante las críticas adversas hubo de reconocer que la relación
entre tasa y costo era aproximada, aclarando que "es imposible fijar con exactitud ese
costo individual del agua consumida, de la evacuación cloacal, de la basura recogida en el
interior de las propiedades o en las calles fronteras, de la luz que éstas reciben, de la
inspección de policía higiénica o de seguridad, etc., y por eso, para todos esos servicios
se fijan contribuciones aproximadas, equitativas, que pueden dejar superávit en unos
casos y déficit en otros, estableciéndose compensaciones en los cálculos hacendarios
más o menos acertados pero que los jueces no pueden revisar, siempre que dicho monto
no resulte extorsivo ni absorbente del bien o de su renta en forma tal que se lo pueda
calificar de confiscatorio en los términos del art. 17 de la Const. nacional" (Fallos
192:139).
Queda, como saldo de esta postura jurisprudencial, que la relación costo-importe no
puede ser una igualdad matemática o equivalencia estricta, sino que debe existir
una razonable, prudente y discreta proporcionalidad entre ambos términos(73).
6.3. Según la capacidad contributiva: una tercera tesis, surgida también de la
jurisprudencia nacional, sostiene que aun sin prescindir de la relación de la tasa con el
costo del servicio prestado, puede también ser graduada conforme a la capacidad
contributiva del obligado.
En el caso "Banco de la Nación Argentina c. Municipalidad de San Rafael", la Corte
Suprema dijo que "no se ha considerado injusto y se ha tenido más bien como equitativo y
aceptable que para la fijación de la cuantía de la tasa retributiva de los servicios públicos
se tome en cuenta, no sólo el costo efectivo de ellos con relación a cada contribuyente,
sino también la capacidad contributiva de los mismos representada por el valor del
inmueble o el de su renta, a fin de cobrar a los menos capacitados una contribución
menor que la requerida a los de mayor capacidad, equilibrando de ese modo el costo total
del servicio público" (Fallos 234:663).
Como hace notar Giuliani Fonrouge, a partir de este fallo una serie ininterrumpida de
decisiones judiciales admite graduar la tasa según la productividad económica de la
explotación que determina y soporta el servicio, la entidad económica de la actividad o del
bien a propósito de los cuales se presta el servicio, la capacidad económica del
contribuyente, o la capacidad contributiva representada por el inmueble afectado o el de
su renta; todas variantes terminológicas que traducen el mismo concepto.
A partir de lo hasta aquí dicho, no es difícil advertir —como bien ha apuntado Giuliani
Fonrouge— cuán lejos estamos de las primitivas interpretaciones sobre este tema, y que,
si bien sigue aludiéndose a la relación de la tasa con el costo del servicio prestado, se
trata de una fórmula relativa y que debe entenderse siempre ceñida a lo razonable. En
realidad, solo se atiende a la existencia de un servicio organizado o creado por el ente
administrativo (no a la efectividad de su prestación y, menos aún, a favor del sujeto de la
prestación), y a que no resulten vulnerados los principios de igualdad, entendido lato
sensu, y de respeto a la propiedad privada (confiscación), que a esto se reduce la referida
exigencia de razonabilidad del tributo(74).
Estos conceptos también han sido sostenidos por García Belsunce (75) y, dada la
evolución de los hechos y del derecho, no podemos sino adherirnos a ellos.
Lo cierto es que, es bueno insistir, la tesis de la proporción entre el costo del servicio y
el monto del tributo tasa debe ser atemperada bajo las nociones de razonabilidad y
prudencia, conceptos quizá vagos, pero que otorgan a los jueces la posibilidad de no
convalidar tributos en general (y entre ellos, la tasa) que no se atengan a tales
parámetros.
6.4. Según la cuantía global: una cuarta tesis, expuesta por Martín(76), consiste en
considerar no solo la capacidad contributiva del contribuyente sino, además, que el monto
total de lo recaudado por la tasa guarde una razonable y discreta relación con el costo
total del servicio público efectivamente prestado. Conforme a este criterio, si la
recaudación total o cuantía global de la tasa excede más allá de lo discreto y razonable, el
costo del servicio elegido como causa de la tributación, más la proporción que
corresponda asignarle en los costos indirectos del organismo estatal, el contribuyente
obligado podrá oponer la defensa de falta parcial de causa.
En realidad, esta postura es una mixtura de los criterios de capacidad contributiva y de
la relación entre recaudación lograda mediante la tasa y su relación con el costo total del
servicio prestado dentro del cual se incluyen los costos indirectos del organismo estatal.
6.5. Nuestro criterio: por nuestra parte, descartadas las teorías de la "ventaja" y de la
"proporción exacta entre el monto del tributo y costo del servicio" con referencia a las
tasas municipales, hemos sostenido que dicha contribución está legítimamente graduada
si es prudente y razonable y si con lo que se recauda por el conjunto de los ingresos se
cubren adecuadamente los servicios que debe prestar la jurisdicción de la que se trate,
vinculándolos a tasas y dentro de un presupuesto equilibrado(77).
Desde el derecho positivo, es dable reconocer que el legislador no ha entrado en tantas
disquisiciones teóricas y ha optado más bien por estructurar el sistema de tasas sobre
una base totalmente pragmática, configurando la graduación de la cuantía como una
opción política que queda librada a su prudencia, en tanto no afecte derechos
constitucionales. Ello al punto que uno de los métodos de graduación más frecuentes
difícilmente cumpla con alguno de los criterios expuestos, tal el de la adopción del ingreso
bruto como base imponible de ciertas tasas; y que, no obstante, no ha recibido serias
objeciones del Poder Judicial, que lo ha convalidado.
7. DIFERENCIAS ESENCIALES CON LAS DEMÁS ESPECIES TRIBUTARIAS Y CON EL PRECIO: la
diferencia más obvia de la tasa con el impuesto consiste en que la primera integra su
hecho imponible con una actividad estatal, circunstancia que no se da en este, que es
percibido con prescindencia de todo accionar concreto del Estado.
En cuanto a la contribución especial, la tasa requiere una actividad particularizada en el
obligado (servicios uti singuli) o que de alguna manera le ataña, a la vez que beneficia a la
colectividad (servicios uti universi). En cambio, la contribución especial requiere de una
actividad o gasto estatal que repercuta beneficiosamente en el patrimonio o la renta de
una persona determinada.
Por otro lado, la tasa es el tributo más cercano a los ingresos de derecho privado
denominados precios, y su distinción constituye un intrincado problema.
Tal discriminación no encierra solamente una cuestión teórica, sino que, al contrario, la
adscripción de un ingreso en una u otra categoría constituye una premisa necesaria para
resolver varias cuestiones prácticas, por ejemplo, respecto del principio solve et repete,
que se aplica a tributos, pero no a precios. También hay distinta competencia en los
órganos judiciales o administrativos que resolverán las controversias, así como en la vía
de ejecución para el caso de incumplimiento.
Este difícil problema ha originado diversas teorías que han arriesgado un elemento de
distinción, entre las que mencionamos a continuación.
a) Algunos teóricos sostienen que hay precio cuando la prestación del servicio deja
margen de utilidad, y tasas cuando el producto se limita a cubrir el costo del servicio
(Einaudi y Cammeo).
b) Otro criterio sostiene que cuando el Estado presta el servicio en condiciones de libre
competencia, nos hallamos ante un precio, y que, cuando lo hace en condiciones
monopólicas, debemos hablar de tasas (Duverger).
c) Según una tercera posición, el carácter de tasa o de precio debe deducirse
esencialmente del modo en que la relación aparezca legalmente disciplinada, teniendo en
cuenta sobre todo su desenvolvimiento histórico. Así, se sostiene que, según el régimen
jurídico que se haya adoptado para regular determinada relación, se desprenderá si esta
ha sido configurada con arreglo al esquema del contrato (precio) o de una obligación
emanada no de la voluntad de las partes sino directamente de la ley (tasas). En esta
posición se hallan Giannini, Giuliani Fonrouge y Ataliba, entre otros.
d) Un último criterio diferencia tasa de precio, afirmando que la ejecución de
actividades inherentes a la soberanía solo puede dar lugar a tasas, y que todos los otros
montos que el Estado exija como contraprestación de un bien, la concesión de un uso o
goce, la ejecución de una obra o la prestación de un servicio no inherente, origina un
precio, que podrá ser un precio público, pero que no es tasa. Para esta concepción, las
sumas de dinero que se exigen, por ejemplo, con motivo de servicios postales,
telegráficos, telefónicos y de comunicaciones en general, de utilización de transportes
estatizados, de provisión de electricidad y energía, de provisión de gas natural, de agua
corriente y servicios cloacales, de aportes de alumnos en centros de estudio estatales,
etc., no son otra cosa que precios públicos.
Creemos que, desde un punto de vista teórico, tasa y precio tienen características
propias esenciales e indiscutibles. El precio es un ingreso no tributario, cuya fuente
jurídica radica en el acuerdo de voluntades entre el Estado prestador del servicio y el
usuario que paga por ese servicio. La tasa es una de las especies del género tributo y,
como tal, halla su fuente jurídica en la voluntad unilateral y coactiva del Estado, que
impone al contribuyente el pago de una determinada suma por la realización de una
actividad o la prestación de un servicio con relación a ese contribuyente.
Las características jurídicas mencionadas son terminantes y parecieran no dar margen
a mayores dudas para diferenciar tasa de precio.
Sin embargo, lo que en teoría parece tan claro se oscurece cuando entramos en la
aplicación práctica. Allí encontramos dificultades para discernir si una determinada
prestación que se debe al Estado por la recepción de un servicio constituye una tasa o un
precio. Esta dificultad aflora en forma particularmente intensa en el caso de los servicios
monopolizados por el Estado que resultan imprescindibles a los ciudadanos para vivir con
un mínimo de decoro, o cuya demanda está impuesta por disposiciones legales (p. ej.,
provisión de electricidad, gas o agua corriente, servicios que en muchos casos no están
privatizados). En estos supuestos, el elemento voluntariedad, que constituiría la fuente de
la obligación —en la hipótesis de tratarse de un precio—, se desdibuja casi totalmente por
la circunstancia de que la demanda del servicio constituye algo ineludible para el
ciudadano; por otro lado, este carece de la posibilidad de incidir en la fijación de las
condiciones económicas del contrato (que sería un típico contrato de adhesión). Ello hace
difícil identificar en la especie la existencia de un acuerdo de voluntades(78).
Por lo que pareciera que la cuestión depende en definitiva de la elección política del
legislador y del régimen que se haya decidido adoptar en cada país y en cada época. En
la Argentina, la alternativa entre tasa y precio no está condicionada por la Constitución
Nacional ni, en general, por conceptos o calificaciones previas que no pasan de ser
meritorias posiciones teórico-didácticas, pero que en muchas oportunidades chocan con
los regímenes legales. Ello no obsta a la obvia afirmación de que se trata de dos institutos
diametralmente diferentes.
La tasa incorpora una obligación ex lege de derecho público; el precio, una
obligación ex contractu, normalmente de derecho privado.
Pero no resulta suficiente decir que tasa y precio solo se pueden diferenciar
examinando el régimen jurídico al que está sometido cada pago que se haga, sino que se
trata precisamente de lo contrario. Tasa y precio son dos figuras jurídicas, dos técnicas,
dos instituciones que incorporan un régimen jurídico diferente. El legislador, a la hora de
elegir entre tasa y precio, debe tener presente el sustrato jurídico que tal elección
predetermina y, en virtud del régimen que desee establecer (ya sea el de la obligación ex
lege o el de la obligación ex contractu) y fundamentalmente con base en las
condicionantes constitucionales a las que está sometido el establecimiento de un tributo,
deberá efectuar su opción. Así, la elección del tributo implica privilegios para la
Administración (v.gr., posibilidad de ejecución mediante vía de apremio especial, crédito
preferente, facultades probatorias especiales) y, como contrapartida, la intervención del
Poder Legislativo (que establece el tributo y los controles propios de su aplicación). El
precio carece, para su cobro, de los privilegios recién mencionados, pero se libra de los a
veces abundantes pasos burocráticos. No obstante, las consideraciones realizadas (que
supeditan la diferencia a la elección política del legislador) no pueden enervar el principio
básico de que los precios, a diferencia de las tasas y de las otras especies tributarias,
hallan su fuente jurídica en el acuerdo de voluntades entre el Estado prestador del
servicio y el usuario o receptor de este. Y tampoco pueden llegar a invalidar la conclusión
de que el elemento de distinción esencial entre la tasa y el precio es su diferente fuente
jurídica: la voluntad unilateral y coactiva del Estado, en el primer supuesto, y el acuerdo
de voluntades, en el segundo.
Aun en el caso de contratos de adhesión, su celebración no significa que no exista
acuerdo de voluntades, el cual se manifiesta en la libertad del potencial usuario de
contratar o no la prestación del servicio.
El problema se plantea, sin embargo, en el caso de aquellos servicios que resultan
esenciales para el individuo, de los cuales no puede prescindir para vivir con un mínimo
de decoro y que, además, están monopolizados por el Estado. En ellos sí el elemento
voluntariedad desaparece total o casi totalmente por la circunstancia de que la demanda
del servicio constituye algo ineludible.
No obstante, la constatación de esta realidad no debe llevarnos a concluir que existen
precios cuya fuente jurídica no es el acuerdo de voluntades, sino la voluntad unilateral y
coactiva del Estado, ya que ello constituiría una contradicción conceptual.
En todo caso, si efectivamente no existe libertad para decidir la utilización o no del
servicio monopolizado —sea que esa falta de libertad responda a circunstancias de hecho
ineludibles, y más aún si responde a una imposición legal—, debemos analizar si
realmente nos hallamos ante un precio o si, por el contrario, no estamos ante un
verdadero tributo disimulado bajo la apariencia formal de un precio, el cual podrá ser una
tasa, un impuesto o aún una contribución especial; su naturaleza dependerá de los demás
elementos que caractericen la prestación del particular y el servicio o actividad que realice
el Estado.
Podemos agregar que si se trata de los cometidos esenciales del Estado (funciones
públicas, servicios esenciales), los servicios correlativos deberían ser prestados
gratuitamente a quienes los requieran o necesiten. Si el legislador altera la gratuidad y,
sobre la base de su poder fiscal, resuelve cobrar tasas a los receptores o a los
alcanzados de alguna manera por los servicios, queda automáticamente borrado el
esquema contractual de los precios públicos. En este supuesto, ya no se trata de
convenciones, sino de ejercicio del poder que justifica la imposición de tributos.
I. POTESTAD TRIBUTARIA
1. INTRODUCCIÓN: es la facultad que tiene el Estado de crear, modificar o suprimir
unilateralmente tributos. La creación obliga al pago por las personas sometidas a su
competencia e implica, por tanto, la facultad de generar normas mediante las cuales el
Estado puede compeler a las personas para que le entreguen una porción de sus rentas o
patrimonios para atender las necesidades públicas.
2. CUESTIONES SEMÁNTICAS: con relación al concepto sobre la facultad estatal que
acabamos de delinear, en general no hay disenso. Los problemas se suscitan cuando se
trata de delimitar el alcance que tiene la utilización por el Estado de esta facultad.
Las primeras discordias comienzan con la denominación. En algunos casos se trata de
una simple cuestión de palabras que pueden satisfacer más que otras a algunos autores.
En otros supuestos, y a partir de la irrupción de las corrientes dinámicas o funcionales, la
terminología puede estar significando concepciones diferentes. Así, algunas de las
locuciones más utilizadas son las siguientes: "poder de imposición" (Ingrosso,
Blumenstein), "supremacía tributaria" (Berliri), "poder impositivo" (Bielsa), "poder
tributario" (Hensel), "poder fiscal" (Jarach), "potestad de imposición" (Micheli), "potestad
tributaria" (Alessi) y "soberanía impositiva" (Kruse).
No obstante, todos los autores mencionados admiten que esta facultad estatal es
legislativa y se refiere básicamente a la génesis del tributo.
El problema se planteó cuando los teóricos dinámicos o funcionales comenzaron a
sostener que la potestad tributaria se ejercía en el momento genésico del tributo (sobre lo
cual a nadie cabe duda), pero se continuaba ejercitando cuando la administración ponía
en marcha el procedimiento dirigido al cobro del tributo. Tal lo sostenido por Micheli,
Alessi, Fedele, Maffezzoni y los seguidores reclutados en los claustros españoles.
Es conveniente advertir que cuando algún publicista enrolado en estas corrientes
refiere a la potestad tributaria o poder tributario, puede estar queriendo referirse a todo el
procedimiento que implica el tributo, desde su nacimiento hasta su cobro, teoría que en su
momento calificamos de errónea.
En definitiva, entendemos que la denominación más apropiada es la de potestad
tributaria, sin perjuicio de explicar más adelante la diferencia de este concepto con el
de poder tributario.
3. CARACTERIZACIÓN: por un lado, la potestad tributaria significa supremacía y, por otro,
sujeción. Es decir, hay un ente que se coloca en un plano superior y, frente a él, una
masa de individuos ubicada en un plano inferior. No existen deberes concretos
correlativos a la potestad tributaria abstractamente considerada, sino un status de
sujeción por parte de quienes están bajo su ámbito. El despliegue de la potestad tributaria
significa emanación de normas jurídicas con base en las cuales se instituyen las
contribuciones coactivas, llamadas tributos.
Desde el punto de vista jurídico, el ejercicio de la potestad tributaria no reconoce más
límites que los que derivan de los preceptos constitucionales. Este ejercicio implica que
quedarán obligados a pagar tributos aquellos respecto de los cuales se materialice el
presupuesto de hecho establecido por las leyes a dictarse.
En consecuencia, la concreción de la obligación tributaria, o sea, su constitución a
cargo de sujetos determinados, se producirá solamente si ellos quedan encuadrados en
los presupuestos de hecho previstos por las normas legales.
Si así sucede, el Estado se convierte en el titular de un derecho subjetivo tributario y
frente a él tendrá obligados a dar, a hacer o a no hacer. Mientras ello no ocurra y la
potestad tributaria se mantenga como mera facultad, el Estado solo tendrá frente a sí a la
comunidad, es decir, a un conglomerado de sujetos indeterminados.
4. LÍMITES: en su origen el tributo significó violencia del Estado frente al particular, y aún
siguió teniendo ese carácter cuando su aprobación quedó confiada a los "consejos del
reino", "representaciones corporativas", e incluso a las "asambleas populares". No podía
hablarse de "garantías" de los súbditos cuando la aprobación se otorgaba en forma
genérica y sin normas fijas destinadas a regular los casos individuales.
Un cambio fundamental se produce cuando aparece el principio de legalidad como
límite formal a la potestad tributaria. De tal manera, el poder tributario se convierte en la
facultad de dictar normas jurídicas que crean tributos y posibilitan su cobro.
Esta garantía formal se completa cuando aparecen las garantías materiales, que son la
capacidad contributiva, la generalidad, la igualdad, la proporcionalidad, la equidad, la no
confiscatoriedad y la razonabilidad, y que constituyen límites en cuanto al contenido de la
norma tributaria.
Hay otros límites que completan el estatuto de garantías del contribuyente, y que son el
control jurisdiccional, la seguridad jurídica y la libertad de circulación territorial.
4.1. Principio de legalidad como límite formal: en la historia constitucional, a partir
de la Carta Magna inglesa de 1215, la reivindicación del poder parlamentario para
consentir los tributos fue uno de los principales motivos de lucha contra el poderío
absoluto de los monarcas. En efecto, en la historia del consentimiento del impuesto por el
pueblo, se encuentran las causas de la historia política de Inglaterra, puesto que las
luchas entre los reyes y los parlamentos por la abolición unos y por la exigencia otros, del
principio de legalidad, marca una de las más notables y largas etapas de los
acontecimientos histórico-políticos de esa Nación, dando origen a la reafirmación del
principio a través del Act of Appropiation (1626), la Petition of Rights (1628) y el Bill of
Rights (1688).
Por otra parte, una de las bases fundamentales de los modernos Estados europeos
surgidos en el siglo XIX fue la exigencia de la venia en la representación popular para la
imposición, enunciada en el aforismo not taxation without representation.
4.1.1. Caracterización e importancia: el principio de legalidad es un principio
fundamental del derecho tributario, sintetizado en el aforismo no hay tributo sin ley que lo
establezca, inspirado en el tan conocido del derecho penal nullum crimen, nulla pœna
sine lege.
El mismo implica que todo tributo sea sancionado por una ley, entendida esta como la
disposición que emana del órgano constitucional que tiene la potestad legislativa
conforme a los procedimientos establecidos por la Constitución para la sanción de las
leyes y encuentra su fundamento en la necesidad de proteger a los contribuyentes en su
derecho de propiedad. Los tributos importan restricciones a ese derecho, ya que en virtud
de ellos se sustrae, a favor del Estado, algo del patrimonio de los particulares. De allí que,
en el Estado de derecho, esto no sea legítimo si no se obtiene por decisión de los órganos
representativos de la soberanía popular.
El principio ha acumulado las mayores adhesiones de la doctrina y los derechos
positivos, y ha sido calificado como el principio común del derecho constitucional
tributario, merced a su recepción expresa o implícita en las constituciones. Sobre este
punto se explayan con solvencia, entre otros, Valdés Costa y Casás(128).
Al respecto, Neumark considera que el establecimiento de tal postulado no constituye
ya una necesidad para las democracias modernas, porque el principio de legalidad se ha
convertido en algo totalmente natural en ellas (129). Pensamos, al contrario, que el principio
debe ser reafirmado y enfatizado, porque a pesar de su constante proclamación es
eludido de manera continua por los gobiernos a través de artilugios varios.
La Corte Suprema de la Nación ha dicho que la facultad atribuida a los representantes
del pueblo para crear los tributos necesarios para la existencia del Estado es la más
esencial en el régimen representativo republicano del gobierno (Fallos 182:411), y que el
cobro de un impuesto sin ley que lo autorice es un despojo que viola el derecho de
propiedad (Fallos 184:542).
4.1.2. Fundamento normativo: en la Constitución argentina el principio de legalidad
deriva del art. 17, que garantiza la propiedad como inviolable y regula que el Congreso
puede imponer las contribuciones que se expresan en el art. 4º. Además, el art. 19
establece de modo general que ningún habitante de la Nación está obligado a hacer lo
que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.
4.1.3. Alcance y límites: no obstante, si bien es cierto que sobre la vigencia del
principio hay general acuerdo doctrinal, se mantiene el disenso sobre su alcance.
Tratadistas italianos y españoles opinan que la ley es solo la base sobre la cual se
ejerce la potestad tributaria, bastando con que aquella establezca algunos "principios
fundamentales", siendo luego "integrada" por el Poder Ejecutivo mediante delegación de
facultades(130). Sin embargo, adviértase que estos autores se apegan a sus respectivas
constituciones que, quizá, puedan fundamentar sus teorías. Pero en nuestro país y en
todos aquellos que preservan íntegramente el principio de legalidad y el amplio contenido
que debe tener en general, tales ideas deben ser desechadas.
Estas tesis son peligrosas, porque admiten las excesivas delegaciones. El principio de
legalidad no puede significar que la ley se circunscriba a proporcionar "directivas
generales" de tributación, y que los elementos básicos del tributo sean delegados para su
regulación por el Poder Ejecutivo.
Conforme a nuestra realidad constitucional, en la Argentina la ley debe contener por lo
menos los elementos básicos y estructurantes del tributo, que son: a) configuración del
hecho imponible; b) la atribución del crédito tributario a un sujeto activo determinado; c) la
indicación del sujeto pasivo; d) los elementos necesarios para la fijación del quantum, es
decir, base imponible y alícuota; y e) las exenciones neutralizadoras de los efectos del
hecho imponible.
También corresponde que surja de la ley la configuración de infracciones tributarias y la
imposición de sanciones, así como el procedimiento de determinación.
Dicho ello, corresponde agregar algunas precisiones trascendentales sobre el alcance
de este principio:
- Rige para todos los tributos por igual, es decir, impuestos, tasas y contribuciones
especiales. Se formula la aclaración porque alguna vez se puso en duda que la tasa
necesitase ley previa.
- Los decretos reglamentarios dictados por el Poder Ejecutivo no pueden crear tributos
ni alterar sus aspectos estructurantes, ya que ello sería ir más allá del espíritu de la
ley y violar el principio de legalidad. Por supuesto, tampoco puede hacerlo el órgano
fiscal (AFIP, direcciones generales de rentas o de recursos, provinciales y
municipales) mediante resoluciones generales o interpretativas, las que una vez
publicadas, toman la fuerza legal de verdaderos reglamentos que muchas veces
deforman (obviamente, a favor del Fisco) el contenido sustancial de la ley.
- Ni el Poder Ejecutivo mediante decretos, ni el órgano fiscal mediante resoluciones
generales o interpretativas, pueden delinear aspectos estructurantes del tributo, aun
cuando haya delegación legal. Ello porque la Constitución Nacional establece de
forma expresa el principio de legalidad y no contempla excepciones a él por vía de
delegación. Si la Constitución no lo autoriza, la atribución legislativa es —en teoría—
indelegable.
Sin embargo, conforme a lo dispuesto por el art. 76 de la CN puede delegar facultades
impositivas, como, por ejemplo, lo ha hecho mediante la ley 25.413, llamada de
competitividad. Así ha creado el impuesto sobre los créditos y débitos bancarios,
delegando en el Poder Ejecutivo nacional la facultad de determinar el alcance definitivo
del tributo, eximir algunas actividades y disponer que constituya un pago a cuenta del
impuesto a las ganancias y al valor agregado del titular de la cuenta o, en su caso, del
régimen de monotributo. De más está decir que, vía decreto reglamentario, el Poder
Ejecutivo ha regulado el impuesto a su antojo, saliéndose repetidamente del marco dado
por la ley. Es muy discutible la legalidad de este anómalo proceso legislativo-ejecutivo.
En la Argentina, la reforma constitucional de 1994 en su art. 99, inc. 3º, incorporó la
expresa prohibición para el Poder Ejecutivo de emitir disposiciones de carácter legislativo
"en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable". Sin embargo, y desdibujando
en parte la prohibición, el siguiente párrafo del inciso lo autoriza a dictar decretos por
razones de necesidad y urgencia, tan frecuentes en nuestra historia.
Sin volver al análisis de este instituto, debemos destacar el acierto de los
constituyentes al excluir de tal posibilidad las normas que regulan la materia tributaria,
entre otras.
Pero, hecha la ley, hecha la trampa. En una anterior administración se dictaron
decretos-leyes de contenido tributario, con el peregrino e infundado argumento de que la
prohibición constitucional solo se refiere al derecho tributario sustancial.
Quizá la más trascendente modificación constitucional en materia de reserva legal ha
sido la de prohibir en forma expresa la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo, salvo
en materias determinadas de administración o de emergencia pública, con plazo fijado
para su ejercicio y dentro de las bases que el Congreso establezca (art. 76). Conforme a
la realidad política e institucional de la Argentina, que muestra un amplio ejercicio
legisferante por parte del Poder Ejecutivo avalado en muchos casos por una reiterada
invocación al "estado de emergencia", aparece como oportuna dicha prohibición. Pero,
como acabamos de decir, bastó con la inserción de la cláusula, para que se hiciera un uso
abusivo de ella.
4.2. Límites materiales. Capacidad contributiva: acordado que el límite formal de la
potestad tributaria deriva de su concreción en preceptos legislativos (principio de
legalidad), estudiamos ahora el contenido de justicia que figura entre los límites
materiales.
4.2.1. Noción y concepto: la capacidad contributiva (ability to pay para los
anglosajones) consiste en la aptitud económica de los miembros de la comunidad para
contribuir a la cobertura de los gastos públicos.
Con mayor rigor, nos parece correcto el concepto de Sáinz de Bujanda, según el cual la
capacidad contributiva supone en el sujeto tributario la titularidad de un patrimonio o de
una renta, aptos en cantidad y en calidad para hacer frente al pago del impuesto, una vez
cubiertos los gastos vitales e ineludibles del sujeto(131).
En una línea de pensamiento semejante, García Belsunce la define como la diferencia
entre la renta bruta del contribuyente y la suma que resulta de adicionar, a las
erogaciones indispensables para su consumo, un adecuado porcentaje para su ahorro y
capitalización(132).
Se trata de un principio que goza de general consenso. Muchos están convencidos de
que los valores de justicia y equidad son razonablemente cubiertos cuando se establece
la posibilidad del pago público por los miembros de la comunidad según su mayor o
menor riqueza.
4.2.2. Antecedentes: los de mayor relevancia derivan de la Declaración Francesa de
Derechos de 1789 y la Constitución de 1791, que establecían este principio en forma
expresa. Sin embargo, su origen fue anterior, y su evolución condujo a su consagración
constitucional en la gran mayoría de los Estados de derecho(133).
4.2.3. Países que adhieren a este principio: numerosos países han incluido la
capacidad contributiva como principio de imposición en los textos constitucionales. El art.
31.1 de la Constitución española dice: "Todos contribuirán al sostenimiento de los gastos
públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema tributario justo
inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá
alcance confiscatorio". El art. 53 de la Constitución italiana preceptúa que "todos son
obligados a concurrir a los gastos en razón de su capacidad contributiva". También lo
encontramos de forma expresa consagrado en las constituciones de Grecia, Albania,
Venezuela, Ecuador, Turquía, Santo Domingo, Jordania, Bulgaria, Marruecos, Somalía,
entre otras.
Otras cartas constitucionales no son igual de explícitas, pero puede colegirse que
implícitamente adoptan el principio, ya que contienen un amplio repertorio de limitaciones
al poder tributario y de pautas para que la normativa se ajuste al postulado de la
contribución según la capacidad de pago.
4.2.4. El principio en la Argentina: en cuanto a nuestro país, si bien la Constitución no
lo menciona expresamente, pensamos que la debida interpretación de sus cláusulas
permite afirmar su inclusión implícita.
Tenemos la igualdad fiscal surgida de la fórmula la igualdad es la base del
impuesto (art. 16, in fine), aplicación específica de la igualdad general derivada del párr.
2º del mismo artículo, que establece que todos sus habitantes son iguales ante la ley.
A su vez, el sentido de esa "igualdad fiscal" es equivalente a capacidad contributiva(134).
Lo cierto es que la Constitución Nacional, al referirse a los tributos, emplea una
terminología que permite interpretar que la intención de los constituyentes fue que los
tributos sean pagados equitativamente según la capacidad económica de los ciudadanos.
Vemos así que a) en el art. 4º se habla de contribuciones que, equitativa y
proporcionalmente a la población, imponga el Congreso; b) en el art. 16, in fine, se dice
que la igualdad es la base del impuesto, y c) en el art. 75, inc. 2º, al otorgarse al Congreso
la facultad excepcional de imponer contribuciones directas, se estipula que ellas deben
ser proporcionalmente iguales en todo el territorio de la Nación.
Las nociones de igualdad, equidad y proporcionalidad permiten pensar lo siguiente:
la igualdad a la que se refiere la Constitución como base del impuesto es la contribución
de todos los habitantes según su aptitud patrimonial de prestación. El concepto se
complementa con el de proporcionalidad, que no se refiere al número de habitantes sino a
la cantidad de riqueza gravada.
A su vez, estos conceptos se refuerzan axiológicamente con el de equidad, que se
opone a la arbitrariedad y que se entiende cumplido cuando la imposición es justa y
razonable.
Esto es lo que para nosotros se desprende inequívocamente del espíritu de la
Constitución, conforme al objetivo deseado por sus autores: que cada persona contribuya
a la cobertura de los gastos estatales en equitativa proporción a su aptitud económica de
pago público, es decir, a su capacidad contributiva.
La inclusión de la capacidad contributiva dentro del programa constitucional argentino
es aceptada por los constitucionalistas más encumbrados. Entre ellos Bidart Campos,
anotando un fallo de la Corte Suprema, expresa que "a igual capacidad tributaria con
respecto a la misma riqueza, el impuesto debe ser, en las mismas circunstancias, igual
para todos los contribuyentes"(135). En el mismo sentido se expide Ekmekdjian, que al
referirse a la llamada igualdad fiscal afirma: "Esto no significa la identidad aritmética del
monto del tributo para todos los contribuyentes. Por el contrario, conforme al principio
acuñado desde antiguo por la Corte Suprema de Justicia, 'igualdad fiscal' significa que se
debe dar a las personas el mismo trato en las mismas condiciones. En otras palabras, no
se puede imponer el pago de la misma suma de dinero a personas con distinta capacidad
económica, porque el tributo que será leve para unos, resultaría excesivamente oneroso
para otros"(136).
A ello solo cabe agregar que nuestro Máximo Tribunal ha admitido la plena vigencia de
este liminar principio del derecho tributario en sendos precedentes, afirmando que todo
gravamen debe reflejar una manifestación de riqueza o capacidad contributiva ("Banco
Francés SA"(137), "Hermitage"(138), Fallos 312:2467, entre otros).
4.2.5. Valoración teórica de la capacidad contributiva: la capacidad contributiva ha
sido objeto de severas objeciones doctrinales y de mordaces ataques, tanto al principio en
sí mismo como a la forma en que se lo pretende aplicar prácticamente. En términos
desfavorables se expiden Becker, Giannini, Dalton, Einaudi, Pérez de Ayala, Giuliani
Fonrouge, Cocivera, Romanelli-Grimaldi, Maffezzoni, entre otros.
Los argumentos son múltiples. Según Becker, es una locución ambigua que se presta a
las más variadas interpretaciones, y una de las mejores representantes del manicomio
tributario(139). Según Giannini, es un concepto parajurídico que interesa al economista y no
al jurista. Para Dalton, la capacidad contributiva debe ser desterrada de todo estudio
medianamente serio. Según Pérez de Ayala, nadie se atreve a negarla, pero cada cual la
entiende y aplica como se le ocurre.
La andanada de críticas e ironías para la capacidad contributiva se reitera en
numerosos autores. No obstante también un elevado número de estudiosos han tratado
con seriedad el tema y lo han desarrollado de manera extensa, aceptando la validez
jurídica del principio. Entre ellos, encontramos a Neumark, quien reconoce que no es un
concepto "precisamente preciso". Sin embargo, opina que es posible definir con bastante
exactitud, al menos en una misma época y en países con instituciones o ideales similares,
ciertos criterios decisivos para conceptualizar y caracterizar el principio(140).
El estadounidense Groves destaca que razones del más elemental sentido común
explican el consenso que logra este concepto. Así, los gobiernos constituyen una de las
empresas colectivas o comunes que están obligadas a servir a los ciudadanos como un
conjunto, a protegerlos y a aumentar el bienestar general. ¿Qué más natural y justo que
repartir las cargas de acuerdo con la capacidad de pago de cada uno?(141).
Explica Ferreiro Lapatza que los textos constitucionales actuales consagran el principio
de la "capacidad económica" (a lo que nosotros llamamos capacidad contributiva), pero
esta es una forma de entender la generalidad y la igualdad tributarias. Es un prisma, un
cristal, un punto de vista sobre lo que en realidad debe entenderse por igualdad y
generalidad. Un modo de aplicación que se halla hoy universalmente consagrado. No
cabe sino admitir, porque no debe hacerse pagar a quien no puede, lo que es tan injusto
como hacer pagar lo mismo al titular de una gran fortuna y al más humilde de los
ciudadanos(142).
En la misma tónica, el tribunal constitucional español tiene dicho: "Basta que dicha
capacidad económica exista, como riqueza o renta potencial o actual, en la generalidad
de los supuestos contemplados por el legislador al crear el impuesto, para que el principio
constitucional quede a salvo"(143).
Señala Sáinz de Bujanda que la capacidad contributiva ha dejado de ser una idea de
justicia que vive extramuros del ordenamiento positivo, para convertirse en un principio
jurídico que aparece constitucionalizado y, por tanto, positivizado cuando está incorporado
a un precepto constitucional. En tal supuesto, no es posible negar relevancia jurídica a la
idea de capacidad contributiva, como hacen con notorio error las tesis que proclaman la
naturaleza económica del concepto. Esas doctrinas confunden la eficacia operativa de la
capacidad contributiva que tropieza con dificultades para su desenvolvimiento, con su
relevancia jurídica, que evidentemente existe al incorporarse a preceptos del
ordenamiento positivo(144).
Se expiden a favor del principio Valdés Costa, Vanoni, Jarach, Micheli, Giardina,
Lasarte, Moschetti y Cortés Domínguez, entre otros muchos. Por nuestra parte,
coincidimos con esta segunda posición.
4.2.6. Implicancias: la capacidad contributiva tiene cuatro implicancias
trascendentales:
- Requiere que todos los titulares de medios aptos para hacer frente al tributo
contribuyan, salvo aquellos que por no contar con un nivel económico mínimo
quedan al margen de la imposición.
- El sistema tributario debe estructurarse de tal manera que quienes ostentan mayor
capacidad económica tengan una participación más alta en las rentas tributarias del
Estado.
- No pueden seleccionarse como hechos imponibles o bases imponibles, circunstancias
o situaciones que no sean abstractamente idóneas para reflejar capacidad
contributiva.
- En ningún caso el tributo o conjunto de tributos que recaiga sobre un contribuyente
puede exceder su razonable capacidad contributiva, ya que de lo contrario se atenta
contra la propiedad, confiscándola ilegalmente.
4.2.7. La capacidad contributiva como base de las garantías materiales de la
constitución: ello es así por cuanto: la generalidad exige la no exención (salvo motivos
razonables) de quienes tengan capacidad contributiva; la igualdad supone que no se
hagan arbitrarios distingos, sino los que sean fundados en la capacidad contributiva (salvo
fines extrafiscales); la proporcionalidad garantiza contra progresividades cuantitativas que
no se adecuen a la capacidad contributiva graduada según la magnitud del sacrificio que
significa la privación de una parte de la riqueza; la confiscatoriedad se produce ante
aportes tributarios que exceden la razonable posibilidad de colaborar al gasto público;
la equidad y la razonabilidad desean la justicia en la imposición y tal concepto está
expresado por la idea de que cada cual responda según su aptitud de pago.
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. NOCIÓN: el derecho procesal tributario es el conjunto de normas que regulan la
actividad jurisdiccional cuyo objeto es dirimir las diversas clases de controversias que se
relacionan con la materia tributaria.
El tratamiento de todas las normas procesales vinculadas a la tributación resulta
imposible o al menos excesivo a los fines de este curso. Piénsese que dentro de los
tributos se hallan los impuestos, las tasas, las contribuciones especiales y recursos de la
seguridad social. Deberíamos también referirnos a las normas procesales aduaneras y a
los preceptos provinciales y municipales, todos utilizando reglas propias. A ello
agreguemos la existencia de una cantidad de normas de esa índole en otras materias que
tienen que ver con lo tributario, siendo las más relevantes las disposiciones procesales
administrativas, civiles y penales.
Limitaremos entonces nuestro campo de estudio a las normas procesales de mayor
relevancia en lo que hace a las contiendas referidas a la aplicación de los tributos
nacionales regulados por la ley 11.683. Ello no es poco, si se tiene en cuenta que las
controversias que surgen entre el Fisco y los particulares son múltiples y variadas, ya sea
con relación a la existencia misma de la obligación tributaria sustancial, a la forma en que
el Fisco desea efectivizarla, a la validez constitucional de los preceptos normativos que
rigen tal obligación, a los pasos que debe seguir para ejecutar forzadamente su crédito, a
las infracciones que atribuye y a las sanciones que en su consecuencia aplica, por
nombrar algunas.
Digamos, entonces, para iniciar el estudio de este tema, que, entre las limitaciones al
ejercicio de la potestad tributaria, hay una esencial que tiene que ver con el modo de su
realización. En efecto, para que los derechos y garantías conferidos a los ciudadanos se
efectivicen es necesario reglamentar el procedimiento al que las contiendas deben
someterse.
2. UBICACIÓN CIENTÍFICA: no hay acuerdo en la doctrina sobre cuál es la ubicación
científico-jurídica que debe asignarse al derecho procesal tributario.
a) Pertenencia al derecho procesal: algunos autores han sostenido que el derecho
tributario procesal pertenece al derecho procesal; sin embargo, la naturaleza de las
controversias vinculadas al tributo exige que el proceso tributario tenga peculiaridades
propias.
Entiende Jarach que en el proceso tributario las relaciones procesales, los derechos y
obligaciones, la conducta de cada una de las partes y las atribuciones del juez deben
adecuarse no solo a los principios generales del derecho procesal, sino también a las
particularidades de la litis en materia tributaria. Por consiguiente —agrega Jarach—, el
proceso tributario se caracteriza en general como un sistema que atribuye amplias
atribuciones del juez para llegar a determinar las reales situaciones sustantivas, esto es,
las obligaciones tributarias y las pretensiones correspondientes del Fisco, aun más allá de
las alegaciones y probanzas de las partes(262). Coinciden con esta postura Martín y
Rodríguez Usé(263) y Valdés Costa(264).
b) Subdivisión del derecho tributario: en esta posición opuesta se ubica García
Vizcaíno, que explica que la especificidad regulatoria de las normas procesales tributarias,
debidas a la singularidad de la materia, confiere caracteres propios al proceso tributario,
negando, por ende, su encuadre en el derecho procesal general(265).
c) Pertenencia al derecho tributario: en cuanto a Giuliani Fonrouge, atento a su
concepción de la materia tributaria como un todo orgánico e indivisible que no admite
segregaciones, no acepta la idea de una autonomía del derecho procesal tributario ni su
pertenencia al derecho procesal, y lo ubica dentro del derecho tributario(266).
d) Nuestra opinión: respetando las opiniones adversas, pensamos que el derecho
procesal tributario es derecho procesal. La añadidura de "tributario" encierra únicamente
un deseo de identificación: se pretende explicar que se abordan tan solo las cuestiones
procesales originadas en el tributo. En consecuencia, las normas que prescriben el
procedimiento que deben seguir los organismos jurisdiccionales para hacer cumplir los
deberes jurídicos y para imponer las sanciones son procesales, aunque —tal como
sucede en las demás ramas del derecho procesal— adquieren características peculiares
en razón del carácter jurídico-tributario de los asuntos sustanciales o formales discutidos
en el proceso. Tales características justifican, a nuestro modo de ver, la existencia
didáctica de un derecho procesal tributario, estudiado en forma separada para examinar
específicamente sus órganos, instituciones y procedimientos.
3. CONFLICTO DE INTERESES: hay conflictos de intereses cuando la solución favorable a
la satisfacción de una necesidad excluye la solución favorable a la satisfacción de otra
necesidad distinta.
El problema reside en que cuando las personas tienen sus intereses "en pugna", surge
el peligro de la solución violenta, que no es deseable en una colectividad que pretenda
someterse al orden jurídico.
No obstante, no siempre el conflicto de intereses requiere del remedio jurisdiccional.
Puede ocurrir que, ante cierta pretensión, el titular de dicho interés opuesto se decida a su
subordinación, lo que bastará para lograr la solución del conflicto (que quedará, desde
luego, suprimido).
Pero con frecuencia ello no sucede así, por lo que a la pretensión del titular de uno de
los intereses se opone la resistencia del titular del interés contrapuesto. El conflicto de
intereses se transforma en "litigio", entendido como "el conflicto de intereses calificado por
la pretensión de uno de los interesados y por la resistencia del otro"(267).
Dentro de nuestro campo de estudio existen, en forma inevitable, pugnas de intereses
para cuya solución el Estado interviene ejerciendo su potestad jurisdiccional.
Para generalizar, podríamos afirmar que en nuestra materia, tales conflictos se suscitan
ante: la ejecución del crédito tributario y de las sanciones pecuniarias; la impugnación por
los sujetos pasivos tributarios de las resoluciones administrativas que determinan sus
tributos; la impugnación por los presuntos infractores de las resoluciones administrativas
que les imponen sanciones; y las reclamaciones de repetición por tributos y/o sanciones
que el presunto sujeto pasivo ha creído haber pagado indebidamente.
Ante estos supuestos nacerá una nueva relación jurídica: la relación jurídica procesal
tributaria.
Es importante diferenciar la relación jurídica tributaria principal de la relación
jurídica procesal tributaria. En la primera hay voluntades con intereses opuestos (el
interés del Fisco pretensor, por un lado, y el interés de quien debe satisfacer la
pretensión, por el otro); pero esos intereses —aun siendo contrapuestos— no están
necesariamente en pugna, ya que el sujeto pasivo puede pagar de manera voluntaria el
tributo que el Fisco pretende de él. En cambio, en la relación jurídica procesal
tributaria las voluntades entran en conflicto.
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. NOCIÓN: no todos los integrantes de una comunidad cumplen de manera constante y
espontánea las obligaciones sustanciales y formales que les imponen las normas
tributarias. Ello obliga al Estado a prever ese incumplimiento, lo cual implica configurar en
forma específica las distintas transgresiones que pueden cometerse y determinar las
sanciones que corresponden en cada caso.
La regulación jurídica de todo lo atinente a la infracción y a la sanción tributaria
corresponde al derecho penal tributario(312).
La doctrina moderna coincide en señalar que la transgresión fiscal es un ataque al
normal desenvolvimiento de la acción estatal, que obliga a no permanecer indiferentes
ante el mismo. Modernamente, se presta especial atención a todo lo relativo a las
violaciones de la ley tributaria y, por consiguiente, al derecho penal tributario que las
estudia. Se presenta un problema doctrinal, sin embargo, con respecto a la ubicación del
derecho penal tributario dentro del campo de las ciencias jurídicas, y al respecto han
surgido diversas teorías.
2. TEORÍAS SOBRE SU UBICACIÓN CIENTÍFICA: algunos teóricos sostienen que el derecho
penal tributario es simplemente un capítulo del derecho tributario. Afirma Giuliani
Fonrouge que concibe el derecho tributario como un todo orgánico con aspectos diversos,
pero interconectados y no separados, y estima que las infracciones y sanciones
pertenecen a una misma categoría jurídica ilícita-fiscal. En consecuencia, todo lo relativo
a infracciones y sanciones no deriva sino del propio poder tributario estatal (313). Sostiene
que no obstante el carácter punitivo de las sanciones fiscales y su vinculación con los
principios generales del derecho criminal, su singularidad no permite aplicarle las
disposiciones del Cód. Penal, salvo cuando la ley tributaria remite expresamente a sus
normas.
Otra tendencia doctrinal (posición penalista) piensa que el derecho penal tributario es
parte integrante del derecho penal común. Afirma Sáinz de Bujanda que existe identidad
sustancial entre la infracción criminal y la infracción tributaria. La única diferencia entre las
infracciones contenidas en el Cód. Penal y las contenidas en las otras leyes es de tipo
formal, ya que no hay una línea divisoria sustancial entre una y otra. Concluye este autor
sosteniendo: "Sentada la idea de unidad del derecho penal hay que reconocer que el
derecho penal tributario no es sino una parte del derecho penal"(314).
La conclusión lógica que puede extraerse de las teorías penalistas es que el Cód.
Penal es de obligatoria vigencia para todo lo relativo a la infracción tributaria y su sanción,
a menos que una norma expresa derogue su aplicación.
Una tercera posición en la materia estima que el derecho penal tributario se halla en el
campo del derecho penal contravencional, y no en el del derecho penal común.
Sostiene esta teoría que existe un derecho penal general que regula jurídicamente el
poder represivo de la sociedad en forma integral, o sea, la potestad pública de castigar y
aplicar medidas de seguridad a los autores de infracciones punibles.
Ese derecho penal general, sin embargo, admite una clara división según la naturaleza
jurídica particular de las infracciones contenidas. Así, la rama del derecho penal general
que regula la punibilidad de las infracciones que atacan directa e inmediatamente la
seguridad de los derechos naturales y sociales de los individuos constituye el derecho
penal común. En cambio, la rama que regula la punibilidad de las infracciones al orden de
la actividad administrativa tendiente al logro del bienestar social, constituye el derecho
penal contravencional o administrativo.
Las consecuencias en la relación con el Cód. Penal es que se pueden utilizar las
fórmulas del Cód. Penal, siempre y cuando exista congruencia entre ellas y la esencia de
la contravención fiscal.
3. PROBLEMAS DE LAS NUEVAS RAMAS DEL DERECHO: es necesario reflexionar acerca de
las razones ocultas que subyacen detrás de las numerosas discusiones doctrinales sobre
pertenencias y autonomías de las distintas ramas del derecho.
El problema surge en todos los casos de creación de derechos jóvenes que se van
desprendiendo de sus derechos troncales. Cuando aparecen nuevas ramas del derecho,
se presentan dos interrogantes. El primero es: ¿se pueden alterar legislativamente las
fórmulas clásicas de la legislación troncal? En nuestro caso, ¿puede modificar el derecho
penal tributario las reglas del Cód. Penal? Y la siguiente cuestión: cuando el legislador de
la rama nueva toma una fórmula de la rama troncal y no le introduce ninguna acepción
distinta, ¿rige obligatoriamente el significado que le asigna la rama troncal? Esos son los
principales problemas que trae esta situación, muchas veces confusa, con respecto a las
relaciones entre las distintas ramas del derecho.
Con relación al primer problema, se discutió mucho sobre si la rama nueva puede
alterar fórmulas, o si, incluso, puede tomar las fórmulas de la vieja rama y dar significados
diferentes. Hay quienes han negado esta posibilidad, sosteniendo que no puede ser
deformado el derecho; pero, en general, ha primado la teoría de que esto es factible, con
las limitaciones constitucionales y de jerarquía de normas.
Compartimos estas últimas teorías, aun cuando pensamos que tal tarea requiere de
suma prudencia para no producir deformaciones que pueden dar lugar a dudas y
perplejidades.
En el derecho penal tributario, concebido de manera integral, existen alteraciones con
relación a las clásicas fórmulas penales. Así, por ejemplo, con respecto a la forma en
como se conciben la tentativa y la reincidencia. El Cód. Penal adopta la reincidencia
genérica y, sin embargo, el derecho penal tributario muchas veces toma la reincidencia
específica; más notorio todavía es el ejemplo de la personalidad de la pena del derecho
penal, de donde el derecho penal tributario se aparta con regulaciones como la atribución
de responsabilidad por el hecho de terceros, sean los subordinados, o sean los
dependientes. Encontramos también otro apartamiento con respecto a la responsabilidad
de las personas jurídicas.
Estas modificaciones son lícitas y aceptables, y no pueden discutirse porque se hacen
para que las nuevas fórmulas tengan el sentido de protección que se desea.
El mayor problema surge cuando se toman los conceptos e instituciones de la rama
troncal, sin darles un contenido particularizado.
En nuestro caso el derecho penal tributario habla de culpa, de dolo, de fraude; toma
cualquiera de esas nociones y no les asigna un contenido particularizado. Entonces,
¿cómo se definen? Acá también hay polémicas, y dos posiciones que están dentro de lo
que ya mencionamos como teorías; recuérdese que, según los administrativistas, el Cód.
Penal era aplicable siempre que existiese congruencia con la esencia contravencional de
la infracción tributaria, mientras que los penalistas sostenían que la solución penal era
siempre aplicable, por ser un fondo común solo excluible por disposición contraria.
Para decidir esto debemos volver al concepto originario del derecho único. El derecho
es un orden coactivo que regula la conducta recíproca deseada por la sociedad en un
momento dado y que contiene sanciones para quienes transgreden las normas.
Este orden jurídico debe funcionar siempre como una unidad sin contradicciones, y tal
unidad se resiente cuando introducimos conceptos vagos, como "espíritu", "congruencia",
"naturaleza y fines", "esencia", etc., conceptos que no tienen un contenido preciso, al
menos dentro del ámbito punitivo.
Llegamos a la conclusión de que cuando la ley (en este caso la ley penal tributaria)
emplea conceptos e instituciones del derecho penal común y no les da un contenido
particularizado, debe interpretarse que este es el definido por el Cód. Penal, por su
doctrina y por su jurisprudencia, tal como es ese concepto o esa institución en el derecho
troncal; así, si hablamos de dolo, de culpa, de fraude, de insolvencia, de error excusable,
y no se producen alteraciones normativas por la ley tributaria, debe regir el Cód. Penal, o
sea, el derecho penal común; y si la solución no es congruente, tendremos que
modificarla legislativamente.
Por tal razón, y en cuanto a las consecuencias prácticas, coincidimos con las teorías
penalistas, y creemos que el derecho penal tributario, al pertenecer al derecho penal
general, no tiene independencia funcional con respecto al derecho penal común, cuyos
preceptos regula el Cód. Penal, por lo cual deben ser aplicadas las reglas de dicho cuerpo
legal sin necesidad de que la ley tributaria expresamente remita a sus normas.
No obstante, si mediante su normatividad la ley tributaria regula una cuestión penal en
forma diferente de la del derecho penal común, esto significará el desplazamiento de
dicha norma de derecho penal común, que se tornará inaplicable sin necesidad de
normas expresas de derogación del Cód. Penal. En tal sentido es de plena aplicación el
art. 4º de dicho cuerpo legal. Sin embargo, este desplazamiento no puede producirse en
cuanto al derecho tributario provincial y municipal, dado que sus normas son de inferior
categoría a las nacionales (art. 31, CN), por lo cual y conforme al principio de unidad de
legislación (art. 75, inc. 12, CN), no puede contener regulaciones de carácter general que
contraríen disposiciones del Cód. Penal.
4. NATURALEZA JURÍDICA DE LA INFRACCIÓN FISCAL (DELITO O CONTRAVENCIÓN): la
infracción tributaria es la violación a las normas jurídicas que establecen las obligaciones
tributarias sustanciales y formales. La naturaleza jurídica de la infracción tributaria ha sido
motivo de discusión doctrinal, y de allí la falta de acuerdo sobre la ubicación científica del
derecho penal tributario, que hemos contemplado en el punto precedente.
a) Una posición sostiene que la infracción tributaria no se diferencia ontológicamente
del delito penal común, por lo que existe identidad sustancial entre ambos. Sostienen esta
posición Sáinz de Bujanda(315), Hensel(316), Jarach(317) y otros destacados tributaristas. Entre
los penalistas puede ubicarse en esta posición a aquellos que no admiten diferencias
esenciales entre delito y contravención, tales como Soler, Jiménez de Asúa y Aftalión.
b) La posición antagónica estima que la infracción tributaria se distingue
ontológicamente del delito penal común, dado que, por un lado, tal diferencia sustancial
existe entre delito y contravención y, por otro, la infracción tributaria es contravencional y
no delictual. Se hallan en esta posición, entre otros, Andreozzi, Bielsa, Lubarry,
Goldschmidt, Álvarez Gendín y los penalistas que aceptan diferencias sustanciales entre
delito y contravención, como Núñez y Manzini.
Por nuestra parte, hemos sustentado la segunda posición, sosteniendo que no solo hay
diferencias cuantitativas, sino cualitativas o esenciales entre delitos y contravenciones(318).
El delito es la infracción que ataca directamente la seguridad de los derechos naturales
y sociales de los individuos, correspondiendo su estudio al derecho penal común.
La contravención es una falta de colaboración, una omisión de ayuda, en cuyo campo
los derechos del individuo están en juego de manera mediata. El objeto que se protege
contravencionalmente no está representado por los individuos ni por sus derechos
naturales o sociales en sí, sino por la acción estatal en todo el campo de la Administración
Pública.
En otras palabras, diremos que será delito toda agresión directa e inmediata a un
derecho ajeno, mientras que, en cambio, habrá contravención cuando se perturbe,
mediante la omisión de la ayuda requerida, la actividad que desarrolla el Estado para
materializar esos derechos.
Es un error distinguir delito de contravención por el elemento intencional, sosteniendo
que delitos son los cometidos con dolo o intencionalidad, mientras que las
contravenciones son cometidas con culpa o negligencia. Esto es inaceptable, dado que es
innegable la existencia de contravenciones dolosas y de delitos culposos.
Otra posición que consideramos errónea consiste en diferenciar delito de contravención
exclusivamente por la pena, ya sea en cuanto a su cantidad o calidad. Esto no puede
aceptarse científicamente, ya que la sanción no pertenece a la esencia del hecho, sino
que es algo externo a él, de lo cual se deduce que pueden existir contravenciones
castigadas con penas privativas de la libertad y, por otra parte, delitos sancionados con
leves multas, sin que ello pueda alterar la esencia delictual o contravencional de las
infracciones. Un típico ejemplo de esto es la infracción por incumplimiento de los deberes
formales (art. 39, ley 11.683), que es inequívocamente contravencional y que en un
tiempo estuvo reprimida con arresto de hasta treinta días, sanción indudablemente penal.
Por último, tampoco cabe admitir que pueda diferenciarse el delito de la contravención
por el grado de gravedad o peligro del acto cometido, por cuanto este criterio poco
científico conduce a confundir especies sustancialmente diversas y enturbia la cuestión
por el manifiesto desorden y confusión que lleva aparejado(319).
Concretamente, y refiriéndonos a la infracción tributaria, estimamos que no es en sí
misma un acto que ataque directa e inmediatamente los derechos de los gobernados. Si
un Estado no necesitase recursos fiscales para lograr su cometido, ninguna norma ética
obligaría a pagar tributos. Pero si el Estado necesita de esos fondos para cumplir sus
fines, con esa falta de pago se está omitiendo prestar una ayuda justificadamente
requerida y se está incurriendo en una ilicitud contravencional al obstruirse la función
financiera estatal.
Los ciudadanos tienen un interés jurídico mediato en que el gobierno cuente con
recursos suficientes para defender y hacer realidad los derechos individuales y sociales
sobre los cuales los ciudadanos tienen interés jurídico inmediato. Por ejemplo, un ataque
directo e inmediato a la salud pública consiste en el envenenamiento de aguas reprimido
por el Cód. Penal como delito, mientras que la salud pública sería indirectamente atacada
si mediante el no pago de los tributos correspondientes no se permite que el Estado
instale los hospitales necesarios para atender convenientemente la salud general de la
población. En conclusión, pensamos que las infracciones tributarias, en cuanto
obstrucciones ilícitas a la formación de las rentas públicas, tienen carácter
contravencional y no delictual.
La Corte Suprema de la Nación, aunque por razones diferentes de las nuestras, acepta
esta posición al sostener que la defraudación fiscal de la ley 11.683 tiene naturaleza de
contravención, y no de delito(320). Se han hecho interesantes aportes doctrinales en favor
de esta postura(321).
5. EL DERECHO PENAL TRIBUTARIO ANTE LAS LEYES 23.771 Y 24.769: mediante ley
23.771, cuya entrada en vigencia se produjo el 8 de marzo de 1990, y que fue sustituida
por la ley 24.769 (promulgada de hecho el 13 de enero de 1997), se introdujo una
fundamental variante dentro del derecho penal tributario en nuestro país.
Ambas leyes fueron dictadas por el Congreso de la Nación, en ejercicio de la atribución
conferida por el entonces art. 67, inc. 11, actual art. 75, inc. 12, de la CN reformada en
1994.
Constituyen leyes penales especiales complementarias del Cód. Penal, pues
transformaron diversas infracciones fiscales en delitos dolosos reprimidos con pena de
prisión.
Esto significa que, sin perjuicio de la solidez conceptual que puede tener la distinción
entre delitos y contravenciones por su esencia, que hemos resumido en el punto anterior,
lo cierto es que desde el punto de vista del derecho positivo argentino la cuestión ha
quedado planteada en los siguientes términos:
a) Por un lado, tenemos los delitos fiscales, que son las distintas figuras contempladas
actualmente en el Régimen Penal Tributario de la ley 27.430 (ordenamiento que ha
derogado la ley 24.769).
b) Por otro lado nos encontramos con las contravenciones fiscales, que son las que
han quedado subsistentes en el régimen general tributario nacional regulado por ley
11.683 (t.o. 1998 y modifs.) y en los ordenamientos fiscales provinciales y municipales.
Ante esto, el derecho penal tributario debe ser considerado desde una óptica diferente.
Para la postura que ahora proponemos, todo ilícito tributario (delictual o
contravencional) entra dentro de un derecho penal tributario de más amplia concepción,
que es básicamente penal pero que tiene de tributario el hecho de que los ilícitos están
referidos a tributos. Así sucede, por ejemplo, con el derecho procesal tributario, que es
derecho procesal, y en el cual la añadidura de tributario encierra únicamente un deseo de
identificación.
Tendremos entonces un derecho penal tributario en sentido lato, que abarcará el
derecho penal tributario delictual, contenido en el Título IX de la ley 27.430 (derogatoria
de la Ley 24.769), y el derecho penal tributario contravencional, regulado
fundamentalmente por la ley 11.683 y los ordenamientos provinciales y municipales.
Claro está que esta distinción pierde nitidez cuando en ciertos casos nos encontramos
con las mismas conductas, que son tomadas a la vez como delitos y contravenciones (p.
ej., la defraudación fiscal genérica contravencional contenida en el art. 46 de la ley
11.683 y la evasión simple reprimida por el art. 1º del Régimen Penal Tributario de la ley
27.430 —art. 279—).
Pero el distingo pierde importancia porque, en definitiva, el Cód. Penal opera como
fondo común de legislación para ambos casos. Es decir, se trate de delitos de la ley
27.430 o de contravenciones de la ley 11.683, estaremos ante los mismos preceptos y
soluciones, que son los contenidos en la parte general del Cód. Penal.
Se debe aclarar, no obstante, que en materia de contravenciones castigadas con penas
pecuniarias pueden producirse alteraciones legislativas de mayor relevancia con relación
al régimen del Cód. Penal (p. ej., las presunciones de fraude del art. 47 de la ley 11.683).
También puede suceder que en materia de delitos castigados con prisión se decida
alguna alteración con respecto a fórmulas del Cód. Penal (p. ej., la reincidencia específica
que, en su momento, incluyó la hoy derogada ley 23.771).
Pero estas alteraciones en materia delictual no pueden prescindir de los principios
fundamentales del derecho penal general, por lo que no podremos hablar de presunción
de fraude, de responsabilidad objetiva o de responsabilidad por el hecho de otro.
En conclusión, el problema se debe centrar en dos aspectos:
a) La vigencia de las instituciones del derecho penal común contenidas en el Cód.
Penal, que deben ser aplicadas tanto en el derecho penal tributario delictual como
contravencional.
b) El hecho de que puede haber alteraciones legislativas, con las limitaciones
mencionadas, con la aclaración de que si se utilizan los conceptos penales sin
significación particularizada deben ser interpretados tal cual lo son en su rama de origen,
o sea, el derecho penal común.
que las leyes rigen para el futuro. Con arreglo a esto, la ley penal es aplicable para los
hechos cometidos a partir de su entrada en vigencia y hasta su derogación; pero aún
después de derogada, la ley penal sigue rigiendo, ya que no se altera la regla general de
que los hechos cometidos durante su vigencia deben ser regulados por ella. El momento
de comisión del hecho —a los efectos de establecer la ley aplicable— se determina por el
momento de la conducta del autor y no por el resultado. Esto es así porque la ley
represiva fue violada por el autor en el momento en que actuó o debió actuar (caso de
omisión).
La regla general sufre excepción si la circunstancia de regular hechos anteriores a la
vigencia de la nueva ley perjudica la situación jurídica de los responsables; pero dicha
regla sigue operando si es más beneficiosa para ellos. Esto se desprende del art. 2º del
Cód. Penal, aplicable al Título IX de la ley 27.430 según lo dispuesto por el art. 4º del
mismo Código.
El art. 2º del Cód. Penal dice que si la ley vigente al tiempo de cometerse el delito fuera
distinta de la que exista al pronunciarse el fallo se aplicará la ley más benigna.
Así, por ejemplo, el Régimen Penal Tributario de la ley 27.430 es más benigna que la
24.769 en cuanto a las condiciones objetivas de punibilidad, o en algunos supuestos, a la
posibilidad de la extinción de la acción penal por pago. En estos casos, la nueva ley actúa
retroactivamente porque es más beneficiosa para los responsables. Esto no ocurre si, por
ejemplo, incriminara una conducta que antes era atípica, o aumentara la pena para un
mismo hecho delictual (como es el caso del actual art. 11 inc. b], ex art. 12 bis de la ley
24.769) o si agravara de cualquier manera las consecuencias del delito. En estos casos
nunca habría retroactividad, ya que ello está garantizado por el art. 18 de la CN.
De lo dicho se desprende que el principio que rige la ley del tiempo de comisión del
hecho sufre excepción fundada en principios de justicia. Consiste en la posibilidad de
aplicar retroactivamente la ley penal que beneficie al imputado, aun cuando no estuviera
vigente al momento de la comisión del ilícito, pero que sí lo está al momento del
juzgamiento.
Esto, que ha sido estudiado largamente por el derecho penal, se justifica porque el
legislador, al momento de elaborar la norma penal, considera menos dañina una conducta
que hasta ese momento era castigada con mayor severidad. Si así sucede, no se puede
negar dicho tratamiento más benévolo a quien cometió el mismo hecho antes de
producirse el cambio legal.
En el derecho penal se presenta muy dificultoso delimitar el sentido de "ley más
benigna". Múltiples discusiones se han suscitado al respecto y se ha terminado por
reconocer que la determinación precisa del concepto solo es posible en el caso concreto.
De modo genérico puede decirse, siguiendo a Núñez, que es más benigna la ley que en el
caso concreto excluye la pena, eliminando el hecho del catálogo de delitos o agregando a
la figura exigencias nuevas para la persecución penal del hecho, o favoreciendo su
extinción, o ampliando las causas de impunidad. Según el autor citado, también lo es la
que establece una pena menos severa, sustituyendo la vigente por una especie menos
grave o por otra de la misma especie, pero de menor duración o de ejecución más
favorable(346).
En definitiva, no puede haber fórmulas para determinar cuándo una ley es más o
menos benigna. Solo es posible establecerlo en cada caso y teniendo en cuenta la
totalidad de las circunstancias que en él confluyen.
Por lo dicho, la derogación expresa de la ley 24.769 por la ley 27.430 no implicó una
suerte de "amnistía general hacia el pasado", ni que en virtud de su sanción quedaran
desincriminadas las conductas alcanzadas por la ley 24.769. Lo mismo cabe decir
respecto a la derogación de la ley 23.771, y las relevantes modificaciones introducidas en
la ley 24.769 por las leyes 25.874, 26.063 y 26.735.
Insistimos en que cada caso concreto debe analizarse por separado.
Puede suceder también que el hecho punible esté conformado por un concurso
material de delitos incluidos en ambas leyes, al comprender períodos anteriores y
posteriores a la fecha de la modificación legal, por lo que se debe juzgar estando en
vigencia un nuevo régimen. En ese caso la solución es la misma. Todo el concurso
material se regirá por la ley que se manifieste como la más beneficiosa en el caso
concreto, sin que el concurso pueda ser escindido, es decir, sin posibilidad de que se
apliquen simultáneamente ambas leyes penales (la derogada y la derogante).
La ya mencionada regla general de que la ley penal rige los hechos cometidos durante
su vigencia, no es de aplicación a la parte procesal de la ley (Título V), pues como en esa
materia impera el principio de la irretroactividad, sus normas tendrán efectiva vigencia a
partir del momento en que la ley comience a regir, sin que sea relevante el momento de
comisión del hecho.
La problemática es planteada con precisión por Clariá Olmedo, quien expresa que se
trata de resolver si la nueva ley procesal penal debe atrapar en su formulación las
atribuciones, imposiciones o actividades realizadas conforme a la ley anterior que la
sustituyó, o solamente las que se produzcan después, y también si la ley procesal penal
sustituida debe o no atrapar situaciones y actividades posteriores a su derogación(347).
En este orden, y conforme al art. 5º del Cód. Civ. y Com. (anteriormente art. 2º, Cód.
Civ.), la nueva ley procesal penal rige a partir de los ocho días de su publicación,
momento en el cual se convierte en obligatoria.
Señala entonces Clariá Olmedo que la vigencia de la ley desaparece cuando es
derogada en forma total, lo que se produce cuando entra en vigor la ley derogatoria; en
materia de sucesión de leyes procesales penales es donde se plantea principalmente el
problema de la eficacia temporal de la ley frente a las atribuciones y sujeciones de los
sujetos procesales, al acto concluido, a la actividad realizada y a los distintos criterios de
garantía individual y social vinculados con el orden público.
Y así, a diferencia de lo que ocurre en derecho penal sustancial, la regla general es la
de la irretroactividad de la ley procesal penal, entendida como la aplicación desde su
vigencia en todas las causas en las cuales aún no haya sentencia ejecutoriada, sin
tenerse en cuenta el momento del hecho que las motivó, es decir, en todos los procesos
que se inicien y en la continuación de los procesos ya iniciados.
Por su parte, la excepción a la regla de la irretroactividad debe ser expresa, por lo cual
la aplicación de las normas procesales derogadas (ultraactividad) solo tendrá lugar ante
una previsión terminante en tal sentido de la ley derogatoria.
Para aclarar su posición, señala Clariá Olmedo que, en relación con la irretroactividad,
no cabe referirse al hecho imputado sino a los órganos de justicia, sus atribuciones, los
poderes y deberes para que se cumpla el proceso y los actos a realizarse en él.
En otro orden, la doctrina y la legislación procesal penal en general admiten plena
validez y eficacia de la actividad procesal definitivamente cumplida al momento de la
vigencia de la nueva ley, es decir, el reconocimiento de situaciones procesales ya
adquiridas.
Sin embargo, y al igual que en derecho penal sustancial, existe una excepción fundada
en el criterio de la ley más beneficiosa, que lleva a sostener a Clariá Olmedo que se aplica
la nueva ley procesal salvo que la anterior sea más benigna.
Ello se vincula a la situación y libertad del imputado, dado que, si la nueva ley procesal
es más estricta, no pueden modificarse las condiciones que el imputado adquirió
conforme a la ley anterior si había delinquido en la época de vigencia de dicha ley
anterior. Tal ocurre en materia de excarcelación, efecto de los recursos, términos
judiciales, exigencias de fianza, etcétera.
1.4. El bien jurídicamente protegido: cuando el ilícito requiere el perjuicio de la
evasión de tributos, el bien tutelado es la actividad financiera del Estado. El gasto público
es indispensable para satisfacer las necesidades públicas, y el medio genuino para la
adquisición de los recursos es el tributo. Quien elude dolosamente el justo pago de sus
obligaciones tributarias daña la actividad financiera del Estado y entorpece el
cumplimiento de sus fines.
La evasión en general no implica un desapoderamiento de dinero ya percibido por el
Estado y que integra su patrimonio. Así sucede, por ejemplo, con los ilícitos de los arts. 1º,
2º y 4º del Régimen Penal Tributario.
Pero también reprime la ley ciertas conductas fraudulentas mediante las cuales se
produce un desapoderamiento de bienes ya poseídos por el Estado (p. ej., la conducta del
art. 3º). Acá se perjudica directamente el patrimonio de la hacienda pública.
Si se trata de delitos que simplemente crean peligro para el Fisco (p. ej., la conducta
castigada por el art. 11), la hacienda pública no resulta herida aún, pero está afectada la
actividad fiscalizadora del órgano recaudatorio porque las alteraciones de registros
impiden conocer la real situación fiscal de un obligado, y ello obstaculiza el fluido accionar
verificador del Estado, creando el riesgo de futuras evasiones. En cuanto a la obtención
ardidosa de instrumentos para lograr beneficios (art. 8º), ataca la actividad estatal creando
el riesgo de evasiones y de futuros desapoderamientos.
En el caso de las contribuciones y aportes de la seguridad social, el bien jurídicamente
protegido no es la actividad financiera del Estado ni su patrimonio, sino la seguridad social
que se basa en la solidaridad, ya que se debe proteger igualitaria e indiscriminadamente a
toda la comunidad que la necesite o requiera.
Por último, la ley 24.769, en su texto original, protegía la hacienda pública y la actividad
financiera del Fisco nacional, excluyendo de la protección penal a las haciendas
provinciales y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, lo que lógicamente también
abarcaba las municipales y comunales (disipando el debate producido a partir del texto de
la ley 23.771, que nada establecía en forma expresa al respecto).
Sin embargo, la modificación introducida por la ley 26.735 abandonó dicho criterio y
expresamente incluyó la protección a las haciendas provinciales y de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires (dejando fuera de su amparo a las haciendas municipales).
2. RÉGIMEN LEGAL
2.1. Disposiciones generales: el Título IV del Régimen Penal Tributario tiene por
objeto resolver aspectos diversos que completan los tipos delictivos en cuanto a las
penalidades y algunas cuestiones especiales. Contiene también la extinción por pago
para los ilícitos de los arts. 1º, 2º, 3º, 5º y 6º que viene a reemplazar la excusa absolutoria
prevista en la ley 24.769 a partir de la modificación por la ley 26.735, volviendo a la "fuga
del proceso", aplicable en el texto actual, a más supuestos que los previstos en el texto
original de la ley 24.769. Por otra parte, se elimina la sanción de multa en el espectro de
punibilidad de las personas de existencia ideal, ampliándose también el tipo penal de
asociación ilícita fiscal. Finalmente, se regula el instituto de la abstención de formular
denuncia penal para las Administraciones tributarias.
2.2. Incremento de las escalas penales. Inhabilitación perpetua: las escalas
penales se incrementan cuando se trata de funcionarios o empleados públicos que en
ejercicio o en ocasión de sus funciones toman parte en la ejecución de los delitos
previstos en la ley. A ello se agrega la inhabilitación perpetua para desempeñarse en la
función pública.
El texto señala tanto a los funcionarios como a los empleados, lo que demuestra que se
busca la punición no solo de los sujetos más encumbrados en la estructura del organismo
fiscal, sino también a los de menor categoría en el organigrama de la administración,
siempre que la función, aun estando en una escala inferior del escalafón, permita
desplegar la conducta reprimida. Se entiende que tanto en el supuesto del funcionario
jerarquizado como en el del empleado, hay traición a la confianza depositada y
aprovechamiento de la situación funcional para desarrollar la actividad participatoria
reprochable.
El incremento de la escala penal se produce tanto para quien actúa en ejercicio de las
funciones, sino también en ocasión de la misma. Esto significa que también están
penados los actos que no corresponden a la competencia del funcionario pero que le
atañen circunstancialmente. No se requiere vinculación directa del ilícito con el ámbito de
competencia del autor quien, sin embargo, se aprovecha de la función para tomar parte
en el delito.
La grave accesoria de la inhabilitación perpetua indica la seriedad con que se toma la
acción del funcionario infiel, y está presente en otras normas del derecho penal común (p.
ej., en el art. 174, incs. 4º y 5º, Cód. Penal).
No importa el origen de la función pública, que puede ser por elección popular o
nombramiento, ni interesa si se participa permanente o accidentalmente en dicha función
(art. 77, Cód. Penal). Digamos, finalmente, que se trata de una inhabilitación es especial
en los términos de los arts. 5º y 20 del Cód. Penal.
2.3. Responsabilidad de los integrantes de personas jurídicas de derecho
privado: según el primer párrafo del art. 13 del Régimen Penal Tributario, cuando el
hecho se ejecute en nombre, con la ayuda o en beneficio de una persona de existencia
ideal, una mera asociación de hecho o un ente que, a pesar de no tener calidad de sujeto
de derecho, las normas le atribuyen la condición de obligado, la prisión se aplica a
directores, gerentes, síndicos, miembros del consejo de vigilancia, administradores,
mandatarios, representantes o autorizados que hubiesen intervenido en el hecho punible,
aunque su actuación haya resultado carente de eficacia.
Las personas físicas allí señaladas pueden cumplir la pena de prisión por su
vinculación con los entes nombrados, estando enumeradas taxativamente, aunque en
forma amplia.
En cuanto a entes ideales en cuyo nombre, con su ayuda o en su beneficio se actúa, el
dispositivo da a entender que no importa la estructura que adopte el ente ideal, siempre
que se trate de una persona no física a la que se pueda atribuir un hecho imponible
tributario o previsional.
Las personas a las que se amenaza con la pena de prisión deben obrar en nombre,
con la ayuda o en beneficio del ente considerado sujeto pasivo. Es decir que no solo se
castiga a quien obra para beneficiar a dicho ente de existencia ideal, sino que es punible
el mero hecho de actuar en su nombre y también si se recurre al auxilio de la persona no
física. La norma exige la intervención personal en el hecho punible.
Así, está claro que no basta el desempeño de la función, sino que se requiere una
acción personal con pleno conocimiento de lo que se está haciendo, es decir, una
actuación dolosa.
2.4. Punibilidad de las personas de existencia ideal: esta ha sido una de las
novedades más relevantes introducidas en su momento por la ley 26.735, dado que por
primera vez se incorporó en el régimen penal tributario y previsional la posibilidad de
sancionar penalmente a las personas de existencia ideal. Se estructuró, de esta manera,
un nuevo sistema con doble imposición de penas, ya que se sanciona a la persona física
que intervino en el hecho y, a su vez, a la persona de existencia ideal en cuyo nombre,
beneficio o con cuya ayuda actuó el primero.
La norma actual, contenida en el art. 13 del Régimen Penal Tributario, establece que
cuando los hechos delictivos previstos en la ley hubieran sido realizados en nombre, con
la intervención o en beneficio de una persona de existencia ideal, se impondrán a la
entidad las siguientes sanciones, conjunta o alternativamente: 1) suspensión total o
parcial de actividades, que en ningún caso podrá exceder los cinco años; 2) suspensión
para participar en concursos o licitaciones estatales de obras o servicios públicos o en
cualquier otra actividad vinculada con el Estado, que en ningún caso podrá exceder los
cinco años; 3) cancelación de la personería, cuando hubiese sido creada al solo efecto de
la comisión del delito, o esos actos constituyan la principal actividad de la entidad; 4)
pérdida o suspensión de los beneficios estatales que tuviere, y/o 5) publicación de un
extracto de la sentencia condenatoria a costa de la persona de existencia ideal. Tal como
se expuso, la ley 27.430 (Título IX) ha eliminado la sanción de multa establecida en la ley
24.769 y modificatorias.
Cuando fuere indispensable mantener la continuidad operativa de la entidad o de una
obra o de un servicio en particular, no serán aplicables las sanciones previstas en los incs.
1º y 3º.
El tema de la responsabilidad de las personas de existencia ideal depara desde hace
tiempo posturas encontradas; siendo sus extremos una positiva, que admite dicha
posibilidad, y una negativa, que la niega tajantemente.
La tesis negativa es muy relevante en la doctrina clásica, en cuanto entiende que la
persona colectiva carece de los presupuestos biopsíquicos consustanciales al concepto
de culpabilidad que se dan en el hombre. Afirman que la pena se dirige a quienes son
susceptibles de retribución y prevención y solo la persona física tiene los atributos de
inteligencia y voluntad que presuponen esas finalidades de la pena. No sucede lo mismo
con la persona colectiva, por lo que solamente por medio de sus representantes u
órganos puede vincularse de alguna manera al círculo de la represión penal(348).
En otras palabras, para quienes se enrolan en esta posición, las personas colectivas no
pueden ser penadas, aun cuando en su nombre se cometan delitos, en tanto a estos se
los considera realizados por las personas físicas que desempeñan las funciones de
dirección o administración de los entes colectivos, y solo esas personas físicas pueden
ser objeto de sanción.
Por otra parte, adhiriendo a la tesis positiva, se ha dicho que la previsión normativa
supera la posición tradicional que negaba la posibilidad de imponer penas a las personas
jurídicas con fundamento en que estas serían incapaces de acción.
"Esta propuesta cuenta con el aval de la comunidad científica internacional, que
sostiene la punibilidad de las personas jurídicas y la necesidad de instaurarla como forma
de combatir la criminalidad de empresa. En efecto, se inscribe en la tendencia moderna
ya adoptada por otros sistemas jurídicos de otros países, que se caracteriza por el
abandono del principio societas delinquere non potest y da un giro copernicano al
instaurar la responsabilidad de las personas jurídicas"(349).
Aclarado ello, vemos que a partir de la reforma que la ley 26.735 introdujo en la ley
24.769, la solución legal ha sido proclive a la tesis que admite la punibilidad de las
personas de existencia ideal por la comisión de delitos. Dicha reforma, sin modificar el
primer párrafo del artículo, incorporó una segunda parte, receptando expresamente la
punibilidad de las personas jurídicas en cuyo nombre, beneficio o con cuya intervención
se hubiesen cometido los hechos delictivos(350).
Esta reforma, independientemente de la postura científica que se adopte al respecto,
no puede considerarse sorpresiva, dado que se trata de una solución a la que se deslizó
contemporáneamente la legislación nacional, preexistiendo normas punitivas similares en
materia aduanera, cambiaria, de defensa de la competencia, lavado de dinero (ley
26.683,art. 304 del Cód. Penal) y otros delitos contra el orden económico y financiero
(v.gr., Ley de Abastecimiento), sirviendo de ejemplo de tal tendencia la regulación por
medio de la ley 27.401 de Responsabilidad Penal Empresaria y Programas de Integridad
o Compliance.
Asimismo, la punibilidad de personas de existencia ideal ha sido aceptada por
jurisprudencia local(351) y comparada (España, Francia, EE.UU.).
Puede observarse en la norma que resulta sumamente severo el catálogo de sanciones
previsto, con el agravante de que pueden ser aplicadas "conjunta o alternativamente", por
lo que podría llegar a afectarse así el principio de proporcionalidad.
El último párrafo del art. 13, en tanto estatuye como inaplicables dichas sanciones
"cuando fuera indispensable mantener la continuidad operativa de la entidad o de una
obra o servicio en particular", deja un enorme margen de discrecionalidad al juzgador para
decidir en qué casos esa continuidad es "indispensable".
Sin perjuicio de lo dicho, resulta preocupante no solo la variedad y gravedad de las
sanciones, sino que las mismas queden libradas absolutamente a la voluntad del
magistrado interviniente, puesto que no se establece otra limitación ni pauta de aplicación
que no sea la amplísima del tercer párrafo de la norma: "Para graduar estas sanciones,
los jueces tendrán en cuenta el incumplimiento de reglas y procedimientos internos, la
omisión de vigilancia sobre la actividad de los autores y partícipes, la extensión del daño
causado, el monto de dinero involucrado en la comisión del delito, el tamaño, la
naturaleza y la capacidad económica de la persona jurídica". Esta pauta viene a sumarse
a las que habilitan los arts. 40 y 41 del Cód. Penal.
2.5. Casos de inhabilitación especial: según la redacción del art. 15 inc. a) del
Régimen Penal Tributario (artículo que en la ley 24.769 fue modificado en su momento
por ley 25.874(352)), quien a sabiendas realice los actos que detalla tal precepto (dictaminar,
informar, dar fe, autorizar o certificar actos jurídicos, balances, estados contables o
documentación) para facilitar la comisión de delitos previstos en la ley, es pasible, además
de las penas que le corresponden por su participación en el hecho, de la pena de
inhabilitación especial por el doble del tiempo de la condena.
Basta con que los actos detallados se utilicen para facilitar la comisión de los delitos.
Esto significa que las actuaciones no deben ser vitales e imprescindibles para la
configuración del ilícito, sino que simplemente debe tratarse de instrumentos que tengan
la posibilidad de favorecer la comisión de delitos tributarios o previsionales.
El agravante de inhabilitación requiere que se actúe a sabiendas, lo cual significa la
presencia de un dolo específico que comprende el conocimiento del agente de que está
participando en un delito previsto en la ley, y su voluntad de actuar en consecuencia. Esto
permite descartar la punibilidad de las conductas culposas, es decir, aquellas en las
cuales se actúa por imprudencia, negligencia o impericia, produciendo un resultado
dañoso sin quererlo.
Se trata de una inhabilitación especial por lo que produce la privación del empleo,
cargo, profesión o derecho sobre el cual recayere, y la incapacidad para obtener otro del
mismo género por el doble del tiempo de la condena (art. 20, Cód. Penal).
2.6. Extinción de la acción penal: una de las principales modificaciones que ha traído
el Régimen Penal Tributario de la ley 27.430 ha sido la posibilidad de extinguir la acción
penal por pago en los casos de evasión simple o agravada y de aprovechamiento
indebido de beneficios fiscales (arts. 1º, 2º, 3º, 5º y 6º del Título IX de la ley 27.430).
De manera previa, el art. 16 de la ley 24.769 establecía que el sujeto obligado que
regularizare espontáneamente su situación, dando cumplimiento a las obligaciones
evadidas, quedaría exento de responsabilidad penal siempre que su presentación no se
produzca a raíz de una inspección iniciada, observación de parte de la repartición
fiscalizadora o denuncia presentada, que se vincule directa o indirectamente con él. Esta
modificación normativa fue entendida como una causa u obstáculo que cancela la
punibilidad, o excusa absolutoria.
Es preciso destacar que hasta el dictado de la ley 26.735 existía la posibilidad en la ley
24.769 de extinción por aceptación y pago, que generara durante su vigencia abundante
doctrina científica y jurisprudencial ante las muchas dudas surgidas en su aplicación. Allí
se establecía que, cuando se trate de los delitos previstos en los arts. 1º y 7º la acción
penal se extinguía si el obligado aceptaba y pagaba la liquidación o determinación
tributaria o previsional, lo cual podía hacerse hasta el requerimiento fiscal de elevación a
juicio. El beneficio se otorgaba por única vez por cada persona física o de existencia ideal
obligada. La resolución que declarara extinguida la acción penal debía comunicarse a la
Procuración del Tesoro de la Nación y al Registro Nacional de Reincidencia y Estadística
Criminal y Carcelaria. Era requisito ineludible aceptar de modo "incondicional" la
liquidación o determinación tributaria o de seguridad social, lo cual significaba que el
beneficiado no podía reabrir la discusión sobre la deuda ni solicitar su repetición.
El actual art. 16 del Régimen Penal Tributario establece que en los casos previstos en
los arts. 1º, 2º, 3º, 5º y 6º la acción penal se extinguirá, si se aceptan y cancelan en forma
incondicional y total las obligaciones evadidas, aprovechadas o percibidas indebidamente
y sus accesorios, hasta los treinta (30) días hábiles posteriores al acto procesal por el cual
se notifique fehacientemente la imputación penal que se le formula.
Para el caso, la Administración Tributaria estará dispensada de formular denuncia
penal cuando las obligaciones evadidas, aprovechadas o percibidas indebidamente y sus
accesorios fueren cancelados en forma incondicional y total con anterioridad a la
formulación de la denuncia. Este beneficio de extinción se otorgará por única vez por cada
persona humana o jurídica obligada.
La aceptación y cancelación debe ser en forma incondicional y total, existiendo
diversos cuestionamientos doctrinarios en relación con el alcance de la
"incondicionalidad" en tanto podría significar un cercenamiento de los derechos de los
contribuyentes.
A partir del texto de la ley, han surgido debates en torno al alcance de la expresión "por
única vez", de si es comprensiva únicamente de la extinción de la acción penal una vez ya
formulada la denuncia, o si esa "única oportunidad" también se establece en relación con
aquellos ilícitos aún no denunciados y la dispensa de denuncia que tiene la
Administración ante el pago total e incondicional. Entendemos que, si no hay denuncia,
mal puede haber extinción de la acción penal, máxime considerando que el proyecto de
ley no contenía en el art. 16 la dispensa de denuncia finalmente incorporado al texto legal,
lo que nos lleva a concluir que la expresión "por única vez" solo es comprensiva de la
extinción de la acción penal una vez ya formulada la denuncia.
Finalmente, por disposición 192/2018, la AFIP ha reglamentado el art. 16 del Régimen
Penal Tributario, lo que ha merecido cuestionamientos en tanto ha regulado no solo en lo
atinente a los impuestos nacionales, sino también respecto de todas las jurisdicciones
locales.
2.7. Acumulación de sanciones penales y administrativas: el art. 17 de del
Régimen Penal Tributario dispone que las penas establecidas por esta ley son impuestas
sin perjuicio de las sanciones administrativas. Según nuestro criterio reiteradamente
expuesto, la disposición puede significar una ilegal imputación duplicada por un único
hecho que constituye un solo acto típico, con lo cual la pretensión de doble juzgamiento y
doble condena es inconstitucional por violar el principio non bis in idem(353).
Coinciden con este criterio Corti, Calvo y Sferco(354), quienes se oponen a que se
apliquen penas por los delitos de esta ley y también sanciones administrativas fiscales,
que son las previstas por la ley 11.683 y por la normativa previsional correspondiente.
Argumentan que la solución adoptada es inconstitucional, en cuanto puede infringir el
principio non bis in idem, tal como lo ha reconocido la doctrina más calificada y la
jurisprudencia consolidada de la Corte Suprema de la Nación. Evidentemente, en este
caso el legislador ha prescindido del art. 14, inc. 7º, del Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos (desde 1994 con jerarquía constitucional), que establece: "Nadie podrá
ser juzgado ni sancionado por un delito por el cual haya sido condenado o absuelto por
una sentencia firme de acuerdo con la ley y el procedimiento penal de cada país".
3. ILÍCITOS CORRESPONDIENTES AL RÉGIMEN IMPOSITIVO: los mismos son descriptos por
los arts. 1º a 3º del Régimen Penal Tributario.
3.1. Evasión simple: dice el art. 1º: "Será reprimido con prisión de dos (2) a seis (6)
años el obligado que mediante declaraciones engañosas, ocultaciones maliciosas, o
cualquier otro ardid o engaño, sea por acción o por omisión, evadiere total o parcialmente
el pago de tributos al Fisco nacional, al Fisco provincial o a la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, siempre que el monto evadido excediere la suma de un millón quinientos
mil de pesos ($ 1.500.000) por cada tributo y por cada ejercicio anual, aun cuando se,
tratare de un tributo instantáneo o de período fiscal inferior a un (1) año.
Para los supuestos de tributos locales, la condición objetiva de punibilidad establecida
en el párrafo anterior se considerará para cada jurisdicción en que se hubiere cometido la
evasión".
De este artículo podemos destacar lo siguiente:
a) El hecho punible consiste en evadir fraudulentamente el pago de tributos nacionales,
provinciales o correspondientes a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, siempre que el
monto evadido exceda la suma que indica la ley por cada tributo, por cada ejercicio anual
y por cada jurisdicción.
b) Son sujetos activos los obligados tributarios, entendiéndose como tales a los
contribuyentes, responsables y sustitutos indicados en la ley 11.683, en las leyes que
regulan tributos nacionales en particular o en la normativa tributaria provincial y de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. La doctrina distingue con nitidez contribuyentes,
sustitutos, y responsables solidarios, todos los cuales pueden revestir el carácter de
"obligado" para la ley tributaria y, consecuentemente, sufrir la punición que la figura
establece. Pero solamente pueden ser sujetos activos del delito las personas físicas
capaces, siendo, además, punibles las personas de existencia ideal en los términos del ya
analizado art. 13 de la ley.
Si el obligado tributario ignora su calidad de tal, puede haber error de derecho
extrapenal que elimine la subjetividad. La evasión solo puede producirse por parte de
quienes están jurídicamente obligados a pagar un tributo al Fisco. No hay evasión por
parte de quienes reciben el peso económico del tributo sin tener la obligación jurídica de
pagarlo, ni de quienes, aun estando encuadrados en el hecho imponible no han sido
designados sujetos pasivos por la ley (ver capítulo dedicado al derecho tributario
material).
c) La acción típica consiste en evadir fraudulentamente. Se hace eso cuando se evita o
elude por el obligado el pago de lo que legítimamente adeuda, ya sea total o
parcialmente. "Evadir" proviene del latín evadere, que significa "sustraerse de algo donde
se está incluido". Pero conceptualmente la evasión se logra mediante conductas
fraudulentas u omisivas, por lo cual, para ser punible esta figura debe estar acompañada
del fraude, que se configura cuando el resultado se logra utilizando las conductas que la
norma describe, aunadas en la ya añeja expresión penal del ardid o engaño.
Las declaraciones son engañosas cuando contienen datos o cifras carentes de
veracidad y ello se hace con el propósito de tergiversar los distintos elementos que
conforman la materia imponible. Cabe aclarar que no solo se trata de las declaraciones
juradas sino de cualquier otra, como, por ejemplo, la que se formula contestando un
requerimiento del Fisco colocado en actitud de fiscalización o investigación.
Las ocultaciones maliciosas son aquellas que ocultan o tapan la verdad, así como
también cuando se calla lo que obligatoriamente debería decirse.
Constituye ardid el despliegue de artificios o maniobras disimuladoras de la realidad (p.
ej., llevar doble contabilidad), y es requisito esencial que sea idóneo, es decir, debe tener
la aptitud suficiente para burlar al Fisco. El engaño es la aserción, por palabras o actos,
expresa o implícitamente de que es verdadero lo que en realidad se sabe falso; pero no
basta la simple mentira sin basamento alguno y fácilmente detectable.
El delito se comete tanto por acción u omisión. Lo primero sucede cuando se actúa en
forma positiva, cuando existe una norma que prohíbe realizar el acto. La omisión se
configura cuando las normas, en vez de prohibir, mandan o imponen un comportamiento
que no se cumple.
Las maniobras descriptas no tienen por objeto hacer incurrir al Fisco en error y de tal
manera apoderarse de su patrimonio. Lo que se quiere, mediante el astuto despliegue de
maniobras ardidosas o engañosas, es que el Fisco no advierta que sufrió el daño,
quedando de tal manera el delito impune. El perjuicio se consuma sin que el Fisco
intervenga; y, si interviene, se lo engaña. No hay relación causal entre el error y un
desapoderamiento de algo que integra el patrimonio fiscal. La relación causal se traba
entre la maniobra, el error y la consiguiente impunidad del evasor.
La evasión comprende la elusión tributaria que definimos como un "fraude antijurídico
por abuso en las formas", claramente distinguible de la "economía de opción" (o
"evitación"), en la cual el contribuyente elige entre varias formas igualmente legítimas, ya
que nada le impide arreglar sus negocios en forma de pagar el menor impuesto posible,
siempre que lo haga dentro de la ley.
Lo evadido son "tributos", es decir, los impuestos, tasas y contribuciones especiales.
No están incluidos los intereses ni las eventuales actualizaciones, así como tampoco las
multas.
d) El elemento subjetivo es el dolo, que se manifiesta en el propósito de obtener un
provecho patrimonial dejando de pagar lo que se adeuda. Consiguientemente, no evade
por ausencia de dolo quien cree que tiene derecho al no pago o al pago disminuido de un
tributo al considerar, por ejemplo, que no está incluido en el hecho imponible, que no
existe materia imponible o que la alícuota es menor.
Dado que las maniobras son fraudulentas, es menester que el evasor actúe con pleno
conocimiento de las circunstancias y de las consecuencias dañosas de su acción, por lo
cual solo cabe dolo directo.
5º) La condición objetiva de punibilidad está claramente deslindada en la ley, y solo es
punible como evasión aquella que supera el monto indicado en el dispositivo. En caso de
configurarse los elementos que integran la figura (evasión de tributos nacionales,
provinciales o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires mediante fraude) y no superar los
montos que indica la ley, el ilícito pasa a ser reprimido por el art. 46 de la ley 11.683, que
establece penas de dos a seis veces el importe del tributo evadido, o por los dispositivos
sancionatorios locales correspondientes, en tanto tipifiquen contravenciones sustanciales
dolosas.
La suma que indica el art. 1º del Régimen Penal Tributario de la ley 27.430 no surge de
acumular varios tributos, sino que debe ser considerada para cada tributo en forma
individual. Esto significa que, si la evasión de tributos nacionales o locales diversos
supera en su conjunto un millón quinientos mil pesos, el delito no se configura. El hecho
solo es punible si alguno de los gravámenes evadidos supera dicho monto.
De la misma manera, la cifra se toma por ejercicio anual, sin importar que se trate de
un tributo instantáneo o de que el período fiscal sea inferior al año. Lo que interesa a la
ley es que la evasión supere un millón quinientos mil pesos, a lo largo del ejercicio anual.
Se entiende por ejercicio anual, el económico, en el caso de sociedades comerciales, y el
año calendario en el caso de las personas físicas no organizadas en forma de empresa.
Es decir que si se trata de un período fiscal inferior al año (como en el caso del IVA, en
que es mensual), habrá que sumar todos esos períodos a lo largo del año y, si superan el
monto indicado, no funcionará la condición que quita punibilidad al hecho.
La suma indicada por el artículo es en concepto de capital, excluyendo intereses y
multas. Esto es así porque lo evadido es un monto puro, mientras que los importes
restantes son accesorios. Cuando la ley quiso incluir otros rubros, lo hizo expresamente,
como en el art. 10, referido a la simulación dolosa de cancelación de obligaciones, que
habla del cobro de obligaciones tributarias o de recursos de la seguridad social o
derivadas de la aplicación de sanciones pecuniarias.
e) El delito es de daño y requiere un resultado perjudicial. Admite la tentativa. Conforme
a su escala penal, es posible gozar de los beneficios de exención de prisión y
excarcelación (art. 316, Cód. Proc. Penal). Asimismo, puede ser extinguida la acción por
pago, según lo prevé el art. 16 del Régimen Penal Tributario.
3.2. Evasión agravada: el art. 2º del Régimen Penal Tributario dispone que la pena
será de tres años y seis meses a nueve años de prisión, cuando, en el caso del art. 1º, se
verifique cualquiera de los siguientes supuestos:
a) El monto evadido supere la suma de quince millones de pesos.
b) Hubieren intervenido persona o personas humanas o jurídicas o entidades
interpuestas, o se hubieren utilizado estructuras, negocios, patrimonios de afectación,
instrumentos fiduciarios y/o jurisdicciones no cooperantes, para ocultar la identidad o
dificultar la identificación del verdadero sujeto obligado y el monto evadido superare la
suma de dos millones de pesos.
c) El obligado utilice fraudulentamente exenciones, desgravaciones, diferimientos,
liberaciones, reducciones o cualquier otro tipo de beneficios fiscales, y el monto evadido
por tal concepto supere la suma de dos millones de pesos.
d) Hubiere mediado la utilización total o parcial de facturas o cualquier otro documento
equivalente, ideológica o materialmente falsos, siempre que el perjuicio generado por tal
concepto superare la suma de un millón quinientos mil de pesos.
Las agravantes se fundan en circunstancias que revelan mayor peligrosidad, ya sea por
los perjuicios considerables ocasionados, o por conductas reveladoras de sofisticadas
técnicas difícilmente detectables (y acreditables), o por el uso inescrupuloso de medidas
promocionales legisladas para el bienestar y progreso de la comunidad.
La relación entre la figura simple y la agravada consiste en que los tipos simples
constituyen, al decir de Núñez, "la espina dorsal" de la parte especial del Cód. Penal (355).
Los tipos agravados son modalidades especiales del tipo básico que aumentan la
criminalidad del acto.
Explica Soler que a veces la figura se aparta del tipo normal por adición de otras
circunstancias. Esto constituye el delito calificado, que es el mismo delito simple agravado
por el agregado de circunstancias específicamente previstas y cuyo efecto es alterar la
escala penal, elevándola. Así, por ejemplo, la figura del asesinato del art. 80, inc. 2º, del
Cód. Penal es la misma figura del homicidio simple más la alevosía, lo cual es una
circunstancia agravante y merece mayor pena(356).
Por lo tanto, para que se configure el ilícito agravado deben concurrir todos los
presupuestos del tipo simple, ya que el mismo se toma como base de la figura más grave
que lo incluye. Esto significa que son trasladables a este delito todas y cada una de las
consideraciones expuestas al tratar el art. 1º. Veamos ahora las circunstancias
agravantes:
a) La agravación por el monto no ofrece mayores dificultades, y opera por el solo hecho
de superarse el monto de quince millones de pesos. La agravante no determina si se
limita ese monto a cada tributo y por cada ejercicio anual, pero el asunto se simplifica
teniendo en cuenta lo que antes dijimos en cuanto a que el delito simple opera como base
con la adición del agravante. Esto significa que la limitación establecida en la figura básica
(art. 1º) respecto del ejercicio anual a considerar y de la independencia entre tributos, rige
también para la calificante.
b) La agravación por personas interpuestas denota en forma inequívoca una mayor
peligrosidad de la conducta y encuentra su mayor fundamento en la especial probabilidad
de impunidad, además de una mayor facilidad de comisión. Se trata de la ya bien
conocida maniobra de utilizar "testaferros" u "hombres de paja", a veces con mecanismos
tan ingeniosos y bien urdidos que tornan imposible detectar, y especialmente probar, la
verdadera identidad del evasor. Ello lleva a que el descubrimiento del hecho delictivo se
vea notoriamente dificultado. Asimismo, la ley 27.430 incorporó la locución "o se hubieren
utilizado estructuras, negocios, patrimonios de afectación, instrumentos fiduciarios y/o
jurisdicciones no cooperantes para ocultar la identidad o dificultar la identificación del
verdadero sujeto obligado".
El responsable del fraude evasivo utiliza "testaferros" o "estructuras" que le aseguran la
impunidad y le facilitan la ejecución del hecho, y dejan al Fisco en un estado de
indefensión difícil de revertir. Aquí esta simulación está extendida; hay ciertos modus
operandi que, aun notorios, son a veces de imposible acreditación. Está justificado el
agravante que, además, requiere un monto evadido superior a dos millones de pesos, que
rige respecto del monto las mismas especificaciones del art. 1º.
c) La agravación por utilización fraudulenta de beneficios fiscales indirectos es otro
medio comisivo que, por sus características, torna razonable que se califique la conducta.
Requiere el uso fraudulento (ardid o engaño) de beneficios que en su origen fueron
legítimamente obtenidos, pero que se distorsionan en su aplicación. Es acertada la norma
al mencionar los diferentes beneficios fiscales indirectos utilizables dolosamente
(exenciones, desgravaciones, diferimientos y liberaciones), aunque la expresión de
"cualquier otro tipo de beneficios fiscales" demuestra que la enunciación anterior es
simplemente ejemplificativa. También aquí el monto evadido debe superar los dos
millones de pesos, y rigen las especificaciones del art. 1º.
Cabe diferenciar el agravamiento de este último inciso con el delito del art. 8º. Mientras
este consiste en utilizar fraudulentamente beneficios ya obtenidos, lícita o ilícitamente, en
el art. 8º lo que se castiga es la obtención fraudulenta de los beneficios.
En el supuesto del inc. 3º del art. 2º, a la pena de prisión se le agrega la privación del
beneficio y la imposibilidad de obtener o utilizar beneficios fiscales de cualquier tipo en el
plazo de diez años (art. 14º).
d) En relación con el agravante por utilización total o parcial de facturas o cualquier otro
documento equivalente, ideológica o materialmente falsos, lo que la ley pretende castigar
cuando refiere a instrumentos ideológicamente falsos es la discordancia entre lo reflejado
en la factura o documento equivalente y la realidad negocial. En ese sentido, la
jurisprudencia ha admitido la falsedad del instrumento, ya sea calificándola como
ideológica o simplemente por reflejar un negocio distinto al real o por ser directamente
inexistente.
Se advierte en este punto la justificada preocupación del legislador por la utilización de
facturas apócrifas como extendida modalidad para la comisión del delito de evasión,
procurando agravar el reproche penal para los usuarios de estos instrumentos(357).
Al referirnos a la perniciosa modalidad evasiva de utilizar facturas apócrifas,
descubrimos que se presenta una amplia casuística, que podemos esquematizar de la
siguiente forma:
- Instrumentos emitidos por sujetos inexistentes.
- Instrumentos emitidos por sujetos existentes pero carentes de solvencia material,
económica y/o capacidad operativa para desarrollar la actividad reflejada en los
documentos.
- Instrumentos emitidos por sujetos existentes y con verdadera capacidad económica
pero que reflejan operaciones inexistentes o por un monto distinto al real o cuya
facturación fue fraguada por terceros o que operan con doble o múltiple
facturación(358).
Ha sido un acierto de la ley 27.430 el incorporar un monto determinado respecto a este
agravante, debido a que en la anterior legislación tal omisión ha despertado dudas
respecto al alcance de la norma, sumado a que expresamente se establecía que basta la
utilización "total o parcial" de los instrumentos falsos, sin mayores especificaciones. Esta
indeterminación normativa colocaba a los sujetos ante supuestos sumamente gravosos,
llegando al absurdo de que una evasión superior al monto del art. 1º de un impuesto y en
un período anual podía considerarse agravada con la sola circunstancia de que se haya
utilizada una sola factura apócrifa por un monto insignificante, lo que violentaba el
principio de proporcionalidad.
Tal inconsistencia hoy se encuentra superada, al haberse establecido que la utilización
total o parcial requiere que sea superior a la suma de un millón quinientos mil de pesos ($
1.500.000) por tributo y ejercicio anual.
Debemos recordar que para que se configure el ilícito agravado deben necesariamente
concurrir todos los presupuestos del tipo simple, ya que el mismo se toma como base de
la figura más grave que lo incluye. Por ello, es que aseveramos que solo se podrá
pretender el encuadre en el delito de evasión agravada por utilización de facturas
apócrifas (art. 2º, inc. d]), si efectivamente se produjo una evasión de más de un millón
quinientos mil pesos por impuesto y por año (art. 1º).
La pena es de suma gravedad, con lo cual este delito no admitiría en principio exención
de prisión o excarcelación, tanto porque el monto máximo supera los ocho años como
porque el mínimo impide la aplicación de la condena condicional (arts. 316 y ss., Cód.
Proc. Penal).
3.3. Aprovechamiento indebido de beneficios fiscales: el art. 3º del Régimen Penal
Tributario manda reprimir "con prisión de tres (3) años y seis (6) meses a nueve (9) años
el obligado que mediante declaraciones engañosas, ocultaciones maliciosas o cualquier
otro ardid o engaño, se aprovechare, percibiere o utilizare indebidamente reintegros,
recuperos, devoluciones, subsidios o cualquier otro beneficio de naturaleza tributaria
nacional, provincial o correspondiente a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires siempre
que el monto de lo percibido, aprovechado o utilizado en cualquiera de sus formas supere
la suma de un millón quinientos mil de pesos ($ 1.500.000) en un ejercicio anual".
Veamos las características de esta figura:
a) El hecho punible consiste en aprovecharse fraudulentamente (ardid o engaño) de
beneficios de naturaleza tributaria que el Estado nacional, el provincial o el de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, sumido en el error, entrega al autor, despojándose de su
patrimonio en beneficio de este, que percibe una suma superior a un millón quinientos mil
pesos.
b) Los sujetos activos pueden ser los sujetos pasivos tributarios (contribuyentes,
responsables, sustitutos) u otros terceros que perciben el dinero mal habido mediante las
maniobras descriptas y sin estar necesariamente ligados al Estado por una obligación
tributaria.
c) La acción típica consiste en aprovecharse de reintegros, recuperos, devoluciones,
subsidios o cualquier otro beneficio de naturaleza tributaria nacional, provincial o de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los reintegros, recuperos o devoluciones se originan
en la ley 11.683 y otras leyes tributarias nacionales y locales que regulan la restitución de
tributos que supuestamente fueron pagados en forma indebida, o puede también tratarse
de sumas que se devuelven para promover actividades que se desea
incentivar. Subsidio es la ayuda o auxilio que se presta a alguna persona u organismo con
fines de reactivación, solidarios o de fomento.
Como puede observarse, de la terminología legal se desprende que los reintegros,
recuperos o devoluciones deben estar conectados con la noción de ayuda solidaria o
promocional, y no se trata de las repeticiones por pagos indebidos. Si con ardid o engaño
se defrauda al Fisco mediante una devolución por un supuesto pago indebido inexistente,
el ilícito no encuadrará en este dispositivo, sino que el encuadre deberá hacerse en la
figura del fraude a la administración pública del art. 174, inc. 5º, del Cód. Penal. Por otro
lado, entendemos que, aparte de las restituciones guiadas por la ayuda, auxilio o fomento,
cualquier subsidio directo de naturaleza tributaria en que el Fisco entregue fondos como
víctima de ardid o engaño está incluido en este ilícito.
El dispositivo repite las enunciaciones del art. 1º, que se unifican en la expresión
"cualquier otro ardid o engaño", por lo que nos remitimos a lo dicho.
d) La pena es de extrema gravedad; pero téngase en cuenta que la acción es
doblemente repudiable, primero porque el autor se aprovecha del error fiscal o de
medidas solidarias o promocionales como los subsidios para consumar su acción, y
segundo, porque, en la evasión se impide el cobro de tributos debidos al Estado, pero no
se toca su patrimonio, mientras que en esta figura se despoja al Estado de sus bienes. El
delito es de daño y admite tentativa.
No compartimos la tesis de quienes creen ver en este delito una figura de peligro
concreto(359). Si el delito se consuma con el "aprovechamiento", y la condición objetiva de
punibilidad requiere que el monto de lo "percibido" supere un millón quinientos mil pesos
en el ejercicio anual, no se advierte que la cuestión quede reducida al simple peligro, ya
que hubo desprendimiento patrimonial. No podría haber, en principio, exención de prisión
ni excarcelación (arts. 316 y ss., Cód. Proc. Penal), y rige la pena accesoria del art. 51.
4. ILÍCITOS RELATIVOS AL RÉGIMEN DE SEGURIDAD SOCIAL. EVASIÓN PREVISIONAL.FIGURA
SIMPLE Y AGRAVADA: el Régimen Penal Tributario regula a estos ilícitos en sus arts.
5º y 6º.
Entendemos que para explicar y evaluar estas figuras debemos partir del concepto de
"seguridad social" (bien jurídico atacado por el delito).
El régimen de seguridad social es el conjunto de normas, principios y técnicas que
protegen a la población desde el momento de la concepción hasta la muerte, intentando
cubrir las diversas contingencias valoradas como socialmente protegibles. De allí que el
campo de acción abarque distintos rubros, como jubilaciones de trabajadores
dependientes o autónomos, pensiones de vejez, invalidez, enfermedad, riesgos
ocupacionales y compensación por desempleo.
El sistema único de seguridad social (SUSS) fue creado por dec. (PEN) 2484/1991 y se
enmarcó en los sistemas de seguridad social con base contributiva, ya que su principal
fuente de financiamiento son las imposiciones sobre salarios o ingresos (aportes
personales, contribuciones patronales y recursos fiscales). Mediante la citada norma se
unificó la recaudación, creándose la contribución única de la seguridad social (CUSS).
La seguridad social se encontraba también tutelada a nivel nacional por la ley
24.241, que instituía un sistema mixto, en parte público (de reparto) y en parte privado (de
capitalización, administrado por las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y
Pensiones —AFJP—). Una posterior modificación por ley 26.222 comenzaba a privilegiar
el sistema de reparto, habilitando el retorno de los afiliados a las AFJP al sistema de
reparto estatal.
Finalmente, con la sanción de la ley 26.425 se eliminaron las AFJP y el sistema se
unificó en un único régimen previsional público de reparto, denominado Sistema Integrado
Previsional Argentino —SIPA—.
Por otra parte, la modificación que la ley 26.735 introdujo en la ley 24.769 nos coloca
ante la situación novedosa en tanto la protección penal alcanza, desde el 6 de enero de
2012, a los aportes y contribuciones correspondientes a los Fiscos provinciales y al de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Ello resulta una solución de absoluta justicia, dado que el trabajador que aporta a los
sistemas provinciales tiene los mismos derechos y es merecedor de la misma protección
que el trabajador del sistema nacional ante las diversas contingencias valoradas como
socialmente protegibles.
Las instituciones que cubren estos servicios, tanto a nivel nacional como local, están
regidas por una profusa cantidad de normas que requieren manejar numerosa información
legal.
Los obligados que eluden dolosamente el pago de los aportes y contribuciones que
sostienen el régimen estarán incursos en la evasión simple previsional del art. 5º, con la
posibilidad de agravarse la pena si se da alguna de las circunstancias del art. 6º.
Retomando el análisis de la figura, veamos los preceptos que la describen.
Dice el art. 5º: "Será reprimido con prisión de dos (2) a seis (6) años el obligado que,
mediante declaraciones engañosas, ocultaciones maliciosas, o cualquier otro ardid o
engaño, sea por acción o por omisión, evadiere parcial o totalmente al Fisco nacional,
provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el pago de aportes o contribuciones,
o ambos conjuntamente, correspondientes al sistema de la seguridad social, siempre que
el monto evadido excediere la suma de doscientos mil pesos ($ 200.000) por cada mes".
Por su parte, el art. 6º establece: "La prisión a aplicar se elevará de tres (3) años y seis
(6) meses a nueve (9) años cuando en el caso del artículo 5º, por cada mes, se
comprobare cualquiera de los siguientes supuestos: a) El monto evadido superare la
suma de un millón de pesos ($ 1.000.000); b) Hubieren intervenido persona o personas
humanas o jurídicas o entidades interpuestas, o se hubieren utilizado estructuras,
negocios, patrimonios de afectación y/o instrumentos fiduciarios, para ocultar la identidad
o dificultar la identificación del verdadero sujeto obligado y el monto evadido superare la
suma de cuatrocientos mil pesos ($ 400.000); c) Se utilizaren fraudulentamente
exenciones, desgravaciones, diferimientos, liberaciones, reducciones o cualquier otro tipo
de beneficios fiscales, y el monto evadido por tal concepto superare la suma de
cuatrocientos mil pesos ($ 400.000)", habiendo sido esta última causal incorporada por
la ley 27.430.
Veamos sus particularidades:
a) El hecho punible, tanto de la evasión simple (art. 5º) como de la agravada (art. 6º)
consiste en omitir con fraude el pago de aportes o contribuciones (o de los dos juntos)
correspondientes a la seguridad social, con la salvedad de que en la figura calificada
concurren circunstancias que aumentan la pena. La figura de la evasión simple previsional
es una copia de la tributaria (art. 1º), y la distinción está dada porque en la primera se
intenta resguardar el régimen de seguridad social.
Esta circunstancia diferenciadora hace que las maniobras, aun cuando hayan sido
descriptas jurídicamente de la misma manera, sean fácticamente disímiles y adquieran
matices particularizados. Ello justifica su tratamiento por separado.
b) Son sujetos activos todos aquellos a los cuales las normas que componen el sistema
de seguridad social comprenden como contribuyentes o agentes de retención de aportes
ajenos y todos aquellos que deben obligatoriamente realizar aportes como autónomos.
c) En relación con los elementos de la acción típica de la evasión simple tributaria,
damos por reproducidas las definiciones que el art. 1º contiene sobre "declaraciones
engañosas", "ocultaciones maliciosas" y "cualquier otro ardid o engaño". La
particularización por el objeto atacado lleva a que estas maniobras consistan, por ejemplo,
en presentar liquidaciones falsas omitiendo incluir personal en relación de dependencia, o
consignando remuneraciones más bajas que las realmente pagadas.
Para que las maniobras tengan entidad delictual deben ser medios deliberadamente
usados para no pagar o para pagar menos de lo que corresponde. Se debe tener cuidado
con los casos de caracterización contractual dudosa, en los que no hay jurisprudencia
uniforme sobre la relación de dependencia, y en los cuales puede haber error excusable
del empleador. El propósito de las maniobras es el engaño del Fisco, lo cual lleva a este a
aceptar como verdaderas, circunstancias falsas que conducen al perjuicio de la
recaudación.
Los conceptos evadidos son contribuciones y aportes. Las contribuciones son las que
hacen las personas en beneficio de terceros. Los aportes son los montos que los patrones
retienen a sus subordinados y que —dentro del plazo legal— deben ingresar al Fisco.
También se denominan aportes los pagos que deben realizar aquellos a quienes la ley
encuadra obligatoriamente como autónomos, es decir que estos últimos solo pueden ser
punibles si están obligatoriamente incluidos en el régimen y no los que lo están en forma
voluntaria.
El art. 5º de la ley también menciona la posibilidad evasiva de "ambos conjuntamente".
En este caso, la suma de ambos conceptos debe superar la condición objetiva de
punibilidad, pero la doble evasión se convierte en un solo hecho punible a los fines de
calcular esta suma(360).
d) El elemento subjetivo es doloso, y específicamente la finalidad es beneficiarse
perjudicando a un órgano de la seguridad social nacional o local. Como antes dijimos, no
hay dolo si se presentan dudas en cuanto a la relación de dependencia o a la obligación
de estar incluido el autor como autónomo o ser aportante de otro régimen. En estos
casos, la falta de dolo excluye la punibilidad del hecho.
e) La condición objetiva de punibilidad está dada porque el monto evadido debe
superar los doscientos mil pesos por cada período. En primer lugar, cabe aclarar que
según la legislación previsional el período es mensual y el vencimiento de aportes y
contribuciones se produce al mes siguiente de su devengamiento. En segundo lugar,
entendemos que, si hay evasión conjunta de aportes y contribuciones, ambos deben ser
sumados y habrá punibilidad si el monto total supera los doscientos mil pesos.
f) Es un delito de daño, ya que se logra no ingresar los aportes o contribuciones
debidos, engañando al Fisco que no advierte la ilicitud.
g) La figura agravada del art. 6º responde al principio enunciado al explicar el art. 2º.
Para que se configure la figura calificada deben darse los presupuestos de la figura simple
(art. 5º) con la adición de las circunstancias agravantes. Una de ellas es por el monto, que
debe superar un millón de pesos en cada período mensual. La otra es por la utilización de
"testaferros" que aparecen como obligados de la seguridad social o la utilización de
"estructuras" que ocultan la identidad o dificultan la identificación del verdadero deudor.
En este caso, el monto evadido debe superar los cuatrocientos mil pesos, debiendo
entenderse que ello tiene que suceder en el período mensual. Finalmente, la ley
27.430 incorporó como agravante la utilización fraudulenta de beneficios fiscales (inc. c]),
en la medida que el monto evadido por tal concepto superare la suma de cuatrocientos mil
pesos.
5. ILÍCITOS COMETIDOS POR LOS AGENTES DE RETENCIÓN Y PERCEPCIÓN TRIBUTARIOS Y
PREVISIONALES: estas figuras se encuentran reguladas en los arts. 4º y 7º del Régimen
Penal Tributario.
Dispone el art. 4º: "Será reprimido con prisión de dos (2) a seis (6) años el agente de
retención o de percepción de tributos nacionales, provinciales o de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires, que no depositare, total o parcialmente, dentro de los treinta (30) días
corridos de vencido el plazo de ingreso, el tributo retenido o percibido, siempre que el
monto no ingresado, superare la suma de cien mil pesos ($ 100.000) por cada mes".
A su vez, el art. 7º establece: "Será reprimido con prisión de dos (2) a seis (6) años el
empleador que no depositare total o parcialmente dentro de los treinta (30) días corridos
de vencido el plazo de ingreso, el importe de los aportes retenidos a sus dependientes
con destino al sistema de la seguridad social, siempre que el monto no ingresado
superase la suma de cien mil pesos ($ 100.000), por cada mes.
"Idéntica sanción tendrá el agente de retención o percepción de los recursos de la
seguridad social que no depositare total o parcialmente, dentro de los treinta (30) días
corridos de vencido el plazo de ingreso, el importe retenido o percibido, siempre que el
monto no ingresado superase la suma de cien mil pesos ($ 100.000), por cada mes".
Del análisis de estos artículos surge lo siguiente:
a) El hecho punible consiste en que un agente de retención o de percepción tributario
(art. 4º) o un agente de retención previsional (art. 7º) no deposite total o parcialmente y en
forma dolosa, el tributo retenido (art. 4º) o el aporte de seguridad social retenido (art. 7º),
dentro de los treinta días corridos de vencido el plazo de ingreso, y siempre que el monto
no ingresado supere la suma que indica la ley, por cada mes.
El segundo párrafo del art. 7º fue incorporado por la ley 26.063, y se diferencia del
primero en cuanto al sujeto obligado al que está dirigido, dado que el párrafo precedente
se refiere puntualmente a los aportes retenidos por el empleador, en tanto que aquí se
señala a los importes retenidos o percibidos por agentes de retención y percepción de
recursos de la seguridad social en general.
Para que el delito se tenga por cometido es necesario que la retención o percepción se
practiquen en forma efectiva y no se trate de meras ficciones contables.
b) Son sujetos activos los agentes de retención y de percepción tributarios, el agente
de retención de aportes previsionales y los agentes de retención y percepción de otros
recursos de la seguridad social, los que caracterizaremos:
El agente de retención tributario es quien debe hacer un pago al contribuyente, ya sea
por su función pública o por razón de su actividad, oficio o profesión. Esa situación le
permite amputar el tributo que posteriormente debe ingresar al Fisco.
El agente de percepción es aquel que, por su función pública, actividad, oficio o
profesión, se halla en una situación que le permite recibir un pago hecho por el
contribuyente, lo que le permite adicionar un monto tributario que luego debe depositar a
la orden del Fisco.
c) El agente de retención de seguridad social es aquel que por su situación de
empleador debe pagar una retribución a su subordinado, de la cual detrae el aporte que
corresponde hacer al trabajador para la seguridad social, debiendo posteriormente el
agente ingresar lo retenido al ente recaudador. Obviamente, el empleador no es agente
de retención de las contribuciones patronales, por no ser retenciones y ya que no se
puede retener lo que es propio.
d) La acción típica consiste en omitir ingresar lo retenido o percibido dentro del término
que la ley confiere, o sea el de treinta días corridos después del vencimiento del plazo
general de ingreso. En esta figura, no hay ardid o engaño. La omisión configura la
infracción sin necesidad de que el Fisco haya sido inducido en error ni se haya
desplegado maniobra ardidosa alguna.
Es necesario que la retención o la percepción se hayan realizado efectivamente, es
decir, tiene que darse la circulación de fondos que permite al retentista amputar y al
perceptor adicionar(361). Es decir, si los fondos no estuvieran en la efectiva disposición del
agente, es obvio que no podría "apropiarse".
Ha desaparecido de la fórmula legal originaria la frase "mantienen en su poder", lo cual
es correcto porque la ley describía aparentemente dos acciones típicas, pero en realidad
lo reprimido es no ingresar en término importes retenidos o percibidos. La referencia a
"mantener en su poder" tenía importancia para demostrar que la detracción o la adición
debía ser efectuada en forma real.
Esta situación se mantiene en las normas vigentes y lo demuestra su propio título, que
habla de "apropiación indebida". Por ello, es digna de encomio la supresión de la
incorrecta frase final del art. 8º de la ley 23.771, en cuanto no admitía excusación basada
en la falta de existencia de retención o percepción, si estaban contabilizadas.
La jurisprudencia ampliamente mayoritaria ya venía diciendo desde tiempo atrás que
no hay delito si la retención fue imposible porque el dinero jamás estuvo en manos del
agente(362). Esto ha sido reiterado por la jurisprudencia, cuando refieren los jueces al
similar ilícito del art. 48 de la ley 11.683 y también al art. 8º de la derogada ley 23.771(363).
e) El elemento subjetivo está dado por el dolo, y consiste en la voluntad deliberada de
no ingresar en término, no obstante, la conciencia del deber de hacerlo. Es decir, hay
causas que eximen de responsabilidad al agente por no haber obrado con la subjetividad
requerida (p. ej., si no pudo ingresar por error excusable o imposibilidad material).
Si lo producido es un simple retardo, y el agente ingresa (aun fuera de término) pero
espontáneamente con pago de intereses por mora y antes de la denuncia, no puede
hablarse de "apropiación", ya que el agente se desprendió de los fondos antes de que el
hecho fuera considerado delictivo por la autoridad administrativa, demostrando el
espontáneo ingreso tardío la falta de intención de apropiarse del dinero, y sin que el Fisco
sufriese daño alguno.
Con respecto al caso previsional, queda excluida de esta figura la falta de depósito de
las contribuciones, que por estar a cargo del empleador nada tienen que ver con el papel
de agente de retención que la ley le asigna en cuanto a aportes de subordinados. El
hecho de no ingresar dichas contribuciones constituye un mero incumplimiento.
En la ya citada causa "Adot, Oscar", se absolvió al imputado que amparándose en
estado de necesidad no depositó las retenciones. En el caso, y ante el notorio descalabro
de la empresa, el agente de retención omitió el ingreso de los aportes para cubrir la
atención de otros rubros que consideró prioritarios.
f) Como vimos al tratar los artículos referentes a la seguridad social, el período es
mensual y el vencimiento es fijado por el ente recaudador.
Finalmente, es preciso hacer referencia a la reforma introducida por la ley 27.147 al
Cód. Penal, en tanto ha incorporado el inc. 6º al art. 59, relativo a la extinción de la acción
penal por conciliación o reparación integral del perjuicio, de conformidad con lo previsto
en las leyes procesales correspondientes.
Ello ha aparejado múltiples planteos en orden a la extinción de la acción penal en
materia tributaria, principalmente en relación con los delitos de apropiación indebida aquí
analizados, tanto a nivel nacional como provincial, a pesar de las previsiones contenidas
en el art. 16 de la ley 24.769 y modificatorias, e inclusive, del actual texto del art. 16 del
Régimen Penal Tributario.
La recepción jurisprudencial del instituto de la reparación integral del perjuicio como
forma de extinción de la acción penal en relación con ilícitos del Régimen Penal Tributario,
al día de la presente edición, ha sido variable, tanto en materia de tributos nacionales
como provinciales.
6. DELITOS FISCALES COMUNES: estos son tratados en los arts. 8 a 11 del Régimen Penal
Tributario. Seguidamente los analizamos.
6.1. Obtención fraudulenta de beneficios fiscales: según el art. 8º de dicho régimen:
"Será reprimido con prisión de uno (1) a seis (6) años el que mediante declaraciones
engañosas, ocultaciones maliciosas o cualquier otro ardid o engaño, sea por acción o por
omisión, obtuviere un reconocimiento, certificación o autorización para gozar de una
exención, desgravación, diferimiento, liberación, reducción, reintegro, recupero o
devolución, tributaria o de la seguridad social, al Fisco nacional, provincial o de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires".
Sus características son las siguientes:
a) El hecho punible consiste en lograr mediante ardid o engaño (art. 1º), por acción u
omisión, los instrumentos necesarios para aprovecharse del Estado, obteniendo la
liberación del pago, una disminución de su monto, un retardo en la fecha del devengo o,
incluso, el traspaso de fondos que saldrán del patrimonio fiscal para beneficiar al autor,
tanto en relación con tributos como a recursos de la seguridad social (este último
supuesto, incorporado por la ley 27.430). No requiere, para su consumación, que los
mencionados propósitos se alcancen, es decir que, obtenidos los instrumentos aptos,
ellos conduzcan al provecho indebido. No obstante, la conducta desplegada importa por sí
sola un peligro concreto para el Fisco, y merece castigo.
Acá se advierte diferencia con el art. 3º, que castiga severamente el aprovechamiento
ardidoso de beneficios fiscales. En cambio, el art. 8º pune las maniobras fraudulentas
realizadas con el objetivo de conseguir beneficios fiscales indebidos, ya sean directos o
indirectos, pero sin exigir un resultado dañoso.
b) Sujeto activo es el sujeto pasivo tributario que obtuvo el instrumento mediante el cual
ese mismo sujeto o un tercero, podrán gozar de las exenciones, desgravaciones,
diferimientos, liberaciones, reducciones, reintegros, recuperos o devoluciones tributarias o
de la seguridad social ilícitamente conseguibles. Es decir, este ilícito puede ser cometido
por cualquier sujeto pasivo de tributos o de recursos de la seguridad social, no
imponiéndose ninguna condición que sea exclusiva de determinada calidad de sujetos. La
formulación es amplia y no se requiere el carácter de obligado tributario para ser autor del
ilícito (p. ej., si dicho autor obtiene el beneficio para un tercer contribuyente).
c) La acción típica consiste en obtener (lograr o conseguir) voluntariamente de la
víctima inducida a error por la maniobra fraudulenta, un reconocimiento, una certificación
o una autorización que le permita al autor o a un tercero, gozar de uno de los beneficios
fiscales que describe la ley.
Los medios que puede emplear el sujeto activo se mantienen dentro de las
declaraciones engañosas, las ocultaciones maliciosas o cualquier otro ardid o engaño;
dada la variedad de instrumentos utilizables hay una gran cantidad de posibilidades, y ello
es coherente con la admisión de su empleo por acción o por omisión.
Como se observa, los medios ardidosos o engañosos procuran hacer caer en error a la
víctima para que extienda el reconocimiento, la certificación o la autorización mediante
cuya utilización se obtendrá el beneficio fiscal ilegítimo. Este puede consistir en la
eliminación de la acreencia (exención, liberación), en la disminución de lo adeudado
(desgravación, reducción), en la concesión de un plazo más prolongado para el pago
(diferimiento) o en la entrega por el Fisco, en carácter de restitución (reintegro, recupero)
de sumas que en realidad no le corresponde devolver, lo cual implicaría un
desplazamiento patrimonial perjudicial que paralelamente favorecerá al autor o a un
tercero.
d) Es un delito de peligro, ya que se concreta con la obtención fraudulenta del
instrumento para lograr el beneficio, pero sin que sea necesario que su destinatario lo
perciba efectivamente. Este delito de peligro puede ser, a su vez, el acto preparatorio o
tentativa de la figura del aprovechamiento indebido del art. 3º. Es decir, el paso siguiente
a la conducta reprimida por el art. 8º puede consistir en el aprovechamiento indebido de
beneficios efectivamente obtenidos (conducta castigada por el art. 3º), con el resultado de
que esa obtención se efectuó mediante la conducta que prescribe el art. 8º.
Puede suceder entonces que entre las figuras de los arts. 3º y 8º nos encontremos con
una relación en que el tipo más grave absorba al tipo más leve, y se produzca un
concurso aparente de leyes.
Ello es así porque en un mismo contexto delictivo, el autor realiza dos tipos que
implican ofensas de gravedad progresiva. En tal caso, el tipo más grave excluye la
aplicación del más leve, es decir, se opera la consunción, ante la cual queda subsistente
solo el delito más grave, que en este caso es la figura del art. 3º(364).
e) El elemento subjetivo es doloso y la descripción típica de la conducta incriminada
necesariamente requiere que este dolo sea directo. No existe en este caso ninguna
condición objetiva de punibilidad en relación con el monto mínimo de los beneficios
obtenibles.
La sanción prevista es de uno a seis años de prisión, y, además, opera la pena
accesoria del art. 14, es decir, la pérdida del beneficio y de la posibilidad de obtener o de
utilizar beneficios fiscales de cualquier tipo por el plazo de diez años.
6.2. Insolvencia fiscal fraudulenta: el art. 9º del Régimen Penal Tributario la
caracteriza de esta manera: "Será reprimido con prisión de dos a seis años el que
habiendo tomado conocimiento de la iniciación de un procedimiento administrativo o
judicial tendiente a la determinación o cobro de obligaciones tributarias o de aportes y
contribuciones de la seguridad social nacional, provincial o de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires, o derivadas de la aplicación de sanciones pecuniarias, provocare o
agravare la insolvencia, propia o ajena, frustrando en todo o en parte el cumplimiento de
tales obligaciones".
El ilícito presenta las siguientes notas:
a) El hecho punible consiste en frustrar el pago de tributos, contribuciones y aportes de
seguridad social u obligaciones derivadas de la aplicación de sanciones pecuniarias,
mediante la provocación de la insolvencia.
La figura reproduce con algunas variantes el ilícito que preveía el art. 9º de la ley
23.771, el cual a su vez reemplazó al entonces art. 48 de la ley 11.683. Es decir, se trata
de una figura de larga data, pero de escasa aplicación.
b) Son sujetos activos quienes, habiendo tomado conocimiento de la iniciación de un
procedimiento administrativo o judicial tendiente a la determinación o cobro de
obligaciones tributarias o de aportes y contribuciones de la seguridad social nacional,
provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o derivadas de la aplicación de
sanciones pecuniarias, ejecutan la acción reprimida, o cualquiera que realiza el
comportamiento punido para frustrar los derechos fiscales respecto de un tercero deudor
del Fisco.
c) La acción típica consiste en la provocación o agravamiento de la insolvencia propia o
ajena. "Provocar" consiste en causar, originar o crear la incapacidad de cumplir las
obligaciones que la ley menciona. "Agravar" es agudizar o aumentar la insolvencia ya
existente, pero este agregado es incomprensible, ya que el estado de insolvencia indica la
cesación y consiguientemente la imposibilidad de pago. De allí que, si un sujeto llega a la
insolvencia, ello no admita un plus.
En estas figuras no se utilizan maniobras engañosas generadoras de error, sino que, al
quedarse el deudor insolvente, los acreedores no pueden satisfacer su crédito.
No está comprendida "la apariencia de insolvencia", sino que debe ser real, no
bastando la simulación de insolvencia.
Los medios comisivos consisten en la destrucción, inutilización, daño, ocultamiento o
desaparición de los bienes del patrimonio, o hechos que aniquilen su valor.
d) El elemento subjetivo es doloso, ya que la finalidad es imposibilitar, en todo o en
parte, el cobro de las obligaciones que indica la ley. Hay, además, un elemento subjetivo
específico. El provocador de la insolvencia debe haber tomado conocimiento de la
iniciación de un procedimiento administrativo o judicial.
Si el procedimiento es judicial (ejecución fiscal o previsional) debe haber intimación al
pago o estar dada la oportunidad de oposición de excepciones. Si se inició procedimiento
ordinario, deberá estar notificado de la demanda.
Por otra parte, si el procedimiento es administrativo debe haberse notificado la vista de
la determinación de oficio (art. 17, ley 11.683) o debe haberse dado conocimiento de las
actas previsionales que cuantifican la deuda pretendida y que son impugnables, según
admite el procedimiento respectivo. Si se trata de una sanción pecuniaria, debe haberse
notificado la posibilidad de defensa mediante el descargo pertinente.
A partir de la toma de conocimiento, la acción frustratoria puede ser cometida en
cualquier momento posterior, e incluso después de dictada la sentencia definitiva que
haga lugar a la pretensión fiscal burlada.
e) El delito es de daño, porque la provocación de la insolvencia logra el propósito de
tornar imposible el cobro, ya sea total o parcialmente.
El ilícito es impune si, no obstante haberse producido la insolvencia, las obligaciones
son cumplidas en los términos y condiciones legales (no importa cómo y por quién), ya
que en tal caso no se da la frustración que reprime la figura.
f) Es posible la tentativa si se comienza la ejecución del ilícito pero el mismo se
interrumpe por circunstancias ajenas a la voluntad del autor.
6.3. Simulación dolosa de cancelación de obligaciones: dice el art. 10: "Será
reprimido con prisión de dos (2) a seis (6) años el que mediante registraciones o
comprobantes falsos, declaraciones juradas engañosas o falsas o cualquier otro ardid o
engaño, simulare la cancelación total o parcial de obligaciones tributarias o de recursos de
la seguridad social nacional, provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, o
derivadas de la aplicación de sanciones pecuniarias, sean obligaciones propias o de
terceros, siempre que el monto simulado superare la suma de quinientos mil pesos ($
500.000) por cada ejercicio anual en el caso de obligaciones tributarias y sus sanciones, y
la suma de cien mil pesos ($ 100.000) por cada mes, en el caso de recursos de la
seguridad social y sus sanciones".
En consecuencia:
a) El hecho punible consiste en simular un pago propio o ajeno de obligaciones
tributarias, de seguridad social o derivadas de penas pecuniarias, recurriendo a
registraciones o comprobantes falsos, declaraciones juradas engañosas o falsas, o
valiéndose de cualquier ardid o engaño.
b) El sujeto activo es el obligado al pago de tributos, contribuciones o aportes de
seguridad social, u obligaciones derivadas de la aplicación de sanciones pecuniarias. Se
entiende que estas sanciones derivan de infracciones o situaciones de mora en materia
tributaria o de seguridad social. También puede ser autor cualquier tercero que ejecute la
acción típica.
c) La ley 27.430 ha incorporado la indicación de montos "simulados", despejando de tal
manera la posibilidad de confusiones respecto a su alcance, en tanto la ley derogada no
tenía indicación alguna en tal sentido.
Ya hemos visto que se reprime la simulación de pago de obligaciones fiscales
previsionales o derivadas de sanciones, con medios fraudulentos. Este accionar puede
funcionar de dos maneras:
En forma autónoma, cuando se realice la maniobra (p. ej., confección de un falso
comprobante de pago) pero no se utilice el instrumento apócrifo para eludir total o
parcialmente el pago (p. ej., porque una inspección fiscal descubre el documento antes de
ser usado). De no existir esta figura del art. 10, la maniobra encuadraría en tentativa de
evasión. Al estar incriminado el simple hecho del fingimiento, el ilícito del art. 10 funciona
autónomamente y como delito de peligro, al lesionar la posibilidad del debido contralor por
los organismos recaudadores.
El autor puede realizar el hecho típico (en el ejemplo anterior, la confección de la falsa
boleta bancaria que acredita el pago de un tributo) y dar el siguiente paso, consistente en
utilizar el comprobante falso para no pagar o pagar menos de lo que corresponde,
haciendo caer al órgano recaudador en el error con el comprobante falso; es decir, se
produce la evasión.
En este segundo caso, que será el más frecuente, nos encontramos con que en un
mismo contexto delictivo el autor realiza dos tipos que implican ofensas de gravedad
progresiva (aun cuando se castiguen con la misma pena). Se produce, entonces, un
concurso aparente porque la evasión (el resultado final) comprende la maniobra que se
utilizó para lograrla. En estos casos, el tipo más grave (o, a igual gravedad, el más
perfecto) excluye la aplicación del otro, es decir, se opera la consunción de la figura del
art. 10, que queda absorbida por la evasión de que se trate.
Pueden concurrir también delitos del Cód. Penal como la falsificación de sellos (art.
288), la falsificación de documentos (art. 292) o la falsificación de balances (art. 300, inc.
31). En cada caso se determinará si hay unidad de hecho y resolución (concurso ideal del
art. 54, Cód. Penal), hechos independientes (concurso real del art. 55, Cód. Penal) u otro
concurso aparente.
Dada la amplitud con que la norma menciona las registraciones o comprobantes falsos,
sin distinguir si ellos corresponden a la órbita privada o pública, los documentos o
registros pueden emanar del mismo obligado, de un tercero o de una oficina estatal.
Las maniobras deben ser reveladoras de cierta habilidad o medios técnicos aptos para
que las falsificaciones sean creíbles. De tratarse de otro ardid o engaño que simule el
pago, debe revelar algún ingenio o sofisticación para que el pago simulado parezca real.
Si no hay idoneidad en el ardid que significan los fingimientos de pago y los mismos
son burdos o fácilmente detectables como falsos, el delito es impune. También lo es ante
la simple mentira, es decir, la simple afirmación de que se pagó sin pretender acreditarlo
en forma alguna.
Esto es así, ya sea que la figura del art. 10 haya funcionado autónomamente o como
medio para evadir; en este último caso la evasión no se configura como tipo ante la falta
de idoneidad de la maniobra defraudatoria.
d) El elemento subjetivo es doloso, lo cual surge de la sola mención al ardid o engaño.
6.4. Alteración dolosa de registros o de dispositivos homologados: el art. 11 del
Régimen Penal Tributario establece: "Será reprimido con prisión de dos (2) a seis (6) años
el que de cualquier modo sustrajere, suprimiere, ocultare, adulterare, modificare o
inutilizare:
"a) Los registros o soportes documentales o informáticos del fisco nacional, provincial o
de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, relativos a las obligaciones tributarias o de los
recursos de la seguridad social, con el propósito de disimular la real situación fiscal de un
obligado;
"b) Los sistemas informáticos o equipos electrónicos, suministrados, autorizados u
homologados por el fisco nacional, provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
siempre y cuando dicha conducta fuere susceptible de provocar perjuicio y no resulte un
delito más severamente penado".
El Régimen Penal Tributario ha regulado dentro del art. 11, los por entonces art. 12
(alteración dolosa de registros) y 12 bis (adulteración dolosa de dispositivos
homologados) de la ley 24.769 y sus modificatorias, lo que ciertamente ha significado un
incremento en la punibilidad de este último artículo, en tanto de manera previa, el art. 12
bis preveía una pena de uno a cuatro años de prisión.
Veamos el inc. a):
a) El hecho punible consiste en alterar registros o soportes documentales o
informáticos del Fisco nacional, provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires
relativos a obligaciones tributarias o de seguridad social, y de tal manera hacer aparecer
una diferente situación económica de un obligado.
b) Sujeto activo puede ser el obligado, pero en la mayoría de los casos, será un tercero
con posibilidad de acceso al banco de datos del Fisco nacional, provincial o de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, lo cual le posibilitará realizar las acciones típicas.
c) En cuanto a la acción típica, el tipo se consuma con la ejecución de cualquiera de las
acciones representadas por los verbos que contiene el dispositivo. Acá no se trata de
falsificaciones en los documentos o registros del propio obligado, como en el art. 10, sino
en ingresar en los registros del Fisco nacional, provincial o de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires y realizar alguna de las siguientes conductas: a) "sustraer", que es
apoderarse ilegalmente; b) "suprimir", que es eliminar o hacer desaparecer; c) "ocultar",
que es esconder; d) "adulterar", que es incluir datos falsos; e) "modificar", que es
transformar, y f) "inutilizar", que es volver ineficaz. Cualquiera de esas acciones se realiza
en los registros o soportes documentales o informáticos que se encuentran instalados en
las oficinas del Fisco y que dan cuenta de las situaciones de los particulares frente a las
obligaciones tributarias o de seguridad social.
d) El delito es de peligro, porque no es necesario para su consumación que a raíz de la
acción desarrollada se evada un tributo o un aporte o contribución de seguridad social. Ni
siquiera es necesario que se llegue a lograr el efectivo fingimiento de la real situación de
un obligado frente al Fisco. El peligro es de gravedad, porque demuestra la actuación
ilícita de un delincuente que probablemente reviste la calidad de empleado del propio
Fisco y que, con seguridad, logra con tal proceder obtener un beneficio pecuniario
proveniente del obligado. La conducta descripta dificulta la acción fiscalizadora y
recaudatoria, y coloca al Fisco en la situación de no contar con elementos fidedignos
respecto a la real situación de las personas.
Causa extrañeza que el delito tenga la misma pena que el de simulación dolosa de
pago del art. 10, ya que es mucho más peligrosa y antisocial la conducta de quienes se
filtran dentro de los registros oficiales y los alteran o suprimen(365).
Si mediante la alteración de registros fiscales se logra evadir un tributo o un aporte o
contribución de seguridad social, se produce un concurso aparente y este delito queda
absorbido por la evasión, que según sus características será la de los arts. 1º, 2º, 5º u 6º
de la ley. Ello, conforme a las razones dadas al tratar el art. 10, dado que la evasión
(resultado final) comprende la maniobra que se utilizó para lograrla (la alteración registral
en el banco de datos fiscal). En consecuencia, el tipo más perfecto que es la evasión
excluye la aplicación de la figura del art. 11 inc. a).
Dicha evasión, o la alteración dolosa del art. 11 como figura autónoma (si no hubo
evasión) podrán concurrir material o idealmente con la violación de documentos del art.
255 del Cód. Penal (cuya pena es menor), o con alguna de las falsedades documentales
de los arts. 292 y ss. del mismo Código. El tipo de concurso —de existir— será analizable
en cada caso particular, según sus modalidades fácticas.
e) El elemento subjetivo está dado por el propósito del autor de disimular la real
situación económica de una persona, que puede ser la propia pero que generalmente
será la de un tercero.
El dolo es directo y requiere el propósito de dañar la fe que merecen las fuentes
documentales o informáticas que sirven al Fisco para verificar la situación de las personas
en cuanto a sus deudas tributarias o previsionales.
Veamos el inc. b):
a) El hecho punible consiste en la alteración dolosa de sistemas informáticos o equipos
electrónicos, suministrados u homologados por el Fisco nacional, provincial o de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires, siempre que dicha conducta fuese susceptible de provocar
perjuicio.
En cuanto a la acción típica, el delito se consuma con la ejecución de cualquiera de las
acciones representadas por los verbos que contiene el dispositivo (ya referidas) y deben
realizarse en los sistemas informáticos o equipos electrónicos, suministrados u
homologados por el Fisco nacional, provincial o de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires,
cuyo objetivo es facilitar los controles de los organismos fiscales.
b) Se trata de un delito de peligro concreto, en tanto se exige que las citadas acciones
sean susceptibles de causar un perjuicio (aunque el mismo no se produzca).
Si a partir de tales acciones típicas se logra evadir un tributo, se produce un concurso
aparente y este delito queda absorbido por la evasión (arts. 1º o 2º de la ley). Ello por
cuanto la evasión (resultado final) comprende la maniobra que se utilizó para lograrla. En
consecuencia, el tipo más perfecto (la evasión) excluye la aplicación de la figura que
analizamos.
Probablemente la inclusión de esta nueva figura penal obedezca al intento de terminar
con la discusión suscitada en la doctrina y jurisprudencia respecto de si los equipos
homologados (tales, por ejemplo, los controladores fiscales) son una especie de los
registros a los que alude este artículo o si se los trata de registros propios del
contribuyente (con lo que su sustracción, supresión, ocultación, adulteración, modificación
o inutilización sería atípica).
Se dijo, por ejemplo, que en el por entonces art. 12 se establece que el objeto sobre el
cual debe recaer alguna de las acciones típicas previstas para ser punible debe ser un
registro o soporte documental o informático —relativo a obligaciones tributarias o de
recursos de la seguridad social— del Fisco.
Así, y sin perjuicio del acceso especial que tiene el organismo recaudador a los
controladores fiscales y a la información contenida en ellos, no puede sostenerse que el
controlador fiscal perteneciente a un contribuyente ni los datos contenidos en él
constituyan un soporte o registro informático del Fisco nacional en los términos del por
entonces art. 12 de la ley 24.769, sin perjuicio de la posible comisión del delito previsto
por el art. 255 del Cód. Penal, toda vez que la conducta investigada habría consistido, en
principio, en la destrucción o inutilización de un objeto destinado a servir de prueba ante el
organismo recaudador).
c) Respecto del sujeto activo, se trata de otro delito común (como sucede con los
demás ilícitos del título), por lo que el sujeto activo puede ser el obligado o un tercero.
d) El elemento subjetivo es doloso y está dado por el propósito del autor de alterar los
referidos sistemas informáticos o equipos electrónicos, de modo tal que dicha conducta
pueda provocar un perjuicio.
7. ILÍCITOS PREVISTOS EN EL ART. 15 DEL RÉGIMEN PENAL TRIBUTARIO: el Poder Ejecutivo
nacional en el discurso inaugural de su gestión, pronunciado ante la Asamblea Legislativa
el día 25 de mayo de 2003, sostuvo su voluntad de poner "traje a rayas a los evasores" y
en concordancia con ese pronunciamiento envió a la honorable Cámara de Diputados de
la Nación el proyecto de ley mediante el cual se proponía sustituir el art. 15 del texto
original de la ley 24.769.
El mensaje que acompañó al susodicho proyecto decía que "la experiencia recogida
por la Administración Federal de Ingresos Públicos ha permito apreciar la proliferación de
un alto grado de especialización en la ejecución de conductas delictivas, habiéndose
detectado la actuación de verdaderas organizaciones ilícitas dedicadas a 'vender' —como
si se tratara de un producto— el soporte técnico, logístico o intelectual para la comisión de
delitos de evasión... el Código Penal tipifica como delito a la figura de la asociación ilícita
(art. 210, Cód. Pen.) existiendo opiniones divergentes para su aplicación en los supuestos
de índole tributaria y previsional por lo que entonces resulta pertinente proponer su
adecuación... la figura que prevé incorporarse permitiría que las investigaciones se dirijan
no sólo a los contribuyentes que han utilizado tales mecanismos para evadir sus
impuestos sino también posibilitaría la individualización de las organizaciones delictivas
que les han facilitado tal operatoria permitiendo su desbaratamiento y desalentando la
comisión de delitos de esta especie. Esta figura no resultaría ajena a los actuales
mecanismos normativos, previstos por el Derecho Penal, bastando mencionar —a título
de ejemplo— la actual conformación del artículo 865 del Código Aduanero, el cual estipula
un agravamiento de las penas establecidas para el contrabando cuando en el hecho
intervinieren tres o más personas (supuesto base de la asociación ilícita)...".
Con motivo de ello el Congreso de la Nación dictó la ley 25.874 (BO 22/1/2004) en la
cual se dispuso sustituir el art. 15 de la ley 24.769.
7.1. Casos de inhabilitación especial: en el inc. a) del art. 15 del Régimen Penal
Tributario se repite el texto del antiguo art. 15, y su tratamiento fue abordado
precedentemente.
7.2. Agravamiento por pluralidad de autores: el inc. b) de este artículo agrava el
mínimo de las penas de los delitos previstos en el Régimen Penal Tributario, elevándolo
hasta cuatro años de prisión a los que, a sabiendas, concurrieren con dos o más personas
para la comisión delictual.
Esta es una forma peculiar de agravar un hecho delictivo por el número de sujetos
activos. De su lectura se desprende que su redacción es amplia. Así, se podría sostener
que las personas que cometan cualquier delito previsto en el Régimen Penal Tributario, ya
sean del régimen impositivo, del régimen de la seguridad social o los delitos fiscales
comunes, la pena mínima será de cuatro años, siempre que participen en el hecho
delictual por lo menos tres personas. Esta amplitud enunciada no permite distinguir
supuestos de autoría, coautoría, instigación, complicidad primaria o secundaria, lo que
entra en pugna con las claras disposiciones que al respecto rigen en el Cód. Penal.
Piénsese en el caso de un contribuyente, que con la participación de dos personas
más, evade al régimen de la seguridad social superando la condición objetiva de
punibilidad del art. 5º. Con la redacción del precepto en análisis le corresponde un mínimo
de pena de cuatro años, lo que no le permitiría ab initio la excarcelación durante el
proceso judicial, contrariando las disposiciones del instituto de la prisión preventiva.
Otro absurdo, que evidencia aún más la desproporción del mínimo de la pena para los
casos de participación delictiva, lo constituye la comparación entre el mismo caso recién
enunciado con respecto a un caso de evasión tributaria simple que superase
mínimamente la condición objetiva de punibilidad del art. 1º, cometida por un
contribuyente, en el que el mínimo de esa pena es sensiblemente inferior al caso de
participación y permitiría la excarcelación.
En definitiva, tendrán que ser los jueces quienes determinen si el precepto bajo análisis
contraría las disposiciones contempladas en nuestra CN, supuesto en el cual deberán,
indefectiblemente, declarar la inconstitucionalidad del inc. b) del art. 15 del Régimen Penal
Tributario.
7.3. Asociación ilícita fiscal: en lo que se refiere al bien jurídico tutelado en las figuras
penales previstas en el art. 210 del Cód. Penal "asociación ilícita" y en el art. 15 inc. c) de
del Régimen Penal Tributario "asociación ilícita fiscal", se advierte que existe una
sustancial diferencia.
Bajo el Título VIII del Cód. Penal, se encuentra plasmada la "asociación ilícita" en el art.
210, atentando todos los delitos contemplados en este título contra el "orden público".
Así, Fontán Balestra afirma que el bien jurídico protegido es: "...el orden público, que es
el estado de paz y tranquilidad que resulta del hecho de que los individuos y las personas
colectivas ajusten su actividad a las normas que rigen para la convivencia social..."(366). Por
su lado Núñez, prefiere la noción de "tranquilidad pública" y no la de "orden público", toda
vez que con la misma se elimina la idea de resguardo de un estado legal o normativo, que
no es lo que la figura penal protege. De lo que se trata es de una situación subjetiva; es
decir, se reprimen hechos cuya criminalidad no reside en la lesión efectiva de situaciones,
cosas o personas, sino en la repercusión que los hechos tienen en el espíritu público,
produciendo alarma y temor. Así, la asociación ilícita afecta la tranquilidad pública por la
inquietud que produce la existencia de asociaciones cuyo objetivo es la comisión de
delitos(367).
Ahora bien, en lo que se refiere al bien jurídico protegido por la "asociación ilícita fiscal"
prevista en el art. 15, inc. c), del Régimen Penal Tributario, no hay duda alguna de que lo
que se protege es la "hacienda pública" en sentido amplio.
De esta manera, se puede afirmar sin temor a equivocación alguna, que la función
financiera del Estado y su actividad de recaudación de ingresos y realización del gasto
público, al ser afectada por los distintos ilícitos previstos en dicho Régimen no puede
lesionar la tranquilidad y la paz social, características delictuales que justifican la figura de
la asociación ilícita en el art. 210 del Cód. Penal.
Características:
a) Tipo objetivo: el tipo penal previsto en el art. 15, inc. c), del Régimen Penal Tributario
contiene una serie de elementos que lo caracterizan como un tipo autónomo de la ley en
la que está inserto, y de las disposiciones generales del Cód. Penal.
De esta manera es necesario efectuar la distinción que existe entre este tipo penal y los
supuestos de participación criminal previstos en el Cód. Penal.
El tipo penal bajo análisis, parte de la existencia de una organización o asociación que
puede tener o no una forma jurídica. Esta organización debe ser estable y duradera en el
tiempo, es decir de característica "permanente". Se exige que exista una reciprocidad y
uniformidad entre sus integrantes, unidos bajo un orden preestablecido. Además de existir
un orden externo, debe existir un orden interno, lo que acarrea deberes de sus integrantes
hacia la asociación u organización.
Cada integrante debe cumplir con un rol preestablecido y coordinado, sin hacer falta
que se conozcan entre sí. También tienen que estar dirigidos por otro integrante que,
además de ello, coordine los hechos a realizar.
Todos los requisitos referidos anteriormente permiten distinguir o diferenciar la
organización o asociación descripta del mero "acuerdo transitorio" que es propio de los
casos de coautoría y participación. Además de ello, si no se demuestra que existe una
estructura como la ya aludida, el accionar conjunto de tres o más personas no es nada
más que un supuesto de participación delictiva sin que se configure la asociación ilícita.
La finalidad de la organización o asociación debe ser para cometer, colaborar o
coadyuvar "cualquiera de los delitos tipificados en esta ley", lo que puede acarrear un
sinnúmero de posturas acerca del sentido expresado, principalmente porque las acciones
de colaborar y coadyuvar han sido incorporadas por la ley 27.430. Ello ha dado lugar a
que un sector de la doctrina entendiese que el campo de aplicación del ilícito ha sido
ampliado por esta ley, al haberse incorporado al tipo penal formas de participación que
implican asistencia y cooperación para la comisión de delitos. Máxime considerando la
evolución normativa del precepto, en tanto la norma original del art. 15 c) finalmente
aprobada, suprimió del proyecto original del Poder Ejecutivo la finalidad de brindar
colaboración, facilitar o posibilitar la comisión de delitos tributarios, sancionando la
organización o asociación destinada únicamente a cometer cualquiera de los delitos
tipificados en la ley 24.769. Tal supresión ha permitido afirmar, a partir del
vocablo cometer, la necesaria presencia de un delito de comisión de propia mano, en
razón de exigirse la calidad de contribuyente tributario u obligado, en los términos de
la ley 11.683, de al menos uno de los integrantes de la asociación ilícita.
Quienes sostienen que los límites en cuanto al monto, tributo y ejercicio fiscal integran
el tipo penal de las conductas descritas en el Régimen Penal Tributario, deberían
descartar que los delitos objeto de la asociación ilícita fiscal sean ajenos a la autoría de
los integrantes de la organización o a la de alguno de ellos. Esta misma cuestión no
evidenciaría problema alguno para quienes sostienen que dichos límites constituyen
condiciones objetivas de punibilidad, ya que estas no integran el tipo penal.
b) Tipo subjetivo: en el tipo penal analizado se ha expresado "el que a sabiendas", por
lo que se puede afirmar que esta figura requiere el dolo para su configuración y más
precisamente el dolo directo o de primer grado.
Por ello, el autor debe conocer, en primer lugar, que integra o forma parte de una
organización o asociación. Que tiene la voluntad de formar parte de ella, aceptando sus
reglas. Que conoce la finalidad del obrar específico de la organización y que esta forma
de actuar es habitual en dicho estamento.
En lo que se refiere al error, hay que destacar que, si este recae sobre alguno de los
elementos que caracterizan a la asociación, se elimina el dolo por ser un error de tipo. Si
el error recae sobre la finalidad del grupo, por especialidad, también se elimina el dolo,
aunque podría desplazarse la tipicidad al art. 210 del Cód. Penal.
c) Autoría y participación: en lo que se refiere a la autoría, hay que destacar que serán
autores o coautores todas las personas que formen parte de dicha organización.
En lo atinente a la participación, es de difícil prueba, pero el que preste algún grado de
colaboración con la asociación tendrá el alcance de partícipe.
d) Consumación: en el caso de una organización a formarse, este delito solo se
consuma cuando se ha demostrado que la finalidad de cometer delitos fiscales es
habitual.
En el caso de que la organización ya esté delinquiendo, la consumación se considera
individualmente y estará dada por el solo hecho de formar parte de ella.
e) Tentativa: los delitos de tipo abstracto son actos preparatorios punibles, y por su
posición dentro del iter criminis, dogmáticamente son incompatibles con el concepto de la
tentativa.
f) Punibilidad: hay que destacar que en la figura penal prevista en el art. 15, inc. c) del
Régimen Penal Tributario, el mínimo de la escala penal es de tres años y seis meses de
prisión, lo que hace que el beneficio de la excarcelación sea prima facie inviable.
Esta es una característica distintiva de esta figura con respecto a la prevista en el art.
210 del Cód. Penal, en la que el mínimo legal es de tres años. La finalidad de tal
incremento tal vez sea que esta figura especial intenta punir a quienes forman parte de
una organización destinada a cometer los delitos previstos en la ley penal tributaria de
manera habitual, es decir que los mismos deben realizar y repetir de modo adquirido esa
forma especial de delinquir.
Con respecto a la punibilidad agravada consiste en un mínimo de cinco años de prisión
para el organizador o jefe, el motivo de ella está dado por la mayor peligrosidad que
demuestra este sujeto o sujetos por cuanto es o son los que dirigen al grupo y logran la
subordinación del resto.
I. INTRODUCCIÓN