Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
CAPÍTULO I - INTRODUCCIÓN
1. CONCEPTO Y TERMINOLOGÍA: en un estado preliminar del estudio, podemos decir que la ciencia
de las finanzas públicas, en su concepción actual, examina cómo el Estado obtiene sus ingresos y
efectúa sus gastos.
En cuanto al origen del término finanzas públicas, en un primer período, la voz "finanzas", que
derivaría de la alocución latina finis, habría designado a los pagos y prestaciones en general, siendo
luego empleada para designar a los recursos y los gastos del Estado y las comunas (1).
A dicha alocución suele adicionarse la palabra "públicas", con el deliberado propósito de
distinguir las finanzas estatales de las privadas. En este sentido, los autores anglosajones han
establecido una nítida diferencia entre ambas, reservando las últimas para englobar los problemas
monetarios, cambiarios y bancarios concernientes a los particulares (2).
Agreguemos, asimismo, que esta ciencia suele también denominarse —especialmente por los
tratadistas españoles— ciencia de la hacienda (o de la hacienda pública). A los fines de este Curso,
tomaremos los términos y expresiones mencionados ("finanzas", "finanzas públicas", "hacienda",
"hacienda pública") como sinónimos, y les asignaremos idéntico significado.
2. NECESIDADES PÚBLICAS: una primera observación de las necesidades humanas en general
demuestra que estas son múltiples, aumentan en razón directa a la evolución y crecimiento de la
civilización, y pueden ostentar carácter material (v.gr., alimentación, vestido, habitación) o inmaterial
(intelectuales, religiosas, morales).
Tales necesidades, en tanto sean individuales o privadas, admiten su satisfacción por parte del
hombre per se; sin perjuicio de que en ocasiones este pueda decidir ponerlas a cargo de la
comunidad organizada.
Pero como el hombre, desde tiempos pretéritos, tiende a vivir en sociedad, surge un segundo tipo
de requerimiento de grupo o colectivo, que difícilmente pueda atender en forma solitaria. En efecto,
la vida colectiva engendra necesidades diferentes a las particulares de cada cual, como la
seguridad, el transporte, las comunicaciones o el aprendizaje.
Esto nos lleva al concepto de necesidades públicas, que analizamos seguidamente.
2.1. Absolutas: cuando el individuo resuelve integrarse en una colectividad, surgen necesidades
comunes que, en modo primordial, a nuestro entender, son: 1) la defensa exterior; 2) el orden
interno; y 3) la administración de justicia.
A tales necesidades denominamos necesidades públicas absolutas por ser, como veremos,
consustanciales a la existencia misma del Estado y de imposible delegación en los particulares.
En efecto, desde los comienzos de la vida comunitaria surge la tendencia de los sujetos a
subordinarse a un jefe (patriarca, jeque, caudillo, cacique) o a un grupo dominante con poder de
mando para brindarles protección. Con el paso del tiempo, este individuo o ente dominante pasó a
constituir el Estado, conformado por sus tres elementos propios: población, territorio y gobierno.
Este último es nada menos que su representante, y por ello ejerce en tal carácter su poder de
imperio(3).
La primera de las necesidades enumeradas (defensa exterior) nace del apremio natural de
resguardar el grupo propio, ya constituido, de las agresiones de otros extraños, lo que en la historia
se ha percibido como la manera normal de conservación de la identidad, individualidad y libertad de
decisión.
Por otra parte, a los fines de la convivencia pacífica de la comunidad y de la consecución de
beneficios para sus integrantes, surge la necesidad de establecer un orden interno. Ello se consigue
mediante el establecimiento y reconocimiento de derechos y obligaciones mínimos que deben ser
respetados, dando nacimiento a un determinado ordenamiento normativo. Así, dentro de lo que
modernamente entendemos como orden interno, comprendemos ciertas actividades e instituciones
de funcionamiento indispensable.
a) El ordenamiento normativo interno, que tiene su vértice en las constituciones que, a partir del
siglo XIX, crearon una autolimitación para el Estado en la mayoría de los países occidentales.
b) La seguridad pública, en peligro toda vez que se incremente la delincuencia común y la
corrupción.
c) La necesidad consiguiente de contar con leyes punitivas adecuadas y ejercidas por los
organismos de seguridad interna capacitados para velar por su cumplimiento.
Finalmente, y, en tercer lugar, otra necesidad emergente de la vida comunitaria es el
allanamiento de las disputas y el castigo a quienes violan la normatividad impuesta. Ello se hace
mediante la administración de justicia, única forma de evitar que las contiendas se resuelvan por la
fuerza y que la sanción por transgredir las normas de convivencia sea la venganza privada.
Por lo hasta aquí dicho, podemos concluir en que las necesidades públicas
absolutas (o primarias) reúnen, por ser tales, las siguientes características: 1) son de ineludible
satisfacción, porque de lo contrario no se concibe la comunidad organizada; 2) son de imposible
satisfacción por los individuos aisladamente considerados, y 3) son, en consecuencia, las que dan
origen y justifican al organismo superior llamado "Estado".
2.2. Relativas: no obstante, es evidente que tales no son las únicas necesidades que nacen de
la comunidad organizada, y por ello se habla también de las necesidades públicas secundarias o
relativas.
Dentro de este rubro, por contraposición a las primeras, se encuentran aquellas cuya satisfacción
no es tarea originaria del Estado, pudiendo ser también asumidas por los particulares (p. ej.,
educación, salud, transporte, comunicaciones, seguridad social). El grado o medida con que cada
gobierno tome para sí la prestación de los servicios que satisfacen estas necesidades dependerá de
su concepción política, filosófica y económica (v.gr., Estado liberal, intervencionista, neoliberalista).
Así entonces, mientras las necesidades públicas absolutas son esenciales, constantes,
vinculadas existencialmente al Estado, y de satisfacción exclusiva por este, las relativas son
contingentes, mudables, y no vinculadas a la existencia misma del Estado.
3. FUNCIONES PÚBLICAS Y SERVICIOS PÚBLICOS: son funciones públicas y servicios públicos
aquellas actividades, comportamientos y/o intervenciones que lleva a cabo el Estado con el fin de
satisfacer las necesidades públicas que anteriormente hemos caracterizado.
3.1. Acepciones: en esta materia adoptamos la distinción jurídica planteada por Marienhoff(4) —
apoyada por Martín(5)—, que separa entre función pública y servicio público.
En lo que hace específicamente a las funciones públicas, se trata de actividades que deben
cumplirse en forma ineludible, que se identifican por la razón de ser del Estado, que atañen a su
soberanía, que son exclusivas e indelegables, y cuya prestación es en principio gratuita. Así, entre
las funciones públicas se encuentran, entre otras, el dictado de leyes, la administración de justicia, la
defensa externa, el mantenimiento del orden interno, la emisión de moneda, y la representación
diplomática.
Como contrapartida, definimos al servicio público, como las actividades del Estado que no
constituyen funciones públicas, y que tienden a satisfacer necesidades —generalmente
imprescindibles— de la población. Al decir "servicio" no nos referimos a cada acción o prestación
considerada en sí misma, sino a la actividad tomada como conjunto, consustanciada con la
organización que efectúa tales acciones o prestaciones. Ello implica que el servicio que calificamos
como público presupone usualmente una organización de elementos y actividades para un fin, o
sea, una ordenación de medios materiales y personales.
El término "público", a su vez, no se refiere al ente o persona que lo realiza o presta, sino al
destinatario de este, es decir, a quien dicho servicio va dirigido.
3.2. Clasificaciones: reseñamos las siguientes.
3.2.1. Esenciales y no esenciales: se ha justificado una división entre servicios
públicos esenciales y no esenciales, que no depende de que los mismos sean inherentes a la
existencia del Estado, sino que se subordina al grado de prioridad que la población llega a
asignarles.
La realidad contemporánea demuestra que hay servicios públicos que se han tornado
indispensables y que no pueden dejar de ser prestados en forma ininterrumpida por el propio
Estado, con prescindencia de que también lo hagan los particulares.
Así, ciertos servicios públicos originariamente no esenciales se han vuelto esenciales, por
conformar requerimientos que la comunidad actual formula al Estado con creciente intensidad y
urgencia (v.gr., seguridad pública, instrucción, salud, higiene pública, preservación del ambiente,
seguridad social).
En todos estos casos, el Estado no puede prescindir de suministrar tales servicios de modo
gratuito, aun cuando el requirente pueda decidir su provisión por parte de terceros particulares.
Así, adoptar esta distinción significa separar los conceptos de servicios públicos esenciales o no
esenciales de su posibilidad por parte del Estado, vinculándola más bien a la efectiva necesidad que
tenga una determinada comunidad de que sean prestados. De manera que el gobierno brindará
escuelas gratuitas, pero nada impide que coexistan con escuelas privadas pagadas por quienes
puedan hacerlo. En cualquier caso, la educación continuará siendo un servicio esencial.
Además de los mencionados servicios públicos esenciales, el Estado puede tomar a su cargo
otros que también atañen al interés público, ya sea por razones de mejor convivencia social (v.gr.,
comunicaciones, transporte, gas, electricidad) o por motivos especiales de tutela de intereses
particulares (p. ej., suministro de viviendas). A partir de ello y en la medida en que requieran
financiación estatal, estos servicios públicos no esenciales también interesan a las finanzas
públicas.
3.2.2. Divisibles o indivisibles: por su parte, tanto los servicios públicos esenciales como los no
esenciales son, a su vez, divisibles o indivisibles. Son divisibles aquellos que, aun siendo útiles para
la colectividad en general, se prestan concretamente a particulares que los requieren por
determinadas circunstancias (p. ej., administración de justicia, instrucción pública, servicios postales,
emisión de documentos de identidad). Serán indivisibles, a su vez, aquellos cuya naturaleza es tal
que, por favorecer a numerosos componentes de la comunidad, en la práctica impiden su
particularización con respecto a personas determinadas (v.gr., defensa exterior, seguridad, control
ciudadano).
Si el servicio es divisible, su costo puede repartirse de una manera más o menos precisa entre
aquellos a quienes esa actividad beneficia, o incluso a quienes esa acción atañe, aun cuando no les
proporcione beneficio (todo ello sin perjuicio de la presunción según la cual la prestación del servicio
público beneficia también a toda la comunidad). Si, en cambio, el servicio es indivisible,
generalmente se financia con cargas generales que deben ser soportadas por toda la comunidad.
En este último caso, se dice que tales servicios de utilidad general no son susceptibles de una
demanda individual.
Un aspecto importante de la cuestión, y que de alguna manera permite la percepción concreta del
servicio indivisible, es que los individuos suelen sentir su necesidad de prestación justamente
cuando esta no ocurre. Así, por ejemplo, las poblaciones fronterizas experimentarán la necesidad de
la defensa nacional cuando los enemigos externos invadan sus tierras o amenacen sus hogares o
sus bienes, los habitantes de una ciudad sentirán la necesidad de la seguridad pública reforzada
cuando la policía no pueda asegurar la tranquilidad y el respeto de las personas y de sus bienes (por
ejemplo, gendarmería, prefectura naval o fuerzas armadas), entre otros.
3.2.3. Uti universiy uti singuli: bajo conceptos aproximados, aunque no idénticos, los
administrativistas distinguen los servicios públicos de la siguiente manera. Se denominan uti
universi a los servicios cuando tienen usuarios indeterminados, ya que la utilidad reportada es
genérica para la población en su conjunto. Por el contrario, los servicios públicos se llaman uti
singuli cuando tienen usuarios determinados que reciben una utilidad concreta o particular, porque
se benefician individualmente con la prestación. En el primer caso, la satisfacción de las
necesidades generales se hace en forma genérica, mientras que en el segundo se realiza en forma
concreta.
Ejemplos de servicios uti universi son la defensa nacional y la policía de seguridad. Como casos
de servicios uti singuli, podemos mencionar la expedición de documentos, los controles higiénicos,
la provisión de agua corriente, de desagües cloacales, de educación primaria, etcétera.
3.3. Requisitos de eficiencia: los requisitos de eficiencia del servicio público son la generalidad,
la uniformidad, la regularidad y la continuidad.
a) La generalidad significa que todos los habitantes tienen derecho a usar de los servicios
públicos según las normas que los rigen. Si son uti universi, los usuarios serán indeterminados. Si
se trata de uti singuli, aquellos que los utilizan estarán particularizados al recibir una utilidad
concreta.
b) La uniformidad o igualdad implica que todos los habitantes tienen derecho a exigir y recibir el
servicio en igualdad de condiciones, por lo que en situaciones desiguales se justifica una prestación
sujeta a condiciones también distintas.
c) La regularidad implica que el servicio debe ser prestado o realizado de conformidad a reglas o
condiciones preestablecidas.
d) La continuidad es la característica más importante y, en principio, implica que la actividad de la
que se trate debe funcionar sin detenerse. Esto no quiere decir que la actividad deba ser
ininterrumpida, sino tan solo que satisfaga la necesidad pública cada vez que ella se presente. El
elemento básico es que el servicio se preste oportunamente. Así, en los servicios públicos de
defensa nacional, orden interno, seguridad ciudadana, etc., la continuidad se traduce en que el
servicio no se interrumpa. En cambio, en el servicio público de la enseñanza primaria, la continuidad
consiste en que la actividad se realice durante el año lectivo y se suspenda durante las vacaciones.
Un elemento peculiar de los servicios públicos reside en la posibilidad de que el Estado obligue a
ciertos particulares a usar determinados servicios y a pagar por ellos, sin dejar librada a su voluntad
la demanda de los mismos. En este caso también se trata de servicios divisibles, pero ya no por
satisfacer una demanda, sino por determinación del poder público. Esto ocurre, por ejemplo, en el
caso de la vacunación obligatoria, en que el Estado presta el servicio y los particulares deben
recibirlo y retribuirlo (salvo casos de indigencia).
4. GASTOS PÚBLICOS Y RECURSOS PÚBLICOS: para movilizar las funciones y servicios públicos, y
para que estos se ejecuten correctamente, el gobierno debe desprenderse de dinero, realizando
erogaciones denominadas gastos públicos. Así, por citar, el Estado debe adquirir uniformes y armas
para los soldados; proveer de edificios para que funcionen los tribunales de justicia; pagar sueldos,
etcétera.
Estos ingresos tienen procedencia diversa. Pueden provenir del propio patrimonio del Estado en
los siguientes casos:
a) Cuando el ente público explota, arrienda o vende sus propiedades mobiliarias o inmobiliarias.
b) Cuando privatiza empresas públicas.
c) Cuando obtiene ganancias mediante sus acciones en dichas empresas o en otras privadas en
las que haya resuelto invertir.
d) Cuando los ingresos se obtienen de otras actividades que el Estado entienda que resultan
productivas (p. ej., la explotación del juego).
Puede, asimismo, recurrir al crédito público, obteniendo bienes en calidad de préstamo, e incluso
puede apelar en casos extremos a manipulaciones monetarias (estos dos últimos métodos con
limitaciones por no constituir ingresos genuinos).
No obstante, sin dudas la mayor parte de los ingresos son obtenidos recurriendo al patrimonio de
los particulares, en forma coactiva y mediante los tributos, objeto principal de nuestra materia, y por
ende de esta obra.
En lo que por ahora nos interesa, digamos que tanto cuando el Estado efectúa gastos públicos
como cuando por distintos procedimientos obtiene ingresos, desarrolla la actividad
denominada financiera, a la que nos dedicamos seguidamente.
5. ACTIVIDAD FINANCIERA DEL ESTADO: podemos definir a la actividad financiera del Estado como el
conjunto de operaciones de este, que tiene por objeto tanto la obtención de los recursos como la
realización de los gastos necesarios para movilizar las funciones y servicios que satisfagan las
necesidades de la comunidad.
En la práctica, esta actividad se traduce en una serie de entradas y salidas de dinero en la caja
del Estado. Las entradas de dinero constituyen, a su vez, los ingresos públicos, que son
transferencias monetarias (coactivas o voluntarias) realizadas en favor de los organismos públicos.
Merced a estas transferencias, las entidades estatales pueden disponer de los medios de pago
necesarios para realizar las funciones encomendadas.
A su vez, la ejecución de estas funciones trae como consecuencia una serie de transferencias
monetarias de signo inverso, ya que suponen salidas de dinero de las cajas públicas que
constituyen los gastos públicos(6).
5.1. Finalidades: no obstante, lo hasta aquí dicho, la actividad financiera no se agota en la
obtención de ingresos para la satisfacción de gastos, sino que ella se moviliza, asimismo, por causa
de otras finalidades públicas. Así, entre las finalidades propias de la actividad financiera del Estado
distinguimos las siguientes:
5.1.1. Fiscales: la actividad financiera tiene finalidad fiscal cuando su objetivo se agota en la
obtención de ingresos, siendo en tal supuesto su característica distintiva la instrumentalidad. En este
aspecto, se distingue de toda otra actividad del Estado en que esta no constituye un fin en sí misma,
o sea, que no atiende directamente a la satisfacción de una necesidad de la colectividad, sino que
cumple el papel de un instrumento, porque su normal funcionamiento es condición indispensable
para el desarrollo de otras actividades. En efecto, ninguna actuación del Estado sería posible si no
se contara con los fondos necesarios para solventar su actividad.
5.1.2. Extrafiscales: la concepción actual de la actividad financiera descarta que su cometido
sea exclusivamente instrumental(7). Ello porque existen casos en que la acción financiera del
gobierno no se agota en la obtención del ingreso, sino que, además, intenta llevar a cabo, mediante
medidas financieras, finalidades públicas directas. Podemos decir que la actividad financiera con
finalidad extrafiscal procura atender el interés público en forma directa. Para ello, utiliza la actividad
financiera gubernamental cumpliendo distintas actuaciones y tomando intervención en diferentes
acciones desarrolladas por la comunidad. Esta intervención, como forma de satisfacción de las
necesidades públicas, se realiza tanto mediante la política de gastos públicos, como a través de los
recursos públicos.
Cuando el fin perseguido es extrafiscal, es posible que las medidas sean de distinta índole:
— Pueden producirse medidas disuasivas con respecto a actividades que no se consideran
convenientes, por lo cual se procede a desalentarlas a partir de medios financieros, como es
el incremento de alícuotas en los tributos, la creación de sobretasas, adicionales o recargos.
— Por el contrario, el Estado puede decidir realizar acciones alentadoras para atraer ciertas
actividades económicas, científicas, culturales o de otro tipo, que estime necesarias y útiles
para el país. En tal caso, despliega una serie de medidas que pueden consistir en exenciones
de tributos, diferimientos, deducciones, reintegros, etcétera.
— También se desarrolla finalidad extrafiscal por medios financieros cuando se resuelve percibir
tributos de alto monto para debilitar ciertas posiciones patrimoniales de sujetos determinados.
En honor a la verdad, no somos adeptos a la utilización exagerada de medidas de carácter
extrafiscal, por encontrarse, por definición, en pugna con los principios de capacidad contributiva y
generalidad, que estudiaremos en los próximos capítulos. Tal quiebre de valores de raigambre
constitucional no siempre queda justificado. Así, a título de ejemplo mencionamos los siguientes
inconvenientes: a) traen brechas y quiebras en el sistema tributario y financiero general, que pierde
consistencia y homogeneidad. Como resultado, la tributación pasa a ser más difícil de controlar; b)
existe el peligro de que grupos gobernantes o con influencia en el poder promuevan actividades en
las que estén personalmente interesados, con prescindencia de las reales necesidades públicas, por
lo que son medidas que facilitan la corrupción y la evasión, y c) desfiguran los institutos financieros y
especialmente los tributos, cuya esencia debe permanecer fincada en la consecución de ingresos
para la cobertura de gastos.
5.2. El sujeto activo de la actividad financiera: el Estado es el único y exclusivo sujeto de la
actividad financiera, y por ende es quien toma las decisiones de tal índole.
Destacamos que el término "Estado" resulta comprensivo del ente central (Nación) y de los entes
federados (provincias), así como de los municipios y comunas (en los países en que tales formas
gubernamentales tienen vigencia). Esto es así en nuestro país por la forma de gobierno federal que
adopta la Constitución (art. 1º) derivando, por ende, el ejercicio del poder tributario en los tres
niveles mencionados.
Por otra parte, tal estructura implica una necesaria distribución del poder financiero con
consecuencias o efectos propios, resultando sin dudas compleja su coordinación(8).
5.3. Fases: la actividad financiera está integrada, a su vez, por tres actividades parciales
diferenciadas que describimos a continuación.
a) La planificación o medición de gastos e ingresos futuros, materializada generalmente en el
instituto denominado presupuesto.
b) La obtención de los ingresos públicos. Ello implica la decisión respecto a la forma de
obtenerlos, así como también la indagación sobre cuáles serán las consecuencias de esta actividad
sobre la economía general.
c) La aplicación o inversión de tales ingresos, o sea, las erogaciones con sus destinos prefijados,
y que también supone un examen sobre los efectos que dichos gastos producirán en la economía.
Aclaremos que el orden en que hemos enumerado estas actividades parciales es meramente
didáctico. En la realidad, este orden se invierte puesto que la actividad financiera del Estado, a
diferencia de la económica de los particulares, se materializa en función de las erogaciones
públicas, las cuales solo son efectuadas si realmente corresponden a necesidades de la población.
En segundo lugar, el Estado suele indagar sobre sus probables erogaciones, las cuales están en
función de los servicios públicos a movilizar para atender las necesidades públicas, y sobre tal base
calcula y trata de obtener los ingresos necesarios para la cobertura. A su vez, el presupuesto, como
instrumento jurídico que contiene el cálculo y autorización de gastos y la previsión de ingresos, suele
estudiarse una vez que se han explicado sus elementos componentes.
Lo expuesto hasta ahora es indicativo de que la actividad financiera implica un conjunto de
fenómenos financieros, que son las múltiples y entrecruzadas operaciones que se realizan para
obtener los recursos, administrarlos mientras se encuentran dentro del patrimonio gubernamental, y
aplicarlos mediante aquellos gastos que hayan sido previstos y calculados presupuestariamente.
Esta actividad no es simple, por el contrario, es polifacética y compleja, ya que comprende aspectos
económicos, políticos, jurídicos y, accesoriamente, otros de tipo sociológico, estadístico y
administrativo.
Solo será posible la comprensión del fenómeno financiero si se llega a él mediante un proceso de
síntesis de los elementos precedentemente mencionados, constituyendo esa conjunción la ciencia
que se denomina finanzas públicas o hacienda pública.
En cambio, si se desea explorar con profundidad los elementos que integran el fenómeno
financiero, deberá recurrirse a diversas disciplinas particulares, de las cuales las principales son la
economía financiera, la política financiera y el derecho financiero.
5.4. Escuelas y teorías sobre su naturaleza: el concepto general de la actividad financiera y las
fases que comprende no ha ofrecido, en general, dificultades teóricas de importancia. Sí hubo, en
cambio, discusiones de naturaleza económica o política sobre esta actividad, si bien las
controversias han sido más ficticias que reales y han obedecido en no pocos casos a problemas
semánticos.
Así, se dice que es económica, ya que implica movimiento de fondos obtenidos de medios
escasos emanados del propio patrimonio estatal, o de los particulares. Quienes sustentan esta
teoría, afirman que esta actividad esencialmente económica no pierde tal carácter por el hecho de
que sea realizada por el gobierno.
Desde otro costado, se afirma que todas las actividades públicas que realiza el gobierno
son políticas (en el sentido técnico del término), puesto que la misión del Estado es la de adoptar las
medidas tendientes a satisfacer las necesidades públicas que requiere la comunidad.
Nadie puede cambiar el hecho de que recaudar y gastar son actuaciones económicas, pero
tampoco puede dejar de reconocerse que tales actividades adquieren la calidad de políticas cuando
es el gobierno quien las ejecuta (atento a la propia naturaleza del sujeto actuante).
Por su parte, Valdés Costa define la cuestión sosteniendo que la actividad financiera del Estado
tiene un contenido económico que constituye su carácter universal, ya que se refiere siempre a la
obtención de los medios para la satisfacción de necesidades. Pero, además, esa actividad está
determinada por elementos políticos como consecuencia de la naturaleza de su sujeto activo, que
actúa en función de intereses generales, valorados con criterios relativos según las circunstancias
de tiempo y lugar(9).
Al pensamiento de este autor agregamos que, además de los elementos económicos y políticos,
no puede olvidarse la importancia que tienen los propiamente jurídicos, que proporcionan los cauces
legales por los que debe transitar la actividad financiera, atento el principio de legalidad que la rige
en los países democráticos. Sobre este liminar principio también indagaremos más adelante.
Por lo pronto, digamos que lo más rescatable de las teorías que analizaremos a continuación
debe ser establecer cuál de los elementos citados debe tener preponderancia según el tipo de
política económica que se siga (liberal clásica, intervencionista).
5.4.1. Teorías económicas: estas tesis responden a las ideas del liberalismo clásico, y plantean
cuestiones superadas por las doctrinas y hechos históricos posteriores.
Fueron elaboradas bajo las premisas de una concepción individualista que veía un Estado
restringido a satisfacer las necesidades públicas primarias de la población. Ello llevaba al Estado a
formalizar una especie de "contrato económico" con los ciudadanos. El Estado vendía sus servicios
(y, básicamente, su protección), y a cambio de ello, los ciudadanos pagaban el precio de tales
funciones.
Recuérdese el ejemplo de Adam Smith concibiendo al Estado como un gran fundo en que los
integrantes pagaban conforme al grado de protección recibida, la cual variaba según el grado de
riqueza poseída (a mayor fortuna, mayor protección). En similar temperamento, el francés Juan
Bautista Say sostenía que la actividad financiera pertenecía a la etapa económica del consumo. Con
pensamiento simplificado, Say insistía en que el fenómeno financiero representa, en definitiva, un
acto de consumo colectivo, por lo cual los gastos públicos deben considerarse consumos
improductivos de riqueza. Así, afirmaba el economista francés que cuando un valor ha sido pagado
por el contribuyente, está perdido para él, y cuando el valor es gastado por el gobierno se pierde
para todos, sin ofrecer verdaderas ventajas para la colectividad.
Por su parte, el autor De Viti de Marco sostuvo que todas las cuestiones financieras hallan
solución en la teoría "de la producción y el consumo de bienes públicos", de igual modo que las
cuestiones de economía privada se encuentran en una teoría similar pero referente a bienes
privados. Es decir que, en vez del individuo, aparece actuando el Estado; en lugar de la actividad
individual, surge la acción colectiva. Esta concepción productivista propone el principio del "máximo
rendimiento económico", que tendría plena vigencia en su modelo de "Estado democrático-
cooperativo", en contraposición al "Estado absoluto u oligárquico".
Una postura diferente adopta el inglés Dalton, según quien el criterio fundamental debe surgir de
la comparación de los dos lados de la actividad financiera, o sea, la carga de la tributación y los
efectos del gasto público. Al tener en cuenta estos aspectos, el autor inglés propicia la aplicación del
principio de la "utilidad social máxima". Esta se produce cuando la utilización por el Estado de las
riquezas extraídas de los particulares tiene efectos socialmente ventajosos. Es el caso, por ejemplo,
de la construcción de viviendas, la prevención de enfermedades y las pensiones a la vejez, cuya
ventaja social es superior a los gastos suntuarios que realizan las clases económicamente más
adineradas. Esta postura sostenida por De Viti de Marco ratifica los conceptos ya esbozados
anteriormente por Bastiat, que consideraba la actividad financiera como un caso particular de
cambio, por lo cual los tributos eran, en realidad, las retribuciones a los servicios públicos. La
segunda postura, la de Dalton, se inspira en la de Wagner y sirvió de antecedente justificante de las
políticas que, propiciadas por Keynes, sustituyeron al liberalismo.
5.4.2. Teorías sociológicas: los teóricos que podemos colocar en esta categoría, más que
ocuparse de la actividad financiera, discutieron una cuestión de ciencia política, o aun de sociología,
cual es la realidad de la existencia del Estado y lo que se esconde bajo sus atributos de mando.
Cierto es que Pareto criticó los estudios financieros, pero lo hizo por entender que sus cultores
elaboraban principios en el terreno teórico, desentendiéndose de la verdad experimental. En esta,
las pasiones, los sentimientos y los intereses prevalecen sobre las teorías y las doctrinas.
Según Pareto, y dada la heterogeneidad de las necesidades e intereses de los componentes de
la colectividad, los juicios de los individuos quedan en realidad subordinados al criterio y voluntad de
los gobernantes, que establecen su orden de prelación según su propia conveniencia.
El Estado —afirma Pareto— es solo una ficción en cuyo nombre se imponen a los contribuyentes
todos los gravámenes posibles, y luego se gastan para cubrir no ya sus pretendidas necesidades,
sino las infinitas de la clase dominante. No es, entonces, el Estado (concebido como órgano político
supraindividual) el que gobierna efectivamente y elige en materia de gastos e ingresos públicos, sino
las clases dominantes que imponen al llamado "Estado" sus intereses particulares. Por ello, el
Estado no es un ente superior y distinto de los individuos que lo componen, sino tan solo un
instrumento de dominación de la clase gobernante.
Esto lleva a Pareto a sostener que las elecciones financieras no son sino decisiones de la minoría
gobernante, compuesta por un conjunto de individuos fuertes y dominadores, coordinados entre sí,
que ostentan el poder y que imponen su voluntad a la mayoría dominada, compuesta por una masa
amorfa de individuos sometidos. Para eso, y para quienes se adhieren a estas teorías, tanto en los
hechos financieros como en sus consecuencias, es necesario investigar las fuerzas que actúan en la
realidad, provocando, según su propia conveniencia personal, las transformaciones estructurales de
la vida nacional y los nuevos equilibrios tanto económicos como sociales (10).
Dicha tesis sostiene que la clase dominante, buscando siempre la línea de la menor resistencia
que pueda oponer la clase dominada, trata, mediante la creación de ilusiones financieras, de ocultar
a los ciudadanos la verdadera carga tributaria que sobre ellos recae (p. ej., por medio de impuestos
a los consumos disimulados en los precios) y, al mismo tiempo, de exagerar los beneficios que
proporciona mediante la prestación de servicios públicos.
5.4.3. Teorías políticas: las diversas tesis que se conocen bajo esta común denominación, y
cuyo mejor expositor fue Griziotti, entienden que el problema referente a la naturaleza de la actividad
financiera, solo puede ser resuelto partiendo de su sujeto activo, o sea, el Estado y de los fines que
persigue.
Sostiene Griziotti que es justo desenmascarar los intereses particulares que se anidan detrás de
los del Estado, y considerar las fuerzas y las consecuencias de los hechos financieros observando la
verdad experimental. Pero, a continuación, agrega como innegable la realización de fines estatales
que siguen en la historia una secuencia o continuidad indefectible, junto con la caducidad de los
fines e intereses efímeros de las clases dominantes(11).
Según el tratadista italiano, la actividad financiera es un medio para el cumplimiento de los fines
generales del Estado, en coordinación con toda su actividad, y su conclusión es que las acciones
desplegadas son necesariamente políticas. Podrán variar los fines según las corrientes políticas que
prevalezcan en los distintos países, pero es innegable la existencia de objetivos estatales que
exceden los de dichas corrientes. En consecuencia, para Griziotti la orientación general de la
actividad financiera es política, aun reconociendo que sus elementos constitutivos son complejos.
En su obra, Sáinz de Bujanda llega a la conclusión de que la razón última y decisiva que impide
que la actividad financiera pueda ser subsumida por los esquemas del comportamiento económico
de los individuos radica en que ni siquiera por hipótesis las decisiones que jalonan el
desenvolvimiento de aquella pueden ser explicadas por puros y estrictos criterios de economicidad.
Por el contrario, cuando el Estado actúa lo hace siempre, ineludiblemente, a impulso de un cálculo
político, es decir, ponderando el conjunto de variables de muy diversa significación que determinan,
en su confluencia, el óptimo de una decisión sustancialmente política(12).
5.5. Desarrollo histórico del pensamiento financiero: en su evolución, los estudios financieros
sufrieron grandes oscilaciones. Mientras en algunas épocas se consideró que lo financiero era parte
de la política general del Estado, en otras se pensó que era un sector de la actividad económica. Si
bien la ciencia financiera concluyó por independizarse y comenzó a ser tratada en forma autónoma
por diversos autores, siempre se percibió la pugna de inclinar su campo de acción hacia lo
económico o lo político, no faltando quienes, como Jèze, intentaron darle un matiz
predominantemente jurídico.
Nos limitaremos a esbozar cómo fue evolucionando el pensamiento financiero hasta llegar a
constituir lo que se entiende actualmente por ciencia de las finanzas.
En este sentido, Oría sostiene que, aunque en épocas remotas distintos escritores se ocuparon
en parte de la materia que hoy incluimos en la teoría financiera, no sería acertado atribuirles un
alcance científico o técnico. Debe tenerse en cuenta, especialmente, que en los Estados de la
antigüedad la riqueza se obtenía mediante la guerra y la conquista de otros pueblos, es decir, en
forma muy distinta al proceso económico actual. Suelen mencionarse prácticas financieras en
Egipto, Grecia y Roma, pero nada en cuanto a teoría, ya que la omnipotencia del Estado no permitía
la discusión de los asuntos públicos. Solo se destacan unos escritos de Jenofonte, que incluyen un
breve examen de tipo financiero.
Durante la Edad Media rigieron las llamadas finanzas patrimoniales, en las cuales los bienes del
Estado estaban indiferenciados con relación a los bienes de los soberanos y de los señores
feudales. Es decir que en todo este período histórico nos encontramos con un régimen político-
social que en nada se parece al del Estado moderno, y de allí la imposibilidad de extraer
antecedentes útiles para la ciencia financiera.
Más tarde surgió una corriente de política económica denominada mercantilismo, que aparece
ante la necesidad de consolidar los Estados modernos por medio de sus tesoros nacionales, y que
en los Estados alemanes y en Austria recibió el nombre de cameralismo. Si bien existían esbozos de
una teoría financiera, se notaba un marcado predominio del aspecto político. En tal marco, se
sostenía que las ganancias del Estado se lograban gracias al comercio internacional y al
atesoramiento de metales preciosos. Los temas de economía pública se desarrollaban, pero solo en
cuanto a su relación con la actuación paternalista del Estado y al buen cuidado de las finanzas de
los soberanos. Es así como Bodin, que en 1576 publicó Los seis libros de la República, decía que
las disciplinas financieras eran inspiradoras de la acción del gobierno. Por ejemplo, el cameralista
Ludwig von Seckendorff decía ocuparse de "los bienes patrimoniales del soberano y de sus rentas",
expresando que le correspondía al príncipe adquirir los medios necesarios para "mantener su rango
y satisfacer sus deseos".
Durante el siglo XVIII se transformó profundamente la concepción de lo que debía ser el aspecto
financiero de la actividad general del Estado. Primero con los fisiócratas —inspirados en François
Quesnay—, con su tesis de que la riqueza proviene de la tierra y que tuvieron la virtud de presentar
el primer esquema orgánico de una teoría económica. Luego advino la escuela clásica inglesa,
fundada por Adam Smith, que significó el comienzo de los estudios sistemáticos sobre los recursos y
gastos del Estado, aunque concibiéndolos como integrantes de una economía pública, que no era
sino parte de la economía general.
Adam Smith, en su obra fundamental, Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de
las naciones (1776), dejó sentadas las bases relativas a la actividad financiera del Estado partiendo
de premisas filosófico-políticas que significaron una profunda transformación de las ideas entonces
imperantes. Por un lado, puso de relieve la neta diferenciación entre el ente "Estado" y la persona
del gobernante (con la consiguiente y obligatoria separación de sus bienes), y por otro, efectuó un
riguroso análisis de la actividad económica en sus diversas etapas, delimitando un independiente y
específico sector del conocimiento humano (el económico), y exponiendo una serie de principios
fundamentales entre los cuales se hallan sus célebres reglas sobre la imposición. Sus seguidores,
David Ricardo y John Stuart Mill, se ocuparon de problemas financieros y especialmente de
tributación.
Pero si bien estas corrientes doctrinales brindaron importantes aportes científicos a las finanzas,
contribuyeron a su total absorción por la economía, por lo cual la primera siguió careciendo de
contenido propio.
Fue en el siglo XIX que la ciencia de las finanzas comenzó a sistematizarse como disciplina
autónoma. Surgieron grandes tratadistas que efectuaron estudios específicamente financieros.
Puede mencionarse especialmente a Wagner, Rau y von Stein, en Alemania; Seligman, en los
Estados Unidos de América; Leroy Beaulieu, en Francia; Ferrara, Pantaleoni y De Viti de Marco, en
Italia, y Sax, en Austria. A fines del siglo XIX y a principios del XX hicieron su aparición importantes
obras financieras, en las que comenzó a efectuarse el enfoque jurídico de los fenómenos
financieros. Tales las obras de Graziani y Tangorra, en Italia, y Jèze y Allix, en Francia.
Llegamos así a la ciencia financiera tal como es concebida en la actualidad. Prevalece la opinión
de considerar que la ciencia de las finanzas no es una sección más de la ciencia política ni una rama
de la económica, sino una disciplina específica con contenido propio.
5.6. Teorías posteriores sobre el papel del Estado: sabido es que los postulados liberales
clásicos quedaron debilitados por las guerras, las crisis cíclicas y la desocupación. Se requirió
entonces una mayor actuación del ente público para apuntalar la economía nacional y obrar como
factor de equilibrio. Se pasó de la neutralidad estatal al intervencionismo del Estado moderno.
Estas ideas intervencionistas hicieron irrupción en el mundo occidental a partir de la Segunda
Guerra Mundial, y la actuación estatal se extendió cada vez más, cuantitativa y cualitativamente.
Durante unos cuarenta años, prácticamente todos los gobiernos occidentales (aun guiados por
partidos de distinto signo) compartieron una ideología más o menos similar, inspirada en una misma
teoría —el keynesianismo—, que pretendió justificar de manera científica las intervenciones del
Estado como garantía de empleo y crecimiento. El ideal común era atractivo porque intentaba
armonizar la prosperidad económica y la justicia social, y los medios para lograrlo eran la
centralización estatal, con el acaparamiento de las más diversas actividades, la fiscalidad progresiva
y la redistribución social.
Sin embargo y después de ciertos períodos de bonanza volvieron a acentuarse las crisis, el
subdesarrollo y —principalmente— la inflación. Pero el principal fracaso fue constatar que el proceso
de redistribución, sin la creación previa de una economía sólida se constituía en factor de retroceso,
y que cada vez había menos riqueza para distribuir. De allí la decadencia y quiebra del Estado
providencia.
Lo señalado llevó a un replanteo sobre el papel de las finanzas públicas en las economías
nacionales. Según el nuevo rol asignado, el sector público debía ser más pragmático y actuar de
acuerdo con el principio de la subsidiariedad: todo aquello que pudiera hacer una organización de
orden inferior (familias, empresas) no debía hacerlo el sector público.
Los fracasos del intervencionismo llevaron a reparar que, en la realidad, algunos de los
postulados clásicos no podían ser dejados de lado sin sufrir graves consecuencias.
Se llegó a la convicción de que no eran desacertadas sus prevenciones contra los presupuestos
desequilibrados, el déficit en la balanza de pagos, el financiamiento de gastos de funcionamiento
con recursos espurios (emisión monetaria sin respaldo, deuda interna y externa sin posibilidades de
amortización). Por el contrario, se valoró su tesis de recurrir a empréstitos solo para situaciones de
emergencia o para capitalizar al país, produciendo aquellos bienes que los individuos no podían
realizar por sí solos; entre otras tantas máximas que retomaron vigencia. Pero también cundió el
convencimiento de que era imposible regresar a la total pasividad del Estado en la economía y a la
idea de que todos los problemas los solucionaba el mercado.
Se operó entonces un retorno aggiornado a las ideas liberales y mediando el reconocimiento de
que era necesario un cierto grado de intervencionismo estatal y la satisfacción por el gobierno de
algunas necesidades públicas de creciente importancia, principalmente educación, salud, seguridad
y desempleo.
5.6.1. Economía de mercado: aunque con intervención del Estado en ciertas variables
económicas, preferentemente indicativa.
5.6.2. Estabilización: disminución del sector público, intentando evitar que se convierta en una
carga presupuestaria insostenible para el Estado, y con el propósito adicional de una prestación más
eficiente de los servicios públicos. Un ejemplo de esto es la privatización de las empresas públicas.
5.6.3. Incentivo a la iniciativa individual: en cierta manera es consecuencia de lo anterior, ya
que se transfiere a los particulares la satisfacción de necesidades públicas secundarias que estos
están en mejores condiciones de satisfacer. Consiguientemente, se atrae a los capitales nacionales
y extranjeros, y se les proporciona nuevas oportunidades de inversión.
5.6.4. Reducción del déficit presupuestario: implica la disminución del gasto público en todos
sus órdenes y una mayor eficiencia en la recaudación.
Estas teorías no renunciaron a una cierta intervención estatal mediante una acción que impulsara
a los individuos a reactivar la economía general persiguiendo sus propios intereses.
Tampoco se prescindió de la idea de solidaridad, y se pensó que el ideal era conciliar el interés
general de la Nación con el particular de los individuos aislados.
5.7. Globalización de la economía: este fenómeno surgió históricamente como consecuencia de
la desaparición de la Unión Soviética y del "Bloque del Este". Ante ello, los países occidentales con
cierto grado de desarrollo adoptaron, total o parcialmente, los principios de la economía de mercado
del "neoliberalismo".
Por globalización se entiende la convergencia creciente entre un número elevado de países de
algunas variables de la economía; tales la tendencia a diseñar y distribuir productos estandarizados
para países distintos, la apertura de nuevos mercados sin barreras comerciales; la propensión a la
fusión por las empresas internacionales y la interdependencia de las políticas económicas de
distintos países.
Este tipo de comercio provocó situaciones inéditas de separación geográfica entre la producción
y los mercados finales. Ello se originó porque la inversión directa extranjera se aceleró en las últimas
décadas, pero en especial, en la segunda mitad de los años ochenta debido, en gran medida, a los
procesos de privatización de empresas públicas.
Un fenómeno inédito trajo un elemento inquietante para las economías abarcadas. Junto a la
empresa multinacional clásica, aparecieron novedosos tipos de organización empresarial, como son
las alianzas entre empresas de diversos países. Desde el punto de vista fiscal, el efecto más
pernicioso de tal fenómeno se produce cuando estos grupos empresariales promueven negocios
entre las empresas que actúan bajo su órbita, pero a precios que no son los del mercado. Todo con
el objetivo de en tributar menor medida o de eliminar a competidores. Se trata de los
llamados precios de transferencia.
El crecimiento de los capitales internacionales, las vinculaciones y fusiones cada vez más
importantes por la magnitud de las firmas que se agrupan, así como el impacto mundial de las
oscilaciones de los tipos de cambio o las tasas de interés, ha pasado a ser una realidad innegable
de nuestros días, cuyos efectos finales aún no es posible cuantificar.
6. CIENCIA DE LAS FINANZAS PÚBLICAS: dada la innegable circunstancia de que el Estado no puede
subsistir sin realizar actividad financiera, es imprescindible la existencia de un campo de estudio que
la tenga como centro de análisis.
Esto, que parece tan simple, tiene sus complicaciones. La determinación de la disciplina a la que
le corresponde estudiar la actividad financiera crea disyuntivas sobre su ubicación entre las ramas
del saber. También hay disidencias en cuanto a su carácter científico o meramente informativo, así
como si es válido que estudie los medios y los fines del Estado o se limite a analizar los primeros.
Tampoco hay acuerdo sobre la posición que deben tomar sus investigadores.
La tarea de definir adecuadamente un sector de estudios y, circunscribir su campo de acción no
es de fácil cumplimiento, y ello se observa en la disciplina que tratamos. Basta examinar los
diferentes tratados de la materia para advertir la diversidad de enfoques. Además, la dificultad de
definición suele darse en casi todas las ciencias, puesto que definir no es otra cosa que indicar los
límites entre los cuales se quiere mantener cierto tipo de investigaciones, y es seguro que esos
límites siempre serán considerados arbitrarios por alguien(13).
No obstante, sorprende tanto disenso sobre un sector del saber cuya temática es de importante
conocimiento para la población en general. Tener ideas, aun generales, de las vías y medios
utilizadas por los gobiernos para resolver sus problemas financieros, constituye un deber de todo
ciudadano. Primero, porque los gobernantes llegan a tal condición en virtud del sufragio; segundo,
porque la mayor parte de esos ciudadanos pagan los tributos que los primeros necesitan para
desarrollar su labor.
La propia existencia de las finanzas públicas ha sido negada por autores como Sáinz de Bujanda.
Otros afirman que, de haber existido, esta ciencia no subsistió porque fueron efímeros los esfuerzos
por construirla (Ferreiro Lapatza). Se sostuvo también que, a diferencia de las disciplinas científicas,
las finanzas públicas solo constituyen una disciplina informativa (Ferreiro Lapatza).
En cuanto a su utilidad, los publicistas españoles citados no la niegan, pero la limitan a una
función didáctica o docente.
Sobre la existencia de las finanzas públicas y la necesidad de su estudio, resumimos nuestro
criterio de la siguiente manera:
a) En primer lugar, las finanzas públicas sí constituyen una ciencia; además, es una disciplina
que presta útiles servicios a estudiantes y profesionales, tanto de las ciencias económicas como de
las jurídicas, y también a la comunidad.
b) En su concepción actual, han quedado atrás las teorías que negaron su existencia científica
por afirmar que esta correspondía únicamente a la economía financiera, a la política financiera y al
derecho financiero, aparte de otras disciplinas conexas (v.gr., la contabilidad pública del Estado, el
derecho monetario, la sociología financiera, la ciencia política).
c) Las finanzas públicas deben cumplir el importante papel de ser una ciencia de síntesis que
permita comprender la intrincada red de fenómenos atinentes a la economía de los entes públicos
jurídicamente regulada.
d) Esto implica limitar su campo de estudio a las principales instituciones y relaciones que origina
la actividad financiera en el marco de legalidad, tomando en cuenta que el Estado de derecho pasa
a ser tal cuando sus actuaciones en el campo financiero y las consiguientes relaciones con los
particulares están reguladas por la ley.
e) Sobre la base de la limitación anterior, concebimos a las finanzas públicas como un triángulo
cuyos vértices son el aspecto económico, el político y el jurídico. El conocimiento conjunto y sintético
que proponemos quedaría incompleto si faltara alguno de ellos. Incluso sostenemos que el
tratamiento de cada uno de los aspectos que tradicionalmente se han tenido como abarcados por
esta ciencia de síntesis, difícilmente sea factible si no se investigan los tres elementos de los
fenómenos analizados. Al estudiar, por ejemplo, los recursos del crédito público, es imprescindible
comprender las razones políticas por las que el gobernante eligió ese medio de financiación, los
efectos económicos que producirá cada una de sus etapas y el conjunto de normas jurídicas que
tornan legítimo recurrir a tal modalidad. Lo mismo ocurre con los recursos públicos.
Por otro lado, el razonamiento no varía al incorporarse al estudio de las finanzas públicas la
teoría de los gastos públicos. Es necesario preguntarse el objetivo del gasto; si sus posibles efectos
en la economía cubrirán la finalidad buscada, y (en la actualidad más que nunca) cuál es la
normativa que autoriza al gobernante para disponer de ese dinero público.
f) Esta disciplina, otrora en la cúspide de los estudios económicos y jurídicos, ha visto
momentánea y aparentemente mermada su importancia a pesar de su historia relevante, su rigor
científico, su añeja tradición y sus talentosos cultores. Es notoria la endeblez de los argumentos que
pretenden demostrar que su contenido no es científico, sino solo informativo.
g) Pero, así como ocurrió con las teorías de los clásicos, que se dejaron de lado por obsoletas
cuando apareció la revolución keynesiana, los modernos centros de estudio vuelven a ver las
virtudes de las finanzas públicas, y comienza a vislumbrarse la idea de que los nuevos profesionales
que exige el mundo globalizado no pueden ignorar aspectos básicos atinentes a cómo funciona, se
financia y se regula jurídicamente el sector público. Ello quizá marque el retorno aggiornado de
estos estudios referentes a fenómenos, efectos y regulaciones cuyo conocimiento constituirá una
exigencia ineludible para abogados, contadores y economistas.
En definitiva, condensamos estas ideas en la siguiente definición: la ciencia de las finanzas
públicas es el estudio valorativo de cómo y por qué el Estado obtiene sus ingresos y efectúa sus
erogaciones, examinando sintéticamente los distintos aspectos del fenómeno financiero,
especialmente económicos, políticos y jurídicos.
Esta definición se explica porque el estudio del "cómo" (medios) y del "para qué" (fines), no
puede eludir la realidad según la cual los distintos fenómenos de la actividad financiera (gastos y
recursos), así como la motivación de su accionar (necesidades públicas), y el montaje de la
organización que satisface tales requerimientos (servicios públicos), surgen de normas expresas
constitucionales y de las leyes que de ella derivan, partiendo de la premisa básica (y razón de ser
del Estado) de promover el bienestar general (Preámbulo, Constitución Nacional).
7. POLÍTICA FINANCIERA: los estudios científicos sobre política financiera se ocupan, básicamente,
de determinar la elección de los gastos públicos a realizar y de los recursos públicos a obtener para
sufragar aquellos, en circunstancias de tiempo y lugar determinados.
Toda la actividad financiera presupone una orientación gubernamental en cierto sentido, pero las
indagaciones especializadas sobre política financiera ponen el acento en los fines.
Esto quiere decir que la selección de gastos y recursos se hace en función de designios
preconcebidos que el gobierno desea alcanzar en un momento dado, obligándolo a adoptar las
medidas financieras con las que cree que alcanzará tales objetivos.
Por eso, los análisis de política financiera se hacen generalmente antes de poner en ejecución
las decisiones aconsejadas por los expertos, y que han merecido la aprobación del gobernante
como caminos ideales para llegar a los resultados esperados.
Un aspecto a cuidar es el hecho de que, a menudo, los propósitos de política financiera resultan
ser incompatibles entre sí, y en la práctica algunos deben ser sacrificados para la consecución de
otros; por ejemplo, un exceso de necesidades públicas y privadas insatisfechas, que requiere
asignar recursos para solucionar los problemas más acuciantes, puede estar en pugna con el
objetivo de la estabilización. En tal caso, será decisión del gobernante y de sus asesores optar por el
objetivo al que debe darse prioridad.
8. ECONOMÍA FINANCIERA: esta ciencia analiza el fenómeno financiero examinando en especial sus
efectos, tanto en el plano individual como en el social (aspectos microscópicos y macroscópicos del
hecho financiero).
Los estudios sobre economía financiera se realizan, generalmente, después de adoptadas las
respectivas disposiciones. En este aspecto, los especialistas deberán sopesar las consecuencias de
las medidas tomadas, juzgar si la elección de medios fue correcta (según los fines pretendidos) y, en
su caso, proponer la ratificación o profundización de lo que resultó provechoso, y las rectificaciones
de las acciones gubernamentales que no fueron útiles para los objetivos deseados.
9. ADMINISTRACIÓN O TÉCNICA FINANCIERA: a esta especialidad toca optimizar al máximo las
operaciones financieras.
En primer lugar, es misión de los expertos incorporar a la actividad financiera los elementos que
día a día suministra el avance de la tecnología. Estos instrumentos deben ser utilizados ante todo en
la contabilidad del Estado, que trata de representar cuantitativamente, y por medio de un sistema de
cuentas, su actividad económica. Son importantes, asimismo, el control de la actividad financiera y
especialmente el análisis exhaustivo de la gestión administrativa, tanto en las recaudaciones como
en las erogaciones públicas. Todo ello basado en normas jurídicas autorizantes.
10. RELACIONES DE LAS FINANZAS PÚBLICAS CON OTRAS CIENCIAS: la ciencia de las finanzas públicas
tiene vinculaciones con otras disciplinas, de las que enumeramos las principales:
10.1. Ciencias económicas: dice Oría que la vinculación entre finanzas y economía es tan
estrecha como la que puede existir entre padres e hijos. Ello es exacto, puesto que (salvo contadas
excepciones) todas las medidas financieras están relacionadas con hechos económicos. Por un
lado, los fenómenos de la actividad económica privada dentro de la producción, circulación y
consumo, son elementos causales de fenómenos financieros y, por otro, las teorías de la economía
nacional son premisas de las corrientes teóricas y las doctrinas financieras.
Todo conocimiento profundo de la ciencia financiera es imposible sin referir a los principios de la
ciencia económica. Incluso la reciente evolución de ambas ciencias ha tendido a estrechar más los
vínculos. En el campo económico, las actuales teorías macroeconómicas, en tanto actúan sobre
magnitudes globales, amplían el campo de acción de la economía. Al efectuar globalmente el
estudio del comportamiento de los grandes sectores de la vida económica, no pueden prescindir de
la preponderante influencia del sector público.
Por su parte, también la ciencia financiera amplía su contenido y volumen al pasar al Estado
actual, que no se priva de intervenir activamente en la economía general de la Nación, cuando ello
es necesario.
10.2. Ciencias jurídicas: toda la vida financiera debe ceñirse a formas jurídicas. Las medidas de
tipo financiero aparecen normalmente bajo la forma de leyes y se refieren a hechos jurídicos, por lo
que no puede comprenderse la naturaleza y función de la ciencia de las finanzas sin referir a lo
jurídicamente existente.
Dentro de la ciencia jurídica, las finanzas tienen especial vinculación con el derecho
administrativo. El Estado, como sujeto de la actividad financiera, procura recursos principalmente
para cubrir servicios públicos y desarrolla su actividad mediante actos administrativos. El derecho
administrativo fija las normas dentro de las cuales el Estado desenvuelve esas actividades.
Con respecto al derecho constitucional y al derecho político, puede afirmarse que existe un
estrecho contacto entre ambos y las finanzas, porque el desenvolvimiento y alcance de la actividad
financiera depende en mucha medida de la estructuración del Estado. La configuración de las
finanzas suele estar delineada en las cartas fundamentales (constituciones) que rigen a los países.
Por eso son diferenciables las actividades financieras en los Estados federativos (o de
descentralización) y en los unitarios (o de centralización).
Tampoco debe olvidarse la vinculación de las finanzas con el derecho privado (civil y comercial).
La actividad financiera es ejercida por el Estado, pero quienes están sujetos a ella son las personas
físicas y las entidades, que son sujetos de derecho privado. Si estas personas constituyen uno de
los términos de la ecuación que se establece mediante la actividad financiera, es evidente que
deben existir vinculaciones entre las finanzas y el derecho privado. A ello debe agregarse que
cuando el Estado realiza actividades industriales, comerciales y de servicios, o cuando actúa como
accionista de las empresas privatizadas o de otras entidades privadas, así como cuando explota sus
bienes patrimoniales, lo hace sometiéndose a los preceptos del derecho privado.
10.3. Historia: la actividad financiera del Estado se ha ido modificando a lo largo del tiempo.
Existe, por lo tanto, una historia de la actividad y pensamiento financieros, cuyo examen tiene
singular importancia para comprender el estado actual de los estudios en la materia. Con acierto
sostiene Gerloff que la historia financiera muestra la evolución y, en cada fase, las condiciones de
tiempo y lugar de la economía pública, enseñando así la justa apreciación del Estado actual y de la
problemática del futuro.
10.4. Estadística: es un valioso auxiliar de la ciencia financiera, puesto que registra
sistemáticamente los datos cuantitativos de ciertos fenómenos, y establece las diferentes relaciones
posibles entre los datos referidos a aquellos.
En efecto, la mayor parte de los fenómenos relativos a la actividad financiera pueden ser
cuantificados sistemáticamente y relacionados unos con otros. Esto es importante porque, sin una
correcta información estadística, la política financiera se convertiría en un trabajo de adivinación.
11. FINANZAS PÚBLICAS, DERECHO FINANCIERO Y TRIBUTARIO: el aspecto jurídico de la actividad
financiera es objeto de estudio del derecho financiero. En el Estado moderno es reconocida
exigencia que todas sus manifestaciones de voluntad en el campo administrativo, y las
consecuentes relaciones con los particulares, encuentren en las leyes su disciplina fundamental (14).
A tal exigencia debe responder el desarrollo de la actividad financiera. Ya sea porque se trata de
la administración del dinero que se sustrae a las economías privadas para satisfacer las
necesidades públicas, o porque la masa de riqueza que anualmente se destina a estas finalidades
da lugar a una complejidad de relaciones, cuyo desarrollo hace indispensable un sistema de normas
que las discipline.
Ante el argumento de que los institutos y normas encuadrados en el derecho financiero son
heterogéneos, la mayor parte de la doctrina ha dirigido sus estudios al derecho tributario, que
funciona como un sistema homogéneo, orgánico y singularizado.
La evolución de los estudios tributarios ha favorecido la postura aislacionista, pero el tributo tiene
su entronque con el presupuesto en el que está inserto y con las demás instituciones financieras.
Las normas que regulan el ciclo ingresos-gastos-presupuestos tienen sus indudables elementos
unificadores en el fin que persiguen, en los principios a los que obedecen, en las relaciones que
disciplinan y en los medios de tutela que regulan. El tributo, como institución jurídica, es inescindible
e incomprensible si lo desvinculamos del ciclo total de la actividad financiera (15). Por tanto, el derecho
tributario participa de nuestra idea según la cual el sector jurídico de conocimientos comprendido
tanto en el derecho financiero como en el tributario, presenta una perfecta simbiosis con las finanzas
públicas.
12. EL MÉTODO EN LA CIENCIA FINANCIERA: la ciencia financiera se ocupa tanto de nociones y leyes
generales (o sea, de abstracciones), como de exposiciones y descripciones de hechos concretos.
De este doble carácter se desprende que debe emplear el método deductivo y el inductivo.
El primero debe ser utilizado siempre que se trate de explicar en forma general el fenómeno
financiero. La deducción parte de ciertas suposiciones (premisas), cuya validez requiere un examen
riguroso. Es verdad que los resultados de la deducción a menudo no pueden obtenerse por
experiencia, pero la continua comparación crítica con el desarrollo de los hechos puede conferir
valor real a la teoría deducida.
Pero la ciencia necesita, al lado de la deducción, el método inductivo. Este tiene por objeto
observar y describir los fenómenos financieros dentro del proceso económico, y verificar y confirmar
su relación con las condiciones naturales, los factores morales, políticos, etc. La ciencia no puede
existir sin la observación descriptiva de hechos. Su progreso depende de la justa unión del método
inductivo con el deductivo.
La ciencia financiera —sostiene Gerloff— se halla ante la tarea de equilibrar estos extremos.
Para ello, su trabajo necesita de la reflexión metodológica, pues la metodología indica el camino de
toda investigación.
Capítulo II - Gastos públicos
I. INTRODUCCIÓN
1. ACTIVIDAD FINANCIERA Y NORMAS JURÍDICAS: al iniciar esta obra sostuvimos que
desde el comienzo de la vida social surgió la necesidad de contar con un
ordenamiento que regulara las conductas recíprocas de los individuos entre sí y con
los ocasionales gobernantes. Este ordenamiento está integrado por las normas
jurídicas, cuyas particularidades son las siguientes:
a) Tienen carácter obligatorio.
b) Imponen deberes o conceden derechos, ya que su fin consiste en provocar
ciertos comportamientos y prohibir otros.
c) Sus destinatarios son seres libres, es decir, capaces de optar entre violación y
obediencia.
d) Su fuerza obligatoria no depende de la justicia intrínseca de lo prescripto, sino de
ciertos elementos extrínsecos relativos a la forma de creación de cada precepto y del
poderío del jefe (después gobierno) para lograr su acatamiento (coercibilidad).
e) Mandan que algo ocurra en determinada forma.
f) Tienen coercibilidad. Quien detenta el poder hace uso de la fuerza como medio de
conseguir la observancia de los preceptos. Esto ocurre si la norma no es
espontáneamente acatada, lo que da lugar a que determinadas autoridades obtengan
el cumplimiento de manera coactiva.
Así, el conjunto de normas que impone deberes o concede derechos en una cierta
época y para un determinado país, al cual la autoridad declara de obligatorio
cumplimiento, constituye su orden jurídico.
Estudiamos, en su momento, que las necesidades públicas requieren erogaciones
gubernamentales y, por consiguiente, ingresos para hacerles frente, lo cual implica el
despliegue de actividad financiera.
La actividad financiera constituye el objeto de derecho financiero, pero solo en
cuanto ella está plasmada en normas jurídicas, ante lo cual se transforma en actividad
jurídica.
2. ACTIVIDAD FINANCIERA CONVERTIDA EN ACTIVIDAD JURÍDICA: el despliegue de la
actividad financiera crea relaciones jurídicas de múltiple índole. En líneas generales
están las que surgen entre los distintos órganos públicos, como consecuencia de la
materialización de fenómenos financieros (p. ej., el aporte del Tesoro nacional para
cubrir el déficit de una empresa pública), así como las que se originan, por causas
financieras, entre el Estado y los particulares. En estas últimas vinculaciones, el
Estado puede asumir el papel de sujeto activo (como cuando pretende de los
particulares sumas tributarias) o de sujeto pasivo (como cuando resulta deudor a
consecuencia de un empréstito).
También surgen relaciones jurídicas con motivo del empleo de los fondos estatales
en los destinos prefijados presupuestariamente; se producen, en general, entre el
Estado y sus subordinados (p. ej., las derivadas de la ejecución del gasto público en
sus diversas etapas).
La actividad financiera está integrada por fases diferenciadas: un plan de actuación,
exteriorizado en forma contable y monetaria (el presupuesto), y todas las acciones
necesarias para adquirir y emplear los medios económicos destinados a atender las
necesidades públicas. A su vez, tales acciones (tanto las de planeación presupuestaria
como las de ejecución) son motivo de variadas relaciones jurídicas.
Ello torna indispensable la existencia de normas jurídicas reguladoras tanto de la
estructura de la organización estatal como de cada relación a nacer con motivo de la
acción desarrollada.
La necesidad de preceptos normativos surge al recordarse las nociones
fundamentales sobre el derecho, cuyo objeto son las conductas en interferencia
intersubjetiva y que, por lo tanto, deben ser normadas(31). Si toda acción humana
puede ser considerada en su interferencia con otras acciones humanas, y si ello da
lugar a relaciones que deben regirse por normas, las acciones humanas que
desarrollan actividad financiera no son una excepción. De ahí que la actividad
financiera, como cualquiera que ponga en contacto conductas humanas, debe
manifestarse en normas jurídicas(32).
No puede ser de otra forma, ya que el concepto de comunidad jurídicamente
organizada determina que la posición de todos sus integrantes, así como sus
atribuciones y deberes, sean signadas por el derecho. No habría organización posible
sin ese requisito.
I. Consideraciones generales
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. TERMINOLOGÍA Y CONCEPTO: la palabra crédito deriva del latín creditum, y esta
locución proviene a su vez del verbo credere, que significa "tener confianza o fe".
Consecuentemente, sostiene Oría que la expresión crédito se relaciona con dos
formas de creencia: la confianza en la moral de una persona dispuesta a cumplir sus
deberes y obligaciones, y la fe de que podrá cumplirlos por disponer de medios
económicos.
Así, lo que cuenta es la seriedad y unidad de conducta, el respeto escrupuloso de
los compromisos asumidos y el buen orden en la gestión de la hacienda pública.
Por otro lado, el término público hace referencia a aquel (Estado) que hace uso de
la confianza en él depositada, solicitando la entrega de bienes ajenos en contra de la
promesa de la ulterior restitución.
Podemos concluir entonces, que crédito público es la aptitud política, económica,
jurídica y moral de un Estado para obtener dinero o bienes en préstamo.
Por su parte, el empréstito es la operación crediticia concreta mediante la cual el
Estado obtiene dicho préstamo.
La deuda pública es la obligación que contrae el Estado con los prestamistas como
consecuencia del empréstito.
2. EVOLUCIÓN HISTÓRICA: el hecho de que el crédito público se funde en la confianza
y la buena fe es producto de su evolución histórica. El auge de este recurso estatal
comenzó en el siglo XIX. Los préstamos entre los Estados de la antigüedad resultaban
muy difíciles a causa de las bancarrotas que se producían con la aparición de cada
nuevo soberano. Por ello, los préstamos se efectuaban a corto plazo y por pequeñas
sumas con garantías reales (p. ej., los bienes, las rentas y hasta las joyas de la
corona) o personales (p. ej., un tercer soberano que aceptaba ser fiador), ya que
siempre estaba presente la posibilidad de la falta de pago por repudios fraudulentos o
quiebras estatales.
A partir del siglo XIX los Estados se organizan jurídicamente, la gestión
administrativa evoluciona, los recursos pasan a ser permanentes, elásticos y
productivos, y la responsabilidad del Estado adquiere relevancia. Todo lo cual resulta
determinante para que adquiera auge el crédito público.
El mencionado auge del crédito público trajo como consecuencia la discusión
doctrinaria acerca de si realmente es un recurso público y, en su caso, cuáles son los
límites de su racional utilización.
2.1. Concepción clásica: los hacendistas clásicos distinguen los recursos públicos
propiamente dichos (p. ej., el impuesto), de aquellas otras medidas (como el crédito
público) cuyo objeto es distribuir los recursos en el tiempo al solo fin de adecuarlos a
los gastos.
Hay determinados momentos en que los fondos disponibles en las tesorerías no son
suficientes para cubrir ciertos gastos que no admiten espera, ante lo cual se procuran
dichos fondos mediante préstamos a corto plazo, los cuales se reembolsan al ingresar
recursos y en el transcurso de un ejercicio presupuestario.
En consecuencia, del empréstito no derivan recursos per se, sino tan solo la
anticipación de recursos futuros que solo se lograrían en el curso de varios años, pero
que se los debe reunir de manera rápida ante lo impostergable de la erogación. Sin
embargo, recaerán sobre las generaciones futuras los gastos efectuados a tales fines,
ya que deberá ser devuelto posteriormente el préstamo junto con sus intereses, y esa
devolución solo podrá ser solventada mediante nuevos impuestos que pagarán las
generaciones venideras.
Por otro lado, y en la faz económica, digamos que el crédito público es similar, en
su esencia, al préstamo privado, ya que el objetivo perseguido es idéntico al que trata
de obtener un particular cuando recurre a él para hacer frente a gastos inmediatos que
su presupuesto anual o mensual no puede solventar.
De lo dicho se concluye que el crédito público debe ser utilizado de forma
excepcional, restringidamente y no para cubrir gastos considerados normales.
2.2. Concepciones modernas: las teorías modernas (Duverger, Somers, Giuliani
Fonrouge, Hart, entre otros), aunque no en forma unánime, consideran que el crédito
público es un verdadero recurso y que no puede estar limitado por circunstancias
excepcionales.
Asimismo, no hay acuerdo respecto de que la deuda pública pueda ser similar a la
privada. Según Hart, la diferencia esencial consiste en que el gobierno dirige la
magnitud y composición de su deuda mediante el control sobre la moneda y la banca,
poderes de los que carece el prestamista privado. Por otra parte, esa magnitud y
composición no se limita solo a la necesidad de cubrir apremios extraordinarios o
déficit monetarios, sino que depende de otros objetivos diferentes (p. ej., el deseo de
iniciar obras públicas para combatir la desocupación o el intento de regular el mercado
de capitales o el volumen de la circulación monetaria). Tales características de las
funciones del Estado y de su utilización del crédito diferencian esencialmente la deuda
pública de la privada.
Otra discrepancia surge respecto de que la carga de la deuda pública pase a las
generaciones futuras. Autores como Duverger y Somers afirman que es la generación
presente la que soporta la carga de los gastos públicos, cubiertos con el crédito
público. Se sostiene que el empréstito significa una reducción de la renta nacional
actual, al disminuir el poder de compra de los particulares, dado que el dinero es
empleado para financiar gastos públicos en lugar de ser destinado a fines privados.
La conclusión de los defensores de estas teorías es que el empréstito estatal es un
recurso que nada tiene de anormal, y que no puede estar rígidamente limitado a
circunstancias extraordinarias.
3. LÍMITES: el empréstito, como cualquier recurso estatal, tiene sus limitaciones.
Recurrir o no a esta medida no depende de la necesidad de contar con recursos
excepcionales para gastos extraordinarios, sino de razones de política financiera que
tengan en cuenta diversos factores (p. ej., la existencia de ahorro nacional, la
propensión a prestarlo, los efectos que tendrá en sus diferentes fases sobre la marcha
económica de la Nación, las distintas clases sociales que pagan impuestos o
suscriben empréstitos).
Por otro lado, Somers se pregunta si es posible medir la capacidad de
endeudamiento de un país, y destaca la dificultad de llegar a una respuesta exacta
sobre el punto. Ante tal dificultad sugiere, como forma más cercana de estimación, la
comparación de la deuda y su servicio, con diversos conceptos económicos
fundamentales (v.gr., la riqueza y el ingreso nacional, la población). En tal sentido, el
índice más aproximado surge de relacionar la deuda pública con el ingreso nacional,
aunque este autor advierte que ninguna de estas comparaciones aisladamente puede
dar una idea comprensiva de todo el problema relativo a los límites de la deuda
pública(42).
4. EVALUACIÓN CRÍTICA: algunas argumentaciones de los autores clásicos tienen un
rigor científico imposible de desvirtuar, aunque la realidad actual y el uso habitual que
los Estados hacen del empréstito obligan a introducir ciertas variaciones en la
concepción de este fenómeno.
a) El crédito público difiere tanto jurídica como económicamente del crédito privado,
y es imposible su asimilación. De ahí que deba rechazarse como verdad definitiva la
afirmación de que, en general, se derivan efectos perniciosos de los gastos con déficit
cubierto mediante empréstitos públicos.
b) Si bien los empréstitos públicos no significan una carga para las generaciones
futuras en el sentido absoluto atribuido por los clásicos, existen importantes efectos
para dichas generaciones, los que varían según que el préstamo provenga de
capitales nacionales o extranjeros.
c) La afirmación de ciertos teóricos modernos, quienes, refutando a los clásicos,
alegan que el empréstito público no afecta al capital individual ni al social, es una
aseveración válida solo en determinadas circunstancias, como lo demuestra el distinto
efecto que tiene cada una de las fases del empréstito, en especial sobre el ahorro
privado, la formación de capitales y la distribución del ingreso.
d) Descartadas las principales objeciones clásicas sobre el crédito público, debe
llegarse a la conclusión de que es un verdadero recurso público, con las limitaciones
que derivan de sus especiales peculiaridades. A tal fin deben tenerse en cuenta las
funciones del empréstito como regulador del crédito, las distintas clases sociales que
suscriben los mismos y que pagan impuestos y sus efectos generales sobre la marcha
económica del país.
e) El problema más dificultoso a resolver por los planificadores que deseen integrar
el crédito público dentro de una política económica general es el de establecer cuáles
son los verdaderos límites tolerables del empréstito. El elemento de comparación más
relevante debe ser el costo total de la deuda pública con relación al producto bruto
interno.
I. Consideraciones generales
CAPÍTULO VI - PRESUPUESTO
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. NOCIÓN: al estudiar la actividad financiera, vimos que para poder concretar sus
fines el Estado necesita efectuar gastos y obtener recursos. Ello significa la
administración de importantes sumas de dinero que, por cuestiones de orden,
transparencia y responsabilidad, deben ser calculadas y autorizadas previamente. De
esa forma, el conjunto de gastos y recursos es previsto por adelantado, para un
período que —generalmente— es de un año. Así, en principio ningún gasto puede ser
efectuado y ningún ingreso percibido fuera de los incluidos en esta planificación. Este
programa financiero anual es lo que se denomina presupuesto.
A partir de lo expuesto, podemos definir al presupuesto como un acto de gobierno
mediante el cual se prevén los ingresos y los gastos estatales, y se autorizan estos
últimos para un período futuro determinado, que generalmente es de un año.
2. ORIGEN Y EVOLUCIÓN: el presupuesto tuvo un origen netamente político y sus
primeros antecedentes surgen en Inglaterra. La historia da cuenta de que fue en 1215
que los barones del reino triunfaron sobre el monarca al lograr que se estableciera en
la Carta Magna que ningún tributo —salvo casos excepcionales— podía ser impuesto
sin el consentimiento del Consejo del Reino. Este concepto se reprodujo en la Petición
de Derechos de 1628, y culminó en 1689 con la sanción del Bill de Derechos de los
Lores y los Comunes, en donde se estableció que era ilegal toda cobranza de
impuestos sin el consentimiento del Parlamento. Además, se deslindaron las finanzas
de la Corona de las de la Nación, se separaron los gastos del Estado de aquellos del
soberano, y se resolvió que ciertos egresos periódicos fueran aprobados anualmente
por el Parlamento. De ahí que el agrupamiento de los gastos y recursos previstos para
el año siguiente en un solo documento fuera sometido a la aprobación del Parlamento.
Tal fue la noción tradicional del presupuesto.
Es importante prestar atención a este instrumento financiero, frente a la aparición de
nuevas tendencias que reclaman profundas transformaciones en la concepción clásica
del presupuesto, a causa de la cada vez mayor participación que se asigna al Estado
en la actividad económica en general, cualquiera que sea su sistema de gobierno.
Según estas ideas, la acción estatal debe cumplirse conforme a un plan, del cual es
manifestación esencial el presupuesto, cuya noción original se amplía en el tiempo
(presupuestos plurianuales o cíclicos) y en el espacio (presupuesto económico), con
alteración de ciertos principios considerados básicos por las concepciones clásicas.
3. NATURALEZA JURÍDICA: en los Estados modernos el presupuesto adopta la forma
de una ley; en consecuencia, para su elaboración deben cumplirse todos los requisitos
exigidos por la legislación general de cada país.
Se discute doctrinalmente si el presupuesto es una ley formal, sin contenido
material, o si, por el contrario, se trata de una ley perfecta con plenos efectos jurídicos,
al igual que todas las leyes materiales. La mayoría de la doctrina (Jèze, Giannini,
Sáinz de Bujanda, Bielsa, entre otros) se ha inclinado por la primera postura, mientras
que otros autores optan por la segunda (Ingrosso, Mortara, Giuliani Fonrouge).
Nosotros creemos que esta es una cuestión que no puede resolverse a priori y de
modo general, dado que la respuesta puede variar según el derecho positivo de cada
país.
Así, aun aceptando que fuera válida la distinción entre "ley material" y "ley formal"
(lo cual es discutible), el hecho de que la ley presupuestaria sea solo una ley formal o
que contenga —por el contrario— normas sustanciales creadoras de reglas jurídicas
generales o especiales, depende del alcance o limitaciones que cada país asigne a la
ley de presupuesto.
No cabe duda de que es una ley formal en aquellos Estados cuyas constituciones o
leyes disponen que la ley presupuestaria no puede incluir disposiciones extrañas a la
fijación de gastos y a la previsión de ingresos, por lo cual el presupuesto solo debe
limitarse a calcular y autorizar, sin que sea lícito incluir disposiciones de otro tipo, entre
ellas las de carácter sustancial.
En cambio, en aquellos sistemas en que el presupuesto incluye la creación de
tributos que, para mantener vigencia, deben ser votados anualmente, es indudable
que la ley presupuestaria no es solo formal, pues contiene normas jurídicas
sustanciales.
Con relación a nuestro país, concordamos con la corriente que asigna al
presupuesto el carácter de ley formal, al menos en el plano teórico, aunque las
reiteradas violaciones a este sistema hacen dudar del encuadramiento. Con respecto a
los recursos, el presupuesto solo los calcula, pero no los maneja, ya que están
establecidos por otras leyes, con total independencia de la ley presupuestaria.
En cuanto a los gastos, la ley de presupuesto tampoco contiene normas
sustanciales, pues se limita a autorizarlos sin obligar por ello al Poder Ejecutivo a
realizarlos. Este, por consiguiente, no está forzado a efectuar todas las erogaciones
contenidas en el presupuesto; por el contrario, puede llevar a cabo economías de
funcionamiento o de inversión. Por otra parte, la ley 24.156 establece que el
presupuesto o sus disposiciones complementarias no podrán contener normas de
carácter permanente, ni reformar o derogar leyes vigentes, ni crear, modificar o
suprimir tributos u otros ingresos (art. 20, in fine). Esta ley, si bien carece de jerarquía
constitucional, tiene el claro propósito de limitar el presupuesto a su función formal de
acto gubernamental cuyo objetivo son autorizar los egresos a realizar en el próximo
año, y calcular los recursos probables con que se solventarán esos gastos.
De todas maneras, la discusión deviene irrelevante al quedar supeditada a los
diversos regímenes presupuestarios nacionales, ya que en definitiva el contenido
dependerá de lo que la legislación presupuestaria de cada país haya decidido al
respecto. Un año esta podrá limitarse a la autorización de los gastos y al cálculo de los
recursos y, por lo tanto, ser una ley formal; pero, otro año, además de dicha
autorización y cálculo, el Congreso podrá decidir agregarle normas por las que se
establece un nuevo impuesto, o se deroga alguno ya existente, y otorgarle
consecuentemente el carácter de ley material. En cualquiera de las dos hipótesis el
Congreso actuará conforme a las atribuciones que le son propias. Por ello insistimos
en que el problema de la naturaleza jurídica de la ley de presupuesto es una cuestión
dependiente del derecho positivo de cada país y ajeno a consideraciones teóricas.
4. PRINCIPIOS DEL DERECHO PRESUPUESTARIO: hay principios respecto de la
confección y contenido del presupuesto que, relacionados entre sí, tienen como objeto
primordial establecer un manejo ordenado y responsable de las finanzas del Estado.
Ellos son los siguientes.
4.1. Unidad: este principio exige que todos los gastos y recursos del Estado sean
reunidos o agrupados en un único documento y presentados conjuntamente para su
aprobación legislativa.
Esta regla permite apreciar el presupuesto en su integridad y volumen, ejercer el
debido control y dificultar los intentos de disimular u ocultar gastos en presupuestos y
cuentas especiales.
No son convenientes las desviaciones a este principio, ya que la regla se conecta
con el control ulterior por parte del Poder Legislativo sobre la forma en que el Ejecutivo
ha dado cumplimiento a las autorizaciones legales. Si funcionaran varios
presupuestos, o no incluyesen todos los gastos públicos, esas facultades legislativas
de control no podrían cumplirse con efectividad. La regla de la unidad del presupuesto
tiende a posibilitar el mejor cumplimiento de las facultades del Parlamento con relación
al manejo de los fondos del Estado.
La ley 24.156 estatuye el principio de unidad en el art. 12, pero su art. 23 contempla
las excepciones a la prohibición, al establecer algunos rubros en los que se admite el
fin de atender específicamente el pago de determinados gastos.
4.2. Universalidad: según esta premisa, no puede haber compensación entre
gastos y recursos. Ambos deben figurar con su importe bruto, sin extraer saldos netos.
Como ejemplo para explicar el significado de este principio, Duverger cita el cobro
de los impuestos aduaneros realizados por la Dirección de Aduanas. La regla de la
universalidad obliga a incluir en los ingresos de la aduana el monto total de lo
percibido por impuestos aduaneros, y en los gastos deben comprenderse los de
personal, edificios, materiales, etc., vale decir, los gastos originados en el
funcionamiento del servicio aduanero. En cambio, si no se siguiera el principio de
universalidad, cabría incluir en el presupuesto solo el "producto neto"; esto es, la
diferencia entre lo ingresado por impuestos de aduana y los gastos que ese ingreso
supone.
La ley 24.156 consagra esta regla y no solo prohíbe las compensaciones, sino que,
además, exige datos de los resultados obtenidos y también de la correlación de bienes
y servicios con la gestión prometida, lo cual es un valioso aporte al principio de
transparencia.
Resulta importante incorporar ingresos y gastos sin compensaciones como medio
de salvaguardar la veracidad del presupuesto, ya que es evidente que mediante
aquellas se podría inducir a engaño al órgano de control externo de la hacienda, de
modo que los gastos del Estado aparezcan muy inferiores a los reales.
4.3. Especialidad: significa que la autorización parlamentaria no se otorga en forma
global, sino específicamente para cada crédito. A favor de este principio se sostiene
que, si se dieran autorizaciones en bloque, sería prácticamente imposible controlar
que los gastos fueran a los destinos previstos.
No obstante, para no caer en exageraciones obstaculizantes, la regla debe tener
excepciones fundadas en la conveniencia de dar al poder administrador cierta libertad
para gastar, dentro de las previsiones presupuestarias. Por cierto, que no es fácil
establecer hasta dónde ha de llegar el detalle y qué debe dejarse librado al criterio del
poder administrador. La cuestión se salva mediante las partidas principales y las
partidas parciales contenidas en el presupuesto. Tal solución consulta la regla de la
especificación: el presupuesto indica todos los conceptos de gasto y atiende a la
necesidad de permitir al Poder Ejecutivo distribuir las partidas parciales. Estas últimas
son enunciativas y solo fijan el concepto del gasto, más no el importe a gastar, que
queda librado a la decisión del poder administrador, siempre que la suma de los
gastos de las partidas parciales no exceda la partida principal correspondiente.
La ley 24.156 no contiene norma expresa que imponga la aplicación de esta regla,
sin embargo, de algunas de sus cláusulas surge que el principio en estudio fue
considerado por el legislador. Así, por ejemplo, el art. 13 establece: "Los presupuestos
de recursos contendrán la enumeración de los distintos rubros de ingresos y otras
fuentes de financiamiento, incluyendo los montos estimados para cada uno de ellos en
el ejercicio. Las denominaciones de los diferentes rubros de recursos deberán ser lo
suficientemente específicas como para identificar las respectivas fuentes".
4.4. No afectación de recursos: el objeto de este principio es que determinados
recursos no se utilicen para la atención de gastos determinados, esto es, que no
tengan una afectación especial, sino que ingresen en rentas generales, de modo tal
que todos los ingresos se incorporen en un fondo común y sirvan para financiar todas
las erogaciones.
La ley 24.156 adopta esta regla en su art. 23, aunque aclara que no rige para los
ingresos provenientes de donaciones, legados o herencias a favor del Estado nacional
y con destino específico. Tampoco rige el principio respecto de recursos que por leyes
especiales tengan afectación específica.
Entendemos que las afectaciones especiales son perniciosas y atacan el principio
de unidad, una de cuyas condiciones es que los gastos del Estado sean atendidos
indiscriminadamente con el conjunto de los fondos del erario público. La existencia de
afectaciones especiales lesiona esa regla porque no se cumple la centralización de
todos los ingresos en un solo fondo.
En cuanto a las excepciones señaladas por el citado art. 23, cabe decir que para
afectaciones especiales de ingresos provenientes del crédito público se dará
cumplimiento a las normas establecidas en cada contrato de préstamo y sus anexos y,
en forma supletoria, a la legislación local siempre que no se oponga a las primeras.
La excepción basada en que por leyes especiales ciertos recursos tengan
afectación específica se rige por un régimen legal propio (dec. 2629/1992). Esta norma
establece una serie de requisitos a seguir para que se pueda lograr el recurso de
afectación específica. Sin embargo, la profusión de estas afectaciones, no siempre
justificadas, es una práctica nociva que desorganiza todo el sistema presupuestario, al
atacarlo en el punto neurálgico de su unidad.
4.5. Equilibrio presupuestario: un presupuesto es equilibrado cuando durante su
vigencia, gastos y recursos totalizan sumas iguales. Por el contrario, es deficitario
cuando los gastos exceden a los recursos, y tiene superávit cuando queda un
remanente positivo, o sea, cuando los recursos son superiores a los gastos.
A su vez, el déficit es de caja, lo que ocurre cuando aquel se produce en el
transcurso de un mismo ejercicio financiero como consecuencia de momentáneas
faltas de fondos en la Tesorería. Asimismo, es material cuando el presupuesto es
sancionado de antemano con déficit, siendo financiero el que surge a posteriori, es
decir, una vez cerrado el ejercicio.
Desde otro lado, el superávit, en cambio, es muy raro en la actualidad, aunque se
ha producido en otras épocas. Cuando se dio este resultado fue criticado por los
teóricos, ya que planteaba problemas derivados del destino de esos excedentes. Se
entendió, además, que, si los recursos eran mayores que los gastos, los ciudadanos
estaban soportando una carga fiscal superior a la necesaria, afectándose sin razón su
propiedad.
Así, los problemas de equilibrio presupuestario más importantes y frecuentes se
suelen centrar en su déficit.
Cierto es que el postulado del equilibrio, clave de la ciencia financiera clásica, ha
sufrido rudos golpes; ello no porque se haya decidido superarlo, sino por diversos
acontecimientos y coyunturas que por momentos han tornado imposible su
mantenimiento. Sin embargo, una vez cesadas las situaciones conflictivas específicas,
los países suelen retomar la meta de volver a alcanzarlo.
Cabe advertir, no obstante, que no pocos teóricos adherentes al intervencionismo
keynesiano intentaron demostrar que el déficit prolongado es incluso conveniente, que
los adeptos al equilibrio han exagerado sus peligros, y que su utilización hasta puede
resultar beneficiosa. En este sentido, se ha sostenido que, al recurrirse al empréstito o
a la emisión se produce un efecto "multiplicador de la inversión", que lleva a un
crecimiento de la renta nacional, siempre que las sumas obtenidas del empréstito o
emisión aludidos sean empleadas en inversiones productivas.
Entre las teorías elaboradas a este respecto, la denominada del "déficit sistemático"
argumenta que el Estado puede cubrir el déficit con empréstitos. Sucede entonces que
al aumentar la renta nacional crece el rendimiento fiscal (a mayores rentas, mayores
recaudaciones impositivas), y el peso real de la deuda disminuye, siendo más simple
para el Estado asegurar la amortización. Tampoco ven estas doctrinas un peligro tan
grave en la inflación, que tanto hemos sufrido en nuestro país. En este sentido se ha
considerado que en tanto se efectúan inversiones productivas, se incrementa la
producción de bienes consumibles, de manera tal que se compensa el incremento del
circulante, y de esa forma los precios no aumentan.
No se requieren demasiados argumentos para refutar estas falacias, ya que los
hechos hablan por sí solos. El abuso de estas "teorías" provocó verdaderos desastres
en la economía de muchos países. La situación de default de varios Estados confirmó
los vaticinios según los cuales un presupuesto creciente y crónicamente deficitario es
productor de daños irreparables. Estos razonamientos responden a la más elemental
lógica. Al momento de amortizarse los empréstitos más sus intereses y no contar con
los medios para pagar, solo queda el camino negativo del mayor endeudamiento (y un
futuro déficit cada vez mayor) o las vías sacrificadas pero únicas posibles para sanear
la economía, es decir, el acotamiento del gasto público, el aumento de tributos,
etcétera.
4.6. Procedencia: la regla en estudio significa que la aprobación legislativa por el
Congreso debe ser anterior al momento de iniciarse el ejercicio presupuestario. Dada
la importancia del presupuesto como instrumento de cálculo y autorización de gastos,
su inexistencia en tiempo oportuno desnaturaliza la esencia de la institución. De no
darse solución al problema, cabría la posibilidad de paralizar las funciones y servicios
públicos o llevar al Poder Ejecutivo a disponer pagos en forma ilegal.
No obstante, esta situación se configuró en ciertas ocasiones en nuestro país. Ya
sea por mora o negligencia del Congreso, o por tardanzas del poder administrador en
la preparación del proyecto, se ha llegado a la época fijada para la apertura del año
financiero sin haber sido sancionado el presupuesto de gastos correspondiente. Si
bien en tales oportunidades no se llegó al colapso, y los casos fueron remediados,
resulta evidente que corresponde decidir en la mejor forma posible el indispensable
arreglo para estos casos.
De este modo, el art. 27 de la ley 24.156 sostiene al respecto que "si al inicio del
ejercicio financiero no se encontrare aprobado el presupuesto general, regirá el que
estuvo en vigencia el año anterior, con los siguientes ajustes que deberá introducir el
Poder Ejecutivo Nacional en los presupuestos de la Administración central y de los
organismos descentralizados:
"1) En los presupuestos de recursos:
"a) Eliminará los rubros de recursos que no puedan ser recaudados nuevamente.
"b) Suprimirá los ingresos provenientes de operaciones de crédito público
autorizadas, en la cuantía en que fueron utilizadas.
"c) Excluirá los excedentes de ejercicios anteriores correspondientes al ejercicio
financiero anterior, en el caso que el presupuesto que se está ejecutando hubiera
previsto su utilización.
"d) Estimará cada uno de los rubros de recursos para el nuevo ejercicio.
"e) Incluirá los recursos provenientes de operaciones de crédito público en
ejecución, cuya percepción se prevea ocurrirá en el ejercicio.
"2) En los presupuestos de gastos:
"a) Eliminará los créditos presupuestarios que no deban repetirse por haberse
cumplido los fines para los cuales fueron previstos.
"b) Incluirá los créditos presupuestarios indispensables para el servicio de la deuda
y las cuotas que se deban aportar en virtud de compromisos derivados de la ejecución
de tratados internacionales.
"c) Incluirá los créditos presupuestarios indispensables para asegurar la continuidad
y eficiencia de los servicios.
"d) Adaptará los objetivos y las cuantificaciones en unidades físicas de los bienes y
servicios a producir por cada entidad, a los recursos y créditos presupuestarios que
resulten de los ajustes anteriores".
Observamos cómo la ley vigente hace una precisa distinción entre recursos y
gastos, y formula un especial detalle en cuanto al diferente alcance que atribuye a la
puesta en vigencia del presupuesto del año anterior. De tal manera, estatuye los
ajustes que debe introducir el Poder Ejecutivo en cuanto a recursos y a gastos en los
presupuestos de la Administración central y de los organismos descentralizados.
4.7. Anualidad: tal pauta designa el término de aplicación de un presupuesto que,
conforme al criterio clásico, debe ser anual y no necesita ser votado más que una sola
vez para todo el año financiero. Para ese período es que se calculan y autorizan los
gastos y se estiman los recursos que los cubrirán.
Debe resaltarse que cuando se habla de anualidad o de presupuesto anual (período
de doce meses), esto no significa forzosamente que deba coincidir con el año
calendario. En la Argentina el año financiero coincide con el año calendario.
De tal manera, se cumple el mandato constitucional de fijar anualmente el
presupuesto de la Nación (art. 75, inc. 8º), aunque aclarando que debe responder a un
programa general de gobierno y a un plan de inversiones públicas. Vemos que la
Constitución no establece que el período financiero tiene que coincidir con el año
calendario, pero tampoco se opone. Advertimos que la regla en estudio tiene diferente
alcance, según se refiera a gastos o recursos.
a) Para los gastos, el principio es de aplicación directa, pues las autorizaciones para
gastar votadas por el Poder Legislativo caducan con el vencimiento del año financiero
para el cual se fijaron; no se hace distinción entre los créditos contenidos en la ley de
presupuesto y los abiertos por leyes especiales de gastos.
A su vez, y según sea la naturaleza de los gastos del Estado, la aplicación de la
regla de la anualidad tiene efectos diferentes. Para los gastos facultativos, o sea, los
que el poder administrador puede o no realizar, la caducidad anual afecta al gasto en
sí y hace que este no se pueda comprometer luego de la fecha de clausura del
ejercicio. Esta fecha provoca el decaimiento de la facultad de la Administración para
contraer compromisos relativos a tales gastos y con cargo a los créditos
presupuestarios respectivos. En tanto, para los gastos obligatorios el compromiso
resulta de la ley o del contrato y es anterior al momento de ejecución del presupuesto;
los efectos de la caducidad no se hacen sentir sobre el gasto en sí —que continúa
vigente—, sino sobre el pago, pues cesa la facultad de la Administración para
ordenarlo.
b) Respecto de los recursos, el principio de anualidad no tiene un sentido concreto,
pues el cálculo de los probables ingresos a percibir en el año se incluye como mera
previsión presupuestaria destinada a procurar el equilibrio financiero.
En suma: generalmente, la regla de la anualidad solo tiene importancia para la
renovación periódica de los gastos y no para los recursos, los cuales dependen de las
leyes tributarias, de vigencia fijada por las propias leyes mientras no sean derogadas.
4.8. Transparencia: este liminar principio se cumple, esencialmente, dotando al
presupuesto de adecuada publicidad sobre sus aspectos esenciales y de claridad.
Las nuevas corrientes en materia presupuestaria, sistematizadas bajo el nombre
común de "nueva administración pública", tienen el objetivo prioritario de suministrar a
la población un informe adecuado sobre diversos aspectos del presupuesto. Se desea
que el ciudadano juzgue mediante su voto lo que se prometió a la sociedad y lo que
finalmente se logró.
II. DINÁMICA DEL PRESUPUESTO
1. PREPARACIÓN: la primera fase es la preparación del presupuesto, la cual está a
cargo del Poder Ejecutivo, en nuestro país y en casi todos los países del mundo. La
Argentina tiene oficinas técnicas especializadas en el tópico presupuestario; la
Subsecretaría de Presupuesto —Secretaría Nacional de Haciendas— de la que
depende la Oficina Nacional de Presupuesto asume el carácter de órgano rector del
sistema presupuestario del sector público nacional (art. 16, ley 24.156).
Según el art. 100, inc. 6º, de la Carta Magna, el jefe de gabinete es quien envía al
Congreso el proyecto de ley de presupuesto nacional, previo tratamiento en acuerdo
de gabinete, y con la aprobación del Poder Ejecutivo. También tiene este funcionario la
misión de hacer recaudar las rentas de la Nación y de ejecutar la ley de presupuesto
nacional (art. 100, inc. 7º). Esta actividad es supervisada por el presidente de la
Nación (art. 99, inc. 10).
Aunque el jefe de gabinete tiene a cargo la ejecución del presupuesto, en realidad
tal facultad corresponde al presidente de la Nación, como responsable político de la
administración general del país y en función de lo dispuesto por el art. 99, inc. 10, de la
CN.
En la práctica, el peso principal de la elaboración recae en el Ministerio de
Economía, que delega la misión en la Secretaría de Hacienda. En esta Secretaría se
ha instituido la Oficina Nacional de Presupuesto, que entiende en forma permanente
todo lo relativo al estudio, preparación y modificación del presupuesto (ver arts.
17 y 25, ley 24.156).
Según dispone el art. 26 de la ley 24.156, "el Poder Ejecutivo nacional presentará el
proyecto de ley de presupuesto general a la Cámara de Diputados de la Nación, antes
del 15 de septiembre del año anterior para el que regirá, acompañado de un mensaje
que contenga una relación de los objetivos que se propone alcanzar y las
explicaciones de la metodología utilizada para las estimaciones de recursos y para la
determinación de las autorizaciones para gastar, de los documentos que señala el art.
24, así como las demás informaciones y elementos de juicio que estime oportunos".
2. SANCIÓN Y PROMULGACIÓN: así como es el Poder Ejecutivo quien tiene la facultad
de preparar el presupuesto, también es unánime el reconocimiento de que en los
Estados de derecho y en épocas de normalidad constitucional, su sanción
corresponde al Poder Legislativo (arts. 77 a 84, CN).
Nuestra Constitución no establece en cuál de las Cámaras que constituyen el
Congreso debe iniciarse la consideración del proyecto, pero ello está resuelto por
la ley 24.156, cuyo art. 26 dispone que debe ser remitido a la Cámara de Diputados,
que actuará como Cámara de origen. Si el proyecto no se presentara en término (no
obstante, la falta de previsión de esta situación por la ley 24.156), el Poder Legislativo
debe iniciar ineludiblemente su tratamiento por cualquiera de sus Cámaras, tomando
como anteproyecto el vigente en el ejercicio o formulando su propio proyecto que
permita el debate.
En la legislación comparada existen dos sistemas en cuanto al procedimiento de
consideración del presupuesto: a) la mayoría de los países establece que el Poder
Legislativo puede modificar el proyecto del Ejecutivo, y b) en otros países, en cambio,
el Parlamento solo puede aceptar o rechazar en bloque el proyecto, sin poder
establecer modificaciones.
Debe destacarse, no obstante, que en lo que respecta al primer sistema, las
facultades parlamentarias suelen tener limitaciones para evitar abusos del Congreso,
especialmente en cuanto al incremento de gastos. En varios países, estas limitaciones
están contenidas en la Constitución; en otros, los límites derivan de leyes nacionales.
Nuestra Carta Magna otorga amplias atribuciones al Poder Legislativo para
modificar, reformar o cambiar el proyecto, es decir, que el Congreso tiene iniciativa en
materia de gastos, ya que el Texto Fundamental le otorga la facultad de fijar el
presupuesto anual, conforme a las pautas establecidas en el párr. 3º del inc. 2º del art.
75 (ver art. 75, inc. 8º), y con base en el programa general de gobierno y en el plan de
inversiones públicas.
Sin embargo, las facultades parlamentarias deben limitarse tanto para el aumento
de las partidas de gastos solicitadas por el Poder Ejecutivo, como para la supresión o
creación de fuentes de ingresos.
Si no son restringidas las atribuciones del Poder Legislativo para incluir en el
presupuesto créditos no solicitados, para aumentar las asignaciones del proyecto, o
para introducirse en el sector recursos, creando, suprimiendo, rebajando o
aumentando tributos, podemos caer en un manejo desprolijo de las finanzas públicas,
cuya peor consecuencia es el crecimiento inmoderado del gasto público y, por ello, en
el desequilibrio presupuestario. Es en razón de esto que en los países más avanzados
las disposiciones que limitan las facultades legislativas se incluyen en las
constituciones.
3. INTRODUCCIÓN EN LA LEY DE PRESUPUESTO DE NORMAS EXTRAÑAS: entiende
Atchabahian que es un caro principio de técnica legislativa la especialización de las
leyes: cada ley debe referirse a una sola materia o a cuestiones conexas, y no
incursionar en otros terrenos que le son ajenos.
Esta regla técnica ordena la labor del órgano legislativo, da unidad a la legislación,
simplifica su conocimiento y mejora la tarea de formular la ley; además de facilitar su
exégesis para el intérprete. Sin dudas, para el ciudadano común se hace más
accesible el conocimiento de las normas jurídicas cuando estas se hallan agrupadas
en leyes específicas para cada materia, y no mixturadas con leyes relativas a temas
diversos(49).
El presupuesto no se encuentra al margen de esta exigencia de técnica legislativa,
especialmente por tratarse de una ley periódica, de vigencia anual. Ante ello, las
disposiciones ajenas a lo presupuestario deberían caducar al cierre del ejercicio, lo
cual puede traducirse en engorros lamentables.
La ley 24.156 prevé en su art. 19 que el presupuesto general debe tener tres
títulos: a) disposiciones generales; b) presupuesto de recursos y gastos de la
administración central, y c) presupuestos de recursos y gastos de los organismos
descentralizados.
Allí se dispone que las disposiciones generales contendrán normas que se
relacionen directa y exclusivamente con la aprobación, ejecución y evaluación del
presupuesto del que forman parte. En consecuencia, no podrán contener normas de
carácter permanente, ni reformar o derogar leyes vigentes, ni crear, modificar o
suprimir tributos u otros ingresos.
4. PROMULGACIÓN Y VETO: como todas las leyes, y siguiendo el procedimiento
impuesto por la Constitución, el presupuesto sancionado por el Congreso ingresa al
Poder Ejecutivo para su aprobación y promulgación (art. 78).
Si el presidente no observa la sanción dentro del término de diez días útiles, se la
considera aprobada y adquiere fuerza obligatoria (art. 80). Es él quien tiene el derecho
de veto, consistente en la facultad de desechar "en todo o en parte" el proyecto
sancionado, devolviéndolo con sus objeciones a la Cámara de origen para nueva
consideración (art. 83). Sin embargo, el Congreso podrá poner en funcionamiento el
mecanismo de insistencia, previsto en el art. 83 de la Carta Magna. Así, si se logran
las mayorías de 2/3 de los votos en ambas Cámaras, el texto observado se convierte
en ley, sin que el Poder Ejecutivo pueda ejercer nuevamente el veto.
5. CIERRE DEL EJERCICIO (IMPUTACIÓN DE GASTOS Y RECURSOS): existen dos sistemas
para referir los gastos y recursos a determinado ejercicio presupuestario: el
presupuesto de caja o de gestión, y el presupuesto de competencia.
En el presupuesto de caja solo se consideran los ingresos y erogaciones
efectivamente realizados durante el período presupuestario, con independencia del
origen de las operaciones. Según este sistema, las cuentas se cierran
indefectiblemente en el término del año financiero y, por lo tanto, no puede haber
"residuo". Lo que no se cobró o pagó durante el año, pasa al ejercicio siguiente. En
consecuencia, el ejercicio financiero coincide con el año financiero.
En el presupuesto de competencia se computan los ingresos y gastos originados en
el período presupuestario, con prescindencia del momento en que se hacen efectivos.
Conforme a este método, las cuentas no cierran al finalizar el año, pues deben quedar
pendientes hasta que se liquiden las operaciones comprometidas. El "residuo" que
resulte al final del año se imputa al mismo ejercicio en lugar de pasar al siguiente, y se
fija un período de tiempo adicional para que se contabilice. El ejercicio financiero no
coincide entonces con el año financiero, ya que el primero es más extenso.
El régimen instaurado por la ley 24.156 contiene la sección IV, denominada "Del
cierre de cuentas", compuesta por los arts. 41 a 43. El art. 41, concordando con el art.
10, establece la norma general según la cual las cuentas del presupuesto de recursos
y gastos se cierran el 31 de diciembre de cada año.
En cuanto a los recursos, después de la fecha de cierre, los ingresos que se
recauden se consideran parte del presupuesto posterior, con independencia de la
fecha en que se hubiera originado la obligación de pago o su liquidación.
En lo atinente a gastos, se refiere a ellos el art. 41, párr. 2º, según el cual "con
posterioridad al 31 de diciembre de cada año no podrán asumirse compromisos ni
devengarse gastos con cargo al ejercicio que se cierra en esa fecha". Este texto está
incorrectamente redactado en forma negativa, en lugar de expresar en forma
afirmativa el contenido del precepto. No obstante, no hay dificultad en interpretar que
en este ítem la ley adhiere al sistema de competencia.
6. EJECUCIÓN: en sentido amplio, esta etapa consiste en operaciones o actos
reglamentados que tienen como objeto recaudar los distintos recursos públicos y
realizar las erogaciones o inversiones previstas.
Conforme a ello, la ejecución del presupuesto comprendería dos tipos de
operaciones: las relacionadas con la recaudación de los recursos y las vinculadas con
la realización de los gastos. En la práctica financiera, sin embargo, se efectúan solo
las operaciones relativas a los gastos.
6.1. En materia de gastos: según la ley 24.156 las etapas de la ejecución son las
siguientes: orden de disposición de fondos y consiguiente distribución administrativa,
compromiso, devengamiento y pago.
6.1.1. Orden de disposición de fondos: una vez en vigencia legal el presupuesto,
el Poder Ejecutivo debe dictar una orden de disposición de fondos para cada
jurisdicción, hasta el importe de los créditos otorgados en favor de los respectivos
directores generales de administración o funcionarios que hagan sus veces.
Mediante esta norma, el Poder Ejecutivo emite una sola orden de disposición en
favor de los funcionarios correspondientes, quienes quedan facultados para distribuir
los fondos concedidos por el presupuesto a sus áreas de acción.
6.1.2. Compromiso: una vez puestos los fondos a disposición de los jefes de
servicios administrativos, estos se hallan en condiciones de llevar a cabo las
erogaciones previstas en el presupuesto, pero antes de realizar el gasto, este debe
comprometerse. El compromiso es el acto administrativo interno por el cual se afecta
el gasto al crédito pertinente autorizado por el presupuesto, a fin de que no pueda
utilizarse para objetivos distintos de los previstos. La doctrina habla de autolimitación o
de autoembargo, ya que una vez comprometido el gasto, los fondos quedan imputados
a él, con prohibición de darles otro destino. El compromiso tiene gran importancia en
los presupuestos de competencia, ya que basta con que los gastos estén en esta
etapa para que sean imputados al ejercicio en que el compromiso se produce, con
prescindencia de la fecha de su materialización.
6.1.3. Devengamiento: el art. 31 de la ley 24.156 y su reglamentación introducen el
concepto del gasto devengado. Ello implica, entre otras cosas, la liquidación del gasto
y la simultánea emisión de la respectiva orden de pago, que debe efectivizarse dentro
de los tres días hábiles del cumplimiento de la recepción de conformidad con los
bienes o servicios oportunamente contratados, o con los requisitos administrativos
dispuestos para los gastos sin contraprestación. Asimismo, implica la afectación
definitiva de los créditos presupuestarios correspondientes.
6.1.4. Pago: la ley 24.156 no hace una separación tajante entre las etapas del
devengamiento y las del pago. De allí que el art. 35 y especialmente su
reglamentación (dec. 2666/1992) establecen las características de la orden de pago y
la competencia para librarla.
Como sostiene Giuliani Fonrouge, el pago no es únicamente la operación material
de entrega del dinero, sino también una operación jurídica, ya que el tesoro no es
ejecutor ciego de la orden de pago, sino un controlador de la regularidad jurídica del
libramiento, que compromete su responsabilidad(50).
6.2. En materia de recursos: la diversidad de recursos del Estado y sus distintos
regímenes de percepción hacen que los procedimientos de ejecución carezcan de la
uniformidad que tienen los de gastos, excediendo el objeto de este curso el régimen
jurídico de determinación y recaudación de los diversos ingresos estatales.
7. CONTROL: este control tiene una finalidad técnico-legal, vinculada a la
comprobación sistemática de la regularidad de cumplimiento de los actos de gestión y
el adecuado manejo de los fondos públicos.
7.1. Sistemas de control: aunque no se dan en estado puro, hay dos grandes
sistemas de control: el legislativo (inglés) y el jurisdiccional (francés).
7.1.1. Legislativo: en Inglaterra, el control del presupuesto lo realiza directamente
el Parlamento, pero ello es solo en principio, ya que la complejidad de tareas obliga a
delegar la función en otros organismos.
7.1.2. Jurisdiccional: el sistema francés tradicional se ha basado en una Corte de
Cuentas, tribunal independiente del Poder Ejecutivo, con funciones jurisdiccionales.
Además, existen organismos administrativos que practican el control interno,
subsistiendo el control final ejercido por el Parlamento.
Con respecto al sistema nacional (ya que en las provincias hay distintos métodos,
especialmente aquellas que mantuvieron los tribunales de cuentas), está regulado
actualmente por la ley 24.156. Según surge de sus disposiciones, el Tribunal de
Cuentas en el orden nacional fue suprimido por el Poder Ejecutivo, que removió a sus
integrantes.
En lo sucesivo, la tarea de fiscalización externa del sector público, en sus aspectos
patrimoniales, económicos, financieros y operativos es atribución legislativa, ejercitada
mediante la actuación y dictámenes de la Auditoría General de la Nación. Así lo
dispone, también, el art. 85 de la CN, dando al organismo controlador el sustento
constitucional (del que carecía el ex Tribunal de Cuentas).
7.2. Formas de control: pueden enunciarse las siguientes:
7.2.1. Control interno: el sistema de control en el orden nacional es ejercido por la
Sindicatura General de la Nación (art. 96, ley 24.156), que es una entidad con
personería jurídica propia y autarquía administrativa y financiera, dependiente del
presidente de la Nación (art. 97, ley 24.156), y cuyas funciones están detalladas en
el art. 104 de la ley 24.156.
7.2.2. Control externo: el desaparecido Tribunal de Cuentas nacional controlaba la
legalidad de los actos del Poder Ejecutivo y también estaba a su cargo un control
jurisdiccional.
El actual régimen contiene la Auditoría General de la Nación, creada por la ley
24.156, y que adquirió entidad constitucional mediante la reforma constitucional de
1994 (art. 85, CN).
Este organismo fue concebido como ente de control externo del sector público
nacional, dependiente del Congreso. Se trata de una entidad con personería jurídica
propia e independencia funcional y financiera.
Dispone el art. 85, párr. 1º, de la CN, que "el control externo del sector público
nacional en sus aspectos patrimoniales, económicos, financieros y operativos será una
atribución propia del Poder Legislativo".
El párr. 2º agrega que "el examen y la opinión del Poder Legislativo sobre el
desempeño y situación general de la Administración pública estarán sustentados en
los dictámenes de la Auditoría General de la Nación", y ella tendrá a cargo "el control
de legalidad, gestión y auditoría de toda la actividad de la Administración pública
centralizada y descentralizada, cualquiera fuera su modalidad de organización, y
demás funciones que la ley le otorgue. Intervendrá necesariamente en el trámite de
aprobación o rechazo de las cuentas de percepción e inversión de los fondos públicos"
(último párrafo).
7.2.3. Control parlamentario: la facultad de aprobar o desechar la cuenta de
inversión (art. 75, inc. 8º, CN) no ha sido generalmente ejercida en nuestro país, más
allá de su trascendencia. Se trata, ni más ni menos, de que los legisladores controlen
si el Ejecutivo cumple o no con las cláusulas del presupuesto que aprobó el Congreso.
Por lo demás, la ley 24.156 tiene detalladas normas sobre el procedimiento de
análisis de la cuenta de inversión (arts. 92 y ss.), a cuya lectura remitimos.
I. Consideraciones generales
II. IMPUESTO
1. CONCEPTO Y CARACTERIZACIÓN: el impuesto es el tributo típico, el que representa
mejor el género, a tal punto que prácticamente se confunde con él. Es el más
redituable para el Fisco y el que ha originado mayores aportes de la doctrina
especializada(59).
Sin perjuicio de mayores precisiones posteriores, diremos por ahora que el
impuesto es el tributo exigido por el Estado a quienes se hallan en las situaciones
consideradas por la ley como generadoras de la obligación de tributar (hechos
imponibles), situaciones estas ajenas a toda concreta acción gubernamental vinculada
a los pagadores.
El hecho imponible, por la circunstancia de no implicar actividad estatal alguna
referida al obligado, no tiene otro camino que relacionarse no con las acciones
gubernamentales que atañen o benefician al contribuyente, sino con sus rentas,
bienes o consumos.
El hecho elegido como generador (o imponible) no es un hecho cualquiera de la
vida, sino que está caracterizado por su naturaleza reveladora de la posibilidad de
contribuir en alguna medida al sostenimiento del Estado (capacidad contributiva). Si
bien la valoración del legislador es discrecional, debe estar idealmente ligada a la
potencialidad económica de cada uno.
2. DEFINICIÓN: tal como ocurre con otros institutos financieros, el impuesto ha sido
objeto de múltiples definiciones. El tema ha interesado a los teóricos, que han
realizado distintas formulaciones, incluyendo a veces elementos innecesarios, por ser
comunes a todos los tributos. Creemos que la mejor definición es la que proporciona la
ley general española, que dispone que "impuestos son los tributos exigidos sin
contraprestación cuyo hecho imponible está constituido por negocios, actos o hechos
que ponen de manifiesto la capacidad económica del contribuyente".
Coincidimos con el texto español, pues no es necesario reiterar en cada impuesto
los elementos ya considerados al caracterizar el instituto. Por el solo hecho de ser una
especie del género tributo se entiende que es una extracción coactiva —con
basamento legal— de una parte de la riqueza de los particulares, preferiblemente en
dinero, cuyo propósito básico es el de obtener ingresos para cubrir las necesidades
públicas, sin perjuicio de perseguir, además, objetivos extrafiscales, para promover el
bienestar general.
Según lo hasta aquí dicho, podemos enumerar los elementos propios del impuesto.
a) Su independencia entre la obligación de pagarlo y la actividad que el Estado
desarrolla con su producto. Este producto podrá o no vincularse al contribuyente, pero
esta vinculación es una cuestión de hecho desprovista de toda significación en lo que
respecta a la existencia de la obligación de pagar el gravamen.
b) Su cobro debe hacerse a quienes se hallan en las condiciones consideradas
como generadoras de la obligación de tributar.
c) Dichas condiciones no pueden consistir en hechos o circunstancias que no sean
abstractamente idóneos para reflejar capacidad contributiva.
d) El impuesto debe estructurarse de tal manera que las personas con mayor
aptitud económica aporten en mayor medida, salvo que esta regla medular sufra
excepciones basadas en la promoción del bienestar general (capacidad contributiva).
3. NATURALEZA JURÍDICA: en primer lugar, digamos que el impuesto, como todo
tributo, es una institución del derecho público y una obligación impuesta coactivamente
por el Estado en virtud de su poder de imperio(60).
En efecto, el impuesto constituye un hecho institucional vinculado a la existencia de
un sistema social fundado en la propiedad privada, o que al menos reconoce el uso
privado de ciertos bienes. Tal sistema importa el establecimiento de un órgano de
dirección (el Estado) encargado de satisfacer necesidades públicas que, a tal fin, es
investido de la potestad de recabar coactivamente cuotas de riqueza de los
ciudadanos.
Así, la naturaleza jurídica del impuesto debe buscarse en la misma necesidad que
llevó a la creación del Estado como medio para lograr el orden y la cohesión en la
comunidad.
Como consecuencia de esto, es posible afirmar que el impuesto encuentra su
fundamento jurídico en la sujeción a la potestad tributaria del Estado.
4. CLASIFICACIÓN JURÍDICA: por razones de espacio, nos limitaremos a referir las
clasificaciones que entendemos de mayor trascendencia, destacando que algunas
incluso se vinculan a la distribución de las competencias tributarias.
4.1. Ordinarios y extraordinarios (permanentes y transitorios): son
impuestos permanentes aquellos cuya vigencia no tiene límite de tiempo; es decir, que
rigen mientras no sean derogados (p. ej., el impuesto al valor agregado). Por el
contrario, son impuestos transitorios los que tienen un lapso determinado de duración,
transcurrido el cual, deberían dejar de existir (p. ej., el impuesto sobre los bienes
personales). Más allá de la distinción, la realidad nacional demuestra que, si bien
ciertos impuestos nacen como "de emergencia" y, por ende, debieran ser transitorios,
las sucesivas y continuas prórrogas de las que son objeto los vuelven verdaderos
tributos permanentes.
4.2. Reales y personales: los primeros consideran en forma exclusiva la riqueza
gravada, con prescindencia de la situación personal del contribuyente (p. ej., los
impuestos a los consumos). Los segundos tienen en cuenta la especial situación del
contribuyente, valorando los elementos que integran su capacidad de pago (p. ej., el
impuesto a la renta, en tanto toma en cuenta cargas de familia o el origen de las
ganancias).
4.3. Proporcionales y progresivos: un impuesto es proporcional cuando mantiene
una relación constante entre su cuantía y el valor de la riqueza gravada.
Es progresivo cuando aumenta a medida que se incrementa el valor de la riqueza
gravada. En la forma corriente de aplicación actual, impuesto proporcional es el que
tiene una alícuota única (adoptan generalmente esta modalidad los impuestos al
consumo), e impuesto progresivo es aquel cuya alícuota aumenta a medida que se
incrementa el monto gravado (así suele ocurrir con los impuestos a la renta).
4.4. Financieros y de ordenamiento: ciertos autores suelen hacer esta distinción,
sobre la cual damos noticia no obstante nuestra convicción de que no tiene la
superlativa importancia que le han asignado distinguidos tratadistas como Gerloff(61).
Impuestos financieros son las prestaciones exigidas por el Estado, y su fin exclusivo o
principal es el de cubrir los gastos públicos, sin retribución específica. Impuestos
de ordenamiento son las prestaciones de dinero a las que recurre el Estado, no
prioritariamente para lograr ingresos sino para determinar una conducta, un hecho u
omisión. Suelen tener por objeto fomentar algunas actividades estimulando a los
contribuyentes para que las emprendan o, por el contrario, disuadirlos de llevarlas a
cabo.
Nosotros consideramos que el fin primero y principal del impuesto (que no ha
sufrido cambios desde su origen) consiste en brindar los medios para la satisfacción
de las necesidades públicas, en la medida en que estas no puedan ser financiadas
con otros ingresos estatales.
No negamos la poderosa influencia de los impuestos sobre otros aspectos
económicos y sociales ajenos al propósito de obtener fondos. Sin embargo, no nos
parece de gran importancia la tan tajante distinción que pretende realizarse entre los
impuestos financieros y los de ordenamiento. Ambos elementos están
indisolublemente unidos en la imposición porque ella siempre está dirigida al
cumplimiento de los fines del Estado. Indirectamente, en cuanto contribuye a la
cobertura de los gastos públicos y, directamente, en cuanto el impuesto puede ejercer
influencias decisivas sobre los comportamientos de la comunidad.
4.5. Directos e indirectos: esta clasificación es la más trascendente en nuestro
país, conforme a la delimitación de facultades impositivas entre la Nación y las
provincias establecida en la Constitución Nacional (art. 75, inc. 2º). Es también la más
antigua y divulgada, pero probablemente la más imprecisa. Han influido en estos
resultados poco satisfactorios las discrepancias entre los criterios y también la posición
intransigente de algunos teóricos que han magnificado el problema, puesto que, como
veremos enseguida, pocas dudas caben sobre el carácter de directo o indirecto de los
principales impuestos con que nutren sus arcas los modernos países occidentales.
Como son muy dispares los criterios de distinción, mencionaremos los más
importantes y brindaremos luego nuestra posición sobre el punto.
4.5.1. Según su posibilidad de traslación: la clasificación más antigua se basa en
la posibilidad de traslación (como veremos, por traslación se entiende la transferencia
económica de la carga impositiva de su pagador a un tercero).
Entonces, impuestos directos son aquellos que no pueden trasladarse; es decir, que
se exigen de las mismas personas que se pretende que los paguen.
Impuestos indirectos son los trasladables; lo que significa que se cobran a una
persona dando por sentado o suponiendo como algo probable que esta se
indemnizará a expensas de alguna otra.
4.5.2. Según su modo de cobro: para un criterio administrativo, impuestos directos
son los que se recaudan según listas o padrones (porque gravan situaciones más o
menos estables —p. ej., el impuesto inmobiliario—), mientras que los
impuestos indirectos no se pueden incluir en listas. Esta distinción se basa en que los
impuestos directos tos gravan periódicamente situaciones que suelen durar en el
tiempo, mientras que los indirectos alcanzan actos o situaciones accidentales, como
los consumos.
4.5.3. Según el tipo de riqueza gravada: otra doctrina tiene en cuenta la situación
estática o dinámica de la riqueza gravada. Nos referimos a Morselli, quien dice que los
impuestos directos gravan la riqueza por sí misma e independientemente de su uso,
mientras que los indirectos no gravan la riqueza en sí misma, sino solo en cuanto a su
utilización (que hace presumir capacidad contributiva)(62).
4.5.4. Según se refieran al sujeto o al objeto gravado: el profesor Cosciani es
más pragmático para hacer el distingo; define los impuestos directos como los
adjudicados al rédito o a la posesión de un patrimonio por parte de un sujeto, y los
impuestos indirectos como los relativos a la transferencia de bienes, a su consumo o a
su producción(63).
4.5.5. Nuestra posición: comprendemos el descreimiento de los críticos en cuanto
a la sustentación teórica y práctica de la clasificación mencionada. Sin embargo,
debemos analizar detenidamente la cuestión porque, como antes dijimos, la
clasificación de los tributos en directos o indirectos tiene influencia en la delimitación
constitucional de las facultades tributarias en los países con régimen federal de
gobierno, como el nuestro (art. 75, inc. 2º, CN).
La aptitud económica de los obligados al pago se manifiesta mediante diversas
circunstancias o situaciones que llevan a las creaciones tributarias del legislador. Para
determinarlas, debe atenderse a las diversas formas en que se exterioriza la fortuna
patrimonial. Al respecto, existen dos modalidades bastante diferenciadas.
a) La exteriorización puede ser inmediata, cuando ciertas circunstancias o
situaciones objetivas revelen aproximadamente un determinado nivel de riqueza. Por
ejemplo, el patrimonio, los ingresos periódicos ("rentas") o los incrementos
patrimoniales debidamente comprobados, son elementos que el legislador está
autorizado a valorar como signos indicativos de capacidad contributiva. Los impuestos
que toman como hechos imponibles esas circunstancias o situaciones objetivas son
los directos, con prescindencia de su posibilidad de traslación.
b) La exteriorización es mediata cuando, aunque las circunstancias o situaciones
objetivas que se tienen en cuenta hagan presumir un determinado nivel de riqueza, el
nivel de aproximación inferior sea a los casos de exteriorización inmediata. Para
nombrar algunos la producción o venta de bienes, el suministro de servicios, la
adquisición o consumo de bienes o servicios, el ejercicio de actividades o profesiones
con fines de lucro, la realización de actos o negocios jurídicos documentalmente
exteriorizados, son indicios de capacidad contributiva. Por ejemplo, quien adiciona
valores a los bienes o servicios, produciéndolos, fabricándolos, proporcionándolos,
comerciándolos, exportándolos, etc., está ejerciendo una actividad en la cual el lucro
se infiere razonablemente, pero con cierta dosis de relatividad. Igual razonamiento se
aplica a adquirentes y consumidores de bienes y servicios. Es lógico pensar que, a
mayor gasto, mayor nivel de riqueza; pero ello es solo presuncional. Tampoco los
actos y negocios jurídicos documentalmente exteriorizados son signos inequívocos de
capacidad contributiva, aunque permitan suponerla, y lo mismo en lo que respecta al
mero ejercicio de actividades o profesiones habitualmente lucrativas. Los impuestos
cuyos hechos imponibles se construyen atendiendo a tales circunstancias y
situaciones de tipo objetivo son, entonces, indirectos, y su posibilidad de traslación
(aunque generalmente mayor que la de los directos) es un elemento variable que no
incide en la clasificación.
4.6. Criterio de la Corte Suprema: sin perjuicio de las críticas que pudiera suscitar
la volatilidad del criterio, la Corte Suprema de Justicia de la Nación ha identificado
al impuesto directo con aquel cuya traslación en los hechos no es posible; con lo cual
el carácter de directo o indirecto de un impuesto no puede predicarse en forma previa,
resultando necesario revisar la posible traslación de su incidencia en cada caso en
particular, convirtiéndose, por ende, en una cuestión de hecho y prueba(64).
5. TRASLACIÓN ECONÓMICA DE LOS IMPUESTOS. EFECTOS JURÍDICOS DE SUS FASES: en
principio, el impuesto es exigido a quienes están encuadrados en los distintos hechos
imponibles descritos normativamente. Esas personas, denominadas
"contribuyentes de iure", son, por ende, los designados por la ley para pagarlo.
Pero suele ocurrir que quien ingresa el importe al Fisco no es en realidad quien
soporta su carga, sino que esta recae en un tercero, a quien se denomina
"contribuyente de facto".
La transferencia de la carga impositiva se llama traslación, y a veces es prevista por
el legislador. Así, la mayor parte de los impuestos al consumo es afrontada por el
vendedor, pero como este los agrega a los precios de sus mercaderías, en definitiva,
son soportados por los compradores. En otros casos la traslación se produce sin estar
prevista por el Estado, e incluso contra su voluntad, ya que aquellos a quienes se
quiere cargar con el peso impositivo logran transferirlo a otra persona. En modernas
imposiciones como el impuesto al valor agregado (IVA), la propia ley exige que se
opere el proceso de traslación que, en consecuencia, adquiere un carácter jurídico. A
tal efecto, la norma concede facultades legales al sujeto pasivo para obtener de otra
persona el reembolso del impuesto pagado.
Para no confundir los términos, es necesario hacer claras distinciones. La traslación
a la cual ahora nos referimos está supeditada exclusivamente a la economía y se
efectúa con total prescindencia de disposiciones legales que faculten el traspaso de la
carga impositiva. El ejemplo típico es el del productor que transfiere un impuesto al
consumidor aumentando el precio del artículo que le vende, sin que ley alguna lo
autorice a ese traspaso, o de alguna manera se lo vede.
Diferentes son los casos en que la transferencia de la carga impositiva es reglada
por la ley, tal como ocurre con el IVA, pues en los casos que ordena la ley, el vendedor
debe incluir obligatoriamente en su factura el impuesto que pagó cuando compró la
mercadería. Todo pasa en definitiva a ser pagado por el consumidor, pero por expresa
regulación legal.
El fenómeno que acabamos de reseñar ha sido estudiado por la ciencia de las
finanzas y forma parte de los llamados "efectos económicos de los impuestos".
Aun con imperfecciones, estos estudios han renovado métodos, enfoques y puntos
de vista, y han permitido a los gobiernos justificar medidas encaminadas a obtener
determinados resultados, demostrando que ellos son relativamente posibles.
A pesar de sus limitaciones, y dada la repercusión que el tema ha tenido, daremos
aquí las nociones necesarias para comprender la importante jurisprudencia gestada en
torno de los mencionados efectos económicos, que, según se expuso más arriba, han
incidido de manera trascendental en la suerte de la jurisprudencia.
Dentro de las múltiples combinaciones posibles, los autores separan los diferentes
efectos de los impuestos de la siguiente manera:
5.1. Noticia: este efecto se produce cuando el ciudadano se entera por
trascendidos, anuncios en los medios de comunicación, rumores o infidencias que se
va a crear un nuevo impuesto o se va a modificar uno existente en forma más gravosa
para él. Por cierto, que cuando los tres poderes del Estado funcionan normalmente no
hay mayores sorpresas, y lo habitual es que los contribuyentes conozcan con
moderada anticipación las nuevas cargas que recaerán sobre sus bolsillos.
Ante ello, las conductas pueden ser de distinto tipo:
a) Acaparar los bienes que serán más caros al sancionarse el impuesto nuevo.
b) Prepararse para consumir menos o, incluso, dejar de usar ciertos objetos que
sufrirán incremento de precio (lo cual puede ser beneficioso para la salud, como en el
caso de cigarrillos y bebidas alcohólicas).
c) Prever y establecer el escenario propicio para eludir fraudulentamente el
impuesto.
Lo anterior significa que las conductas de los futuros contribuyentes variarán entre
los que se proponen evitarlos legalmente, suprimiendo o restringiendo el consumo o el
uso de los bienes próximos a gravarse y los que se disponen a utilizar ardides para
defraudar, no faltando quienes resignadamente (o quizás porque no puedan eludirlo)
soportan el nuevo impuesto o el incremento de los existentes.
5.2. Percusión: es el hecho por el cual el impuesto recae sobre el contribuyente de
iure, o sea, aquel que, por estar comprendido en el hecho imponible, debe pagar por
designación y coacción legislativa.
Las conductas del contribuyente abarcan una cierta gama de opciones. La más
obvia es la que estudia la hacienda pública y que se produce con el fenómeno
económico que consideraremos en la etapa posterior. Esto significa transferir el peso
del impuesto a la fase siguiente, generalmente con la suba del precio.
Cuando el contribuyente es alcanzado por el impuesto, desaparecen las alternativas
de que disponía cuando solo estaba "anoticiado"; y ya no puede librarse con una
abstención de consumir o con una economía de opción. Le queda la posibilidad de la
elusión fraudulenta que quizás montó de antemano, o un fraude urdido a posteriori.
5.3. Traslación: es el fenómeno por el cual el contribuyente de iure consigue
transferir el peso del impuesto sobre otra persona (contribuyente de facto). Esta
transferencia está regulada exclusivamente por la economía y se efectúa con total
prescindencia de disposiciones legales que expresamente faculten el traspaso de la
carga impositiva.
5.4. Incidencia: la incidencia se materializa cuando una persona se hace
efectivamente cargo del impuesto. Como dijimos, esta persona recibe el nombre de
"contribuyente de facto". Suele expresarse que, en este caso, el impuesto pasa a
"reposar definitivamente" en la persona que lo soporta. El contribuyente no se ha
encontrado en tal situación por propia voluntad. La ciencia financiera estudia diversos
caminos alternativos para que él afronte la carga del impuesto sin deterioro (p. ej.,
mediante una drástica disminución de sus gastos o de sus costos), pero si el período
por el que pasa la economía del país no es precisamente de prosperidad, será difícil
para este contribuyente compensar una probable pérdida de liquidez o rentabilidad.
5.5. Difusión: consiste en la irradiación a todo el mercado de los efectos
económicos del impuesto mediante lentas, sucesivas y fluctuantes variaciones, tanto
en la demanda como en la oferta de mercaderías y también en los precios. Como
consecuencia del impuesto, se producen variaciones en el consumo, en la producción
y en el ahorro.
6. RELEVANCIA JURÍDICA DE LA TRASLACIÓN IMPOSITIVA: aunque la traslación sea un
fenómeno económico, puede, en ciertos casos, producir consecuencias en el mundo
jurídico. La Corte Suprema se ha encargado de señalar esta conexión al expresar que,
si bien la traslación impositiva es un fenómeno regido por las leyes de la economía,
existen casos en los cuales es necesario reconocer trascendencia jurídica a los
efectos económicos de los impuestos para arribar a una solución que resulte armónica
con los derechos y garantías constitucionales y con el ordenamiento jurídico vigente
(Fallos 297:500).
Entre los casos más importantes podemos analizar los siguientes:
Partiendo de la base de que en los impuestos al consumo el sujeto pasivo o
contribuyente de iure transfiere invariablemente la carga impositiva a los consumidores
en virtud de la traslación, se ha rechazado la confiscatoriedad invocada por los sujetos
pasivos de los impuestos indirectos al consumo (Fallos 15:78, 170:180).
Esta postura es criticada por García Belsunce, quien sostiene que la traslación no
se da inexorablemente en todos los casos como parte del proceso de distribución de
hecho de los impuestos, sino que depende de una serie de circunstancias(65).
Coincidimos con la crítica, pues creemos que la traslación o falta de traslación de los
gravámenes debe examinarse en cada caso particular, pues resulta imposible decidir a
priori cuáles pueden ser o no efectivamente trasladados. Esto significa que, ante un
planteo de confiscatoriedad, no cabe descartar ningún tipo de tributo directo ni
indirecto, puesto que lo que interesa es la existencia de un perjuicio efectivo. Este se
producirá si en los hechos el impuesto no ha podido ser trasladado, mientras que si se
opera la traslación el perjuicio no existirá.
Por lo tanto, no se puede confundir el concepto de impuesto trasladable con el de
"impuesto trasladado". El primero implica una posición tomada de antemano, según la
cual ciertos impuestos tienen la cualidad de poder ser transferidos, mientras que otros
no la tienen.
En cambio, el concepto de impuesto trasladado se refiere a una situación de
transferencia impositiva que se ha configurado en la realidad, con prescindencia del
tipo de impuesto de que se trate. Como dijimos, un impuesto que se traslada
efectivamente ya no incide en el patrimonio y no puede fundar una inconstitucionalidad
por confiscatoriedad.
Así como un impuesto puede ser confiscatorio por su exorbitancia, igual situación se
puede configurar cuando el exceso se origina por la presión de un conjunto de tributos
sobre el contribuyente.
La traslación impositiva ha sido tomada con frecuencia como fundamento de los
laudos judiciales (Fallos 287:79; 297:500; 308: 2153, entre muchos otros); por lo que
no compartimos la posición de ciertos juristas que se desentienden de ella por
considerarla de neto corte económico y ajena a la cuestión jurídica. En efecto, a partir
de su consideración es posible identificar a quien soporta efectivamente en su
patrimonio la carga real del impuesto, evitando conclusiones que soslayen la realidad
económica y la capacidad contributiva de los ciudadanos; ambos pilares de la
tributación en nuestro país (arts. 4º y 16, CN).
III. TASAS
1. NOCIÓN GENERAL E IMPORTANCIA: las tasas son prestaciones tributarias exigidas a
aquellos a quienes de alguna manera afecta o beneficia una actividad estatal.
Para Jarach, la importancia presupuestaria de la tasa es desproporcionada con las
discusiones a que ha dado origen(66). Si bien esta afirmación puede ser exacta desde
un punto de vista macroeconómico (comparada con el impuesto), no lo es si
observamos la incidencia que tiene en los presupuestos locales (especialmente los
municipales).
Las explicaciones más admisibles para los problemas interpretativos sobre las tasas
podrían ser aproximadamente las siguientes.
a) Es en el instituto donde más se han confundido los elementos económicos,
políticos y jurídicos que integran el fenómeno financiero (Valdés Costa).
b) Los legisladores de nuestro país y en general de América latina no han sido
prolijos en cuanto a las tasas. Así, las han caracterizado de distinta manera, las han
graduado con criterios dispares, les han dado nombres que muchas veces no
coincidieron con la realidad de los institutos legislados, las han hecho recaudar por
organismos diferentes y han empleado procedimientos disímiles.
c) El presupuesto de hecho del cual depende la obligación de pagar la tasa es una
prestación estatal que presenta cierta similitud con la prestación que da lugar al pago
del precio.
d) Es dificultoso alcanzar un concepto unitario de la tasa que comprenda todas sus
manifestaciones en el vasto campo de la actividad administrativa y jurisdiccional del
Estado (Giannini).
Invariablemente, esta categoría tributaria ha sido objeto de numerosas
controversias, relativas —en su mayoría— a la potestad que gozan los municipios para
establecerlas conforme a la limitación impuesta por la Ley de Coparticipación Federal
(art. 9º, inc. b], ley 23.548). Sobre este punto indagaremos al analizar la distribución de
poderes fiscales entre los distintos niveles de gobierno.
2. DEFINICIÓN: entre las diversas definiciones de tasa existentes, algunas restringen
el alcance de esta especie tributaria a servicios que solo se conciben como
particularizados en una cierta persona (p. ej., la tasa que se percibe de quien solicita y
obtiene un pasaporte). Otras comprenden dentro del instituto, no únicamente las
actividades estatales singularizadas en contribuyentes concretos, sino también
aquellas en las que prevalece el servicio que es útil a la comunidad en general
(servicios uti universi); sin perjuicio de relacionarse en forma muy especial con ciertas
actividades lucrativas imposibles de materializarse sin la efectiva y eficiente prestación
de servicios estatales.
Entre los autores que conciben la tasa con sentido restringido podemos mencionar
a Ferreiro Lapatza, quien dice que "cuando el Estado, actuando como ente público,
trata de satisfacer una necesidad colectiva que se concreta en prestaciones
individualizadas a sujetos determinados, destinadas directa e inmediatamente a ellos,
y sobre la base de estas prestaciones hace pagar a estos sujetos un tributo, tal tributo
debe incluirse entre las tasas"(67). Para Jarach, "la tasa es un tributo caracterizado por
la prestación de un servicio público individualizado hacia el sujeto pasivo"(68). Sostiene
Giannini que "la tasa constituye una prestación debida por el desarrollo de una
actividad del ente público que afecta particularmente al obligado"(69).
Con un criterio más amplio, Giuliani Fonrouge define el instituto como "la prestación
pecuniaria exigida compulsivamente por el Estado en virtud de ley, por la realización
de una actividad que afecta especialmente al obligado"(70). Adscribe también a un
criterio más laxo la ley general tributaria española, al preceptuar que "tasas son los
tributos cuyo hecho imponible consiste en la utilización privativa o el aprovechamiento
especial del dominio público, la prestación de servicios o la realización de actividades
en régimen de derecho público que se refieran, afecten o beneficien de modo
particular al obligado tributario, cuando los servicios o actividades no sean de solicitud
o recepción voluntaria para los obligados tributarios o no se presten o realicen por el
sector privado" (art. 2º, inc. a]).
Por nuestra parte, adherimos al criterio amplio, y consideramos que la tasa es el
tributo cuyo hecho imponible está integrado por un hecho o circunstancia relativos al
contribuyente y por una actividad a cargo del Estado que se refiere o afecta en mayor
o menor medida a dicho contribuyente.
No obstante estas disquisiciones, nuestra Corte Suprema, de modo invariable se ha
ocupado de definir a esta especie tributaria como aquella "a cuyo cobro debe
corresponder siempre la concreta, efectiva e individualizada prestación de un servicio
referido a algo no menos individualizado (bien o acto) del contribuyente" (Fallos
332:1503; 234:663; 236:22).
3. NATURALEZA: en lo que casi no existen disidencias es en que la tasa tiene
carácter tributario, es decir, que el Estado la exige en virtud de su poder de imperio
(siendo esta circunstancia decisiva para diferenciarla del precio y de la tarifa). Así, por
tratarse de un tributo, el sometimiento de las tasas al principio de legalidad, al que
referiremos más adelante, es ineludible.
4. ELEMENTOS ESENCIALES: enumeramos seguidamente los más importantes.
4.1. Actividad estatal efectiva: de acuerdo con su definición, el hecho imponible de
las tasas se integra con una actividad que el Estado cumple, y que está vinculada con
el obligado al pago. La actuación estatal vinculante, por ende, es el elemento
caracterizador más importante del instituto en estudio. En las XV Jornadas
Latinoamericanas de Derecho Tributario, realizadas en Venezuela en octubre de 1991,
se afirmó que "es de la esencia de la tasa que el servicio estatal que constituye su
presupuesto de hecho sea prestado efectivamente por la Administración al
contribuyente, aun cuando este se resista a recibirlo". La Corte Suprema ha insistido,
especialmente en "Cía. Química" (Fallos 312:1575) y "Laboratorios Raffo" (Fallos
332:1503) en que es de la naturaleza de la tasa que "su cobro corresponda a la
concreta, efectiva e individualizada prestación de un servicio referido a algo no menos
individualizado (bien o acto) del contribuyente" (Fallos 234:663; 236:22; 251:222;
259:413; 325:1370; 329:792, entre otros).
4.2. Prestación potencial: aun sin excluir el recaudo anterior, se ha admitido que
es suficiente la organización y descripción del servicio, así como su ofrecimiento a los
eventuales contribuyentes, para que surja la exigibilidad del tributo. Basta con la real y
concreta posibilidad de que la actividad estatal se cumpla para que el cobro del tributo
sea legítimo, aun cuando el particular decida no utilizarlo, o aun llegue a rehusarlo.
Quienes sostienen esta tesis, afirman que es legítimo el cobro de la tasa desde el
momento en que el Fisco incurre en erogaciones para organizar la prestación de un
servicio, el que estará "siempre listo" para cuando surja su requerimiento por los
particulares. En otras palabras, no es imprescindible que el servicio se preste a un
individuo en particular, basta con que el Estado se encuentre adecuadamente
preparado para su prestación efectiva (p. ej., la creación de un cuerpo de bomberos o
la existencia de una sala de primeros auxilios). Para quienes adoptan esta posición, la
exigencia inalterable de que se verifique una efectiva prestación del servicio,
transformaría en ilusoria la recaudación de ciertas tasas cuya legitimidad es indudable.
Es así que resultaría imposible cobrar a cada uno de los vecinos el uso que haga del
alumbrado público, pues dependería, entre otras cosas, del horario en que el
contribuyente recorra la ciudad. A este respecto, nuestra Corte Suprema ha insistido
en que "desde el momento en que el Estado organiza el servicio y lo pone a
disposición del particular, éste no puede rehusar su pago (de las tasas) aun cuando no
haga uso de aquél, o no tenga interés en él, ya que el servicio tiene en mira el interés
general" (Fallos 251:50 y 222; 312:1575; 323:3770; 326:4251; 332:1504, entre otros).
4.3. Divisibilidad del servicio: recordemos que una de las posibles clasificaciones
de los servicios estatales los distingue entre divisibles e indivisibles, según que su
prestación sea o no fraccionable en unidades atribuibles separadamente a los sujetos
destinatarios(71).
A partir de ello, si se tratara de tasas que requieren del elemento "individualización
del servicio", su divisibilidad es necesaria, dado que, si no puede fragmentarse en
unidades de uso o consumo, será imposible su particularización en persona alguna (p.
ej., una tasa por permiso de caza requiere de cazadores concretos). De otra manera,
si la tasa retribuyera servicios que no se prestan en forma estrictamente
individualizada, el elemento "divisibilidad" pasará a un plano secundario de relevancia
(p. ej., la organización de servicios de control del tránsito vehicular, las normas de
estacionamiento y sentido de las calles, etc.).
4.4. Obligatoriedad de los servicios: en principio, la actividad vinculante que
retribuye el pago de las tasas debe ser realizada gratuita y obligatoriamente por el
Estado.
En este asunto, se ha discutido sobre cuáles son los servicios estatales que pueden
ser retribuidos mediante el cobro de tasas, pues para alguna doctrina, la actividad
vinculante que origina su pago debe ser siempre inherente a la soberanía estatal.
Para contestar tal interrogante, entendemos necesario recordar la división entre
servicios esenciales y no esenciales, que, como hemos dicho, no depende de que
estos hagan a la razón de ser del Estado, ni de que su prestación sea exclusiva e
indelegable, sino del grado de prioridad que para una determinada población llegan a
adquirir.
Desde este punto de vista, hemos asignado el carácter de servicios esenciales a la
seguridad social, a la instrucción en sentido amplio y a la salud individual y general de
la comunidad. Al lado de estos servicios, se encuentran también aquellos de carácter
administrativo o jurisdiccional, particularizables en ciertos contribuyentes que los
requieren, así también como los relativos a servicios de organización y control; todos
de imprescindible cumplimiento en la actualidad (organización del tránsito, tareas de
desinfección, recolección de basura, etc.).
Los actuales Estados de derecho no pueden prescindir de suministrar obligatoria y
gratuitamente estos servicios. No obstante, ni la Constitución Nacional ni las leyes
fundamentales impiden que la gratuidad con que en principio debieran prestarse,
pueda ser alterada respecto de aquellos poseedores de capacidad contributiva que
son receptores en mayor o menor medida de ellos. Si así sucede y si con motivo de
estos cometidos estatales se benefician ciertas actividades, nada impide que la
gratuidad se altere y el Estado exija tasas, las que, en tales condiciones, aparecen
como equitativas y justas.
4.5. Prueba de la prestación: tradicionalmente, incumbe la carga de la prueba a
quien alega el hecho controvertido del que se trata. No obstante, la teoría dinámica en
este asunto impone que quien esté en mejores condiciones probatorias sea el obligado
a producirla.
En este sentido, alguna jurisprudencia ha sostenido que la carga de la prueba con
relación a la prestación del servicio correlativo a la tasa corresponde al contribuyente
(SC Buenos Aires, 22/3/1966, JA 1966-II, p. 528; "Banco Social de Córdoba c.
Municipalidad de Córdoba, Inconstitucionalidad", Diario Jurídico, nro. 316). Sin
embargo, en "Llobet de Delfino, María T. c. Provincia de Córdoba" y también en
"Quilpe SA s/inconstitucionalidad" (9/10/2012), la Corte Suprema ha afirmado que
corresponde al Fisco reclamante la prueba acerca de la efectividad de los servicios
invocados (CS, 26/11/1969, LL 139-238, y JA 5-1970, p. 565).
4.6. Destino del producido: algunos autores, como Valdés Costa, han afirmado
que la circunstancia de que el producto de la recaudación sea exclusivamente
destinado al servicio respectivo también es una característica de la tasa.
Consideramos, sin embargo, que cabe diferenciar a la tasa propiamente dicha, del
destino que el Estado otorgue a lo que por su intermedio se recaude. En efecto, una
vez logrado el fin perseguido mediante la tasa (la obtención del recurso), el tributo se
agota en su contenido y cesa el aspecto fiscal de la actividad financiera, ya que todo lo
atinente al destino y administración del recurso obtenido es materia de orden
presupuestario y no tributario. A partir de ello, coincidimos con Ferreiro Lapatza, para
quien las tasas son tributos "cuyo producto debe ser empleado para financiar los
gastos del Estado en general, sin afectaciones particulares"(72).
5. CARÁCTER DE LOS SERVICIOS RETRIBUIDOS. NUESTRA OPINIÓN: sabido es que este
tópico es uno de los más discutidos por los especialistas de la materia fiscal. Como
dijimos, es esencial para la validez de las tasas que la obligación del contribuyente
surja como consecuencia de una actividad prestada por el Estado, que de alguna
manera afecte o concierna a dicho contribuyente en sus bienes o en sus actos.
Acordado ello, es respecto del alcance del servicio por el cual el Estado se
considera con derecho a percibir tasas donde se han presentado profundas
discrepancias.
Así, conforme a la tesis restringida (o de la prestación individualizada), solo darían
derecho al cobro aquellas tasas en las que el administrado queda particularmente
alcanzado por el servicio.
Como ocurre con el tributo que grava la inscripción en los registros (p. ej., de
inmuebles), la recepción de un documento de identidad, los servicios de inspección y
protección sanitaria, etcétera.
Bien distinto es el enfoque de la tesis amplia, que parte del supuesto de que los
servicios públicos benefician a toda la comunidad sobre la cual se ejerce la
jurisdicción, en la cual se encuentran incluidos los obligados al pago de ciertas tasas.
No hay aquí particularización estricta, pero los obligados son aquellos a los que dichos
servicios atañen, afectan o benefician en mayor medida, porque gracias a su
prestación ejercen actividades que les reportan ingresos. Se trata aquí en general de
servicios como los de seguridad, salubridad e higiene, que no se encuentran
estrictamente "particularizados", pero cuyo cobro, como consecuencia del poder fiscal
del que están dotados los distintos niveles del Estado (y especialmente el municipal),
resulta equitativo y adecuado. Vinculado a ello, enseña Giuliani Fonrouge que "los
servicios del Estado se organizan en función del interés público, y no del particular;
cuando se inspeccionan comercios, establecimientos fabriles, o que desarrollan tareas
peligrosas o insalubres, se atiende a circunstancias de seguridad colectiva, de salud
pública, de higiene del trabajo. Cuando se organizan servicios de alumbrado, limpieza
de calles, aguas corrientes y desagües, se tiene en mira el interés de la colectividad"
(Derecho financiero, 6a ed. actualizada por Susana Navarrine y Rubén Asorey,
Depalma, Buenos Aires, 2000, t. II, p. 1063).
Esta segunda posición (amplia) ha seguido los lineamientos ya elaborados por
Marienhoff cuando, para poder establecer con precisión la naturaleza de la relación
que se crea entre el usuario de un servicio público y el Estado prestador, distingue los
servicios públicos uti universi de los uti singuli. Así, considera el referido autor que,
tratándose de servicios públicos uti universi, la relación usuario-Estado es meramente
"legal" y no contractual, desde que el usuario efectivo es "cualquiera del pueblo", una
persona indeterminada. De este modo, el verdadero usuario no es el individuo sino la
comunidad. Sirvan de ejemplo la policía de seguridad o la inspección de bromatología.
En respaldo de esta tesis, se ha dicho que "cuando el servicio que deba realizar el
Estado ha sido instituido en ventaja o utilidad del particular, el mismo debe ser
concretamente prestado a quien lo paga, pues la contribución del último recibe su
causa en el beneficio recibido; pero la situación difiere cuando el servicio ha sido
instituido con finalidades de interés general, teniendo en mira la colectividad, pues
entonces la tasa debe pagarse en tanto se lleve a cabo la actividad administrativa
prevista por la ley" (TFiscal La Plata, 26/12/1956, LL 89-434).
Nos ha convencido esta postura doctrinal, especialmente en materia de municipios,
que emplean asiduamente la tasa al comercio, la industria y las empresas de servicios,
integrando su hecho imponible con actividades estatales no particularizables según la
tesis restringida, pero que efectivamente tienen a su cargo por mandato de las
constituciones provinciales y leyes orgánicas municipales.
Pensamos así que estos servicios, que se describen con una cierta vaguedad, en la
medida en que efectivamente se cumplan, pueden generar válidamente el tributo tasa,
pues no deben considerarse en forma aislada, sino conjuntamente.
En el caso de los municipios, donde el problema es inusitadamente grave en virtud
del vaciamiento de materias imponibles por el ente central y los entes federados, el
objeto de las actividades que describen estas tasas consiste en hacer lo necesario
para lograr que las actividades lucrativas ejecutadas dentro de su ejido lo sean en
forma ordenada, pacífica y segura. Con tal finalidad, el municipio controla el estado de
los locales comerciales, profesionales, industriales y de servicios en general, coordina
el transporte, ordena el tránsito, numera las calles, da circulación en uno u otro
sentido, regula el estacionamiento, dispone que los automotores particulares no entren
en el microcentro, impide que ciertas actividades insalubres, malolientes o
contaminantes se instalen en un cierto radio molestando a comercios o a profesionales
(como podría ser un peladero de pollos, un taller mecánico o un club de equitación),
etcétera.
La conclusión de esta teoría es que siempre que se preste efectivamente un
servicio, puede dar lugar a la tasa, aunque no se particularice en una persona
determinada, y en tanto los habitantes realicen actividades que serían imposibles,
dificultosas o simplemente no rentables de no contarse con esos servicios básicos.
6. GRADUACIÓN DE LA TASA: la cuestión que aquí se discute consiste en la selección
de los elementos o criterios que deben tenerse por válidos para establecer que los
montos que los contribuyentes deben pagar en concepto de tasa sean justos y
equitativos.
Veamos cuáles son los criterios sustentados sobre el punto:
6.1. Según el valor de la ventaja: una parte de la doctrina (Seligman, Laferrière,
Waline, Mehl, Van Houtte) sostiene que la tasa debe ser graduada según el valor de la
ventaja que por el servicio obtiene el obligado. Sin embargo, entre sus sostenedores
no hay unanimidad en cuanto al verdadero significado de tal ventaja. Para algunos,
como Seligman, el único criterio aceptable para graduar la tasa es la ventaja subjetiva
que el servicio brinda a quien reclama su prestación, no teniendo mayor incidencia el
costo de producción. Se pone el ejemplo de ciertos servicios (como el de
autenticación) que poco cuestan al Estado y en los que solo el provecho obtenido por
el contribuyente puede servir de medida para establecer la cuantía. Otros autores,
como Pugliese, rechazan esta idea y sostienen que el quantum de la tasa debe ser
determinado por la ventaja objetiva consistente en la utilidad que presuntamente
considera el Estado que proporciona a los contribuyentes el servicio por el que pagan
la tasa. La ventaja que obtenga el particular con el tributo puede ser un elemento a
tener en cuenta para fijar su monto, pero como aquella no es una característica
esencial de la tasa no será útil en todos los casos, perdiendo validez general.
Tampoco es admisible sostener que, en caso de real obtención de provecho, este sea
el único criterio valorable para fijar la cuantía. Por último, se debe también tener en
cuenta lo dificultoso que es traducir a cifras el rédito objetivo y subjetivo que
proporciona el servicio.
6.2. Según el costo del servicio: otras teorías sostienen que la tasa debe
graduarse por el costo del servicio en relación con cada contribuyente. Su primer
expositor fue el alemán Rau, a quien siguieron otros prestigiosos autores como De Viti
de Marco y Tangorra. Ellos parten del supuesto de que la tasa es una compensación
especial que paga un contribuyente por un servicio particular que el Estado le
dispensa, y esa compensación debe restituir total o parcialmente el costo de
producción. Según estos teóricos, el total recaudado en virtud de una tasa no puede
exceder el costo total (o al menos parcial) de lo que demanda dicho servicio al Estado.
Si volvemos atrás y examinamos las posturas que actualmente predominan en
cuanto a la naturaleza de los servicios que dan lugar a la tasa, podemos advertir cuán
lejos de ellas está la posición analizada. Además, tanto el costo total como el parcial
resultan soluciones de dificultosa sino imposible aplicación, ya que los autores no dan
una explicación cierta y científica respecto del método para determinar ese costo total
o parcial y la forma de distribución entre los contribuyentes. No obstante, esta posición
fue la que en algún momento adoptó la Corte Suprema de Justicia de la Nación,
llegando a sostener que es de la "naturaleza de la tasa tener relación con el costo del
servicio" (Fallos 201:545 y 234:663). Sin embargo, ante las críticas adversas hubo de
reconocer que la relación entre tasa y costo era aproximada, aclarando que "es
imposible fijar con exactitud ese costo individual del agua consumida, de la evacuación
cloacal, de la basura recogida en el interior de las propiedades o en las calles
fronteras, de la luz que éstas reciben, de la inspección de policía higiénica o de
seguridad, etc., y por eso, para todos esos servicios se fijan contribuciones
aproximadas, equitativas, que pueden dejar superávit en unos casos y déficit en otros,
estableciéndose compensaciones en los cálculos hacendarios más o menos acertados
pero que los jueces no pueden revisar, siempre que dicho monto no resulte extorsivo
ni absorbente del bien o de su renta en forma tal que se lo pueda calificar de
confiscatorio en los términos del art. 17 de la Const. nacional" (Fallos 192:139).
Queda, como saldo de esta postura jurisprudencial, que la relación costo-importe no
puede ser una igualdad matemática o equivalencia estricta, sino que debe existir
una razonable, prudente y discreta proporcionalidad entre ambos términos(73).
6.3. Según la capacidad contributiva: una tercera tesis, surgida también de la
jurisprudencia nacional, sostiene que aun sin prescindir de la relación de la tasa con el
costo del servicio prestado, puede también ser graduada conforme a la capacidad
contributiva del obligado.
En el caso "Banco de la Nación Argentina c. Municipalidad de San Rafael", la Corte
Suprema dijo que "no se ha considerado injusto y se ha tenido más bien como
equitativo y aceptable que para la fijación de la cuantía de la tasa retributiva de los
servicios públicos se tome en cuenta, no sólo el costo efectivo de ellos con relación a
cada contribuyente, sino también la capacidad contributiva de los mismos
representada por el valor del inmueble o el de su renta, a fin de cobrar a los menos
capacitados una contribución menor que la requerida a los de mayor capacidad,
equilibrando de ese modo el costo total del servicio público" (Fallos 234:663).
Como hace notar Giuliani Fonrouge, a partir de este fallo una serie ininterrumpida
de decisiones judiciales admite graduar la tasa según la productividad económica de la
explotación que determina y soporta el servicio, la entidad económica de la actividad o
del bien a propósito de los cuales se presta el servicio, la capacidad económica del
contribuyente, o la capacidad contributiva representada por el inmueble afectado o el
de su renta; todas variantes terminológicas que traducen el mismo concepto.
A partir de lo hasta aquí dicho, no es difícil advertir —como bien ha apuntado
Giuliani Fonrouge— cuán lejos estamos de las primitivas interpretaciones sobre este
tema, y que, si bien sigue aludiéndose a la relación de la tasa con el costo del servicio
prestado, se trata de una fórmula relativa y que debe entenderse siempre ceñida a
lo razonable. En realidad, solo se atiende a la existencia de un servicio organizado o
creado por el ente administrativo (no a la efectividad de su prestación y, menos aún, a
favor del sujeto de la prestación), y a que no resulten vulnerados los principios de
igualdad, entendido lato sensu, y de respeto a la propiedad privada (confiscación), que
a esto se reduce la referida exigencia de razonabilidad del tributo(74).
Estos conceptos también han sido sostenidos por García Belsunce(75) y, dada la
evolución de los hechos y del derecho, no podemos sino adherirnos a ellos.
Lo cierto es que, es bueno insistir, la tesis de la proporción entre el costo del
servicio y el monto del tributo tasa debe ser atemperada bajo las nociones de
razonabilidad y prudencia, conceptos quizá vagos, pero que otorgan a los jueces la
posibilidad de no convalidar tributos en general (y entre ellos, la tasa) que no se
atengan a tales parámetros.
6.4. Según la cuantía global: una cuarta tesis, expuesta por Martín(76), consiste en
considerar no solo la capacidad contributiva del contribuyente sino, además, que el
monto total de lo recaudado por la tasa guarde una razonable y discreta relación con el
costo total del servicio público efectivamente prestado. Conforme a este criterio, si la
recaudación total o cuantía global de la tasa excede más allá de lo discreto y
razonable, el costo del servicio elegido como causa de la tributación, más la
proporción que corresponda asignarle en los costos indirectos del organismo estatal, el
contribuyente obligado podrá oponer la defensa de falta parcial de causa.
En realidad, esta postura es una mixtura de los criterios de capacidad contributiva y
de la relación entre recaudación lograda mediante la tasa y su relación con el costo
total del servicio prestado dentro del cual se incluyen los costos indirectos del
organismo estatal.
6.5. Nuestro criterio: por nuestra parte, descartadas las teorías de la "ventaja" y de
la "proporción exacta entre el monto del tributo y costo del servicio" con referencia a
las tasas municipales, hemos sostenido que dicha contribución está legítimamente
graduada si es prudente y razonable y si con lo que se recauda por el conjunto de los
ingresos se cubren adecuadamente los servicios que debe prestar la jurisdicción de la
que se trate, vinculándolos a tasas y dentro de un presupuesto equilibrado(77).
Desde el derecho positivo, es dable reconocer que el legislador no ha entrado en
tantas disquisiciones teóricas y ha optado más bien por estructurar el sistema de tasas
sobre una base totalmente pragmática, configurando la graduación de la cuantía como
una opción política que queda librada a su prudencia, en tanto no afecte derechos
constitucionales. Ello al punto que uno de los métodos de graduación más frecuentes
difícilmente cumpla con alguno de los criterios expuestos, tal el de la adopción del
ingreso bruto como base imponible de ciertas tasas; y que, no obstante, no ha recibido
serias objeciones del Poder Judicial, que lo ha convalidado.
7. DIFERENCIAS ESENCIALES CON LAS DEMÁS ESPECIES TRIBUTARIAS Y CON EL PRECIO:
la diferencia más obvia de la tasa con el impuesto consiste en que la primera integra
su hecho imponible con una actividad estatal, circunstancia que no se da en este, que
es percibido con prescindencia de todo accionar concreto del Estado.
En cuanto a la contribución especial, la tasa requiere una actividad particularizada
en el obligado (servicios uti singuli) o que de alguna manera le ataña, a la vez que
beneficia a la colectividad (servicios uti universi). En cambio, la contribución
especial requiere de una actividad o gasto estatal que repercuta beneficiosamente en
el patrimonio o la renta de una persona determinada.
Por otro lado, la tasa es el tributo más cercano a los ingresos de derecho privado
denominados precios, y su distinción constituye un intrincado problema.
Tal discriminación no encierra solamente una cuestión teórica, sino que, al
contrario, la adscripción de un ingreso en una u otra categoría constituye una premisa
necesaria para resolver varias cuestiones prácticas, por ejemplo, respecto del
principio solve et repete, que se aplica a tributos, pero no a precios. También hay
distinta competencia en los órganos judiciales o administrativos que resolverán las
controversias, así como en la vía de ejecución para el caso de incumplimiento.
Este difícil problema ha originado diversas teorías que han arriesgado un elemento
de distinción, entre las que mencionamos a continuación.
a) Algunos teóricos sostienen que hay precio cuando la prestación del servicio deja
margen de utilidad, y tasas cuando el producto se limita a cubrir el costo del servicio
(Einaudi y Cammeo).
b) Otro criterio sostiene que cuando el Estado presta el servicio en condiciones de
libre competencia, nos hallamos ante un precio, y que, cuando lo hace en condiciones
monopólicas, debemos hablar de tasas (Duverger).
c) Según una tercera posición, el carácter de tasa o de precio debe deducirse
esencialmente del modo en que la relación aparezca legalmente disciplinada, teniendo
en cuenta sobre todo su desenvolvimiento histórico. Así, se sostiene que, según el
régimen jurídico que se haya adoptado para regular determinada relación, se
desprenderá si esta ha sido configurada con arreglo al esquema del contrato (precio) o
de una obligación emanada no de la voluntad de las partes sino directamente de la ley
(tasas). En esta posición se hallan Giannini, Giuliani Fonrouge y Ataliba, entre otros.
d) Un último criterio diferencia tasa de precio, afirmando que la ejecución de
actividades inherentes a la soberanía solo puede dar lugar a tasas, y que todos los
otros montos que el Estado exija como contraprestación de un bien, la concesión de
un uso o goce, la ejecución de una obra o la prestación de un servicio no inherente,
origina un precio, que podrá ser un precio público, pero que no es tasa. Para esta
concepción, las sumas de dinero que se exigen, por ejemplo, con motivo de servicios
postales, telegráficos, telefónicos y de comunicaciones en general, de utilización de
transportes estatizados, de provisión de electricidad y energía, de provisión de gas
natural, de agua corriente y servicios cloacales, de aportes de alumnos en centros de
estudio estatales, etc., no son otra cosa que precios públicos.
Creemos que, desde un punto de vista teórico, tasa y precio tienen características
propias esenciales e indiscutibles. El precio es un ingreso no tributario, cuya fuente
jurídica radica en el acuerdo de voluntades entre el Estado prestador del servicio y el
usuario que paga por ese servicio. La tasa es una de las especies del género tributo y,
como tal, halla su fuente jurídica en la voluntad unilateral y coactiva del Estado, que
impone al contribuyente el pago de una determinada suma por la realización de una
actividad o la prestación de un servicio con relación a ese contribuyente.
Las características jurídicas mencionadas son terminantes y parecieran no dar
margen a mayores dudas para diferenciar tasa de precio.
Sin embargo, lo que en teoría parece tan claro se oscurece cuando entramos en la
aplicación práctica. Allí encontramos dificultades para discernir si una determinada
prestación que se debe al Estado por la recepción de un servicio constituye una tasa o
un precio. Esta dificultad aflora en forma particularmente intensa en el caso de los
servicios monopolizados por el Estado que resultan imprescindibles a los ciudadanos
para vivir con un mínimo de decoro, o cuya demanda está impuesta por disposiciones
legales (p. ej., provisión de electricidad, gas o agua corriente, servicios que en muchos
casos no están privatizados). En estos supuestos, el elemento voluntariedad, que
constituiría la fuente de la obligación —en la hipótesis de tratarse de un precio—, se
desdibuja casi totalmente por la circunstancia de que la demanda del servicio
constituye algo ineludible para el ciudadano; por otro lado, este carece de la
posibilidad de incidir en la fijación de las condiciones económicas del contrato (que
sería un típico contrato de adhesión). Ello hace difícil identificar en la especie la
existencia de un acuerdo de voluntades(78).
Por lo que pareciera que la cuestión depende en definitiva de la elección política del
legislador y del régimen que se haya decidido adoptar en cada país y en cada época.
En la Argentina, la alternativa entre tasa y precio no está condicionada por la
Constitución Nacional ni, en general, por conceptos o calificaciones previas que no
pasan de ser meritorias posiciones teórico-didácticas, pero que en muchas
oportunidades chocan con los regímenes legales. Ello no obsta a la obvia afirmación
de que se trata de dos institutos diametralmente diferentes.
La tasa incorpora una obligación ex lege de derecho público; el precio, una
obligación ex contractu, normalmente de derecho privado.
Pero no resulta suficiente decir que tasa y precio solo se pueden diferenciar
examinando el régimen jurídico al que está sometido cada pago que se haga, sino que
se trata precisamente de lo contrario. Tasa y precio son dos figuras jurídicas, dos
técnicas, dos instituciones que incorporan un régimen jurídico diferente. El legislador, a
la hora de elegir entre tasa y precio, debe tener presente el sustrato jurídico que tal
elección predetermina y, en virtud del régimen que desee establecer (ya sea el de la
obligación ex lege o el de la obligación ex contractu) y fundamentalmente con base en
las condicionantes constitucionales a las que está sometido el establecimiento de un
tributo, deberá efectuar su opción. Así, la elección del tributo implica privilegios para la
Administración (v.gr., posibilidad de ejecución mediante vía de apremio especial,
crédito preferente, facultades probatorias especiales) y, como contrapartida, la
intervención del Poder Legislativo (que establece el tributo y los controles propios de
su aplicación). El precio carece, para su cobro, de los privilegios recién mencionados,
pero se libra de los a veces abundantes pasos burocráticos. No obstante, las
consideraciones realizadas (que supeditan la diferencia a la elección política del
legislador) no pueden enervar el principio básico de que los precios, a diferencia de las
tasas y de las otras especies tributarias, hallan su fuente jurídica en el acuerdo de
voluntades entre el Estado prestador del servicio y el usuario o receptor de este. Y
tampoco pueden llegar a invalidar la conclusión de que el elemento de distinción
esencial entre la tasa y el precio es su diferente fuente jurídica: la voluntad unilateral y
coactiva del Estado, en el primer supuesto, y el acuerdo de voluntades, en el segundo.
Aun en el caso de contratos de adhesión, su celebración no significa que no exista
acuerdo de voluntades, el cual se manifiesta en la libertad del potencial usuario de
contratar o no la prestación del servicio.
El problema se plantea, sin embargo, en el caso de aquellos servicios que resultan
esenciales para el individuo, de los cuales no puede prescindir para vivir con un
mínimo de decoro y que, además, están monopolizados por el Estado. En ellos sí el
elemento voluntariedad desaparece total o casi totalmente por la circunstancia de que
la demanda del servicio constituye algo ineludible.
No obstante, la constatación de esta realidad no debe llevarnos a concluir que
existen precios cuya fuente jurídica no es el acuerdo de voluntades, sino la voluntad
unilateral y coactiva del Estado, ya que ello constituiría una contradicción conceptual.
En todo caso, si efectivamente no existe libertad para decidir la utilización o no del
servicio monopolizado —sea que esa falta de libertad responda a circunstancias de
hecho ineludibles, y más aún si responde a una imposición legal—, debemos analizar
si realmente nos hallamos ante un precio o si, por el contrario, no estamos ante un
verdadero tributo disimulado bajo la apariencia formal de un precio, el cual podrá ser
una tasa, un impuesto o aún una contribución especial; su naturaleza dependerá de
los demás elementos que caractericen la prestación del particular y el servicio o
actividad que realice el Estado.
Podemos agregar que si se trata de los cometidos esenciales del Estado (funciones
públicas, servicios esenciales), los servicios correlativos deberían ser prestados
gratuitamente a quienes los requieran o necesiten. Si el legislador altera la gratuidad y,
sobre la base de su poder fiscal, resuelve cobrar tasas a los receptores o a los
alcanzados de alguna manera por los servicios, queda automáticamente borrado el
esquema contractual de los precios públicos. En este supuesto, ya no se trata de
convenciones, sino de ejercicio del poder que justifica la imposición de tributos.
I. Potestad tributaria
CAPÍTULO IX - DERECHO CONSTITUCIONAL TRIBUTARIO
1. CONCEPTO Y CONTENIDO: al considerar en esta obra los contenidos de los
sectores a examinar en el marco del derecho tributario, referimos al derecho
constitucional tributario, afirmando que constituye el paso previo indispensable para
tratar los tópicos contenidos en los capítulos posteriores.
A partir de ello, digamos que el derecho constitucional tributario estudia las normas
fundamentales que disciplinan el ejercicio del poder tributario, y que se encuentran en
las cartas constitucionales de los Estados de derecho, así como las que delimitan y
coordinan los poderes tributarios o estatales entre las distintas esferas de poder en los
países con régimen federal de gobierno.
Se trata de una parte del derecho constitucional, que solo puede
considerarse tributario por el objeto al cual se refiere. Sobre esta pertenencia no cabe
duda, ya que su tarea es la de regular el poder que emana de la soberanía estatal, que
en este caso es el poder tributario.
En los Estados de derecho el poder tributario se subordina a las normas
constitucionales, lo que tiene especial importancia en los países como la Argentina, en
los cuales la Carta Fundamental es rígida, y donde existe control de constitucionalidad
por los órganos judiciales. Lo primero le otorga permanencia y lo segundo efectiva
vigencia.
En todos los ordenamientos de los modernos Estados de derecho existen normas
de este tipo, aun en los casos de las llamadas "constituciones no escritas".
I. POTESTAD TRIBUTARIA
1. INTRODUCCIÓN: es la facultad que tiene el Estado de crear, modificar o suprimir
unilateralmente tributos. La creación obliga al pago por las personas sometidas a su
competencia e implica, por tanto, la facultad de generar normas mediante las cuales el
Estado puede compeler a las personas para que le entreguen una porción de sus
rentas o patrimonios para atender las necesidades públicas.
2. CUESTIONES SEMÁNTICAS: con relación al concepto sobre la facultad estatal que
acabamos de delinear, en general no hay disenso. Los problemas se suscitan cuando
se trata de delimitar el alcance que tiene la utilización por el Estado de esta facultad.
Las primeras discordias comienzan con la denominación. En algunos casos se trata
de una simple cuestión de palabras que pueden satisfacer más que otras a algunos
autores. En otros supuestos, y a partir de la irrupción de las corrientes dinámicas o
funcionales, la terminología puede estar significando concepciones diferentes. Así,
algunas de las locuciones más utilizadas son las siguientes: "poder de imposición"
(Ingrosso, Blumenstein), "supremacía tributaria" (Berliri), "poder impositivo" (Bielsa),
"poder tributario" (Hensel), "poder fiscal" (Jarach), "potestad de imposición" (Micheli),
"potestad tributaria" (Alessi) y "soberanía impositiva" (Kruse).
No obstante, todos los autores mencionados admiten que esta facultad estatal es
legislativa y se refiere básicamente a la génesis del tributo.
El problema se planteó cuando los teóricos dinámicos o funcionales comenzaron a
sostener que la potestad tributaria se ejercía en el momento genésico del tributo
(sobre lo cual a nadie cabe duda), pero se continuaba ejercitando cuando la
administración ponía en marcha el procedimiento dirigido al cobro del tributo. Tal lo
sostenido por Micheli, Alessi, Fedele, Maffezzoni y los seguidores reclutados en los
claustros españoles.
Es conveniente advertir que cuando algún publicista enrolado en estas corrientes
refiere a la potestad tributaria o poder tributario, puede estar queriendo referirse a todo
el procedimiento que implica el tributo, desde su nacimiento hasta su cobro, teoría que
en su momento calificamos de errónea.
En definitiva, entendemos que la denominación más apropiada es la de potestad
tributaria, sin perjuicio de explicar más adelante la diferencia de este concepto con el
de poder tributario.
3. CARACTERIZACIÓN: por un lado, la potestad tributaria significa supremacía y, por
otro, sujeción. Es decir, hay un ente que se coloca en un plano superior y, frente a él,
una masa de individuos ubicada en un plano inferior. No existen deberes concretos
correlativos a la potestad tributaria abstractamente considerada, sino un status de
sujeción por parte de quienes están bajo su ámbito. El despliegue de la potestad
tributaria significa emanación de normas jurídicas con base en las cuales se instituyen
las contribuciones coactivas, llamadas tributos.
Desde el punto de vista jurídico, el ejercicio de la potestad tributaria no reconoce
más límites que los que derivan de los preceptos constitucionales. Este ejercicio
implica que quedarán obligados a pagar tributos aquellos respecto de los cuales se
materialice el presupuesto de hecho establecido por las leyes a dictarse.
En consecuencia, la concreción de la obligación tributaria, o sea, su constitución a
cargo de sujetos determinados, se producirá solamente si ellos quedan encuadrados
en los presupuestos de hecho previstos por las normas legales.
Si así sucede, el Estado se convierte en el titular de un derecho subjetivo tributario y
frente a él tendrá obligados a dar, a hacer o a no hacer. Mientras ello no ocurra y la
potestad tributaria se mantenga como mera facultad, el Estado solo tendrá frente a sí a
la comunidad, es decir, a un conglomerado de sujetos indeterminados.
4. LÍMITES: en su origen el tributo significó violencia del Estado frente al particular, y
aún siguió teniendo ese carácter cuando su aprobación quedó confiada a los
"consejos del reino", "representaciones corporativas", e incluso a las "asambleas
populares". No podía hablarse de "garantías" de los súbditos cuando la aprobación se
otorgaba en forma genérica y sin normas fijas destinadas a regular los casos
individuales.
Un cambio fundamental se produce cuando aparece el principio de legalidad como
límite formal a la potestad tributaria. De tal manera, el poder tributario se convierte en
la facultad de dictar normas jurídicas que crean tributos y posibilitan su cobro.
Esta garantía formal se completa cuando aparecen las garantías materiales, que
son la capacidad contributiva, la generalidad, la igualdad, la proporcionalidad, la
equidad, la no confiscatoriedad y la razonabilidad, y que constituyen límites en cuanto
al contenido de la norma tributaria.
Hay otros límites que completan el estatuto de garantías del contribuyente, y que
son el control jurisdiccional, la seguridad jurídica y la libertad de circulación territorial.
4.1. Principio de legalidad como límite formal: en la historia constitucional, a
partir de la Carta Magna inglesa de 1215, la reivindicación del poder parlamentario
para consentir los tributos fue uno de los principales motivos de lucha contra el poderío
absoluto de los monarcas. En efecto, en la historia del consentimiento del impuesto
por el pueblo, se encuentran las causas de la historia política de Inglaterra, puesto que
las luchas entre los reyes y los parlamentos por la abolición unos y por la exigencia
otros, del principio de legalidad, marca una de las más notables y largas etapas de los
acontecimientos histórico-políticos de esa Nación, dando origen a la reafirmación del
principio a través del Act of Appropiation (1626), la Petition of Rights (1628) y el Bill of
Rights (1688).
Por otra parte, una de las bases fundamentales de los modernos Estados europeos
surgidos en el siglo XIX fue la exigencia de la venia en la representación popular para
la imposición, enunciada en el aforismo not taxation without representation.
4.1.1. Caracterización e importancia: el principio de legalidad es un principio
fundamental del derecho tributario, sintetizado en el aforismo no hay tributo sin ley que
lo establezca, inspirado en el tan conocido del derecho penal nullum crimen, nulla
pœna sine lege.
El mismo implica que todo tributo sea sancionado por una ley, entendida esta como
la disposición que emana del órgano constitucional que tiene la potestad legislativa
conforme a los procedimientos establecidos por la Constitución para la sanción de las
leyes y encuentra su fundamento en la necesidad de proteger a los contribuyentes en
su derecho de propiedad. Los tributos importan restricciones a ese derecho, ya que en
virtud de ellos se sustrae, a favor del Estado, algo del patrimonio de los particulares.
De allí que, en el Estado de derecho, esto no sea legítimo si no se obtiene por decisión
de los órganos representativos de la soberanía popular.
El principio ha acumulado las mayores adhesiones de la doctrina y los derechos
positivos, y ha sido calificado como el principio común del derecho constitucional
tributario, merced a su recepción expresa o implícita en las constituciones. Sobre este
punto se explayan con solvencia, entre otros, Valdés Costa y Casás(128).
Al respecto, Neumark considera que el establecimiento de tal postulado no
constituye ya una necesidad para las democracias modernas, porque el principio de
legalidad se ha convertido en algo totalmente natural en ellas(129). Pensamos, al
contrario, que el principio debe ser reafirmado y enfatizado, porque a pesar de su
constante proclamación es eludido de manera continua por los gobiernos a través de
artilugios varios.
La Corte Suprema de la Nación ha dicho que la facultad atribuida a los
representantes del pueblo para crear los tributos necesarios para la existencia del
Estado es la más esencial en el régimen representativo republicano del gobierno
(Fallos 182:411), y que el cobro de un impuesto sin ley que lo autorice es un despojo
que viola el derecho de propiedad (Fallos 184:542).
4.1.2. Fundamento normativo: en la Constitución argentina el principio de
legalidad deriva del art. 17, que garantiza la propiedad como inviolable y regula que el
Congreso puede imponer las contribuciones que se expresan en el art. 4º. Además, el
art. 19 establece de modo general que ningún habitante de la Nación está obligado a
hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe.
4.1.3. Alcance y límites: no obstante, si bien es cierto que sobre la vigencia del
principio hay general acuerdo doctrinal, se mantiene el disenso sobre su alcance.
Tratadistas italianos y españoles opinan que la ley es solo la base sobre la cual se
ejerce la potestad tributaria, bastando con que aquella establezca algunos "principios
fundamentales", siendo luego "integrada" por el Poder Ejecutivo mediante delegación
de facultades(130). Sin embargo, adviértase que estos autores se apegan a sus
respectivas constituciones que, quizá, puedan fundamentar sus teorías. Pero en
nuestro país y en todos aquellos que preservan íntegramente el principio de legalidad
y el amplio contenido que debe tener en general, tales ideas deben ser desechadas.
Estas tesis son peligrosas, porque admiten las excesivas delegaciones. El principio
de legalidad no puede significar que la ley se circunscriba a proporcionar "directivas
generales" de tributación, y que los elementos básicos del tributo sean delegados para
su regulación por el Poder Ejecutivo.
Conforme a nuestra realidad constitucional, en la Argentina la ley debe contener por
lo menos los elementos básicos y estructurantes del tributo, que son: a) configuración
del hecho imponible; b) la atribución del crédito tributario a un sujeto activo
determinado; c) la indicación del sujeto pasivo; d) los elementos necesarios para la
fijación del quantum, es decir, base imponible y alícuota; y e) las exenciones
neutralizadoras de los efectos del hecho imponible.
También corresponde que surja de la ley la configuración de infracciones tributarias
y la imposición de sanciones, así como el procedimiento de determinación.
Dicho ello, corresponde agregar algunas precisiones trascendentales sobre el
alcance de este principio:
- Rige para todos los tributos por igual, es decir, impuestos, tasas y contribuciones
especiales. Se formula la aclaración porque alguna vez se puso en duda que la
tasa necesitase ley previa.
- Los decretos reglamentarios dictados por el Poder Ejecutivo no pueden crear
tributos ni alterar sus aspectos estructurantes, ya que ello sería ir más allá del
espíritu de la ley y violar el principio de legalidad. Por supuesto, tampoco puede
hacerlo el órgano fiscal (AFIP, direcciones generales de rentas o de recursos,
provinciales y municipales) mediante resoluciones generales o interpretativas, las
que una vez publicadas, toman la fuerza legal de verdaderos reglamentos que
muchas veces deforman (obviamente, a favor del Fisco) el contenido sustancial
de la ley.
- Ni el Poder Ejecutivo mediante decretos, ni el órgano fiscal mediante resoluciones
generales o interpretativas, pueden delinear aspectos estructurantes del tributo,
aun cuando haya delegación legal. Ello porque la Constitución Nacional
establece de forma expresa el principio de legalidad y no contempla excepciones
a él por vía de delegación. Si la Constitución no lo autoriza, la atribución
legislativa es —en teoría— indelegable.
Sin embargo, conforme a lo dispuesto por el art. 76 de la CN puede delegar
facultades impositivas, como, por ejemplo, lo ha hecho mediante la ley
25.413, llamada de competitividad. Así ha creado el impuesto sobre los créditos y
débitos bancarios, delegando en el Poder Ejecutivo nacional la facultad de determinar
el alcance definitivo del tributo, eximir algunas actividades y disponer que constituya
un pago a cuenta del impuesto a las ganancias y al valor agregado del titular de la
cuenta o, en su caso, del régimen de monotributo. De más está decir que, vía decreto
reglamentario, el Poder Ejecutivo ha regulado el impuesto a su antojo, saliéndose
repetidamente del marco dado por la ley. Es muy discutible la legalidad de este
anómalo proceso legislativo-ejecutivo.
En la Argentina, la reforma constitucional de 1994 en su art. 99, inc. 3º, incorporó la
expresa prohibición para el Poder Ejecutivo de emitir disposiciones de carácter
legislativo "en ningún caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable". Sin embargo, y
desdibujando en parte la prohibición, el siguiente párrafo del inciso lo autoriza a dictar
decretos por razones de necesidad y urgencia, tan frecuentes en nuestra historia.
Sin volver al análisis de este instituto, debemos destacar el acierto de los
constituyentes al excluir de tal posibilidad las normas que regulan la materia tributaria,
entre otras.
Pero, hecha la ley, hecha la trampa. En una anterior administración se dictaron
decretos-leyes de contenido tributario, con el peregrino e infundado argumento de que
la prohibición constitucional solo se refiere al derecho tributario sustancial.
Quizá la más trascendente modificación constitucional en materia de reserva legal
ha sido la de prohibir en forma expresa la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo,
salvo en materias determinadas de administración o de emergencia pública, con plazo
fijado para su ejercicio y dentro de las bases que el Congreso establezca (art. 76).
Conforme a la realidad política e institucional de la Argentina, que muestra un amplio
ejercicio legisferante por parte del Poder Ejecutivo avalado en muchos casos por una
reiterada invocación al "estado de emergencia", aparece como oportuna dicha
prohibición. Pero, como acabamos de decir, bastó con la inserción de la cláusula, para
que se hiciera un uso abusivo de ella.
4.2. Límites materiales. Capacidad contributiva: acordado que el límite formal de
la potestad tributaria deriva de su concreción en preceptos legislativos (principio de
legalidad), estudiamos ahora el contenido de justicia que figura entre los límites
materiales.
4.2.1. Noción y concepto: la capacidad contributiva (ability to pay para los
anglosajones) consiste en la aptitud económica de los miembros de la comunidad para
contribuir a la cobertura de los gastos públicos.
Con mayor rigor, nos parece correcto el concepto de Sáinz de Bujanda, según el
cual la capacidad contributiva supone en el sujeto tributario la titularidad de un
patrimonio o de una renta, aptos en cantidad y en calidad para hacer frente al pago del
impuesto, una vez cubiertos los gastos vitales e ineludibles del sujeto(131).
En una línea de pensamiento semejante, García Belsunce la define como la
diferencia entre la renta bruta del contribuyente y la suma que resulta de adicionar, a
las erogaciones indispensables para su consumo, un adecuado porcentaje para su
ahorro y capitalización(132).
Se trata de un principio que goza de general consenso. Muchos están convencidos
de que los valores de justicia y equidad son razonablemente cubiertos cuando se
establece la posibilidad del pago público por los miembros de la comunidad según su
mayor o menor riqueza.
4.2.2. Antecedentes: los de mayor relevancia derivan de la Declaración Francesa
de Derechos de 1789 y la Constitución de 1791, que establecían este principio en
forma expresa. Sin embargo, su origen fue anterior, y su evolución condujo a su
consagración constitucional en la gran mayoría de los Estados de derecho(133).
4.2.3. Países que adhieren a este principio: numerosos países han incluido la
capacidad contributiva como principio de imposición en los textos constitucionales. El
art. 31.1 de la Constitución española dice: "Todos contribuirán al sostenimiento de los
gastos públicos de acuerdo con su capacidad económica mediante un sistema
tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún
caso, tendrá alcance confiscatorio". El art. 53 de la Constitución italiana preceptúa que
"todos son obligados a concurrir a los gastos en razón de su capacidad contributiva".
También lo encontramos de forma expresa consagrado en las constituciones de
Grecia, Albania, Venezuela, Ecuador, Turquía, Santo Domingo, Jordania, Bulgaria,
Marruecos, Somalía, entre otras.
Otras cartas constitucionales no son igual de explícitas, pero puede colegirse que
implícitamente adoptan el principio, ya que contienen un amplio repertorio de
limitaciones al poder tributario y de pautas para que la normativa se ajuste al postulado
de la contribución según la capacidad de pago.
4.2.4. El principio en la Argentina: en cuanto a nuestro país, si bien la
Constitución no lo menciona expresamente, pensamos que la debida interpretación de
sus cláusulas permite afirmar su inclusión implícita.
Tenemos la igualdad fiscal surgida de la fórmula la igualdad es la base del
impuesto (art. 16, in fine), aplicación específica de la igualdad general derivada del
párr. 2º del mismo artículo, que establece que todos sus habitantes son iguales ante la
ley.
A su vez, el sentido de esa "igualdad fiscal" es equivalente a capacidad
contributiva(134).
Lo cierto es que la Constitución Nacional, al referirse a los tributos, emplea una
terminología que permite interpretar que la intención de los constituyentes fue que los
tributos sean pagados equitativamente según la capacidad económica de los
ciudadanos. Vemos así que a) en el art. 4º se habla de contribuciones que, equitativa y
proporcionalmente a la población, imponga el Congreso; b) en el art. 16, in fine, se
dice que la igualdad es la base del impuesto, y c) en el art. 75, inc. 2º, al otorgarse al
Congreso la facultad excepcional de imponer contribuciones directas, se estipula que
ellas deben ser proporcionalmente iguales en todo el territorio de la Nación.
Las nociones de igualdad, equidad y proporcionalidad permiten pensar lo siguiente:
la igualdad a la que se refiere la Constitución como base del impuesto es la
contribución de todos los habitantes según su aptitud patrimonial de prestación. El
concepto se complementa con el de proporcionalidad, que no se refiere al número de
habitantes sino a la cantidad de riqueza gravada.
A su vez, estos conceptos se refuerzan axiológicamente con el de equidad, que se
opone a la arbitrariedad y que se entiende cumplido cuando la imposición es justa y
razonable.
Esto es lo que para nosotros se desprende inequívocamente del espíritu de la
Constitución, conforme al objetivo deseado por sus autores: que cada persona
contribuya a la cobertura de los gastos estatales en equitativa proporción a su aptitud
económica de pago público, es decir, a su capacidad contributiva.
La inclusión de la capacidad contributiva dentro del programa constitucional
argentino es aceptada por los constitucionalistas más encumbrados. Entre ellos Bidart
Campos, anotando un fallo de la Corte Suprema, expresa que "a igual capacidad
tributaria con respecto a la misma riqueza, el impuesto debe ser, en las mismas
circunstancias, igual para todos los contribuyentes"(135). En el mismo sentido se expide
Ekmekdjian, que al referirse a la llamada igualdad fiscal afirma: "Esto no significa la
identidad aritmética del monto del tributo para todos los contribuyentes. Por el
contrario, conforme al principio acuñado desde antiguo por la Corte Suprema de
Justicia, 'igualdad fiscal' significa que se debe dar a las personas el mismo trato en las
mismas condiciones. En otras palabras, no se puede imponer el pago de la misma
suma de dinero a personas con distinta capacidad económica, porque el tributo que
será leve para unos, resultaría excesivamente oneroso para otros"(136).
A ello solo cabe agregar que nuestro Máximo Tribunal ha admitido la plena vigencia
de este liminar principio del derecho tributario en sendos precedentes, afirmando que
todo gravamen debe reflejar una manifestación de riqueza o capacidad contributiva
("Banco Francés SA"(137), "Hermitage"(138), Fallos 312:2467, entre otros).
4.2.5. Valoración teórica de la capacidad contributiva: la capacidad contributiva
ha sido objeto de severas objeciones doctrinales y de mordaces ataques, tanto al
principio en sí mismo como a la forma en que se lo pretende aplicar prácticamente. En
términos desfavorables se expiden Becker, Giannini, Dalton, Einaudi, Pérez de Ayala,
Giuliani Fonrouge, Cocivera, Romanelli-Grimaldi, Maffezzoni, entre otros.
Los argumentos son múltiples. Según Becker, es una locución ambigua que se
presta a las más variadas interpretaciones, y una de las mejores representantes
del manicomio tributario(139). Según Giannini, es un concepto parajurídico que interesa
al economista y no al jurista. Para Dalton, la capacidad contributiva debe ser
desterrada de todo estudio medianamente serio. Según Pérez de Ayala, nadie se
atreve a negarla, pero cada cual la entiende y aplica como se le ocurre.
La andanada de críticas e ironías para la capacidad contributiva se reitera en
numerosos autores. No obstante también un elevado número de estudiosos han
tratado con seriedad el tema y lo han desarrollado de manera extensa, aceptando la
validez jurídica del principio. Entre ellos, encontramos a Neumark, quien reconoce que
no es un concepto "precisamente preciso". Sin embargo, opina que es posible definir
con bastante exactitud, al menos en una misma época y en países con instituciones o
ideales similares, ciertos criterios decisivos para conceptualizar y caracterizar el
principio(140).
El estadounidense Groves destaca que razones del más elemental sentido común
explican el consenso que logra este concepto. Así, los gobiernos constituyen una de
las empresas colectivas o comunes que están obligadas a servir a los ciudadanos
como un conjunto, a protegerlos y a aumentar el bienestar general. ¿Qué más natural
y justo que repartir las cargas de acuerdo con la capacidad de pago de cada uno?(141).
Explica Ferreiro Lapatza que los textos constitucionales actuales consagran el
principio de la "capacidad económica" (a lo que nosotros llamamos capacidad
contributiva), pero esta es una forma de entender la generalidad y la igualdad
tributarias. Es un prisma, un cristal, un punto de vista sobre lo que en realidad debe
entenderse por igualdad y generalidad. Un modo de aplicación que se halla hoy
universalmente consagrado. No cabe sino admitir, porque no debe hacerse pagar a
quien no puede, lo que es tan injusto como hacer pagar lo mismo al titular de una gran
fortuna y al más humilde de los ciudadanos(142).
En la misma tónica, el tribunal constitucional español tiene dicho: "Basta que dicha
capacidad económica exista, como riqueza o renta potencial o actual, en la
generalidad de los supuestos contemplados por el legislador al crear el impuesto, para
que el principio constitucional quede a salvo"(143).
Señala Sáinz de Bujanda que la capacidad contributiva ha dejado de ser una idea
de justicia que vive extramuros del ordenamiento positivo, para convertirse en un
principio jurídico que aparece constitucionalizado y, por tanto, positivizado cuando está
incorporado a un precepto constitucional. En tal supuesto, no es posible negar
relevancia jurídica a la idea de capacidad contributiva, como hacen con notorio error
las tesis que proclaman la naturaleza económica del concepto. Esas doctrinas
confunden la eficacia operativa de la capacidad contributiva que tropieza con
dificultades para su desenvolvimiento, con su relevancia jurídica, que evidentemente
existe al incorporarse a preceptos del ordenamiento positivo(144).
Se expiden a favor del principio Valdés Costa, Vanoni, Jarach, Micheli, Giardina,
Lasarte, Moschetti y Cortés Domínguez, entre otros muchos. Por nuestra parte,
coincidimos con esta segunda posición.
4.2.6. Implicancias: la capacidad contributiva tiene cuatro implicancias
trascendentales:
- Requiere que todos los titulares de medios aptos para hacer frente al tributo
contribuyan, salvo aquellos que por no contar con un nivel económico mínimo
quedan al margen de la imposición.
- El sistema tributario debe estructurarse de tal manera que quienes ostentan mayor
capacidad económica tengan una participación más alta en las rentas tributarias
del Estado.
- No pueden seleccionarse como hechos imponibles o bases imponibles,
circunstancias o situaciones que no sean abstractamente idóneas para reflejar
capacidad contributiva.
- En ningún caso el tributo o conjunto de tributos que recaiga sobre un contribuyente
puede exceder su razonable capacidad contributiva, ya que de lo contrario se
atenta contra la propiedad, confiscándola ilegalmente.
4.2.7. La capacidad contributiva como base de las garantías materiales de la
constitución: ello es así por cuanto: la generalidad exige la no exención (salvo
motivos razonables) de quienes tengan capacidad contributiva; la igualdad supone que
no se hagan arbitrarios distingos, sino los que sean fundados en la capacidad
contributiva (salvo fines extrafiscales); la proporcionalidad garantiza contra
progresividades cuantitativas que no se adecuen a la capacidad contributiva graduada
según la magnitud del sacrificio que significa la privación de una parte de la riqueza;
la confiscatoriedad se produce ante aportes tributarios que exceden la razonable
posibilidad de colaborar al gasto público; la equidad y la razonabilidad desean la
justicia en la imposición y tal concepto está expresado por la idea de que cada cual
responda según su aptitud de pago.
I. Consideraciones generales
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. NOCIÓN: el derecho procesal tributario es el conjunto de normas que regulan la
actividad jurisdiccional cuyo objeto es dirimir las diversas clases de controversias que
se relacionan con la materia tributaria.
El tratamiento de todas las normas procesales vinculadas a la tributación resulta
imposible o al menos excesivo a los fines de este curso. Piénsese que dentro de los
tributos se hallan los impuestos, las tasas, las contribuciones especiales y recursos de
la seguridad social. Deberíamos también referirnos a las normas procesales
aduaneras y a los preceptos provinciales y municipales, todos utilizando reglas
propias. A ello agreguemos la existencia de una cantidad de normas de esa índole en
otras materias que tienen que ver con lo tributario, siendo las más relevantes las
disposiciones procesales administrativas, civiles y penales.
Limitaremos entonces nuestro campo de estudio a las normas procesales de mayor
relevancia en lo que hace a las contiendas referidas a la aplicación de los tributos
nacionales regulados por la ley 11.683. Ello no es poco, si se tiene en cuenta que las
controversias que surgen entre el Fisco y los particulares son múltiples y variadas, ya
sea con relación a la existencia misma de la obligación tributaria sustancial, a
la forma en que el Fisco desea efectivizarla, a la validez constitucional de los
preceptos normativos que rigen tal obligación, a los pasos que debe seguir
para ejecutar forzadamente su crédito, a las infracciones que atribuye y a
las sanciones que en su consecuencia aplica, por nombrar algunas.
Digamos, entonces, para iniciar el estudio de este tema, que, entre las limitaciones
al ejercicio de la potestad tributaria, hay una esencial que tiene que ver con el modo de
su realización. En efecto, para que los derechos y garantías conferidos a los
ciudadanos se efectivicen es necesario reglamentar el procedimiento al que las
contiendas deben someterse.
2. UBICACIÓN CIENTÍFICA: no hay acuerdo en la doctrina sobre cuál es la ubicación
científico-jurídica que debe asignarse al derecho procesal tributario.
a) Pertenencia al derecho procesal: algunos autores han sostenido que el derecho
tributario procesal pertenece al derecho procesal; sin embargo, la naturaleza de las
controversias vinculadas al tributo exige que el proceso tributario tenga peculiaridades
propias.
Entiende Jarach que en el proceso tributario las relaciones procesales, los derechos
y obligaciones, la conducta de cada una de las partes y las atribuciones del juez deben
adecuarse no solo a los principios generales del derecho procesal, sino también a las
particularidades de la litis en materia tributaria. Por consiguiente —agrega Jarach—, el
proceso tributario se caracteriza en general como un sistema que atribuye amplias
atribuciones del juez para llegar a determinar las reales situaciones sustantivas, esto
es, las obligaciones tributarias y las pretensiones correspondientes del Fisco, aun más
allá de las alegaciones y probanzas de las partes(262). Coinciden con esta postura
Martín y Rodríguez Usé(263) y Valdés Costa(264).
b) Subdivisión del derecho tributario: en esta posición opuesta se ubica García
Vizcaíno, que explica que la especificidad regulatoria de las normas procesales
tributarias, debidas a la singularidad de la materia, confiere caracteres propios al
proceso tributario, negando, por ende, su encuadre en el derecho procesal general(265).
c) Pertenencia al derecho tributario: en cuanto a Giuliani Fonrouge, atento a su
concepción de la materia tributaria como un todo orgánico e indivisible que no admite
segregaciones, no acepta la idea de una autonomía del derecho procesal tributario ni
su pertenencia al derecho procesal, y lo ubica dentro del derecho tributario(266).
d) Nuestra opinión: respetando las opiniones adversas, pensamos que el derecho
procesal tributario es derecho procesal. La añadidura de "tributario" encierra
únicamente un deseo de identificación: se pretende explicar que se abordan tan solo
las cuestiones procesales originadas en el tributo. En consecuencia, las normas que
prescriben el procedimiento que deben seguir los organismos jurisdiccionales para
hacer cumplir los deberes jurídicos y para imponer las sanciones son procesales,
aunque —tal como sucede en las demás ramas del derecho procesal— adquieren
características peculiares en razón del carácter jurídico-tributario de los asuntos
sustanciales o formales discutidos en el proceso. Tales características justifican, a
nuestro modo de ver, la existencia didáctica de un derecho procesal tributario,
estudiado en forma separada para examinar específicamente sus órganos,
instituciones y procedimientos.
3. CONFLICTO DE INTERESES: hay conflictos de intereses cuando la solución
favorable a la satisfacción de una necesidad excluye la solución favorable a la
satisfacción de otra necesidad distinta.
El problema reside en que cuando las personas tienen sus intereses "en pugna",
surge el peligro de la solución violenta, que no es deseable en una colectividad que
pretenda someterse al orden jurídico.
No obstante, no siempre el conflicto de intereses requiere del remedio jurisdiccional.
Puede ocurrir que, ante cierta pretensión, el titular de dicho interés opuesto se decida
a su subordinación, lo que bastará para lograr la solución del conflicto (que quedará,
desde luego, suprimido).
Pero con frecuencia ello no sucede así, por lo que a la pretensión del titular de uno
de los intereses se opone la resistencia del titular del interés contrapuesto. El conflicto
de intereses se transforma en "litigio", entendido como "el conflicto de intereses
calificado por la pretensión de uno de los interesados y por la resistencia del otro"(267).
Dentro de nuestro campo de estudio existen, en forma inevitable, pugnas de
intereses para cuya solución el Estado interviene ejerciendo su potestad jurisdiccional.
Para generalizar, podríamos afirmar que en nuestra materia, tales conflictos se
suscitan ante: la ejecución del crédito tributario y de las sanciones pecuniarias; la
impugnación por los sujetos pasivos tributarios de las resoluciones administrativas que
determinan sus tributos; la impugnación por los presuntos infractores de las
resoluciones administrativas que les imponen sanciones; y las reclamaciones de
repetición por tributos y/o sanciones que el presunto sujeto pasivo ha creído haber
pagado indebidamente.
Ante estos supuestos nacerá una nueva relación jurídica: la relación jurídica
procesal tributaria.
Es importante diferenciar la relación jurídica tributaria principal de la relación
jurídica procesal tributaria. En la primera hay voluntades con intereses opuestos (el
interés del Fisco pretensor, por un lado, y el interés de quien debe satisfacer la
pretensión, por el otro); pero esos intereses —aun siendo contrapuestos— no están
necesariamente en pugna, ya que el sujeto pasivo puede pagar de manera voluntaria
el tributo que el Fisco pretende de él. En cambio, en la relación jurídica procesal
tributaria las voluntades entran en conflicto.
Resolución determinativa — Recurso al TFiscal — Resolución adversa — Recurso de revisión y apelación limitada (sin
efecto suspensivo — posibilidad de ejecución)
I. Consideraciones generales
I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. NOCIÓN: no todos los integrantes de una comunidad cumplen de manera
constante y espontánea las obligaciones sustanciales y formales que les imponen las
normas tributarias. Ello obliga al Estado a prever ese incumplimiento, lo cual implica
configurar en forma específica las distintas transgresiones que pueden cometerse y
determinar las sanciones que corresponden en cada caso.
La regulación jurídica de todo lo atinente a la infracción y a la sanción tributaria
corresponde al derecho penal tributario(312).
La doctrina moderna coincide en señalar que la transgresión fiscal es un ataque al
normal desenvolvimiento de la acción estatal, que obliga a no permanecer indiferentes
ante el mismo. Modernamente, se presta especial atención a todo lo relativo a las
violaciones de la ley tributaria y, por consiguiente, al derecho penal tributario que las
estudia. Se presenta un problema doctrinal, sin embargo, con respecto a la ubicación
del derecho penal tributario dentro del campo de las ciencias jurídicas, y al respecto
han surgido diversas teorías.
2. TEORÍAS SOBRE SU UBICACIÓN CIENTÍFICA: algunos teóricos sostienen que el
derecho penal tributario es simplemente un capítulo del derecho tributario. Afirma
Giuliani Fonrouge que concibe el derecho tributario como un todo orgánico con
aspectos diversos, pero interconectados y no separados, y estima que las infracciones
y sanciones pertenecen a una misma categoría jurídica ilícita-fiscal. En consecuencia,
todo lo relativo a infracciones y sanciones no deriva sino del propio poder tributario
estatal(313). Sostiene que no obstante el carácter punitivo de las sanciones fiscales y su
vinculación con los principios generales del derecho criminal, su singularidad no
permite aplicarle las disposiciones del Cód. Penal, salvo cuando la ley tributaria remite
expresamente a sus normas.
Otra tendencia doctrinal (posición penalista) piensa que el derecho penal tributario
es parte integrante del derecho penal común. Afirma Sáinz de Bujanda que existe
identidad sustancial entre la infracción criminal y la infracción tributaria. La única
diferencia entre las infracciones contenidas en el Cód. Penal y las contenidas en las
otras leyes es de tipo formal, ya que no hay una línea divisoria sustancial entre una y
otra. Concluye este autor sosteniendo: "Sentada la idea de unidad del derecho penal
hay que reconocer que el derecho penal tributario no es sino una parte del derecho
penal"(314).
La conclusión lógica que puede extraerse de las teorías penalistas es que el Cód.
Penal es de obligatoria vigencia para todo lo relativo a la infracción tributaria y su
sanción, a menos que una norma expresa derogue su aplicación.
Una tercera posición en la materia estima que el derecho penal tributario se halla en
el campo del derecho penal contravencional, y no en el del derecho penal común.
Sostiene esta teoría que existe un derecho penal general que regula jurídicamente
el poder represivo de la sociedad en forma integral, o sea, la potestad pública de
castigar y aplicar medidas de seguridad a los autores de infracciones punibles.
Ese derecho penal general, sin embargo, admite una clara división según la
naturaleza jurídica particular de las infracciones contenidas. Así, la rama del derecho
penal general que regula la punibilidad de las infracciones que atacan directa e
inmediatamente la seguridad de los derechos naturales y sociales de los individuos
constituye el derecho penal común. En cambio, la rama que regula la punibilidad de
las infracciones al orden de la actividad administrativa tendiente al logro del bienestar
social, constituye el derecho penal contravencional o administrativo.
Las consecuencias en la relación con el Cód. Penal es que se pueden utilizar las
fórmulas del Cód. Penal, siempre y cuando exista congruencia entre ellas y la esencia
de la contravención fiscal.
3. PROBLEMAS DE LAS NUEVAS RAMAS DEL DERECHO: es necesario reflexionar acerca
de las razones ocultas que subyacen detrás de las numerosas discusiones doctrinales
sobre pertenencias y autonomías de las distintas ramas del derecho.
El problema surge en todos los casos de creación de derechos jóvenes que se van
desprendiendo de sus derechos troncales. Cuando aparecen nuevas ramas del
derecho, se presentan dos interrogantes. El primero es: ¿se pueden alterar
legislativamente las fórmulas clásicas de la legislación troncal? En nuestro caso,
¿puede modificar el derecho penal tributario las reglas del Cód. Penal? Y la siguiente
cuestión: cuando el legislador de la rama nueva toma una fórmula de la rama troncal y
no le introduce ninguna acepción distinta, ¿rige obligatoriamente el significado que le
asigna la rama troncal? Esos son los principales problemas que trae esta situación,
muchas veces confusa, con respecto a las relaciones entre las distintas ramas del
derecho.
Con relación al primer problema, se discutió mucho sobre si la rama nueva puede
alterar fórmulas, o si, incluso, puede tomar las fórmulas de la vieja rama y dar
significados diferentes. Hay quienes han negado esta posibilidad, sosteniendo que no
puede ser deformado el derecho; pero, en general, ha primado la teoría de que esto es
factible, con las limitaciones constitucionales y de jerarquía de normas.
Compartimos estas últimas teorías, aun cuando pensamos que tal tarea requiere de
suma prudencia para no producir deformaciones que pueden dar lugar a dudas y
perplejidades.
En el derecho penal tributario, concebido de manera integral, existen alteraciones
con relación a las clásicas fórmulas penales. Así, por ejemplo, con respecto a la forma
en como se conciben la tentativa y la reincidencia. El Cód. Penal adopta la
reincidencia genérica y, sin embargo, el derecho penal tributario muchas veces toma la
reincidencia específica; más notorio todavía es el ejemplo de la personalidad de la
pena del derecho penal, de donde el derecho penal tributario se aparta con
regulaciones como la atribución de responsabilidad por el hecho de terceros, sean los
subordinados, o sean los dependientes. Encontramos también otro apartamiento con
respecto a la responsabilidad de las personas jurídicas.
Estas modificaciones son lícitas y aceptables, y no pueden discutirse porque se
hacen para que las nuevas fórmulas tengan el sentido de protección que se desea.
El mayor problema surge cuando se toman los conceptos e instituciones de la rama
troncal, sin darles un contenido particularizado.
En nuestro caso el derecho penal tributario habla de culpa, de dolo, de fraude; toma
cualquiera de esas nociones y no les asigna un contenido particularizado. Entonces,
¿cómo se definen? Acá también hay polémicas, y dos posiciones que están dentro de
lo que ya mencionamos como teorías; recuérdese que, según los administrativistas, el
Cód. Penal era aplicable siempre que existiese congruencia con la esencia
contravencional de la infracción tributaria, mientras que los penalistas sostenían que la
solución penal era siempre aplicable, por ser un fondo común solo excluible por
disposición contraria.
Para decidir esto debemos volver al concepto originario del derecho único. El
derecho es un orden coactivo que regula la conducta recíproca deseada por la
sociedad en un momento dado y que contiene sanciones para quienes transgreden las
normas.
Este orden jurídico debe funcionar siempre como una unidad sin contradicciones, y
tal unidad se resiente cuando introducimos conceptos vagos, como "espíritu",
"congruencia", "naturaleza y fines", "esencia", etc., conceptos que no tienen un
contenido preciso, al menos dentro del ámbito punitivo.
Llegamos a la conclusión de que cuando la ley (en este caso la ley penal tributaria)
emplea conceptos e instituciones del derecho penal común y no les da un contenido
particularizado, debe interpretarse que este es el definido por el Cód. Penal, por su
doctrina y por su jurisprudencia, tal como es ese concepto o esa institución en el
derecho troncal; así, si hablamos de dolo, de culpa, de fraude, de insolvencia, de error
excusable, y no se producen alteraciones normativas por la ley tributaria, debe regir el
Cód. Penal, o sea, el derecho penal común; y si la solución no es congruente,
tendremos que modificarla legislativamente.
Por tal razón, y en cuanto a las consecuencias prácticas, coincidimos con las
teorías penalistas, y creemos que el derecho penal tributario, al pertenecer al derecho
penal general, no tiene independencia funcional con respecto al derecho penal común,
cuyos preceptos regula el Cód. Penal, por lo cual deben ser aplicadas las reglas de
dicho cuerpo legal sin necesidad de que la ley tributaria expresamente remita a sus
normas.
No obstante, si mediante su normatividad la ley tributaria regula una cuestión penal
en forma diferente de la del derecho penal común, esto significará el desplazamiento
de dicha norma de derecho penal común, que se tornará inaplicable sin necesidad de
normas expresas de derogación del Cód. Penal. En tal sentido es de plena aplicación
el art. 4º de dicho cuerpo legal. Sin embargo, este desplazamiento no puede
producirse en cuanto al derecho tributario provincial y municipal, dado que sus normas
son de inferior categoría a las nacionales (art. 31, CN), por lo cual y conforme al
principio de unidad de legislación (art. 75, inc. 12, CN), no puede contener
regulaciones de carácter general que contraríen disposiciones del Cód. Penal.
4. NATURALEZA JURÍDICA DE LA INFRACCIÓN FISCAL (DELITO O CONTRAVENCIÓN): la
infracción tributaria es la violación a las normas jurídicas que establecen las
obligaciones tributarias sustanciales y formales. La naturaleza jurídica de la infracción
tributaria ha sido motivo de discusión doctrinal, y de allí la falta de acuerdo sobre la
ubicación científica del derecho penal tributario, que hemos contemplado en el punto
precedente.
a) Una posición sostiene que la infracción tributaria no se diferencia
ontológicamente del delito penal común, por lo que existe identidad sustancial entre
ambos. Sostienen esta posición Sáinz de Bujanda(315), Hensel(316), Jarach(317) y otros
destacados tributaristas. Entre los penalistas puede ubicarse en esta posición a
aquellos que no admiten diferencias esenciales entre delito y contravención, tales
como Soler, Jiménez de Asúa y Aftalión.
b) La posición antagónica estima que la infracción tributaria se distingue
ontológicamente del delito penal común, dado que, por un lado, tal diferencia
sustancial existe entre delito y contravención y, por otro, la infracción tributaria es
contravencional y no delictual. Se hallan en esta posición, entre otros, Andreozzi,
Bielsa, Lubarry, Goldschmidt, Álvarez Gendín y los penalistas que aceptan diferencias
sustanciales entre delito y contravención, como Núñez y Manzini.
Por nuestra parte, hemos sustentado la segunda posición, sosteniendo que no solo
hay diferencias cuantitativas, sino cualitativas o esenciales entre delitos y
contravenciones(318).
El delito es la infracción que ataca directamente la seguridad de los derechos
naturales y sociales de los individuos, correspondiendo su estudio al derecho penal
común.
La contravención es una falta de colaboración, una omisión de ayuda, en cuyo
campo los derechos del individuo están en juego de manera mediata. El objeto que se
protege contravencionalmente no está representado por los individuos ni por sus
derechos naturales o sociales en sí, sino por la acción estatal en todo el campo de la
Administración Pública.
En otras palabras, diremos que será delito toda agresión directa e inmediata a un
derecho ajeno, mientras que, en cambio, habrá contravención cuando se perturbe,
mediante la omisión de la ayuda requerida, la actividad que desarrolla el Estado para
materializar esos derechos.
Es un error distinguir delito de contravención por el elemento intencional,
sosteniendo que delitos son los cometidos con dolo o intencionalidad, mientras que las
contravenciones son cometidas con culpa o negligencia. Esto es inaceptable, dado
que es innegable la existencia de contravenciones dolosas y de delitos culposos.
Otra posición que consideramos errónea consiste en diferenciar delito de
contravención exclusivamente por la pena, ya sea en cuanto a su cantidad o calidad.
Esto no puede aceptarse científicamente, ya que la sanción no pertenece a la esencia
del hecho, sino que es algo externo a él, de lo cual se deduce que pueden existir
contravenciones castigadas con penas privativas de la libertad y, por otra parte, delitos
sancionados con leves multas, sin que ello pueda alterar la esencia delictual o
contravencional de las infracciones. Un típico ejemplo de esto es la infracción por
incumplimiento de los deberes formales (art. 39, ley 11.683), que es inequívocamente
contravencional y que en un tiempo estuvo reprimida con arresto de hasta treinta días,
sanción indudablemente penal.
Por último, tampoco cabe admitir que pueda diferenciarse el delito de la
contravención por el grado de gravedad o peligro del acto cometido, por cuanto este
criterio poco científico conduce a confundir especies sustancialmente diversas y
enturbia la cuestión por el manifiesto desorden y confusión que lleva aparejado(319).
Concretamente, y refiriéndonos a la infracción tributaria, estimamos que no es en sí
misma un acto que ataque directa e inmediatamente los derechos de los gobernados.
Si un Estado no necesitase recursos fiscales para lograr su cometido, ninguna norma
ética obligaría a pagar tributos. Pero si el Estado necesita de esos fondos para cumplir
sus fines, con esa falta de pago se está omitiendo prestar una ayuda justificadamente
requerida y se está incurriendo en una ilicitud contravencional al obstruirse la función
financiera estatal.
Los ciudadanos tienen un interés jurídico mediato en que el gobierno cuente con
recursos suficientes para defender y hacer realidad los derechos individuales y
sociales sobre los cuales los ciudadanos tienen interés jurídico inmediato. Por ejemplo,
un ataque directo e inmediato a la salud pública consiste en el envenenamiento de
aguas reprimido por el Cód. Penal como delito, mientras que la salud pública sería
indirectamente atacada si mediante el no pago de los tributos correspondientes no se
permite que el Estado instale los hospitales necesarios para atender
convenientemente la salud general de la población. En conclusión, pensamos que las
infracciones tributarias, en cuanto obstrucciones ilícitas a la formación de las rentas
públicas, tienen carácter contravencional y no delictual.
La Corte Suprema de la Nación, aunque por razones diferentes de las nuestras,
acepta esta posición al sostener que la defraudación fiscal de la ley 11.683 tiene
naturaleza de contravención, y no de delito(320). Se han hecho interesantes aportes
doctrinales en favor de esta postura(321).
5. EL DERECHO PENAL TRIBUTARIO ANTE LAS LEYES 23.771 Y 24.769: mediante ley
23.771, cuya entrada en vigencia se produjo el 8 de marzo de 1990, y que fue
sustituida por la ley 24.769 (promulgada de hecho el 13 de enero de 1997), se
introdujo una fundamental variante dentro del derecho penal tributario en nuestro país.
Ambas leyes fueron dictadas por el Congreso de la Nación, en ejercicio de la
atribución conferida por el entonces art. 67, inc. 11, actual art. 75, inc. 12, de la CN
reformada en 1994.
Constituyen leyes penales especiales complementarias del Cód. Penal, pues
transformaron diversas infracciones fiscales en delitos dolosos reprimidos con pena de
prisión.
Esto significa que, sin perjuicio de la solidez conceptual que puede tener la
distinción entre delitos y contravenciones por su esencia, que hemos resumido en el
punto anterior, lo cierto es que desde el punto de vista del derecho positivo argentino
la cuestión ha quedado planteada en los siguientes términos:
a) Por un lado, tenemos los delitos fiscales, que son las distintas figuras
contempladas actualmente en el Régimen Penal Tributario de la ley
27.430 (ordenamiento que ha derogado la ley 24.769).
b) Por otro lado nos encontramos con las contravenciones fiscales, que son las que
han quedado subsistentes en el régimen general tributario nacional regulado por ley
11.683 (t.o. 1998 y modifs.) y en los ordenamientos fiscales provinciales y municipales.
Ante esto, el derecho penal tributario debe ser considerado desde una óptica
diferente.
Para la postura que ahora proponemos, todo ilícito tributario (delictual o
contravencional) entra dentro de un derecho penal tributario de más amplia
concepción, que es básicamente penal pero que tiene de tributario el hecho de que los
ilícitos están referidos a tributos. Así sucede, por ejemplo, con el derecho procesal
tributario, que es derecho procesal, y en el cual la añadidura de tributario encierra
únicamente un deseo de identificación.
Tendremos entonces un derecho penal tributario en sentido lato, que abarcará el
derecho penal tributario delictual, contenido en el Título IX de la ley
27.430 (derogatoria de la Ley 24.769), y el derecho penal tributario contravencional,
regulado fundamentalmente por la ley 11.683 y los ordenamientos provinciales y
municipales.
Claro está que esta distinción pierde nitidez cuando en ciertos casos nos
encontramos con las mismas conductas, que son tomadas a la vez como delitos y
contravenciones (p. ej., la defraudación fiscal genérica contravencional contenida en
el art. 46 de la ley 11.683 y la evasión simple reprimida por el art. 1º del Régimen
Penal Tributario de la ley 27.430 —art. 279—).
Pero el distingo pierde importancia porque, en definitiva, el Cód. Penal opera como
fondo común de legislación para ambos casos. Es decir, se trate de delitos de la ley
27.430 o de contravenciones de la ley 11.683, estaremos ante los mismos preceptos y
soluciones, que son los contenidos en la parte general del Cód. Penal.
Se debe aclarar, no obstante, que en materia de contravenciones castigadas con
penas pecuniarias pueden producirse alteraciones legislativas de mayor relevancia
con relación al régimen del Cód. Penal (p. ej., las presunciones de fraude del art. 47 de
la ley 11.683).
También puede suceder que en materia de delitos castigados con prisión se decida
alguna alteración con respecto a fórmulas del Cód. Penal (p. ej., la reincidencia
específica que, en su momento, incluyó la hoy derogada ley 23.771).
Pero estas alteraciones en materia delictual no pueden prescindir de los principios
fundamentales del derecho penal general, por lo que no podremos hablar de
presunción de fraude, de responsabilidad objetiva o de responsabilidad por el hecho
de otro.
En conclusión, el problema se debe centrar en dos aspectos:
a) La vigencia de las instituciones del derecho penal común contenidas en el Cód.
Penal, que deben ser aplicadas tanto en el derecho penal tributario delictual como
contravencional.
b) El hecho de que puede haber alteraciones legislativas, con las limitaciones
mencionadas, con la aclaración de que si se utilizan los conceptos penales sin
significación particularizada deben ser interpretados tal cual lo son en su rama de
origen, o sea, el derecho penal común.
I. Introducción
CAPÍTULO XV - DERECHO INTERNACIONAL TRIBUTARIO
I. INTRODUCCIÓN
I. GENERALIDADES
1. INTRODUCCIÓN: es inevitable que cierta decepción nos invada cuando, de un
esquema normativo ya elaborado como es el de la parte general de esta materia,
pasamos a la cambiante e inestable parte especial.
Así, en tanto en aquella pueden crearse doctrinas o construcciones diversas
medianamente confiables, en la parte especial predomina el análisis exegético de los
institutos ya dados por el legislador. Podrá el teórico reordenar o clasificar los tributos
por razones de comodidad expositiva, pero no le está permitido despegarse de los
criterios suministrados por las normas concretas que gobiernan los gravámenes en
particular.
El examen del conglomerado de tributos nacionales, provinciales y municipales de
Argentina, implica ingresar en un orden valorativo dentro del cual el legislador otorga
preponderancia a los objetivos de política fiscal que pretenda a partir de ellos alcanzar.
El expositor jurídico puede (y debe) interpretar las normas, pero con pocas
posibilidades de creatividad doctrinal en cuanto a su idoneidad para obtener los fines
perseguidos, pues tal evaluación de eficacia corresponde a la economía financiera.
No obstante, el derecho tributario, auxiliado por su vinculación con la ciencia de las
finanzas públicas, brinda algo similar a una introducción teórica a la parte especial,
mediante los estudios sobre el sistema tributario.
2. VINCULACIONES ENTRE LA PARTE GENERAL Y LA ESPECIAL: la base a tomar en
cuenta es la misma que la del derecho penal y otras ramas afines.
Las normas que configuran el tributo como instituto jurídico unitario son examinadas
por la parte general, y las normas que regulan cada tributo en particular integran el
objeto de análisis de la parte especial.
Ambas fracciones se entrelazan continuamente: la parte general produce sus
regulaciones refiriéndose no a un especial gravamen, sino al tributo tomado en forma
singular, pero actuando como molde al que idealmente deberían responder los tributos
en particular. Ello obliga a los estudiosos de la parte general a construir su arquetipo
teniendo constantemente en la mira a todos y cada uno de los tributos integrantes del
régimen en estudio.
Por otro lado, el investigador de la parte especial se ve obligado a aplicar
constantemente las instituciones que fueron construidas por la parte general para ser
utilizadas en cada uno de ellos (p. ej., el hecho imponible, la base de imposición, los
sujetos pasivos) y también las reglas atinentes a su liquidación y fiscalización.
3. NOCIÓN: el sistema tributario es el conjunto de tributos —tomado como un todo—
que establece un país en una determinada época.
Los teóricos de la materia coinciden en que se trata de un antecedente
indispensable para luego analizar los tributos en particular. Si bien la denominación de
"sistema" no es unánimemente aceptada por la doctrina, en la mayoría de los países
occidentales el nombre está generalizado y por eso lo adoptamos.
La importancia de esta investigación ya fue puesta de manifiesto por Dalton, para
quien el sistema tributario debe ser enjuiciado en su conjunto, ya que ciertos efectos
que produzcan los impuestos, particularmente considerados, pueden corregirse y
equilibrarse entre sí.
4. LIMITACIÓN ESPACIAL: el sistema tributario debe estudiarse en relación con un
país concreto. Pueden existir sistemas tributarios semejantes en varios países, pero
siempre existirán peculiaridades nacionales. Cada conjunto de tributos es el resultado
de las instituciones jurídicas y políticas de un país, de su estructura social, de la
magnitud de sus recursos, de la forma de distribución de ingresos, de su sistema
económico, etcétera.
Pueden hacerse estudios comparativos, pero evitando generalizaciones peligrosas.
Con mucha razón, Balceiro dice que el sistema tributario está integrado con los
variados impuestos que cada país adopta según su género de producción, su
naturaleza geográfica, su forma política, sus necesidades, sus tradiciones. No es
posible establecer científicamente un sistema tributario modelo o ideal para todos los
países ni para cualquiera de ellos, prescindir del pasado o despreciar los factores
políticos, morales, psicológicos e incluso religiosos(417). Por su parte, Reig sostiene que
los sentimientos colectivos sobre equidad se desarrollan en distinta medida según los
caracteres, la sociología y el grado de madurez de los pueblos(418).
5. LIMITACIÓN TEMPORAL: asimismo, el estudio de un sistema tributario debe
encontrarse circunscripto a una determinada época. La evolución social y económica
general necesita la adecuación de las normas legales. Se dice, con razón, que el
derecho debe seguir a la vida, ya que de lo contrario se convierte en algo vacío y
carente de significado humano. En alto grado, las normas tributarias se distinguen por
su multiplicidad, variabilidad e inestabilidad, por lo que es necesario dar a los estudios
relativos al sistema tributario un contenido temporal concreto.
6. IMPORTANCIA COMO ORDENAMIENTO LEGAL VIGENTE: según el principio de legalidad
que rige en los Estados de derecho, el tributo solo surge de la ley, desprendiéndose de
ello que en esos países el sistema tributario vendrá dado por un ordenamiento legal
vigente. De ahí la importancia que tiene el estudio del sistema tributario en relación
con la ciencia jurídica que investiga los tributos.
Para estudiar el derecho tributario, y específicamente su parte especial, es
necesario conocer los lineamientos generales del sistema tributario, y examinar cuáles
son los problemas que derivan de la tributación considerada como un todo.
7. RÉGIMEN Y SISTEMA TRIBUTARIO: sostiene Schmölders que la totalidad de los
impuestos vigentes en un país no es siempre, a la vez, un conjunto o sistema
razonable y eficaz. Wagner sostenía que la expresión "sistema tributario" era muy
inadecuada para el "caos de tributos" existente en la realidad.
De ahí que cuando se van adicionando tributos o medidas tributarias (p. ej.,
moratorias) en forma inorgánica, con efectos que se repelen o neutralizan entre sí y
con el solo propósito de lograr urgentemente más fondos, se está en presencia de un
régimen tributario y no de un sistema tributario(419).
Agrega Schmölders que el concepto de sistema tributario indica más bien cierta
armonía de los diversos impuestos entre sí y con los objetivos de la imposición fiscal o
extrafiscal(420).
Advierte Sáinz de Bujanda que pocas veces los tributos ofrecen entre sí ese
engarce lógico a que se refiere Schmölders, y apenas es posible conciliar en la
práctica los objetivos, muchas veces discrepantes, que se persiguen con los distintos
impuestos(421).
Debe aceptarse que el concepto de sistema tributario aparece como meta o como
aspiración, más que como explicación de algo existente.
8. SISTEMAS TRIBUTARIOS RACIONALES E HISTÓRICOS: distingue Schmölders dos tipos
de sistema tributario. Afirma que es racional cuando el legislador es quien crea
deliberadamente la armonía entre los objetivos perseguidos y los medios empleados.
Es, al contrario, histórico cuando tal armonía se produce sola, por espontaneidad de la
evolución histórica.
Pensamos que siempre los sistemas tributarios son el resultado de procesos
evolutivos históricos, y que cuando el teórico actúa armonizando la estructura tributaria
no hace otra cosa que recibir instituciones tributarias tales como se presentan en ese
momento, e intentar darles la máxima racionalidad posible.
No puede hacerse, entonces, una clara distinción entre sistemas tributarios
racionales e históricos, sino, a lo sumo, observar si en determinada estructura
tributaria predomina la racionalidad intencionalmente buscada mediante la
combinación de las exacciones, con arreglo a un plan lógico (sistema tributario
racional), o si nos hallamos ante un repertorio de tributos que han ido surgiendo de las
necesidades pecuniarias estatales, y donde la acción del teórico no ha logrado que
ese conjunto pueda ser considerado racional (sistema tributario histórico o un régimen
tributario).
9. PROBLEMAS Y PRINCIPIOS DE UN SISTEMA TRIBUTARIO: la imposición crea diversos
problemas cuya solución corresponde a quienes elaboran los lineamientos generales
del sistema tributario. Es necesario encarar tales problemas desde los diversos puntos
de vista en que pueden presentarse, y dilucidar cuáles son los principios
fundamentales a que debe idealmente ajustarse un sistema tributario.
A esta altura del desarrollo de las finanzas públicas y del derecho tributario, es
necesario precisar algunos recaudos de lo que podría considerarse un sistema
tributario ideal:
9.1. Justicia y equidad: el conjunto de tributos debería ser justo y equitativo, tanto
desde el punto de vista horizontal, tratando igual a los iguales, como desde la
perspectiva vertical, discriminando a los que más tienen en beneficio de los
desfavorecidos.
9.2. Estabilidad: es necesario que el sistema tributario sea estable, procurando que
sus elementos puedan mantenerse a lo largo del tiempo a pesar de las alteraciones en
la ordenación de los objetivos sociales, por ejemplo, por la existencia de cambios de
gobierno.
9.3. Neutralidad: el sistema de tributos, analizado en su conjunto, debe ser neutral
desde un punto de vista económico, de tal manera que no debe dañar sino promover
la eficacia de la economía y su crecimiento, introduciendo en sus mecanismos las
menores deformaciones posibles. Los tributos carentes de neutralidad son
denominados distorsivos. Ello no debe impedir, sin embargo, que los tributos puedan
ser utilizados como instrumentos de política económica y coyuntural.
9.4. Suficiencia: implica que con su rendimiento se deberían poder solventar las
funciones y servicios públicos necesarios para cubrir el mínimo de necesidades
públicas que la población requiere del Estado.
9.5. Elasticidad: significa la posibilidad de obtener mayores recursos en caso de
que crezcan las dificultades o necesidades sin que sea forzoso crear nuevos
gravámenes.
9.6. Simplicidad: los tributos deben ser comprensibles y sencillos de aplicar, tanto
por parte de la Administración como de los contribuyentes.
9.7. Certeza: el anterior recaudo solamente se logra si el sistema está compuesto
por normas precisas y claras, lo cual requiere que dichos dispositivos sean
instrumentados mediante el empleo de una correcta técnica jurídica. Son altamente
perniciosas las contradicciones, reenvíos e incoherencias con el resto del
ordenamiento.
Más de $ A$
0 20.000 0 5 0
Con el dictado de la ley 27.346, a partir del año fiscal 2018, inclusive, los montos
previstos se ajustarán anualmente por el coeficiente que surja de la variación anual de
la Remuneración Imponible Promedio de los Trabajadores Estables (RIPTE),
correspondiente al mes de octubre del año anterior al del ajuste respecto al mismo
mes del año anterior. Además, cuando la determinación del ingreso neto corresponda
a horas extras obtenidas por trabajadores en relación de dependencia, no se
computarán a los fines de modificar la escala, aplicándose la alícuota marginal
correspondiente.
Finalmente, cuando el sujeto deba pagar el impuesto cedular por los hechos
imponibles allí dispuestos, tales resultados quedarán alcanzados por el impuesto a la
alícuota del quince por ciento (15%).
13. PERÍODO DE IMPOSICIÓN: los ingresos computables son aquellos obtenidos en el
año fiscal, que coincide con el año calendario (del 1º de enero al 31 de diciembre).
En cuanto a la imputación de ganancias y gastos al mencionado año fiscal, ello
surge detalladamente explicado de las normas que al respecto establece el art. 24 de
la ley. El procedimiento varía según la categoría de que se trate, ya que mientras para
algunas se exige seguir el método de lo percibido, para la primera y tercera categoría
debe adoptarse obligatoriamente el procedimiento de lo devengado; existen casos en
los que el sistema de imputación es optativo para el contribuyente.
Además, para los contribuyentes que elaboran balances, las ganancias son
imputadas al año fiscal en que termina el ejercicio anual correspondiente.
En cuanto a las sociedades de personas no incluidas en el art. 73 que no tributan
como tales, sino que son contribuyentes los socios, las ganancias son imputadas al
año fiscal en que termina el ejercicio anual correspondiente, independientemente al
momento en que se practica el balance.
14. EXENCIONES: la ley 20.628 (t.o. 2019) incorpora un extenso catálogo de
exenciones objetivas y subjetivas en su art. 26, a cuya lectura remitimos, sin perjuicio
de destacar algunas: las ganancias de los Fiscos nacional, provinciales y municipales;
las ganancias de entidades exentas de impuestos por leyes nacionales, en cuanto la
exención que estas acuerdan comprenda el impuesto a las ganancias y siempre que
las ganancias deriven directamente de la explotación o actividad principal que motivó
la exención; las remuneraciones percibidas en el desempeño de sus funciones por los
diplomáticos, agentes consulares y demás representantes oficiales de países
extranjeros en la República; las utilidades de las sociedades cooperativas de cualquier
naturaleza; las ganancias de las instituciones religiosas; las ganancias que obtengan
las asociaciones, fundaciones y entidades civiles de asistencia social, salud pública,
caridad, beneficencia, educación e instrucción, científicas, literarias, artísticas,
gremiales y las de cultura física o intelectual, siempre que tales ganancias y el
patrimonio social se destinen a los fines de su creación y en ningún caso se
distribuyan, directa o indirectamente, entre los socios; las ganancias de las entidades
mutualistas que cumplan las exigencias legales, los intereses reconocidos en sede
judicial o administrativa como accesorios de créditos laborales, los intereses
originados por depósitos en caja de ahorro y cuentas especiales de ahorro, efectuados
en instituciones sujetas al régimen legal de entidades financieras —con exclusión de
los depósitos con cláusula de ajuste—.
A partir del dictado de la ley 27.430, existirá la obligación para las personas
humanas residentes en el país y sucesiones indivisas radicadas en Argentina (salvo
las pocas excepciones indicadas en la norma) de abonar el impuesto a las ganancias
en virtud de lo que un sector denomina como rentas financieras (las personas jurídicas
no han venido gozado de esta exención).
Ello toda vez que, la exención del inc. u) del art. 26 ha quedado limitada en cuanto a
los resultados provenientes de operaciones de compraventa, cambio, permuta o
disposición de acciones, valores representativos de acciones y certificados de depósito
de acciones, obtenidos por personas humanas residentes en el país y sucesiones
indivisas radicadas en el país, siempre que esas operaciones no resulten atribuibles a
sujetos comprendidos en los incs. d) y e) y en el último párrafo del art. 53; en la
medida que se trate de una colocación por oferta pública con autorización de la
Comisión Nacional de Valores y/o las operaciones hubieren sido efectuadas en
mercados autorizados por ese organismo y en las condiciones dispuestas en la ley y/o
sean efectuadas a través de una oferta pública de adquisición y/o canje autorizados
por la Comisión Nacional de Valores.
En el caso de los beneficiarios del exterior procederá la exención en la medida en
no residan en jurisdicciones no cooperantes o los fondos invertidos no provengan de
jurisdicciones no cooperantes.
Por su parte, a partir del dictado de la ley 27.541 se exime, en el impuesto a las
ganancias respecto a las personas humanas residentes y sucesiones indivisas y a
partir del período fiscal 2020, al resultado por la compraventa de valores alcanzados
por el impuesto cedular, en la medida en que coticen en bolsas o mercados de valores
autorizados por la CNV.
Finalmente, la ley dispone que las exenciones totales o parciales establecidas o que
se establezcan en el futuro por leyes especiales respecto de títulos, letras, bonos,
obligaciones y demás valores emitidos por el Estado nacional, provincial, municipal o
la CABA, no tendrán efecto en el impuesto para las personas humanas y sucesiones
indivisas residentes en el país ni para los contribuyentes a que se refiere el art. 53 de
la ley (art. 109).
15. DETERMINACIÓN Y PAGO: se sujeta a los siguientes cánones.
15.1. Regla general: como regla general, la determinación se efectúa por
declaración jurada anual en las fechas que señala la Administración, rigiendo al
respecto las disposiciones de la ley 11.683.
Los contribuyentes se ven obligados, además, a realizar ciertos anticipos del
impuesto, tomando en cuenta lo pagado el año anterior.
Hacemos notar la vigencia del art. 18 de la ley 11.683, según el cual se
considerarán como ganancias netas del ejercicio fiscal en que se produzcan, los
aumentos de capital no justificados, es decir, aquellos cuyo origen no pruebe el
interesado, con más un 10% en concepto de renta dispuesta o consumida en gastos
no deducibles. Esta disposición contenida entre las normas del procedimiento de
determinación tiene alcance de derecho sustantivo al establecer una presunción legal
de que todo aumento patrimonial del contribuyente, al que se suma el 10% del
incremento, constituye ganancia imponible, si este no prueba que se origina en alguna
ganancia ya comprendida en las diferentes categorías de ganancias del mismo año o
de años anteriores, o bien en otras causas, como herencias, legados o donaciones,
ganancias exentas o de fuente extranjera. Asimismo, es destacable la presencia —en
la ley 11.683— de otras presunciones referidas específicamente al impuesto a las
ganancias.
15.2. Determinación del impuesto atribuible a las ganancias de fuente
extranjera: el art. 164 dispone la forma de determinación del impuesto atribuible a la
ganancia neta de fuente extranjera, en los siguientes términos:
a) Las personas físicas o sucesiones indivisas residentes en el país determinarán el
impuesto correspondiente a su ganancia de fuente argentina o de fuente extranjera
aplicando la escala del art. 94. La diferencia que surja de restar el resultado obtenido
por las ganancias de fuente argentina, del resultado obtenido por las ganancias de
fuente extranjera será el impuesto atribuible a estas últimas.
b) Los sujetos residentes comprendidos en los incs. d) y f) del art. 116 calcularán el
impuesto a su ganancia neta de fuente extranjera aplicando la tasa establecida en el
inc. a del art. 73.
Este artículo dispone también que del impuesto atribuible a las ganancias de fuente
extranjera se deducirá el crédito por impuestos análogos (art. 1º).
15.3. Créditos por impuestos análogos efectivamente pagados en el exterior:
el art. 165 dispone: "Del impuesto de esta ley correspondiente a las ganancias de
fuente extranjera, los residentes en el país comprendidos en el art. 116 deducirán,
hasta el límite determinado por el monto de este impuesto, un crédito por los
gravámenes nacionales análogos efectivamente pagados en los países en los que se
obtuvieren tales ganancias, calculado según lo establecido en este capítulo".
Solo se admite el cómputo de crédito análogo y se entiende por tal a los que se
aplican a las ganancias referidas en el art. 2º de la ley 20.628, siempre que graven la
ganancia neta o permitan recuperar los costos para determinar la misma.
Esta acreditación del tributo análogo requiere que el mismo haya sido efectivamente
ingresado, en lo que debe estar respaldado por los comprobantes pertinentes.
Asimismo, se establece como límite de este crédito el importe equivalente al
incremento producido en el impuesto como consecuencia de las ganancias obtenidas
en el exterior. Si el tributo ingresado en el exterior fuera superior a dicho límite, el
excedente podrá computarse en los cinco años siguientes, en los términos y con el
alcance que estipula la ley.
16. RETENCIÓN EN LA FUENTE: el impuesto a las ganancias utiliza el procedimiento
de la retención en la fuente. El art. 42 de la ley 20.628 (t.o. 2019) dispone: "La
percepción del impuesto se realizará mediante la retención en la fuente, en los casos y
en la forma que disponga la Dirección General Impositiva".
Es importante señalar que la retención en la fuente puede adquirir dos modalidades
diferentes en este impuesto, y según sea la adoptada, hace variar sus aspectos
fundamentales.
16.1. Retención a cuenta: consiste en la amputación retentiva (p. ej., la que el
empleador efectúa sobre los sueldos de sus empleados), materialización que en nada
altera las características objetivas del gravamen. En efecto, para las personas
humanas el régimen queda así conformado:
a) El pago efectuado mediante retención es a cuenta de lo que en definitiva el
contribuyente pagará globalmente como ganancia imponible, y la suma retenida será
computada dentro de esa ganancia total gravable.
b) El pago mediante retención es, en consecuencia, reajustable en más o en menos
(p. ej., puede suceder que la suma retenida supere la suma total que el contribuyente
debe pagar, una vez efectuadas las deducciones; surgiendo entonces un crédito fiscal
en su favor).
c) Es aplicable, en cuanto al monto global de ganancias (incluyendo sumas
retenidas), la alícuota progresiva del art. 94.
d) Son de aplicación las deducciones generales y personales que prevé la ley.
e) La fecha general de pago y las obligaciones formales atinentes a la
determinación no sufren alteración en cuanto al contribuyente (salvo la circunstancia
lógica que restará de sus ganancias tributables los montos detraídos retentivamente).
Vemos cómo el impuesto no pierde su carácter de personal y progresivo, al haber
tenido la retención la única consecuencia jurídica de anticipar el momento en que ese
contribuyente ha realizado determinados pagos (las sumas que le fueron retenidas).
Respecto a los contribuyentes a que se refiere el art. 53 de la ley, le resultan
aplicables los incs. a), b), c) —sin aplicación de la alícuota progresiva—, y e), antes
descritos, procediendo las deducciones correspondientes.
16.2. Retención a título definitivo: ante la aplicación de esta diferente modalidad
(p. ej., en el caso de beneficiarios del exterior), las características objetivas del
gravamen quedan alteradas. En efecto:
a) Como el rubro lo indica, la retención es un pago definitivo que hace el
contribuyente y que no está sujeto a reajuste posterior alguno.
b) La suma retenida no es un pago provisorio y a cuenta ni pasa a integrar el monto
global de ganancias del contribuyente.
c) No es aplicable la escala progresiva del art. 94, sino la alícuota proporcional que
para cada caso concreto fija la ley.
d) No son de aplicación las deducciones generales y personales, sino las
deducciones que también fija la ley en forma específica para cada uno de estos
concretos casos de retención.
e) El contribuyente queda desligado del plazo general del pago del gravamen y de
toda obligación de tipo formal, ya que su desvinculación con el Fisco (en cuanto a
estos ingresos definitivamente retenidos) es total.
Al abordar la temática de los sujetos pasivos explicamos que esta llamada retención
definitiva del impuesto a las ganancias constituye en verdad un supuesto de
sustitución tributaria.
Es claramente observable la influencia de la sustitución sobre la fisonomía del
impuesto, ya que este ha quedado convertido en un gravamen real y proporcional en
este sentido.
17. AJUSTE POR INFLACIÓN: la ley 21.894 agregó a la ley 20.628, el Título
denominado "Ajuste por inflación" (art. 105 y ss. de la ley del impuesto conforme t.o.
2019). Su fin es adaptar equitativamente el impuesto al fenómeno inflacionario en
forma tal que no recaiga sobre ganancias nominales pero irreales.
a) Sujetos: quedan sometidos al régimen los sujetos a que se refieren los incs. a) a
e) del art. 53 de la ley 20.628 (t.o. 2019), o sea, las sociedades de capital, las que
deriven de cualquier otra clase de sociedad constituida en el país, las derivadas de
fideicomisos constituidos en el país con las excepciones dispuestas en la norma, las
derivadas de otras empresas unipersonales ubicadas en el país y los que realicen la
actividad de comisionista, rematador, consignatario y demás auxiliares de comercio no
incluidos expresamente en la cuarta categoría.
b) Funcionamiento: se procede a integrar un activo haciendo las detracciones de
ciertos conceptos que la ley menciona y que se refieren a bienes excluidos de este
ajuste. A este activo se le resta el importe que la ley describe como pasivo. El monto
resultante es indexado aplicando el índice de precios mayoristas, nivel general. La
diferencia entre el valor actualizado y el mismo valor sin actualizar es el ajuste por
inflación correspondiente al ejercicio, e incidirá como ajuste positivo —aumentando la
ganancia o disminuyendo la pérdida— o negativo —disminuyendo la ganancia o
aumentando la pérdida— en el resultado del ejercicio del que se trate.
c) Supresión de exenciones: los contribuyentes sometidos al régimen descripto
quedan excluidos de ciertas exenciones (como ser, los montos provenientes de
actualizaciones de créditos de cualquier origen o naturaleza, los intereses originados
por los siguientes depósitos efectuados en instituciones sujetas al régimen legal de
entidades financieras).
d) Problemática específica: la temática ha suscitado profundas y prolongadas
controversias en los sectores de doctrina y jurisprudencia nacional, principalmente en
aquellos tiempos en que el ajuste por inflación no estaba permitido.
Así, si bien la temática excede la finalidad de esta obra, no es posible omitir que por
imperio del art. 39 de la ley 24.073,art. 4º de la ley 25.561, y del dec. (PEN) 214/2002
y otras normas legales y reglamentarias, se suspendió la posibilidad de aplicar el
ajuste por inflación impositivo previsto en el referido Título VI de la Ley del Impuesto a
las Ganancias.
Ello motivó el pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia, en forma
específica, como ser, en Fallos 332:1572 ("Candy SA c. AFIP y otro", del 3/7/2009). En
apretada síntesis, el máximo tribunal allí entendió que dichas normas son
constitucionalmente válidas, y no resulta atribución del Poder Judicial expedirse sobre
su utilidad o conveniencia, por ser tal potestad exclusiva del Congreso nacional.
No obstante, consideró que siempre que se encuentre debidamente acreditado que
la alícuota efectiva a ingresar insuma una sustancial porción de las rentas obtenidas,
se excederá el límite razonable de imposición, y se configurará un supuesto de
confiscatoriedad; y será, en tales casos, inaplicable la prohibición de utilizar el
mecanismo de ajuste por inflación por resultar inconstitucional.
e) Actualidad: si bien en el presente es posible la aplicación del procedimiento de
ajuste por inflación, presenta ciertas particularidades que han suscitado diversos
cuestionamientos.
En un primer orden de ideas, se dispone que resultará aplicable en el ejercicio fiscal
en el cual se verifique un porcentaje de variación del índice de precios a que se refiere
el segundo párrafo del art. 89, acumulado en los treinta y seis 36 meses anteriores al
cierre del ejercicio que se liquida, superior al 100% (conforme lo ha dispuesto la ley
27.430).
Asimismo, la ley 27.468 estableció que las disposiciones del párrafo precedente
tendrán vigencia para los ejercicios que se inicien a partir del 1º de enero de 2018.
Respecto del primer, segundo y tercer ejercicio a partir de su vigencia, ese
procedimiento será aplicable en caso que la variación de ese índice, calculada desde
el inicio y hasta el cierre de cada uno de esos ejercicios, supere un cincuenta y cinco
por ciento (55%), un treinta por ciento (30%) y en un quince por ciento (15%) para el
primer, segundo y tercer año de aplicación, respectivamente.
Finalmente, la ley 27.541 estableció que el ajuste por inflación positivo o negativo,
según sea el caso, correspondiente al primer y segundo ejercicio iniciado a partir del
1º de enero de 2019, que se deba calcular en virtud de verificarse los supuestos
previstos en los dos últimos párrafos del art. 106, deberá imputarse un sexto en ese
período fiscal y los cinco sextos restantes, en partes iguales, en los cinco períodos
fiscales inmediatos siguientes, sin que ello obste al cómputo de los tercios remanentes
correspondientes a períodos anteriores, conforme la normativa previamente vigente.
Estas especiales formas de procedencia, han despertado diversos planteos en sede
judicial, principalmente vinculados a la imputación fraccionada(445).
18. SALIDAS NO DOCUMENTADAS: el art. 40 de la ley establece que cuando una
erogación carezca de documentación o esta encuadre como apócrifa, y no se pruebe
por otros medios que por su naturaleza ha debido ser efectuada para obtener,
mantener y conservar ganancias gravadas, no se admitirá su deducción en el balance
impositivo y además estará sujeta al pago de la tasa del treinta y cinco por ciento
(35%), que se considerará definitivo, en sustitución del impuesto que corresponda al
beneficiario desconocido u oculto.
Por su parte, el art. 106 del dec. regl. 862/2019 admite la deducción del gasto en el
balance impositivo si las circunstancias del caso evidencian que los gastos fueron
destinados al pago de servicios para obtener, mantener y conservar ganancias
gravadas. En definitiva, en este supuesto, se debe pagar el 35% en concepto de
salidas no documentadas, pero se admite la deducción como gasto.
Asimismo, establece que no se exigirá cuando se presuma que los pagos han sido
efectuados para adquirir bienes o no llegan a ser ganancias gravables en manos del
beneficiario.
En doctrina y jurisprudencia se ha debatido largamente sobre la naturaleza jurídica
de las salidas no documentadas. Se pueden mencionar las que las calificaron como un
tributo especial sui generis cuyo contribuyente es el sujeto que realiza el gasto(446), las
que las asimilaron a una sanción(447), las que las calificaron como un supuesto de
sustitución tributaria(448) y, dentro de estas, las que las distinguen de los supuestos de
"responsables sustitutos"(449).
Actualmente, por medio de la reforma de la ley 27.430 ha sido el propio legislador el
que ha calificado a las salidas no documentadas como un impuesto, estableciendo que
a los efectos de la determinación el hecho imponible se considerará perfeccionado en
la fecha en que se realice la erogación.
Finalmente, la res. gral. 4433/2019 establece que la determinación e ingreso del
impuesto a las salidas no documentadas será por períodos mensuales.
I. Introducción
I. INTRODUCCIÓN
1. NOCIÓN GENERAL: en términos generales, y según su concepción moderna, el
impuesto al patrimonio es el impuesto anual y periódico que grava el monto de los
activos, menos los pasivos, de los contribuyentes que habitualmente son las personas
de existencia visible. O sea, se gravan "las cosas y derechos pertenecientes a una
persona, previa deducción de las deudas que pesan sobre los mismos"(450).
Aun cuando se determinan sobre la base del monto del capital, los impuestos
periódicos sobre el patrimonio se proponen, en realidad, gravar el rendimiento anual
del capital, pero no detraer el monto tributario del capital mismo, ya que ello llevaría a
extinguirlo.
Por otra parte, la circunstancia de que lo gravable sea el rendimiento es
fundamental para poder distinguir el hecho imponible del impuesto, de su fuente
económica. En los impuestos periódicos al capital, la posesión de este se toma como
hecho imponible, pero la fuente económica es la renta. En cambio, cuando la fuente
económica pasa a ser el capital mismo (como suele ocurrir, por ejemplo, con los
impuestos al capital, no periódicos y llamados de una sola vez), este sufre detrimento.
La doctrina llama a estos últimos impuestos al patrimonio en sentido material, ya que
solo se pueden satisfacer restando la sustancia del patrimonio.
2. ANTECEDENTES: los gravámenes al patrimonio son antiguos y ello es explicable.
En el pasado, la principal fuente de riqueza era la fracción del patrimonio constituida
por la propiedad inmueble, y, por otro lado, las necesidades de los gobernantes eran
aún escasas(451). Había notorias diferencias con los nuevos impuestos al patrimonio de
los países modernos que, tanto al gravar personas físicas como empresas, tomaban al
patrimonio o capital neto como materia imponible. Por lo tanto, no se deducían las
deudas. Además, el impuesto no era periódico sino excepcional y surgía por
acontecimientos eventuales, generalmente de tipo bélico (por lo que se los llegó a
llamar impuestos de guerra). Desde otro costado, y como las necesidades financieras
eran apremiantes, los impuestos cercenaban realmente el capital, siendo sus
confiscatorios montos. La actual modalidad argentina es la del impuesto a los bienes
personales, que es un impuesto al patrimonio bruto (no neto) y renta mínima presunta
que grava los activos empresarios (derogado a partir del 1/1/2019), sin deducir deudas
ni pasivos.
Este tipo de contribuciones se conocieron en Grecia en la Antigüedad. En el año
378 a.C., el gobierno de Atenas ordenó un catastro o registro de fortunas y generalizó
una imposición según ella, dejando de lado a los que no la tenían. En forma parecida
se dio en Roma, donde Servio Tulio ordenó un censo para registrar las distintas
fortunas, gravando entonces según la menor o mayor cantidad de riqueza poseída por
los contribuyentes (de ahí su denominación de tributum ex censu).
Tal forma de imposición subsistió sin variantes durante la Edad Media, y luego, al
nacer los Estados modernos y transferirse la potestad tributaria a los soberanos, estos
también utilizaron a menudo los impuestos al capital. La asiduidad se tornó costumbre
y los impuestos que se calculaban en forma proporcional a los capitales o fortunas de
los individuos, comenzaron a exigirse anualmente o en intervalos breves. Inglaterra
tuvo su property tax (siglo XII), en Italia apareció la decima escalata, en Francia
la tailley en los Estados alemanes el Landschoss.
En el siglo XX se difundió, pero no como impuesto periódico, sino como impuesto
de una sola vez. Casi todos los países europeos hicieron uso de él (imposta
straordinarias ul patrimonio, en Italia; capital levy, en Inglaterra; prélèvement sur la
fortune, en Francia, y Vermögensabgabe, en Alemania).
Con posterioridad volvió a tener vigencia como impuesto periódico en países de las
más diversas regiones del orbe (Estados Unidos de América; Canadá; El Salvador;
Nicaragua; Colombia; Chile; Uruguay; Suecia; Noruega; Dinamarca; Finlandia;
Alemania Occidental; Luxemburgo; Holanda; India; algunos cantones de Suiza; etc., y
la Argentina, según veremos más adelante), con modalidades variables, aunque con
algunas uniformidades que examinaremos en el punto siguiente.
3. ESTRUCTURA: dentro de las modalidades elegidas por los diversos sistemas
tributarios, ponemos algunas de relieve. El impuesto al patrimonio puede ser legislado:
1º) Como parte integrante del impuesto a la renta, caso en que un mismo
ordenamiento legal contiene ambos tributos. En cierta medida, el sistema argentino
siguió esta modalidad cuando lo incorporó al impuesto a las ganancias, bajo el nombre
de impuesto a la renta normal potencial de la tierra.
2º) En forma independiente del impuesto a la renta.
3º) En forma separada del impuesto a la renta, pero actuando como complemento
de él (así es en la mayor parte de los países).
Normalmente, el impuesto al patrimonio suele tener como sujetos pasivos a las
personas físicas, incluyendo a los no residentes en el país. El patrimonio de los
esposos y de los hijos menores suele reunirse en una sola masa para dar mayor
efecto a la progresividad de la alícuota. Los residentes en el país suelen tributar por
todas sus propiedades, estén o no estas dentro de él, y los residentes en el extranjero
tributan solo por los bienes que posean dentro del territorio nacional.
El hecho imponible es, en general, la posesión de un patrimonio neto (activo menos
pasivo) en determinada época del año.
La base imponible está constituida de forma habitual por los activos con deducción
de pasivos. Se incluyen todos los bienes que pueden tener valor (inmuebles,
máquinas, animales, materias primas, derechos, patentes, vehículos, joyas, dinero,
depósitos, acciones, etc.). En la práctica, empero, los países suelen declarar exentos
algunos bienes. También hay exención por pequeño patrimonio, y deducciones por
familiares a cargo, incluyéndose en algunas legislaciones exenciones a los inválidos y
a las personas de avanzada edad(452). Como antes dijimos, esta tendencia mundial de
considerar los activos menos los pasivos ha sido abandonada por la Argentina al
derogar los impuestos al patrimonio neto y a los capitales, y sustituirlos por el impuesto
a los activos, luego a la ganancia mínima presunta y el impuesto sobre los bienes
personales no incorporados al proceso económico, que consideran solo los activos, sin
tomar en cuenta los pasivos.
Existen considerables dificultades en la valuación de los bienes, y al respecto no se
puede dar una tendencia uniforme, pues los métodos varían según el tipo de bienes de
que se trate y las peculiaridades de cada país en cuanto a la importancia de esos
bienes.
Por último, y en cuanto a la alícuota, la mayoría de los países adopta la de tipo
progresivo.
4. IMPUESTO AL PATRIMONIO EN LA ARGENTINA. ANTECEDENTES: para remontarnos a
los orígenes del impuesto argentino al patrimonio, debemos comenzar con el llamado
impuesto sustitutivo al gravamen a la trasmisión gratuita de bienes, instituido en 1951
(ley 14.060). Su propósito fue combatir las evasiones al impuesto a la transmisión
gratuita de bienes ocasionadas por el régimen de anonimato de acciones creado por la
ley 13.925. Tal anonimato llevaba a que los posibles causantes convirtieran el grueso
de su patrimonio en accionario, y como él no podía ser luego incluido en el activo de la
herencia, ese patrimonio quedaba al margen del impuesto sucesorio. De allí la
sustitución que se operó en virtud del gravamen emergente de la ley 14.060, en lo
referente a dicho capital accionario, que pasó a ser gravado en una forma distinta y
mediante el tributo sustitutivo, que resultó ser un auténtico impuesto al patrimonio.
Hasta 1972 rigió el impuesto sustitutivo (ley 14.060) que alcanzaba a las sociedades
de capital en el orden nacional, y en la Capital Federal a las sociedades y
comerciantes matriculados, siendo el gravamen optativo para las personas físicas.
Además, existían el impuesto nacional a la transmisión gratuita de bienes vigente en la
Capital Federal y territorios nacionales y los impuestos provinciales del mismo tipo. Por
otra parte, debe hacerse notar que Córdoba incorporó a su repertorio impositivo el
llamado impuesto al patrimonio de las empresas.
A su vez, los impuestos a la trasmisión gratuita no gravaban los bienes
comprendidos en el impuesto sustitutivo.
El sistema sufrió alteración en el año 1973, ya que el impuesto sustitutivo (ley
14.060) se mantuvo solo en cuanto a sociedades de capital y con aplicación en todo el
país. Córdoba continuó con su gravamen al patrimonio de las empresas, pero los
cambios esenciales consistieron en que: a) se produjo el nacimiento del impuesto
nacional al patrimonio neto (art. 5º, dec.-ley 20.046), que rigió únicamente en 1973,
alcanzando a personas físicas y sucesiones indivisas en todo el país y dejando al
margen los bienes sujetos al impuesto sustitutivo (p. ej., las acciones de las
sociedades de capital), y b) feneció, en cambio, a partir del 1/1/1973, el impuesto
nacional a la transmisión gratuita de bienes, que como dijimos, tenía vigencia solo en
la Capital Federal y territorios nacionales.
A partir del año 1974 se estableció por ley 20.629 el impuesto a los capitales y
patrimonios, que en realidad significó la reunión en un solo gravamen de los ex
impuestos sustitutivo (ley 14.060) y al patrimonio neto (art. 5º, dec.-ley 20.046), que
fueron derogados. Asimismo, se suprimió el impuesto de emergencia regulado por los
arts. 3º y 4º del dec.-ley 20.372, y también del impuesto al parque de automotores
(dec.-ley 18.530, a partir de 1975).
La Capital Federal reimplantó su impuesto a la transmisión gratuita, con el nombre
de impuesto al enriquecimiento patrimonial a título gratuito (ley 20.632), con inclusión
de todos los bienes objeto de ese tipo de transmisión y también los que antes no se
encontraban comprendidos al estar gravados por el ex sustitutivo de la ley 14.060.
Por otro lado, las provincias mantuvieron sus respectivos tributos a la transmisión
gratuita de bienes (abarcando ahora los bienes que el ex sustitutivo obligaba a dejar al
margen), y Córdoba derogó su impuesto al patrimonio de las empresas.
A partir de 1976, y mediante leyes 21.282, 21.285 y 21.287, sufre nuevas variantes
la imposición al patrimonio en la Argentina. Resumiremos las modificaciones de la
manera siguiente:
a) Según ley 21.285, el impuesto a los capitales y patrimonios de la ley 20.629
subsiste para los períodos 1974 y 1975.
b) Por ley 21.287 se crea el impuesto sobre los capitales, continuador del
precedente que queda derogado, que comienza a regir para los ejercicios comerciales
que cierren a partir del 30 de abril de 1976.
c) Para cubrir la brecha de ejercicios comerciales cerrados entre el 1 de enero y el
29 de abril de 1976, la misma ley 21.287 establece un impuesto de emergencia.
d) Por ley 21.282 se establece el impuesto sobre el patrimonio neto de las personas
físicas y sucesiones indivisas, el cual sustituye el impuesto del Título II de la ley
20.629, derogando este gravamen (que no llegó a regir nunca) para los períodos 1973
y 1974. Para el nuevo gravamen (impuesto sobre el patrimonio neto) las
participaciones en el capital de sujetos comprendidos en el impuesto sobre los
capitales se consideran activos exentos (art. 4º, inc. f], ley 21.282), lo cual lleva a
sostener que este nuevo tributo es semejante al impuesto al patrimonio neto
implantado por dec.-ley 20.046/1972 y que rigió únicamente para 1973.
Por la ley 23.285 fueron introducidas importantes modificaciones a la ley de
impuesto sobre los capitales, mientras que por la ley 23.297 se establecieron reformas
a la del impuesto sobre el patrimonio neto.
Por otra parte, la ley 23.760 derogó la de impuesto sobre el patrimonio neto del
impuesto sobre los capitales, estableciendo en su lugar un impuesto sobre los activos
(Capítulos I, II y III del Título I), aun cuando la ley no dice que este último sea sustituto
de los dos primeros. Este impuesto rigió para los ejercicios 1990 a 1995.
A su vez, en el año 1991 se sancionó la ley 23.966 (Título VI) que dio nacimiento al
impuesto denominado sobre los bienes personales, que en realidad es un impuesto
sobre el patrimonio bruto.
Luego, la ley 25.063, del 30/12/1998, crea el impuesto a la ganancia mínima
presunta, que alcanza a la totalidad de los activos empresariales del país y del
exterior, aplicándose el mismo por un período de diez años, sucesivamente prorrogado
desde su creación. Finalmente, por medio de la ley 27.260(453) se deroga el Título V de
la ley 25.063 de impuesto a la ganancia mínima presunta, para los ejercicios que se
inician a partir del 1º de enero de 2019.
Estos sujetos, podrán computar como pago a cuenta las sumas efectivamente
pagadas en el exterior por gravámenes similares que consideren como base imponible
el patrimonio o los bienes en forma global, hasta el incremento de la obligación fiscal
originado por la incorporación de los bienes situados con carácter permanente en el
exterior.
Por su parte, distinto es el tratamiento de los sujetos del art. 17 inc. a) por los bienes
en el exterior. Por medio de la ley 27.541, se estableció en el segundo párrafo del art.
25 de la ley del impuesto, la delegación en el Poder Ejecutivo Nacional hasta el 31 de
diciembre de 2020, de la facultad de fijar alícuotas diferenciales superiores hasta en un
cien por ciento (100%) sobre la tasa máxima expuesta en el cuadro precedente.
Asimismo, se dispuso que, en caso de verificarse la repatriación del producido, la
alícuota se podría disminuir.
En virtud de ello, mediante el dec. 99/2019(455) se establece que se deberá calcular
el gravamen a ingresar dispuesto por el segundo párrafo del art. 25 del Título IV de
la ley 23.966, conforme el siguiente cuadro.
Valor total de los bienes del país y del
exterior El valor total de los bienes situados en el exterior que exceda el mínimo no imponible no computado contra los bienes del
país pagará el %
Más de $ a$
El art. 10 del citado Decreto entiende por repatriación, a los fines del segundo
párrafo del art. 25 de la ley del impuesto, al ingreso al país, hasta el 31 de marzo de
cada año, inclusive, de las tenencias de moneda extranjera en el exterior y de los
importes generados como resultado de la realización de los activos financieros
pertenecientes a las personas humanas domiciliadas en el país y las sucesiones
indivisas radicadas en el mismo; quedando exceptuados del pago del gravamen del
art. 9º de ese decreto, los sujetos que hubieren repatriado activos financieros a la
fecha señalada en el art. 10, que representen, por lo menos un 5% del total del valor
de los bienes situados en el exterior, y en la medida que permanezcan depositados
conforme las disposiciones del decreto.
Por su parte, para las personas físicas domiciliadas (o residentes) y sucesiones
indivisas radicadas en el exterior (art. 17, inc. b]), la alícuota actual a aplicar sobre el
valor total de los bienes sometidos al impuesto (los situados en el país) es del 50%(456),
aplicable a para el período fiscal 2019 en adelante, conforme la reforma de la ley
27.541; adquiriendo tal importe el carácter de pago único y definitivo que deberá
ingresar quien tenga el condominio, posesión, uso, goce, disposición, depósito,
tenencia, custodia, administración o guarda de los bienes de que se trate (responsable
sustituto).
Idéntico régimen debe aplicarse respecto de inmuebles ubicados en el país y que se
encuentren inexplotados, o sean destinados a locación, recreo o veraneo, cuya
titularidad corresponda a sociedades, empresas, establecimientos estables,
patrimonios de afectación o explotación, domiciliados o radicados en el exterior. En
este supuesto, la ley presume iure et de iure, que dichos bienes pertenecen a
personas físicas o sucesiones indivisas domiciliadas (o residentes) o radicadas en el
país, siéndoles aplicables tal régimen, sin perjuicio de lo cual deberá aplicarse en
estos casos el régimen de ingreso del impuesto previsto en el párrafo anterior.
La misma solución adopta la ley (salvo ciertas excepciones) para el caso de que las
acciones o participaciones correspondan a personas de existencia ideal domiciliadas
en el exterior, al presumir, iure et de iure, que indirectamente pertenecen a personas
físicas domiciliadas o sucesiones indivisas radicadas en el exterior.
7. EXENCIONES. MÍNIMO EXENTO: el art. 21 de la ley, establece las exenciones del
impuesto.
Ellas son: a) bienes de misiones diplomáticas y consulares extranjeras y su
personal, como asimismo miembros de la Nación que actúen en organismos
internacionales con las limitaciones que se establezcan por convenios; b) las cuentas
de capitalización comprendidas en el régimen de capitalización previsto en el Título III
de la ley 24.241 y las cuentas individuales correspondientes a los planes de seguro de
retiro privados administrados por entidades sujetas al control de la Superintendencia
de Seguros de la Nación, dependiente de la Subsecretaría de Bancos y Seguros de la
Secretaría de Política Económica del Ministerio de Economía y Obras y Servicios
Públicos; c) las cuotas sociales de las cooperativas; d) los bienes inmateriales
(derechos de propiedad científica, literaria o artística, los de marcas de fábrica o de
comercio, las patentes, dibujos, modelos y diseños reservados, etcétera); e) los bienes
amparados por las franquicias de la ley 19.640; f) Los inmuebles rurales cuyos titulares
sean personas humanas y sucesiones indivisas, cualquiera sea su destino o
afectación; g) los títulos, bonos, y demás títulos valores emitidos por la Nación, las
provincias, municipios, y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los certificados de
depósitos reprogramados, y h) los depósitos en moneda argentina y extranjera
efectuados en las instituciones comprendidas en la Ley de Entidades Financieras, a
plazo fijo, en caja de ahorro, en cuentas especiales de ahorro o en otras formas de
captación de fondos.
Por otra parte, el art. 24 regula el mínimo exento aplicable a los sujetos del art. 17
inc. a). Así, el actual art. 25 de la ley del impuesto dispone que el gravamen a ingresar
por los contribuyentes indicados en el inc. a) del art. 17, será el que resulte de aplicar,
sobre el valor total de los bienes sujetos al impuesto —con las excepciones allí
previstas— que exceda del establecido en el art. 24, la escala establecida en el cuadro
previamente expuesto.
Los valores del mínimo exento se han visto modificados sucesivamente en los
últimos años, pudiéndose observar la siguiente progresión: períodos fiscales del 2007
al 2015 $305.000, para el período fiscal 2016 la suma de $800.000 para el período
fiscal 2017 la de $950.000, para el 2018 la suma de $1.050.000, y para el período
fiscal 2019 la de $ 2.000.000.
Es preciso aclarar que a partir del 2008 se dispuso que si se superase la suma de
$305.000, había que pagar por la totalidad de los bienes. Finalmente, por medio de
la ley 27.260 (de "blanqueo") se volvió a crear la figura del mínimo no imponible, con
los valores antes expuestos.
Respecto a los inmuebles destinados a la casa habitación, desde el período 2019,
no estarán alcanzados por el impuesto cuando la valuación del inmueble resulte igual
o inferior a $ 18.000.000(457).
I. Introducción
I. INTRODUCCIÓN
1. IMPUESTO A LAS VENTAS. NATURALEZA: el impuesto al valor agregado (IVA) es una
derivación de los impuestos a las ventas, tributos que, económicamente, inciden sobre
los consumos.
Bajo la denominación genérica de impuestos al consumo se comprende aquellos
que gravan, en definitiva, al último adquirente de un determinado bien o servicio.
No obstante, no es el consumidor, por lo general, el sujeto pasivo desde el punto de
vista jurídico, sino otra persona que se halla en cierta vinculación con el bien destinado
al consumo antes de que este llegue a manos del consumidor (p. ej., el productor, el
importador, el industrial o el comerciante).
2. ANTECEDENTES: sin perjuicio de conocerse la existencia de antecedentes más
remotos en Egipto, Grecia y Roma, fue durante la Primera Guerra Mundial que
comenzó a establecerse y expandirse el impuesto a las ventas.
Actualmente, el tributo ha evolucionado bajo la forma de impuesto al valor
agregado, adoptado como tal en Francia desde 1955 (y en su forma actual desde
1968), y a partir de allí en el resto de los países europeos.
En América, han sancionado el impuesto al valor agregado, entre otros, Colombia,
Ecuador, Bolivia, Chile, México, Perú, Brasil y Uruguay, además de nuestro país,
siendo minoría los países que no lo contemplan en sus ordenamientos fiscales.
En cuanto a los antecedentes nacionales, la alcabala española se aplicó en América
mediante la real cédula de 1591, y se establecía sobre las diversas etapas de
comercialización, con una tasa que llegó al 6%. Así establecido, este impuesto
resultaba altamente abrumador, y fue suprimido por la Primera Junta en 1810.
El 1/10/1931 regresó con el nombre de impuesto a las transacciones, que también
gravaba las distintas ventas en toda su evolución comercial, y que llegó a alcanzar las
locaciones de servicios y de obras.
En enero del año 1935, el anterior régimen fue reemplazado por la ley 12.143
(impuesto a las ventas), que con sucesivas modificaciones subsistió hasta su
reemplazo por la ley 20.631 —creadora del IVA en la Argentina—, con vigencia a partir
del 1/1/1975.
La ley 20.631 fue modificada por las leyes 21.376, 21.432 y 21.544. Luego de estas
modificaciones, se aprobó el texto ordenado de la ley 20.631, por dec. 3984/1977.
Por ley 21.911 se introdujeron nuevas modificaciones, siendo finalmente sustituida
por la ley 23.349, que rige en la actualidad con numerosas y continuas reformas. Entre
las más relevantes, destaca sin dudas la operada por la ley 25.865, que eliminó la
categoría del responsable no inscripto.
A las reformas producidas por leyes, se suman las que introducen en forma
constante los decretos, resoluciones, circulares e instrucciones, entre otros, dando
como resultado un tributo de ribetes y alcance complejos.
No obstante, por su rendimiento fiscal y facilidad de recaudación, el impuesto a las
ventas primero y luego su sucesor, el IVA, han adquirido gran importancia en el
régimen impositivo de nuestro país.
3. MODOS DE IMPOSICIÓN: para una mejor comprensión del IVA, resulta de utilidad
repasar en la legislación comparada las principales modalidades que han revestido los
impuestos a las ventas.
3.1. Impuestos a las ventas de etapas múltiples: una primera forma de
imposición a las ventas consiste en aplicar una tasa a todas las operaciones
comerciales de que sean objeto los bienes gravados.
Este impuesto con efecto acumulativo ha sido denominado por los franceses en
cascada (o piramidal por los norteamericanos), alcanzando todas las etapas que
atraviesa un bien o servicio desde su producción o fabricación, hasta su libramiento al
consumo.
Suponiendo una determinada circulación económica, tendríamos que el paso de la
mercancía del fabricante al mayorista estaría sujeto a impuesto; igualmente la
transferencia del mayorista al minorista, y del minorista al consumidor. Como resultado
de esta modalidad y de la traslación del gravamen, el tributo efectivo que va a recaer
sobre el consumidor final será sumamente gravoso(460).
Por tal motivo, cierto sector de la doctrina rechaza esta modalidad acumulativa de
imposición, pregonando su sustitución(461). Nuestro país tiene su experiencia en este
tipo de tributo, dado que el impuesto nacional a las transacciones que rigió entre 1931
y 1934 fue del tipo de etapas múltiples acumulativas.
3.2. Impuesto al valor agregado: si al mismo impuesto que grava todas las etapas
se le elimina el efecto acumulativo o en cascada, nos hallamos ante el
denominado impuesto al valor agregado.
Según la explicación teórica de esta modalidad, paga cada una de las etapas de
circulación económica del bien, pero solo en relación con el añadido que se ha
incorporado a la mercadería o producto. Los empresarios o comerciantes situados en
niveles distintos son gravados en proporción al aumento de valor que ellos producen.
Dice el italiano Cosciani: "El impuesto al valor agregado se paga en todas las
etapas de la producción pero no tiene efectos acumulativos, pues el objeto de la
imposición no es el valor total del bien sino el mayor valor que el producto adquiere en
cada etapa de la producción y distribución, desde la materia prima hasta el producto
terminado, y como las sumas de los valores agregados en las diversas etapas del
proceso productivo y distributivo corresponden a un importe igual al precio total del
bien adquirido por el consumidor, el impuesto permite gravar en distintas
oportunidades las cuotas parciales del valor del bien y, en conjunto, el valor total del
bien sin omisiones tributarias ni dobles imposiciones"(462).
3.3. Impuestos a las ventas de etapa única: este procedimiento consiste en
gravar el producto o servicio en una sola de las etapas del proceso de producción o
comercialización. Dentro de esta variante, aparecen las siguientes modalidades:
a) Etapa minorista: según este sistema, se grava la última etapa de la circulación
económica del bien. Así, pagará el impuesto el comerciante que entrega la mercadería
al consumo, o sea, el minorista que vende al público en detalle o al por menor,
liberándose del pago a quienes intervinieron en las etapas anteriores. Afirma Due que
es esta la variedad más simple del impuesto sobre las ventas(463).
b) Etapa manufacturera: según esta modalidad, quien debe pagar el impuesto es el
productor o fabricante, es decir, aquel que lanza el producto al mercado, mientras que
las sucesivas etapas de circulación económica quedan exentas. Este es el sistema
que en principio y sin perjuicio de algunas particularidades propias, siguió el impuesto
a las ventas argentino (ley 12.143), que reconocía como fuente el impuesto francés a
la producción, vigente hasta 1954.
c) Etapa mayorista: otra forma de impuesto de etapa única es la que consiste en
gravar la etapa de venta al por mayor, es decir, la venta que hace el mayorista al
minorista. Tal es el caso en Inglaterra y Australia.
A su vez, dentro de estos sistemas es posible adoptar distintas variantes. Así,
puede comprenderse a todas las mercaderías y actividades, o eximirse o excluirse
algunas de ellas. Podrán incluirse las mercaderías extranjeras que se venden en el
país y a las mercaderías nacionales que se venden en el extranjero.
Por otra parte, estos impuestos suelen incluir ciertos servicios y actividades que,
estrictamente, no revisten el carácter de ventas.
I Hasta $ 2.043.905,21
J Hasta $ 2.348.316,62
K Hasta $ 2.609.240,69
Nota: en tanto las tablas son modificadas anualmente (art. 52) con vigencia a partir de enero de cada año,
sugerimos revisar las que publica AFIP en su sitio web
oficial https://www.afip.gob.ar/monotributo/categorias.asp.
I. Impuesto inmobiliario
I. IMPUESTO INMOBILIARIO
1. EVOLUCIÓN Y FUNDAMENTO: como hace notar Giannini, el impuesto inmobiliario es
el más antiguo de los impuestos directos(490). La tierra era la fuente primordial de
riqueza, y por eso, la preferida entre los diversos objetos de imposición. Además,
ofrecía una base estable y segura para el cobro.
Este tributo se ajustaba a la idea de que el Estado tenía un derecho originario sobre
todo el suelo sujeto a su poder (dominio eminente), por lo que era lógico que
participara en los frutos de la tierra.
Como el gravamen era consustancial al fundo, este se consideraba una carga real
de los inmuebles.
El paso del tiempo hizo evolucionar la concepción sobre este impuesto, así como la
consideración teórica en cuanto a su fundamento. La riqueza mobiliaria adquirió una
importancia predominante con relación a la inmobiliaria. La tierra dejó de ser
prácticamente el único bien demostrativo de fortuna, y el auge del patrimonio
exteriorizado en forma de valores mobiliarios de todo tipo, hizo caer la antigua
preponderancia de ese tributo. Además, la evolución de las teorías jurídico-tributarias
demostró que el fundamento del impuesto inmobiliario no era diferente del de los
demás tributos: el deber solidario de los ciudadanos de contribuir al mantenimiento del
Estado en la medida de las posibilidades de cada uno. De manera que siendo la tierra
una de las formas de exteriorización de capacidad contributiva, se considera natural
que su propiedad sea objeto de gravámenes.
2. FORMAS DE IMPOSICIÓN: se observa en la legislación comparada, que se han
adoptado distintos sistemas como base de medición del hecho imponible. Si bien en
algunos casos estos solo mantienen interés histórico (puesto que han dejado de
aplicarse), otros, aunque no han sido implantados en forma total, son propugnados
como sistemas ideales de imposición a la tierra.
En primer lugar, tenemos el sistema de imposición sobre el producto bruto del
suelo. Este consiste en establecer un porcentaje fijo sobre la producción de la tierra,
sin tener en cuenta los gastos que ha demandado la producción de esos bienes. Este
sistema tuvo origen en España, y se aplicaba mediante una alícuota del 10% sobre el
producto bruto; por eso adquirió la denominación de diezmo.
Otra forma de imposición es sobre el valor venal de la tierra. Tal es el sistema que
siguen las legislaciones tributarias provinciales y municipales argentinas. Se establece
la valuación del inmueble, para lo cual se tiene en cuenta el valor directo del suelo y
sus construcciones, y el valor indirecto por vía de capitalización de renta real o
presunta. Sobre esa valuación se aplica una alícuota de tipo generalmente
proporcional.
Un tercer sistema grava la renta neta o efectiva de la tierra. La renta neta es la que
resulta deduciendo de la renta bruta las cargas y gastos de explotación del inmueble.
En la Argentina, la renta neta no es base de medición de los impuestos inmobiliarios;
pero, en cambio, esas rentas están gravadas en el impuesto a las ganancias. Así,
Jarach ha criticado el sistema de la renta neta, porque estima que es contrario a toda
incentivación(491). Quien más produce debe pagar un impuesto superior, y ello
repercute en forma adversa a la necesaria mayor productividad de la tierra.
Por último, mencionamos el sistema que grava la renta normal potencial de la tierra,
sobre cuya equidad se han producido controversias y que, no obstante haber sido
legislado para nuestro país (ley 20.538) fue derogado antes de comenzar a aplicarse.
3. PRINCIPALES CARACTERÍSTICAS DEL IMPUESTO EN LA ARGENTINA: el impuesto
inmobiliario es un típico impuesto directo que grava una manifestación inmediata de
capacidad contributiva.
Entre nosotros, ha sido tradicionalmente establecido por las provincias en forma
permanente. Es decir, que las provincias legislan y recaudan sobre el impuesto
inmobiliario gravando los inmuebles situados en su territorio. Sin embargo, el Estado
central ha hecho uso algunas veces de la atribución del art. 75, inc. 2º de la CN,
implantando regímenes inmobiliarios de emergencia. Así, en el año 1967 se creó el
impuesto de emergencia sobre la propiedad inmueble, que rigió por única vez en 1968.
Además, a partir del 1/1/1969 se estableció el impuesto a las tierras aptas para la
explotación agropecuaria mediante la ley 18.033.
Se ha discutido cuál es la situación de aquellos inmuebles ubicados en provincias,
pero que por diversos motivos han sido cedidos a la Nación (p. ej., territorios
entregados para la construcción de puertos, de aeródromos). La cuestión finca en
determinar qué sucede fiscalmente si hay inmuebles particulares en zonas de
jurisdicción nacional; resolviéndose, no sin previas oscilaciones, que gravarlos es
derecho de las provincias (Fallos 330:4144, "Time Sharing Resorts SA", 18/9/2007).
El impuesto inmobiliario es de carácter real, porque prescinde de las condiciones
personales de los contribuyentes. Ello no debe confundirse con la obligación tributaria,
que siempre es personal. En efecto, la obligación de pagar el impuesto no es de los
inmuebles, sino de las personas. No obstante, cierto es que existe una tendencia a la
subjetividad mediante la progresividad. Puede observarse, que en algunas
legislaciones se tiene en cuenta el total de las propiedades inmobiliarias del sujeto y se
lo grava progresivamente. Tal sistema, sin embargo, es criticable, en tanto no
considera la riqueza mobiliaria del sujeto ni la riqueza inmobiliaria que tenga en otras
jurisdicciones. Otras tendencias hacia la subjetividad son las disposiciones relativas a
la pequeña propiedad y el ausentismo.
4. HECHO IMPONIBLE: tiene la siguiente estructura.
a) Aspecto material: el hecho imponible consiste, usualmente, en la situación
jurídica de ser propietario o poseedor a título de dueño de un bien inmueble; vale
decir, que la circunstancia generadora de la obligación tributaria es el hecho de tener
la disponibilidad económica del inmueble como propietario o haciendo las veces de tal.
En algunas legislaciones se considera también hecho imponible el goce de los
poderes que constituyen la esencia de la propiedad inmobiliaria. Así, consideran al
usufructuario como sujeto pasivo del impuesto. En este caso se ha seguido la teoría,
según la cual no solo se debe tener en cuenta el título jurídico de la propiedad, sino el
conjunto de facultades que constituye el contenido de ese derecho, con el deber de
incluir como sujeto pasivo del impuesto a quien, como el usufructuario, goza de tales
facultades sin tener la titularidad del dominio(492). Además, cabe tener en cuenta que
según el art. 2148(493) del Cód. Civ. y Com., entre las obligaciones del usufructuario
está la de pagar los impuestos establecidos sobre los bienes del usufructo.
b) Aspecto personal: son destinatarios legales los propietarios o poseedores a título
de dueño. Según estos conceptos, es contribuyente el adquirente de inmuebles por
mensualidades, aunque según el Cód. Civ. y Com. no sea propietario, ya que es
poseedor a título de dueño. En cambio, no son sujetos pasivos el mero tenedor o el
locatario de inmuebles, dado que no tienen tal posesión. En efecto, aunque suelen
celebrarse convenciones entre partes, por las cuales los locatarios se hacen cargo de
los tributos inmobiliarios, tales acuerdos eventualmente solo obligan a sus celebrantes.
c) Aspecto temporal: en general, se trata de un tributo anual, sin perjuicio de que su
pago se efectivice en cuotas periódicas.
d) Aspecto espacial: se trata de un gravamen de carácter local, por lo que recae
sobre inmuebles ubicados dentro de la jurisdicción de cada provincia.
5. BASE IMPONIBLE Y ALÍCUOTA: la base imponible del impuesto es la valuación fiscal
del inmueble que surge de las operaciones del organismo provincial que haga las
veces de catastro. Esta valuación suele reajustarse mediante los coeficientes de
actualización que se fijan en forma periódica.
La alícuota es variable de provincia a provincia. Generalmente, muta según se trate
de inmuebles urbanos o rurales, y es de tipo proporcional.
6. EXENCIONES: las legislaciones provinciales que regulan el impuesto inmobiliario
otorgan diversas exenciones, basadas en las características de los sujetos pasivos del
impuesto o de los inmuebles objeto de él. De ordinario, suelen establecerse
exenciones cuyo propósito es proteger la pequeña propiedad y fomentar la
construcción de viviendas.
En general, están dispensados de todo gravamen por razón del sujeto los
inmuebles del Estado (Nación, provincias, municipalidades) y de sus dependencias o
reparticiones autárquicas. En función del destino de la propiedad, el beneficio suele
otorgarse en los siguientes casos: templos religiosos, inmuebles afectados a fines de
asistencia social, culturales, científicos, deportivos; bienes de propiedad o utilizados
por asociaciones obreras, de empresarios, de profesionales, asociaciones mutualistas
o de fomento; inmuebles inscriptos como bien de familia, etcétera.
7. RECARGOS O ADICIONALES: los recargos o adicionales pueden ser de base
objetiva o de base subjetiva. Los recargos de base objetiva son aquellos que se
cobran sobre los terrenos no edificados o baldíos y latifundios, mientras que el
ausentismo es un recargo de base subjetiva.
7.1. Baldíos: los recargos por baldíos o tierras no edificadas consisten en aumentar
el impuesto a aquellas tierras que no han sido objeto de mejoras por parte de sus
propietarios. Siguiendo esta orientación, ciertas legislaciones provinciales establecen
cuotas más elevadas por terrenos baldíos.
7.2. Latifundios: a partir del año 1930, las provincias comenzaron a establecer
escalas de tipo progresivo tendientes a favorecer la subdivisión de la tierra. Se
entendió que socialmente era inadmisible la concentración de grandes riquezas
territoriales en manos de pocos individuos (fenómeno que se conoce como latifundio),
y se intentó lograr la subdivisión mediante la progresividad. Se pensó que, como a
medida que se poseía más tierra se pagaba una mayor escala, el latifundio resultaría
desventajoso y el propietario optaría por dividirlo.
7.3. Ausentismo: este adicional tiene en cuenta que el propietario de los inmuebles
se halla ausente del país, y por esa circunstancia se cobra un determinado importe
adicional. También se suele considerar dentro del régimen de ausentismo a las
sociedades o empresas extranjeras con sede principal fuera del país.
8. CATASTRO. ORÍGENES Y OPERACIONES: la palabra catastro deriva de la locución
latina capitastrum, que proviene a su vez de caput, que significa cabeza, porque se
consideraba que era un inventario por cabeza de cada uno de los inmuebles de una
comunidad.
El catastro es de antigua data y tuvo su origen en Egipto. Así, se dice que los
persas en épocas de Darío hacían operaciones catastrales. También se conoció en
Grecia, en épocas de Solón y de Alejandro Magno. En Roma fue adoptado entre las
reformas fiscales de Julio César. En la Edad Contemporánea el catastro adquirió
nuevamente relevancia. En Francia se inició un catastro parcelario en 1807; Austria
comenzó también la confección de un catastro a mediados del siglo XIX y también lo
hizo Italia, luego el sistema se popularizó.
El catastro consiste en un inventario general de las distintas propiedades existentes
dentro de un Estado que son registradas con los datos que se llevan al respecto,
complementándose con el registro general de propiedades para perfeccionar la
situación jurídica de los inmuebles.
Para confeccionar el catastro deben efectuarse operaciones geométrico-
trigonométricas que tienen por objeto establecer todo lo relativo a la superficie del
fundo, operaciones económico-financieras que tienden a estimar su valor, y
operaciones jurídicas que tienen por fin individualizar el inmueble y a su propietario.
En nuestro país, las generalmente denominadas Direcciones de Catastro, se
encuentran a cargo de cada gobierno provincial.
9. DETERMINACIÓN Y PAGO: en cuanto a su determinación, esta suele estar a cargo
de la administración, que liquida de oficio el tributo mediante boletas o recibos
denominados cedulones, que, a su vez, incorporan la fecha de vencimiento del pago,
así como su importe.
Las legislaciones provinciales suelen traer previstos mecanismos de impugnación
de los datos incorporados a estas boletas, cuya presentación, en general, viene
vinculada a la fecha de vencimiento para su pago.