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MARCOS, UN EVANGELIO COMO MANUAL

DE EDUCACION EN LA FE*

Dr. Juan J. Bartolomé, sdb


Centro Salesiano de Estudios Teológicos
Madrid

Resumen

Análisis del evangelio de Marcos no sólo como relato del itinerario del Jesús
histórico sino también como un manual en el que se explicitan los rasgos que han de
caracterizar la fe y la acción apostólica de los discípulos en la Iglesia primera.

Summary

An analysis on the Gospel of Mark not only as a narrative on the itinerary of the
historical Jesus lot also as manual in which are explained (or made clear) the traits
which should characterize the faith and apostolic action of the disciples in the primitive
Church.

El relato de Marcos que, en la presentación de su autor, es evangelio


de Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (1,1), puede muy bien ser tenido
como vademécum para la formación del discípulo. La razón es obvia:
quién es Cristo para el creyente determina cómo ha de ser el cristiano;
como ayer vivió él —y porque vive hoy — , ha de vivir siempre quien le

El texto que presento es, ligeramente corregido, el de una ponencia presentada


en el III Congreso Mundial de la Asociación Bíblica Salesiana, que tuvo lugar en
Guadalajara (México) del 29-08-93 al 06-09-93. El destino oral de la comunicación
dispensa de mencionar la bibliografía consultada; el análisis del relato de Me que la
fundamenta ha sido publicado recientemente: Juan J. Bartolomé, Marcos. Un manual
de formación para el seguimiento de Jesús (Madrid, CCS, 1993).

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siga. La presentación kerigmática de Jesús sirve, pues, a la edificación de


la vida cristiana; es, precisamente, en cuanto predicación de Cristo como
Marcos resulta ser un manual para la formación del cristiano.
Pues bien, dado que la visión kerigmática de Jesús de Nazaret que
Marcos ofrece tiene como objetivo incidir en la vida de sus lectores, el
mundo por él creado ha de sustentar tanto la biografía narrada de Jesús el
Cristo como la biografía pretendida de sus seguidores; cómo se ha imagi­
nado el narrador a su personaje y su mundo tiene que ver directamente
con el modo como quiere ver a sus oyentes en el suyo. Y aunque los
discípulos de Jesús, salvo Judas, no intervengan de forma decisiva en la
narración, es harto significativo que en el mundo recreado por Marcos
Jesús esté permanentemente acompañado de discípulos: más que por lo
que hace o dice, el discípulo pertenece a su entorno por estarle próximo
y seguirle de cerca.
Antes de pasar al análisis de la relación de Jesús con sus discípulos,
ejemplo y norma de toda relación entre Cristo y los cristianos, conviene,
pues, situarla dentro del marco narrativo en el que Marcos la dejó explici-
tada y descubrir la función que en él cubría. Sólo cuando quede de mani­
fiesto el papel que el discipulado de Jesús desempeña en el mundo mar-
quiano, se estará en condiciones para apreciar la importancia del fenóme­
no y, más importante aquí, inventariar sus metas y el método seguido por
Jesús para conseguirlas.
Concentrar la atención en el tema del discipulado de Jesús y, más en
especial, en su metodología pedagógica no deberá hacer olvidar que la
relación de Jesús con sus seguidores no fue único empeño de Jesús duran­
te su ministerio público ni siquiera el más importante; él quiso tener
discípulos, pero no vino para tenerlos. El reino de Dios, su inmediata
implantación, fue el motivo de su aparición y la razón de su vida pública.

I. Una aproximación al relato de marcos

El mundo en el que Marcos sitúa la acción queda definido por los


lugares y los tiempos en los que coloca a sus personajes (y a los lectores)
y por las personas o grupos de personas que lo habitan y en él intervie­
nen. Cuanto de ellas dice y —no menos decisivo— lo que sobre ellas
calla, es su forma de identificarlos.
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Ese mundo literario, creación redaccional, tiene un entramado narrativo


y sigue un preciso guión; la trama es el modo en que se disponen los
hechos narrados, que, en contra de la apariencia, no se producen de forma
casual sino en secuencia cuidadosamente ordenada; el narrador se sirve de
esa ordenación de los acontecimientos para, creando tensión dramática,
suscitar en sus lectores una respuesta determinada, la que él juzga conve­
niente, lo mismo que para desautorizar juicios o actitudes equivocadas que
presume en su audiencia.

1. Tiempo y espacio

En el mundo narrativo que crea Marcos no existen barreras entre lo


sobrenatural y lo habitual: Dios, ángeles, demonios, hombres aparecen en
la escena —y desaparecen— tomando postura siempre frente al personaje
principal. A pesar de una masiva presencia de lo divino, el mundo narrado
queda en el ámbito de la cotidianeidad; la impresión global que deja es de
absoluta normalidad.
Espacialmente, el país de los judíos es el escenario dominante y casi
exclusivo del relato. La localización más decisiva gira en torno a la
secuencia Galilea-Jerusalén-Galilea; otros lugares —el desierto de Judea
(1,2-6.12-13) o el templo de Jerusalén (11,27-12,34)— tienen indudable
importancia, como espacio de desvelación de la identidad de Jesús y lugar
del conflicto con sus antagonistas, pero no modifican la disposición básica
del relato.
Temporalmente, las determinaciones cronológicas que aparecen en los
trece primeros capítulos son genéricas: sirven fundamentalmente como
nexo literario entre episodios y para darles verosimilitud histórica. Marcos
sitúa la narración, que comprende el fin del ministerio del Bautista, el de
Jesús y el inicio de la misión de los discípulos pospascuales, en el tiempo
del cumplimiento, que es tiempo del evangelio. De hecho, inicia su
crónica propiamente en Me 1,14-15 cuando, programáticamente, Jesús
proclama el evangelio del reino de Dios, y la finaliza en Me 16,8 dejando
anunciada la buena nueva de la resurrección de Jesús.

2. Personajes

Los actores que, de forma habitual, pueblan el mundo de Marcos son:


Jesús, las autoridades religiosas, los discípulos y el pueblo. Junto a ellas
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aparecen otras figuras secundarias que o ejercen funciones importantes en


un momento dado del relato -Juan Bautista (1,4-8), Herodes Antipas
(6,14-29), Pilato (15,1-15)— o esporádicamente sirven para subrayar
comportamientos que, por contraste, definen el de los personajes principa­
les —fe de Jairo en Jesús (5,21-24.35-43); Simón de Cirene hace lo que
deberían hacer los discípulos (15,21; cf. 8,34) — .
Jesús es el protagonista del relato, que domina completamente (salvo
1,4-6; 6,17-29) y le da unidad; su forma de enjuiciar acontecimientos y
personas es aceptada por el narrador y por él propuesta como normativa
a sus lectores. Por cuanto dice y hace Jesús deja ver su identidad perso­
nal, que radica en una relación única con Dios (1,11; 9,7; 12,6). Sólo el
narrador (1,1) y los personajes sobrenaturales (Dios: 1,11; demonios:
1,24.34; 3,11; 5,7) conocen la filiación divina de Jesús; los hombres, sean
adeptos o antagonistas, reaccionan con perplejidad (1,24, cf. 1,27; 1,34,
cf. 2,7; 3,11, cf. 4,41; 5,7, cf. 6,3). La opinión pública se muestra
dividida (6,14-16) y únicamente podrán atisbar su misterio personal al
final del relato: para saber quién es se le debe contemplar en la cruz
(15,39). El lector que conoce el punto de vista del narrador puede calibrar
el error de todos y su causa.
Las autoridades, civiles o religiosas, son los antagonistas. Después de
Jesús son los actores más influyentes en el relato. Marcos, que los ve
como grupo en contraste permanente con Jesús, presenta una imagen muy
hostil y negativa (3,4.6; 7,6-7): carecen de autoridad verdadera (1,22); no
conocen el punto de vista de Dios ni saben las Escrituras (2,25-26; 7,10-
13; 10,2-9; 12,10-11.26-27.35-37); acabarán con Jesús con traición y
engaño (3,6; 11,18; 12,12; 14,1.10-11.55-61; 15,1-10). Desde el inicio
transmite a sus lectores la sensación de que el conflicto es inevitable y su
final será trágico; el antagonismo se hace más intenso y directo (2,1-
3,6.22-30; 7,1-13; 8,11-13; 11,15-18; 12,1-12; 14,56-58), los temas en
debate más decisivos (2,7.15-17.18-20.23-28; 3,1-5.22-30; 7,1.13; 8,11-
13; 10,2-12; 11,15-19.27-33; 12,1-12.13-27.34.38-40; 14,64) a medida
que avanza el relato. Con los discípulos su actuación es, igualmente, de
cerrada oposición (2,32-34; 7,1-5; 13,9-10); también con la gente la
relación es negativa (6,34; 11,18; 12,12.38-40; 14,1-2; 15,9-13). El
redactor no permite a sus lectores que se hagan una idea benévola: si en
un primer momento, aunque piensen deshacerse de Jesús, discuten con él;
cuando los acalle, no pensarán más que en su muerte.
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Los discípulos son presentados con menor nitidez y escaso protagonis­


mo: salvo Judas, no intervienen directamente en el curso de los aconteci­
mientos. Seguidores de Jesús desde el inicio, parece que no hacen nada
por acercársele durante el relato; el lector es inducido a enjuiciarlo más
negativamente a medida que los conoce. El conflicto con Jesús, inexistente
al inicio, se va haciendo más profundo cuando van apareciendo las exigen­
cias reales del seguimiento. De hecho, y el dato es significativo, el segui­
miento pasa a ser de imperativo (1,16-20; 2,14; 3,13) a condicional
(8,31-35; 9,31-34; 10,35-41).
Aunque Marcos diferencia entre discípulos (2,15-16.18.23; 3,7.9) y los
doce (3,16-20), o destaca entre ellos a cuatro (3,17; 10,35.41; 13,3), tres
(5,37; 9,2; 14,33) o uno (1,30.36; 8,29.32.33: 9,5; 10,28; 11,21;
14,29.37.54.66-76; 16,7), habitualmente los considera como un solo
grupo (6,7, cf. 6,30-31.35; 9,31, cf. 9,33-35; 11,11, cf. 11,12-14; 14,17,
cf. 14,32): son leales a Jesús (1,16-20; 3,13-16; 10,28), pero incapaces
de comprenderle (4,13.40-41, 6,48-50; 7,17-18; 8,17-21). Cuanto más se
acerca Jesús a su final, más alejados se le quedan (8,31-35;
14,10-11.31.43-46.50.66-72): su incomprensión les conducirá a la trai­
ción. Con todo, el relato no se cierra condenándolos: se les da una nueva
oportunidad (16,7; cf. 14,28).
Tampoco el pueblo judío está bien definido: enfrentado a Jesús, no es
su enemigo declarado; más aún, Jesús le dedica tiempo y desea ganárselo
(2,2; 6,34). El pueblo le busca (1,37.45; 2,13; 3,7-8.20; 6,31; 10,1),
asombrado por un poder (1,27; 6,2) que experimenta en sus enfermos
(1,34; 3,10-12; 6,6.53-56); se reúne en torno a él (2,2) y le escucha con
agrado (1,21-22; 6,2; 11,18; 12,37). Pero no recibe los secretos del reino
(4,10-11.33-34), y si le sigue momentáneamente (3,7; 5,24; 6,32-34;
10,46), no se convierte en su seguidor (3,32-35; 4,10; 15,41): su admira­
ción o estupor no le lleva a la comprensión (6,51-52). Cuando caiga Jesús
en poder de la autoridad, se unirá a ella en sus propósitos homicidas
(14,43.48-49; 15,15.29-30): la multitud está bien dispuesta con Jesús
(2,6-7.12; 11,18), pero no termina por creer en él. Si inicialmente mues­
tra cierta buena disposición hacia Jesús, terminará por comportarse como
su antagonista.
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3. Trama
La narración supone una cuidada disposición de los acontecimientos
relatados y una clara intención redaccional; nada de lo narrado es para
suscitar una reacción determinada en el lector. En el relato mismo, en su
composición, están las claves de su correcta interpretación: lo que se
inicia como la crónica de una predicación del reino de Dios termina
trágicamente con el relato de la muerte y desaparición del predicador; un
permanente conflicto entre los personajes y sus proyectos es el motor del
relato. Jesús está en el centro del conflicto y es su motivo único: lucha
contra las autoridades y por Israel y fracasa; lucha con sus discípulos y
por ellos y la batalla queda abierta; la anunciada resurrección suspende el
aparente fracaso y posibilita una segunda —y no narrada— oportunidad
para los discípulos. El lector se siente invitado a hacer suya la tarea que
no sabe si realizaron los protagonistas.
Para llevar a cabo este proyecto editorial el redactor ordena su obra de
modo consciente: tras el título, elegido por el redactor y que desvela su
personal comprensión de la obra (1,1), viene un prólogo (1,2-13), que
sirve como presentación del personaje central, quien irrumpe en la narra­
ción predicando el evangelio de Dios (1,14-15). El relato lo es de su
misión evangelizadora, primero en Galilea (1,16-8,26), encaminándose
después a Jerusalén (8,27-10,52), para terminarla trágicamente en la
ciudad santa (11,1-15,41). Un epílogo interrumpe la narración sin cerrarla
del todo (15,42-16,8).
El relato marquiano se inicia y se cierra en lugares inhóspitos, en el
desierto (1,2-13) y junto al sepulcro (15,42-16,8), lugares de muerte y de
Dios; de hecho, en ambos extremos, interviene Dios, más directamente
al inicio (1,11), y hay un mensajero que habla del Señor por venir y de
su camino (1.2-3; 16,7).
Galilea (1,16-8,26) y Jerusalén (8,27-10,52), las dos partes más exten­
sas, presentan una composición análoga, centrada en torno a un discurso:
el parabólico (4,1-34) y el escatológico (13,3-37). El discurso en Galilea
divide la narración en dos secciones: la primera se abre con la llamada de
los discípulos (1,16-20) y se cierra declarándolos familia de Jesús
(3,31-35); en medio queda la crónica de la actuación con autoridad de
Jesús (1,21-3,30). La segunda sección se abre con la primera travesía
sobre el mar (4,53-41) y se cierra con una segunda (8,13-21). El discurso
en Jerusalén distingue asimismo dos secciones: la primera se abre llegando
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al templo Jesús (11,1-11) y se cierra observando Jesús en el templo a la


gente (12,41-13,2); en medio queda la afirmación de la autoridad de Jesús
(11,12-12,40). La segunda se abre preparando a Jesús para la sepultura
por la unción (14,1-19) y se cierra narrando su enterramiento y desapari­
ción (15,40-16,8); en medio queda la narración de la pasión
(14,10-15,39).
Antes del discurso la narración esta dominada por la cuestión de la
autoridad de Jesús: en Galilea es reconocida por los demonios, los discí­
pulos y la gente, y crea oposición en los enemigos; en Jerusalén, la autori­
dad viene cuestionada sólo por éstos, aunque no pueden negársela. Des­
pués del discurso, Jesús, en Galilea, es mal interpretado por sus discípulos
y, en Jerusalén, será por ellos abandonado en manos de sus encmii’os
Cuando Jesús opera en Galilea, sus antagonistas vienen de Jerusalén (3,22,
7,1; 10,32.33-34); cuando está en Jerusalén, sus discípulos son reconoci­
dos como galileos (14,70). En Galilea Jesús es el protagonista de la
acción; en Jerusalén los acontecimientos caen sobre él. Cerrando el
camino de Galilea y antes de iniciar la estancia en Jerusalén, se repite la
curación de un ciego, en Betsaida (8,22-26) y de camino hacia Jerusalén
(10,31; 9;31 10,33) en Jericó (10,46-52).
El camino (8,27; 9,33-34; 10,32.52) es el espacio entre Galilea y
Jerusalén y la cátedra para enseñar a cuantos le siguen su estilo de vida
y ganarles para su programa: el seguimiento se convierte en opcional,
cuando el discípulo conoce las consecuencias. Lo que se inició como
ejercicio de obediencia apoyada en la promesa de Jesús (1,17-18), pasa a
ser decisión consciente y responsable (8,34; 9,35; 10,44-45); a quien hace
camino junto a Jesús se le predice su final (8,31, 9,31; 10,33).

II. DATOS ESENCIALES PARA UNA PEDAGOGÍA APOSTÓLICA

Con cierta reserva cabe distinguir tres elementos esenciales en la


pedagogía del discipulado de Jesús: el reino de Dios como único motivo,
o la razón que llevó a Jesús a convertirse de predicador itinerante en
educador de hombres; la convivencia permanente como opción metodoló­
gica fundamental que preside el iter formativo que hizo reconocer a sus
educandos; la aceptación de su destino personal, como objetivo o meta
final, que se propuso conseguir como maestro, y que propuso como
ineludibles a sus acompañantes si querían ser discípulos.
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1. Con el reino de Dios como motivo


Que Jesús inicie su ministerio con la predicación del reino (1,14-15)
y con la invitación a su seguimiento (1,6-20) no es simple casualidad: la
primera actuación del evangelizador del reino inaugura el discipulado.
Durante toda su vida pública Jesús no se ocupó más que de anunciar como
cercano el reinado de Dios (1,21,22), que sus obras proclamaban ya
incipiente (1,32-34). Y siempre, salvo contadas excepciones (6,14-29;
14,53-15,40), estuvo rodeado de personas que, siguiéndole de cerca,
convirtieron al Dios de Jesús en el Señor de sus vidas, al querer vivirlas
poniendo por obra la voluntad soberana de Dios (3,31-35).
Primera institución que nace de la predicación del reino, el discipulado
de Jesús tiene su origen y causa en la obligación que siente Jesús de
proclamar la voluntad de cercanía a los hombres que Dios mantiene y está
por realizar en un futuro inmediato: su conciencia de apóstol del Dios
próximo le impone la cercanía con los hombres; a ellos se dirigirá si están
alejados y con ellos convivirá, si son sus elegidos. No es, pues, discípulo
aqué que quiere y se lo propone, sino quien es querido por Jesús y recibe
la invitación. Pero el querer del predicador y su llamada son consecuencia
ineludible de su propia vocación: el discípulo, al igual que su Señor y a
través de él, está al servicio del reino de Dios. Dios por venir, su sobera­
nía por implantarse, son la razón de ser del discipulado, como lo son de
la misión personal de Jesús (2,15-17).

2. La convivencia permanente como método

En el relato de Marcos la vida y la obra de Jesús quedan definidas por


la presencia/ausencia de sus seguidores: aparece públicamente en Cafar-
naún (1,21) tras lograr los primeros adeptos (1,16-20), y se apresta a
morir en Jerusalén, cuando le fallan todos sus discípulos (14,50-52).
Quien murió sólo (15,34), no pudo vivir sin compañeros.
En todo momento, Jesús, que por acercar el reino de Dios a los hom­
bres no tuvo él morada estable, impuso a quien le seguía domiciliarse en
los caminos: la ocupación habitual del grupo de Jesús fue vagar de un
lugar para otro; y su lógica consecuencia, la marginación social y el
desarraigo familiar. A pesar del continuo desplazamiento, pueden señalar­
se tres etapas dentro de su ministerio, que se caracterizan, también, por
una d¡versificación en las metas que Jesús perseguía y en los procesos que
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alentaba en la educación de sus discípulos A pesar del final trágico de


Jesús y de su fracaso como educador, nada acaba con su muerte: en
Galilea, de nuevo, podrá reiniciarse el esfuerzo.

a) Galilea, unos inicios prometedores.


En Galilea (1,21-9,26), los discípulos de Jesús son invitados, primero,
a estar con él (1,17a; 3,14a) y, en un segundo momento, serán enviados
a predicar en su lugar (1,17b; 3,14b; 6,7). En ambos casos, los seguido­
res de Jesús, los primeros lo mismo que los doce, se perfilan como sus
compañeros de vida y de tareas apostólicas.
Ser discípulo de Jesús consiste básicamente en convivir siguiéndole de
forma estable (1,18.20; 2,14; 8,34; 10,21,28; 15,41); de ahí que no
cualquiera que le sigue ha de ser considerado como tal (3,7; 5,24; 10,52;
11,9). La compañía de Jesús no siempre es la mejor, pero siempre es
fruto de una elección suya (2,17). Durante un largo período, aprenderán
de Jesús mientras éste ejerce su poder de curar y predica el evangelio a
la muchedumbre (1,21-3,7); serán eventual mente defendidos de críticas de
sus antagonistas (2,18-27) o presentados como familiares públicamente
(3,31-35). Oirán junto a la gente las parábolas de reino (4,1-19) y recibi­
rán en privado una mejor explicación (4,10-34): los secretos del reino se
les abren. Tras contemplar una serie de prodigios (4,35-5,43) y asistir al
rechazo de Jesús por parte de sus conciudadanos (6,1-6a), serán enviados
por él en su nombre y con sus poderes (6,66-13.30), multiplicando su
actividad mesiánica.
Ejercitados ya en la misión, vuelven a la convivencia con Jesús: con­
templan increíbles portentos (6,30-53) y son, de nuevo, defendidos públi­
camente (7,1-15) e instruidos en privado (7,16-23). La repetición de
prodigios (7,24-8,10) prepara la seria advertencia de Jesús contra el deseo
de signos y señala un punto culminante en el cúmulo de malentendidos
que ha sido hasta ahora el seguimiento de Jesús (8,11-21). El período
galileo, significativamente, se cerrará con la curación de un ciego que no
se convirtió en discípulo (8,22-26): ver no basta para creer, ser sanado no
es preámbulo para ser seguidor.
En Galilea los discípulos son compañeros constantes de Jesús, de cuya
decisión siempre dependen: son elegidos (1,16-20) y seleccionados (3,13-
14), enviados (6,7) y acogidos (4,30-32), instruidos (4,10-11.34) y man­
dados (6,8-11). Por estar con Jesús permanentemente, ven sus prodigios
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y oyen sus enseñanzas, se convierten en sus representantes legales que


misionan en su nombre y con su autoridad (3,14-16: 6,7.12-13), expulsan
demonios (6,13, cf. 1,34.39), llaman a la conversión (6,12, cf. 1,14-15),
repiten enseñanza (3,15; 6,30, cf. 1,21-22) y milagros (3.15; 6,7.13, cf.
1,34; 3,10), para terminar, como apóstoles, retornando a la convivencia
(6,30).
En Galilea la cercanía a su maestro los distingue de las autoridades;
y su permanencia junto a él, de la muchedumbre. Pero en su falta de fe,
los discípulos les son parejos (4,13.4, 6,51-52; 7,18; 8,21). Y de Galilea
saldrán los discípulos cuando vaya a apartarse de su incredulidad (8,29).
El tiempo de la estancia con Jesús coincide, pues, con el tiempo de la
incomprensión: elegidos personalmente y dotados de su poder (1,16-20;
3,13-15), testigos presenciales de cuanto Jesús hace y dice (1,22.23-28.32-
34.38-39; 2,8-12; 3,10-12), no logran entender lo que predica (4,13;
7,18) ni cuanto ven (4,41; 6,51-52; 8,14-21): no comprenden las pará­
bolas de Jesús, el origen de su autoridad, ni su identidad personal. Jesús,
que hubiera esperado de ellos otra reacción, no deja de contar con ellos
(6,7-12); trata de que la incapacidad de los suyos para entenderle no mine
su lealtad ni rompa su vida común.

b) Camino de Jerusalén, metas y metodología de formación.


El camino hacia Jerusalén (8,27-10,52) queda enmarcado por un doble
acto de fe: es un trayecto que se abre en la confesión de fe del discípulo
Pedro (8,29) y se cierra con la del ciego Bartimeo, convertido en vidente
y seguidor de Jesús (10,52).
Con todo, la de sus discípulos no será una fe completa (cf 1,1; 8,27),
como Jesús hubiera deseado (8,32-33). Lógicamente, el esfuerzo educador
de Jesús se concentra en sus discípulos: convierte su viaje en escuela y se
pone como tarea el ganar a los suyos para el seguimiento. El problema en
ellos no gira ya en torno al misterio de su persona, se centra en la com­
prensión del destino del Maestro y la necesaria solidaridad de los discípu­
los. Creyentes a medias, Jesús quiere conducir a los suyos a la aceptación
del plan de Dios, que se realizará en su pasión, muerte y resurrección.
Por tres veces, y cada vez con mayor claridad, anuncia su fin cruento y
su inmediata resurrección (8,31; 9,31; 10,33-34); invariablemente, los
discípulos reaccionan oponiéndose frontalmente (8,32), amparándose en
el silencio (9,32), o, lo que es aún más grave, soñando dignidades por
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venir (10,35-40): dar con la auténtica identidad de Jesús incluye la acepta­


ción sin ambages de su destino personal.
Jesús aprovecha la incapacidad de sus discípulos para, mediante una
catcquesis basada casi monotemáticamente en la entrega de la propia vida
y en el servicio a los demás (8,34-38; 9,33-37; 10,41-45): comunicarles
el proyecto de Dios. El seguimiento es ahora opcional y universal (8,34),
pero la resistencia crece y el conflicto con sus discípulos se radicaliza: el
primer creyente se convierte en un endiablado tentador (8,33), por no
pensar a Jesús como Dios lo quería.
El tacto pedagógico de Jesús es, ello no obstante, evidente: tras el
primer anuncio de su muerte y la primera instrucción sobre las condicio­
nes del seguimiento (8,34-9,1), se deja ver, como en realidad es, encan­
tador: se muestra divino (9,2-13) y vencedor del mal allí donde el discí­
pulo es vencido (9,14-29); pero la orden que, al bajar del monte, da a los
que le vieron, de callar la experiencia (9,9) delata la convicción del narra­
dor de que sólo tras la resurrección se comprende el destino e identidad
de Jesús.
Ligada a la segunda predicción (9,30-32) va una larga instrucción sobre
la vida del discípulo: el servicio (9,33-37), la tolerancia (9,38-41), la vida
ejemplar (9,42-50), la indisolubilidad matrimonial (10,1-12) y el valor de
los bienes (10,17-31). El esfuerzo de Jesús es inútil: apenas ha repetido
el anuncio de su entrega, cuando sus seguidores se enzarzan en una
discusión sobre el mayor de todos; siguen pensando según categorías
humanas y no siguiendo el proyecto divino (9,35.37.39; 10,26). El tercer
anuncio de su muerte (10,32-34), aunque sea el más claro y extenso,
suscita, de nuevo, una disputa interna entre los discípulos y provoca la
última catcquesis sobre la autoridad cristiana y el modo de ejercerla
(10,35-41): la búsqueda del poder no pertenece al camino de Jesús; su
meta, y la vía, es servir a todos sin servirse de ninguno.
Por más que, camino de Jerusalén, Jesús se haya volcado en la educa­
ción de sus discípulos, ya medio creyentes, no logrará ganarlos para el
proyecto de Dios, al que sólo él sirve. Y es que para que se le entreguen
en cuerpo y alma, tendrá él que entregarse antes en cuerpo y alma por
ellos. La fe del discípulo dejará de ser barrunto o simple sospecha sólo
cuando se consume la muerte de su Señor.
60 revista española de teología - J. J. Bartolomé

c) Jerusalén, la tumba del maestro y del discipulado.


Jerusalén (11,1-15,47), ciudad de Dios, será tumba de Jesús y sepulcro
de la fidelidad de los suyos. Jesús dedica los días de su estancia a la
enseñanza pública del pueblo (11,27-12; 12.35-40), a mantener mayores
distancias con las autoridades (12,13-34) a quienes logra reducir al silen­
cio (12,34), y a abrir su intimidad a sus discípulos y anunciarles el inme­
diato porvenir (11,20-23; 12,41-13,37). Todo en vano.
Hechos tan clamorosos como la entrada en Jerusalén (11,1-11), la
maldición de la higuera (11,12-14) o la purificación del templo (11,15-9)
no logran motivar la fe de cuantos le siguen (11,22-25), ya avisados de
cuanto va a suceder (13,1-37). El elogio de la viuda que entregó a Dios
todo lo que tenía para vivir es la última enseñanza a los suyos (12,41-44):
en neto contraste con los escribas, que se sirven de Dios para vivir
(12,38-40), y con los discípulos, que por salvarse perderán a su Maestro.
Esa mujer se ha puesto en manos de Dios, poniendo en sus manos cuanto
tenía para sobrevivir.
Cuanto más se acerque la pascua, más difícil se hace la fidelidad al
discípulo y más inevitable la muerte al Maestro. Con la muerte, culmen
del conflicto de Jesús con las autoridades de Israel (3,6; 11,8; 12,12;
14,1-2), se interrumpe violentamente su ministerio público y la posibilidad
de que se comprenda su misterio personal; pero, al mismo tiempo, es el
hecho que resuelve definitivamente el enigma de Jesús, desencadenando
el acto reivindicatorio de Dios y la revelación de su identidad.
En el transcurso de una cena, la última (14,12-16.22-24), Jesús anuncia
su entrega, la interpreta como alianza y predice la traición —ya planea­
da— de un discípulo (14,10-17.21.43-49), la negación repetida de otro
(14,26-31) y la huida de todos (14,27.50-52). Su voluntad no ha doblega­
do la debilidad del grupo, preguntándose uno a uno si no será él mismo
el traidor, queda en evidencia su inseguridad: todos son capaces de ello,
aunque sólo uno lo consuma (14,31,43-46).
Y abandonado por los suyos, lucha por no verse abandonado de su
Dios (14,32-42); la lealtad de los discípulos se quiebra y la soledad de
Jesús no puede ser más dramática. La noche de su entrega es la noche de
la traición (14,43-46) y huida de sus discípulos (14,50) y del desamparo
de Dios: Dios y los suyos coinciden en el abandono, aunque por bien
distintas razones. Y mientras Jesús dé testimonio de su misión mesiánica
(14,53-65; 15,1-15), Pedro estará renegando de él, como estaba previsto
MARCOS, UN EVANGELIO COMO MANUAL 61

(14,66-72). Condenado y ultrajado, morirá gritando su abandono


(15,29-32.35-36). Sólo entonces, ante la cruz, podrá nacer la fe verdade­
ra: aquella que no encontró en un discípulo, surgió en un pagano (15,39;
cf. 1,1); por vez primera y última alguien que no es Jesús (14,63, cf.
12,6) desvela sin reservas quién es. Lo que no lograron sus seguidores ni
aceptaron sus antagonistas, lo alcanzó el centurión romano. ¡Mayor
fracaso no podría soñarse para un programa de educación en la fe!
La fidelidad del discípulo, por más favorecida que estuviera durante el
período de convivencia y la instrucción privada, no fue posible hasta que
Jesús fuera fiel a Dios y a los suyos hasta el extremo. Ensayar fe o
prometer fidelidad, sin aceptar en el crucificado al hijo de Dios, es inútil
esfuerzo; mala pedagogía cristiana es educar para una vida de discipula­
do que no cuente con Cristo y éste crucificado (cf. 1 Cor 2,2).

4) De nuevo, Galilea...: la resurrección del discipulado.

Que el relato de Marcos culmine en la cruz no significa que en ella


termine. Más aún, su relato ha quedado inacabado; en ello reside uno de
sus rasgos más característicos. El fracaso de Jesús, que fue el de sus
discípulos, no duró ni tres días: su tumba vacía vació de contenido trágico
su muerte en cruz y la muerte de la fe de los suyos.
Aquel día madrugó Dios más que las presurosas sepultureras (16,1-6):
no encontraron al crucificado en la tumba, porque estaba vivo en Galilea
(16,7), tal y como lo había predicho (10,33-34; 4,28). Galilea, de nuevo,
es el hogar del discípulo recuperado para el seguimiento, porque allí está,
precediéndole, el Señor...
Marcos deja sin narrar el encuentro del Resucitado con sus discípulos
en Galilea, aunque la existencia del relato (y de la comunidad lectora) lo
dé por supuesto. No describe, pues, la solución final del conflicto entre
Jesús y los suyos. Con ello invita al lector a inventar el final no narrado.
Mientras Jesús viva —y vive ya para siempre— y nos esté esperando,
siempre podrá contar el discípulo con una oportunidad de rehacer el
camino y volver al seguimiento. El discipulado desaparecerá como institu­
ción del reino cuando retorne el hijo del hombre a imponerlo (8,38;
13,26-27; 14,62).
La historia de los primeros discípulos, sus pocas luces y su inveterada
incapacidad, es advertencia y promesa, aviso y estímulo, mientras uno
ensaya su propia historia de discípulo, ahora ya algo más precavido y
62 revista española de teología - J. J. Bartolomé

mucho más responsable; porque, y a diferencia de los primeros, él sí que


conoce que el final de la historia no es una tumba vacía en Jerusalén sino
los caminos abiertos de Galilea... Mientras él allí nos preceda, puede uno
aventurarse a seguir sus huellas.

3. Asumir el destino de Jesús como meta


Si el reino de Dios fue el motivo de la actuación pública de Jesús y,
por tanto, la razón del esfuerzo por educar a sus seguidores, todo su
trabajo pedagógico tenía por objetivo el ganar para ese proyecto de Dios
a cuantos le acompañaban mientras lo ofrecía al pueblo. La tarea debió
parecer fácil al inicio, tanto a él como a sus discípulos. Pero cuando éstos
se percataron de que el plan de Dios no coincidía con sus planes, ni sus
caminos con el viacrucis que lo cumplía, rompieron con el maestro y
dejaron la convivencia. El fracaso de los discípulos fue un revés para su
educador, tan rotundo como la muerte.
Jesús sacó a unos hombres de su trabajo y de su hogar para, a través
de una vida y una misión compartidas, llegaran a asumir su destino
personal. La cruz de Cristo, sólo presentada a quien creía ya en él...,
aunque fuera a medias, fue —y sigue siendo— la reválida del discípulo.
Pero, a diferencia de los primeros, los que venimos tras ellos sabemos que
Dios espera a quien acepta la cruz de Cristo como destino personal, antes
de que amanezca el tercer día, mostrarle vencida la muerte y enviarle a
las Galileas donde le está esperando el Resucitado. En la cruz de Jesús se
encuentran los hombres con Dios y en su sepulcro abierto se recuperan de
sus fallos recuperando como misión el testimonio ante sus hermanos.
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