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LA DOCTRINA DEL ERROR EN EL CÓDIGO CIVIL CHILENO.

UNA MIRADA
TRANSCORDILLERANA.
THE MISTAKE DOCTRINE IN THE CHILEAN CIVIL CODE. A LOOK FROM THE
OTHER SIDE OF THE ANDES.
Julio Alberto Díaz*

RESUMEN: Basado en la afirmación del Dr. Maza Gazmuri de que, en el caso


chileno, la disciplina del error goza, en general, de un pacífico sueño en las letras del
Código y que ni la doctrina –descontando a Claro Solar– ni los tribunales se han
preocupado mayormente de ella (más allá de los manuales y algunas sentencias
dispersas) me propuse, aprovechando ese declarado vacío, realizar algunas
apreciaciones, en mi carácter de observador transcordillerano. Esta mi condición,
naturalmente, conlleva dos ineludibles consecuencias: por un lado, podría traer la
novedad de una mirada diferente sobre algunos aspectos, al no encontrarme
inevitablemente influenciado por la doctrina nacional, pero, al mismo tiempo y por las
mismas razones, al no contar con el robusto respaldo de consolidadas lecturas de los
grandes maestros, podría derivar en la inexactitud de algunas de esas apreciaciones. Si
así fuere, deposito mi fe en la indulgencia de los lectores.
Palabras clave: Vicios de la voluntad – Error – Contratos

ABSTRACT: Based on Dr. Maza Gazmuri's assertion that, in the Chilean case,
the discipline of mistake enjoys, in general, a peaceful dream in the letters of the Code
and that neither the doctrine - disregarding Claro Solar - nor the courts have taken much
care of it (beyond the manuals and some scattered sentences) I proposed myself, taking
advantage of this declared void, to make some appreciations, in my capacity of a
transcordilleran observer. This condition, naturally, entails two inescapable
consequences: on the one hand, it could bring the novelty of a different view on some
aspects, since I am not inevitably influenced by the national doctrine, but, at the same
time and for the same reasons, since I do not have the robust support of consolidated
readings of the great masters, it could derive in the inaccuracy of some of those
appraisals. If so, I place my faith in the indulgence of the readers.
Keywords: Defects of the will – mistake - Contracts

1. LOS VICIOS DE LA VOLUNTAD.

No caben dudas de que Bello optó por tratar la cuestión del error como lo hacía
la doctrina tradicional, es decir, únicamente con respecto a los contratos. No existen
registros de que el codificador hubiese conocido el Esboço de Teixeira de Freitas, lo
cual es difícil que haya ocurrido dada la simultaneidad de ambos trabajos. Como se
sabe, Freitas fue el primero en el mundo en presentar en proyecto legislativo la
inclusión metodológica de una Parte General en el código donde, entre otras cosas, se
contemplaba la cuestión de los vicios en relación a todos los actos voluntarios y no
únicamente en relación a los contratos. Vélez Sársfield, al redactar el código civil
argentino, habiendo tenido la oportunidad de conocer el Esboço, e impactado por su
calidad, consideró que la técnica resultaba adecuada, porque aun en los actos
unilaterales es posible que la intención o la libertad se hayan visto comprometidas,
siendo por tanto también aquéllos anulables en virtud del vicio que los afecta.
A pesar de la orfandad de antecedentes de que dispuso Bello, existen un par de
detalles que dejan abierta la hipótesis de un destello instintivo que le hubiese sugerido,

1
de haber contado quizás con algo más de convicción, inclinarse por la opción de Freitas,
que medio siglo más tarde habría de adoptar el código civil alemán. En efecto, la
reiterada referencia a vicios del consentimiento (en los artículos que van del 1451 al
1458) no dejan lugar a dudas de que su consideración se encontraba exclusivamente
centrada en los contratos. No obstante, dos referencias puntuales al acto o contrato
(art.1453 y art. 1454) dejan, cuando menos la duda de si habría en algún rincón, no
suficientemente explorado, de su pensamiento, el entendimiento de que los vicios
podían también existir en actos que no fuesen contratos. Somos conscientes de que la
instintiva contra-argumentación a esta hipótesis sería la de que las expresiones usadas lo
son en términos de sinonimia. Es posible, pero ¿habría un maestro de la lengua
castellana y uno de los más grandes juristas de América cometido un desliz semejante?
¿Habría Bello incurrido en una redundancia como esa empleando, en una obra de
codificación, donde existe convicción uniforme acerca de la inadecuación técnica del
empleo de palabras inútiles? (¿cuál sería el aporte que la palabra acto traería a la de
contrato, si ambas significasen lo mismo?)
Un inestimable servicio a la comunidad científica ha prestado la Biblioteca
Nacional de Chile digitalizando las Obras Completas de Bello, entre ellas los distintos
Proyectos por él elaborados, lo que permite a los investigadores observar la evolución
de su pensamiento, desde 1842, en que comienzan a publicarse en El Araucano hasta
1845 en que terminan abruptamente, reapareciendo en 1847 y posteriormente con el
proyecto de 1853 y el denominado Proyecto Inédito (sólo publicado en 1890). 1 Pues
bien, en los tres primeros proyectos la referencia es exclusivamente a error en los
contratos y es sólo en el Proyecto Inédito en que aparece, por primera vez la alusión a
acto o contrato.
Se sabe que el Proyecto dado a luz en 1853 fue sometido al examen de una
comisión, por lo que es posible conjeturar que fue una enmienda de esta comisión la que
dio por resultado la redacción definitiva.
En realidad, no dudamos de que Bello haya tenido conciencia de la aplicabilidad
de la doctrina de los vicios jurídicos también a otro tipo de actos, lo que estamos
sugiriendo es la posibilidad de que, en algún momento, hubiese deliberado internamente
acerca de la conveniencia metodológica de legislar unitariamente para ambos. La
doctrina no parece dudar respecto a lo primero. Así, Vial del Rio sostiene que si bien el
art. 1445 habla de los vicios de que puede adolecer el consentimiento -término que
admite designa la voluntad en los actos jurídicos bilaterales- ello no significa que
solamente en los actos bilaterales pueda encontrarse viciada la voluntad de una de las
partes, ya que cabe también dicha posibilidad en los actos jurídicos unilaterales, como
lo reconoce expresamente el código en el testamento, por ejemplo. 2 En el mismo sentido
se pronuncian Alessandri, Somarriva y Vodanovic sosteniendo que el código habla de
vicios del consentimiento, pero todo lo dicho respecto de éste, debe entenderse también
respecto de la voluntad, ya que el consentimiento no es otra cosa que el acuerdo de
voluntades.3
Esa coincidencia doctrinaria al respecto, nos hace pensar que una propuesta de
inclusión de una Parte General en una eventual reforma del código podría llegar a ser
receptada favorablemente, sin mayores dificultades. A primera vista pareciera que
Domínguez Águila, quizás sería su principal impulsor ya que, en su conocida obra,
abiertamente afirma que el código alemán siguió un procedimiento técnico más
acabado, porque estableció una reglamentación general para los vicios de la voluntad en
1
BELLO Disponible en http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:330178
2
VIAL (2003) p. 77.
3
ALESSANDRI RODRÍGUEZ et al. (1998) p. 187.

2
los negocios jurídicos (arts. 119 y sgtes.),4 pero inmediatamente después cita una serie
de particularidades de las cuestiones relacionadas a testamentos y derechos de familia
que aconsejarían su tratamiento separado, con lo cual queda un poco sin explicación -si
estas razones son valederas- ¿en dónde estaría la superioridad técnica inicialmente
señalada?
2. EL ERROR O LA IGNORANCIA.
1. Concepto. El error es una falsa representación de la realidad que influye sobre
la voluntad del declarante, impidiendo que ésta concuerde con su verdadera motivación.
El sujeto cree falso lo que es verdadero, o verdadero lo que es falso y de tal forma, con
una noción inexacta o incompleta, emite su voluntad de un modo diverso al que habría
efectuado si su conocimiento sobre los hechos o las normas hubiese sido exacto o
completo.
El error es el falso conocimiento. La ignorancia, por el contrario, es la carencia
de conocimiento. En el primero, existe una substitución de la verdadera idea por otra
falsa sobre el objeto de conocimiento, en otras palabras, hay una falta de adecuación,
una disconformidad entre la idea y la realidad. En la segunda, existe ausencia de esa
idea. El maestro Claro Solar instruía en el sentido de que en derecho lo mismo da
ignorar en absoluto una cosa o tener un concepto errado de ello. La ignorancia o la
equivocación conducen a lo mismo: a una falsa representación de la realidad, y eso es,
en la ciencia jurídica, el error.5
El código civil brasilero, intitula la Sección I, del Capítulo IV de su Libro III:
Del error o la ignorancia. Curiosamente, el código civil argentino que también traía
alusión legislativa a ambos conceptos, eliminó la ignorancia en reciente reforma, por lo
que ahora, como la gran mayoría de las legislaciones, solo hace referencia al error.
El código civil chileno, sin efectuar distinciones, da un tratamiento igualitario a
ambas figuras, equiparando sus efectos, lo que no podría ser de otra manera, ya que lo
importante es que esa visión distorsionada, equivocada o disociada de la realidad actúe
sobre la voluntad, formándola sin la necesaria correlación entre la decisión que se toma
y los motivos determinantes del sujeto. De no existir tal visión deformada, la voluntad
no se habría expresado (o lo habría hecho de otra manera), por lo que se puede afirmar
que es precisamente esa deformación la que determina al querer.
Finalmente, es preciso destacar que esa deformación del conocimiento debe
producirse independientemente de la acción de terceros, de no ser así, nos
encontraremos frente al dolo. El error es espontáneo, el dolo es la provocación del error.
2.1 Error de hecho y de derecho.
El error de hecho está referido a circunstancias fácticas vinculadas con el acto,
algún elemento de él o las circunstancias que rodean su ejecución, es decir, cuando el
falso conocimiento recae sobre el dato de hecho, contenido o presupuesto del acto.6
El error de derecho es el falso conocimiento o ignorancia de la norma que ha
determinado la voluntad del sujeto.7 Puede versar sobre la existencia, el significado o el
alcance de la norma. Sería el caso, por ejemplo, de alguien que cree que determinada
norma jurídica está aún en vigor cuando en realidad ha sido derogada.
2.1.1 La doctrina y el derecho comparado al tiempo de la codificación en Chile.
Los arts. 1109 y 1110 del código civil napoleónico, que señalaban cuál era el
error capaz de producir la nulidad de un acto jurídico, estableciendo las características
que debía reunir para producir esos efectos, no efectuaban ninguna distinción entre una

4
DOMÍNGUEZ ÁGUILA (1977) p. 59.
5
CLARO SOLAR (1941) p. 70.
6
BETTI (1959) p. 334.
7
PIETROBÓN (1975).

3
y otra clase de error. Esa circunstancia hizo que los primeros comentadores del Código
de Napoleón se remitiesen al art. 1º en el que se establece la presunción de
conocimiento de la ley, con lo que se arribó a la conclusión preliminar de la absoluta
inadmisibilidad del error de derecho. Pero pronto se advirtió que ella podía llevar, en
muchos casos, a soluciones contrarias a la justicia y equidad. Se produce, en
consecuencia, una reacción contra el rigor extremo de aquel principio y su correlato, el
adagio “nadie puede alegar la ignorancia de la ley” y artículos científicos y fallos de los
tribunales comienzan a abrir grietas en el principio de la inadmisibilidad del error de
derecho.
Giorgi refiere que “la primera palabra contra el despotismo tiránico de la
máxima nemini licet iura ignorare, fue pronunciada por D´Aguessau” y que pronto la
antigua doctrina francesa rechazó el principio de que el error de derecho no pueda nunca
servir de fundamento a la rescisión del contrato. 8 Esta opinión, ya a mitad del siglo XIX
es claramente prevaleciente, al punto que, después de haber sido adoptada por los
códigos Albertino (art. 1197) y de Parma (art. 1084), pasa a ser incorporada
expresamente al código civil italiano de 1865 (art. 1109).
Desconozco si Bello tuvo acceso a los diversos códigos de los pequeños reinos
de Italia anteriores a la unificación, como lo tuvo Vélez Sarsfield y que señala con
frecuencia en las notas a su código. Pero aun no siendo así, con seguridad tuvo acceso al
código civil de Louisiana, o por vía directa, que pudo haber conocido en su versión
francesa, dada su destreza en esa lengua, o en su versión inglesa, de cuyo dominio no
cabe dudar dada su estancia de dos décadas en Londres, o finalmente, por vía indirecta a
través de las Concordancias de García Goyena que daban frecuente cuenta de esa
codificación.9
Pues bien, el art. 1840 del Código de Louisiana de 1824 establecía: “El error de
derecho, tanto como el error de hecho, impide al contrato ser válido, cuando este error
es su causa principal, salvo las modificaciones y restricciones siguientes: ...”
Es decir que, al tiempo de la codificación, Bello muy probablemente conocía la
existencia de legislaciones que aceptaban abiertamente el error de derecho, o cuando
menos, estaba al tanto de consolidada doctrina francesa defendiendo su equiparación al
error de hecho. Ello significa que la adopción en el código civil de Chile de su rechazo
expreso, no debe ser considerada la consecuencia necesaria de un criterio pacíficamente
aceptado en la época, sino una preferencia legislativa abrazada después de meditada
ponderación de las distintas opciones existentes.
En el código de Bello el repudio al error de derecho se presenta quizás con
mayor intensidad que en otros de la época (como el código argentino) “A tanto llega la
ficción de conocimiento de la ley” 10 y el rigor con que se interpreta el error de derecho
en Chile que, en materia posesoria, el art. 706 dispone que el error en materia de
derecho constituye una presunción de mala fe, que no admite prueba en contrario, lo que
motivó que algún sector postulara, a partir de ahí, su expansión al ámbito contractual.
Felizmente, la doctrina mayoritaria se viene pronunciando en sentido contrario, es decir,
en el de limitar la interpretación de esa norma al campo exclusivo en el que aparece
planteado, sosteniendo “que dicho precepto en tanto implica la aplicación de una
presunción de mala fe a quien alega un error de derecho, no puede aplicarse por
analogía a otras cuestiones, ya que las normas que establecen sanciones deben aplicarse
restrictivamente y no pueden ser interpretadas por extensión o analogía a otras

8
GIORGI (1977) p. 70.
9
Sobre la circunstancia de que Bello conoció las Concordancias no cabe la menor duda. Cf. LIRA
URQUIETA (1961) pp. 11-12.
10
VIAL (2003) p. 85.

4
circunstancias o instituciones diversas de las expresamente contempladas en él.” La
misma doctrina señala encontrarse en esto el Código totalmente desfasado, por lo que
una reforma es necesaria, para resolver con justicia esta materia. 11 Pescio Vargas
expresa también su descontento diciendo que “nuestro Código se apartó de su modelo,
el francés, que no hace la distinción; la mayoría de autores franceses y la jurisprudencia
aceptan el error de derecho como un vicio del consentimiento.”12
2.1.2 Imperatividad de las normas y error de derecho.
Nadie puede excusarse alegando ignorancia de la ley. Ese es el sentido de las
expresiones latinas “error juris nocet” o “nemo ius ignorare censetur.” Ello no
significa que exista una presunción general de conocimiento, es decir, que todo el
mundo conoce el derecho, ya que obviamente, tal presunción no se ajustaría a la
realidad. Por el contrario, existe simplemente un criterio normativo (al que no le
corresponde una realidad ontológica) y que es el de que la ley debe aplicarse
inexorablemente, “como si” todos la conociesen.
En realidad, el conocimiento general de la ley es un presupuesto normativo que
nada tiene que ver con la teoría del error. Es un principio de seguridad jurídica el que
obliga a cimentar toda la estructura jurídica en ese criterio normativo. El cumplimiento
de la ley por todos representa el presupuesto y la condición misma de sobrevivencia de
la sociedad jurídicamente organizada. La ley no quiere que, con el pretexto de
desconocerla se pretenda sustraerse a su cumplimiento; que con la excusa del error de
derecho, se eludan disposiciones legales, o que con igual invocación, se intente escapar
a la incidencia o imperatividad de la norma. Así, por ejemplo, en la compraventa, el
vendedor está obligado a responder por los vicios redhibitorios (arts. 1857 y sgtes.). No
podría, en consecuencia, un sujeto alegando ignorar dicha norma, pretender sustraerse al
cumplimiento de esa obligación.
En este punto, se hace necesario recalcar que, una cosa es sostener la
aplicabilidad de las normas –independientemente del conocimiento que de ellas tengan
los sujetos- y otra muy distinta es impedir la invocación del error de derecho, no ya para
sustraerse a su obligatoriedad, sino para demostrar que el acto jurídico realizado, carece
de uno de los elementos esenciales exigidos por la ley para asignarle validez.
Creemos, junto a un sector que quizás hoy ya sea mayoritario en la doctrina
comparatista, que el error de derecho debe ser considerado relevante cuando opera
como coeficiente en la determinación de la voluntad. 13 En otras palabras, no podrá el
sujeto abstraerse de la aplicabilidad de la norma, alegando su desconocimiento, pero
podrá en cambio demostrar que fue la ignorancia de una regla de derecho, la que lo
condujo a la práctica de un acto que no habría realizado si hubiese tenido conciencia de
la realidad. En este caso, el error invocado no es para eludir los efectos de la norma,
sino tan sólo para anular los efectos jurídicos del negocio.14 Así lo señala Puig Brutau, al
afirmar que quien alega haberse equivocado por un error de derecho no pretende eludir
la ley, sino que simplemente pone de manifiesto que ha dado su consentimiento
ignorando la existencia de alguna disposición legal15 y busca valerse de un remedio que
la propia ley le ofrece para garantizar la correcta formación de su voluntad.16
Supongamos que una persona compra un terreno en una zona turística para
construir un edificio con un elegante restaurant con vista panorámica en la terraza,

11
MARTINIC GALETOVIC y REVECO URZÚA (2009) p. 43.
12
PESCIO VARGAS (1978) p. 57.
13
SPOTA (1953) p 392..
14
PIETROBÓN (1975) p. 616.
15
PUIG BRUTAU (1988) p. 89.
16
MELICH ORSINI (1997) p. 178.

5
ignorando que disposiciones municipales prohíben construcciones de más de una
determinada altura. La persona en cuestión no podrá edificar, alegando ignorar la
norma, pero creemos firmemente que podrá plantear la anulabilidad de la compra, ya
que, de haber conocido la prohibición, no habría adquirido el terreno.
El error de derecho debe ser el factor exclusivo o el motivo determinante de la
emisión de la voluntad. Así lo establece el código civil italiano17 que determina que para
poder ser invocado, deberá tratarse “de la razón única o principal del contrato.” Con
ello, el código no hace más que señalar el requisito de la esencialidad del error en
cuanto respecta al error de derecho. Idéntica norma contiene el código civil peruano,
que establece que el error es esencial…3. Cuando el error de derecho haya sido la
razón única o determinante del acto (art. 202). También el código civil brasilero
determina la sustancialidad del error “… III. cuando siendo de derecho, y no
implicando negación a la aplicación de la ley, sea el motivo único o principal del
negocio jurídico.” (art.139) Y lo mismo el CC venezolano: art. 1147 : "El error de
derecho produce la nulidad del contrato sólo cuando ha sido la causa única o
principal".
Como ejemplo de error de derecho invocado exitosamente rescatamos de la
jurisprudencia de los tribunales de San Pablo, Brasil, el siguiente ejemplo: un sujeto,
creyendo en la existencia de una disposición municipal que prohibía la coexistencia de
dos negocios (carnicería y almacén) en un mismo inmueble, decide vender uno de ellos.
Concretada la operación, se entera de la inexistencia de tal ordenamiento. Planteada la
cuestión, el tribunal hizo lugar a la demanda interpuesta.
Sin necesidad de recurrir a jurisprudencia foránea, con un poco de imaginación
sería posible encontrar casos de aplicabilidad del error de derecho en la jurisprudencia
chilena. En interesante comentario, Maza Gazmuri analiza un fallo de la Corte de
Apelaciones de Santiago.18 Se trataba del arrendamiento de un local que iba a ser
destinado a oficinas comerciales, desconociendo el arrendatario que existía una
disposición municipal que prohibía la instalación de oficinas comerciales en ese lugar.
Impetrada la acción, con justicia, se hace lugar a la misma.
No obstante, los razonamientos de la Corte lucen forzados. No parecen
sustancialmente equivocados. De hecho, es posible encontrar fallos idénticos en la
jurisprudencia argentina, con la misma argumentación, es decir, que la cosa entregada
debe ser apta para su destino, lo que significa que debe ser funcional, útil, que sirva para
lo que fue concebida ya que el locatario tiene derecho a poder utilizar la cosa en
plenitud, dada la función para la cual fue creada.
La invocación por parte de la Corte del artículo 1932 del Código Civil, en cuanto
éste otorga al arrendatario el derecho a poner término al arrendamiento, si el mal estado
o calidad de la cosa le impide hacer de ella el uso para que ha sido arrendada, parece
una interpretación extensiva innecesaria. Si, como bien se señala en los comentarios, no
existía un vicio material de la cosa, sino un defecto jurídico que imposibilitaba asignarle
el uso proyectado en el contrato, cabía sin más declarar la nulidad por error de derecho,
lo que representaría un enmarque jurídico mucho más acertado y ajustado a los hechos.
Es de toda evidencia que lo que determinó la voluntad fue precisamente la ignorancia de
la disposición municipal prohibitiva y lo que se pretendía no era el incumplimiento de la
norma (es decir instalar su oficina comercial en esa zona), sino simplemente que se
considerase que fue, precisamente, esa circunstancia la que lo condujo a una
contratación que, de otro modo, no habría celebrado. La ley no habría sido incumplida,
17
Moisset de Espanés sostiene que el código civil italiano de 1865 fue el primero en Europa en admitir la
excusabilidad del error de derecho. MOISSET de ESPANÉS (1961) p. 143.
18
MAZA GAZMURI (2010) pp. 207-223.

6
el art. 1452, interpretado sanamente, no habría sido violado y el sistema jurídico como
un todo habría emergido enormemente fortalecido (y rejuvenecido).
2.1.3. Presente y futuro del error de derecho.
El antiguo art. 923 del código civil argentino prescribía que, en ningún caso el
error de derecho: 1º) Impedirá los efectos legales. 2º) Excusará la responsabilidad. En
el primer caso, se refería a los actos lícitos, en el segundo, a los ilícitos. Ahora bien,
impedir los efectos legales o excusar la responsabilidad significa, precisamente,
incumplir la norma. Pero cuando lo que se pretende no es dejar de lado el precepto legal
(principio de obligatoriedad de las leyes), sino evidenciar que la errónea interpretación o
la ignorancia de la disposición jurídica ha sido el elemento que determinó a la voluntad
en un sentido no querido (error de derecho en sentido estricto), debe ese error
considerarse relevante, al viciar la voluntad, invalidando los actos lícitos, o eliminando
la culpa en los ilícitos. La norma fue eliminada en la reciente reforma, en clara señal de
la desaparición del prejuicio ancestral contra el error de derecho.
Se aproxima con ello de la orientación contemporánea en el mundo (códigos
alemán, suizo, italiano, brasileño, portugués, mexicano, peruano, etc.) Pero, sin lugar a
dudas, la señal más clara de los nuevos tiempos en esta materia es el art. 1132 del
código civil francés que, en su reciente reforma, equipara ambos tipos de errores.19
Art. 1132. L'erreur de droit ou de fait, à moins qu'elle ne soit inexcusable, est
une cause de nullité du contrat lorsqu'elle porte sur les qualités essentielles de la
prestation due ou sur celles du cocontractant.
En idéntico sentido los Principios de Derecho Europeo de los Contratos:
Artículo 4:103: Error esencial de hecho o de derecho.
(1) Una parte podrá anular un contrato por existir un error de hecho o de derecho
en el momento de su conclusión si:

3. ERROR OBSTÁCULO Y ERROR VICIO.
Especialmente en las doctrinas francesa e italiana se acostumbra distinguir entre
el error obstáculo, que excluye la voluntad de declarar y el error vicio, donde esa
voluntad si bien existe, ha sufrido un desvío en su formación En el error vicio se forma
una determinada voluntad sobre la base de una creencia inexacta y esa voluntad
coincide con lo declarado. La declaración recoge la voluntad interna, pero como ésta se
formó viciosamente, aquélla es impugnable.20
En el error obstáculo –también llamado obstativo- no existe el consentimiento,
hay un impedimento para la efectiva consumación de un acuerdo de voluntades. En el
error vicio sí lo hay, sólo que viciado por la falsa información. El primero presupone
una voluntad correctamente formada, pero defectuosamente comunicada, en cuanto que
el error vicio influye sobre la formación de la voluntad de modo causal, es decir creando
una falsa representación de la realidad, que induce a que el sujeto quiera.
Esta distinción recibe otras denominaciones: error impropio y error propio. Para
la doctrina alemana en general: error en la declaración y error en los motivos. 21 El
primer tipo también ha sido designado como error ablativo, una expresión de enorme
fuerza gráfica, pues sugiere un error que excluye, elimina o extirpa en forma absoluta
cualquier viso de voluntariedad.
El error que excluye la voluntad incide sobre la declaración o la transmisión de
ésta y provoca la divergencia entre la voluntad y lo manifestado. El error que vicia la
voluntad incide, no ya sobre la declaración, sino sobre el propio proceso formativo de la
19
Cf. MOMBERG URIBE (2015).
20
ALBALADEJO (1958).
21
ENNECCERUS et al. (1936) p. 185

7
voluntad y provoca una divergencia entre la voluntad formada y manifestada (voluntad
real) y la que se habría formado si el error no hubiese existido (voluntad hipotética o
ideal)
Ejemplo de error obstáculo sería el de una persona que quiere emitir un cheque
por mil dólares canadienses y escribe mil dólares americanos (divergencia entre la
voluntad y la declaración) De error vicio: un sujeto que compra una antigüedad que
considera de la dinastía Ming, siendo que no lo es (divergencia entra la voluntad real y
la voluntad hipotética)
En general, se considera que existe error obstativo en los casos de error sobre la
naturaleza jurídica, sobre la individualidad del objeto y sobre la persona. Por el
contrario, habría error vicio en los referidos a cualidad sustancial de la cosa. Para un
sector de la doctrina, no es acertado distinguir una u otra categoría conforme al
elemento sobre el cual recae el error, sino que lo importante, dicen, es el proceso interno
que conduce al error en cada caso. Ejemplifican señalando que el sujeto puede declarar
comodato en vez de locación (lo que sería error en la naturaleza), pero no por
desconocer el significado de aquellas expresiones, sino simplemente por un lapsus
linguae.
La doctrina alemana, en general, pone el acento en la oportunidad en que se
comete el error, en vez de destacar el elemento sobre el que recae. Se distinguen tres
oportunidades, la motivación, la decisión y la declaración. Si el error se produce antes
de la decisión, se considera que vicia la motivación y su efecto es la anulabilidad del
acto en razón de estar viciada la voluntad. Se trata del error vicio. Si, por el contrario, el
defecto se genera en el período que va desde la decisión hasta la declaración, se juzga
que obsta a la voluntad. Ya no habrá nulidad, sino inexistencia. Se trata del error
obstativo.
¿Cuáles son las consecuencias de la distinción entre error obstativo y error vicio
en el plano teórico? El corolario de tal distinción es, que el error obstáculo debe
producir la nulidad de los actos, pues faltó a éstos un elemento esencial, como es el
consentimiento. El error vicio, representa apenas una causa de anulabilidad. En el
primer caso, habría nulidad absoluta o inclusive inexistencia, para los que aceptan esta
calificación. En el segundo, nulidad relativa, por tanto, sería alegable sólo por el
interesado, confirmable y susceptible de prescripción,
Cabe ahora preguntar si receptó el codificador esta distinción. La cuestión no es
pacífica en la doctrina. Sin embargo, el sector que acepta esta calificación como
existente en el código es ampliamente minoritaria. Entre los apuntaladores de prestigio
se encuentra Domínguez Águila, quien atribuye al codificador el mismo error que
caracterizó a Pothier, pues coloca entre vicios del consentimiento al error obstáculo, no
obstante que, en una buena técnica, éste no puede quedar sino entre las causales que
suprimen la existencia o impiden que se forme la voluntad.22
No hay duda de que asiste razón al distinguido jurista: si el art. 1681 expresa que
es nulo todo acto al que le falte algún requisito esencial y el consentimiento es uno de
ellos, el error obstativo sólo puede derivar en nulidad. El razonamiento es impecable,
pero la objeción, en todo caso si cabe, es otra: ¿es conveniente esa solución? ¿Qué
ventajas derivarían de la obligatoriedad impuesta al juez de aplicar una sanción tan
grave como la nulidad, aun cuando las partes estuvieren de acuerdo en la manutención
del acto? ¿Qué beneficios derivarían de la imposibilidad de ratificación por los
interesados del contrato celebrado con la deficiencia que fuere? ¿Cuál sería el interés
general tutelado? ¿Cuál sería el resguardo de la ley, la moral, las buenas costumbres o el
orden público afectado porque dos sujetos que celebraron una compraventa se refirieron
22
DOMÍNGUEZ ÁGUILA (1977) p. 67.

8
uno a la vaca blanca y el otro a la vaca negra? Creemos que imponer al sistema jurídico,
la impecabilidad lógica de un teorema geométrico, significaría la introducción de un
elemento de inseguridad de peso insoportable. Sería preferible, sin duda, dirigir los
esfuerzos más a poner el sistema en armonía con la equidad que con la lógica de otras
ciencias, después de todo la lógica del Derecho, como decía el maestro Recaséns Siches,
es la lógica de lo razonable…
Iñigo de la Maza sostiene, con acierto, que la aproximación al error debe ser
relacional, es decir, que no se limite a considerar la posición de aquella parte que yerra y
busca la producción de los efectos del régimen de nulidad, sino que incorpore –en
relación con esta posición– la posición de la contraparte, que desea que el contrato
produzca sus efectos normales y que esa aproximación relacional es el lente a través del
cual debe observarse la disciplina del error.23 Decir eso es decir que debe protegerse la
confianza y la buena fe de aquel que tenía fundadas razones para creer en la declaración
de su contraparte. Esa fundada apariencia y la protección que ella merece, debe ser
suficiente para derribar la exigencia de la impecabilidad lógica del sistema, imponiendo
la nulidad en casos de error obstativo.
La mayor parte de la doctrina entiende que Bello se apartó de esta clasificación y
que, en los diversos supuestos de error de hecho, sin hacer la distinción ensayada por la
doctrina entre los que obstaculizan o excluyen la voluntad y los que concurren a la
formación de ella viciándola, considera a todos como de una misma categoría,
estableciendo que el error (cualquiera de ellos) vicia el consentimiento. Al mismo
tiempo, destacan que, de no ser así, lo habría señalado expresamente, al tratarse de tan
importante distinción.
4. ERROR ESENCIAL Y ERROR ACCIDENTAL.
El error esencial es el que vicia el acto en su substancia, determinando una
declaración que no habría sido emitida si el declarante hubiese tenido una
representación exacta de la realidad.24 En el mismo sentido señala Pescio Vargas que
“constituyen la substancia aquellas cualidades que tuvieron principalmente en vista y
sin las cuales no habrían contratado.”25
El error accidental es aquél que, precisamente por no recaer sobre la esencia de
la declaración, no provoca una divergencia capaz de justificar la anulación del acto.26 En
la misma dirección, pero concentrándose en el elemento que lo determina, dice el
maestro Alessandri que “cualidades accidentales son aquellas que ordinariamente son
indiferentes para determinar la voluntad o el consentimiento de las personas.”27
Únicamente son anulables los actos resultantes de error esencial, ya que el error
accidental no recae sobre los motivos determinantes de la voluntad. Se entiende que, de
haber conocido la realidad, no se habría modificado la conducta del declarante que
incurrió en el error accidental y que aun así habría realizado el acto. Su proceso
deliberativo no se habría alterado como consecuencia del equívoco.
El ejemplo clásico –tomado de las obras de Pothier- es el del sujeto que adquiere
en una librería un libro que cree excelente, resultando ser apenas mediocre. Se trata del
libro que efectivamente quería (in corpore), sustancialmente también es el mismo (in
substancia), en consecuencia, el acto no es anulable.
Cabe preguntarse si la esencialidad es un elemento objetivo o subjetivo. ¿Es la
relevancia que las partes otorgan al objeto, hecho o circunstancia materia del error, lo

23
MAZA GAZMURI (2007) p. 500.
24
STOLFI (1969).
25
PESCIO VARGAS (1978) p. 59.
26
CIFUENTES (1994) p. 334.
27
ALESSANDRI RODRÍGUEZ et al. (1998) p. 165.

9
que le confiere el carácter de esencial? ¿O este carácter, por el contrario, resulta de la
trascendencia objetiva que el error posee?28
El código no da respuestas a esto, aunque pareciera acertado sostener, al igual
que en el antiguo código de Vélez, su directiva puramente objetiva. Creemos, no
obstante, que deben coexistir ambos elementos. Sin el presupuesto objetivo se pondría
en peligro la seguridad de las transacciones. El sistema jurídico permite la anulabilidad
porque la importancia del error para el manifestante es grande, decisiva y puede
justificar que se abra una excepción a los principios de la seguridad, por lo tanto, si ese
presupuesto subjetivo no se presenta, el acto jurídico no es anulable. El presupuesto
objetivo es el de que esa importancia subjetiva no sea fuera de justificación. Habrán de
apreciarse las circunstancias de modo que, al presupuesto subjetivo, se pueda agregar la
importancia transubjetiva, es decir, la razonabilidad de la relevancia concedida por el
sujeto que erró, a la materia objeto del error.
Si una persona compra bandejas “antiguas” de plata labrada y verifica
posteriormente que no son antiguas, podría, razonablemente, pedir la anulación del
contrato (presupuesto objetivo); pero no podría hacerlo si las compró para fundirlas, ya
que de ese modo le resultaba indiferente que fuesen modernas o antiguas (falta del
presupuesto subjetivo). Asimismo, un sujeto extremadamente supersticioso que alquila
una habitación, no podrá anular el contrato alegando haber creído que el número era 12
en lugar de 13 (falta de presupuesto objetivo)
El articulado del código civil no aporta un criterio conceptual acerca de lo que es
error esencial, sólo enumera en los arts. 1453 y 1454 y 1455 los diferentes casos que
considera de error esencial.
4.1 Distintos tipos de error esencial.
4.1.2 Error sobre la naturaleza.
Decíamos que el código civil, aunque no define conceptualmente lo que es error
esencial, enumera sí los distintos supuestos que considera tales. El primero de ellos
aparece en el art. 1453. En él, con lenguaje que revela sin disimulo el paso del tiempo,
incluyendo ejemplos intencionadamente pedagógicos, pero impropios de la sobriedad
técnica que demanda un cuerpo de leyes, expresa:
Art. 1453. El error de hecho vicia el consentimiento cuando recae sobre la
especie de acto o contrato que se ejecuta o celebra, como si una de las partes
entendiese empréstito y la otra donación; o sobre la identidad de la cosa específica de
que se trata, como si en el contrato de venta el vendedor entendiese vender cierta cosa
determinada, y el comprador entendiese comprar otra.
Investigué los cuatro proyectos existentes en relación a los vicios del
consentimiento, tres de ellos solo expresan que “el error vicia el consentimiento” y es
apenas el Proyecto Inédito el que hace referencia a que “el error de hecho vicia el
consentimiento”.29 Arriesgando una interpretación de lo que puede haber ocurrido, me
atrevo a sugerir lo siguiente: el artículo precedente, al igual que el código actual,
establecía que “el error de derecho no vicia el consentimiento.” Dicho esto, Bello, con
su iluminado criterio, advirtió la innecesariedad de hacer referencia a que el error debía
ser de hecho, si el de derecho ya se había establecido que no viciaba el consentimiento.

28
“El criterio para juzgar la esencialidad puede ser objetivo o subjetivo. Es objetivo cuando para formar
tal juicio se tiene en cuenta la opinión del tráfico, o sea el sentir común ante un caso como el
contemplado. Es subjetivo cuando sólo se atiende a si el sujeto concreto que padeció el error atribuyó
carácter decisivo, para emitir su declaración a la circunstancia sobre la que erró.” ALBALADEJO (1958)
p.132.
29
BELLO Disponible en http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:330178

10
La comisión revisora, integrada con miembros sin las virtudes del gran codificador
adicionaron la especificación, a todas luces redundante.
El lenguaje contemporáneo censura cualquier inclusión que no sea de contenido
absolutamente normativo, los códigos deben mandar, ordenar, permitir, prohibir, pero
no definir (que es tarea de la doctrina) y menos aportar ejemplos didácticos a los fines
de auxiliar en su comprensión.
El art. 924 del código civil argentino de 1867 (el de Vélez), con redacción
semejante al de Chile (con el lenguaje propio de la época), fue substituido por el
siguiente:
Art. 267. Supuestos de error esencial. El error de hecho es esencial cuando
recae sobre:
a) la naturaleza del acto;

En Brasil, el código de Beviláqua, que era de 1917 y ya no reflejaba los vicios
lingüísticos de los códigos decimonónicos, también luce su sobriedad en la redacción
actualizada de 2003:
Art. 139. O erro é substancial quando:
I- Interessa à natureza do negócio.

La primera parte del art. 1453 trata precisamente sobre lo que se conoce como
error sobre la naturaleza, o error in negotio. Se trata del error sobre la categoría jurídica:
una persona cree vender una cosa y otra la recibe en donación.30 El acto resulta anulable
ya que no hubo consentimiento (para quienes admiten el error obstativo, constituye un
caso de inexistencia por falta de un elemento esencial, o nulidad si no reconocen esa
categoría).
No debe confundirse el error en la naturaleza con el simple error en la
denominación. Lo que la ley quiere es que la voluntad real e hipotética sean
coincidentes; que el sujeto realice el acto que quería realizar; si quiso dar en préstamo,
que preste, aun cuando a tal acto lo llame arrendamiento. Distinto sería si se da algo en
comodato, en la creencia de que ese es el nombre que se atribuye a las cesiones a título
oneroso. En tal caso, no se trata de un simple problema de denominación, sino de un
desajuste entre la voluntad real y la voluntad ideal o hipotética.
Finalmente, tampoco debe identificarse el error sobre la naturaleza con el error
sobre las consecuencias legales del acto jurídico de que se trata. Las partes tienen que
alcanzar los efectos prácticos que se proponen mediante la declaración de voluntad,
pero cuando ésta ya ha sido formulada corresponde al derecho objetivo determinar las
consecuencias jurídicas de aquélla.31
4.1.3 Error in corpore.
En la segunda parte, el art. 1453 se refiere a lo que se conoce como error in
corpore, o error en el objeto, en el que el equívoco conduce a contratar sobre un objeto
individualmente diverso de aquel sobre el que se quería contratar. Se trata del típico
malentendido: quiero comprar el Volkswagen modelo 2015 que se encuentra en la
concesionaria y el comerciante entiende que se trata del modelo 2019. Todos los
ejemplos que se puedan imaginar resultarán siempre bastante improbables de ocurrir en
la práctica. Al pensarse en las operaciones a distancia, sin embargo, las posibilidades
aumentan, así como también en bienes adquiridos en subastas públicas que no han sido
previamente expuestos.

30
ALBALADEJO (1958) p. 141.
31
BREBBIA (1980) p. 326.

11
La reciente reforma argentina extendió la comprensión de este tipo de error,
también a los hechos, que quizás sería aplicable (por no repugnar su interpretación al
espíritu del art. 1453) al código civil chileno. Por ejemplo, se cree contratar el arreglo de
los deterioros y por error la otra parte entiende que sólo se obligó a pintarlos.
4.1.4. Error in substantia.
Seguidamente el código trata del llamado error in substantia en el art. 1454 que
establece lo siguiente:
Art. 1454. El error de hecho vicia asimismo el consentimiento cuando la
sustancia o calidad esencial del objeto sobre que versa el acto o contrato, es diversa de
lo que se cree, como si por alguna de las partes se supone que el objeto es una barra de
plata, y realmente es una masa de algún otro metal.
El error acerca de otra cualquiera calidad de la cosa no vicia el consentimiento
de los que contratan, sino cuando esa calidad es el principal motivo de una de ellas
para contratar, y este motivo ha sido conocido de la otra parte.
Naturalmente, el orden metodológico impone, en primer lugar, tratar de
determinar exactamente qué significa, o en qué consiste “la sustancia”. La dificultad
que ello ha representado para los juristas nacionales puede deducirse de las tres
opiniones doctrinarias que siguen:
Dice Alessandri que: “Al hablar de la sustancia, la ley se está refiriendo a la
materia misma de que está fabricado el objeto sobre que versa el acto o contrato, lo que
corrobora el ejemplo que cita el artículo.”32
Domínguez Águila señala exactamente lo contrario: “Por nuestra parte,
entendemos que la idea de sustancia no puede ser reducida a una pura cuestión de
materia, porque la concepción del negocio jurídico en el Código, es eminentemente
voluntarista. El error sustancial vicia la voluntad, y debe ser en función de ella y no de
la materia, que debe apreciarse la calidad de la cosa que mueve a negociar.”33
Se podría pensar que las dos visiones precedentes agotan las posibilidades
interpretativas que la norma comentada presenta, pero leemos a Vial del Río y vemos
que ello, no es así: “Para percibir la falsa representación de la realidad que significa el
art. 1454 se hace necesario determinar el significado de las palabras “sustancia” y
“calidad esencial”... sustancia es la materia específica que constituye la cosa, lo que
supone una apreciación estrictamente objetiva y material. En cambio, la apreciación de
lo que constituye la calidad esencial de la cosa es eminentemente subjetiva y guarda
relación con la intención de las partes, con los motivos que éstos tienen para
contratar.”34
Las dificultades interpretativas no son de extrañar, ni tampoco resulta
exclusividad de la civilística chilena. De hecho, la complejidad del asunto viene
atormentando desde hace dos siglos a juristas de todo el planeta. Quizás los únicos que
no tuvieron mayores dificultades en su determinación fueron los romanos, para ellos, la
“sustancia” era la materia. O eso se pensaba hasta que Savigny se encargó de
desmitificar esa creencia, afirmando que: “El error sobre una cualidad de la cosa es
esencial, si la cualidad presupuesta erróneamente hace que, según las concepciones
dominantes en el tráfico, haya que encuadrar la cosa en otro género distinto al que
pertenece. El que la materia sea distinta no es aquí condición necesaria, ni siquiera
suficiente.”35

32
ALESSANDRI BESA (2008) p. 699.
33
DOMÍNGUEZ ÁGUILA (1977) p. 73.
34
VIAL (2003) p. 91.
35
SAVIGNY (1878) § 137.

12
De cualquier manera, la interpretación de Savigny, aun cuando hubiese
extendido el concepto de sustancia más allá de la pura materia, no excedió el ámbito de
lo estrictamente objetivo.
La doctrina de Savigny habría de ser seguida por el BGB alemán, que en su §
119, equipara el error sustancial al error en el contenido de la declaración, diciendo:
“Se considera también error sobre el contenido de la declaración el error sobre
las cualidades de la persona o de la cosa que en el tráfico se reputan esenciales”.
Se ha señalado, con razón que esa fórmula “cualidades de la persona o cosa que
en el tráfico se reputan esenciales” tiene la ventaja de dejar —con su gran amplitud—
un gran margen a la interpretación y a la libre apreciación de los tribunales.36
Antes que eso, ya el código de Prusia de 1874 (Allgemeines Recht) había
definido lo que debe entenderse por “sustancia” de una cosa, o por cualidades
sustanciales, de la manera siguiente:
Art. 4º. Todas las partes y todas las propiedades de una cosa, sin las cuales esta
cosa cesaría de ser lo que ella representa, o de concurrir al fin para el cual es
destinada, forman la sustancia de la cosa.
Art. 5º. No hay cambio en la sustancia de una cosa, aun cuando algunas de sus
partes fuesen cambiadas, si la cosa queda la misma, y no se encuentra ni aniquilada ni
impropia a su destino.
Naturalmente, cabe la indagación de ver, en relación a esta materia, cómo había
dado inicio el siglo XIX con la aparición del cuerpo de leyes más influyente de todos los
tiempos: el código de Napoleón que, en la parte pertinente decía (y dice):
Art. 1110. El error sólo será causa de nulidad del contrato cuando recaiga
sobre la sustancia misma de la cosa que constituya su objeto.
Los primeros intérpretes, invocando la autoridad de Savigny, consideraban
esenciales no sólo los elementos materiales que componen la cosa, sino también
aquellas cualidades cuyo conjunto determina su naturaleza específica (ser lo que es).
Colmet de Santerre, por ejemplo, decía que las cualidades que constituyen la substancia
son aquellas cuya ausencia altera la naturaleza de la cosa, transformándola a tal punto
que pasa a ser una cosa diferente, un ente enteramente diverso de aquel que debía ser
objeto de la convención.
La corriente subjetiva, ampliamente mayoritaria, edificada sobre la opinión de
Pothier, sostenía que el error invalida la convención, cuando recae sobre la cualidad de
la cosa que los contratantes tuvieron principalmente en vista y que constituye la
substancia de la cosa. La compra de un cuadro que se supone ser de da Vinci y resulta
ser la copia de un imitador, o la adquisición de un objeto por el cual se paga un precio
elevado por creer que se trata de una antigüedad, cuando en realidad es de fabricación
reciente.
En síntesis, para los subjetivistas, basta que la parte considere como esencial una
cualidad, negociando en virtud de esa consideración. Para los objetivistas, tal
consideración carece de todo valor, siendo lo que precisa, que la cualidad falsamente
atribuida desplace la cosa de la especie a que realmente pertenece a otra, o resulte -de
acuerdo con las fórmulas de los códigos modernos-, en el caso concreto, que tal
cualidad es esencial a la cosa “según el modo de ver general”.37
La insatisfacción con ambos extremos determinó el surgimiento de una corriente
ecléctica. En efecto, censuran sus adeptos la corriente objetiva, por cuanto no es posible
hacer abstracción total de la voluntad de las partes y la subjetiva, por los excesos que
pudiera representar, admitiendo, por ejemplo, el error sobre los motivos, en detrimento
36
MIQUEL (1963) p. 81.
37
VIDAL RAMÍREZ (1990) p. 343.

13
de los principios de seguridad. En ese sentido, señalan que son, sin duda cualidades
sustanciales las que forman la propia naturaleza de la cosa, como es la materia y las
cualidades que, según los conceptos de la vida práctica, hacen pertenecer la cosa a una
categoría u otra y, por tanto, se las considera presupuestas, pero son también
sustanciales las cualidades que tienen importancia apenas subjetiva, cuando hayan sido
queridas como tales y la voluntad resulte de modo expreso, o tácitamente, del concurso
de las circunstancias particulares, de modo que, la otra parte haya tenido conocimiento
de esa voluntad, o por lo menos, la posibilidad de conocerla. En todo caso, señalan, la
intención no debe ser un propósito in mente retentum, sino ser manifestada a la otra
parte, o por declaración expresa o por las circunstancias de hecho,
Para determinar la potencial influencia de la doctrina francesa en Chile, en mitad
del siglo XIX, es interesante la opinión de Guzmán Brito quien, después de
pormenorizar las obras de los primeros comentadores en la literatura jurídica chilena
como Jacinto Chacón: Exposición razonada y estudio comparativo del Código Civil
Chileno (Valparaíso 1868), Paulina Alfonso, Explicaciones de Código Civil destinadas
a los estudiantes del ramo de la Universidad de Chile (Santiago 1882) y Robustiano
Vera, Código Civil de la República de Chile comentado y explicado (Santiago 1892-
1897), ya a fines del siglo, señala que, curiosamente, la impetuosa entrada de la ciencia
francesa no fue capaz de anular la presencia de las raíces históricas de la codificación,
es decir, del antiguo derecho romano-castellano-indiano. Y agrega ser verdaderamente
asombroso que la enorme altura y prestigio alcanzada por aquella doctrina no hubieran
sido suficientes como para hacer olvidar a estos primeros juristas los orígenes
romanísticos del código, de modo de entregarse exclusivamente a su estudio a la luz de
las doctrinas exegéticas francesas. Concluye afirmando que la presencia de la exégesis
francesa, en el caso de Chile al menos, no recibe comprobación durante esta etapa de su
literatura jurídica aplicada al código.38
Al parecer, ni siquiera la época de mayor afrancesamiento, es decir, el primer
tercio del S. XX. y la aparición del voluminoso tratado Explicaciones de derecho civil
chileno y comparado (Santiago 1898-1945) de Luis Claro Solar fueron capaces de
anular la presencia de las raíces históricas de la codificación, es decir, del antiguo
derecho romano-castellano-indiano. En efecto, según refiere el precitado historiador,
constantemente Claro Solar, por ejemplo, recurre a las Partidas y al Corpus Iuris para
contrastar e ilustrar y aun elaborar sus conceptos. Esta persistencia del influjo
romanístico se explica en Chile por el prestigio de que entonces, como todavía hoy,
gozaba la figura de don Andrés Bello, quien durante toda su vida en el país había
defendido los estudios romanísticos.
La introducción precedente, no tiene el propósito de trazar un perfil psicológico
del codificador, sino simplemente reunir elementos que puedan llevar a una presunción
de lo que podría haber sido su pensamiento en relación a una cuestión tan conflictiva
como era la significación del error in substantia, sobre la cual Giorgi afirma que su
sentido es tan oscuro y equívoco que “escritores y jurisprudencia andan a ciegas,
indagando el sentido de aquella palabra enigmática.”39
La impresión que se tiene, escudriñando el art. 1454 es que en él aparece la
convergencia de dos mundos: no hay un abandono definitivo de la dirección objetiva de
la materia; la referencia a la sustancia de la cosa permanece (en el primer párrafo), pero
apenas como una referencia melancólica, un residuo externo de la concepción
romanista. El nuevo mundo (y ahí es donde se percibe la influencia de la doctrina
francesa de mediados de siglo, o más concretamente el avance de la teoría subjetivista)
38
GUZMÁN BRITO (1992) pp. 81-88.
39
GIORGI (1977) p. 73.

14
se revela en el segundo párrafo del artículo, con la incorporación del término “motivos,”
tan particularmente repudiado por los romanistas.
Para un observador externo, como quien escribe estas páginas, la primera duda
que genera la lectura del art. 1454 del código civil chileno es la de si la conjunción
disyuntiva “o”, situada entre las palabras “sustancia” y “calidad esencial”, indica
diferenciación entre dos conceptos diversos, o por el contrario, expresa vinculación de
supuestos semejantes. Desde Baudry-Lacantinerie et Barde, pareciera que prima la idea
de que ambas expresiones son sinónimas: “Ici, dans l´opinion que nous croyons
préférable, substance est synonime de qualités substancielles.”40 Los códigos emplean
alternativamente una u otra expresión, aun cuando importante sector de la doctrina
enfatice la notable impropiedad de la primera.41
El sentido que Bello parece atribuirle, es el de que se tratan de expresiones
sinónimas, ya que da un sólo ejemplo. Si se tratase de dos circunstancias diferentes, no
se comprendería porqué razón dejó de ejemplificar la segunda circunstancia. Por otro
lado, siendo el eximio gramático que era, es importante destacar que el verbo empleado
está en singular: la sustancia o calidad esencial del objeto sobre que versa el acto o
contrato. Si se tratase de cosas diferentes, habría empleado el plural: “sobre que versan”

No obstante, la doctrina comparada presenta también opiniones en sentido
contrario, sosteniendo que substancia y cualidad son dos conceptos diferentes. “La
cualidad se refiere a alguno de los variados modos de ser de una substancia. Un error
puede tener por objeto bien una substancia (una botella llena de vinagre, la creemos
llena de vino), bien una qualitas (un mismo vino puede pertenecer a una cosecha
distinta de aquella a la que creíamos que pertenecía).”42
El segundo interrogante sería el de por qué razón habría el codificador utilizado
la palabra “calidad”, en vez de “cualidad”, que es casi unánimemente empleada en la
legislación comparada: “qualidades essenciais”, dice el art. 139 del CC brasilero; “la
cualidad sustancial del bien”, dice el art. 267 del CC argentino; “una cualidad del
objeto del acto”, dice el art. 202 del CC peruano; “cuando recae sobre una cualidad de la
cosa”, dice el art. 1148 del CC venezolano; “sopra una qualità dello stesso”, dice el art.
1429 del CC italiano.
Aun admitiendo que pudiesen ser sinónimas y fuese posible decir de ella que se
trata –al igual que la “cualidad”- del conjunto de características y propiedades de una
cosa que permiten definirla, cabría la objeción de que también tiene la significación de
mayor o menor número de atributos de una cosa, que hace que una sea mejor o peor que
otra y, en este sentido, hay unánime coincidencia, que no reviste relevancia reconocida
por los ordenamientos jurídicos como para anularse el acto por error. Quizás para evitar
equívocos es que la legislación comparada, mayoritariamente prefirió usar el término
cualidad, en vez de calidad (sería error accidental, por ejemplo, en negocios con
géneros de seda, la mejor o peor calidad)43
Vial del Río sostiene, básicamente, que los términos “sustancia” y “calidad
esencial” significan cosas distintas. Sustancia es la materia de que se compone o
constituye una cosa, lo que supone un concepto objetivo (se cree comprar vino y en
realidad se está comprando vinagre). En cambio, el concepto de calidad esencial es de

40
Traité, Vol. XI, ed. 1906, p. 82.
41
FUBINI (1902).
42
MELICH ORSINI (1997) p. 173.
43
CIFUENTES (1994) nota 133, p. 377.

15
carácter subjetivo, pues atiende a la intención de las partes y los motivos que éstas
tuvieron al contratar (vgr., que un cuadro sea de un determinado pintor).44
Coincidimos con el prestigioso autor en cuanto sostiene que Bello se apartó del
CC francés que se refería exclusivamente al error esencial relacionándolo con la
materia, pero no en cuanto a su interpretación de que la “calidad esencial”, sería aquella
vinculada a la intención de las partes, porque no es así como pensaría un romanista (e
insistimos en que, en el primer párrafo, se refleja el romanista que había en Bello).
Efectivamente, hubo en Bello esa extensión del criterio puramente material de la cosa,
pero no en el sentido por Vial afirmado (la intención de las partes), sino en el que
destacaba Savigny, que era el “de las concepciones dominantes en el tráfico” (un
criterio, que, como se ve, continúa siendo objetivo) y que habría de pasar al CC alemán
como “el error sobre las cualidades de la persona o de la cosa que en el tráfico se
reputan esenciales.” (§ 119) Von Thur lo explicaba diciendo que “debe tratarse de
cualidades cuya significación no sea determinante sólo para ciertos sujetos, sino para
quienquiera que realice un negocio jurídico de la misma especie y en las mismas
circunstancia”.45
Con destacable técnica, el art. 202 del código civil peruano, señala claramente la
distinción:
Error esencial.
Artículo 202º.- El error es esencial: 1.- Cuando recae sobre la propia esencia o
una cualidad del objeto del acto que, de acuerdo con la apreciación general o en
relación a las circunstancias, debe considerarse determinante de la voluntad.
El maestro de maestros de la literatura jurídica peruana, Dn. León Barandiarán,
enfatiza al respecto que el art. 202 introduce un elemento objetivo para la apreciación de
la esencia o cualidades esenciales del objeto, como es el de la apreciación general o la
relación a las circunstancias. Es esencial, dice el maestro, cuando ella califica una cosa,
le da carácter, de modo que al faltar tal cualidad la cosa no tiene la significación o
importancia que tendría de contener la aludida cualidad.46
Creemos que Bello sostenía en aquel señalado primer párrafo la misma idea, no
apartarse radicalmente del sistema objetivo. De haberlo querido, absolutamente
consciente de las considerables disputas existentes en relación a esa cuestión, no lo
habría hecho de un modo tan oscuro y sutil.
Otro aspecto, que también podría explicar la frase, es que Bello, advirtiendo que
el objeto del contrato podría ser algo inmaterial (un bien distinto de una cosa), prefirió
no hacer referencia a la chose, como dice el art. 1110 del CC francés, sino de un modo
más amplio y general, al “objeto sobre que versa el acto o contrato.” Lohman, en Perú,
por ejemplo, interpretando al objeto también en su más ancha significación, afirma que
puede existir error en la esencia de la materia controvertida que constituye el objeto de
un compromiso arbitral.47 Si ésta fuese la interpretación de Bello, necesariamente debía
incluir la posibilidad de que la esencia, fuese algo diverso de lo puramente material (que
sólo podría ser aplicado a la cosa) y decidió hacerlo sin apartarse del romanismo
objetivo que señalamos precedentemente. Es verdad que Pothier hacía referencia a “la
cualidad de la cosa que los contratantes han tenido principalmente en vista” y de ahí, la
más prestigiosa doctrina chilena asume que ese era el pensamiento de Bello. Respeto
enormemente la opinión mayoritaria, pero me resisto a aceptar que una expresión tan
contundente como la de que “los contratantes” son los que han tenido en vista, pueda ser

44
VIAL (2003) p. 92.
45
Von THUR (1948) p. 263.
46
BARANDIARÁN (1961) p. 24.
47
LOHMANN (1994) p. 462.

16
identificada con algo tan impersonal como “diversa de lo que se cree.” “Lo que se cree”
(la apreciación general que puede tener la comunidad, lo que otros terceros hubiesen
creído en idénticas circunstancias, etc.) no puede simplemente asimilarse a lo que los
contratantes tuvieron en vista. En todo caso, Pothier decía “los contratantes” y no
apenas uno de ellos. Eso significa que el acto solo podría anularse si ambos creían que
el objeto era de plata y no lo era, pero no si uno creyó que era de bronce y el otro que
era de plata.
En el segundo párrafo es sí, donde el codificador no puede mostrarse inmune a la
evolución que la doctrina, jurisprudencia y legislación universal (particularmente
francesa) habían evidenciado, desde la aparición del Code hasta el momento en que el
encargo del Gobierno puso en sus manos la responsabilidad histórica de la redacción del
código. Es aquí donde Bello reproduce la idea de Pothier de que la esencialidad pueda
ser determinada por los contratantes, pero lo hace de un modo singular. En efecto, ya
no se refiere a ambos contratantes, como lo hacía el jurista francés, sino que admite que
también pueda ser admisible el error en relación al motivo de apenas uno de ellos, pero
con dos condiciones: a) que ese motivo sea el principal para contratar; b) que sea
conocido por la otra parte.
La incorporación de “los motivos” como basamento jurídico para invocar el
error, representaba un manifiesto alejamiento de la doctrina romanista y, sin lugar a
dudas, debió suponer un intenso dilema para un declarado romanista como Bello. Es
difícil conjeturar acerca de cuáles pudieron ser las razones concretas de su decisión,
pero en general, sin duda, fueron su conocimiento panorámico del estado en que se
encontraba la doctrina francesa al momento de la redacción del art. 1454. Lo que sí me
atrevo a asegurar es que Bello había leído las Concordancias de García Goyena (como
también su Proyecto de 1851). En éste, como buen romanista, el español había renegado
de cualquier pretensión de incorporación de los motivos en la doctrina del error y así lo
dejó manifiesto en el art. 989 de su proyectado Código.
Artículo 989. Para que el error invalide el consentimiento ha de ser de hecho y
debe recaer sobre la sustancia de la cosa que fuere objeto del contrato, no sobre la
persona con quien se contrata; a no ser que la consideración de ésta hubiere sido la
causa principal del contrato. El error de derecho no anula el contrato.
Pues bien, García Goyena en sus Concordancias se quejaba enfáticamente de la
circunstancia de que, en la presentación del código francés, particularmente en el
discurso 59 de Bigot de Préameneu, no se habían explicado suficientemente, las razones
que justificaban la doctrina contenida en los artículos destinados al vicio del error. Y lo
hacía con las siguientes palabras:
“Parecía natural que en una cuestión de tanto interés y tan difícil en Derecho
Romano se diesen explicaciones convenientes al motivar dicho artículo en los discursos
59, 60 y 61. Mas no sucede así, y solo en el 59 se dice lo que: sigue: “Para que el error
anule la convención, es preciso que recaiga, no sobre una calidad accidental, sino sobre
la sustancia misma de la cosa que es el objeto de aquella. Es menester, si hay error en la
persona, que la consideración de esta persona haya sido la causa principal de esta
convención; en una palabra, el juez ha de convencerse de que la parte no se habría
obligado a no padecer este error.”48
De ahí concluye García Goyena que, en conformidad con el discurso de
presentación, el error en los motivos sería, así como lo afirmaba Pothier, cuando éstos
fuesen puestos como condición:
“Siguiendo esta regla, debe decidirse que el error en los motivos de una
convención no las anula sino cuando la verdad de estos motivos pueda ser mirada como
48
GARCÍA GOYENA (1852) p. 19.

17
una condición de la que hayan querido las partes hacer depender su obligación, y que
esto sea claro.”49
Pero inmediatamente el ilustre jurista español señala que, en realidad, ni el art.
1110 del Code nada decía, ni sería posible afirmar nada de ello sin una manifiesta
distorsión de lo que allí se expresaba:
“He aquí, pues, un error sobre los motivos del contrato; y yo no veo que el
articulo 1110 pueda tener aplicación en este caso sin una manifiesta violencia; si el
orador opinaba así, ¿por qué no se expresó en el artículo?”50
De la lectura de la convincente argumentación expresada en las Concordancias,
es posible deducir que Bello concluyó que, asistía razón al comentarista: el código nada
había dicho sobre los motivos, pero decidió que, medio siglo después de su aparición y
atento a la evolución doctrinaria del momento, era necesario incorporarlos.
El codificador chileno termina adhiriendo a lo que ya era tendencia en la época,
se aleja de la antigua concepción romanista incorporando las motivaciones personales,
pero no cualquier creencia individual, sino aquella que atañe a la misma motivación del
contrato, (“cuando esa calidad es el principal motivo de una de ellas para contratar”)
En función de ello, no será relevante lo que crea, sienta o desee cada uno de los
contratantes, sino la conducta expresiva de ambos sobre lo que constituya la finalidad
del contrato; los móviles concretos que han regido el acto de que se trata, en oposición a
los meros motivos que las partes hayan tenido en su fuero interno.
Con acierto, señala Larroumet que lo que es esencial para un contratante es lo
que corresponde a la utilidad que él espera del contrato. Todo contrato tiene por objeto
satisfacer una necesidad y esa satisfacción debe corresponder a lo que busca quien
celebra el contrato, es decir, a lo que es esencial para él. No es posible determinar lo que
es un elemento esencial del contrato sin tener en consideración el fin perseguido por
cada contratante y ese fin constituye la causa.51
Pero naturalmente, un fino jurista como Bello, no podía ignorar que puestas las
cosas simplemente de ese modo irían significar un grave riesgo para la seguridad de las
transacciones y, por esa razón, considera necesario que un contratante haya conocido la
esencialidad que, la otra parte, le atribuía a la calidad del objeto de que se trataba. Años
más tarde, Henri Capitant lo expresaría en estos términos: es preciso admitir que las
cualidades exigidas por una de las partes hayan “entrado en el campo contractual”, es
decir, que la otra parte las haya conocido efectivamente.
Completado así el sistema, funcionaría del siguiente modo, si el error recae
sobre la sustancia o calidad esencial (de acuerdo a lo que generalmente es tenido por
tal), comprobado el error, no será necesario evidenciar, además, que la otra parte
conocía efectivamente el carácter sustancial de esas calidades para la víctima del error.
Por ejemplo, alguien que compra en una casa de antigüedades un objeto que,
posteriormente, se descubre no es antiguo, como se creía. De las circunstancias se
deriva fácilmente la conclusión de que ambos contratantes conocían las cualidades
sustanciales exigidas por el comprador. El vendedor no podía ignorarlas. Por el
contrario, si la calidad, no aparece claramente como sustancial en el contexto dado en
que se sitúan las partes, la víctima deberá probar que la calidad había sido esencial para
ella y, además, que la otra parte conocía esa circunstancia.
Es síntesis, puede afirmarse que el error, a) ha debido ser determinante de la
voluntad, en el sentido que, si el sujeto no hubiese incurrido en el error sobre aquella
calidad, no habría contratado; b) que, de haber existido varios motivos que lo
49
GARCÍA GOYENA (1852) p. 20.
50
GARCÍA GOYENA (1852) p. 20.
51
LARROUMET (1993) p. 253.

18
condujeron a celebrar el negocio, el motivo invocado como erróneo, no debe haber sido
uno más entre todos, sino que debe haber sido el principal; c) que ese motivo haya sido
conocido por la otra parte. En estas condiciones, los motivos dejan de ser simples
razones íntimas que no pueden ser tenidas en cuenta sin comprometer la seguridad de
las transacciones, sino que pasa a ser, por así decirlo, la voluntad que, de alguna
manera, se ha incorporado al ámbito del contrato.52
Parafraseando a quien mayor interés ha revelado por la temática del error en la
civilística chilena (Maza Gazmuri), podríamos decir que Bello advirtió, a su manera,
que no era posible tutelar integralmente la voluntad interna de uno de los contratantes,
sino que era necesario construir un dispositivo de distribución del riesgo de la
información defectuosa. La fórmula encontrada por el codificador fue que la contraparte
estuviese en conocimiento de la consideración de esencialidad que tenía el objeto para
el errante (elemento de análisis objetivo, que debe preceder en el análisis a la
investigación del elemento subjetivo como es la excusabilidad).
Y es aquí donde se unen la calidad sustancial con la causa determinante de la
relación jurídica, ya que resulta comprensión generalizada que el error sobre la
sustancia está dado por las calidades tenidas en vista por las partes (o por una de ellas)
que fueran la causa impulsiva de la contratación y de sus voluntades.
En este párrafo del artículo, Bello evidencia el estado de la doctrina europea del
momento. Por ese entonces, se había desviado el eje de la discusión y la corriente
mayoritaria se preguntaba cómo era posible relegar el valor de la voluntad a quasi nada
en la determinación de lo que es esencial en un acto. Así comenzaron a vincular la
sustancia con la causa que motivó a las partes a celebrar el acto. La sustancia, en esta
opinión, es el móvil que determinó al agente a obrar, la razón sin la cual no se habría
contratado, o para decirlo con las palabras de Pothier: ”la cualidad de la cosa que las
partes tuvieron en mira”.
Un ejemplo muy claro que se ha dado en la doctrina es el siguiente: un
coleccionador de antigüedades compra un anillo de oro encontrado en las excavaciones
de Pompeya. ¿Cuál será, en su subjetividad, la cualidad substancial? Sin duda, la de ser
una reliquia de Pompeya más que la de ser de un metal precioso. Si hubiese sabido que
era moderno, no lo habría comprado, aunque fuese de oro. Por el contrario, si fuese
pompeyano, lo habría adquirido, aunque fuese de bronce.
Se trata de un error sobre la causa, si entendemos ésta en el sentido que le
atribuía Lafaille, cuando decía que la causa principal del acto es la impulsiva, el motivo,
el objeto que nos propusimos en el acto y que se ha manifestado a la otra parte y que no
parece ser otra que la expresada en el art. 1467 del CC chileno.53
La técnica empleada por Bello no parece ser la mejor y revela una cierta
hesitación. En realidad, inicialmente, en ese segundo párrafo Bello aparenta pretender
abordar la calidad accidental para, obviamente, pronunciarse por su rechazo (no vicia el
consentimiento). Sin embargo, lo que termina haciendo es referirse a otro tipo de
calidad esencial (sin así denominarla) y que es la que resulta de la circunstancia de
haber sido el principal motivo para contratar y de que ello era conocido por la otra parte.
Este observador no alcanza a comprender por qué razón, en vez de adoptar la
forma negativa inicial, no lo hizo de modo asertivo diciendo, por ejemplo:
Art. 1454. Igualmente vicia el consentimiento cuando esa calidad es el principal
motivo de una de ellas para contratar, y este motivo ha sido conocido de la otra parte.
El error acerca de otra cualquiera calidad de la cosa no vicia el consentimiento.

52
MAZA GAZMURI (2018) p. 162.
53
RIVERA RESTREPO (2011) pp. 305-346.

19
De ese modo, se habría definido del modo más genérico posible, cuál es el tipo
de error que el ordenamiento considera atendible, tornado innecesaria la primera parte
del art 1454 e inclusive el 1453 y, desde luego, también el 1455, porque toda la cuestión
se centraría en determinar si el error estaba basado en un elemento que había sido el
principal motivo que condujo la parte a la celebración del acto, o no, y si ese motivo
había resultado conocido por la otra parte.
Sobre la circunstancia de que la atendibilidad del error se limite al caso de que la
otra parte haya conocido el motivo, o pueda extenderse al caso en que haya podido o
debido conocer, nos referiremos en seguida.
4.1.5 El error sobre la persona.
Art. 1455. El error acerca de la persona con quien se tiene intención de
contratar no vicia el consentimiento, salvo que la consideración de esta persona sea la
causa principal del contrato.
Pero en este caso la persona con quien erradamente se ha contratado, tendrá
derecho a ser indemnizada de los perjuicios en que de buena fe haya incurrido por la
nulidad del contrato.
El código civil francés, al tratar del error en la persona en su art. 1110 expresa:
“No es causa de nulidad cuando se refiere a la persona con la cual se tiene intención
de contratar, a menos que la consideración de esta persona sea la causa principal de la
convención.”
Como se puede apreciar, la similitud de los textos no deja lugar a dudas acerca
de la inspiración de la norma que ahora nos ocupa.
En ambos casos, el fundamento es el mismo: la circunstancia de que, en la
mayor parte de las veces, se contrata en interés de un resultado y no de una persona. El
ejemplo clásico es el del librero que vende sus libros a quien le paga de contado,
indiferentemente de que el comprador sea fulano o mengano. En cambio, si elijo para
mi defensa al mejor abogado de la ciudad, es porque no he querido verme en manos de
ningún otro, quien, aunque fuere eficiente, siempre estaría lejos del grado de reputación
que aquél posee.
La doctrina coincide en apuntar algunos criterios generales respecto de cuándo
podrá considerarse el error in personam como relevante. En los contratos a título
gratuito, el error casi siempre viciará el consentimiento, porque la voluntad está
normalmente dirigida a aquella determinada persona a quien el sujeto se refiere y no a
otra. Excepción a esto sería el caso de quien da una limosna por caridad, poco
importándole, en consecuencia, que el donatario sea Juan o Pedro. En tal caso, lo que
resulta esencial es la calidad de pobre.54 También en los actos a título oneroso existirá el
vicio, toda vez que se estipulen obligaciones en virtud de las aptitudes, talento, o el
prestigio de una determinada persona.55 En los contratos de pago contado, el error en la
persona casi siempre resultará indiferente. No así cuando se pague a plazo, en que la
solvencia del deudor adquiere una relevancia fundamental.56 En el depósito una norma
expresa (art. 2216) excluye la alegación del error in personam. En el matrimonio, sin
duda, la identidad es un elemento esencialísimo. En la sociedad, tampoco podrá negarse
la relevancia de la persona de que se trate.
La doctrina discute, desde la aparición del código, qué tipos de error en la
persona deben entenderse comprendidos en el art. 1455. En principio, existe unanimidad
en cuanto a que se reconoce el error en la identidad física del otro contratante, es decir,
aquel que recae en la corporeidad del otro. La duda radica sobre si, además, se incluye
54
SPOTA (1953) p. 430.
55
SPOTA (1953) p. 431.
56
ENNECCERUS et al. (1936) p. 191.

20
el referido a la identidad social (“las condiciones que determinan el lugar permanente
que debe ocupar en la sociedad”) 57 y el error en las cualidades personales (aquellas que,
según la naturaleza del negocio, suelen ser tomadas en consideración como relevantes
para la formación de la voluntad del declarante)
En ese contexto, pueden señalarse tres corrientes de pensamiento en relación a la
extensión del error en la persona: una primera, que puede calificarse como restringida,
sostiene que únicamente se debe sancionar el error en la identidad física, y no las otras
clases de error en la persona. Un segundo sector de la doctrina afirma que la norma se
refiere, además, al yerro en la identidad social o civil, ya que puede derivar de una
homonimia o una usurpación de estado civil. Finalmente, una última posición, opina
que el legislador establece la anulabilidad para el error que se comete sobre una
cualidad sustancial de la persona y es concluido en consideración a ella, a su talento, a
su moralidad, a ciertas maneras de ser.58
En relación a los actos patrimoniales, más allá de los casos de identidad física, la
doctrina restringida se limitaba a aceptar el error in personam en los casos intuitu
personae.59 Vial del Río sostiene que corrientes más modernas afirman que es necesario
apartarse del concepto de intuitu personae para considerar cualquier tipo de negocio en
donde “la persona del otro contratante ha sido motivo principal de la celebración del
mismo.”60 No estamos seguros de la significación que el distinguido comentarista
pretende atribuir a la expresión intuitu personae, pero del párrafo en que expresa la
necesidad de ampliación de la aplicabilidad del error en este ámbito no parece surgir
una distinción evidente. A estar a las definiciones de prestigiosos doctrinadores, no se
apreciaría la diferencia: “se está en presencia de un contrato de tal categoría (intuitu
personae) cuando la identidad o las condiciones personales de uno de los contratantes
son determinantes de la prestación del consentimiento del otro o de los otros
contratantes; en este caso no se plantea la alternativa de celebrar o no celebrar el
contrato, sino la de concluirlo con cierta persona o bien con otra.” 61
De cualquier manera, es preciso una cierta prudencia al referirse a categorías
abstractas. La influencia ejercida sobre el consentimiento por la identidad de la otra
parte, o la cualidad que se encuentra ausente, es una cuestión de hecho que debe ser
siempre resuelta según las circunstancias propias a la especie. 62 Las cualidades
personales que pueden constituir el móvil que impulsó a contratar a la parte que incurrió
en el error, son de distinta índole: profesión, habilidades técnicas, aptitud artística,
estado civil, solvencia económica, etc. En abstracto, no puede afirmarse que alguna de
ellas, por sí sola, tenga idoneidad para determinar de manera principal la realización del
acto, habrá que examinar en cada caso su influencia, conjugándolas con las otras
circunstancias que impulsaron a celebrar el negocio.
Son cualidades esenciales de una persona aquellas cuya ausencia determinará
que el sujeto no pertenezca a la categoría que se tuvo en vista al manifestarse la
voluntad. Este error en las cualidades esenciales no debe confundirse con el error en la
valoración de esas cualidades. En el primero, existe una falsa representación de la
realidad, en el segundo no, siendo, por tanto, irrelevante. Por ejemplo, si contrato con
alguien para que trabaje como cocinero y resultando no ser cocinero, sino apenas lava
copas; o si contrato un tenor y es un contralto, etc.

57
CLARO SOLAR (1941) p. 296.
58
MONDACA MIRANDA (2014) p. 163.
59
ALESSANDRI et al. (1998) p. 166.
60
VIAL (2003) p. 101.
61
GALGANO (1992) p. 299.
62
GHESTIN (1993) p. 502.

21
No es cualidad esencial del cocinero ser buen cocinero, ni del tenor ser un gran
tenor. En realidad, la cualidad esencial de la persona es aquella que resulta esencial para
el acto jurídico de que se trata. Por ello es anulable por error la aceptación de una
garantía si el garante ya era insolvente al momento de la aceptación, o si informaciones
posteriores demuestran que su solvencia es nula. El error sobre la edad puede ser
relevante en la contratación de un seguro de vida, los antecedentes penales o la vida
escandalosa, si se trata de un contrato para director de un colegio, etc.
Es necesario que la elección de la persona haya sido el móvil determinante que
lo llevó a contratar. Se puede, por ejemplo, haber tenido interés en hacer una compra
con un determinado comerciante para favorecerlo, pero si esa elección no ha sido la
causa principal del acto, pues la compra de la mercadería se habría llevado a cabo lo
mismo con otra persona, el error sobre la individualidad de la contraparte no alcanzará
la relevancia jurídica para producir la invalidez del acto.63
Finalmente, se hace necesario distinguir el error en la persona, del error en el
nombre. Si yo contrato con fulano, queriendo hacerlo con fulano, por su identidad y
cualidades esenciales, pero creo que se llama mengano, ese error es irrelevante y no
causa la anulabilidad del acto.64
Por otra parte, quizás sea interesante reconsiderar algunos de los análisis y
conclusiones a los que arriba la doctrina chilena en función de la evolución revelada en
la legislación peruana. En efecto, la redacción del antiguo código de 1936, inspirado
nítidamente en el art. 1110 del CC francés, decía:
Artículo 1081.- Se considera igualmente error sustancial el que se refiere a la
persona cuando la consideración a ella hubiese sido el motivo principal del acto.
La reforma de 1984 alteró sensiblemente esa redacción:
Artículo 202º.- El error es esencial:
1. ….
2.- Cuando recae sobre las cualidades personales de la otra parte, siempre que
aquéllas hayan sido determinantes de la voluntad.
De acuerdo con la doctrina, ha habido una sensible mejora en comparación con
la redacción de 1936 que hacía referencia, no a las cualidades de la persona, sino a la
consideración del errante hacia ella. La consideración, dicen, es un concepto
exclusivamente subjetivo, vago e impreciso que cobija demasiado y en esta materia ha
querido el legislador ser restrictivo. De este modo podría anularse una donación si
faltaran las virtudes que impulsaron a donar, sin desmedro de la consideración y aprecio
que, por otras razones, merezca el donatario.65
La consideración a que se refiere el art. 1455 del código chileno, no parece
exigir ninguna relevancia en la cualidad personal a la que se refiere, por lo que su
naturaleza subjetiva parece ser extrema, con la única condición de haber sido la causa
principal del contrato. Cualidad es un sinónimo de modo de ser, de actuar o
comportarse, el aspecto de la persona y sus atributos en general, sean físicos o
intelectuales, morales y hasta jurídicos.
En la consideración de la persona vuelve a aparecer la idea según la cual, el
error, es un error sobre los motivos esenciales del contrato, ya que cuando la norma se
refiere a la causa principal de la convención, está, indirectamente, mencionado los
motivos que condujeron a la contratación.
En la redacción del art. 1455 llama la atención nuevamente el hecho de no
haberse escogido el modo asertivo de legislar, como hubiese sido decir: “El error
63
BREBBIA (1980) p. 329.
64
LLAMBÍAS (1995) p.483.
65
LOHMANN (1994) p. 466.

22
acerca de la persona con quien se tiene intención de contratar vicia el consentimiento
cuando la consideración de esta persona sea la causa principal del contrato.”
Un ejemplo de lo que sugerimos que podría haber sido practicado con provecho
técnico es la redacción del art. 1266 del código civil español:
Art. 1266.

El error sobre la persona sólo invalidará el contrato cuando la consideración a
ella hubiese sido la causa principal del mismo.
Finalmente, dos cuestiones que más autorizada doctrina deberá develar (porque
hasta el momento no lo ha hecho) y que son: a) ¿por qué razón, la exigencia de que la
otra parte haya conocido que determinada calidad de una cosa era el principal motivo
que condujo al sujeto errante a contratar (art. 1454) no aparece cuando ese error se trata
de una persona? (art. 1455); b) ¿por qué razón, cuando el error es sobre la persona cabe
indemnización, pero si lo es sobre la cosa, tal responsabilidad no es establecida en la
norma? A este observador externo escapa cualquier justificativa que pudiere existir para
sustentar un tratamiento diferenciado en ambos tipos de errores.
En defensa del ilustre codificador, debo señalar que, analizados los tres
proyectos publicados por Bello, ninguno de ellos hace referencia a indemnización
alguna y es sólo el Proyecto Inédito el que incorpora la frase que alude a ese aspecto,
por lo que me atrevo a presumir que la misma fue resultado de la intervención de la
comisión revisora.66
5. LA DOCTRINA DEL ERROR COMO CONFLICTO DE INTERESES.
El Dr. Maza Gazmuri pareciera reflejar, a través de los títulos de dos de sus
publicaciones, la cuestión del error observada desde dos momentos diferentes que, a
falta de más apropiada denominación, referiré uno como ex ante y el otro como ex post:
“La distribución del riesgo de las equivocaciones a través de la disciplina del error”; y
“El error vicio del consentimiento, entre protección y aprovechamiento”.
La valoración de un riesgo, naturalmente, presupone que el evento todavía no
haya sucedido (de lo contrario, ya sería daño efectivamente acontecido), es decir, que
contempla al error antes de su producción; en cambio, la protección y el
aprovechamiento, parecieran partir de la hipótesis de que el evento (error) ya sucedió y,
en consecuencia, habrá que determinar ahora a quien proteger.
Desde los años 80, la doctrina tradicional recogida de los códigos
decimonónicos de que el error es un vicio del consentimiento, viene siendo cuestionada,
en la procura de superar la idea, según la cual, el error debe ponderarse exclusivamente
desde la voluntad de quien lo experimentó, para abordarlo más bien como un conflicto
de intereses entre éste y quien recibió la declaración. O, dicho de otro modo, se busca
alejarse de la doctrina de Savingy, en donde no hay lugar para el destinatario de la
declaración y la consideración de sus intereses, ya que contempla la problemática del
error en la declaración tan sólo como divergencia de voluntad y declaración.67
Díez-Picazo sintetiza esa perspectiva señalando que el problema consiste en
determinar en qué casos es justo que el errans se desligue del contrato y en qué casos es
justo que siga vinculado. También Federico de Castro se preguntaba quién merece
protección frente a su propio error y a quién le está permitido aprovecharse del error
ajeno, así como otros en la misma línea de pensamiento. Pero el más original, sin duda,
fue Morales Moreno que introdujo la idea de enfocar la cuestión como un problema de
distribución de los riesgos de la información defectuosa.

66
BELLO Disponible en http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:330178
67
NEME VILLAREAL (2012) pp. 169 A 218.

23
La propuesta me genera dificultades de aceptación por dos razones. En primer
lugar, el término riesgo parece contener en sí mismo una neutralidad o desprendimiento
de la conducta del sujeto que yerra que, en la mayoría de los casos, no condice con la
realidad. Si hablamos de riesgo, estamos hablando de daño (o de la posibilidad de su
ocurrencia), en el caso del error, el daño sería la anulación del acto (o lo que ésta pueda
traer aparejado). Giorgi dice que se llaman riesgos en el lenguaje jurídico todos los
casos fortuitos que deterioran o destruyen la cosa debida. Y prosigue afirmando que
preguntar cuál de los contratantes debe soportar los riesgos, significa querer saber quién
de ellos debe sufrir los deterioros y la pérdida casuales de la cosa debida o bien, la
imposibilidad, sobrevenida por causas fortuitas, de ejecutar la prestación convenida.68
Más allá de que Giorgi, se esté refiriendo a los riesgos de la pérdida de la cosa,
la idea básicamente es la misma: riesgo implica no intervención del hombre. Por eso
Giorgi habla de caso fortuito en la producción del daño, o pérdidas casuales. Cuando
éste es el resultado de la acción humana, el criterio será siempre el mismo: la valoración
de la culpa. Por otro lado, la noción de distribución del riesgo me remonta a Calabresi,
para quien esa noción es el criterio de imputación de responsabilidad que permite
informar a todo el derecho de daños y me reporta a doctrinas relativizadoras de los
valores y la función primigenia del derecho como vector de moral pública, movimientos
estos que, al decir de algunos, pusieron en peligro las más orgullosas y notables
ambiciones del derecho, distorsionaron sus objetivos y hasta pusieron en peligro su
propia existencia.69
Por esas razones prefiero partir de otra propuesta del mismo Morales Moreno,
que coloca la cuestión como la presencia de dos intereses encontrados: un contratante
que, invocando su error, pretende anular el contrato (interés de la voluntad), cuya
pretensión entra en conflicto con el interés del otro contratante en poder confiar en su
validez (interés de la confianza)70 y, desde esta perspectiva, analizar el mejor criterio
para determinar dónde debe reposar la protección. Es decir, en esa compleja pugna de
intereses, ¿se deberá privilegiar la tutela de la voluntad de quien razonablemente se
equivoca o, la consideración que merece el principio de la seguridad jurídica aliado a la
buena fe del otro contratante, que habiendo ignorado la existencia del error y siendo
además ajeno a él, pudo razonablemente contar con la eficacia del acto?
Considerando que en relación a la excusabilidad como requisito para la
posibilidad de anular un contrato por error parece existir acuerdo en la doctrina
nacional71, preferí, en esta oportunidad analizar la posibilidad y/o conveniencia de la
elección de otro criterio, cuyo avance en el derecho comparado es notorio en las últimas
décadas: el de la protección de la confianza.
5.1 La recognoscibilidad del error.
Hasta la aparición del C.C. italiano de 1942, la idea de que el destinatario de la
declaración debía, de alguna manera, participar con su negligencia para habilitar de ese
modo la facultad de impugnación del negocio por parte del perjudicado, era
desconocida. Existía un cierto consenso en el derecho comparado, basado en los
precedentes romanos, en el sentido de que era quien invocase el error, el que no debía
haber incurrido en él por su propia negligencia. A pesar del consenso, ningún código
civil dejaba constancia de ese requisito expresamente. En particular, el C.C. francés, no
consagró su exigencia para conceder la posibilidad de impugnación, a pesar de lo cual,
la mayoría de la doctrina se inclinó por reconocer la existencia implícita del mismo.

68
GIORGI (1977) p. 243.
69
FISS (1986)
70
MORALES MORENO (2015) pp. 713-744-
71
MAZA GAZMURI (2018) 169.

24
Vélez Sársfield, por el contrario, sí consideró necesario hacerlo, dejando constancia de
ello en su famoso art. 929 en que decía que “el error de hecho no perjudica, cuando ha
habido razón para errar, pero no podrá alegarse cuando la ignorancia del verdadero
estado de las cosas proviene de una negligencia culpable.” Fundamentando su opción
legislativa, Vélez Sársfield citaba a Savigny para quien el favor de la nulidad no debía
concederse al que es culpable de una gran negligencia.72
Se dice que hay razón para errar si el sujeto emisor de la voluntad actuó con la
diligencia media, normal, requerida para el negocio practicado. En sentido contrario,
cuando la ignorancia del verdadero estado de las cosas sea derivada "de la ausencia de
toda solicitud y atención", la razón para errar desaparece tipificando un error
inexcusable.
Como puede apreciarse, en este sistema, la valoración de la diligencia en el
comportamiento de la parte que erró es absolutamente independiente de las
consideraciones que afectan a la otra parte. Por el contrario, cuando se incorpora el
concepto de recognoscibilidad, la estimación de la culpa deberá admitirse únicamente
cuando tenga su génesis en la presencia de una confianza tutelable. Y esta situación se
presenta cuando la persona del destinatario de la declaración, obrando con la debida
diligencia, no ha conocido, ni podido conocer el error de la contraparte. Se puede
afirmar que en ambos sistemas se trata de justificar la ausencia de conocimiento, pero
en el primer caso, se trata del error propio, y, por tanto, la conducta en valoración es la
del sujeto que yerra, en cuanto que en el segundo, se trata de un error ajeno y lo que se
coloca bajo examen es la situación en que se encuentra el destinatario de la declaración,
que podría haberse percatado del error, aunque de hecho no se hubiese percatado o, por
decirlo mejor, lo que se analiza, no es la situación concreta de ese sujeto en particular,
sino la de una persona de normal diligencia, por lo que poco importa que el mismo haya
o no reconocido el error, sino lo que interesa es si el engaño era objetivamente
reconocible por una persona de normal diligencia. 73 En estas circunstancias, no
reconocer un error, que podría haber sido reconocido, pasa a ser equivalente a una
especie de culpa y, en función de ello es que se habilita la impugnación.
Con estas nociones básicas acerca de cómo funciona el sistema, y con el
propósito de evidenciar los resultados completamente diferentes que podrían emerger de
aplicarse el criterio referido, quizás fuese útil analizar dos casos con sentencia de la
Suprema Corte comentados por Maza Gazmuri.74
Transcribo textualmente el relato, a los efectos de enfatizar lo que es objeto de la
aseveración precedente. “En lo que importa, los hechos son básicamente idénticos. El
Banco de Chile ofrece a través de su página web una inversión en depósitos a plazo por
30 días con una tasa de interés mensual de 30,91%.” Al llegar a este punto, en una
fracción de segundo, (tómese esto en sentido literal, a mi cerebro no le llevó un segundo
procesar esa información) reconocí que se trataba de un error: que la tasa de interés no
podía ser jamás de 30,91% mensual! Para enfatizar aún más la evidencia del error, cabe
referenciar que quien escribe esto es argentino, es decir, acostumbrado durante toda su
vida a manejarse con cifras astronómicas en materias de interés, pero ni siquiera en mi
país, en los peores momentos de hiperinflación habría sido posible una tasa semejante.
No dudé, por tanto, de que se trataba de un error, pero pensé que era un error del autor
del artículo, que, en realidad, había querido escribir, 3,91% o 3,09% y ya casi en
condiciones de que mi cerebro aceptase esas cifras como razonables (lo serían
perfectamente de este lado de la cordillera en este momento), advertí que estaba leyendo
72
SAVIGNY (1879) p. 392.
73
MESSINEO (1986) p. 132.
74
MAZA GAZMURI (2012) p. 512.

25
un articulista chileno sobre un caso ocurrido en Chile, lo que me desorientó, ya que
sabía que ni siquiera eso sería posible. Imaginé que quizás se trataba de un caso antiguo
y si bien, pensé que en ningún momento de su historia Chile debió soportar tragedias
inflacionarias de ese porte, no podía asegurarlo, así es que proseguí con la lectura y así
fue que supe que, no había sido error del comentarista, sino del banco y que esa era
precisamente la esencia del relato y el motivo del litigio que llega hasta la Suprema
Corte.
Esta narración pormenorizada de la lectura de los hechos es efectuada
deliberadamente a los efectos de poner en la más absoluta evidencia que, si un
extranjero, que jamás vivió en Chile, que tiene un conocimiento apenas superficial del
estado actual de su economía y menos aún de las condiciones de contratación que
ofrecen las entidades bancarias, etc, inmediatamente pudo constatar que se trataba de un
error, no se podría sino deducir que no existiría un solo ciudadano, de buena fe, en toda
la extensión del territorio chileno, incapaz de idéntica constatación.
Es verdad que el art. 1546 del CC chileno habla de que los contratos deben
ejecutarse de buena fe y no extiende expresamente ese deber a otros momentos de la
relación negocial, como lo hacen la mayoría de los códigos latinoamericanos 75, pero la
doctrina ya ha señalado que la obligación de buena fe no nace apenas con la celebración
del contrato.76
La redacción del anterior CC argentino habría sido perfectamente iluminadora
en el presente caso, cuando expresaba: Art. 1198. Los contratos deben celebrarse,
interpretarse y ejecutarse de buena fe y de acuerdo con lo que verosímilmente las
partes entendieron o pudieron entender, obrando con cuidado y previsión. Es de la más
patente evidencia que el depositante no pudo jamás, verosímilmente entender, que lo
que el banco estaba ofreciendo y que era una tasa de interés más propia de un país en
guerra, o cualquier otra calamidad semejante era una oferta libre de error.
Aquí no nos encontramos frente a la cuestión de los límites éticos de los
negocios, ni a casos de dudosas fronteras entre puras exigencias de la moral y
verdaderas obligaciones jurídicas como podrían ser las presentes en Laidlaw v. Organ, o
más allá en el tiempo y en términos de ficción los del relato del Mercader de Rodas. 77
Estamos hablando de la más extrema repulsión al estándar del contratante leal y
honesto, que comporta la noción de la buena fe y, por tanto, de un sujeto indigno de la
protección de la ley. En idéntico sentido y por la misma razón, debe señalarse que el
caso referenciado no representaba la presencia de una confianza tutelable porque, en
momento alguno esa “confianza” se había generado. El contratante era absolutamente
consciente de que se trataba de un engaño y de cuya existencia ardidosamente pretendía
obtener provecho (y lo obtuvo). Y así lo ha señalado la doctrina: “… aceptar que la
confianza mantiene identificación con la Buena Fe Objetiva, implica que su valoración
sea realizada en torno a si la situación de hecho es objetivamente idónea para suscitar
una confianza.”78
El silencio y la omisión del contratante beneficiado sería calificado por una
enorme porción de la doctrina comparada como doloso. 79 No me incluyo en esa opinión
porque no fue ese silencio el que provocó el error, la reticencia aparece posteriormente
cuando el error ya existía, pero sin duda que era una circunstancia que obligaba a
75
CC peruano, art. 1362; argentino, art. 961; brasileño, art. 422.
76
CORRAL-TALCIANI (2004).
77
MAZA (2009).
78
PALACIOS MARTÍNEZ (1992) 101-106.
79
MAZA (2009) p. 439.
“Si existía un deber de informar, habrá que concluir que quien calló deliberadamente con el objeto de
mantener a la otra parte en el error incurrió en dolo por omisión.” MAZA GAZMURI (2018) p. 175

26
informar. No se trataba de una simple abstención, claramente se trataba de una omisión,
es decir, la violación de un deber que la ley imponía (obrar de buena fe) y esa omisión
fue la generadora del daño que posteriormente iba a suceder (el pago de intereses
desmesurados) como consecuencia de un error, del cual, efectivamente, no había sido
responsable. El silencio no estaba conectado causalmente al error (y por eso no era
dolo), pero si se encontraba causalmente vinculado al daño (y por eso se encontraba en
la obligación de informar)80 Dudar de si el principio de la buena fe imponía al
depositante informar del error a la entidad bancaria sería, tan banal, como preguntar si
un cliente estaría en la obligación de informar al cajero que le pagó de más al liquidarle
su jubilación.
El juzgamiento, a mi modesto entender, evidencia una inequidad espantosa,
condenando una conducta negligente de un lado e ignorando un proceder, que no debe
ya ser analizado en términos de descuido, culpa o desatención, como es el caso de la
entidad bancaria, sino que debe serlo en términos de dolo, mala fe, deshonestidad,
malicia, indecencia etc., expresiones éstas sobre cuya valoración moral en relación a las
anteriores, no puede caber duda alguna.
Cuando Maza Gazmuri afirma que al exigirse que el error vicio sea excusable no
se persigue sancionar la negligencia de quien incurrió en él, sino proteger al destinatario
de la declaración, obviamente, parte de la premisa de que ese destinatario haya tenido
una conducta merecedora de protección. El distinguido jurista sostiene que esa premisa
no solo implica analizar las conductas comparativamente, sino determinar el umbral de
diligencia del errans considerando la confianza razonable que generaron en aquél las
apariencias creadas por la otra parte o, más concretamente, “no basta con que el errans
se haya comportado descuidadamente para privar de su efecto anulatorio al error, sino
que, además es necesario que el destinatario de la declaración merezca la protección que
le prodiga la nulidad del negocio.” 81 (en este caso su beneficio derivaba de la
conservación del mismo). No apenas le asiste completa razón al referido comentarista,
sino que, si hubiese avanzado más en su raciocinio, probablemente habría arribado a la
conclusión de que, en el orden metodológico, es precisamente esta conducta la que debe
analizarse en primer término, ya que, si se advierte que se trata de una conducta
inmerecedora de protección, el análisis de la otra, se torna absolutamente innecesario
El requisito de la recognoscibilidad está estrechamente ligado a la tutela de la
confianza y representa un correctivo puesto en garantía del declarante, porque éste
podrá exigir del destinatario el uso de la diligencia normal para el descubrimiento del
error. Al ignorar completamente este aspecto, tutelando incondicional y exclusivamente
la condición de un depositante deslegitimado en sus alegaciones por la deshonestidad de
su conducta, la Corte ha desatendido el más elemental concepto de justicia, que es el de
poner los elementos a considerar en ambos platillos de la balanza. Rojo Ajuria lo diría
con todas las letras, cuando señala que “el requisito de la excusabilidad trata de evitar
que alguien saque provecho de su negligencia ‘en perjuicio de la otra parte’. Lo cual es
muy sensato cuando la otra parte es inocente, pero sorprendente cuando la otra parte ha
actuado dolosamente.”82

80
MAZA GAZMURI (2008).
81
MAZA GAZMURI (2012) 518.
82
ROJO AJURIA (1994) p. 244.

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