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Líneas Teologicas del Siracida.

Pinto,
I segreti…, 156-162
1) El temor de Dios, la Sabiduría y la Ley
“Toda sabiduría viene del Señor, y está con él por siempre” (Sir 1,1). Esta afirmación,
llena de fe, sirve de título para la obra entera en la que se alterna referencias a la
sabiduría con la “s” en minúscula con la personificación de la Sabiduría: ella es un don
divino y sólo disponiéndose a tal lógica se puede llegar a acogerla. 1

El temor de Dios llega a ser un estribillo en el libro. A él está vinculado el camino


sapiencial: es el inicio de la sabiduría (1,14), la raíz (1,29), la plenitud (1,16) y la corona
(1,18), es decir su verdadera naturaleza. El autor une indisolublemente temor de Dios
a la sabiduría queriendo afirmar probablemente la superioridad de la σοφία hebrea
respecto a la griega.

Esta Sabiduría es la nueva Ley. En el capítulo 24 se llega a establecer un vínculo


estrechísimo entre σοφία (entendida como personificación) y νόμος: “Todo esto es el
libro de la alianza del Dios Altísimo, la Ley que nos prescribió Moisés como herencia
para las asambleas de Jacob” (Sir 24,23). Esta relación única e inédita parece fundir la
“‫ּתֹורה‬
ָ ” (TORAH) con la “‫( ” ָח ְכ ָמה‬JOKMAH) hasta casi identificarse, obrando una
síntesis sapiencial de todo el recorrido histórico y soteriológico del pueblo de Israel.

2) La educación
En 50,27 se lee: “Doctrina de ciencia e inteligencia ha condensado en este libro Jesús,
hijo de Sirá, Eleazar, de Jerusalén, que de su corazón derramó sabiduría a raudales”. La
doctrina (παιδεία), en griego paideía, sintetiza el alcance y el valor del libro entero cuya
intención explícita es pedagógica, tal y como viene dicho en el prólogo.

La primera agencia educativa es aquella que se sitúa en el corazón mismo de Dios, el


cual pondrá pruebas como parte integrante del camino de aquel que busca la sabiduría
(2,1). El sabio presenta el fruto de su fatiga sin disimular los peligros y las dificultades
que se encuentran al seguir los dictámenes de la Sabiduría, llegando a decir esto: “Hijo,
si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma para la prueba. 2 Endereza tu corazón,
mantente firme, y no te angusties en tiempo de adversidad” (Sir 2,1-2). Como buen
maestro Ben Sira ilustra las etapas de este itinerario religioso-sapiencial, verdadero y
propio proyecto de vida. En un primer momento el discípulo es invitado a no perderse
en el tiempo de la desventura y de la desgracia. El joven puede estar tentado de
desistir de su propósito en cuanto se enfrente a la primera dificultad, manifestando de
este modo la debilidad ligada a la inexperiencia. Por eso, el sabio avisa que el tiempo
de la aflicción del corazón tarde o temprano llegará a la vida del que se pone a
disposición de Dios. En esa fase dramática de la vida el corazón corre el riesgo de
sucumbir, por esto, saber dirigir bien el corazón representa el primer escalón sólido
que permite un segundo paso a la fe: “Pégate a Él y no te separes, para que seas
exaltado en tu final” (Sir 2,3).

En 4,11-19 se especifica que incluso la Sabiduría es artífice de una pedagogía ligada a la


disciplina y a la observancia de los preceptos de la Ley. Tal camino, que es un
verdadero banco de pruebas, a pesar de la dificultad inicial, tiene una salida positiva
(4,18). Hacen eco las advertencias sapienciales de los padres, cuya memoria es
venerada y respetada con una conducta de vida digna y a la altura de los sacrificios
ofrecidos: “27 Honra a tu padre con todo tu corazón, y no olvides los dolores de tu
madre. 28 Recuerda que gracias a ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que han hecho
por ti?” (Sir 7,27-28). Incluso llama a la delicadeza en el trato de los padres que pueden 2
chochear con la edad: “13 Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente con él, no le
desprecies, tú que estás en la plenitud de tus fuerzas. 14 La compasión hacia el padre no
será olvidada, te servirá para reparar tus pecados” (Sir 3,13-14).

La educación comporta en el Sirácida intervenciones enérgicas; por esto la corrección


disciplinar es parte integrante de la enseñanza de los sabios (7,23): se acentúa la
dimensión punitiva de la educación, aspecto que en Proverbios está presente (Pr
10,17; 13,24) pero no tan subrayados como en los del Sirácida (Sir 22,6; 30,1).

3. El hombre
La visión antropológica del Sirácida se inspira en la narración del libro del Génesis. En
Sir 16,24-17,14, después de haber hablado de las criaturas, el autor afirma la relación
directa del hombre con la tierra (cf. Gn 2,7; 3,19). Siguiendo la estela de otros textos
(Sal 8,5; 144,3; Jb 7,17) se hace preguntas antropológicas fundamentales: ¿qué es el
hombre? ¿cuál es su bien y cuál es su mal? Interrogantes que quedan abiertos, o mejor
empiezan a entenderse en relación a la grandeza de Dios que considera al hombre, por
cuanto pequeño e insignificante en relación al universo, el destinatario privilegiado de
su misericordia.

El hombre va educado y el sufrimiento juega un papel fundamental para llegar a la


plena madurez: tiene un valor medicinal ya que lo purifica “porque en el fuego se
purifica el oro, y los que agradan a Dios, en el horno de la humillación” (Sir 2,5).

Pero en Ben Sira se asiste también a la superación de una idea del AT según la cual
Dios sería el proveedor tanto del bien como del mal (cf. Jb 2,10). Delante a estas
consideraciones, el Sirácida profundiza sobre la teodicea proponiendo con fuerza el
principio de la libertad individual: el hombre ha sido creado libre de rechazar el mal,
realidad que Dios mismo odia y que conduce a la muerte (Sir 15,11-20).

Seguramente el autor del libro es consciente que el pensamiento sobre la muerte


condiciona la vida de cualquier hombre, convirtiéndose en el miedo existencial que
arroja una sombra sobre todas sus actividades y proyectos (Sir 40,1-17; cf Qo 11,7-
12,7). Como hombre piadoso está convencido que es mejor la vida piadosa que la del
impío, ya que de este último no quedará su fama, que al menos los justos la han
merecido.
4) La oración
Está a la base del recorrido sapiencial del mismo Ben Sira: el declara haber buscado la
sabiduría en su oración en el templo desde su juventud, búsqueda que renovará
continuamente hasta la madurez (51,13-14). La oración florece como alabanza en la
boca del piadoso que al amanecer eleva su voz al Señor, y del escriba que
diligentemente se dedica al estudio de las profecías (4,12; 39,5-6), así como brota en
quien contempla la naturaleza como obra maravillosa del Creador (42,15-43,33).

Sin embargo, la oración no está separada de la vida, sino que exige un enraizamiento
en la moral: es escuchada cuando está unida al respeto de los padres (3,5) y a las
peticiones del pobre del cual Dios escucha siempre la voz (4,6; 21,5). La oración, por 3
tanto, va unida a la caridad ofrecida con fidelidad y constancia (7,9-10). Esta actitud de
coherencia invita a Dios a ejercer su misericordia con nosotros: “Perdona la ofensa a tu
prójimo, y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados” (Sir 28,2). Dios ofrece así
su misericordia porque la oración del indigente atraviesa las nubes alcanzando
directamente su corazón (36,16-21). Reza quien está en el sufrimiento, según uno de
los bastiones de la fe tradicional: existe una conexión entre enfermedad y pecado, y
por esto rezar al Señor significa invocar el perdón y la consecuente curación (38,9);
reza, además, también el médico para que pueda realizar un diagnóstico correcto
(38,14).

5) La tradición
Ben Sira se describe a sí mismo como un torrente que deja pasar la gracia para irrigar a
los otros y que – mientras canaliza sus adquisiciones sobre la Sabiduría (entendida ya
como equipaje propio de la experiencia, ya como “persona”) – acrecienta el
conocimiento personal convirtiéndose en un verdadero y propio mar de doctrina,
fundada en la tradición de fe de los padres y en el testimonio personal del maestro
(24,30-34). El don (la tradición) y la búsqueda personal se expresan en este nuevo
camino a través del cual se comunica la voluntad divina.

El papel del sabio permite, de este modo, afrontar las dificultades personales y
culturales, sostenidas bajo una guía segura y luminosa: “el ejemplo emblemático del
pasado viene actualizado en la experiencia viva y cercana del presente; fidelidad al
Dios de Israel no es el equivalente a una mentalidad cerrada y miedosa de frente a las
nuevas corrientes helenísticas que se están infiltrando en las instituciones judaicas;
concretamente, buscar la sabiduría es aferrarse al Señor con una apertura serena y
equilibrada sin prejuicios. Y esto, ni más ni menos, es el programa de Ben Sira” (N.
Calduch).

El camino de trasmisión de la sabiduría se ofrece como un verdadero y propio


ministerio de comunión, a través del cual el sabio confía a las nuevas generaciones los
valores de los antepasados de cara a los desafíos del presente, sin ocultar los costes
asociados – en términos de sufrimiento personal – por permanecer fieles a tal traditio:
quien se aplica y medita la ley del Altísimo, indaga la sabiduría de todos los antiguos,
se dedica al estudio de las profecías (39,1).
No por casualidad a Ben Sira se le ha definido como el “sabio tradicionalista”. El elogio
de los antepasados de Sir 44,1-50,21 celebra – específicamente – a aquellos que en el
pasado estuvieron disponibles para servir al Señor y que, con el deseo de acoger la
Sabiduría, la han transmitido a la posteridad. “Estos hombres ilustres” o “píos” (44,1a)
siguen ofreciendo a las generaciones del presente el ejemplo concreto de creyentes
realizados, ya que estaban sabiamente iluminados en el recorrido de su vida. Con
justicia podría llamarse “padres en la historia” o “en sus generaciones” (44,1b).

6) La mujer
La mujer encuentra a menudo espacio en las reflexiones del Sirácida (23,16-17; 25,1- 4
26,28; 41,14-42,14), revelando su sustancial misoginia cuyo último fundamento está
en la Biblia: “Por la mujer empezó el pecado, y por su culpa todos morimos” (Sir 25,24).
La visión machista de la mujer transpira también por el modo con el que es descrita: en
26,2 es llamada “valerosa”, literalmente “viril” (ἀνδρεία). El sabio parece describir la
mujer en relación a su semejanza o diferencia respecto al hombre.

Esta misoginia se nota cómo presenta la función de la mujer en el matrimonio. Ya que


el punto de partida es el bien conyugal, la mujer queda atrapada en su función de
mujer y madre quedando, de este modo, en un segundo plano. Una buena mujer es,
de hecho, una bendición para el marido (26,1) de cara a la educación de los hijos. Un
matrimonio equivocado es una verdadera catástrofe.

A la mujer se le pide la obediencia pasiva e incondicional, bajo pena de divorcio


(25,26). El jefe de la familia no tiene que depender de nadie, pero a él todos se le
deben someter (33,20) y menos aún ha de depender económicamente de la mujer
(25,22) o estar sometido a los hijos (33,1-13). La maldad femenina es objeto de
cuidadosa reflexión (25,13-19.23; 42,14) conforme a las convicciones de los maestros
de Israel, in primis Qohelet (Qo 7,26). Común en la tradición se encuentra también la
advertencia sobre los peligros de la mujer extranjera a la cual no hace falta entregar el
propio vigor sexual (Sir 26,19; cf Pr 2; 5; 6; 7).

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