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Cristofer Esmelin Chávez Quintanilla

El libro del Eclesiástico

En los libros sapienciales los hombres hablan a hombres; sin embargo, el que habla y el que escucha están
ambos profundamente arraigados en la fe del pueblo de Israel en Dios. Con frecuencia en el Antiguo
Testamento la sabiduría es atribuida explícitamente al Espíritu de Dios (cf. Job 32,8; Sab 7,22; 9,17). Estos
libros son llamados «sapienciales», porque sus autores escrutan e indican los caminos para una vida
humana guiada por la sabiduría. En su búsqueda son conscientes de que la sabiduría es un don de Dios.
Al querer ilustrar con precisión qué modalidades de relación con Dios atestiguan estos escritos como base
y fuente de lo que enseñan sus autores, hemos concentrado nuestra investigación en el libro del
Eclesiástico, debido a su carácter sintético. Desde el comienzo el autor es consciente de que «toda
sabiduría viene del Señor y está con él por siempre» (Eclo 1,1). Ya en el prólogo del libro el traductor
indica una vía mediante la cual Dios ha comunicado la sabiduría al autor: «Mi abuelo Jesús -escribe-
después de haberse dedicado asiduamente a la lectura de la Ley, los Profetas y los otros escritos de los
antepasados, y de haber adquirido un gran dominio sobre ellos». La lectura precisa y creyente de las
Sagradas Escrituras en las que Dios habla al pueblo de Israel ha unido al autor con Dios, ha llegado a ser
la fuente de su sabiduría, y lo ha llevado a escribir su obra. Se manifiesta así claramente un modo por el
que el libro proviene de Dios.

El Sírácida explicita luego cual sea el resultado de su estudio de la ley y el efecto de su escrito: «Haré que
mi enseñanza brille como la aurora y que resplandezca en la lejanía. Derramaré mi enseñanza como
profecía y la transmitiré a las generaciones futuras. Fijaos que no he trabajado solo para mí, sino para
todos aquellos que buscan la sabiduría» (Eclo 24,32-34). La sabiduría que todos, también en el futuro,
pueden encontrar en su escrito es el fruto de su estudio de la Ley y de lo que Dios le hace conocer en las
pruebas de su vida (cf. Eclo 4,11.17-18). Luego indica el resultado: «Si el Señor, el Grande, lo quiere, se
llenará de espíritu de inteligencia; derramará como lluvia sabias palabras y en la oración dará gracias al
Señora (Eclo 39,6). La adquisición de la sabiduría como fruto del estudio es reconocida como don de Dios
y lleva a la oración de alabanza. Por lo tanto, todo se desarrolla en una viva y continua unión con Dios. El
autor asegura no sólo para sí, sino para todos, que el temor de Dios y la observancia de la Ley dan acceso
a la sabiduría en 15,1. En la última parte de su obra (44-50) el Sírácida se ocupa de manera distinta de la
tradición de su pueblo, haciendo el elogio de los padres. En la parte conclusiva el Sírácida caracteriza el
contenido de su libro como una «doctrina de ciencia e inteligencia» (50,27). Le asocia una
bienaventuranza: «Dichoso el que repase estas enseñanzas; el que las guarde en su corazón se hará sabio.
Y si las pone en práctica, será fuerte en todo, porque la luz del Señor iluminará su camino» (50,28-29). La
bienaventuranza reclama la meditación y la práctica del contenido del libro y promete la sabiduría y la luz
del Señor, todo ello es posible sólo si tal escrito proviene de Dios.

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