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¿Y por qué?, tal vez te preguntes. ¿Por qué son así las
cosas? ¿A qué se debe que unas personas trabajen y
otras se lucren con el fruto de este trabajo, si se supone
que vivimos en una sociedad donde uno de los valores
imperantes es la igualdad? Ciertamente, se trata de una
forma de esclavitud moderna, en definitiva. Eso sí, una
esclavitud perfectamente encubierta. Tanto, que la gran
mayoría de la gente jamás se da cuenta de ello.
Pero, te lo aseguro, no existen más que algunas
diferencias de forma entre la esclavitud actual de la clase
obrera y esas otras modalidades de esclavitud que nos
han llegado descritas por la historia, como la practicada
en la antigua Roma o en las plantaciones de las colonias
americanas hace algunos siglos. Por aquel entonces, una
persona compraba una esclava o un esclavo, por lo
general a un precio tremendamente elevado, y se hacía
responsable de ella o de él. La propietaria o propietario
debía cuidar de su vida e integridad física del mismo
modo que una campesina o campesino cuidaba de sus
bestias de carga. Le proporcionaba un lugar en el que
alojarse, la o lo alimentaba, le daba ropa de abrigo y
cuidaba de que las horas de trabajo y el esfuerzo a los
que la o lo sometía no fuesen desproporcionados, ya que
si la esclava o el esclavo caía herido o enfermaba, no
podría producir durante días. Y, si moría, la inversión se
echaba a perder.