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Esclavitud económica y

explotación laboral (parte 2


de 2)
3 abril, 2019

Como ya vimos en la primera parte de este artículo,


nuestras vidas giran en torno al trabajo. Y, por lo general,
no se trata de un trabajo satisfactorio. Durante esas
ocho, diez, doce horas diarias que nos encontramos en
nuestro puesto, vivimos en un estado de esclavitud en el
que prácticamente cualquier cosa que tenga a bien
ordenarnos la persona designada como nuestra superior
deberá ser obedecida en el acto. Tampoco disponemos
de capacidad de decisión durante el proceso productivo,
ni se nos permite disfrutar o sentirnos orgullosos del
fruto de nuestra labor, como sucedía con el artesanado o
el campesinado de tiempos pasados. En la mayoría de los
puestos de trabajo de hoy día, las tareas del personal
obrero se encuentran absolutamente reguladas y
sometidas a un férreo control. Éstas, por lo general,
consisten en una serie de acciones (A, B y C) que la
trabajadora o el trabajador debe ejecutar en un orden
concreto y dentro de los márgenes de tiempo dictados
por la productividad.

Las obreras y obreros de la fábrica de bombillas, por


ejemplo, ignoran el proceso de fabricación completo de
una bombilla. Se limitan a colocar la pieza o manejar la
máquina que les han sido asignadas dentro de la cadena
de montaje. De igual modo sucede con las jornaleras y
jornaleros de las tierras de cultivo o con el personal
administrativo de las oficinas. A ninguna y ninguno de
ellos les ha sido dado conocer la totalidad del proceso
del que forman parte. No, ese conocimiento se encuentra
total y exclusivamente en manos de las propietarias y
propietarios y de sus personas de confianza.

Una vez obtenido el producto, ya se trate de bombillas o


tomates, éste pasa a ser almacenado y distribuido, sin
que a las personas que lo produjeron se les permita
admirarlo, valorarlo y, menos aún, hacer uso de él. Esto
es algo que provoca en las trabajadoras y trabajadores
asalariados un fuerte sentimiento de desvinculación con
el proceso productivo. Nos pasamos el día trabajando y
el fruto de nuestro esfuerzo nos es arrebatado día tras
día. En consecuencia, nos sentimos vacías, vacíos,
produciéndose al mismo tiempo en nosotras y nosotros
una aversión tan grande hacia todo lo que suponga un
esfuerzo, hacia cualquier actividad que huela
mínimamente a trabajo, que el resto de nuestro tiempo lo
único que queremos hacer es consumir el fruto del
trabajo de otras personas o pasar las horas muertas
tiradas y tirados delante del televisor.

De este modo, estas valiosas horas libres que bien


podríamos aprovechar para llevar a cabo alguna tarea
productiva, como escribir, componer música, construir
una casa, cuidar un huerto o diseñar algún tipo de
ingenio, quedan en la nada. Cualquier interés por trabajar
ha quedado anulado por el sistema en el que vivimos. Y
lo mismo ha sucedido con la naturaleza creativa que, en
mayor o menor medida, es innata a todo ser humano.

¿Y por qué?, tal vez te preguntes. ¿Por qué son así las
cosas? ¿A qué se debe que unas personas trabajen y
otras se lucren con el fruto de este trabajo, si se supone
que vivimos en una sociedad donde uno de los valores
imperantes es la igualdad? Ciertamente, se trata de una
forma de esclavitud moderna, en definitiva. Eso sí, una
esclavitud perfectamente encubierta. Tanto, que la gran
mayoría de la gente jamás se da cuenta de ello.
Pero, te lo aseguro, no existen más que algunas
diferencias de forma entre la esclavitud actual de la clase
obrera y esas otras modalidades de esclavitud que nos
han llegado descritas por la historia, como la practicada
en la antigua Roma o en las plantaciones de las colonias
americanas hace algunos siglos. Por aquel entonces, una
persona compraba una esclava o un esclavo, por lo
general a un precio tremendamente elevado, y se hacía
responsable de ella o de él. La propietaria o propietario
debía cuidar de su vida e integridad física del mismo
modo que una campesina o campesino cuidaba de sus
bestias de carga. Le proporcionaba un lugar en el que
alojarse, la o lo alimentaba, le daba ropa de abrigo y
cuidaba de que las horas de trabajo y el esfuerzo a los
que la o lo sometía no fuesen desproporcionados, ya que
si la esclava o el esclavo caía herido o enfermaba, no
podría producir durante días. Y, si moría, la inversión se
echaba a perder.

En los tiempos actuales, sin embargo, la trabajadora o


trabajador asalariado no sufre su esclavitud a tiempo
completo, como antaño, sino durante 8, 10 o 12 horas al
día, como ya dijimos antes. Sin embargo, eso sí, es
responsable de obtener alojamiento, de alimentarse y de
vestirse por su cuenta, así como de desplazarse al lugar
de trabajo y de encontrarse en su puesto durante las
horas convenidas. Si sufre heridas o enferma, es su
responsabilidad y, si muere, la empresa que lo contrató
podrá sustituirla o sustituirlo fácilmente por otra persona
que cumpla con su cometido. Ya que lo que hoy se hace
no es comprar seres humanos, sino alquilar su fuerza de
trabajo mientras ésta se encuentra disponible. Y, si no,
siempre hay muchas otras y otros que están deseando
ocupar su lugar. Las cifras de paro en los países
occidentales no son ninguna casualidad, te lo aseguro.
Obedecen a una intencionalidad muy concreta, que es la
de que la clase empresarial siempre pueda disponer de
una «cantera» de trabajadoras y trabajadores dispuestos
a ser empleados por el precio que les quieran pagar.

En fin, visto todo esto, supongo que estarás de acuerdo


en que no resulta en absoluto exagerado hablar de
esclavitud o de explotación laboral al referirnos a las
condiciones de vida de la clase trabajadora en los
tiempos actuales. La pena es que la mayor parte de las
personas sólo sean capaces de ver la esclavitud o la
explotación cuando estas condiciones alcanzan sus
extremos, como el caso de las esclavas y esclavos de
tiempos pasados o cuando las condiciones laborales de
alguien resultan excesivamente duras e injustas.

Como ves, el significado que damos a las palabras tiene


muchísima importancia. De ahí que los estados siempre
busquen monopolizar la reglamentación del lenguaje y
centralizarlo por medio de la educación o de las
academias de la lengua.

Pero ese es un tema aparte que quizá tratemos algo más


adelante.

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