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31 de diciembre: nada

que celebrar
23 julio, 2019

Porque el llamado “fin de año” no es más que un


convencionalismo social originado por la Iglesia Católica
(Calendario Gregoriano de 1582) e impuesto a los
pueblos a día de hoy por los estados del Occidente
capitalista.

Porque en otros lugares del mundo, parasitados por


instituciones religiosas distintas a las nuestras, el año
nuevo se celebra en otras fechas. Esto sucede, por
ejemplo, en el caso del calendario árabe, cuyo próximo
comienzo de año se corresponderá con el 19 de agosto
de 2020, o el del calendario chino, que marca el año
nuevo en el próximo 25 de enero. Repito: se trata de un
convencionalismo social que varía según dónde nos
encontremos.

Porque esta fecha no se corresponde con el inicio del año


astronómico, que en 2020 será el 5 de enero, ni con los
solsticios y equinoccios, que marcan el cambio de las
estaciones y que muchas culturas ancestrales en el
transcurso de la Historia han tomado como referencia
para marcar sus inicios de año. Cualquiera de estas
fechas sería más lógica que la marcada por el Calendario
Gregoriano como día de año nuevo.
Porque llevar a cabo cualquier celebración mediante
comidas copiosas y todo tipo de excesos en pleno
invierno, cuando, históricamente y por sentido común, lo
lógico ha sido siempre guardar mesura y ser prudente
con el consumo hasta la próxima cosecha, es una
aberración que sólo puede darse en el presente
paradigma capitalista y consumista que está terminando
con todo.

Porque, de igual modo, abandonarse a este tipo de


excesos “navideños” sólo puede tomarse como una burla
y una ofensa hacia ese casi 50% de la población mundial
que se encuentra bajo el umbral de la pobreza, bien
porque los recursos de sus países están siendo
expoliados por las grandes transnacionales capitalistas,
bien porque, aún viviendo en el occidente capitalista, han
quedado excluidas del llamado mercado laboral y
condenadas a la marginalidad.

Porque los excesos de fin de año se encadenan con los


de Nochebuena y Reyes Magos creando un ciclo de
consumo descontrolado y sin sentido que, al concluir,
nos deja con la salud mermada, un montón de objetos
materiales que ni deseamos ni necesitamos y un
desagradable sentimiento de culpabilidad. Las únicas
que tienen algo que celebrar con todo esto son las
grandes empresas, que hacen su agosto con nuestra
actitud irreflexiva.
Porque abandonarnos a tradiciones supersticiosas y sin
sentido, como atiborrarnos de uvas a contrarreloj, llevar
ropa interior roja o echar un anillo al champán, no dice
nada bueno sobre nuestra capacidad humana de razonar
y de usar la lógica. Y, además, se trata, en su mayoría, de
prácticas que potencian aún más el consumismo
inherente a estas fechas. ¿Conoces el origen de la
tradición de tomar doce uvas con las campanadas de
Nochevieja? ¡Mira! Ahí tienes un buen hilo del que tirar.

Porque este inicio de año ficticio nos sirve a un buen


montón de personas como excusa para no tomar las
riendas de nuestra propia vida cuando y donde lo
requieren las circunstancias. Al contrario que eso, nos
contentamos con posponer la toma de decisiones
importantes y los cambios de hábitos hasta el comienzo
del año siguiente, bajo la consigna de “año nuevo, vida
nueva”. Esto, además, aumenta la posibilidad de fracaso
en nuestras determinaciones, dado que, cuando sólo
tenemos una oportunidad de cambio al año, la presión
puede ser demasiado grande y, por lo general,
terminamos desistiendo con la idea de que ya lo
intentaremos el año próximo.

Porque, a día de hoy, la desigualdad en el reparto de la


riqueza continúa en aumento (las pobres son más pobres
y los ricos más ricos), las empresas transnacionales
siguen devastando el entorno y depredando los recursos
naturales de las regiones del sur, el consumismo
desmedido continúa pudriendo los cerebros de las
personas que me rodean, la clase capitalista sigue
gobernándonos a través de empresas, parlamentos y
ministerios, las industrias alimentaria, farmacéutica y
tantas otras continúan mermando nuestra salud, siguen
siendo encerradas, torturadas, violadas y asesinadas
miles de millones de criaturas sintientes al año para
satisfacer la gula humana, el occidente capitalista
continúa amenazando e invadiendo regiones para
robarles sus recursos energéticos y los pueblos
continúan sin despertar, vendida como tienen sus alma
por un iPhone XI y una semana de vacaciones en la playa
(salvo honrosas excepciones, como Rojava o Santiago de
Chile, cuyos desenlaces aún están por descubrir).
Y porque, en definitiva, somos seres humanos con
espíritu crítico y capaces de crear nuestras propias
celebraciones y de generar nuestros propios motivos
para reunirnos con nuestras personas queridas. Lo
contrario, celebrar lo que nos dicen desde arriba, cuando
y como nos lo indican, es actuar como borregos que
siguen al rebaño por pura inercia (con perdón para los
borregos).

Entiendo que estas reflexiones quizá te hayan llegado


demasiado tarde. Esta noche toca lo que toca y
probablemente no haya vuelta atrás. Pero ¿y el año
próximo? Para entonces ya habrás tenido tiempo para
pensar en todo esto y para investigar por tu cuenta. Y tal
vez (sólo tal vez), tengas ya tu propia lista de motivos
para no hacerle el juego al poder con esta celebración
absurda.

Hasta entonces, salud y fuerza.

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