convencionalismo social originado por la Iglesia Católica (Calendario Gregoriano de 1582) e impuesto a los pueblos a día de hoy por los estados del Occidente capitalista.
Porque en otros lugares del mundo, parasitados por
instituciones religiosas distintas a las nuestras, el año nuevo se celebra en otras fechas. Esto sucede, por ejemplo, en el caso del calendario árabe, cuyo próximo comienzo de año se corresponderá con el 19 de agosto de 2020, o el del calendario chino, que marca el año nuevo en el próximo 25 de enero. Repito: se trata de un convencionalismo social que varía según dónde nos encontremos.
Porque esta fecha no se corresponde con el inicio del año
astronómico, que en 2020 será el 5 de enero, ni con los solsticios y equinoccios, que marcan el cambio de las estaciones y que muchas culturas ancestrales en el transcurso de la Historia han tomado como referencia para marcar sus inicios de año. Cualquiera de estas fechas sería más lógica que la marcada por el Calendario Gregoriano como día de año nuevo. Porque llevar a cabo cualquier celebración mediante comidas copiosas y todo tipo de excesos en pleno invierno, cuando, históricamente y por sentido común, lo lógico ha sido siempre guardar mesura y ser prudente con el consumo hasta la próxima cosecha, es una aberración que sólo puede darse en el presente paradigma capitalista y consumista que está terminando con todo.
Porque, de igual modo, abandonarse a este tipo de
excesos “navideños” sólo puede tomarse como una burla y una ofensa hacia ese casi 50% de la población mundial que se encuentra bajo el umbral de la pobreza, bien porque los recursos de sus países están siendo expoliados por las grandes transnacionales capitalistas, bien porque, aún viviendo en el occidente capitalista, han quedado excluidas del llamado mercado laboral y condenadas a la marginalidad.
Porque los excesos de fin de año se encadenan con los
de Nochebuena y Reyes Magos creando un ciclo de consumo descontrolado y sin sentido que, al concluir, nos deja con la salud mermada, un montón de objetos materiales que ni deseamos ni necesitamos y un desagradable sentimiento de culpabilidad. Las únicas que tienen algo que celebrar con todo esto son las grandes empresas, que hacen su agosto con nuestra actitud irreflexiva. Porque abandonarnos a tradiciones supersticiosas y sin sentido, como atiborrarnos de uvas a contrarreloj, llevar ropa interior roja o echar un anillo al champán, no dice nada bueno sobre nuestra capacidad humana de razonar y de usar la lógica. Y, además, se trata, en su mayoría, de prácticas que potencian aún más el consumismo inherente a estas fechas. ¿Conoces el origen de la tradición de tomar doce uvas con las campanadas de Nochevieja? ¡Mira! Ahí tienes un buen hilo del que tirar.
Porque este inicio de año ficticio nos sirve a un buen
montón de personas como excusa para no tomar las riendas de nuestra propia vida cuando y donde lo requieren las circunstancias. Al contrario que eso, nos contentamos con posponer la toma de decisiones importantes y los cambios de hábitos hasta el comienzo del año siguiente, bajo la consigna de “año nuevo, vida nueva”. Esto, además, aumenta la posibilidad de fracaso en nuestras determinaciones, dado que, cuando sólo tenemos una oportunidad de cambio al año, la presión puede ser demasiado grande y, por lo general, terminamos desistiendo con la idea de que ya lo intentaremos el año próximo.
Porque, a día de hoy, la desigualdad en el reparto de la
riqueza continúa en aumento (las pobres son más pobres y los ricos más ricos), las empresas transnacionales siguen devastando el entorno y depredando los recursos naturales de las regiones del sur, el consumismo desmedido continúa pudriendo los cerebros de las personas que me rodean, la clase capitalista sigue gobernándonos a través de empresas, parlamentos y ministerios, las industrias alimentaria, farmacéutica y tantas otras continúan mermando nuestra salud, siguen siendo encerradas, torturadas, violadas y asesinadas miles de millones de criaturas sintientes al año para satisfacer la gula humana, el occidente capitalista continúa amenazando e invadiendo regiones para robarles sus recursos energéticos y los pueblos continúan sin despertar, vendida como tienen sus alma por un iPhone XI y una semana de vacaciones en la playa (salvo honrosas excepciones, como Rojava o Santiago de Chile, cuyos desenlaces aún están por descubrir). Y porque, en definitiva, somos seres humanos con espíritu crítico y capaces de crear nuestras propias celebraciones y de generar nuestros propios motivos para reunirnos con nuestras personas queridas. Lo contrario, celebrar lo que nos dicen desde arriba, cuando y como nos lo indican, es actuar como borregos que siguen al rebaño por pura inercia (con perdón para los borregos).
Entiendo que estas reflexiones quizá te hayan llegado
demasiado tarde. Esta noche toca lo que toca y probablemente no haya vuelta atrás. Pero ¿y el año próximo? Para entonces ya habrás tenido tiempo para pensar en todo esto y para investigar por tu cuenta. Y tal vez (sólo tal vez), tengas ya tu propia lista de motivos para no hacerle el juego al poder con esta celebración absurda.