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Creencias y esclavitud

4 junio, 2021

Somos esclavas y esclavos. Ésa es la cruda realidad y,


cuanto antes lo aceptes, antes podrás empezar a ponerle
remedio. No es sólo que no seamos dueñas y dueños de
nuestras vidas, sino que, la mayor parte de las veces,
tampoco lo somos de nuestros actos, de nuestras
palabras o ni tan siquiera de nuestros pensamientos.
Todo ello es el producto de nuestra educación a nivel
escolar, laboral y mediático. ¿O quizás sería mejor
llamarlo adoctrinamiento? También funciona a nivel
familiar, porque, sin que seamos conscientes de ello,
inculcamos a nuestras hijas e hijos las mismas creencias
que una vez también nos inculcaron.
Antes de continuar, tal vez convendría definir qué es una
creencia. Existen múltiples acepciones para este término
(psicológicas, religiosas e incluso diplomáticas), pero la
más apropiada para el caso que nos ocupa tal vez sea la
siguiente: una creencia es una serie de datos grabados
en nuestro cerebro que hacen referencia a cómo
funcionan o cómo deberían funcionar el mundo, las
cosas, los animales o las personas que nos rodean. Un
ejemplo sencillo de creencia podría ser, «si arrojas una
piedra hacia arriba, ésta volverá a caer», o bien, «me
sienta mejor la ropa negra que la de cualquier otro
color». Ambas aseveraciones son creencias,
independientemente de que la primera sea un hecho
objetivo que nos afecta a todas y a todos (todo lo que
sube baja) y la segunda funcione más a nivel particular
(una mera cuestión de gustos).

Esto que a simple vista puede parecer algo sin


importancia, en realidad no lo es. Las creencias actúan
tanto a nivel consciente como inconsciente, influyendo
de manera directa sobre todos y cada uno de nuestros
pensamientos, emociones, actos y juicios. Cuando
piensas «necesito perder unos kilos», esto es fruto de
una o varias creencias, probablemente relacionadas con
los cánones de belleza establecidos a nivel sociocultural.
Aunque también puede ser posible que temas por tu
salud a causa de la información que ha llegado a ti sobre
obesidad y problemas cardiovasculares (creencias en
definitiva). Cuando suena el teléfono en mitad de la
noche y sientes angustia o inquietud, esto también se
debe a una o varias creencias negativas, fundamentadas
tal vez en malas experiencias pasadas. Piensas que si
alguien te llama a esas horas sólo puede tratarse de
malas noticias. Cuando se abre la puerta del metro o del
tren de cercanías y corres dentro en busca de un asiento,
esto también tiene que ver con creencias. Se debe a la
certeza que tienes de que va a haber pocos asientos
disponibles y que sólo las más rápidas y rápidoss
conseguirán ocuparlos (aunque muchas veces no sea
así). Y cuando te topas con una persona y enseguida
desconfías de ella, bien porque se encuentra mal
arreglada, porque es extranjera o, sencillamente, porque
no te gusta su cara, eso también se debe a una serie de
creencias a raíz de las cuales enjuicias al resto de seres
humanos.

Así pues, si desde que podemos recordar nos han venido


inculcando creencias como «el que no llora no mama»,
«sólo los más fuertes triunfan en la vida» o «el fin
justifica los medios», viviremos en un paradigma de
competencia continua con el resto de las personas, en el
cual sólo existen dos resultados posibles: ganar o perder.
Eres una triunfadora o una loser, como dicen en las series
norteamericanas para adolescentes.

Del mismo modo, al haber crecido y habernos


desarrollado como personas recibiendo continuos
mensajes que juegan con la idea de que vivimos en el
mejor de los mundos posibles, que formamos parte de
una sociedad de iguales en la que todos sus integrantes
disfrutan de los mismos derechos y obligaciones, que la
única manera de medrar en la vida es por medio de
trabajo duro, que tanto tienes tanto vales, que el dinero
es la medida de todas las cosas y la economía el motor
de cuanto nos rodea, que el progreso de las empresas
implica bienestar para todas y todos y que el estado es
una entidad neutral que salvaguarda los intereses de los
ciudadanos, estas creencias han quedado arraigadas de
manera profunda en nuestras mentes y, de manera
inevitable, las reproducimos en nuestras conversaciones
y actos diarios.
En definitiva, refrendamos continuamente la sociedad en
la que vivimos, aunque ésta sea, en realidad, un sistema
por el cual unas pocas personas imponen su voluntad a la
mayoría convirtiéndolas en sus esclavas.

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