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Esclavitud política,

elecciones y voto
12 noviembre, 2021

En el artículo anterior, tratamos sobre la esclavitud en la


que, sin sospecharlo si quiera, vivimos la mayor parte de
la humanidad. Pues bien, en el ámbito de nuestra vida en
el que con mayor claridad se manifiesta esta esclavitud
es en el social. Vivimos sumidas y sumidos, a este efecto,
en un doble régimen de esclavitud, tanto en lo político
como en lo económico. En lo político, nos encontramos
bajo lo que se denomina un sistema parlamentario
representativo y, en lo económico, funcionamos inmersas
e inmersos en eso que viene a llamarse capitalismo.

Hablaremos en esta ocasión, si te parece bien, sobre


nuestra esclavitud política, dejando la parte económica
para un siguiente artículo.

Los medios de comunicación de masas, los libros de


texto y la misma clase política no se cansan de decirnos
que el nuestro es un sistema democrático. Se les llena la
boca con términos como «democracia», «pluralidad» o
«soberanía popular», pero ni ellas y ellos mismos se lo
creen. Tú seguramente lo sepas ya o, al menos, lo habrás
intuido. ¿Democracia? ¡Hablemos en serio! ¿Puede
llamarse democracia a un sistema político por el cual la
única participación de la mayoría de la población en los
asuntos públicos consiste en depositar una papeleta
dentro de una urna una vez cada cuatro años (tal vez
más si contamos otras elecciones, como las locales o las
regionales)?

Durante los días previos a la jornada electoral, nos


atiborran de información política, nos involucramos, nos
emocionamos incluso y buena parte de nuestras
conversaciones, con la familia, las amistades o las
compañeras y compañeros de trabajo, giran en torno a
partidos políticos, promesas electorales y bondades
varias teñidas de uno u de otro color. Hasta que, por fin,
llega el tan esperado día de las votaciones. Nos
levantamos de la cama con una sensación extraña en
plan: «tal vez hoy sea cuando todo cambie, cuando gane
nuestra gente por una amplia mayoría y, de una vez por
todas, puedan poner en marcha todas esas reformas, en
lo social, en lo educativo, en lo sanitario, que los otros
partidos no les han dejado llevar a cabo hasta ahora».
Durante toda la jornada y desde primera hora de la
mañana, tendremos a los medios de comunicación
cubriendo las elecciones, creando expectativas,
realizando pronósticos, entrevistando a algunas de las
personas que han ido a votar a los colegios electorales,
grabando a las personalidades en el momento en que
depositan sus votos, comunicando los datos de
participación… Un circo mediático en definitiva que no
termina hasta bien entrada la noche, cuando, ¡por fin!,
nos son desvelados los resultados provisionales.

Y entonces se acabó todo. Quien tiene algo que celebrar


lo celebra y quién no… bueno, vuelve a su rutina de
siempre intentando tal vez consolarse con la idea de que
ya le llegará el momento en las próximas elecciones. A
partir de ese instante, el partido vencedor dispondrá de
cuatro años (¡cuatro años, que se dice pronto!) para
gobernar a su libre albedrío. Habremos dejado en sus
manos la toma de decisiones tan vitales para todas y
cada una de nosotras y nosotros como la forma y medida
en que dispondremos de hospitales y otros servicios
sanitarios, lo que meterán a nuestras hijas e hijos en la
cabeza en las escuelas, qué porcentaje de nuestras
ganancias nos serán arrebatadas por medio de los
impuestos, el poder que ostentarán las empresas sobre
sus trabajadoras y trabajadores, nuestra libertad de
expresión y movimiento en las calles, el nivel de represión
de la policía y el resto de cuerpos mal llamados de
«seguridad» sobre las y los habitantes de las
poblaciones o el nivel de acceso a la justicia para quienes
no disponen de recursos económicos. Eso por no hablar
de las promesas que hicieron en campaña y que
probablemente nunca cumplirán, una práctica a la que se
adhieren sin excepción todos los partidos políticos.

Piénsalo, salvando las distancias, es como si, una vez


cada cuatro años, le concedieras a alguien poder
absoluto para tomar por ti un montón de decisiones
fundamentales en tu vida, como qué estudios cursar, qué
trabajo debes tener, a qué dedicar el tiempo libre, cuál es
tu orientación sexual, con quién emparejarte, dónde
debes residir, si debes comprar o alquilar una casa,
cuántas hijas o hijos vas a tener o cuál es el lugar idóneo
para vivir los últimos años de tu vida. Sólo que, en lugar
de decisiones individuales, la clase política toma por
nosotros decisiones colectivas que, de igual modo,
pueden llegar a afectarte a título personal de manera
dramática. Y, si no, que se lo digan a las personas que, en
los últimos años, se han quedado sin trabajo o han sido
echadas de sus hogares, a aquéllas que viven hoy por
debajo del nivel de la pobreza o a quienes no han tenido
más remedio que emigrar a otros países en busca de un
futuro que aquí les ha sido negado.

El estado siempre ha sido, es y será una herramienta en


manos de la clase dominante. Y, mientras no cobremos
consciencia de ello, seguiremos sufriendo sus abusos y
tropelías continuamente.

El voto no es más que la herramienta por la cual nuestras


amas y amos refrendan a ojos del pueblo su posición de
poder.

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