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¿Piensas por cuenta propia

o por cuenta ajena?


27 agosto, 2019

Hoy, una vez más, he venido con ganas de contarte una


historia.

Bueno, se trata de una historia y, también, de una especie


de test. ¡Sí, como esos que encuentras cada semana en
tu revista favorita! Si continúas conmigo y lo haces, tal
vez (o tal vez no), puedas hacerte una idea de hasta qué
punto piensas por ti misma o por ti mismo, manejas ideas
verdaderamente liberadoras y tienes inquietudes sobre
asuntos que verdaderamente te afectan o, por el
contrario, te contentas con manejarte con un puñado de
“verdades absolutas” que tomaste prestadas del
pensamiento hegemónico que nos rodea. Unas verdades
que refrendan y sustentan el orden de cosas actual
limitándose, como mucho, a generar algún tipo de
disidencia fácilmente asumible y controlable por quienes
ostentan el poder. Vamos, que si eres dueña o dueño de
tus pensamientos o si otras personas piensan por ti.

Para realizar esta prueba, sólo tienes que tomar papel y


boli y dibujar una rayita, una cruz o lo que te parezca
cada vez que alguna de las vivencias o reflexiones de la
heroína de nuestra historia te chirríe o te genere algún
tipo de duda o rechazo. No importa que se trate de cosas
que tú acostumbres a hacer o pensar o que hayas hecho
o pensado alguna vez. Basta con que, viéndolo desde
fuera, sientas que algo no debería ser así o que no te
termine de gustar del todo.

Al final del artículo haremos recuento y veremos los


resultados del test. ¿Te parece?

Nuestra heroína se llama Marta y, todas las mañanas, le


cuesta un montón levantarse. Vamos, que deja siempre
sonar un rato el despertador antes apagarlo. Anoche se
quedó despierta hasta las tantas viendo la televisión. Y,
claro, el reloj no perdona.

En consecuencia, Marta siempre empieza el día con la


hora bastante ajustada y tiene que hacerlo todo
corriendo. Ha encendido la tele para que le haga un poco
de compañía y, tras una ristra interminable de anuncios
publicitarios, entra el telediario con las previsiones de
voto para las próximas elecciones. Con ella lo tienen
claro, porque va a votar a los de siempre. Pero, eso sí,
votar hay que votar. Que luego sale quien no tiene que
salir y nos falta tiempo para quejarnos.

Mientras escucha la tele desde el baño, Marta se lava y


perfuma con tres o cuatro productos de aseo industriales
y corre a despertar a su hijo Nico. El niño se viste y se
lava la cara y Marta, entretanto, prepara el desayuno.
Para ella, algo ligerito: un café, un vaso de néctar
concentrado a base de naranja y una tostada untada en
mantequilla y mermelada. Para Nico algo más nutritivo
que le dé energía para toda la mañana: un buen tazón de
leche con cereales azucarados. También deja preparado
el desayuno de Carlos, su marido: un vaso de leche con
cacao y unas magdalenas.

Para cuando terminan de desayunar, ya son las 8,25 (las


clases empiezan a las 8,30). Marta corre a su dormitorio
a despertar a Carlos, su marido, y, tras un beso
apresurado, sale de casa a toda prisa con su hijo Nico,
camino del colegio. Allí, el niño pasará casi toda la
mañana y parte de la tarde sentado en un pupitre
atendiendo a la lección de su profesor o realizando los
ejercicios que se le ordenen. Marta está algo preocupada
con él, porque la psicóloga de la escuela le dijo otro día
que había detectado en el niño indicios de que pudiera
padecer TDAH. Pero, bueno, ya tiene concertada cita con
psiquiatría para la próxima semana y, entonces, saldrá de
dudas.

Tras dejar a su hijo en la escuela, Marta se dirige a la


boca del metro para tomar un tren hacia el centro de la
ciudad. Ya no tiene tanta prisa. Dispone de una hora y
media para llegar al trabajo y el trayecto apenas suele
llevarle algo más de una hora. Puede permitirse el lujo,
incluso, de levantar la mirada al cielo mientras camina. El
día está despejado, sin una sola nube. Tan sólo dos
estelas blancas paralelas dejadas por sendos aviones y
una tercera cruzando a ambas en perpendicular rompen
la armonía de aquel azul intenso.

Lo malo es el viaje en metro. Por lo general, va como una


sardina en lata, metida con cientos de personas más en
un vagón donde apenas queda hueco para respirar. Pero
la alternativa tampoco es que sea mucho mejor: ir en
coche al trabajo y soportar atascos interminables en las
calles de la ciudad. Y, además, el coche siempre se lo
lleva Carlos.

Por el camino, Marta se entretiene un rato contemplando


los carteles publicitarios que plagan los andenes de las
estaciones por las que pasa, pero, al final, se deja llevar
por la tentación y saca su móvil. El resto del viaje lo pasa
mirando sus redes sociales o jugando a un videojuego de
esos de unir bolitas de colores. Como casi todo el mundo
a su alrededor, en realidad.

Ya fuera del metro, el paseo por el centro hasta su


trabajo es breve. Los anuncios publicitarios y los carteles
luminosos lo invaden todo y hacen que su mirada oscile
de acá para allá, atraída por tanto reclamo. Marta trabaja
en una tienda de ropa del centro, una perteneciente a
una marca multinacional, y las siete horas y pico
siguientes las pasa doblando prendas, sacando stock a
planta o convenciendo a clientas y clientes indecisos
sobre lo bien que les queda esa camisa o esos
pantalones vaqueros, aunque eso a veces no sea del
todo cierto. Hacia el mediodía, tiene una pausa de veinte
minutos para bajar a la sala de descanso y tomarse a
toda prisa un sándwich de la máquina expendedora y una
lata de refresco de cola.

Sobre las 17,20, Marta sale del trabajo. A esa hora, el


centro está atestado de turistas que se entretienen
mirando escaparates o haciéndose selfies delante de
cualquier cosa que llama su atención. Y, para colmo, hay
una manifestación. Por no sabe bien qué rollo de una
reforma laboral. Con tanta gente, resulta difícil darse
prisa. Y el caso es que va otra vez con la hora pegada. A
las 18,30 tiene que estar en el colegio para recoger a
Nico de sus clases extraescolares. Hoy es miércoles y le
toca inglés y judo. Marta no tiene a quien recoja a su hijo
al término de las clases a las 16,30, así que no hay más
narices que tenerlo este par de horas de más en el
colegio haciendo las actividades que haya.

Tienen consulta en el centro de salud a las 19,00 para


vacunar a Nico, así que deben darse algo de prisa. Marta
no recuerda la vacuna que le toca este año (¿triple vírica,
tal vez?), pero desde luego que hay que ponérsela. Y, de
paso, ella aprovecha para ponerse la de la gripe, que
dicen que este año va a pegar bastante fuerte.

Y luego de vuelta a casa, que Nico suele tener un buen


montón de deberes. Aunque, de camino, paran en la
farmacia a por dipirona magnésica para los dolores
menstruales y, también, para comprar paracetamol
infantil. Que estamos en esa época del año en la que a los
niños les entra fiebre en cualquier momento y, de vez en
cuando, hay que meterles una buena pastilla para que en
el cole no se den cuenta de que está enfermo y que no te
llamen para que vayas a por él.

Mientras Nico hace sus tareas, Marta aprovecha para


limpiar la casa por encima al tiempo que escucha la tele
encendida en el salón, donde ponen su programa del
corazón favorito. La condesa de Lugo tiene un nuevo
romance con una estrella de la canción. Lo malo son
todos esos anuncios publicitarios que saltan cada diez
minutos. ¡Anda, han sacado un modelo de teléfono móvil
nuevo! Lo cierto es que el Marta se ha quedado un poco
obsoleto en el año y medio que hace que lo tiene.

Sobre las 20,00, Carlos llega de trabajar y, a las 20,30,


Marta prepara algo rápido para cenar (pizza congelada
para Nico y Carlos y una ensalada para ella, que hay que
guardar la línea). Los tres cenan juntos viendo una serie
de dibujos animados en una plataforma de televisión de
pago. Bueno, Marta no hace demasiado caso a la
pantalla, aprovechando como está a echar un nuevo
vistazo a sus redes sociales en el teléfono móvil.

Mientras retira los platos vacíos, Marta propone a Carlos


y a Nico pasar el domingo en el centro comercial: comer
una hamburguesa, ir al cine y, tal vez, hacer algunas
compras. A Carlos no le apetece mucho, pero el niño
acepta entusiasmado. A lo mejor sus padres acceden
esta vez a comprarle el hamster que lleva meses
pidiendo.

Hacia las 21,00, Marta ayuda a Nico a ponerse su pijama


verde camuflaje que lo hace parecer un soldadito en
miniatura y lo arropa con su manta estampada con
dibujos de los superhéroes de moda. Después, ella va a
relajarse otro rato al sofá junto con Carlos, mientras
ambos ven su reallity show favorito. Cada noche, ella se
promete a sí misma que va a acostarse pronto, pero al
final, no sabe bien como, le dan las dos o las tres de la
madrugada y tiene que obligarse a levantar del sofá,
despertar a Carlos, que se ha quedado adormilado,
apagar la televisión e irse a la cama. Y siempre lo hace
con cierta sensación de angustia y culpabilidad, porque
sólo le quedan cinco o seis horas para levantarse.

Para empezar un nuevo día que, probablemente, no sea


muy distinto del anterior.

Y aquí termina nuestra historia. Cada rayita o cruz que


hayas anotado en el papel la contaremos como un punto.
Hagamos el recuento y…

Si no has obtenido ningún punto: ¡felicidades! Te


encuentras completamente integrada o integrado en el
medio que te rodea. Todo es perfecto, nada te parece
malo o fuera de lugar y, para serte sincero, no entiendo
qué haces leyendo este blog.

Entre 1 y 10 puntos: algo has empezado a percibir, pero


probablemente no te hayan saltado aún las señales de
alarma. En el fondo, las cosas están bien como están, así
que, ¿por qué deberían cambiar?

Entre 11 y 30 puntos: eres una persona con cierto


pensamiento crítico que, en mayor o menor medida, se
hace algunas preguntas sobre el medio que la rodea. Y,
de vez en cuando, también busca respuestas. Creo
sinceramente que vas por el buen camino.

Entre 31 y 40 puntos: ¡bueno, bueno, bueno! Tenemos


aquí a toda una librepensadora o librepensador. Te
felicito. Albergas un buen montón de dudas y críticas
sobre el entorno en el que te ha tocado vivir. Y, además,
estás empezando a vislumbrar las raíces de los
problemas que te rodean.

Más de 40 puntos: te encuentras directamente en Nivel


Dios. Jajaja. ¡No, en serio! Lo que sí tienes es muchísimo
camino recorrido. Has dedicado muchos años a
deconstruir todo el esquema mental habías venido
construyendo durante toda tu vida, poniéndolo todo en
duda, incluso tus propias ideas. Tienes una visión de la
realidad bastante clara, pero, ¡cuidado!, no te duermas en
los laureles. En esta vida, nunca dejamos de aprender y
de mejorar. Las verdades absolutas no existen.

Así que ya tienes tus resultados. Tú sabrás lo que haces


con ellos.

Salud y fuerza, compa.

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