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Aprendiendo de los abortistas de la primera premisa


Por J. P. Roldán

¿Cómo puede colaborar la filosofía con la reflexión sobre un tema tan actual y
relevante como el del aborto? Al igual que en otras cuestiones, su función no es decidir
por otros ni intentar hacer propaganda a favor de una opinión determinada. Consiste, en
cambio, en plantear el tema con claridad y profundidad. Lo único prohibido en una
discusión filosófica debería ser la superficialidad.
La superficialidad impide el diálogo y las decisiones libres. La superficialidad
genera pseudo-problemas, pseudo-decisiones, pseudo-peleas y también pseudo-acuerdos.
En esta búsqueda de profundidad y de diálogo auténtico, todo autor lúcido es un
aliado. Por ejemplo, lo son los pensadores abortistas Richard Dawkins, Mary Anne
Warren o Peter Singer. Deberíamos aprender de ellos.

El silogismo anti-aborto
Peter Singer formula así el “silogismo anti-aborto”:

1) “Está mal matar a un ser humano inocente”.


2) “Un feto humano es un ser humano inocente”.
Conclusión: “Está mal matar a un feto humano”1.

De aquí que podría clasificarse a los abortistas en dos categorías: la de los


contrarios a la primera premisa y la de los contrarios a la segunda. La diferencia no es
meramente lógica, sino también de profundidad metafísica. Los abortistas de la segunda
premisa son superficiales, por lo que hacen imposible el diálogo filosófico. Los abortistas
de la primera premisa, en cambio, explican su postura con profundidad, y sus ideas
deberían ser bienvenidas por “verdes” y “celestes” por igual. Plantean las alternativas con
claridad, por lo que invitan a una elección verdaderamente libre.

Los abortistas de la segunda premisa


Muchos abortistas, afirma Singer, intentan refutar el silogismo negando o
ignorando la segunda premisa (“Un feto humano es un ser humano inocente”). Los dos
procedimientos -negarla o ignorarla- son inaceptables e imposibilitan una discusión
filosófica. Es lamentable que este tipo de razonamiento haya sido mayoritario en el debate
en Argentina, porque esto implicaría que no ha habido un real diálogo. Los slogans vacíos

1
Singer 2005, p. 2.
2

pretenden generar aprobación, pero no llegan a ser argumentos dignos para un


intercambio.
Según Singer, no existe absolutamente ninguna duda de que un feto es un ser
humano, en el sentido de que es un ser vivo perteneciente a la especie humana y distinto
de su madre. Negar esto supondría una ignorancia excesiva o mala fe. En ambos casos, el
más elemental conocimiento destruiría esta opinión, por lo que ni siquiera cabría
comenzar un debate. Si el problema a discutir fuera el de la humanidad del embrión, no
habría, en realidad, discusión posible.
Otros abortistas de la segunda premisa optan por ignorar el problema de la
humanidad del embrión, considerándolo discutible y, por lo tanto, irrelevante frente a la
importancia de defender algo indudable: los derechos de la madre.
Responde Singer:
También es cierto que no podemos limitarnos a invocar el "derecho a elegir" de una mujer
para evitar la cuestión ética de la condición moral del feto. Si el feto tuviera en verdad la
condición moral de cualquier otro ser humano, sería difícil sostener que el derecho a elegir
de una mujer embarazada comprende el de provocar la muerte del feto… (Singer 2012).

Los abortistas de la primera premisa


Singer, Dawkins o Warren, entre otros, optan por negar explícitamente la primera
premisa del silogismo antiaborto (“Está mal matar a un ser humano inocente”) y, en esa
medida, son profundos y orientadores para abortistas y antiabortistas. Sus ideas permiten
un verdadero -y dramático- debate.
En Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradicional, Singer
propone dejar atrás los mandamientos de la “vieja moral” y reemplazarlos por los de otra
nueva y más coherente.
Por ejemplo, debemos sustituir el mandato de “considerar que toda vida humana
tiene el mismo valor” por el de “reconocer que el valor de la vida humana varía”; “nunca
poner fin intencionadamente a una vida humana inocente” por “responsabilízate de las
consecuencias de tus decisiones” (incluida la de matar); “creced y multiplicaos” por “traer
niños al mundo sólo si son deseados”; “considerar toda vida humana siempre más valiosa
que cualquier vida no humana” por “no discriminar por razón de la especie”.2
Es el momento, afirma Singer, de una “revolución copernicana” de tipo ético. Así
como para Copérnico la Tierra dejó de ser el centro del universo, es hora de que el ser
humano también pierda el privilegio de su histórico lugar central.
Al igual que la cosmología anterior a Copérnico, la doctrina tradicional de la santidad de
la vida humana es hoy en día un profundo problema (Singer 1997, p. 186).

2
Singer 1997, pp. 188-202.
3

¿Cuándo es bueno matar seres humanos inocentes?


La idea de una inviolabilidad absoluta de los seres humanos inocentes, afirma
Singer, es propia de un paradigma antiguo, que genera muchos problemas y paradojas en
la civilización actual. Es un lastre que debe ser superado.
Desde la concepción hasta la adultez existe una continuidad biológica en cada ser
humano que desautoriza toda pretensión de negarle la humanidad en algún momento del
desarrollo. Pero sí cabe decir que no todos los seres humanos, ni en todos los momentos,
tienen el mismo derecho a vivir ¿Quiénes y cuándo lo poseen? ¿A quiénes podría
matarse?
Debería descartarse el criterio de la pertenencia a la especie humana como
fundamento del valor de un individuo. La biología ha demostrado que los seres humanos
no poseen ninguna característica biológica que los haga singulares y separados del resto
de las especies. Más aún,
si comparamos a un niño humano muy retrasado con un animal no humano, por ejemplo
un perro o un cerdo, a menudo descubriremos que el ser no humano tiene capacidades
superiores… (Singer 1997, p. 198).

De aquí que exista un criterio ético más sólido en la apelación a la sensibilidad de


un individuo. El deber ético de no dañar a quienes pueden sentir dolor -sean de la especie
que sean-, parecería de sentido común. Por eso, tendría algún fundamento la discusión
sobre las 12 o las 14 semanas de desarrollo del embrión como límite para un aborto. Pero
este criterio no debe ser tomado como exclusivo, porque hay causales por las que
conviene matar a un ser con un sistema nervioso desarrollado -presentes en gran parte de
las legislaciones abortistas del mundo y en el proyecto discutido en Argentina- y también
situaciones en las que no estaría bien hacerlo con uno que esté en estado de inconsciencia.
El último y más decisivo criterio es el de la “personeidad”. No todos los individuos
de la especie humana son personas ni todas las personas son humanas. Ser persona supone
autoconsciencia y capacidad moral manifiesta, por ejemplo, en la preocupación por la
propia vida, por la vida futura, por la vida de otros. Nunca debe matarse a una persona,
pero a veces es necesario matar seres humanos no personales, inclusive a aquellos capaces
de sentir dolor.
Cuando existe un conflicto de derechos entre una madre -que sí es persona- y su
hijo en un estado no-personal, aquella tiene derecho a matarlo.

Más a fondo: aborto e infanticidio


Si, como he defendido, esta línea (la del nacimiento) no marca un cambio repentino en el
status del feto, entonces parece haber sólo dos posibilidades, oponerse al aborto o permitir
el infanticidio (Singer 1997, p. 206).

Singer vuelve a razonar con coherencia y fidelidad a sus principios. Así como las
12 semanas de vida no suponen ningún cambio esencial en un embrión, tampoco lo hace
el momento del nacimiento. Antes o después de las 12 semanas y antes o después del
nacimiento, nos encontramos ante un individuo de la especie humana, afirma Singer. Esos
momentos no producen ninguna modificación en su “status” ontológico. Por lo tanto, los
4

motivos que justificaban un aborto en un momento tardío del embarazo permanecen luego
del nacimiento. Si fuera lícito el aborto, también debería serlo el infanticidio.
Un niño con síndrome de Down, por ejemplo, exige que sus padres hayan
“rebajado las expectativas de las capacidades” de su hijo, de quien no puede esperarse
que “toque la guitarra, sienta afición por la ciencia ficción, aprenda lengua extranjera,
charle con nosotros sobre la última película de Woody Allen o sea una atleta…
importante”3. De aquí que la licitud de matar o no matar a un niño discapacitado -sea
antes o después de su nacimiento-, no depende tanto del valor intrínseco de ese niño,
cuanto de circunstancias externas a él. Por ejemplo, estaría menos justificado luego del
nacimiento, porque, en ese momento, la madre ya no carga con ese embarazo y porque
existe la posibilidad de darlo en adopción, pero no por ningún derecho propio del niño.
En varias civilizaciones se eliminaba a esos niños diferentes. Singer no comparte
la idea de que se trataría de “espantosos ejemplos bárbaros de la moralidad no cristiana”.
Por el contrario, piensa que “en el caso del infanticidio, es nuestra cultura la que tiene
algo que aprender de otras, sobre todo ahora que, como ellos, estamos en una situación
en la que tenemos que limitar el tamaño de la familia”.4 Lo que hace un tiempo era
considerado “espantoso”, tal vez ahora deba ser visto como “civilizado”.

Los abortistas “impuros”


Es frecuente que algunos abortistas propongan una postura intermedia entre la de
los abortistas de la primera premisa y la de los abortistas de la segunda.
Cuando, por ejemplo en nuestro país, un defensor del aborto tiene la valentía de
manifestar opiniones contrarias a la primera premisa (como que un mismo niño puede ser
eliminado o asistido por el Estado, dependiendo del deseo de su madre; o que hay que
clasificar a los seres humanos en dos categorías, la de quienes tiene poder y derechos, por
un lado, y la de los individuos sin poder ni derechos, por otro), suele recurrir a una dosis
de abortismo de la segunda premisa, como una forma de atenuar un poco la dureza de
sus opiniones a los oídos de algunas personas. De esta forma, combina sus ideas con otras
relacionadas con la “defensa de la vida” o de los “derechos humanos” o llama
“antiderechos” a quienes se le oponen.
Los abortistas de la primera premisa rechazan tal procedimiento encubridor,
inaceptable para los defensores de una postura profunda. En el fondo, recurrir a la retórica
de la segunda premisa implica reconocer el valor -o, al menos, la pregnancia- de los
argumentos provida. Por eso, este abortismo impuro parece ser parte de una estrategia
burda de propaganda que, finalmente, atenta contra la racionalidad de las ideas de quienes
lo utilizan.

3
Singer 1997, 209.
4
Singer 1997, p. 210.
5

¿Qué discutimos cuando discutimos sobre aborto?


¿Cómo puede colaborar la filosofía con la reflexión sobre un tema tan actual y
relevante como el del aborto? No aportando soluciones de entrada, sino planteando
alternativas auténticas. Los autores provida profundos y los abortistas de la primera
premisa ayudan por igual a esta reflexión.
Se trata de un tema muy difícil desde un punto de vista existencial, pero muy
sencillo en lo teórico. Esta disparidad potencia los intentos de complicarlo teóricamente,
a costa de la lógica y de la hondura filosófica de muchos argumentos. Por eso, los
prolegómenos filosóficos a toda decisión auténtica sobre el tema consistirán, sobre todo,
en apartar la hojarasca para que brillen con fuerza las ideas de fondo enfrentadas.
¿Qué nos enseñan respecto de estas opciones los abortistas de la primera premisa?
Que las alternativas en juego son claras y que debemos animarnos a considerarlas.
Que son imposibles el diálogo y las decisiones libres intentando ocultarlas o
mezclarlas.
Que debemos elegir entre una concepción de la realidad conforme a la cual todos
los seres humanos tienen un valor absoluto (siempre fines y nunca medios, según la
expresión de Kant) y otra según la cual quienes tienen el control y el poder tienen más
derechos que los vulnerables e indefensos.
Que sigue vigente la opción entre la contemplación y el amor de una realidad
intrínsecamente valiosa (en el centro de la cual se hallan las personas), por un lado, y el
dominio de una realidad desprovista de valor -que incluye, sin ningún privilegio
particular, a los seres humanos-, por otro.
Que debemos optar entre la defensa de los derechos humanos y la defensa de los
derechos de los poderosos.
Los abortistas de la primera premisa tienen el mérito de volver a plantear sin
disimulos los ideales de la Ilustración, que tantas críticas han recibido. En nombre de una
nueva civilización, proponen, deberían olvidarse los viejos valores y ser reemplazados
por sus opuestos. El debate sobre el aborto es, al mismo tiempo, una discusión acerca de
nuestra visión del ser humano, del mundo, de la cultura y de la historia humana.
Peter Singer invita a una “revolución copernicana” de tipo ético, que implica el
abandono de la idea de “santidad de la vida humana”, puesto que el mandamiento de
“nunca poner fin intencionadamente a una vida humana inocente” es “demasiado
absolutista”5. En su opinión, ese dogmatismo amenazaría a la civilización actual.
Max Horkheimer y Theodor Adorno develaban hace años los principios de este
nuevo ideal de “progreso”: “«¿Dónde están tus grandes peligros?», se preguntó Nietzsche
una vez. «En la piedad»”.6

5
Singer 1997, p. 190.
6
Horkheimer y Adorno 1998, p. 163.
6

Referencias
Horkheimer, Max y Adorno, Theodor.1998 [1969]. Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos
filosóficos. Valladolid: Trotta.
Singer, Peter. 2005. “Abortion”. En The Oxford Companion to Philosophy, ed. por T. Honderich,
pp. 2-3, Oxford: OUP.
Singer, Peter. 20 de agosto 2012. “La auténtica tragedia del aborto”. El Tiempo,
https://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-12144760.
Singer, Peter. 1997. Repensar la vida y la muerte. El derrumbe de nuestra ética tradicional.
Buenos Aires: Paidós.

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