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Marie Francois - La Lavandería, La Prod. Cultural y La Econ. Pol. en La Ciudad de Mexico
Marie Francois - La Lavandería, La Prod. Cultural y La Econ. Pol. en La Ciudad de Mexico
EN LA CIUDAD DE MÉXICO 1
Marie Francois
En un texto publicado en 1868 en La Orquesta, Hilarión Frías y Soto describe a ―la típica
lavandera‖: ―Llega el sábado y he allí a nuestra heroína que, medio cubierta por las faldas
dirige a hacer sus entregas‖.2 En este ensayo planteo que la actividad de las lavanderas
debe ser entendida como un auténtico trabajo, como construir puentes o redactar leyes; un
trabajo que producía, entre otros ―bienes‖, una buena presentación y respetabilidad. Si
remunerado que empleaba a mujeres de todas las etnias, incluso criollas, y a menudo
jefas de familia. A partir de muestras censales de 1753, 1790, 1811 y 1842, documentos
intensivo que producía camisas blancas y sábanas limpias, así como una imagen personal
1
Traducción de María Palomar.
2
La Lavandera, por Hilarión Frías y Soto, México, Porrúa, 1993, p. 26. Un libro de 1854-55, Los
mexicanos pintados por sí mismos, tipos y costumbres nacionales (México, Imprenta de M. Murguía y Ca.,
1854-55), incluye ilustraciones y ensayos de Frías y Soto y otros escritores que retratan otros personajes
mexicanos ―típicos‖, como ―La Costurera,‖ ―El Criado,‖ ―El Abogado‖ y ―La Casera‖. El ensayo sobre la
lavandera (y su ilustración), publicado en 1868, sigue el mismo modelo.
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cuidada y respetable. Su labor también generaba un ingreso para mantenerse y sostener su
hogar.
Este ensayo es una contribución a los estudios sobre el trabajo de las mujeres y la
demografía urbana y los conecta entre sí, así como a los de la historia de género. Lara
lavado de ropa y el negocio de las casas de asistencia o pensiones en San Francisco.3 Los
México contribuyen a explicar las muestras censales, mientras que los estudios de género
Graham para Río de Janeiro contextualizan la información disponible acerca del lavado
tiempos; así pues, nuestro estudio despliega una red amplia sobre las fuentes discursivas
3
Lara Putnam, ―Work, Sex, and Power in a Central American Export Economy at the Turn of the
Twentieth Century‖, en French and Bliss (ed.), Gender, Sexuality, and Power in Latin America Since
Independence, Washington DC, Rowman and Littlefield, 2007, pp. 133–162, y The Company They Kept:
Migrants and the Politics of Gender in Caribbean Costa Rica, 1870–1960, Chapel Hill, University of North
Carolina, 2002. Edith Sparks, Capital Intentions: Female Proprietors in San Francisco, 1850–1920,
Chapel Hill, University of North Carolina Press, 2006.
4
Sonia Pérez Toledo con Herbert S. Klein, Población y estructura social de la ciudad de México,
1790-1842, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2004; Manuel Miño Grijalva y Sonia Pérez
Toledo (coord.), La población de la ciudad de México en 1790: estructura, alimentación y vivienda,
México, Universidad Autónoma Metropolitana / El Colegio de México, 2004; Rosalva Loreto López
(coord.), Casas, viviendas y hogares en la historia de México, México, El Colegio de México, 2001;
Ernesto Sánchez Santiró, ―La población de la ciudad de México en 1777‖, Secuencia, núm. 60, 2004, pp.
30-46. Entre las historias de género clásicas están Silvia Arrom, The Women of Mexico City, 1790–1857,
Stanford, Stanford University Press, 1985; Pilar Gonzalbo Aizpuru, ―Familia y convivencia en la ciudad de
México a fines del siglo XVIII‖, en Gonzalbo Aizpuru (ed.), Familias iberoamericanas.Historia, identidad
y conflictos, México, El Colegio de México, 2001a, pp. 163–80; Pilar Gonzalbo Aizpuru, Introducción a la
historia de la vida cotidiana, México, El Colegio de México, 2006 y Sandra Lauderdale Graham, House
and Street: The Domestic World of Servants and Masters in Nineteenth-Century Rio de Janeiro, Austin,
University of Texas Press, 1988.
55
y visuales que informan sobre el trabajo de lavandería y lo representan. Lourdes Benería,
La limpieza de la ropa es uno de esos temas prosaicos del trabajo cotidiano (el que
habitantes de la ciudad de México no podían darse el lujo de que otra persona lavara sus
vestidos y su ropa blanca, había otros que pagaban por ello a mujeres que se ganaban la
patriarcal (incluyendo el trabajo que implicaba ―ser madre‖ y ―ser esposa‖) determinó la
adjudicación de género del trabajo de lavandería en México más allá de las unidades
domésticas y las familias. A las lavanderas que trabajaban en una escuela o un hospital se
les pagaba (aunque fuera mal) por el trabajo que hacían, al igual que se constata que
esperaba que estas lavanderas pagadas trabajaran ni por amor ni por obligación respecto
de los dueños de la ropa, como sí se esperaría que lo hicieran por su propia familia.7 Pero,
en general, se daba por sentado que eran mujeres las encargadas de la limpieza de la ropa
y los blancos para los residentes, miembros o internos de las instituciones públicas. La
5
Lourdes Benería, ―Conceptualizing the Labor Force: The Underestimation of Women’s Economic
Activities‖, Journal of Development Studies, vol. 17, núm. 3, 1981, pp. 10-28; Carol Pateman, The Sexual
Contract, Stanford, Stanford University Press, 1988, pp. 125-130; Lourdes Arizpe, ―Women in the
Informal Labor Sector: The Case of Mexico City‖, Signs, vol. 3, otoño de 1977, pp. 25-37; Leopoldina
Fortunati, The Arcane of Reproduction; Housework, Prostitution, Labor and Capital, trad. de H. Creek,
Nueva York, Autonomedia, 1995. Véase también Marie Francois, ―The Products of Consumption:
Housework in Latin American Political Economies and Cultures‖, History Compass, vol. 6, núm. 1, 2008,
pp. 207-242.
6
Katharyne Mitchell, Sallie A. Marston y Cindi Katz, ―Life’s Work: An Introduction, Review and
Critique‖, pp. 1-26 en Mitchell, Marston y Katz (ed.), Life’s Work: Geographies of Social Reproduction,
Nueva York, Wiley Blackwell, 2004, p. 14.
7
Véanse Jocelyn Olcott, ―Introduction: Researching and Rethinking the Labors of Love‖,
Hispanic American Historical Review 91, 1 (2011): 1-27; Ann S. Blum, ―Speaking of Work and Family:
Reciprocity, Child Labor, and Social Reproduction, Mexico City, 1920-1940‖, Hispanic American
Historical Review 91, 1 (2011): 63-9; Francois, ―The Products of Consumption‖.
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mayor parte de las lavanderas no eran sirvientas de planta, sino más bien empresarias
efectuaba en las casas o instituciones, sino que más bien estaba a cargo de trabajadoras
trabajo cuidadoso de lavandería producía valor y conservaba las telas, que solían
representar para sus dueños una inversión importante. Una lavandera ducha lograba
alargar la vida de la ropa, de manera notoria o no; mantenía las prendas en buen estado
para que pudiesen ser empeñadas si fuera necesario, y fomentaba la imagen cuidada de
lavandería y la cultura involucran la cultura del trabajo de quienes lavan para mantenerse,
8
Daniel Roche, The Culture of Clothing: Dress and Fashion in the Ancien Régime. Trad. al inglés
de Jean Birrell, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, p. 374. Por lo general, en Occidente el
trabajo de lavar ropa se ha considerado femenino; en otros medios (como África o la India) lo hacen
muchachos o varones. Véanse Karen Tranberg Hansen, Distant Companions: Servants and Employers in
Zambia, 1900-1985, Ithaca, Cornell University Press, 1989, pp. 59-61; B.S. Cohn, Colonialism and its
Forms of Knowledge: The British in India, Princeton, Princeton University Press, 1996, p. 100.
9
Marie Eileen Francois, A Culture of Everyday Credit: Housekeeping, Pawnbroking, and
Governance in Mexico City, 1750-1920, Lincoln, University of Nebraska Press, 2006.
10
Ibid. 107-08. Acerca del consumo no conspicuo, véase Amanda Vickery, ―Women and the
World of Goods: A Lanchashire Consumer and Her Possessions, 1751-81‖, en John Brewer y Roy Porter
(ed.), Consumption and the World of Goods, Londres, Routledge, 1993, pp. 274-301. Acerca de ―la
presentación‖ como una estructura de consumo que incluye el trabajo de la servidumbre doméstica, véase
Pierre Bourdieu, Distinction: A Social Critique of the Judgment of Taste, traducción al inglés por Richard
Nice, Cambridge, Harvard University Press, 1984, p. 184. Acerca del valor de uso producido por el lavado
de ropa, véase Lourdes Beneria, 1981, op.cit., pp. 12, 17, 23.
57
conformada por la infraestructura y las herramientas del oficio. Las lavanderas mexicanas
creaban múltiples círculos culturales y vivían en ellos: mujeres de negocios que pagaban
contratistas que conocían (y que contaban o no) los secretos íntimos de sus clientes;
las relaciones con el Estado y las elites determinaban el acceso al agua, sin el cual era
imposible hacer el trabajo. Una economía política fundada en las jerarquías de género y
etnia, así como una combinación de monopolio y mecanismos de mercado, producían una
demanda constante, incluso creciente, de servicios de lavandería que era satisfecha por
una mano de obra femenina. Las prendas de vestir y la ropa blanca limpias, producidas
por el cambiante elenco de lavanderas desde mediados del siglo XVIII a mediados del
XIX, colgaban en los tendederos de los patios junto a las relaciones, las reputaciones, los
vida en la ciudad.
Las mujeres de la ciudad de México que se ganaban la vida con el trabajo de lavandería
están consignadas en la columna de oficios del censo de 1753 bajo el rubro ―se mantienen
ropa interior, las camisas, los cuellos y las mangas. Hay cartas de españoles del siglo
58
XVIII que aconsejan a sus mujeres qué traer a las Américas al emigrar; son prueba de una
clave de la cultura material en el más rico de los reinos españoles de ultramar.12 Algunos
maridos incluso negociaban un crédito trasatlántico para que sus mujeres, en vísperas de
tenía muy claro que el vestir de forma adecuada en su país de adopción era una muestra
disposición ―la cantidad de pesos que sea menester que te dé para que hagas ropa, así
blanca como de color‖, con el fin de que pasara a América ―con todo regalo y
decencia‖.13 Quince años después, Antonio de los Ríos escribe a su mujer, doña Catalina
Páez, que entre los preparativos de su viaje a México estaba recurrir a sus socios, ―que te
den lo necesario para aviarte y vestirte‖. También le dice que deberá traer a ―la señorita
que tienes en tu compañía‖ y que puede comprar una esclava para que la atienda en el
viaje. Asegura a su mujer que en México dispone de ―una casa decentemente alhajada‖ y
con todo lo necesario ―para mantenerte a ti con la debida decencia y descanso que tus
necesario para una vida refinada daría pie a una fuerte demanda de servicios de
11
Daniel Roche 1996, op. cit., p. 384.
12
Isabelo Macías y Francisco Morales Padrón (ed.), Cartas desde America, 1700-1800, Sevilla,
Junta de Andalucía, 1991.
13
Diego Núñez Viceo a Doña Isabel Francisca Alconet, México, 15 de octubre de 1706, en ibid.,
pp. 64-66.
59
lavandería, aunque tal trabajo no se menciona en la correspondencia.14 En 1730, una vez
marido a su mujer. Jacinto de Lara y Rosales consigue un crédito para que la esposa
adquiera ―lo que hubieres menester de géneros para que vengas con aquellos requisitos
que yo siempre he estilado en la decencia de tu persona; sin que dejes de hacer cuanta
ropa quisieres de tela con sus galones y bastante ropa blanca de todo género y de servicio,
y mantos con puntas que se estilan en este reino‖.15 No podemos saber cuánto de todo
esto corresponde a ropa blanca como toallas, sábanas y manteles (nótese la mención ―de
servicio‖) y cuánta sería la ropa de vestir. Daniel Roche y Woodruff Smith describen
―una revolución de la ropa‖ en la Europa del siglo XVIII, donde las camisas de vestir, las
prendas interiores y los armarios de blancos llegaron a ser cruciales para establecer y
mantener el estatus social, que dependía cada vez más de la limpieza.16 Los grandes
volúmenes de ropa de casa y los lujosos atuendos de los ricos, así como los elegantes
En México, la ropa blanca mantuvo su valor. En 1758 una carta del molinero
Antonio Manuel Herrera advierte a su mujer acerca de las modas del lugar y la exhorta a
14
Antonio de los Ríos a Doña Catalina Páez de la Cadena, México, 19 de octubre de 1721, en
ibid., pp. 75-76. En otro caso, dos años más tarde, Juan de Ávila y Salcedo pide a su tía y otras parientas en
España que ayuden a su mujer y su sobrina a adquirir ―los vestidos que quisiere y ropa blanca y lo demás
necesario que hubiere menester‖ para su mudanza a la ciudad de México. Juan de Ávila y Salcedo a doña
Teresa González y doña Francisca y ―demás tías y señoras‖, México, 14 de noviembre de 1723, en ibid.,
pp. 80-82.
15
Jacinto de Lara y Rosales a Doña Manuela de Lara Rosales, México, 2 de agosto de 1730, en
ibid., pp. 85-86.
16
Daniel Roche, 1996, op. cit., pp. 384-90. En el siglo XVII, en Europa, la ropa exterior cambió
de forma que la interior pudiera ser más visible, generalmente en el cuello, las mangas o la bastilla. Este
cambio sirvió para acentuar la categoría de quienes podían costear ropa interior cara y mantenerla en
perfectas condiciones. Smith señala que ―cualquiera que haya sido la razón del cambio, la moda se quedó,
no sólo en el siglo XVIII sino hasta la actualidad‖. Woodruff Smith, Consumption and the Making of
Respectability, 1600-1800, Londres, Routledge, 2002, pp. 13-138, 60-68, cita en la p. 60.
60
no escatimar en el volumen de ropa de casa que ha de traer (―y así por lo que mira la ropa
blanca, no te vengas muy escasa).‖17 Hacia finales del siglo, en 1790, Don Agustín
Sánchez, que escribe a un socio encargado de arreglar el viaje de su hija a México, pide
que ―la habilite sobradamente de ropa blanca‖ y ―en especial de doce pares de medias del
Bastón inglesas‖.18 Medio siglo más tarde, en 1855, el libro Los mexicanos pintados por
sí mismos ofrece imágenes de hombres y mujeres con atuendos típicos que sugieren la
pertenecían a la elite. Para determinadas ocupaciones de clase obrera (los aguadores, las
chieras –que vendían agua de chía–, los cocheros) la camisa o blusa blanca era de rigor.
Algunas mujeres, como las costureras o estanquilleras, no llevaban blusa, sino un vestido
largo con enaguas o faldillas blancas que podían verse bajo la falda. Algunos varones
están retratados con diversas versiones del traje de tres piezas; algunos con casaca (el
cochero, el barbero, el dependiente), otro con levita (el abogado), todos con camisas
México que, pese a ser pobres, se vestían como capitalinos respetables. El protagonista
tener nada para desayunar recordándose a sí mismo que tiene ―suficiente ropa y
17
Antonio Manuel Herrera a doña Josefa de la Oliva y Ruiz, México, 24 de abril de 1758, en
Isabelo Macías y Francisco Morales Padrón, 1991, op.cit., p. 97.
18
Don Agustín Sánchez a don Fermín Elizalde, 26 de noviembre de 1790, en ibid., p. 104.
19
Los mexicanos pintados..., op.cit., pp. 28, 48, 98, 140, 176.
61
decencia‖.20 En las décadas inmediatamente posteriores a la independencia, el clérigo,
estadista y escritor José María Luis Mora observa que a finales de la época virreinal, ―la
baratura de los efectos de Europa‖ permitía que incluso las clases modestas vistieran
bien. En la época republicana, ―las personas del primer rango se presentan en público con
todo el lujo y ornato que es costumbre en los países más civilizados‖, pues había más
indumentaria disponible para el arreglo personal.21 Pero podía lograrse el mismo efecto
con unas cuantas prendas sabiamente combinadas. En la narración sobre ―El criado‖ en
Los mexicanos pintados por sí mismos, Niceto de Zamacois inventa un diálogo con su
criado sobre lo difícil que resulta desmanchar su traje, pues hay que llevarlo repetidas
veces al tintorero para darle nueva vida, mientras que el criado cavila por qué un hombre
tintorero, ni tampoco esposa ni criada que lavara su ropa. Lizardi nos describe este
panorama con Don Catrín lavando su propia ropa cuando estaba en bancarrota: ―tenía mi
punto, o puntos, que zurcía con curiosidad con una aguja; tenía una cadena pendiente de
un eslabón, que me acreditaba de sujeto de reloj; tenía una tira de muselina, que bien
lavada pasaba por un fino pañuelo‖. Mientras esperaba que cambiara su suerte, el
20
José Joaquín Fernández de Lizardi, Don Catrín de la Fachenda y Noches tristes y día alegre,
México, Porrúa, 1978, pp. 43, 48. Para detalles sobre las prendas del guardarropa de Don Catrín y cómo
las adquiría y las perdía, véanse pp. 44, 47, 57-58, and 60-61.
21
Anne Staples, ―Una sociedad superior para una nueva nación‖, en Historia de la vida cotidiana
en México, vol. IV, Bienes y vivencias. El Siglo XIX, Anne Staples (coord.), México, El Colegio de México,
2005, pp. 313-314.
22
Los mexicanos pintados..., op. cit., p. 241.
62
modo que ―el baratillero más diestro lo hubiera calificado por nuevo‖.23 La sátira de
Lizardi ilustra cómo incluso una imagen pública modesta se mantiene a base de lavar la
lavanderas, pues usaban camisas corrientes pero muy almidonadas, para ocultar lo barato
de la tela.24
Como el lavado de ropa se hacía a menudo fuera de la casa del cliente, los
capitalinos de los siglos XVIII y XIX, que podían tener una inversión importante en
bienes materiales de vestido y ropa blanca (bienes de los que tanto dependía tanto la
seguridad. Entregar a alguien su ropa sucia era arriesgado, y no sólo por los secretos que
pudiera revelar. Dejar que la ropa saliera del hogar era riesgoso porque la lavandera podía
echarla a perder, podía caerse de la cesta en su recorrido por la ciudad, podía ser robada
doña Guadalupe Rubio, dueña de un paquete de ropa que le robaron a un niño de ocho
años encargado de entregarlo a la lavandera (un bulto que contenía una camisa blanca,
una falda negra de indiana, un par de medias chinas de seda y un pañuelo de chiffon),
23
Fernández de Lizardi, op. cit., pp. 78-79. La palabra catrín puede designar a un hombre
elegante, pero también a uno que pretende serlo.
24
María Teresa Bisbal Siller, Los novelistas y la ciudad de México (1810-1910), México, Botas,
1963, p. 65.
25
Sobre el robo de ropa de tendederos comunes, véase Archivo General de la Nación (en adelante
AGN), Criminal, vol. 89, exp. 3, ff. 115-120; vol. 86, exp. 10, ff. 264-285v; vol. 87., exp. 2, ff. 60-69v; y
vol. 89, exp. 3, f. 99. Véase también Archivo Hisórico del Distrito Federal, México (en adelante AHDF),
Justicia, Juzgados Criminales, tomo 1, exp. 1. En 1794, María Josefa de la Trinidad fue acusada de robar a
su patrón calzones y medias y empeñarlos por seis reales. No sabemos si María Josefa era una criada de
planta responsable de la limpieza de la ropa o una lavandera independiente que trabajaba de manera
ocasional en casa del acusador, pero tal parece que tenía acceso a la ropa de la casa. En otro caso del año
siguiente, el patrón de Máxima López declaró a la policía que su lavandera, en lugar de cumplir con su
trabajo, se robó la ropa y la empeñó en una tienda por 13 pesos. AGN vol. 58. exp. 10, ff. 146-48.
63
puso un anuncio en el periódico con la esperanza de recuperar sus bienes.26 Para los
material, entregar recursos escasos a otra persona podía ser motivo de ansiedad. A veces
se pedía a la lavandera lavar rápido determinada camisa porque era la única que tenía su
dueño, y debía tratarla con sumo cuidado para que no se desintegrara con el uso
constante.27 Si el éxito social de las elites dependía de una presentación adecuada, para
La lavandería no es reconocida como oficio formal en los datos del censo y otros
pocas casas tenían acceso directo al suministro de agua, el hecho de que las lavanderas
apenas estén presentes en los censos refleja el poder de la ideología que, por principio,
26
El Diario de México, 9 de agosto de 1806, vol. 3, núm. 313, p. 412.
27
La Lavandera, op. cit., pp. 21, 23.
28
Acerca del éxito social sustentado por la fortaleza interior reflejada a través de la fisonomía, el
atuendo y las actitudes, véase Victor M. Macías González, ―Hombres de mundo: la masculinidad, el
consumo y los manuales de urbanidad y buenas maneras‖, en María Teresa Fernández Aceves, Carmen
Ramos Escandón y Susie Porter (coord.), Orden social e identidad de género, México, siglos XIX y XX,
Guadalajara, CIESAS/Universidad de Guadalajara, 2006, pp. 267-298.
64
asignaba al género masculino el trabajo especializado y pagado. En la cuadro 1 se
observa cuán limitadamente aparecen las lavanderas en los censos al paso de los años.
de más de 125 000, quizás hayan sido unas mil las que trabajaban en México en 1735
para satisfacer la demanda de limpieza de camisas y ropa interior, así como de ropa
blanca.29 El censo de la ciudad de México en 1790 es el que más radicalmente pasa por
alto el trabajo femenino, y por lo tanto está ausente en la cuadro 1. Sólo instituciones
tales como conventos y hospitales aparecen como las que empleaban a las únicas
lavanderas que se consignan en las páginas manuscritas del censo de 1790. Por ejemplo,
la Casa de Recogimiento de las Mujeres Dementes albergaba ese año a 66 personas (55
internas y 11 empleados) que generaban ropa sucia, y sólo aparece una lavandera: Marta
Andrea del Castillo, una viuda mulata de 36 años, oriunda de la ciudad.30 Los encargados
términos más genéricos de mozas y criadas). Incluso faltan las costureras.31 Si bien
29
Tomé muestras del censo de 1753 cada diez páginas. La muestra incluyó 286 domicilios y 564
unidades domésticas en esos 286 domicilios. De la cohorte de 21 lavanderas (0.9 por ciento) en la muestra
de 2 441 habitantes, extrapolando a una población total de 126 477, llegamos a 1 138 lavanderas en la
ciudad en 1753. AGN, Padrones, vol. 52, 1753. Para un análisis detallado del censo de 1753, véanse Pilar
Gonzalbo Aizpuru, ―Familias y viviendas en la capital del virreinato,‖ Rosalba Loreto López 2001b, op.cit.,
pp. 75-108.
30
Censo de población de la Ciudad de México, 1790: Censo de Revillagigedo. 2 Cd-ROMS,
México, El Colegio de México; Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, 2003. Cuartel 1,
Disco 1. Los seminarios posiblemente tenían un lavadero atendido por varones, que trabajaban junto con
cocineros y otros criados. Por ejemplo, el convento de San Diego albergaba a 70 religiosos y dos criados;
uno de ellos era Pedro José Contreras, identificado como ―indio viudo‖ y de tan sólo 17 años, empleado
como lavandero. Cuartel 23, Disco 2. Para un análisis a detalle del censo de 1790, véanse Sonia Pérez
Toledo, 2004, op. cit., y Manuel Miño Grijalva y Sonia Pérez Toledo, 2004, op.cit. El Hospicio de Pobres,
que abrió en 1774, empleaba lavanderas tanto de planta como externas, por lo general indias o castas. Silvia
Arrom, Containing the Poor: The Mexico City Poor House, 1774-1871, Durham, Duke University Press,
2000, pp. 128,140-41.
31
Según se asienta, en 1790 las grandes casas tenían sirvientas, pero no otras clases de
trabajadoras, y ninguna lavandera como tal. Quizás algunas de las mozas o sirvientas lavaban ropa. Censo
de población de la ciudad de México, 1790, disco 1. Si bien se consignan las muchas unidades domésticas
65
hallamos trabajadoras en el censo de 1811, éste tampoco captura las realidades de las
mujeres que desempeñaban alguna labor, particularmente las criollas, que quizá no
reportaran su trabajo por razones de honra, pero tampoco otras que podían tener múltiples
una categoría.32 Entre los más de 4 000 habitantes de la capital de dos muestras de 1811
aparecen sólo seis lavanderas.33 Resulta evidente que las lavanderas independientes no
habían desaparecido de México entre los años censales de 1753 y 1811, sino que están
quienes levantaban el censo de población, una interpretación de por qué hay un número
relativamente reducido de lavanderas en los datos censales es que podría ser indicación
de una demanda limitada: la mayor parte de la gente no podía pagar a una profesional
dentro de las ecindades y se identifican muchas encabezadas por mujeres en los censos de 1753 y 1811, el
de 1790 no señala la ocupación de la jefa de familia. Hay anotaciones ocasionales acerca de algún negocio
en un domicilio (por ejemplo una chocolatería en una accesoria en el Cuartel 23) habitado por puras mujers
(en el mismo ejemplo, doña María Francisca Torres, ―española de México, doncella de 49 años,‖ con tres
hermanas adultas), pero no queda claro en las anotaciones del censo que trabajaran en la misma ocupación.
Cuartel 23, disco 2.
32
Susie S. Porter, Working Women in Mexico City: Public Discourses and Material Conditions,
1879-1931, Tucson, University of Arizona, 2003, p. 155. Los manuscritos del censo de 1811 están en
AGN, Padrones, vol. 54-57. De las más de 150 criollas en mi muestra del censo de 1811 (23 de ellas
viudas), sólo 12 reportan una ocupación, y ninguna es lavandera, y sólo una es viuda: hay cuatro costureras
(todas solteras, una de 24 años, dos de 30 y una de 57); tres sirvientas (todas solteras, de 14, 15 y 40 años);
dos cocineras (una soltera de 35, una viuda de 40); una nana (soltera, 19 años) y una recamarera (soltera de
20). La única casada criolla registrada declaró que su ocupación era de tendera.
33
Mi muestra para 1811 consiste en 735 individuos en 124 unidades domésticas del Cuartel Mayor
9. La muestra constituye el 20 por ciento de los 3,611 habitantes del cuartel (la población de la ciudad era
de aproximadamente 168,000). AGN, Padrones, vol. 53, 54, 55 y 57. La muestra de Arrom de 1811
contiene 3,356 habitantes de un barrio céntrico y tres barrios de la periferia del oriente de la ciudad.
Encontró cinco lavanderas. Silvia Arrom, 1985, op. cit., pp. 156-159, 163, 271-273. La única lavandera en
mi muestra de 1811 es una criada india que vivía en el núm. 3 de la calle de Jesús, en el centro. La
lavandera María Perfecta vivía en la casa de dos hermanas criollas solteras, doña María Josefa y doña
María Concepción Olvera. Las hermanas también empleaban otros dos sirvientes indios, Antonio
Hernández, mozo, de 28 años, y una cocinera de 25, María Basilia. Antonio era originario del mismo
pueblo que la lavandera, Yurina, como también lo eran otros dos habitantes de la casa, la mestiza de 26
años Mariana Alcántara y un niño indio también llamado Antonio, de siete años. Quizá María Perfecta y
Antonio Hernández estaban casados y el pequeño Antonio era su hijo (no se le dan apellidos). En cualquier
caso, sin duda María Perfecta estaba muy ocupada lavando ropa para los siete miembros de la unidad
doméstica, y quizás incluso haya lavado ropa de otras personas.
66
para lavar su ropa, o bien tenía tan poca ropa que la lavaba cada quien, como se vio
arriba. Pero el estudio de Roche sobre París sugiere que la demanda de limpieza de ropa
en el mercado podía venir precisamente de quienes menos ropa tenían, ya que unas
México de 1753, diez aparecen como españolas (es decir criollas), ocho mulatas, dos
mestizas y una cuya etnia no se menciona. En aquel tiempo, la esclavitud no fue tan
el Buenos Aires de la época borbónica, donde prácticamente todas las lavanderas eran
negras o mulatas, tanto esclavas como libres.35 Entre los avisos de ocasión de El diario de
México entre 1805 y 1813 hay anuncios de la venta de algunas esclavas expertas en lavar
y planchar (tres en la muestra), pero hay más casos (ocho) de mujeres que se anuncian
como expertas en ese trabajo, o que buscan en el mercado los servicios de lavanderas
Once de las lavanderas en el censo de mediados del siglo XVIII eran viudas y seis
de ellas criollas. Según la entrada censal de su unidad doméstica, María Ibarra, una viuda
española (es decir criolla, nacida en la Nueva España) de 30 años, con tres niños
34
Daniel Roche, 1996, op. cit., pp. 382-84.
35
Lauderdale Graham menciona ―una lavandera portuguesa‖. Sandra Lauderdale Graham, 1988,
op.cit., p. 14; en Argentina, las inmigrantes italianas desplazaron a las negras hacia finales del siglo XIX en
la mano de obra de lavandería. George Reid Andrews, ―Race versus Class Association: The Afro-
Argentines of Buenos Aires, 1850-1900‖, Journal of Latin American Studies, vol. 11, núm. 1, 1979.
36
El Diario de México, anuncios de esclavos en venta y también solicitándolos: 12 de octubre de
1805, vol. 1, núm. 12, p. 48; 11 de noviembre de 1806, vol. 4, núm 376, p. 168; 21 de febrero de 1813, vol.
1, núm. 64, p. 256. El Diario de México, anuncios de lavanderas requeridas o disponibles: 11 de noviembre
de 1805, vol. 1, núm. 32, p. 129; 14 de agosto de 1806, vol. 3, núm. 318, p. 432; 8 de noviembre de 1806,
vol. 4, núm. 404, p. 284; 17 de julio de 1808, vol.IX, núm. 1022, p. 68; 30 de noviembre de 1808, vol. IX,
núm. 10157, p. 632; 8 de diciembre de 1808, vol. IX, núm. 10165, p. 665; 28 de febrero de 1811, vol. XIV,
núm. 10975, p. 240; 21 de marzo de 1811, vol. XI.
67
pequeños de menos de ocho años, se mantenía lavando ropa. Ella y sus hijos vivían en el
en una sola habitación que daba a la calle. Otra viuda criolla, María Valle, y su hija de 28
años, Antonia (casada con un buhonero), en 1753, mantenían lavando ropa a cuatro niños,
en la calle de Donceles.37 María Herrera, otra viuda criolla, vivía en compañía de una
mulata libre, soltera, también llamada María, y ambas se mantenían como lavanderas. En
la misma vecindad donde vivían las Marías, en la segunda manzana de la calle de Tacuba,
vivían Ana de Ortega y su hermana Juana, ambas criollas, viudas y de treinta y tantos
años, que al igual que las tres hijas ya crecidas pero solteras de Ana (Rita de 20 años,
María de 18 y Lugarda de 16) declararon que se mantenían lavando ropa.38 Otros vecinos
y había otro departamento abajo que era la casa de un tejedor, su mujer y su hija. ¿Habrán
competido las Marías y las Ortega por la ropa sucia de esos vecinos? En contraste, las
años, eran las únicas lavanderas de su vecindad. ¿Habrán estado entre sus clientes los
otras etnias, por lo que es de esperar un número más alto de trabajadoras criollas. Sin
embargo, resulta sorprendente que prevalezcan entre las lavanderas las viudas criollas,
37
AGN, Padrones, vol. 52, 1753, f. 165v.
38
Ibid., ff. 67v and 24.
39
AGN, Padrones, vol. 52, 1753, ff. 103v.
68
pues por lo general la actividad de la lavandería las llevaba a las calles y las fuentes
públicas, así como a las casas de gente desconocida para recoger y entregar la ropa, lo
cual una mujer honrada debía evitar. Por otra parte, la lavandería era una actividad
para viudas criollas necesitadas, sin capital que invertir en una tienda, era el de costurera,
actividad que no necesariamente las hacía andar por las calles y que es una categoría con
muestra de 1753 (son 33 de 39), con cerca de la mitad de ellas también viudas.40
muestra mencionada tres eran mulatas y una mestiza. Hay sólo dos casadas: la criolla
mujer del buhonero y Ana Salmerón, cuyo marido estaba incapacitado. Casualmente
1842. En una muestra de cerca de 1 500 residentes de un barrio de la capital en 1842, hay
78 mujeres identificadas como tales. Según el análisis estadístico de Sonia Pérez Toledo
de todo el censo de 1842, de las más de seis mil mujeres inscritas como empleadas en
40
Ibid., ff. 26-27, 45, 46v, 63-65, 86v, 123-124, 126v, 144- 145v, 164v, 166-167.
41
Ibid, f. 165v. En cambio, Malcolmson encontró una preponderancia de casadas entre las
lavanderas inglesas un siglo más tarde. Patricia E. Malcolmson, English Laundresses: A Social History,
1850-1930, Chicago, University of Illinois Press, 1986.
69
oficios domésticos sólo 594 eran lavanderas (en segundo lugar después de más de cuatro
trabajaba lavando ropa en la población en general ( cerca de 200 000 personas) que en la
muestra (5.3 por ciento), debe haber habido más de diez mil lavanderas. Resulta notable
que el conteo oficial de lavanderas según informa Pérez Toledo sea de menos de 600.
Podría ser que los barrios donde yo tomé la muestra hayan tenido más lavanderas que la
mayoría de los otros barrios, o se puede tratar de una subrepresentación extrema de las
1842.43 La cuadro 2 compara datos para las muestras de 1753 y 1842. En ambos años, las
lavanderas en estas pequeñas muestras tendían a ser viudas, viviendo con otras
lavanderas, y el rango de sus edades estaba en los treinta y cuarenta y tantos. De las 78 en
1842, 39 eran viudas (50 por ciento), seis eran casadas (aunque ninguna de ellas vivía con
mayoría de las lavanderas; sólo dieciséis en la muestra de 1842 vivían con sus hijos,
cinco de ellas con niños menores de diez años. Si bien el lavado de ropa de los hijos solía
42
Sonia Pérez Toledo 2004, op. cit., 216. Entre las manzanas consideradas en la muestra, las
numeradas 3, 6 y 7 no tenían lavanderas. El censo de 1842 está en AHDF, Vol. 3406 y 3407. La muestra
tomó en cuenta barrios céntricos en los Cuarteles Mayores 1 y 2, Manzanas 1 a 29.
43
Silvia Arrom halló 27 mujeres que se mantenían de lavar en su muestra de 402 trabajadoras en
1848. Para el análisis del censo de trabajo y ocupaciones de 1848, véase María Dolores Morales y María
Gayón, ―Viviendas, casas y usos de suelo en la ciudad de México, 1848-1882‖, en Rosalva Loreto López,
2001, op. cit., pp. 339-377.
44
Las lavanderas célibes eran indistintamente calificadas como ―doncella‖ (21), ―soltera‖ (11) e
―hija‖ (1). El censo de 1842 usa diferentes criterios para la información manzana a manzana.
70
ser un trabajo no pagado, las lavanderas en estas muestras vendían su trabajo a cambio de
una paga.45
composición étnica de este grupo. Tampoco se observa un uso consistente de los títulos.
En las manzanas 4 y 8, por ejemplo, todas las mujeres aparecen con el título de ―doña‖, y
los hombres con una ―c‖ (ciudadano), mientras que en la manzana 9 ningún residente
lleva un título. Entre las 78 lavanderas, once están como ―doña‖: cuatro solteras y siete
viudas (dos solteras y dos viudas en las manzanas donde todas las mujeres llevan ese
título). Como se carece de identificadores étnicos y los títulos son confusos, resulta
imposible medir el grado en que las viudas criollas recurrían al lavado de ropa como
ocupación, como lo sugieren los datos de la década de 1750. Una lavandera, la doncella
de 30 años Dolores Dávalos, no es identificada con el título de doña, pero vivía con la
jefa de familia doña Cesárea Dávalos (que podría ser la madre, o una hermana mayor),
costurera viuda de 50 años que habitaba un cuarto de planta baja en la vecindad del
Aunque no todas las páginas del manuscrito de 1842 desglosan las unidades
domésticas de determinado domicilio, ahí donde sí se hace se ve que era frecuente que las
lavanderas vivieran juntas (N=31), fuesen o no parientas entre sí. Por ejemplo, Dorotea y
45
Para un llamado a una mayor interpolación entre los estudiosos del trabajo reproductivo y los
historiadores del trabajo, véase Olcott, ―Introduction‖.
71
con los hijos de Martina, un niño de seis años y una niña de uno. La vecindad de las
pulquero, una costurera, un carpintero y un maestro de escuela. Entre los ejemplos de dos
lavanderas no emparentadas están Luz Monroy (60 años), Isidora Aguilar (31 años) y
Ana Morales (23 años), las tres doncellas, que ocupaban la vivienda número 3 en el piso
alto del callejón de la Condesa, número 1. Por lo menos doce lavanderas de la muestra
vivían solas en cuartos de vecindades. Sólo seis de las 78 lavanderas puede decirse sin
lugar a dudas que trabajaban de planta en casas grandes. Por ejemplo, en la del
Francisco, había dos lavanderas que se ocupaban de satisfacer la demanda de ropa limpia
para la familia, que tenía nueve miembros. Hilaria Yáñez, viuda de 55 años, y la soltera
de Alamán, junto con dos costureras célibes y por lo menos seis sirvientes (las mujeres de
dos criados no se identifican como sirvientas, y también hay cuatro hijos de sirvientes).
lavanderas: Guadalupe Medina, viuda de 43 años que vivía con su hija de 22 (quizá
Hernández, que vivía con su hermana de 16; la viuda de 40 años Rosario Escobedo,
María Encarnación Pérez, María Dolores Rodríguez y Micaela Palacio habitaban solas
sendos cuartos. En el cuarto número 15 había cuatro mujeres, tres de ellas lavanderas (la
viuda Juana Díaz, de 22 años; Juana Manillo, de 44, y su hija Ignacia Pardo, de 25). Dado
que albergaba tantas lavanderas, esta vecindad probablemente tenía una fuente propia o
72
era cercana a un lavadero. La del callejón de la Condesa, con doce lavanderas residentes,
también tiene carácter de lavadero. En la medida en que ahí se hiciera parte del trabajo,
los tendederos de la azotea y del patio en esas vecindades probablemente hayan estado
Aunque su presencia sea un tanto fugaz en los datos censales, a mediados del
siglo XIX las lavanderas independientes eran lo suficientemente comunes como para
mencionó al principio de este texto. Si bien a mediados del siglo XVIII las lavanderas
típicas halladas en los datos censales tenían más probabilidades de ser criollas, el retrato
que dibuja Frías y Soto un siglo después recalca características étnicas que no
corresponden a las criollas: ―Morena, garrida, de brazos musculosos y tostados por el sol,
de ancha cadera, de pelo negro y recio, dientes blanquísimos, ojos mexicanos y boca
grande‖.46 Para finales del siglo XIX, se informa que más de 5 500 mujeres (y más de
cien varones) trabajaban como lavanderos y planchadores en una ciudad de casi 330 000
mantenía el estatus de sus clientes. Como escribe satíricamente Frías y Soto, el mayor
46
La Lavandera, op.cit., p. 20.
47
Marie Francois, 2006, op. cit., pp. 168, 318.
48
Adolfo Prantl y José L. Groso, La Ciudad de México. Novísima Guía Universal de la capital de
la República Mexicana. Directorio clasificado de vecinos y prontuario de la organización y funciones del
gobierno federal oficiales de su dependencia, Madrid, Juan Buxó y Compañía, editores / Librería
Madrileña, 1901, p. 34. Las tarifas de las pensiones y casas de asistencia iban de 15 a 60 sólo por el
alojamiento a entre 20 y 120 pesos incluyendo comida y lavandería.
73
valor del trabajo de la lavandera es su ―alta misión social‖ como encargada ―de la policía
de la raza humana, y sin ella la belleza sería un mito, una paradoja o fábula‖.49
El negocio de lavar
Aunque muchas mujeres lavaban su ropa y la de su familia sin que se les pagara, la
redituaba ingresos a las lavanderas y también a quienes les vendían el agua y el acceso a
eran empresarias, no sirvientas de planta en una casa. Como empresarias, tenían que
obtener acceso al agua y también debían competir por la clientela. El trabajo que
lavaderos públicos manejados como negocios, donde las lavanderas pagaban por el
acceso al agua y una pileta de lavar). El trabajo especializado de lavar, secar y planchar la
fuera de los hogares, en espacios públicos y negocios que fungían como ámbitos
Los análisis recientes del uso del espacio en el centro de la capital mexicana
49
La Lavandera, op. cit., p. 20.
50
Sobre las destrezas requeridas en distintas etapas del proceso de la lavandería en el México del
siglo XIX descritas en una novela reciente, véase Pepe Monteserín, La Lavandera, Madrid, Lengua del
Trapo, 2007, pp. 69-73.
74
51
productos, cercanos pero separados de las viviendas de los artesanos. Las lavanderas
eran como los artesanos en cuanto que tenían una serie de destrezas específicas y vendían
sus servicios a múltiples clientes, pero su trabajo y sus ventas habían estado desde mucho
tiempo atrás dispersos por toda la ciudad. Muchas lavanderas trabajaban donde vivían,
cuando menos durante parte del ciclo de lavado, que hacían en las azotehuelas. Otras
(quizá más) lavaban la ropa de distintos clientes en un lavadero del rumbo, pero luego la
vivienda, antes de acarrearla por las calles en cestos, como se ve en una fotografía
1.1).
lavandería en una sola casa de vecindad. Uno de los requisitos para un negocio exitoso
como lavandera independiente debía ser la discreción. Una lavandera del siglo XIX en
una reciente novela española, cuando se le pregunta si conoce a cierta familia, responde:
―los conozco poco; ellos lavan en su casa la ropa sucia‖.52 Uno de los autores en Los
mexicanos pintados por sí mismos señala que los confesores, las lavanderas y los
aguadores (que circulaban dentro de las casas con sus botas enlodadas), en ese orden,
51
Guadalupe de la Torre Villalpando y Sonia Lombardo de Ruiz, ―La vivienda de la ciudad de
México desde la perspectiva de los padrones (1753-1790)‖, Scripta Nova, Revista Electrónica de Geografía
y Ciencias Sociales, vol. 7, núm. 146, 2008; Guadalupe de la Torre V., Sonia Lombardo de Ruiz, Jorge
González Angulo, ―La vivienda en una zona al suroeste de la Plaza Mayor de la ciudad de México (1753-
1811)‖, en Rosalva Loreto López, 2001, op.cit., pp. 109-146.
52
Pepe Monteserín, 2007, op. cit., p. 77.
53
Los mexicanos pintados..., op. cit., p. 2.
75
familia cuya ropa está lavando.54 Una visión costumbrista de las lavanderas en España en
1851 sugiere relaciones de largo plazo, a la vez profesionales e íntimas, entre las
incluso que era difícil despedir a una lavandera, con todo lo que sabía.55
documentos de los archivos municipales sugieren que había que lograr el acceso a una
fuente o un lavadero para realizar el trabajo, o depender de las entregas cotidianas de los
aguadores, aunque esa agua servía para satisfacer múltiples necesidades de los hogares,
junio), hubo cortes del suministro de agua y llegaron al Ayuntamiento informes de que en
los barrios pobres había mucha gente que no estaba recibiendo de las acequias ni una gota
aumentaron los precios por un agua de calidad cada vez menor que era la que podían
hallar en el acueducto, los manantiales o las fuentes. De nuevo en 1791 y 1815 la falta de
54
La Lavandera, op. cit., p. 21. Sandra Lauderdale Graham hace énfasis en el grado de
camaradería que propiciaba el trabajo de la lavandería en Río de Janeiro en el siglo XIX, y Roche puede
recurrir a documentos policiacos y notariales para describir el medio diverso, turbulento y picaresco de las
lavanderas parisinas del siglo XVIII, que tenían gran talento para la charla y ―una agresiva soberanía
lingüística esgrimida contra la policía, los guardias portuarios, los marineros, los bañistas, los arrendatarios
de lavaderos, en realidad todos los hombres en general‖, Sandra Lauderdale Graham,
1988, op. cit., p. 52.
55
Manuel Bretón de los Herreros, ―La lavandera‖, en Los españoles pintados por sí mismos, por
varios autores, Madrid, Gaspar y Roig, 1851, p. 93.
56
Los mexicanos pintados, op. cit., pp. 1-3.
57
Roche señala que en el París del siglo XVIII la mayoría de la población recurría a las
lavanderas, ―pues ni el abasto inadecuado de agua ni las condiciones de las viviendas de clase baja hacían
fácil el lavado de ropa‖; Daniel Roche 1994, op.cit., p. 393.
76
agua en las fuentes públicas causó un alza exorbitante de precios, pues los aguadores
México. Dos tipos de agua corrían por las tuberías de la ciudad: la primera, llamada
segunda fuente de abasto consistía en agua delgada y considerablemente más limpia que
brotaba en manantiales a una distancia de tres leguas, corría a veces a cielo abierto por el
campo y llegaba a la ciudad para circular por un sistema de distribución con cañerías de
plomo y llegar a las pilas. La reforma del sistema de abasto de agua comenzó con un
bando de 1790 que anunciaba tuberías nuevas y más numerosas, aunque la construcción
no parece haber empezado sino en 1800.59 Ese año hubo quejas de que los aguadores
sólo daban una o dos vueltas a las fuentes públicas por medio real, siendo que deberían
ser cuatro. Se constató que el alza de precios se debía una vez más a que los aguadores
tenían que ir más lejos a llenar sus tinajas para abastecer los hogares de la ciudad. Una
reforma que se sugirió era permitir que los aguadores tomaran agua de fuentes privadas
en vecindades y conventos.60 El típico aguador a mediados del siglo XIX todavía debía
trasladarse a veces a grandes distancias entre las fuentes y los lugares donde entregaba el
58
AHDF, Ayuntamiento de la ciudad de México, Sección Aguas, vol. 19, exp. 52; vol. 21, exp.
107, ff. 11-18.
59
Según el investigador Baltasar Ladrón de Guevara, la escasez de aguas delgadas en 1797 se
debió a que las desviaban los dueños de haciendas y huertos a lo largo de la Ribera de San Cosme, así como
a las tuberías dañadas por los continuos golpes de los vehículos. AHDF, Ayuntamiento, Aguas, v. 21, exp.
107; exp. 112, exp. 115.
60
Op. cit., exp. 116.
77
agua, y por lo tanto llegaba tarde (alrededor de las siete de la mañana), lo que enojaba a
las casas habría sido insuficiente. En los barrios del centro de la ciudad, la plaza del
Factor y la plazuela de Loreto eran algunos de los lugares públicos con fuentes con mayor
las fuentes públicas.62 Si bien no queda claro cuánto tiempo tuvo vigencia esa
diez fuentes, mientras que tenían dos el Hospital de Locas, el lavadero de los Canónigos
las Moscas número 4. El acceso privado a aguas delgadas en la ciudad se obtenía gracias
manos de distintos miembros de la elite o instituciones.64 Las dos casas de asistencia con
Espíritu Santo número 17. Las lavanderas que vivían en vecindades podían tener acceso
inmediato al agua en sus propias viviendas (como se ve que era el caso en las vecindades
61
Los mexicanos pintados..., op. cit., p. 3.
62
AHDF, Ayuntamiento, Aguas, v. 16, exp. 27.
63
AHDF, Ayuntamiento, Aguas, v. 21, exp. 107, f. 13.
64
Las mercedes estaban en manos de 29 personas registradas como ―don‖, once aristócratas
varones (marqueses y condes), cuatro aristócratas mujeres (tres marquesas, una condesa), cinco
instituciones religiosas (cuatro conventos y la Casa Profesa de los jesuitas), tres establecimientos médicos
(dos hospitales, una botica), la Dirección de Tabaco (parte del Estanco o monopolio de la Corona, que tenía
dos mercedes), dos colegios, dos clérigos, dos casas de vecindad, dos ―viudas‖, una ―señora‖ y un
establecimiento de baños. Ibid., exp. 106, ff. 4-8.
78
de Gachupines y Condesa consignadas en el censo de 1842 mencionado arriba), ya que la
mayor parte de los barrios tenían según parece por lo menos una vecindad con merced de
agua; sin embargo, muchas lavanderas deben haber tenido que depender para su acceso al
lavadero. Algunas lavanderas podían trasladarse a trabajar dentro de las casas de sus
clientes una o dos veces por semana, pues las casas más grandes no solían emplear
lavanderas de planta, pero tenían patios, azoteas o azotehuelas donde había pozos,
Lorenzo sugirió que el lavadero del convento, ubicado en una vecindad en el número 5
del callejón Cerrado de Dolores sirviera para proveer de agua al barrio. No está claro si el
convento tenía un negocio de lavandería que compitiera por la clientela con las
lavanderas de la zona.66
Una merced de agua permitía establecer lavaderos para el uso de las lavanderas.
El cuadro 3 consigna los lavaderos que se hallan en documentos del archivo municipal
fechados más o menos en los plazos en que debían renovar sus licencias o ser sujetos a
inspección. Sólo se incluyen los establecimientos de baños donde se señala que había
lavaderos, aunque es probable que en otros también los hubiera, en particular en los
baños para mujeres. El régimen borbónico reconocía la necesidad del acceso al agua para
lavaderos, promulgado el 21 de agosto de 1793 asentaba que sería conveniente que todos
65
Guadalupe de la Torre Villalpando y Sonia Lombardo de Ruiz, 2008, op. cit., p. 161.
66
AHDF, Ayuntamiento, Baños y Lavanderos, vol. 3621, exp. 11, f. 2.
79
los baños tuvieran lavaderos anexos.67 Los dueños de lavaderos y de baños con lavaderos
anexos (parte de los ―medios de producción‖ para las lavanderas) solían ser instituciones
en el callejón de Dolores aparece en 1792, y también treinta años más tarde. Varios
quizá también viudas menos acomodadas, tenían mercedes de aguas, así que
aguadores o a las lavanderas. En 1813, fecha cercana al censo de 1811 en el cual de pocas
mujeres se sabe la ocupación, don Manuel Antonio Valdés, dueño de unos baños para
sexo.69
Una inspección realizada a finales de junio de 1794 constató que los baños de
67
―Bando de baños publicos, temascales y lavaderos, fechado el 21 de agosto de 1793‖, en
Coleccion de leyes, supremas ordenes, bandos, disposiciones de policia y reglamentos municipales de
administracion del Distrito Federal, México, Castillo Velasco e hijos, 1874, pp. 72-76, artículos 6 y 7.
68
Por ejemplo, doña Ynés Espinoza era dueña del Baño de San Antonio, en San Pablo, en 1814.
AHDF, Ayuntamiento, Aguas, vol. 21, exp. 139.
69
AHDF, Ayuntamiento, Baños y Lavanderos, vol. 3621, exp. 22, f. 4.
80
suficientemente limpios y cómodos, como corresponde a un servicio al público, pero que
había que clausurar una puerta que comunicaba con la casa de vecindad contigua.70 La
inspección de los baños y los dos lavaderos del negocio llamado El Tanquito, en 1795,
halló el área de baños muy limpia, y describe una de las zonas de lavado como amplia y
en buen estado, pero la otra más pequeña, junto al tanque, tenía el techo tan maltratado
que amenazaba ruina. Se concedió al dueño un plazo de tres días para hacer arreglos en la
barda entre su negocio y la casa vecina, para evitar el paso libre y la comunicación con
los lavaderos, así como los perjuicios que esto acarreaba para el público. 71 El Tanquito
aún seguía funcionando en julio de 1808, cuando aparece en un anuncio en la prensa por
el cual Polonia Serrano, quien probablemente trabajaba ahí, busca una nodriza o
chichihua.72
Aunque en esos establecimientos se calentaba el agua para bañarse, tal parece que
el lavado de ropa en los lavaderos de la ciudad de México se hacía con agua fría, ya que
un inspector real confirmó que lo que antes había sido un establecimiento de baños y
lavaderos ahora sólo era lavadero, pues asienta que habían demolido el tinaco, que era
donde se calentaba el agua.73 Ya sea que se haya introducido o no el agua caliente para
mediados del siglo XIX, la descripción de Frías y Soto de las faenas que implicaba el
lavado de ropa no deja dudas acerca de su naturaleza agotadora, que hacía que las
lavanderas acabaran sus días con ―pulmonía o parálisis‖ tras pasar tanto tiempo con
medio cuerpo en el agua y la otra mitad castigada por el sol.74 Para finales del siglo, el
acceso a la red municipal de agua era más amplio que en los últimos años del régimen
70
Ibid., exp. 9, f. 8.
71
Ibid, exp. 11, f. 8.
72
El Diario de México, julio 17 de 1808, vol. IX, núm. 1022, p. 68.
73
AHDF, Ayuntamiento, Baños y Lavaderos, vol. 3621, exp. 11, f. 5.
74
La Lavandera, op. cit., pp. 20-21, 28.
81
español, con casi 6 000 casas y establecimientos reportados por el fisco en 1900 como
beneficiarios del agua abastecida por la red de la ciudad (2 414 tenían ―agua gorda‖ y 3
Martín Hernández, la llegada de la red de agua a las zonas residenciales fue muy lenta
hasta entrado el siglo XX.76 En 1899 se consignan 58 lavaderos públicos en la ciudad que
pagan contribuciones municipales, y empieza a ser evidente una transición hacia las
lavanderías comerciales.77
Había espacios en las vecindades donde vivía la mayor parte de las lavanderas,
muchos de ellos compartidos por todos los residentes, que se usaban para los distintos
pasos o etapas del ciclo de la limpieza de la ropa, como también se usaban distintos
espacios abiertos en las casas de la elite. Quienes lavaban para distintos clientes podían
servicio o la azotea, o bien (más probablemente) se llevaban la ropa de la casa del cliente
A veces también se construían en las vecindades lavaderos comunes, lo cual debe haber
acortado los tiempos de traslado cargando pesados bultos de ropa mojada para las
lavanderas que ponían a secar la ropa de vestir y de casa de sus clientes en los tendederos
de las casas de vecindad.78 La historia de doña Gorgina [sic] Ruiz, que hallamos en
75
Adolfo Prantl y José L. Groso 1901, op.cit., p. 982.
76
Vicente Martín Hernández, Arquitectura doméstica de la ciudad de México (1890-1925),
México, Universidad Nacional Autonoma de México, 1981, p. 115.
77
Adolfo Prantl y José L. Groso 1901, op. cit., p. 974.
78
Vicente Martín Hernández, 1981, op. cit., pp. 102-05, 110-113.
82
de su padre viudo y obtenía suficientes ganancias como para haberle prestado 200 pesos,
la mitad del capital que él necesitaba para comprar una pequeña casa de adobe frente a
los baños de las Delicias, en el callejón del Olivo. En su vida de casada, doña Gorgina
nueva casa de su padre, a donde sólo tenía que atravesar la calle para llegar con los bultos
de ropa mojada.79
invisibles en las fuentes de archivo de que disponemos, aunque hay algunas imágenes
muy valiosas que nos hacen cavilar. En el dibujo que acompaña el texto de Frías y Soto
sobre ―La lavandera‖, ésta se empina en las puntas de los pies para alcanzar el lazo donde
tenderá las sábanas mojadas. Hay algunos detalles de esa imagen que no han cambiado
después de siglo y medio: en los tendederos de las azoteas y los patios de la ciudad de
México todavía se usa un ladrillo para atar el poste que sostiene los lazos. Hacia el final
del ciclo de trabajo de la lavandera venía el planchado. En una fotografía posada, obra de
que parece ser un mantel con una plancha plana sobre una pequeña mesa de trabajo, y
tiene a su lado el cesto de ropa y blancos, sin duda recién bajados del tendedero que está
al lado (Figura 1.2). El carbón servía para calentar las planchas, que eran de hierro.80
Frías y Soto afirma que el trabajo de planchar era tan rudo que ―mataría al hombre más
robusto‖.81
79
Archivo General de Notarías del Distrito Federal, Notario José Lopez Guazo, vol. 2346, 1841,
ff. 50v-53 y ff. 119v-120.
80
Pepe Monteserín, 2007, op. cit., pp. 47, 80.
81
La Lavandera, op. cit., pp. 28, 26.
83
Hay pocos indicios en las fuentes acerca de las prácticas contables que se usaban
lavandería‖. Un ensayo satírico firmado con el seudónimo de Fidel por el gran escritor
Guillermo Prieto en El Siglo Diez y Nueve en 1844, ―Dos palabras sobre el matrimonio‖,
que responde a un texto anterior publicado por el mismo diario acerca del matrimonio, se
refiere a uno de los peligros de éste: ―si una lista de lavandera te desvanece...‖,
probablemente en razón del costo.82 En 1850 los libreros anunciaban en El Universal una
―libreta para llevar cuenta de ropa que se da a la lavandera, comprende 52 listas dobles
para un año‖.83 Frías y Soto escribe que quienes recibían su ropa limpia de la lavandera
nunca quedaban satisfechos con el trabajo de ésta en producir la imagen del cliente, pues
―a las niñas jamás les parecen bastante tiesas las enaguas, ni al señor suficientemente
A menudo se cita a las lavanderas en plural en los documentos sobre lavaderos, lo que
lavadero anexo a los baños de mujeres de La Quema, en el barrio de San Pablo, señala
que las áreas de lavado estaban separadas de las de los baños, que el lavadero era amplio,
con fácil acceso al agua para abastecer a las lavanderas y con un muy buen patio.84 Unos
municipales en 1813, muestran media docena de lavaderos individuales, una prueba más
82
Fidel (seudónimo de Guillermo Prieto), ―Dos palabras sobre el matrimonio, a mi amigo Yo‖, El
Siglo Diez y Nueve, 17 de diciembre de 1844, p. 3.
83
El Universal, 27 de mayo de 1850, p. 4; 18 de enero de 1853, p. 4;
84
AHDF, Ayuntamiento, Baños y Lavaderos, vol. 3621, exp. 12, f. 8.
84
de que muchas mujeres lavaban al mismo tiempo.85 En el Madrid de mediados del siglo
XIX, el dramaturgo y periodista Manuel Bretón de los Herreros describe cómo muchas de
ellas se reunían en el mismo lavadero y pasaban el tiempo en sabrosa charla sobre sus
patios de las vecindades también propiciaban una experiencia de trabajo compartido para
las lavanderas.87 Hasta el grado en que la ficción pueda reflejar la vida real, la
antiguo convento de Santa Brígida, que era un ―edificio multiusos con un gran lavadero‖,
donde durante años lavaba junto con otras dieciocho mujeres; algo muy parecido a lo que
Si bien el duro trabajo de lavar ropa podía fomentar la camaradería entre las
lavanderas, no era un negocio muy lucrativo. Las viudas y madres solteras que según el
censo de 1753 mantenían a sus niños lavando ropa quizá no hayan producido para ellos
más que una cultura de subsistencia. No se consignan datos sobre los ingresos en las
fuentes del siglo XVIII, pero a mediados del XIX las lavanderas ganaban de 4 a 12 pesos
mensuales.89 Arrom descubrió que una lavandera era la mujer que más dinero ganaba en
un censo de 1849, y sin embargo sólo recibía 3 pesos semanales.90 De los ingresos tenía
que salir la tarifa por usar el lavadero o el pago del aguador, así como la compra de jabón
y otros insumos. Frías y Soto señala que su típica lavandera, después de hacer sus
entregas de los sábados, ―sale al fin contenta de la casa, porque lleva envueltos en los
85
AHDF, Ayuntamiento, Baños y Lavaderos, vol. 3621, exp. 22, f. 4.
86
Manuel Bretón de los Herreros, 1851, ―La Lavandera,‖ p. 91.
87
Vicente Martín Hernández, 1981, op. cit., p. 113.
88
Pepe Monteserín, 2007, op. cit., pp. 66-69.
89
Marie Francois, 2006, op,cit, p. 90; Silva Arrom, 2000, op. cit., p. 213.
90
Silvia Arrom, 1985, op. cit., p. 198.
85
pliegues del ceñidor los modestos honorarios con que ha de alimentar a sus hijos y a su
marido, porque ésa es la dote de las mujeres de nuestro pueblo: sostener a su hombre; éste
que la lavandera que atendía a un soltero o un estudiante es feliz porque puede cobrar lo
que quiera, e incluso conseguir préstamos que no tenía que pagar a cambio de hacer
pequeños servicios para sus clientes, como coser botones en las camisas y remendar las
rodillas de los pantalones.91 Una historia de éxito puede ser la de doña Gorgina Ruiz,
arriba mencionada, que ganaba lo suficiente para invertir en una propiedad con su padre.
Quizá Gorgina pertenecía a una tradición de lavanderas exitosas que tenía más de un
siglo.
que ver con el lavado de ropa. Las religiosas del convento de San José de Gracia, en la
calle de Mesones, alquilaban a otras personas una ―casa de baños‖ que incluía lavadero.92
Don Martín Plaza era dueño de por lo menos tres lavaderos en 1796, cada uno con dos
fuentes, dos de ellos conectados con el ramal principal de la cañería de San Lorenzo y
uno en la esquina de la Pila Seca.93 El presbítero y bachiller don Manuel José Pérez
llamada Los Pescaditos; las ganancias provenían de lo que pagaban las mujeres que iban
ahí a lavar, y con ese ingreso se sostenía el clérigo y mantenía a su familia.94 Otros
beneficiarios del trabajo de las lavanderas eran los miembros de las instituciones
religiosas dueñas de lavaderos (véase cuadro 3). Cuando los costos de renovar los baños
91
La Lavandera, op.cit., p. 27.
92
Pilar Gonzalbo Aizpuru, 2001b, op. cit., pp. 89-90.
93
―Relacion del ramo principal de cañería de San Lorenzo‖, AHDF, Ayuntamiento, Aguas, vol.
21, exp. 106, ff. 12-12v.
94
AHDF, Ayuntamiento, Baños y Lavaderos, v. 3621, exp. 11, f. 1.
86
propiedad del convento de Santa Catarina resultaron demasiado onerosos en 1794, el
convento solicitó poder seguirlo manteniendo para no perder por completo lo que tal
propiedad producía.95 Las monjas sabían muy bien que la lavandería era un trabajo
productivo.
CONCLUSIÓN
lavado de ropa a menudo se hace fuera de la casa de sus dueños, es distinto de otros
casa.97 Cuando se ocupa de ello la esposa o la madre, el lavado de ropa de vestir y de casa
constituye un trabajo pagado ―a costa de dinero‖, como escribe Josefa Amar y Borbón en
el siglo XVIII, mediante un servicio obtenido en el mercado.98 Sin embargo, hay estudios
recientes acerca de las mujeres que trabajan para mantenerse que no caracterizan la
lavandería como negocio, en contraste con las actividades de las costureras, tortilleras y
95
Ibid., exp. 11, f. 3. Las instituciones religiosas en Puebla también tenían ganancias gracias a
mercedes de aguas. Véase Rosalva Loreto, ―De aguas dulces y aguas amargas o de cómo se distribuía el
agua en la ciudad de Puebla durante los siglos XVIII y XIX‖, en Loreto y Cervantes (coord.), Limpiar y
obedecer. La basura, el agua y la muerte en la Puebla de Los Ángeles (1650-1925), Puebla, Universidad
Autónoma de Puebla, 1994, pp. 11-67.
96
Pilar Gonzalbo Aizpuru, 2006, op.cit., p. 231.
97
Aunque es importante señalar que en México (y sin duda otras ciudades) en el siglo XIX, no
siempre había cocinas en las casas, y no era raro que la comida se comprara regularmete en la calle y en
fondas.
98
Los miembros de la elite española como la aragonesa Josefa Amar y Borbón, hija de un médico
y mujer de un magistrado, escritora ilustrada, reconocía los beneficios económicos y los costos asociados
con un buen manejo de la economía doméstica. Considera que el trabajo de la casa es de gran utilidad y
absolutamente indispensable, y que si no lo hace ni la señora ni sus criadas, había que contratar gente de
fuera para realizarlo ―a costa de dinero‖. Josefa Amar y Borbón, Discurso sobre la educación física y
moral de la mujeres, 1790, edición de Ma. Victoria López-Cordón, Madrid, Cátedra, 1994, p. 160.
87
parteras (que ofrecen sus servicios en el mercado), sino más bien sólo como una categoría
especializado y de todas las faenas domesticas respondía a las normas patriarcales que
sólo a los varones asignaban el trabajo pagado, con lo cual las lavanderas quedaban
También he planteado en otros trabajos que el lavado de ropa forma parte de una
categoría de trabajo doméstico. Sin embargo, es también un buen filtro para el tema del
género en la cultura material, las distintas cadenas de personas y sistemas vinculadas con
del acceso al agua. Al examinar el lavado de ropa, aun con las limitadas fuentes
estadísticas disponibles, también descubrimos que las divisiones del trabajo doméstico en
en una economía política patriarcal con escasas oportunidades de trabajo para las
mujeres, un acceso limitado al agua para la mayoría de los habitantes de la ciudad: todos
lavandería. A mediados del siglo XVIII, el negocio del lavado de ropa era compartido por
servicios racializado que había en otros lugares, o en el que al parecer se transformó para
finales del siglo XIX en la ciudad de México, cuando según se infiere las criollas
99
Por ejemplo, Sonia Pérez Toledo, 2004, op.cit., pp. 208-237.
88
abandonaron las filas de las lavanderas.100 Los sitios asociados con el trabajo intensivo de
relaciones sociales generan demanda de la vida material y a la vez son producidas por
ella.
mantenimiento del guardarropa con los estándares fincados en la clase social. Plantea que
los individuos, varones o mujeres (ya sean protagonistas en el foro de la política nacional,
matriarcas que gobiernan familias, o aquéllos con una imagen pública endeble construida
merced a unas cuantas prendas de vestir), no surgen de la nada, sino que son resultado de
múltiples procesos laborales. Los hallazgos de este proyecto echan abajo la justificación
destrezas y un trabajo extraordinariamente duro, iban revueltos con las sábanas, camisas
y faldas en los cestos que las lavanderas acarreaban por las calles de la capital.
100
Mignon Duffy, ―Doing the Dirty Work: Gender, Race, and Reproductive Labor in Historical
Perspective‖, Gender and Society, vol. 21, núm. 3, 2007, pp. 313-336.
89
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93
TABLA 1. Las lavanderas y los censos de la ciudad de México, 1753-1895
FUENTES: 1753, AGN Padrones, vol. 52; 1811, AGN Padrones, vol. 54-
57, Silvia Arrom, 1985, op. cit., pp. 156-159, 163, 271-273 y Marie Francois,
2006, op. cit., p. 353; 1842, AHDF, Vol. 3406 y 3407 y Sonia Pérez Toledo,
2004, op. cit., p. 216; 1895, Marie Francois, 2006, op. cit., pp. 168, 318.
94
TABLA 2. Características de las lavanderas, 1753 y 1842
1753 1842
2,441 habitantes en la 1,485 habitantes en la
muestra muestra
N = 21 N = 78
95
TABLA 3. Lavaderos en la ciudad de México, 1794-1824
Fuentes: ADHF, Ayuntamiento, Baños y lavaderos, v. 3621, exp. 8, f. 9; exp. 11, ff.1-10; exp. 12,
96