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Intervención

en contextos
culturales
diversos
PID_00274992

Mª José Pubill González


© FUOC • PID_00274992 Intervención en contextos culturales diversos

Mª José Pubill González

Doctora en Psicología por la Uni-


versidad de Barcelona, ha cursa-
do el máster de Terapia familiar
del Hospital de Sant Pau (Universi-
dad Autónoma de Barcelona) y ha
hecho formación en terapia de la
Gestalt, análisis existencial y tera-
pias corporales. Directora del más-
ter de Psicoterapia de la UdG, y de
los posgrados de Psicoterapia inte-
gradora y de Terapia grupal de la
UdG, y codirectora del posgrado
de Psicoterapia breve estratégica
de la UdG. Docente en los siguien-
tes másters de la UB: Psicología clí-
nica, Trastornos graves, Terapia
cognitivo-social y Terapia sexual y
de pareja. Docente del máster de
Musicoterapia de la Universidad
Pompeu Fabra.

Cuarta edición: septiembre 2020


© de esta edición, Fundació Universitat Oberta de Catalunya (FUOC)
Av. Tibidabo, 39-43, 08035 Barcelona
Autoría: Mª José Pubill González
Producción: FUOC
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del titular de los derechos.
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Índice

Objetivos....................................................................................................... 5

1. Introducción histórica y definición de la intervención en


la multiculturalidad......................................................................... 7

2. Posibles áreas de aplicación............................................................ 10


2.1. Problemas en la intervención psicológica en el contexto de
la pobreza .................................................................................... 10
2.2. Problemas en la intervención psicológica en el contexto de
la inmigración ............................................................................. 13
2.3. Problemas en la intervención psicológica en el contexto del
género .......................................................................................... 17
2.3.1. Introducción .................................................................. 17
2.3.2. Diferencias sintomatológicas según el género: el
problema del diagnóstico .............................................. 18
2.3.3. Problemas a la hora de intervenir psicológicamente
en el contexto cultural del género ................................ 22

3. Características de la intervención en la multiculturalidad... 25


3.1. Apuntes sobre la intervención psicológica en contextos
culturales diversos ....................................................................... 25

4. Técnica ilustrativa............................................................................. 28
4.1. La intervención en un caso de inmigración: María .................... 28
4.1.1. Cuestiones ...................................................................... 30

Bibliografía................................................................................................. 31
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Objetivos

El estudio de este módulo os ayudará a alcanzar los siguientes objetivos:

1. Delimitar el concepto de la intervención en la multiculturalidad.

2. Conocer algunos de los problemas y limitaciones de la intervención en la


multiculturalidad.

3. Señalar los aspectos y las características de la intervención en la multicul-


turalidad.

4. Comprender la aplicación de una técnica específica en un caso clínico.


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1. Introducción histórica y definición de la


intervención en la multiculturalidad

¿Qué es la intervención en contextos culturales diversos o intervención en


la multiculturalidad? Este tipo de intervención es un fenómeno relativamen-
te nuevo que pretende trabajar respetando otros sistemas de creencias y valo-
res que no sean los del mundo occidental, blanco y masculino. Por tanto, es
aquella intervención que tiene en cuenta la etnia, el género, la orientación
sexual y la clase�social.

Su aparición coincide con el auge del posmodernismo como movimiento cul-


tural y filosófico. Este movimiento, que se podría definir como un conjunto
de actitudes y creencias que destacan por su heterogeneidad, intenta evitar
conceptos dicotomizados y reificados y, sobre todo, verdades a ultranza.

Este movimiento se opone a la posición moderna que propugna que es posi-


ble un conocimiento unificado, basado en verdades absolutas que nos lleven
a aprehender la realidad. Por tanto, el modernismo se caracteriza por una tra-
dición racional, lineal, positivista y empírica en las ciencias.

En cambio, para el posmodernismo la verdad es cuestión de perspectiva. Se-


gún este movimiento, hay que revisar la verdad y la ética mediante la refle-
xión acerca de nuestras realidades, considerándolas proposicionales y nuestras
normas, como locales, provisionales y políticas. De hecho, también se conoce
como sabiduría�de�la�inseguridad.

El posmodernismo pone en duda la existencia de una verdad única y


todo se observa desde la óptica de la contextualización: no se puede
comprender nada sin tener en cuenta el contexto en el que tiene lugar.

Podemos destacar como puntos en los que se relaciona el posmodernismo con


la multiculturalidad los siguientes:

1) Se aceptan diferentes puntos de vista y nunca son identificados como bue-


nos, malos, correctos o incorrectos.

2) Se cree que los individuos construyen su visión del mundo por medio de
complejos procesos sociales, identificándose con las influencias y modas do-
minantes en la sociedad en ese momento.
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3) Se considera que sólo se puede comprender aquello que queremos com-


prender, siempre y cuando se tenga en cuenta su contexto.

4) Se aceptan dos o más puntos de vista sobre una "realidad".

5) El lenguaje posee mucha importancia, ya que mediante el lenguaje y las


palabras podemos acceder a cómo ven la realidad los demás. En efecto, son las
palabras narradas las que nos transmiten los significados.

Ejemplo

Pensemos, por ejemplo, en una cliente de etnia gitana. Probablemente, el objetivo de


su cambio partirá del respeto a los valores de su cultura, aunque acuda a terapia porque
está deprimida debido a que pesan sobre ella demasiadas cargas familiares (ir a trabajar
al mercado, cuidar de las personas mayores de su familia, llevar la casa y hacer de padre y
madre para sus hijos, mientras su marido pasa los días en el bar). Pero su cultura le marca
la obediencia a su marido, el respeto hacia los mayores y la responsabilidad del bienestar
familiar. Ella no querrá traicionar sus principios, aunque nuestro estándar de salud nos
diga que tiene que hacerlo para empezar a encontrarse bien. Para ayudarla, el terapeuta
tendrá que ser más creativo.

Trabajar en contextos culturales diversos implica tener en cuenta los sesgos


que conlleva el hecho de vivir en nuestra sociedad. De hecho, lo que los es-
tándares de Occidente pueden considerar patología, puede no serlo en otras
culturas, lo cual puede hacernos incurrir involuntariamente en errores de in-
tervención.

Ejemplo

Por ejemplo, el trastorno obsesivo-compulsivo o Waswas se asocia en los países musul-


manes con el ritual religioso de la ablución y de la oración. No se ve como una enferme-
dad que puede recibir un tratamiento, sino que, por el contrario, se considera como una
tentación del diablo dirigida a disuadir a la persona de llevar a cabo sus deberes religiosos
y, por tanto, no se le presta la atención que necesita.

En este modulo examinaremos tres contextos culturales diferentes: la pobreza,


la inmigración y el género, más que con la intención de establecer modelos de
intervención, con la de plantear preguntas que nos lleven a reflexionar sobre
la relatividad de nuestras creencias en torno a lo establecido como correcto.

La intervención en la multiculturalidad pone de manifiesto la necesidad


de flexibilización sobre el modelo de salud y los criterios de intervención
psicológica, ya que en este punto el respeto por otras realidades y valores
se ponen altamente de manifiesto.
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La intervención en contextos culturales diversos se caracteriza por te-


ner en cuenta valores y creencias diferentes a los del mundo occidental,
blanco y masculino, y de este modo salir de una postura de egocentris-
mo cultural.

Nace paralelamente al movimiento cultural posmodernista, que procla-


ma que no existe una sola verdad y que, para comprender cualquier
realidad, hemos de tener en cuenta su contexto. Por lo tanto, pone de
relieve el respeto y la humildad de conocimiento a la hora de abordar
cualquier cuestión.

Así, en el tema de la salud y la intervención en contextos culturales


diversos, el posmodernismo remarca la necesidad de flexibilización del
modelo que utilizamos y de los criterios de intervención, dado que aquí
el respeto por otras realidades y valores se ponen altamente de mani-
fiesto.
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2. Posibles áreas de aplicación

2.1. Problemas en la intervención psicológica en el contexto de


la pobreza

Para nosotros, los profesionales, trabajar en contextos�de�pobreza, ya sea des-


de una óptica individual o familiar (en cuyo caso nos encontraríamos con
las llamadas familias multiproblemáticas) pone de manifiesto las limitaciones
pragmáticas, teóricas y sociales que implican nuestras intervenciones. De he-
cho, la intervención en contextos de pobreza resalta la pobreza de nuestros
recursos de intervención, pues las personas que viven en dicho contexto:

1) Sufren condiciones� socioeconómicas continuamente inestables que las


invitan a la marginalidad desde muy temprana edad.

Ejemplo

Los progenitores –sin trabajo en la mayor parte de las ocasiones– caen, en el peor de
los casos, en el alcoholismo o la delincuencia, y esto provoca separaciones familiares
por procesos jurídicos o internamientos por salud; en el mejor de los casos, dependen
de subsidios sociales, con el consiguiente seguimiento por parte de las instituciones y la
sensación de control y miedo (a perder las becas, subvenciones, etc.) que continuamente
les afecta. Los niños tienen que espabilarse para sobrevivir, hecho que no facilita en nada
su asistencia a la escuela. Su formación en el ámbito cultural y profesional es baja, de
manera que también lo tienen difícil a la hora de encontrar un trabajo que les permita
salir de las condiciones de vida que tienen. Además, los grupos de apoyo son los de
la calle, es decir, los que proporcionan el contacto con el mundo de las drogas y de la
delincuencia juvenil.

2) Desde la perspectiva relacional, igual que desde la socioeconómica, la ines-


tabilidad existencial es la pauta predominante. Ésta siempre viene acompaña-
da de problemas emocionales y comportamentales.

Ejemplo

Hay que tener en cuenta que la violencia doméstica, la desestructuración familiar, el


abandono de menores, las dependencias en su más amplia gama (alcoholismo, ludopatía,
cleptomanía, drogodependencias) coexisten cotidianamente en la vida de estas personas
y familias.

Reflexión

¿Qué significa en nuestra sociedad ser pobre? Lo primero que nos imaginamos es a al-
guien sin casa (o en una barraca) que vive en condiciones infrahumanas. Ahora bien,
también debemos considerar a aquellas personas que sobreviven gracias, básicamente, a
subsidios que reciben de los servicios sociales.
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La intervención psicológica en contextos de pobreza significa tratar no


sólo con un malestar psicológico, sino con unas condiciones sociales
y económicas que dificultan el establecimiento de un marco adecuado
para la recuperación, con unas condiciones relacionales disfuncionales
y/o inexistentes que implican una inestabilidad emocional continua.

Ante todo lo que acabamos de exponer, el primer problema que podemos de-
tectar como profesionales de la salud mental se presenta en la forma� frag-
mentada en que intervienen algunas de las diferentes instituciones que tra-
bajan en el "caso". Esta fragmentación conlleva una falta de coordinación y
una comunicación deficiente entre los distintos servicios de atención social.

Pensemos que estas familias o individuos, cuyo ritmo de vida cotidiana está
marcado por las condiciones antes descritas, suelen habitar en una frontera
relacional con diferentes instituciones y sistemas que resultan esenciales en su
existencia del día a día. De hecho, una vez entren en relación con esta red de
instituciones, los individuos o las familias dejarán de narrar su historia y será
la sociedad, por medio de sus instituciones, la encargada de narrarla por ellos.
Se convierten, pues, en un "caso" en el que cada institución narra su versión
sobre él. Estas instituciones (el sistema escolar, los juzgados, la policía, los ser-
vicios sociales, etc.) tienen el poder para tomar decisiones sobre sus vidas que
pueden acarrear consecuencias de larga duración para los miembros de estas
familias. Muchas veces, ni siquiera comprenden demasiado bien las funciones,
modos de operar, derechos y áreas de responsabilidad de tales instituciones.
Asimismo, suelen desconocer sus propios derechos y formas de acceso a otros
sistemas de los que se encuentran marginados.

A menudo, las instituciones de asistencia social poseen una concepción de


la intervención pragmática� y� moralizadora. De hecho, aunque muy sutil-
mente, estas instituciones –en tanto representantes de la sociedad– en muchas
ocasiones culpan a las familias o a los individuos por el abuso de drogas, la
carencia de vivienda y la dependencia económica, considerándolas una carga
social. Evidentemente, esto influye en las decisiones que toman, decisiones
que van a ser vitales para las familias o los individuos.

Por ello, si bien es cierto que la violencia es una realidad palpable en la vida de
estas personas y de estas familias, también lo es que sufren dos tipos de vio-
lencia: la de dentro�de�la�misma�familia y la que acarrean ciertas�interven-
ciones�profesionales. La primera tiene que ver con la pobreza, la impotencia
y la desesperación que ya son existenciales para ellos y están arraigadas en los
ciclos familiares de esta población. El segundo tipo, en cambio, deriva de la
intromisión y del poder casi absoluto que tiene la sociedad cuando ejerce fun-
© FUOC • PID_00274992 12 Intervención en contextos culturales diversos

ciones de control. Con esto no queremos decir que las intervenciones sociales
no�sean�necesarias, pero sí presentan el riesgo de no reconocer las estructuras
familiares y la individualidad.

En realidad, estas familias pueden parecer caóticas. Las personas van y vienen,
y los individuos parecen desconectados entre sí. Esa inestabilidad es, en parte,
un estilo de vida en medio de la pobreza, las drogas y la violencia, pero tam-
bién es el resultado de ciertas intervenciones sociales. Los niños son separados
de sus progenitores para su posterior recolocación en hogares sustitutos, los
miembros son encarcelados u hospitalizados. Estas intervenciones, la mayoría
de las veces necesarias, desarticulan las estructuras familiares; se llevan a cabo
sin tomar en cuenta los vínculos emocionales positivos y anulan los recursos
potenciales.

Ejemplo

Se dice que las personas que dependen de las drogas están tan desconectadas de la reali-
dad que no pueden formar vínculos de afecto; por lo tanto, las madres pueden descui-
dar a sus hijos. Esto sólo es verdad parcialmente. Así, algunos padres sustitutivos, muy
observadores, comentan que los niños a quienes cuidan aman a su madre biológica y
quieren estar con ella, incluso los que han sido golpeados o descuidados. Esto es ilógico
de no ser por unos lazos afectivos profundos que superan la ambivalencia emocional de
los malostratos o los abandonos.

Las intervenciones diseñadas para intervenir en la pobreza no siempre


respetan los recursos de los individuos y las familias, buscando solucio-
nes drásticas y patologizantes, aunque, en muchos casos, la alternativa
diseñada (la separación o la subvención) sea la necesaria.

Señalamos como las principales�dificultades del terapeuta que tiene que in-
tervenir en un contexto de pobreza las siguientes:

1)�La�desesperanza,�la�impotencia�y�la�falta�de�sentido que agobian al pro-


fesional por el hecho de trabajar día a día con historias llenas de miseria y
degradación humana.

2)�La�tensión�que�implica�ser�el�intermediario entre la institución (que tiene


una serie de objetivos –básicamente "normalizar" la vida del receptor de la
intervención–) y la demanda que ha recibido. Pensemos que a veces ambas
son incompatibles.

3)�La�pasividad�por�la�desconfianza�del�cliente, que identifica al profesional


bien con la institución o bien con el rol de benefactor. En el primer caso, se
señala al profesional como sospechoso de tener agendas ocultas (objetivos no
explicitados) que presentan como trasfondo el control por parte de la sociedad.
En el segundo caso, en cambio, la familia o el individuo intentará convencerlo
de que son merecedores del presunto subsidio o ayuda.
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Estas tres dificultades pueden hacer que el terapeuta sufra el síndrome� del
burnout, que consiste en "quemarse" profesionalmente, lo cual le hace distan-
ciarse en su trabajo e implicarse poco, y sentir desesperación.

Como bien podemos ver, el hecho de intervenir en el contexto social de la


pobreza es un tanto desalentador, de modo que se requieren nuevas estrategias
para que las intervenciones sean útiles y, al mismo tiempo, respetuosas con
sus posibles beneficiarios.

Desde la perspectiva de intervención sistémica, se han realizado interesantes Reflexión


trabajos en contextos de pobreza. Coordinando el trabajo de las diferentes
¿Qué criterios se deberían uti-
instituciones que intervienen en el caso y poniendo en marcha los recursos lizar para decidir si se tienen
funcionales de la familia y de sus componentes, se han conseguido interven- que separar a unos hijos de sus
padres y entregarlos en régi-
ciones más respetuosas y ecológicas que han permitido devolver a la familia men de acogida o no?

la posibilidad de recuperarse por sí misma.

Bibliografía

P. Minuchin, J. Colapinto y S. Minuchin (2000). Pobreza, institución, familia. Buenos Aires:


Amorrortu.

En esta obra se describe el trabajo sistémico con las familias e instituciones implicadas
en un barrio marginal de Nueva York. Salvador Minuchin ya había realizado un trabajo
pionero en situaciones de pobreza en la misma zona en los años sesenta. Pensamos que
es uno de los pocos enfoques que ha mostrado alguna utilidad en estos contextos tan
desfavorecidos.

M. Coletti y J. L. Linares (Comp.) (1997). La intervención sistémica en los servicios sociales


ante la familia multiproblemática. Barcelona: Paidós.

Con el mismo modelo sistémico, en esta obra se exponen las bases para el trabajo con
familias multiproblemáticas y se describe la aplicación del modelo en una experiencia en
Ciutat Vella, en la ciudad de Barcelona. La proximidad geográfica y conceptual de este
trabajo lo hace especialmente útil y recomendable.

2.2. Problemas en la intervención psicológica en el contexto de


la inmigración

Aunque ambas situaciones comporten miseria y marginalidad, pobreza e in-


migración presentan dificultades diferentes a la hora de ser abordadas psico-
socialmente. De entrada, sería importante puntualizar que el término inmi-
grante es muy amplio y heterogéneo, ya que dentro de este colectivo se inclu-
yen personas de muy diversos orígenes: desde refugiados de guerra, pasando
por refugiados económicos, mano de obra barata, trabajadores altamente cua-
lificados y estudiantes, hasta llegar a directivos y empresarios. Evidentemente,
cada una de estas situaciones supone una categorización diferente por parte
de la sociedad receptora y cada categorización, una serie distintiva de estereo-
tipos.

De hecho, la situación económico-social (si son ejecutivos de empresas ex-


tranjeras, o jubilados del norte de Europa que viven en zonas turísticas, o tra-
bajadores cualificados que deciden emigrar por las ventajas que ofrece este
mercado laboral, o inmigrantes que vienen forzados por el hambre y la per-
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secución política, poco cualificados y que se emplean en trabajos precarios)


y la jurídico-administrativa (su situación legal) influirán en la percepción
que tiene la sociedad receptora de los inmigrantes, la cual dependerá en gran
medida de la categoría en que se los encuadre. Otros factores que pueden in-
tervenir en esta categorización, además de los ya nombrados (situación eco-
nómico-social y administrativo-jurídica), son la lengua (si tienen como len-
gua materna el castellano o si utilizan lenguas de prestigio como el inglés o
el francés, o si, por el contrario, hablan lenguas desprestigiadas, como pueden
ser las africanas y asiáticas) y el tipo de vínculos�históricos existentes entre
la sociedad de origen y la de destino.

Lo importante para nosotros es que los estereotipos se ven reforzados por me-
dio de cualquier acción que realice uno de los miembros del grupo pertene-
ciente a esa categoría, si dicha acción coincide con las expectativas que tiene
la sociedad receptora con respecto al estereotipo. De esta forma, romper el
círculo vicioso y salir de la marginalidad que supone pertenecer a un grupo
social determinado resulta, como mínimo, complejo.

Ejemplo

En EE.UU., los hispanos son vistos por la sociedad "culta y normalizada" como penden-
cieros, delincuentes, perezosos, etc., afirmaciones todas ellas que son confirmadas cada
vez que un miembro de dicho grupo hace algo que lo sitúa en la posición que se espera
que ocupe, aunque para él su acción signifique rebelarse contra un sistema que no lo
tiene en cuenta.

En el caso de los inmigrantes con menos estatus social, esta "marginalización"


está clara y se suma al conjunto de dificultades que conlleva el hecho de crearse
una vida nueva en un país diferente. Las citadas dificultades son:

1)�Condiciones�económicas�y�de�vida. La pobreza y las condiciones de tra-


bajo y de vivienda inciden directamente en el estado de salud física y mental.

2)�Desarraigo�y�aspectos�emocionales. El desarraigo, la ruptura y la separa-


ción familiar conllevan aspectos de duelo, la mayoría de las veces no elabora-
dos, debido a las presiones existenciales por salir adelante y ayudar a la familia
que sigue en el país de origen. La actitud de negación para sobrevivir en estas
nuevas condiciones supone a medio plazo sintomatología emocional impor-
tante. Todo ello, junto con la precariedad legal y la falta de perspectivas de
futuro crean malestar y tensiones psicosociales que afectan al estado de salud
(depresiones en las mujeres, alcoholismo en los hombres –si su religión se lo
permite–, obsesiones, etc.). Además, este desarraigo también trae consigo la
ausencia de una red socioafectiva, que dé apoyo precisamente cuando más lo
necesitan.

3)� La� cultura� y� la� integración� en� una� nueva� sociedad. Pensemos que se
mueven en una cuerda floja. Por una parte, adaptarse a las nuevas normas
sociales significa ahorrarse muchos problemas de incomprensión y margina-
lidad; por otra, amoldarse a la nueva cultura implica una pérdida de identidad
importante y de desarraigo histórico. La consecuencia de todo esto es colocar-
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se en una de las dos polaridades: o se cierran en sus costumbres, de manera


que el intercambio es difícil ya que las fronteras de ambas culturas se vuelven
impermeables y no dejan paso a la comunicación y a la negociación; o bien
no existen esas fronteras y renuncian a todo lo que han sido en pro de una
nueva vida que se supone mejor.

Cuando tenemos que intervenir en el contexto de la inmigración, de-


bemos tener en cuenta que en el malestar que presente la persona con
quien tenemos que trabajar se reúnen dificultades socioeconómicas,
desarraigo y procesos de duelo no elaborados, poca integración cultu-
ral, pero también la constante lucha ante el rechazo y el miedo de una
sociedad que tiene prefabricada una imagen de ellos.

Por otro lado, ¿qué dificultades nos encontramos los profesionales? Aparte
de las ya comentadas con respecto a la pobreza de falta�de�comunicación�y
fragmentación entre las instituciones que intervienen en las diversas facetas
biopsicosociales que ofrece un individuo o familia, nos hallamos con otras
idiosincrásicas propias de la inmigración:

• La intervención es compleja porque existe el inconveniente del idioma.


En el mejor de los casos, tendremos a un individuo que habla nuestro
idioma, pero que mentalmente traduce lo que quiere decir de su lengua
a la nuestra. Por lo tanto, quizá el significado que dé a unas palabras no
sea el mismo que le demos nosotros, y el mundo de representación que
las acompañe esté muy alejado del que nosotros nos imaginamos. En el
peor de los casos, prácticamente no hablará nuestro idioma y tendremos
que ser muy creativos para ayudarlo.

• Otra dificultad, relacionada con la anterior, tiene que ver con que los as-
pectos de índole�cultural pueden afectar a la comprensión de la proble-
mática de los clientes. Pensemos que la concepción del mundo y, con ella,
las normas sociales y religiosas pueden estar muy alejadas de las nuestras,
por lo que puede resultar complejo comprender cuáles son los circuitos de
funcionamiento social y las implicaciones a escala emocional. Esta con-
cepción del mundo diferente también influye en la visión de la salud y de
la enfermedad, que condicionan, sin duda, el acceso y el seguimiento de
cualquier tipo de intervención que podamos proponer.

Ejemplo

Por ejemplo, el trastorno obsesivo-compulsivo o Waswas se asocia en los países musul-


manes con el ritual religioso de la ablución y de la oración. No se ve como una enferme-
dad que puede recibir un tratamiento, sino que, por el contrario, se considera como una
tentación del diablo dirigida a disuadir a la persona de llevar a cabo sus deberes religiosos
y, por tanto, no se le presta la atención que necesita.

• El egocentrismo�cultural�occidental también puede interferir en el tra-


bajo de intervención psicológica, dado que podría condicionarnos a tomar
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la postura de "enseñar" qué es lo correcto y qué no lo es a una persona


que viene de una cultura "no tan evolucionada" como la nuestra. Eviden-
temente, la neutralidad del trabajo en ese caso desaparece y no se respeta
la realidad del otro como persona. Además, de este modo nos hacemos
"normalizadores" sociales, ayudando a la cultura a absorber las diferencias
y a no evolucionar –cualquier diferencia obliga a la adaptación y a la ne-
gociación, o sea, al cambio.

Reflexión

Claro que estos problemas sólo tendrán lugar en caso de que los individuos o familias en
tratamiento provengan de culturas con poco prestigio en nuestra sociedad; si, en cambio,
su país de origen es afín a nuestra cultura (y además, rico), ¿presentaríamos la misma
actitud?

En la inmigración, las dificultades socioeconómicas y emocionales que


sufren las personas que viven inmersas en ésta se suman a las que, sin
querer, crean cierto tipo de intervenciones que no tienen en cuenta los
recursos y las expectativas de las personas con quienes se trabaja. Ade-
más, la forma fragmentada, poco coordinada y un tanto normalizadora
tampoco respeta la individualidad de cada sujeto.

A todo esto debemos sumarle el desarraigo y los procesos de duelo no


resueltos, la cultura y el esfuerzo que significa la integración en una so-
ciedad nueva, además de la lucha ante el constante rechazo de la socie-
dad receptora.

Los profesionales nos encontramos con que en este tipo de contextos


la intervención es compleja, porque existe el inconveniente del idioma,
de la cultura –la mayoría de las veces muy alejada de la nuestra– y del
egocentrismo cultural occidental que nos puede llevar a tratar de "nor-
malizar culturalmente".

Trabajar en el contexto de la inmigración cuenta con muchas dificulta-


des, pero, sin duda, las más importantes son sus propios estereotipos
y creencias sobre su sociedad, así como la relación con un mundo dife-
rente y alejado de sus costumbres.
© FUOC • PID_00274992 17 Intervención en contextos culturales diversos

2.3. Problemas en la intervención psicológica en el contexto del


género

2.3.1. Introducción

El tema del género aparece en psicología como consecuencia del momento


cultural que se vivió en los años sesenta y setenta, cuando los movimientos
sociales plantearon la discriminación de la mujer en muchas áreas y abogaron
que era la forma en que se prescribían culturalmente roles sociales, actitudes
y valores la responsable del estatus social y psicológico femenino.

Pero ¿qué es el género?

Básicamente, podemos definirlo como un conjunto de comportamien-


tos, actitudes, atributos y profesiones que clasifica cada cultura como
masculinas o femeninas, que varían notablemente de unas sociedades
a otras y cambian en diferentes épocas históricas.

Por lo tanto, el concepto de género gira en torno a la cultura, mientras que el


sexo (entendido como propiedad biológica, que se relaciona con la anatomía,
las hormonas y la fisiología) lo hace en torno a la biología.

Aunque a veces tiendan a confundirse, ambos conceptos presentan áreas de


definición bien delimitadas, como vemos en la tabla 1. Sin embargo, lo cierto
es que estos conceptos están muy interrelacionados. El sexo sirve de base para
el juego social del género, un juego en el que mediante la percepción de las
diferencias biológicas entre sexos se construyen significados –en algunas oca-
siones, únicamente sobre la base de la oposición– que dan pie a un funciona-
miento social (normas, actitudes, rasgos) asociado a cada categoría de género.

Sexo Género

1) Biológico. 1) Cultural.
2) Categoría femenina o masculina. 2) Significados culturales de las categorías
3) Intercambio sexual. hombre y mujer.
4) Diferencias fisiológicas entre hombres y 3) Relación hombres-mujeres compleja.
mujeres. 4) Diferencias en normas, rasgos, actitudes,
etc. culturales sobre hombres y mujeres.

Conceptos asociados a los términos sexo y género (Caro, 2001).

Ejemplo

Generalmente, el sexo masculino tiene una masa muscular más desarrollada que el sexo
femenino. La construcción social de esto es que el hombre es más fuerte que la mujer. Una
de las consecuencias por lo que respecta al funcionamiento social es que la proporción
de hombres que se dedican a profesiones que requieren el uso de la fuerza (construcción,
carga y descarga) es más elevada que la de las mujeres.
© FUOC • PID_00274992 18 Intervención en contextos culturales diversos

El género absorbe las maneras de estar en la cultura y afecta a todas las


interacciones sociales, tanto entre sexos como con el mismo sexo, pres-
cribiendo los comportamientos, actitudes y normas que ha de seguir
cada sexo en su relación con el mundo y consigo mismo.

En el tema de la salud y, concretamente, en el tema de la salud mental, el


género está presente. De hecho, la tasa de hombres y mujeres es diferencial
en los principales cuadros diagnósticos y se han elaborado teorías biopsicoso-
ciales para abordar esta cuestión. Aunque nos centraremos en este aspecto un
poco más adelante, ahora valdría la pena examinar con algo más de detalle
esas diferencias en la presentación de sintomatología.

2.3.2. Diferencias sintomatológicas según el género: el problema


del diagnóstico

Ya en la salud física, hombres y mujeres muestran prevalencias diferenciales.


Las investigaciones avalan que los hombres presentan un índice superior de
mortalidad (tasa de muerte) y las mujeres, en cambio, de morbilidad (grado o
frecuencia de enfermedad). En salud mental, como se ha comentado, hombres
y mujeres también difieren en tasas en los cuadros diagnósticos. De hecho, a
simple vista la conclusión es bastante clara: "Las mujeres tienen más enferme-
dades y usan más los servicios de salud que los hombres" (Caro, 2001), pese
a que los hombres padecen enfermedades mentales más graves (podéis ver la
tabla siguiente).

Morbilidad proporcional

Hombres Mujeres

Desórdenes�depresivos 34,02 42

Otras�neurosis 23,4 23,7

Trastornos�de�ansiedad 7,9 11,2

Alteraciones�histéricas�e�hipocondríacas 2,3 2,4

Trastornos�del�sueño 5,7 7,5

Esquizofrenia 5,3 1,7

Psicosis�orgánicas 4,2 2,4

Otras�psicosis�no�especificadas 3,8 1,3

Psicosis�afectivas 1,5 1,7

Patrón epidemiológico de algunos trastornos mentales dependiendo del género (Almenar y Gómez Beneyto, 1988).

Evidentemente, para entender estos datos lo primero que tenemos que hacer
es encuadrarlos históricamente. El auge de la psiquiatría y el incipiente inicio
del psicoanálisis en el siglo XIX ayudaron a vincular locura con carácter feme-
© FUOC • PID_00274992 19 Intervención en contextos culturales diversos

nino, terreno que antes era básicamente masculino. Por un lado, la mayoría de
las teorías psicoanalíticas clásicas, en el mejor de los casos, ahogan el desarro-
llo de la personalidad de la mujer en el seno del desarrollo falocéntrico mas-
culino; y en el peor de los casos, ofrece un modelo de inferioridad y deficiencia
para el desarrollo de la mujer. Si a esto le sumamos, por otro lado, las normas
sociales vigentes (era la época victoriana) que atenazaban la vida de las muje-
res en todos los ámbitos y remarcaban el poder del hombre sobre la mujer, se
asociaran rasgos femeninos con inferioridad biológica y psicológica, y se ob-
vió el sentido contextual que pudieran estar transmitiendo los síntomas. Por
ejemplo, el trastorno más presente en esa época en las mujeres es la histeria.
Las reglas victorianas con respecto a la sexualidad prescribían la castidad y la
no expresión del placer –sobre todo en las mujeres– como signo de educación,
cultura y, especialmente, de control. Ante tal panorama no es de extrañar el
contenido erótico del inconsciente femenino.

A partir de ese momento, existe un largo historial de clasificaciones de la sin-


tomatología femenina que recogen las distintas reacciones emocionales ante
los roles que les toca desarrollar social y culturalmente.

Ejemplo

Recordemos brevemente, por ejemplo, el síndrome� del� nido� vacío ante el duelo que
presentan las madres en el periodo de transición en que sus hijos abandonan el hogar
para independizarse; o el síndrome del ama de casa, en el caso de presentar síntomas de
apatía, tristeza o baja autoestima ante un trabajo sin remuneración ni valoración familiar;
o el síndrome�de�la�superwoman, cuando presentan estrés ante la cuádruple jornada
laboral –trabajar fuera de casa, trabajar en casa, ejercer de madre y esforzarse por ser un
esposa excepcional.

Diferentes estudios demuestran que las mujeres presentan una mayor tenden-
cia a padecer trastornos� afectivos, agorafobias, pánico, trastornos� de� so-
matización, trastornos�alimentarios y trastornos�límite�de�personalidad;
mientras que los hombres, en cambio, tienen tasas más elevadas en suicidios,
delincuencia, alcoholismo y esquizofrenia (teniendo en cuenta que, en este
trastorno, la sintomatología también es más grave en los hombres).

Basándose en la dificultad que tienen los hombres para informar de la sinto-


matología anímica y para pedir ayuda (a diferencia de las mujeres, a quienes
socialmente se las acepta con facilidad bajo estos esquemas), hipotetizamos
que la conducta de beber, el suicidio y el crimen son la expresión de malestar
en los hombres. Sobre todo en el tema del alcohol, parece que la vinculación
está clara, ya que funciona como antidepresivo (no sólo funcionalmente, sino
también a escala fisiológica) en el varón; no así en las mujeres, en las que su
uso tiene que ver con una sintomatología de base más severa. Por otra parte,
hay sesgos�médicos en diagnosticar la naturaleza de las quejas del paciente
femenino.

Estos sesgos tienen que ver con los aspectos que presentamos a continuación:
© FUOC • PID_00274992 20 Intervención en contextos culturales diversos

• Los médicos varones no suelen contemplar el malestar masculino como


una enfermedad, sino que tienden a justificarlo contextualmente y, de no
ser estrictamente necesario, no dan medicación ni recomiendan un trata-
miento psicológico.

• Se favorece que las mujeres tomen medicación (ansiolíticos, antidepresi-


vos), puesto que funcionan los estereotipos sobre la mujer débil, psicoló-
gicamente enferma, que necesita ayuda externa para funcionar.

• En este sentido, se ha encontrado que los conceptos que se tienen sobre


qué es una "mujer normal" y una "mujer mentalmente enferma" están mu-
cho más cercanos que los que recogen qué se considera que es un "hombre
normal" y un "hombre mentalmente enfermo".

De todos modos, es socialmente más aceptable pedir ayuda para las mujeres.
Así, el estereotipo que se espera de las mujeres es ser más débiles, menos capa-
ces de conseguir lo que quieren por medio de sus acciones y, por consiguiente,
más necesitadas de ayuda y protección. Por otra parte, los hombres de nuestra
cultura están claramente reforzados hacia el logro y la competencia.

Y es que, en efecto, parece que la ética de la salud es masculina. Estar sano


es estar activo, dirigido hacia un logro, cumpliendo unas obligaciones. Esto
puede conllevar que los hombres no reconozcan los síntomas, al estar centra-
dos en cosas que, según los esquemas de valoración social, son más importan-
tes. Además, las mujeres suelen expresar más sus emociones acudiendo a sus
iguales. Poseen una larga tradición en contar con redes de apoyo social y, en
consecuencia, están más entrenadas en comentar el estrés emocional que los
hombres.

Asimismo, hay que tener en cuenta que hombres y mujeres mantienen re-
laciones diferentes con el cuerpo. Así, para los hombres es un instrumento,
mientras que para las mujeres el cuerpo delimita su identidad personal y, en
este sentido, los hombres hacen menos caso a los mensajes sintomáticos que
les envía su cuerpo, mientras que las mujeres los atienden con bastante más
celeridad.

Reflexión

¿Creéis que la valoración que realiza un profesional de una depresión de una mujer es
igual que la que hace en un hombre? ¿A cuál de las dos se la inviste de más importan-
cia, se ve como más invalidante, más grave? ¿Tiene para la sociedad el mismo valor un
trastorno sufrido por una mujer que por un hombre? Se ha comprobado que distintos
profesionales de la salud mental emitían diferentes diagnósticos ante un mismo caso de
trastorno de personalidad presentado con género masculino o femenino. En el caso del
género femenino, se diagnosticaba trastorno histriónico de la personalidad, y en el del
género masculino, trastorno narcisista de la personalidad. ¿Estamos, pues, libres de este-
reotipos?
© FUOC • PID_00274992 21 Intervención en contextos culturales diversos

Existen diferencias en la expresión del malestar que utilizan los hombres


–conductas autoagresivas (suicidio) y agresivas (delincuencia), alcoho-
lismo y esquizofrenia– y la que utilizan las mujeres –trastornos afectivos,
agorafobias y ataques de pánico, trastornos psicosomáticos, trastornos
alimentarios y trastornos límites de la personalidad.

Podemos utilizar tres hipótesis para abordar las diferencias en el ámbito del
género en salud mental:

1)�Hipótesis�artifactual. Según esta hipótesis, las mujeres informan en mayor


medida que los hombres de estrés y de síntomas afectivos.

Ejemplo

En los trastornos afectivos, esta hipótesis apunta a que los hombres con síntomas depre-
sivos expresan síntomas más apropiados con el rol sexual, como problemas relacionados
con el trabajo. En la ansiedad, también los hombres muestran más dificultades para ex-
plicitar sus problemas y parece que utilizan el alcohol para canalizar sus miedos y ade-
cuarse a su rol; de manera que, en el caso de la fobia social, si un chico va a una discoteca
a ligar y eso le produce miedo porque se siente poco hábil, un recurso muy común que
utilizan para permitirse hacer lo que no harían de otro modo es el alcohol.

2)�Hipótesis�biológica. Sugieren que la mayor vulnerabilidad de las mujeres


se debe a factores transmitidos genéticamente, en el sentido de que las mujeres
presentan un mayor riesgo de cambios en su estado de ánimo asociados a sus
ciclos de reproducción.

Ejemplo

Con respecto a la ansiedad, se barajan hipótesis en las que se expone que la mayor pre-
valencia de ansiedad en las mujeres se debe a los cambios endocrinos que sufren en la
fase menstrual. Popularmente, son conocidos los cambios de humor de las mujeres en
los días previos a la llegada del ciclo menstrual, así como la ansiedad que las aborda y
que pagan comiendo más o discutiendo.

3)�Hipótesis�psicosociales. Se refieren a las hipótesis relacionadas con la posi-


ción social de cada uno de los sexos; así, tanto hombres como mujeres estarían
pagando sintomáticamente la normativa en el ámbito de la conducta, actitud
y funcionamiento que les impone la sociedad por el hecho de pertenecer al
género que les corresponde.

Ejemplo

Sugieren que una tasa desproporcionada de depresión en la mujer tiene que ver con su
nivel social inferior, ya que las mujeres están sometidas a presiones crónicas (su estilo de
vida y las cargas familiares que conlleva olvidarse de las propias necesidades en pro de
las necesidades de los demás), mientras que los hombres experimentan más situaciones
de estrés agudo. Además, al parecer los hombres y las mujeres experimentan el estrés de
forma diferente: su umbral de percepción es más bajo o son más vulnerables a sufrirlo. Por
otra parte, las mujeres sufren más trastornos de ansiedad (en sus diferentes formatos de
presentación sintomatológica: agorafobia, fobia específica, pánico, fobia social, ansiedad
generalizada, etc.). De hecho, la agorafobia se ha considerado un síndrome femenino.
Con respecto a esta última sintomatología, la perspectiva psicosocial propugna que la
agorafobia de la mujer casada expresa metafóricamente las ansiedades de sus maridos
ante su capacidad de control del hogar y los niveles más elevados de independencia y
posición que poco a poco van logrando las mujeres.
© FUOC • PID_00274992 22 Intervención en contextos culturales diversos

Ninguno de estos tres tipos de hipótesis son concluyentes, pero, sin lugar a
dudas, las tres pueden hacernos reflexionar sobre el hecho de que no hay una
explicación sencilla en el tema del género y la salud mental.

2.3.3. Problemas a la hora de intervenir psicológicamente en el


contexto cultural del género

A partir de todo lo que hemos planteado anteriormente, podemos encontrar-


nos las siguientes dificultades a la hora de intervenir teniendo en cuenta la
perspectiva del género:

1)�La�concepción�de�salud�mental�y�de�cambio�psicológico. Ya hemos visto


que estar saludable se adecua más a la forma de ver el mundo de los hombres
que de las mujeres. Estar bien significa ser racional, controlarse, ser producti-
vo, ser autosuficiente, estar activo, etc. Todos estos estados y maneras de ser
están muy alejadas de la expresión emocional de sufrimiento, como también
lo están de la forma de ser y funcionar de las mujeres. Muchos de los modelos
de intervención psicológica escogen como metas "estar", como se señala en
los anteriores esquemas, de modo que es fácil caer en la trampa de no respetar
otras posibilidades de ser y estar en el mundo y, por tanto, de cambio.

Reflexión

Un ejecutivo de una gran empresa llega a terapia con una fuerte crisis existencial que
se expresa en sintomatología ansiosa y depresiva. Comenta que está cansado, que no
puede más, que quiere dejarlo todo e irse a un pueblo a dedicarse a la agricultura o a
la ganadería. Quiere una vida sencilla. ¿Se nos ocurrirá pensar que huye? Si esto ocurre,
¿qué modelo tenemos nosotros de salud? Conviene que nos lo planteemos.

2) El diagnóstico y sus consecuencias. El diagnóstico es esencial no sólo a la


hora de afrontar y proponer un tratamiento (ya sea en las mujeres, a quienes
fácilmente se les cuelga, como hemos visto, ciertas etiquetas, ya sea en los
hombres, que sufren la falta de detección de su sintomatología emocional),
sino también a escala social, en la que las repercusiones de "padecer" ciertos
trastornos son importantes, puesto que, en muchas ocasiones, categorizan a la
persona como débil o incapaz, por proponer las categorías más eufemísticas.

Ejemplo

Un señor de 60 años, prejubilado, acude a sesión porque padece ataques de pánico des-
de hace unos meses. Se presenta muy defensivo, quitándole importancia a su sintoma-
tología y relacionándola con el cansancio acumulado por tantos años de vida laboral.
Le cuesta mucho pedir ayuda y aceptar que desde que sufre de ansiedad su vida no es
tan activa. Huye de la etiqueta de débil y necesita reafirmar que lo que le sucede no es
algo psicológico, sino simplemente físico y de fácil resolución. Le asusta ser etiquetado
de enfermo mental.

3)�Nuestros�propios�estereotipos sobre cómo es y se comporta un hombre o


una mujer dirigen nuestro trabajo en el diagnóstico y el tratamiento. A casi
todos nosotros nos parece que mantenemos una postura progresiva sobre el
tema del género. Por eso, a diferencia de lo que nos puede ocurrir con el tema
de la inmigración, cuestionarnos cómo miramos a las mujeres y a los hombres
© FUOC • PID_00274992 23 Intervención en contextos culturales diversos

nos resulta innecesario. Sin embargo, todo un mundo de significados sobre


cómo creemos que tienen que ser las relaciones entre hombres y mujeres están
presentes y nos "ayudan" a percibir esa realidad.

Ejemplo

Una terapeuta en supervisión presenta un caso en la modalidad de intervención en pa-


reja. En este caso, la esposa se queja de que su marido no se implica en la relación, puesto
que no la tiene en cuenta a la hora de decidir qué hace los días de fiesta (se lo comunica de
"pasada"); cuando llega la hora de ir a dormir, prefiere quedarse en el ordenador; y cuando
está fuera y lo llama por teléfono, parece que siempre tiene algo que hacer y no le presta
atención. El marido, por su parte, dice que le parece irreal que su mujer interprete todo
eso como un abandono. Él la quiere y punto. En este momento, la terapeuta manifestó
"los hombres siempre se plantean las cosas de forma tan simple...". Éste es un estereotipo
común que circula entre las mujeres sobre la forma de funcionar de los hombres, igual
que existen muchos sobre la forma de funcionar de las mujeres entre los hombres, o de
mujeres entre mujeres, o de hombres entre hombres.

Así pues, la neutralidad es un objetivo fundamental que tenemos que


trabajar si queremos afrontar la intervención en este tipo de contextos
con las premisas del respeto y la creatividad.

En el tema del género, lo primero que detectamos es una tasa diferencial


de prevalencias sintomatológicas. Mientras que en los hombres abun-
dan las conductas autoagresivas (suicidio) y agresivas (delincuencia), el
alcoholismo y la esquizofrencia, las mujeres expresan el malestar con
trastornos afectivos, agorafobias y ataques de pánico, trastornos alimen-
tarios, trastornos psicosomáticos y trastornos límite de la personalidad.

A la hora de abordar el tema del género, los profesionales nos encontra-


mos con una serie de dificultades –la concepción de la salud mental y
del cambio psicológico, que vienen muy dictadas por una perspectiva
masculina, el tema del diagnóstico y sus consecuencias para proponer
un tratamiento, y nuestros propios estereotipos sobre cómo funcionan
los hombres y las mujeres– que se suman a la sensación de que no ne-
cesitamos examinar nuestras creencias sobre esta cuestión, porque ya
sabemos lo que pensamos. De esta forma, el tema de la neutralidad a
veces queda en entredicho.

Ante todas estas dificultades en el momento de intervenir en contextos


culturales diversos, se propone una postura antropológica para evitar las
manchas ciegas sobre nuestra cultura, las connotaciones negativas sobre
otras culturas y que nos volvamos, por tanto, demasiado normativos.

Así pues, este tipo de intervención tiene que cuestionar continuamente


nuestra perspectiva del mundo, nos plantea flexibilizar nuestros instru-
mentos de trabajo y nos posiciona activamente ante nuestra profesión.
© FUOC • PID_00274992 24 Intervención en contextos culturales diversos

De esta forma, profesionales podremos esquivar el síndrome del burnout


y mantener el difícil equilibrio de ser objetivos, profesionales y, al mis-
mo tiempo, humanos.
© FUOC • PID_00274992 25 Intervención en contextos culturales diversos

3. Características de la intervención en la
multiculturalidad

3.1. Apuntes sobre la intervención psicológica en contextos


culturales diversos

Como hemos visto anteriormente, trabajar en contextos culturales diversos


comporta muchos problemas. Desde la dificultad por ser neutral, pasando por
el continuo cuestionamiento de nuestros valores, así como la impotencia y la
desazón que nos embargan como profesionales debido a los escasos resultados
que se obtienen en el tema de la pobreza y la marginalidad, que ponen de
manifiesto los muchos obstáculos que interfieren a la hora de desarrollar una
buena labor profesional.

Ante tales dificultades, los profesionales de la salud podemos caer en ciertos


errores en el afán de encontrar "soluciones". Estas "seudosoluciones" podría-
mos clasificarlas como vemos a continuación:

• Volverse "hiperprofesional", aumentando el umbral de tolerancia al sufri-


miento y limitándonos a "hacer nuestro trabajo". Esta actitud se ve refor-
zada por el sistema económico-social que tiende a profesionalizarlo todo.

Ejemplo

Cuando alguien trabaja en psicoterapia es importante la actitud empática: conectar con


el sufrimiento, la rabia, el dolor de una persona es imposible si esta habilidad no está
activada; si alguien se sitúa en una posición hiperprofesional se pone a distancia y deja
de empatizar. Es lo que les ocurre a muchos médicos después de años de profesión. Se
protegen de la ansiedad, el miedo y la desesperación no acercándose a los enfermos o a
sus familiares desde su humanidad, sino única y exclusivamente como profesionales.

• Volverse "hiperespecialista", limitando la intervención en términos téc-


nicos y en temas determinados. Por ejemplo, especialistas en niños mal-
tratados, en problemas de adaptación de los inmigrantes sudamericanos,
testistas, etc. De esta manera se alcanza cierto grado de confort y control
en un rol muy definido ante la magnitud y la globalidad de los problemas
que se nos presentan.

• Volverse "hiperpolítico", saltando a la esfera política porque, agobiado por


las situaciones, se considera que es imposible hacer algo desde la posición
profesional.

Ejemplo

Éste sería el caso de un psicólogo que trabaja en Servicios Sociales y, cada vez que le
llega un caso, no se detiene a ver cómo puede activar los recursos de la persona o familia
© FUOC • PID_00274992 26 Intervención en contextos culturales diversos

en cuestión, sino que directamente acude a los estamentos políticos del distrito para
facilitarle las cosas a esa persona o familia.

• Volverse el salvador de unos cuantos, hiperinvolucrándose con algunos


clientes a quienes, por "x" motivos, decide ayudar más. Sin embargo, con
este gesto pierde la profesionalidad y la objetividad (y, a veces, hasta el
prestigio frente a esos mismos clientes).

Ejemplo

Una terapeuta llega a supervisión con un caso por el que se siente fuertemente atraída.
Se trata de una mujer que está siendo maltratada psicológica y físicamente por el marido.
Quiere dejarlo, pero no puede. Pide ayuda a la terapeuta, que le ofrece mil y un recursos
y que la llama cuando se queda preocupada al acabar la sesión. Sin embargo, esta mujer
sigue sin moverse de su casa. Pone más esfuerzo e interés la terapeuta que ella para que
cambie su situación.

En aquellas situaciones en las que la neutralidad es un frágil equilibrio


por mantener, resulta complejo ser profesionales y, al mismo tiempo,
humanos, tomar distancia para ver las cosas con objetividad y no invo-
lucrarse demasiado.

Entonces, ¿qué podría orientarnos en este tipo de intervenciones? Probable-


mente, lo fundamental es mantener la actitud de un antropólogo, como si se
estuviese visitando una cultura ajena de la cual se desconoce todo y sobre la
que no se tiene ninguna buena razón para descalificarla desde una posición
etnocéntrica. De este modo, podremos evitar lo siguiente:

• las manchas ciegas que usualmente tenemos hacia nuestra propia posición
cultural;

• las connotaciones negativas que restringen excesivamente las posibilida-


des de acción terapéutica; y

• volverse demasiado normativo.

De hecho, las características de los terapeutas posmodernos podrían orien-


tarnos en este tipo de intervención. Son las siguientes:

1) Estos terapeutas comparten la creencia de que existe una realidad construida


socialmente; por lo tanto, la realidad es relativa y la suya no es precisamente
la verdadera.

2) El cliente y el terapeuta continuamente co-construyen significados en el


transcurso de la terapia.

3) La relación terapéutica no es una relación jerárquica y existe un respeto por


las diferencias que presente cualquier cliente.
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4) Por medio de las conversaciones terapéuticas se liberan voces o historias


negadas u olvidadas (por ejemplo, herencia cultural).

5) El cliente es considerado un experto en su problema; a su vez, el terapeuta


es un profesional especialista en relaciones, problemas y funcionamiento in-
dividual. Ambos co-construyen los objetivos de la terapia a través de la nego-
ciación. Hay que romper con el estereotipo del cliente como objeto y situarlo
como sujeto activo de su cambio.

6) El terapeuta trabaja para descubrir los puntos fuertes y los recursos de las
personas más que para descubrir patologías y efectuar diagnósticos rígidos.

7) El terapeuta utiliza un lenguaje cotidiano en lugar de la jerga psicológica,


lo cual ayuda a crear un clima de colaboración, así como a establecer mayor
cercanía.

8) Presenta una orientación hacia el futuro con la intención de promover el


cambio.

9) Integra métodos no verbales y creativos, en caso de que sea conveniente.

10) Si se trabaja en contacto con otras instituciones, es conveniente conocer-


las, transformarlas en una voz o en una cara y mantener una relación con
ella. Así, la fragmentación y las intervenciones no coordinadas serán más fá-
cilmente evitables.

Como vemos, la intervención psicológica en contextos culturales diver-


sos:

• Cuestiona continuamente nuestra manera de ver el mundo y los ins-


trumentos que tenemos para percibirlo, comprenderlo o integrarlo.

• Así pues, supone plantearnos creativamente nuestra posición en el


problema planteado, así como una flexibilización de nuestros es-
quemas de funcionamiento.

• En este sentido, facilita que mantengamos una postura activa y de


continuo aprendizaje en nuestra profesión, evitando rigideces.

• Es cierto que ésta es una postura menos económica (en el sentido de


que no ahorramos esfuerzos) y más cansada, pero también lo es que
ayuda a esquivar el burnout del profesional, siempre que éste asuma
dónde se encuentran los límites de su trabajo y acote los objetivos
de su intervención.
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4. Técnica ilustrativa

4.1. La intervención en un caso de inmigración: María

María tiene 50 años. Se presenta en la consulta porque padece desde hace dos
días ataques de pánico asociados a sintomatología agorafóbica. Llega en estado
agudo, con claros síntomas de ansiedad durante toda la visita.

María relaciona su estado actual con un episodio de agresividad de su hijo


Omar de 17 años, que esta semana se enfrentó a ella y casi le pega.

Omar siempre ha sido un chico complicado. Ha recibido tratamiento psico-


lógico durante muchos años debido a los problemas de fracaso escolar y a la
falta de integración con sus compañeros. Actualmente, no estudia ni trabaja.
Ha abandonado cualquier formación profesional que haya empezado. Tiene
un juicio pendiente por agresión y lo han multado en varias ocasiones por
pintar graffiti.

La historia de María es compleja. Es la quinta de ocho hermanos. Su familia


es colombiana, aunque en su país sólo quedan sus padres y dos hermanos: la
mayor, casada y con cinco hijos (cuya primogénita se encuentra actualmente
en España viviendo en casa de María) y el hermano pequeño, que vive con sus
padres y no tiene trabajo, pese a tener 39 años. María se vino a España con
24 años. Primero tuvo pequeños trabajos, hasta que consiguió entrar en una
multinacional americana en la que lleva más de veinte años.

Conoció al padre de Omar en una visita a la Costa Brava. Él es pakistaní y en


aquella época se dedicaba a vender artesanía en los mercadillos. María dice
que le dio pena, de lo contrario no puede entender qué vio en él, ya que era
un fresco y un vago. Se casaron y poco después, y casi simultáneamente se
quedó embarazada y descubrió que él ya estaba casado en su país y tenía prole,
y que, además, aquí había dejado embarazada a otra mujer con quien convivía
a ratos. Rompieron su relación y él se marchó. Pocas veces están en contacto.

María dice que a su hijo siempre le ha faltado un padre. Ella siempre ha hecho
lo que ha podido, pero no ha sabido ponerle límites y hacerse respetar. Reco-
noce que su hijo no le gusta. No lo acepta, ya que no es nada de lo que espe-
raba de él: no le gusta la cultura, no es respetuoso, no se dedica a la familia.
Sabe que tendría que aceptarlo, pero no puede. Además, su hijo no se lo pone
fácil, puesto que siempre está confrontándose con ella. No sabe qué hacer. El
© FUOC • PID_00274992 29 Intervención en contextos culturales diversos

último episodio de agresividad explotó porque estaba tomando "pastillas", de


lo cual se enteró cuando consiguió llevarlo a urgencias y Omar se lo comentó
al médico.

En la actualidad, María convive con su hijo Omar, con una sobrina que llegó
de Colombia y con su hermano (el penúltimo) que está aquí desde hace cinco
meses. De hecho, en su casa siempre hay alguien. Han pasado por allí: otro
hermano que estuvo un año hasta que consiguió instalarse por su cuenta, una
hermana que ahora vive en Madrid y multitud de colombianos que vienen en
busca de trabajo y bienestar y, mientras no tienen un puesto laboral y un piso,
se quedan en su casa. Esto no es algo anormal, sino que es casi una norma en-
tre los inmigrantes sudamericanos: acoger a los compatriotas cuando llegan al
país. Sin embargo, a María esto no le molesta, sino que lo agradece porque así
tiene compañía. No le gusta estar sola, aunque le suponga una carga econó-
mica muy alta. En su casa sólo trabaja ella, que es la que paga todos los gastos.
Para Omar, esta situación es desagradable, dado que se siente invadido y no
soporta que su madre preste atención a otras personas que no sean él mismo.

María se queja del pasotismo de su hermano, que no se mueve para arreglar


su situación legal y laboral a la espera de que ocurra un milagro. Dice que en
su país es así. Son las mujeres las que trabajan y consiguen el dinero para salir
adelante; los hombres, mientras tanto, están bebiendo en el bar. Ya lo tiene
asumido.

También se lamenta de que tiene su sueldo en una cuerda floja, puesto que
es la avaladora de un crédito de su hermana de Madrid, de un curso de inglés
de su sobrina y, además, todavía paga un curso que Omar no acabó. Esto la
agobia mucho y la lleva a probar suerte con los juegos de azar: juega a la lotería,
a la ONCE, etc. Pero su problema más grave está en el bingo, donde se deja
el dinero que no tiene. Va casi a diario. Dice que la relaja, que le ayuda a
desconectarse y a olvidar sus problemas. Se ha llegado a gastar 180 € en un día.
No obstante, dice con orgullo que una vez le tocaron 18.000 € en la ONCE, de
los que no se quedó ni un duro porque se lo dio a su hermana mayor para que
se comprara una casa en Colombia –aunque ella viva de alquiler en Barcelona.

Ahora está saliendo con Luis, un señor 20 años mayor que ella, de quien no
está enamorada, pero le hace compañía. Tiene miedo a utilizarlo, pues sólo
acude a él cuando necesita algo.

A María le cuesta hablar de sí misma, de manera que desplaza constantemente


la conversación hacia su hijo y su situación. Dice que no está acostumbrada
a prestarse atención: su vida es el trabajo y la casa, y su único ratito es el del
bingo...

Tiene muchas amigas, pero ellas llevan una vida muy diferente a la suya, ya
que están solteras y sin compromisos. Para ella Omar es una gran carga.
© FUOC • PID_00274992 30 Intervención en contextos culturales diversos

Ahora se ha puesto en contacto con un centro de drogodependencias, donde


ya han tenido una visita. Está quejosa porque el profesional no le ha dejado
entrar y no ha podido expresar su opinión sobre lo que le ocurre a su hijo. De
todos modos, también ha buscado una escuela de padres de hijos con proble-
mas de drogodependencias. Sin embargo, lo que ahora desea con más ímpetu
es acabar con sus ataques de pánico.

4.1.1. Cuestiones

1) Realizad alguna hipótesis acerca de qué le ocurre a María.

2) ¿Qué normas culturales aparecen en el caso?

3) Desde el punto de vista de nuestra sociedad, ¿cuáles de estas normas podrían


estar interfiriendo en el malestar de María?

4) Sugerencias de intervención:

• ¿Cómo se pueden respetar las normas culturales y mejorar la calidad de


vida de María?

• ¿Cómo se puede intervenir en la relación de María con su hijo?

• ¿Qué se puede hacer con respecto a la drogodependencia y al problema


de agresividad de Omar?

• ¿Qué orientación psicoterapéutica elegiríais para intervenir en este caso?

• ¿Qué objetivos de intervención se plantearían?

• ¿Qué fases de trabajo propondríais?


© FUOC • PID_00274992 31 Intervención en contextos culturales diversos

Bibliografía
Bibliografía complementaria

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