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Tal como se ve en las personas “normales”, los individuos experimentan una disociación del yo
y el cuerpo. Las primeras, por su parte, llegan a producir estados transitorios, en respuesta a
una amenazadora experiencia o una situación sin salida física posible (por ejemplo alguien que
dijo: “esto parece u sueño, algo irreal; esto no me está pasando”)). Pero en una persona con
rasgos esquizoides, la disociación no es una simple reacción transitoria, por el contrario es una
orientación básica hacia la vida.
Este despego del yo significa que el yo nunca se rebela directamente en la acción del individuo,
ni experimenta mediante sus acciones con otro para luego recibir la percepción real. Los
pensamientos y sentimientos de los que el “yo” es el agente primario, son vivos y se
consideran con sentido.
Si el individuo delega todo el trato entre sí mismo y el otro a un sistema dentro de su ser, que
no es “él”, entonces el mundo se vive como irreal y es esto lo que experimenta
insistentemente. La irrealidad de las percepciones y falsedad de toda actividad son
consecuencia de que la percepción y la actividad están dominadas por un falso yo, el cual
queda excluido de participación directa con el otro y el mundo. De esta forma experimenta
una pseudo-dualidad en el propio ser, al mismo tiempo que desconoce el apego inmediato a
las cosas y las personas del mundo.
Debido a esto el individuo es participe de una lucha que sobreviene para preservar el sentido
que tiene su propio yo, su vida e identidad. En la “normalidad”, la realidad del mundo y del yo
están mutuamente potenciados por la relación directa entre yo y el otro.
El esquizoide vive un círculo vicioso; la relación de estos elementos se vive cada vez más
muerta e irreal. La llamada relación creadora con el otro es imposible, sustituida por una
interacción que parece operar eficazmente sin fricción, pero que no tiene vida. Hay una
interacción cuasi-ello-ello en vez de una relación yo-tú. Esa interacción es un proceso muerto.
La sustitución de una interacción con el otro, resulta con el individuo viviendo en un mundo
aterrador. Siente miedo del mundo, miedo de que cualquier choque sea total y se lo tragará. Al
hacer un despego con los otros, todo es posible (mientras se mantenga en su pensamiento y
fantasía). Cualquier fracaso o éxito que tropiece con el falso yo, el yo capaz de permanecer sin
comprometerse ni definirse. En la fantasía el yo es omnipotente y libre, en cuanto se entrega a
cualquier proyecto real padece de la agonía de la humillación, por tener que sujetarse a sí
mismo a la necesidad y contexto. Y a fin que esta actitud no sea disipada por la realidad, la
fantasía y la realidad deben mantenerse aparte.
Por otra parte, el yo no está relacionado solo consigo mismo, más bien, una directa e
inmediata relación con el otro, y aun con aquellos aspectos del propio ser que se hallan fuera
del enclave del yo, es imposible. “el yo puede relacionarse de inmediato a un objeto de su
propia imaginación o memoria”, pero no con una persona real. Esto existe gracias a que el yo
es capaz de disfrutar de un sentimiento de libertad que teme perder si se entrega a lo real.
En un acto hay algo final. La acción determina al individuo a los ojos de los demás, y el
esquizoide teme que esto ocurra y trata de evitarlo creando un falso yo. Debe permanecer
distanciado de la objetividad de una acción, y la hazaña se convierte en una ejecución
pretendida, de manera que en el mundo, en la realidad, nada de “él” existirá. Se puede
comprender entonces, el yo del esquizoide como un intento de alcanzar seguridad respecto de
los peligros primordiales que lo aquejan. Crea distintos yos, para relacionarse sin perder su
propia realidad frente a la real.
Su aislamiento no es solo por amor propio, sino por ser consciente de lo que le puede hacer a
los demás.