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“EL SISTEMA PRESIDENCIAL DE GOBIERNO

EN LATINOAMÉRICA Y LA TENSIÓN DE PODERES”


 
por Santiago Agustín Costa Hoevel*
 
 
 
 
 
 
BUENOS AIRES 2006

 
INDICE TEMÁTICO
 
 
1-    EL  SISTEMA DE GOBIERNO PRESIDENCIAL                                            03
1.1.       Sus orígenes.                                                                                             03
1.2.       Características.                                                                                          05
1.3.       El caso Argentino.                                                                                     06
1.3.1   La constitución legal de un Poder ejecutivo
“fuerte”.                                08
1.3.2    La configuración de los
caudillos.                                                                                11
1.3.3    La diagramación de Alberdi en las “Bases”.                                             14
1.4       Configuración actual del sistema presidencial en Argentina.                      20
 
2-    LA DIVISIÓN DE PODERES EN LATINOAMERICA                                     23
2.1.     Configuración de los poderes en las Constituciones
Latinoamericanas.                                                                                    23
2.1.1    El Poder Judicial en
Latinoamérica                                                                26
2.1.2   El Poder Legislativo en Latinoamérica                                                       38
2.2.     El Poder Ejecutivo Latinoamericano y la tensión de poderes.         45
 
3-    CONSIDERACIONES FINALES.                                                                                 
59
3.1 Consideraciones de índole Económico-Social.                                       59
3.2 Consideraciones de índole Político-Institucional.                                               60
   
     4-   BIBLIOGRAFÍA                                                                                                    
63
 
 
 
1- El SISTEMA DE GOBIERNO PRESIDENCIAL
 
“Tenéis necesidad vital de un gobierno o Poder Ejecutivo. ¿Lo haréis omnímodo y
absoluto para hacerlo más responsable, como se ha visto algunas veces durante las
ansiedades de la Revolución?” (…) “No: en vez de dar el despotismo a un hombre, es
mejor darlo a la ley. Ya es una mejora el que la severidad sea ejercida por la
Constitución y no por la voluntad de un hombre. Dad al Poder Ejecutivo todo el poder
posible, pero dádselo por medio de una Constitución”.
Juan Bautista Alberdi: “Bases y puntos de partida para la organización política
de la República Argentina”, Capítulo XII, Valparaíso, Chile, 1852.
 
 
 
1.1. Sus orígenes
 
Cuando las trece colonias inglesas de América del Norte se
independizan de la Corona Británica, forman un nuevo país al que denominan como
Estados Unidos de América. En miras de la organización política del nuevo país, “los
Federalistas” han conservado gran parte de las tradiciones políticas Inglesas, pero al
mismo tiempo introdujeron modificaciones que han dado origen al sistema Presidencial
de gobierno.
Seguramente, motivados por el espíritu renovador que todo proceso
de independencia indefectiblemente trae consigo, han implementado novedosos
cambios en las instituciones políticas, que los separan del sistema político jurídico que
regía en el país europeo.
Como bien es sabido, cuando surgen a la vida independiente, los
países latinoamericanos han adoptado esta nueva forma de gobierno, implementándola
en sus constituciones, y ajustando su conformación política al modelo Norteamericano,
aunque no siguiendo la orientación congresional que caracteriza a la democracia del
norte.
Históricamente, y como sistema democrático de gobierno, el
presidencial es anterior al parlamentario, y en la actualidad es el sistema de gobierno
que predomina en América Latina. Podemos ubicar como origen del Sistema
Presidencial, la Convención de Filadelfia de 1787, que reformó parte de la Constitución
de 1776, más específicamente, en relación a la forma de gobierno. Por medio de ella, se
adoptó el tipo de gobierno representativo o republicano, mediante elección indirecta del
pueblo de un colegio lectoral que eligiera por sufragio y por mayoría absoluta a un
“Presidente”.
El mismo, recibió solamente los poderes que tenían que ver con
toda la nación de estados. Todos los poderes no dados al gobierno nacional fueron
reservados para los estados. En 1789, las 13 colonias, ya convertidas en “Estados”,
concluyeron la ratificación de la Constitución de 1787, siendo elegido George
Washington, a principios de ese mismo año (4 de marzo), como primer Presidente de los
Estados Unidos de América.
El origen del sistema Parlamentario, como sistema democrático de
gobierno, es más difuso. Es innegable que el origen del parlamento, como institución, se
encuentra en Europa, y especialmente en Inglaterra, en donde los reyes convocaban y
presidían el parlamento. Esta institución cumplía sobre todo funciones judiciales,
económicas y presupuestarias. Su origen no se puede interpretar como un intento de
instaurar sistemas políticos democráticos. Sin embargo, con el aparecimiento y
fortalecimiento de la burguesía en el siglo XVI; con los efectos económicos, políticos y
sociales del advenimiento del capitalismo en el siglo XVIII; los efectos directos y
mediatos de la Primera y Segunda guerras mundiales en el siglo XX, los parlamentos
fueron objetos de cambios considerables, hasta concebirse hoy como los primeros
órganos del Estado.
Pero, para ver al Parlamentarismo, como un sistema democrático
de gobierno, habrá que esperar hasta la Revolución Francesa de 1789, para que se forme
un sistema democrático-parlamentario, que indisolublemente va unido a la división de
poderes esgrimida por Montesquieu, en su obra “Del Espíritu de las Leyes”, que más
adelante analizaremos.
      
 
1.2 Características
 
En el sistema Presidencial, la separación de poderes es más bien
rígida o tajante. En este supuesto, no existen mecanismos de control entre los poderes
del Estado, mecanismos que podrían llamarse “clásicos” o “directos”, ni tampoco
mecanismos de revocatoria mutua de los mandatos obtenidos. Es por ello que dichos
regímenes políticos han desarrollado mecanismos de frenos y contrapesos entre los
poderes del estado, buscando así evitar que alguno de ellos adquiera una ilegítima
preponderancia sobre los otros, riesgo particularmente frecuente entre los poderes
Ejecutivo y Legislativo.
Los criterios más importantes, para definir a un sistema como
presidencial, son los siguientes:
- Elección popular directa o indirecta del Jefe de Estado por un tiempo fijo
(por lo general este tiempo oscila entre 4 y 8 años, según la regulación interna de cada
estado);
- El gobierno no puede ser designado ni destituido por voto parlamentario. El
Presidente además, nombra o sustituye a los miembros del gabinete, prácticamente sin
interferencia alguna de otro poder del Estado;
- El Presidente dirige el Ejecutivo. El Ejecutivo es unipersonal, porque no
puede haber ningún tipo de autoridad dual. El Presidente es el Jefe de Estado, el Jefe de
Gobierno, el Jefe de las Fuerzas Armadas y de la Relaciones Exteriores, pues promulga
las leyes y dirige la política interna o externa de la Nación;
 - El Presidente solamente podrá ser destituido por un juicio político, que
nunca versara sobre temas políticos, sino exclusivamente sobre su responsabilidad por
el mal desempeño de sus funciones.
                      - Existe una clara “independencia” entre los órganos que desempeñan las
funciones ejecutivas y legislativas, que proviene inclusive de la propia elección de los
mismos por el pueblo, a través del voto directo.
 - Existe también un Órgano Legislativo, llamado Congreso o Poder
Legislativo, que aprueba las leyes, pero que no tiene injerencia directa en el Gobierno
de la Nación. La cooperación con el Ejecutivo es muy puntual y sin implicar
dependencia alguna.
-  Por último, debemos mencionar, la existencia de un Poder Judicial,
independiente, que constituye el poder de contralor por excelencia de los poderes de
gobierno. La inamovilidad de sus miembros es su característica más sobresaliente, que
significa el respeto por su independencia, como poder del Estado. Realiza el control
constitucional de las leyes, actuando de esta forma, como límite al Poder Ejecutivo y al
Poder legislativo.
 
1.3 El caso Argentino[1]
 
El presidencialismo argentino, como sucede con los demás
presidencialismos latinoamericanos, estuvo pensado para lograr mantener un poder
centralizado, agilizando de este modo la toma de decisiones. Además, la sociedad
argentina se formó en una cultura, heredada del imperio español, que tenía un sesgo
claramente autoritario y jerarquizante, ciertamente distinta a una cultura de
participación e igualdad al estilo norteamericano. Aunque se intentaba imitar el modelo
presidencialista norteamericano, el punto de partida para la implantación del régimen
era completamente distinto.
En Argentina, no se tuvo en cuenta el modelo presidencialista por
ser una de las formas republicanas posibles, sino por ser el más adecuado para la
centralización del poder; de hecho, no era seguro hasta finales de 1816, si la forma de
estado a implementarse sería republicana o monárquica. Todos estos hechos reflejan una
primera característica del presidencialismo argentino, que surgió como un régimen con
un sesgo más autoritario o monarquizante, que como fruto de un debate republicano al
estilo norteamericano.
Es importante remarcar, que a diferencia de lo ocurrido en los
Estados Unidos de América, el principal temor de los padres fundadores
estadounidenses, al diseñar su modelo presidencialista, era el despotismo, y en el caso
argentino, el principal temor era la anarquía; de tal modo que se necesitaban - al decir
de Alberdi citando la frase de Simón Bolívar - “reyes con el nombre de presidente”.
En los Estados Unidos, por su parte, aparecerían los anticuerpos
necesarios para contrarrestar una excesiva concentración del poder en manos del
presidente. Allí, el Congreso, tanto por el texto constitucional (y las enmiendas) como
por la dinámica constitucional, ha desempeñado a lo largo del tiempo una notable
fiscalización sobre el Ejecutivo, cuestión que no es muy marcada en el caso de los
Presidencialismos Latinoamericanos, como veremos más adelante.
A continuación intentaremos realizar un breve esbozo, desde la
observación histórico institucional, sociológica y antropológica, de lo que creemos que
fueron los elementos configuradores del sistema presidencial “fuerte” en nuestro país, y
de esa idea, que se pensaba –o se piensa-, que la  solución política, y más aún en
momentos de crisis, estaba  esencialmente en manos de grandes o excepcionales
constructores, o porque subyace un desprecio o desconfianza sobre la racionalidad del
pueblo.
El hecho es que en la mayor parte de los momentos de crisis, se
creyó que el ejercicio del poder con facultades extraordinarias, unas veces asumidas
abusivamente, otras veces otorgadas por el consenso de los órganos encargados de
limitarlas, permitiría la salida salvadora del momento crucial.
 
 
1.3.1 La constitución legal de un Poder Ejecutivo “fuerte”.
 
El primer aspecto a considerar, en lo que refiere a este punto, es
que la fortaleza del poder ejecutivo en Argentina, es consecuencia de la organización
política de la Colonia que precedió a la organización nacional. En aquella época, el
modelo de organización política y administrativa predominante era el europeo, y más
específicamente el Peninsular.
  El Estado Nacional Soberano, afianzado y asentado, ya en el siglo
XVIII en una monarquía absoluta, fue el antecedente remoto de organización política
que se implantó en América Latina. En relación al poder que ejercía el Soberano sobre
sus súbditos, nada mejor que las palabras de Carlos III, quién además de reconfirmar
que el poder real era de origen divino, sostuvo que era una “potencia suprema en lo
político que sometía a sí todo lo que la rodeaba”,[2] reuniendo de esta manera todas las
funciones del estado: Gobierno, Justicia, Hacienda y Guerra. Es importante rescatar, que
el Ejército respaldaba este régimen, ya que por él, varios militares habían llegado al
poder.
                                   Como es lógico suponer, esta estructura de poder político,
traspasó el Atlántico, y se implantó en el gobierno colonial de América, por trescientos
años, que representan casi las dos terceras partes de su historia institucional. Estas
“funciones”, que antes mencionamos (gobierno, hacienda, guerra y justicia) fueron
ejercidas por los órganos de la Monarquía: Virreyes, Gobernadores, Tenientes
Gobernadores, Audiencias y Cabildos.
En el esquema colonial, fueron en primer término los Virreyes,
Gobernadores y Tenientes Gobernadores, quienes marcaron la práctica de esta
estructura de poder, uniendo a los títulos mencionados, los de Capitanes Generales y
Justicias Mayores, de forma que acumulaban de esta manera las funciones de “gobierno,
guerra y justicia” (la función de hacienda, se encontraba inserta en la función de
gobierno).
No vamos a extendernos en las funciones específicas de cada
órgano, ni en cómo era la forma en que funcionaban, ya que dicho análisis sería muy
extenso, y nos alejaríamos del objetivo del presente trabajo.
  Volviendo al tema que nos ocupa, se nos pone de relieve, que
durante todo el período colonial, hasta la revolución de Mayo de 1810, predominó el
poder centralizado en la Corona Española. La Potestad legislativa, tanto en España
como en las colonias radicó exclusivamente en la Corona o en autoridades delegadas de
la misma.
El otorgamiento de cargos públicos tuvo siempre el carácter de
regalía, de graciosa concesión de poderes conferidos por el Rey, y aunque la
tecnificación de la burocracia exigió ciertamente un reparto, relativamente preciso de
competencias entre distintas autoridades coloniales, esto no significó la intención de
reconocer otros poderes distintos al del soberano, si bien la existencia de varios poderes.
Muchos menos, este reparto de competencias estaba basado en establecer un equilibrio
político entre las distintas autoridades u organismos.
Estos otorgamientos y/o reparto de facultades estaban basados en
un sentimiento de desconfianza, implantando a través de ellos un sistema de trabas y
recíproco control, más que una planificación política ordenada de autoridad, ya que
cualquier colisión o conflicto entre las autoridades de las colonias por razón de
competencias, debía ser resuelto por la Corona.
Esto subraya de manera marcada, la idea de que todo el poder
estaba concentrado en el Rey, y que de él emanaba todo el poder ejercido por sus
delegados. Todo funcionario de las colonias no tenía poder propio, de modo que
podemos concluir que, a pesar de las apariencias formales, existió un régimen de
confusión de poderes, de poder centralizado y absoluto, pudiendo el Rey cambiar las
leyes que regulaban la titularidad y ejercicio de los poderes que él mismo había
delegado.
Este sistema político, cuyo pequeño esbozo realizamos en los
párrafos anteriores, contaba con un sistema de controles y responsabilidades. Pero a
decir verdad, en razón de la influencia territorial, geográfica, económica y social de
cada región, y dadas las grandes distancias que separaban una jurisdicción de la otra,
conformando extensas zonas geográficas, los gobernantes, movidos por el afán de
enriquecerse y dominar, y con una gran astucia por convertirse en únicos “señores
feudales” de su región, modificaron en muchos casos la vigilancia moral, permitiendo el
uso de funciones que admitían un amplio margen de abusos.
Es así, como se fueron consolidando “autoridades regionales
fuertes”, enmarcadas en familias, que por muchas décadas, fueron beneficiadas por los
otorgamientos de facultades que antes mencionáramos, y se fueron configurando como
“caudillos” de la región, surgiendo de esta manera una nueva aristocracia que comenzó
a pugnar por el poder político, especialmente luego de la Revolución de Mayo de 1810,
y de la Declaración de la Independencia en 1816, proceso de pugna que fue causa
común en todos los estados americanos que alcanzaban sus propias independencias.
En el punto siguiente analizaremos como se fue configurando esta
nueva imagen del poder político que fueron los caudillos.
                                  
 
 
 
                        1.3.2 La configuración de los Caudillos
 
La Revolución trae consigo los principios de control y
participación en el poder, intentando aplicar un sistema de separación de órganos y
división de funciones. Pero, le fue muy difícil eliminar, en un breve lapso, el hábito del
ejercicio concentrado de las “cuatro funciones” por parte de los gobernantes, o sus
descendientes, que crecieron en el goce y ejercicio discrecional de aquellas.
Además, el desarrollo de la guerra de la independencia los puso en
el trance de ir concentrando la conducción política que culminó con la institución del
Directorio en 1814, el cual se comprometió con las ideas de la Monarquía
Constitucional, creyendo que era el mejor camino para asegurar el orden, sobre la
anarquía que comenzaba a vislumbrarse.
Si bien se intentó aplicar la doctrina de Montesquieu, incluyéndola
en el contenido de reglamentos, estatutos y constituciones, sin embargo, se fue
imponiendo la vieja imagen del gobernante con predominio en el ejercicio de amplias y
múltiples atribuciones, concentradas en su propia persona. Más de uno de nuestros
caudillos rurales, fueron titulares o hijos de aquellos que ejercieron tales funciones, tal
es el caso de Artigas, Juan Manuel de Rosas, Facundo Quiroga y Estanislao López,
entre otros.
La vida rural, en los inicios de la configuración del Estado
Argentino, comenzó a jugar un papel fundamental en el escenario político. Resultaba
dificultoso, gobernar a un millón de personas en un amplio escenario territorial que
abarcaba cerca de dos millones de kilómetros cuadrados. Por más que se intentara
aplicar la doctrina de Montesquieu, y que existían ya atisbos de consagrar un poder
ejecutivo “fuerte”, que luego logrará reconocimiento constitucional en 1853, faltaba
todavía mucho camino por recorrer.
Los gobiernos de la primera década revolucionaria ejercieron
facultades judiciales, nombraban y destituían magistrados, sentenciaban a pena de
muerte a los contrarrevolucionarios, formaban comisiones especiales para juzgar delitos
comunes, violando así la garantía del juez natural.
Luego de 1820, las provincias lograron su autonomía, eligieron sus
propios gobernadores, y fijaron las normas que las regirían. Es aquí cuando se pone en
funcionamiento con más fuerza - ya que en cierta forma es legitimizada por el voto
popular - el uso de las facultades extraordinarias y la suma del poder público. Esta
práctica, como veremos en el desarrollo de los puntos siguientes, fue sistemáticamente
utilizada, a veces a pedido del pueblo y a veces por la fuerza, tanto por los nuevos
gobernadores, como también por caudillos, y presidentes, llegando a su uso actual en
una forma un poco más atenuada – hablando de la primera de ellas -  debido a los
controles ejercidos por los demás poderes del estado.
Volviendo al desarrollo histórico social, las provincias utilizaron
esta delegación de poder en sus gobernadores, con el conocimiento cabal de la violación
del principio de separación de poderes, y lo justificaron en primer lugar, en la guerra de
la independencia, y luego en el desarrollo de las guerras políticas civiles, que ponían en
jaque el ejercicio normal de los órganos regulares.
“Se calificó como facultades extraordinarias la práctica, por parte
del órgano ejecutivo, de las funciones legislativas además de las propias, y se
denominó suma del poder público, a la concentración en el órgano ejecutivo  de las
funciones legislativas y judiciales”.[3]
Así es como nace un sistema de gobierno autocrático, fundado en
un “paternalismo” de quienes tenían la oportunidad de ejercer el poder.  El mayor
expositor en nuestra historia de este modo de gobierno, sin duda es Juan Manuel de
Rosas, quien siendo gobernador de Buenos Aires en los períodos 1829-1832 y 1835-
1852, en ocasión de su asunción, en la Proclama dirigida a las Milicias de la provincia
de Buenos Aires, les dice: “Una autoridad paternal, que erigida por la ley, gobierne de
acuerdo con la voluntad del pueblo, éste ha sido, ciudadanos, el objeto de vuestros
fervorosos votos”.[4] 
Es claro y sintetizador el concepto de Saldías: “Verdad es que
precisamente por haberse sucedido una en pos de otra, la época revolucionaria de la
Independencia, y la época revolucionaria de la guerra civil, en la República Argentina,
el Poder Ejecutivo fue la parte saliente del mecanismo gubernamental, cualquiera que
este fuere”.[5]
El indiscutible predominio del “personalismo”, encarnado en la
figura del caudillo, es una de las causas determinantes de la presencia del ejecutivo
fuerte. Este personaje viene a llenar, en la época del proceso revolucionario, un vacío
político institucional, cumpliendo un papel determinante en la historia política, social,
cultural y económica del país, como así de todos los procesos revolucionarios de
América Latina.
Envueltos por un gran carisma, y aprovechando la falta de una
autoridad vigente, estos nuevos conductores sociales, sobre todo rurales, muchas veces
sin títulos legales, invocaron un nuevo tipo de legitimidad basada en la
representatividad de su propia persona hacia los demás, transmitiendo sentimientos de
fidelidad hacia las personas que los seguían, tomando a su cargo, las funciones de
intermediación con el pueblo. Muchos fueron los casos, en que su liderazgo fue
legalizado formalmente.
Este tipo de personalismo carismático, continuó a pesar del dictado
de la Constitución de 1853, la cual atenuó, como antes mencionáramos, el uso de las
facultades extraordinarias, sin embargo, hasta nuestros días, y particularmente en el
escenario Americano, continúan gestándose ejecutivos fuertes, basados en su carisma y
popularidad, símbolos de ardientes aspiraciones populares, que provocan adhesiones de
índole irracional y emotiva, sentimental y apasionada, siendo el mejor exponente de las
“masas”. Sin embargo, con el tiempo, realizarán un cambio en el discurso.
Lógicamente, no negaran la legalidad y los principios fundamentales del orden
constitucional.
Se manifestarán en un escenario cada vez más amplio, con
propósitos programáticos más claros o mejor expresados, y encontrarán en los modernos
medios de comunicación una vía más fácil de acceder a la multitud. Acercarán el
escenario rural al urbano, y la mayor alfabetización hará que su mensaje deje de lado
particulares notas de coraje y picardía para expresarse con mayores cuotas de
racionalidad que, de todas maneras, las más de las veces serán dominadas por un
sentimentalismo no carente de resentimiento social.
 
Pero, antes de llegar al punto del estado actual del poder ejecutivo,
es necesario realizar un pequeño esbozo de cómo fue ideada la Constitución de 1853,
siendo indiscutible en su ideación quién lleva el título - bien merecido - de “Padre de la
Constitución”, un ideólogo político de la famosa “generación de 1837”, Juan Bautista
Alberdi.
 
                        1.3.3 La diagramación de Alberdi en las “Bases”.[6]
 
Las "Bases y puntos de partida para la organización política de la
República Argentina", entre otras, fueron escritas, por Juan Bautista Alberdi, en la
ciudad de Valparaíso, en su exilio en Chile. La primera edición de la misma es del 2 de
mayo de 1852, y en ella se resume el pensamiento, las creencias e ideas fundamentales,
que conforman la estructura básica del pensamiento que Alberdi propuso para la
organización institucional argentina, que luego, se plasmó en la Constitución Nacional
de 1853.
Es necesario aclarar, que solamente tomaremos el pensamiento de
Alberdi en relación al tema que nos ocupa, esto es, “la configuración política de la
Argentina como una República Federal, y la forma de gobierno a adoptar”. 
Sintéticamente, Alberdi realiza una gran colaboración, al Congreso
General Constituyente que se forme, para fijar las bases de criterio sobre la marcha de la
cuestión constitucional, tal como lo menciona en el capítulo I de las Bases[7]. Y agrega,
en el mismo capítulo I: “Nos hallamos en la necesidad de crear un gobierno general
argentino y una constitución que sirva de regla de conducta a ese gobierno. Pero
¿cuáles serán las tendencias, propósitos o miras, en vista de los cuales deba concebirse
la venidera constitución? ¿Cuáles las bases y punto de partida del nuevo orden
constitucional y del nuevo gobierno, próximos a instalarse? He aquí  -continua- la
materia de este libro, fruto del pensamiento de muchos años, aunque redactados con la
urgencia de la situación argentina.”
Las Bases fueron escritas por Alberdi para que la Argentina tuviese
al fin una constitución republicana capaz de regir en plenitud. Pero, a diferencia de lo
que postulaba la teoría clásica de las formas de gobierno, ese principio de legitimidad -
el diseño institucional del buen gobierno republicano - era un medio para alcanzar
determinados fines espirituales y materiales.
La constitución de las Bases reunía entonces lo que ella tiene de
permanente y necesario - la seguridad del orden jurídico, los derechos y garantías, el
régimen de gobierno, la soberanía del pueblo - con un explícito paradigma de
civilización. Alberdi engarzó una propuesta donde convivían la civilización del
individuo y la civilización de las cosas, el orden que nace del ejercicio espontáneo de la
libertad y la sociedad del trabajo integrada por el ferrocarril y la industria. Pone en
acción a la libertad como creadora de costumbres.
La Constitución propuesta por Alberdi no gira pues en el vacío de
una sociedad sin historia y tampoco lo hace en el orden cristalizado y sin destino de una
sociedad sin progreso. Por eso la Constitución de Alberdi mira al mismo tiempo hacia el
pasado y hacia el porvenir. Del pasado adopta los antecedentes necesarios que habrán de
fundirse en una fórmula mixta, mitad unitaria y mitad federal; del porvenir, la
constitución propuesta por Alberdi habrá de adoptar el designio de un formidable
trasplante cultural capaz de legitimar una nueva historia.
Podemos mencionar un párrafo del capítulo X, que encierra la idea
que definimos en las líneas anteriores: “Hoy debemos constituirnos para tener
población, para tener caminos de hierro, para ver navegados nuestros ríos y opulentos
y ricos nuestros Estados. Los Estados como los hombres deben empezar por su
desarrollo y robustecimiento corporal. Estas son las necesidades de hoy, y las
constituciones no deben expresar las de ayer ni las de mañana, sino las del día
presente.”
Luego de esbozar una línea general sobre el ideario propuesto por
Alberdi para configurar la futura Constitución de los argentinos, pasaremos a mencionar
los aspectos fundamentales desarrollados por el autor de las Bases, sobre la
configuración política de la Argentina como una República Federal, y la forma de
gobierno a adoptar.
En relación a la forma del Estado, en el capítulo XXI, Alberdi
propone la formula de un gobierno mixto, consolidable en la unidad de un régimen
nacional, divisible y dividido en gobiernos provinciales limitados como el gobierno
central, por la Ley Federal de la República. “Nuestro país necesita por sus
circunstancias” – nos señala en el capítulo XXIV – “de una federación unitaria o de
una unidad federativa”.
Alberdi propone tomar como base los gobiernos provinciales, para
la creación del gobierno general. Dichos gobiernos provinciales, ya existían desde la
época de la Revolución, pero necesitaban un gobierno general que los aunara y
comprometiera en una gran nación. Y agrega en el capítulo XXIII: “Para crear el
gobierno general que no existe, se ha de partir de los gobiernos provinciales existentes,
teniendo muy presente que éstos no consentirán ni contribuirán a la creación de aquél,
sino a condición de seguir existiendo, con más o menos disminución de facultades. Son
los gobiernos provinciales, los que han de dar a luz al gobierno general.”
Y más adelante, en el mismo capítulo culmina: “La federación lo
mismo que la unidad supone el abandono de cantidad de poder local, que se delega al
poder federal o central.” (…) “…la soberanía provincial quedará subsistente y
respetada en todo aquello que no pertenezca a los objetos sometidos a la acción
exclusiva del gobierno general, o sea, todos aquellos que expresamente no atribuya la
Constitución al gobierno federativo o central.”
  En resumen, podemos afirmar, que desde el punto de vista
normativo, a menudo muy lejos de verdad del régimen federativo, las atribuciones o
competencias federales son delegadas y limitadas, mientras que las de las provincias
son conservadas, reservadas e ilimitadas, regla básica que surge del art. 121 de nuestra
Constitución Nacional.[8]
Abordando ahora el tema de la forma de gobierno, Alberdi no duda
en sostener la necesidad de asumir la forma republicana con todas las limitaciones y
obstáculos que debe superarse para su implantación. Para él, en América, la república
como forma de gobierno, sólo existe en la formalidad de la ley, pero no es una verdad
en la realidad, fundamentalmente porque existe un problema cultural que se manifiesta
en que el pueblo no está preparado para vivirla. Ello no puede llevarnos a pensar en la
monarquía.
Alberdi considera que en épocas anteriores se podía perdonar el
hecho de pensar en una monarquía, pero en los tiempos en que escribe las Bases,
considera que un pensamiento de esa naturaleza sería imperdonable.
Es así como en el capítulo XII, llega a la conclusión que es preciso
“elevar nuestros pueblos a la altura de la forma de gobierno republicana que nos ha
impuesto la necesidad y darles la aptitud, que les falta, para ser republicanos. Es
preciso mejorar el gobierno por la mejora de los gobernados; mejorar la sociedad para
obtener la mejora del poder; y esto sólo puede lograrse por la educación del pueblo,
operada mediante la acción civilizante de Europa y todos los medios que ella implica.”
Concluye, el pensador, en el capítulo XIX diciendo: “Esta
República requiere un gobierno general permanente, dividido en los tres poderes
elementales destinados a hacer la ley, a interpretarla y a aplicarla, constituyendo la
democracia, la esencia misma de este gobierno.”
Relacionado con el funcionamiento del órgano legislativo, y
teniendo presente la federación mixta propuesta, Alberdi se inclina por el
bicameralismo:  “Una cámara destinada a representar las Provincias en su soberanía
local, y sus representantes serán elegidos por las respectivas legislaturas locales. Otra
cuya elección se deba al pueblo de toda la República y lo represente, como si todas las
Provincias formasen un solo estado argentino. Es necesario reconocer que, a pesar de
las diferencias que existen entre las provincias bajo el aspecto del territorio, de la
población, de la riqueza, ellas son iguales como cuerpos políticos. Puede ser diverso su
poder, pero el derecho es el mismo.”
“Así tendremos” -señala- “un Congreso general formado de dos
Cámaras, que será el eco de las Provincias y el eco de la Nación. Congreso federativo
y nacional a la vez, cuyas leyes serán la obra combinada de cada Provincia en
particular y de todas en general.”
Por último y para concluir con este breve esbozo del pensamiento
de Alberdi, debemos destacar, que en el capítulo XXV, el pensador, se ocupa de la
fortaleza y vigor  que deberá tener el poder ejecutivo constitucional, si es que se desea
tener un poder ejecutivo de la democracia, de la cual depende la suerte de los Estados de
América del Sur. Sostiene también, que el Poder Ejecutivo debe tener todas las
facultades que hacen necesarios los antecedentes y las condiciones del país y la
grandeza del fin para el que ha sido instituido. De otro modo habrá gobierno en el
nombre pero no en la realidad; y, no existiendo gobierno, no podrá existir Constitución,
es decir, no podrá haber ni orden, ni libertad, ni Confederación Argentina.
En este sentido expresa que se necesita “…de un presidente
constitucional que pueda asumir las facultades de un rey, en el instante que la anarquía
le desobedece como presidente republicano...Yo no veo por qué en ciertos casos no
pueden darse facultades omnímodas para vencer el atraso y la pobreza, cuando se dan
para vencer el desorden, que no es más que el hijo de aquéllos.”
Alberdi se siente obsesivamente preocupado por la organización
del Poder Ejecutivo en sí, intra-órgano, más allá de las relaciones inter-órganos que
puedan establecerse con los otros dos poderes del Estado, porque en su entender, está
firmemente persuadido que de la conformación del Poder Ejecutivo depende nada
menos que la suerte de los Estado de América del Sur.
De allí que recordamos, como a otras, la célebre afirmación, - cuyo
extracto hemos utilizado como epígrafe al inicio del punto 1 de este trabajo - que se
encuentra en el capítulo XXV de las Bases, en la que nos dice: “En vez de darle el
despotismo a un hombre, es mejor darlo a la ley. Ya es una mejora que la severidad sea
ejercida por la Constitución y no por la voluntad de un hombre. Lo peor del despotismo
no es su dureza, sino su inconsecuencia, y sólo la Constitución es inmutable. Dad al
Poder Ejecutivo todo el poder posible, pero dádselo por medio de una Constitución.”
Pasaremos ahora a analizar el estado actual del poder ejecutivo en
nuestro país, luego de la reforma de la Constitución de 1994.
 
 
 
 
 
 
                1.4 Configuración actual del sistema presidencial en Argentina
 
La Constitución Nacional reformada de 1994, mantiene el modelo
presidencialista adoptado por Argentina en el siglo XIX. Dicho modelo delinea un
Poder Ejecutivo unipersonal, que concentra  en su persona las funciones de “Jefe
Supremo de la Nación y Jefe del Gobierno, además de ser el  responsable político de la
administración general del país” (Constitución de la Nación Argentina 1994, Segunda
Parte: Autoridades de la Nación; Capítulo Tercero, Artículo 99.1: Atribuciones del
Poder Ejecutivo).
Los ministros y secretarios de Estado son meros asistentes del
presidente, quien los designa y remueve libremente, sin que deba mediar para ello la
intervención de ningún otro órgano (artículo 99.7 C.N.). La presencia del vicepresidente
en el Poder Ejecutivo sólo se efectiviza en el caso de acefalía temporaria o permanente
del presidente (artículo 88   C.N.).
El titular del Poder Ejecutivo es elegido por sufragio popular por
un mandato fijo, con una duración de 4 años, pudiendo ser reelegidos por un solo
período consecutivo (artículo 90 C.N.). Lo mismo ocurre con el Congreso. Ese mandato
sólo puede interrumpirse por un eventual juicio político al  presidente, que no puede
fundarse en motivos políticos (artículos 53 y 59 C.N.). El Ejecutivo es colegislador,
junto con el Poder Legislativo (ver artículo 99. 2 y 3 y el artículo 76 C.N.).[9]
El objetivo principal de la reforma de 1994, entre otros, fue el de
reducir el poder presidencial, atenuando las características y funciones del fuerte poder
ejecutivo que estaba en boga, y la introducción de la reelección presidencial. Por otro
lado, también se buscó reconstruir el sistema político y dotar a la democracia de los
mecanismos institucionales que favorecieran a una política de cooperación entre el
oficialismo y la oposición.
El presidencialismo originario, ha incorporado elementos no
tradicionales a la institución, con la intencionalidad de mitigar una práctica de
concentración creciente de atribuciones por parte de su titular. Se dejó para el futuro la
tarea de encuadrar, desde la perspectiva del análisis político, la naturaleza del régimen
emergente (neopresidencialismo, neoparlamentarismo o régimen mixto), para lo cual
habrá de considerarse la incidencia empírica del jefe de gabinete de ministros en el
sistema originario. Este tema, hasta la actualidad, nunca ha sido abordado.
Pero haciendo un balance luego la reforma de 1994, el Ejecutivo
obtuvo, tras la constitucionalización de los decretos de necesidad y urgencia y del veto
parcial, una mayor influencia legislativa. En el curso de los últimos años pudimos
constatar la certeza de ese hecho. La amplia delegación de facultades legislativas
efectuada por el Congreso en el órgano ejecutivo, y la continua emisión por el
presidente de decretos de necesidad y urgencia sobre materias propias de competencia
del órgano legislante, ha fortalecido sus atribuciones constitucionales con una
intensidad que jamás tuvo antes de 1994.
Tal circunstancia, unida a la dependencia expuesta por los
legisladores ante sus respectivos partidos políticos, produjo un serio desequilibrio entre
los órganos del poder afectando el rol tradicional del Congreso. A tal punto que, al más
débil de los órganos del gobierno (el poder judicial) le correspondió ejercer de manera
casi exclusiva la función de control que se inserta en la clásica doctrina de la división de
poderes.
Según Sabsay –Onaindia[10], el funcionamiento del sistema
presidencial en Argentina en la actualidad, “acentúa de manera marcada la
concentración del poder, impidiendo su descentralización y su ejercicio
despersonalizado”. Los autores llegan a sostener que se originarían “prácticas
autoritarias” desde los mismos poderes democráticos. Esta observación debería tener en
cuenta la personalidad de quien ocupe el cargo presidencial, diferenciando entre
aquellas atribuciones constitucionalmente asignadas a la figura del presidente por un
lado, y por otro, la lectura y el uso que hace el presidente electo de dichas atribuciones.
Sabsay y Onaindia[11] señalan el desgaste que sufre el presidente en
un sistema como el nuestro, al cargar con un gran número de demandas con respecto a
su persona, en función a sus múltiples funciones. Ello es aprovechado por la oposición
(que comienza una tarea de “destrucción”); y sería aún más grave en el caso que las
Cámaras se integraran con mayoría opositora. Ello, en algunas ocasiones, impediría al
presidente llevar a cabo su programa de gobierno. La disciplina partidaria, sería un
elemento más referido a la erosión presidencial. Genéricamente, el sistema llevaría a un
alto grado de personalización en el ejercicio del poder, llevando en algunos casos a la
ciudadanía a efectuar una correspondencia entre la performance presidencial y el
gobierno en su totalidad.
Por otra parte, la figura del Jefe de Gabinete, introducida tras la
reforma, con intención de acercarse hacia formas más parlamentarias, e incluso atenuar
el exceso de concentración de poder que ha generado el presidencialismo, ha asumido,
en la práctica política, una connotación predominantemente administrativa (podría
decirse gerencial). Ciertamente esta figura está acotada por la facultad presidencial de
remoción del mismo, sin que intervenga órgano legislativo alguno.
Se puede observar entonces, a simple vista, la diferencia abismal
con un cargo equiparable a un Primer Ministro de un régimen semipresidencialista,
tanto en la teoría como en la práctica política.
En conclusión, el caso argentino ilustra bien, cómo una reforma
constitucional puede no lograr instaurar un nuevo equilibrio de poderes y poner en
marcha los debidos controles. La clave deberíamos buscarla en el comportamiento de
los dirigentes políticos y en factores que remiten a la estructura, organización y
funcionamiento de los partidos; al sistema electoral y al funcionamiento del federalismo
argentino.
2- LA DIVISIÓN DE PODERES EN LATINOAMERICA
 
“…dejadme la confianza de que acabaron los personalismos y volvemos a darnos a las
ideas. Convenzámonos, señores, de que la adhesión a los hombres no sustituirá jamás la
profesión de los principios ni la fe de los convencimientos. El personalismo amengua
nuestro progreso, disminuye nuestro volumen, obscurece las banderas y reduce la
estatura de las agrupaciones que han de formar las fuerzas vivas de la opinión
nacional…”
Roque Sáenz Peña “Escritos y Discursos”, tomo II, p. 23.  (Palabras pronunciadas
por él, en 1910, cuando regresa de Europa para ser candidato a presidente de la
República)
 
 
 
2.1 Configuración de los poderes en las Constituciones Latinoamericanas
 
 
 
En relación a este punto sólo desarrollaremos la configuración de
los Poderes Legislativo y Judicial. Al margen de algunas consideraciones vertidas sobre
la configuración del Poder Ejecutivo en Latinoamérica, el desarrollo de éste Poder, se
incluirá en el punto 2.2 siguiente.
Es sumamente importante, aclarar, que en este punto 2, en
particular, hemos seguido el excelente desarrollo comparativo realizado por Humberto
Quiroga Lavié en Las Constituciones Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del
Departamento de Publicaciones del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM,
1994, México, DF. Al trabajo realizado por el Dr. Quiroga Lavié, lo hemos actualizado
- en los puntos pertinentes – con las últimas reformas de varias constituciones
Latinoamericanas producidas con posterioridad a dicha publicación, como también los
aspectos importantes que incorporaron las diversas leyes reguladoras de institutos y
órganos de los poderes, que necesitaban de ellas para ponerse en marcha, tal es el caso
de los Consejos de la Magistratura, Cortes  y Salas Constitucionales, entre otros.
También hemos realizado las correcciones correspondientes en
aquellos casos en que distintos institutos o situaciones, fueron modificadas por dichas
reformas o por leyes posteriores dictadas por mandato constitucional posteriormente a la
obra realizada por Quiroga Lavié, especialmente en las constituciones de Brasil, Chile,
Colombia, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, entre otras.
Realizada esta aclaración, de todas formas iremos citando – en los
puntos correspondientes – cuando tomemos el desarrollo del Dr. Quiroga Lavié.
Como mencionáramos en los puntos anteriores, la configuración de
los poderes del Estado en los países Latinoamericanos, no es distinta a la configuración
que los mismos poseen en la República Argentina, salvo algunas excepciones, como ser
los casos de Cuba y Haití, y algunas inclusiones de instituciones puramente
parlamentarias, en los sistemas de Perú y Uruguay.
Pero más allá de estas diferencias, podemos mencionar que por lo
general, se evidencia en la mayoría de los casos, una tendencia a la preponderancia del
poder ejecutivo, sobre los demás poderes del Estado. Esto no es novedad, ya que por lo
general, y tanto en el sistema presidencial como en el parlamentario, nunca existió una
división “rígida” de los poderes del Estado, aunque varios autores consideren que dicha
división es más rígida en el sistema presidencial, que en el parlamentario.
Ya Léon Duguit, en tres artículos publicados en entre 1893 y 1884,
estudió la separación de poderes en la Asamblea Nacional francesa de 1791, y advierte
que el gobierno parlamentario no se basa realmente en la separación de poderes, un
principio que no es realizable como tal, sino que reposa “sobre su colaboración y su
solidaridad”. Puso de manifiesto, que el cumplimiento de cualquier función estatal se
traduce siempre en un acuerdo de varias voluntades, que implica necesariamente el
concurso de todos o de varios de los órganos que constituyen la personalidad estatal
Una afirmación de las ideas de cooperación e interdependencia que se hace hoy
irrefutable.
Léon Duguit concluirá reinterpretando el principio a la luz del
equilibrio de poderes y de “una estrecha solidaridad” entre Asamblea y
Gobierno: “Colocar a la cabeza del Estado dos poderes sin vínculo entre ellos, sin
interdependencia, sin solidaridad, es condenarlos fatalmente a la lucha; y como de
estos dos poderes uno estará necesariamente peor armado que su rival, éste absorberá
aquél”[12]
Tampoco es una verdad histórica, que en los Estados Unidos
mediante el sistema presidencialista, y en las Constituciones latinoamericanas de su
influencia, se introdujera una separación absoluta o estricta de poderes, que nunca llegó
a consolidarse en Europa. Lo que si es cierto, es que a través de la colaboración entre
los poderes del estado, y los mecanismos de control existentes entre ellos, se llega a una
separación atenuada de los mismos. El poder controla al poder. También es cierto - y en
cierta medida ya lo dejó entrever Duguit – que si un poder es más débil que otro, puede
ser absorbido por él.
En este sentido, es necesario establecer un sistema de frenos y
contrapesos que evite que un poder se levante sobre otro. Esta cuestión está muy bien
resuelta en Estados Unidos, pero ha fallado y sigue fallando en varios países
Latinoamericanos. Esto permite, que la tendencia actual en la mayoría de los países
Latinoamericanos, sea la de un predominio del poder ejecutivo, sobre los demás
poderes, especialmente sobre el poder legislativo, y con marcada tendencia a
personalizar el poder en el Presidente.
 
2.1.1 El Poder Judicial en Latinoamérica
 
En cuanto al poder judicial en Latinoamérica, podemos mencionar
que prevalece su consideración como un “poder difuso” integrado por los muy diversos
órganos judiciales (unipersonales o colegiados) que conforman la planta judicial de cada
ordenamiento. Su carácter difuso - es sabido - procede de estar dotado al tiempo tanto
de una fuerte independencia interna, entre los propios órganos judiciales, como externa
o frente a los demás poderes del Estado.
El Poder Judicial latinoamericano, en el marco del sistema
presidencialista que lo gobierna, y aun dentro de la alternativa parlamentaria que ofrece la
República de Haití, constituye el poder de contralor por excelencia de los poderes de
gobierno. La inamovilidad de sus miembros —sustento de su independencia—, constituye
uno de los pilares funcionales que asegura su autonomía decisional.
Veamos como se encuentra regulado este Poder del Estado, en las
distintas Constituciones Latinoamericanas.[13]
En Argentina los jueces conservan sus empleos mientras dure su
buena conducta (artículo 96), estándole prohibido al Presidente de la Nación ejercer
funciones judiciales: arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las
fenecidas (artículo 95).
En Bolivia la justicia es gratuita, independiente y los tribunales
gozan de autonomía económica. La justicia es pública y se suprime el carácter secreto de
la prueba en los sumarios criminales (artículos 116 y 120).
En Brasil la justicia tiene asegurada su autonomía administrativa y
financiera, los jueces son inamovibles y vitalicios —hasta los setenta años y luego de dos
años en el ejercicio de sus cargos (artículos 95 y 99).
En Chile ni el presidente ni el Congreso pueden ejercer funciones
judiciales, ellos no pueden excusarse de ejercer su autoridad aun a falta de ley, y la
fuerza pública les debe prestar su apoyo, sin posibilidad de calificar el fundamento de la
medida ni su oportunidad (artículo 76 de la Constitución reformada en el año 2005).
En México se consagra la inamovilidad de los integrantes del
Poder Judicial (artículo 97).
En Nicaragua la justicia emana del pueblo y será impartida en su
nombre y delegación por el Poder Judicial. Los magistrados son independientes y tan
sólo deben obediencia a la Constitución y a la ley; ellos se regirán por los principios de
igualdad, publicidad y derecho a la defensa. La justicia en Nicaragua es gratuita; la
administración de justicia se organizará con participación popular; los fallos y
resoluciones judiciales son de ineludible cumplimiento para las autoridades del Estado,
para las organizaciones y para las personas naturales y jurídicas afectadas. La
administración de justicia garantiza el principio de legalidad, protege y tutela los
derechos humanos mediante la aplicación de la ley en los asuntos de su competencia
(artículo 158, 160, 165, 166 y 167).
En Panamá la administración de justicia es gratuita, expedita e
ininterrumpida; los magistrados son independientes en el ejercicio de sus funciones y no
están sometidos más que a la Constitución y a la ley - pero los inferiores están obligados
a acatar y cumplir las decisiones de los superiores al revocar las resoluciones proferidas
por aquéllos -; las leyes procesales se inspiran en el principio de simplicidad de los
trámites, en la economía procesal y en la ausencia de formalismos. La ley arbitrará los
medios para prestar asesoramiento y defensa jurídica a quienes por su situación
económica no puedan procurárselos por sí mismos (artículos 198, 207 y 212).
En Paraguay la independencia del Poder Judicial queda
garantizada. En ningún caso los otros poderes pueden arrogarse funciones judiciales,
actos de esta naturaleza llevan una nulidad insalvable. Los que atentaren contra la
independencia del Poder Judicial, quedarán inhabilitados para ejercer función pública
por cinco años. La ley preverá lo necesario para la defensa de los derechos e intereses de
los incapaces, de los ausentes y de los que no tuvieren medios económicos suficientes
(artículos 195, 202 y 205).
En Perú la potestad de administrar justicia emana del pueblo. Son
garantías de la administración de justicia: la unidad y exclusividad de la función
jurisdiccional (no hay justicia independiente, salvo la arbitral y militar); la independencia
en su ejercicio; ninguna autoridad puede avocarse a causas pendientes; la publicidad en los
juicios penales (se puede deliberar en reserva pero las votaciones son públicas: los juicios
por responsabilidad de los funcionarios, los delitos de prensa y los que se reiteran a los
derechos fundamentales, siempre son públicos); la motivación escrita de las
resoluciones; no deja de administrar justicia por defecto o deficiencia de la ley; el
derecho de toda persona de hacer uso de su propio idioma, así como el de formular
análisis y críticas a las sentencias judiciales y el derecho a la instancia plural (artículo
139 de la Constitución Política del Perú, reformada por las leyes 26.470 del 12 de junio
de 1995 y 26.472 del 13 de junio de 1995).
En la República Dominicana el Poder Judicial se ejerce por la
Suprema Corte de Justicia y por los demás tribunales del orden judicial creados por esta
Constitución y las leyes, que gozará de autonomía administrativa y presupuestaria
(artículo 63, de la Constitución reformada en 2002). Se declara la inamovilidad de los
jueces en el art. 63.III.
En Uruguay la justicia será gratuita para los declarados pobres
con arreglo a la ley: sean demandantes o demandados. No se
podrá iniciar ningún juicio en materia civil sin intentar la conciliación ante
la justicia de paz (artículos 254 y 255).
En Venezuela los jueces son autónomos e independientes de los
demás poderes públicos; la ley establecerá la carrera judicial, para asegurar la
idoneidad, estabilidad e independencia de los jueces (artículo 254 y 255);
En Cuba no se encuentra garantizada la independencia del Poder
Judicial; por el contrario, los tribunales reciben instrucciones del Consejo de Gobierno,
encontrándose subordinados jerárquicamente a la Asamblea Nacional y a dicho Consejo
(artículo 122). Los tribunales son siempre colegiados y deben velar por "mantener y
reforzar la legalidad socialista", así como "elevar la conciencia social del pueblo en tal
sentido" (artículos 123 y 127). En dicho sistema se advierte una trastocación en la
asignación de poderes: mientras, por un lado, se le otorga la función judicial de declarar
la inconstitucionalidad de las leyes a la Asamblea Nacional, por el otro, se le da poderes
de gobierno al Tribunal Supremo, al encomendarle la salvaguarda del régimen
económico, social y político de la Constitución (artículos 73.c y 123.b).
En la Constitución de Colombia, la administración de justicia es
función pública. Sus decisiones son independientes. Las actuaciones serán públicas y
permanentes con las excepciones que establezca la ley y en ellas prevalecerá el derecho
sustancial. Los términos procesales se observarán con diligencia y su incumplimiento
será sancionado. Su funcionamiento será desconcentrado y autónomo. Se garantiza
el derecho de toda persona para acceder a la administración de justicia. La ley indicará
en qué casos podrá hacerlo sin la representación de abogado. Los jueces, en sus
providencias, sólo están sometidos al imperio de la ley.
Excepcionalmente la ley podrá atribuir función jurisdiccional en
materias precisas a determinadas autoridades administrativas. Sin embargo no les será
permitido adelantar la instrucción de sumarios ni juzgar delitos (artículo 166, párrafo 2º
de la Constitución Colombiana, modificado por el Acto Legislativo 3 del 2002).
Los particulares pueden ser investidos transitoriamente de la
función de administrar justicia en la condición de jurados en las causas criminales,
conciliadores o en la de árbitros habilitados por las partes para proferir fallos en derecho
o en equidad, en los términos que determine la ley (artículo 166, párrafo 3º de la
Constitución Colombiana, modificado por el Acto Legislativo 3 del 2002).
La equidad, la jurisprudencia, los principios generales del derecho y
la doctrina son criterios auxiliares de la actividad judicial, (artículos 228, 229, 230).
 
 
Es importante mencionar que en varios países Latinoamericanos,
existen órganos que apoyan el desempeño del poder judicial. Los Consejos de la
Magistratura[14] - experiencia europea utilizada en varios países del viejo continente (en
Francia, Italia y Portugal se denominan Consejo Superior de la Magistratura; en España
se lo denomina Consejo General del Poder Judicial – artículo 122.1 CE) -, son cuerpos
con representatividad intersectorial que cumplen la función de compatibilizar los tres
problemas básicos que presenta el desempeño del Poder Judicial: la politización, la
corporatización y la burocratización de ese poder. Dichos órganos, que incluyen
representantes tanto del sector político (legisladores o representantes del Ejecutivo), ma-
gistrados (elegidos por sus pares) y abogados (elegidos por los colegios profesionales),
intervienen en la designación y remoción de los jueces y colaboran en la fijación de la
política judicial.
Veamos las Constituciones que los han implementado:[15]
En Perú el encontramos el Consejo Nacional de la Magistratura (de
acuerdo a lo normado por La ley 27.368 de noviembre del 2000, que le restituye al
CNM la integridad de las funciones otorgadas en la Carta Magna de
1993). Actualmente, los integrantes del CNM, a quienes se les denomina Consejeros,
son siete. Cada una de las siguientes instancias elige a sendos consejeros: La Corte
Suprema en Sala Plena, la Junta de Fiscales Supremos, los colegios de abogados del
país, los rectores de las universidades nacionales y los rectores de las universidades
particulares; los dos consejeros restantes son elegidos por los miembros de los demás
colegios profesionales del país (artículos 150 a 157 de la Constitución Política del Perú y
la reforma efectuada por la ley 27.368).
En Venezuela el Tribunal Supremo en pleno creará una Dirección
Ejecutiva de la Magistratura, con sus oficinas regionales, con el objeto de ejercer la
jurisdicción disciplinaria judicial sobre los magistrados (artículo 267 de la Constitución
de Venezuela de 1.999).
En Colombia el Consejo Superior de la Judicatura se dividirá en
dos salas:
•  La Sala Administrativa, integrada por seis magistrados elegidos para un
periodo de ocho años, así: dos por la Corte Suprema de Justicia, uno por la Corte
Constitucional y tres por el Consejo de Estado (artículo 254.1).
•  La Sala Jurisdiccional Disciplinaria, integrada por siete
magistrados elegidos para un periodo de ocho años, por el Congreso Nacional
de ternas enviadas por el Gobierno. Podrá haber Consejos Seccionales de
la Judicatura integrados como lo señale la ley (artículo 254.2).
 
En Argentina, a partir de la reforma de la Constitución de 1994, se
incorporó el Consejo de la Magistratura, en el artículo 114, que reza: “El Consejo de la
Magistratura, regulado por una ley especial sancionada por la mayoría absoluta de la
totalidad de los miembros de cada Cámara, tendrá a su cargo la selección de los
magistrados y la administración del Poder Judicial.
El Consejo será integrado periódicamente de modo que se procure el equilibrio entre
la representación de los órganos políticos resultantes de la elección popular, de los
jueces de todas las instancias y de los abogados de la matrícula federal. Será
integrado, asimismo, por otras personas del ámbito académico y científico, en el
número y la forma que indique la ley. Serán sus atribuciones:
1. Seleccionar mediante concursos públicos los postulantes a las magistraturas inferiores.
2. Emitir propuestas en ternas vinculantes, para el nombramiento de los magistrados de
los tribunales inferiores.
3. Administrar los recursos y ejecutar el presupuesto que la ley asigne a la administración
de justicia.
4. Ejercer facultades disciplinarias sobre magistrados.
5. Decidir la apertura del procedimiento de remoción de magistrados, en su caso ordenar
la suspensión, y formular la acusación correspondiente.
6. Dictar los reglamentos relacionados con la organización judicial y todos aquellos que
sean necesarios para asegurar la independencia de los jueces y la eficaz prestación de
los servicios de justicia.”
Sin entrar en detalles, el problema más grave que plantea la
incorporación del Consejo de la Magistratura, es que el mismo se implantó con
facultades realmente amplias, como los del sistema Europeo, los cuales ejercen una
verdadera “administración de justicia”.
El inconveniente, sin duda, se origina en que nuestro sistema
presidencial, ya tiene un poder que ejerce el gobierno del sistema judicial – el Poder
Judicial – y este no puede ser gobernado por otro organismo sin violar la independencia
del poder judicial, fundamento de gran contrapeso que ejerce en la “balanza” de los
controles de poderes del Estado.
A través de la ley 25.669 Ley del Consejo de la Magistratura
(publicada en el Boletín Oficial del 19 de noviembre del 2002), legisló y aprobó la
creación y el Reglamento del Consejo de la Magistratura. En su artículo 10,  se
implementó una solución a la controversia mencionada en el párrafo anterior, ya que se
dispuso que el Presidente del Consejo de la Magistratura sea el Presidente de la Corte
Suprema de Justicia de la Nación (órgano de mayor jerarquía dentro del Poder Judicial),
mientras dure en el cargo de la presidencia de este último.
Además, según su artículo 2, in fine, se dispone que “Los
miembros del Consejo, en el acto de su incorporación, prestarán juramento de
desempeñar debidamente el cargo por ante el Presidente de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación.” Queda en parte zanjado, el problema de la gobernabilidad del
Poder Judicial, más allá de existir ciertos “roces”, que no vamos a desarrollar en este
trabajo, pero que se originan en la situación de implantar – a la fuerza - un órgano de
corte netamente parlamentario dentro de un sistema presidencial de gobierno.
 
Para finalizar con la configuración del poder judicial en las
constituciones de Latinoamérica, es necesario hacer algunos comentarios sobre como se
encuentra implementada la Jurisdicción Constitucional en las mismas[16]. Para ello
destacamos las palabras del gran constitucionalista mexicano Héctor Fix-Zamudio,
quién resalta que "el control de la  constitucionalidad de los actos de autoridad ha
tenido (en dichos países)  un desarrollo que podemos calificar de sorprendente”.[17]
La sorpresa se hace patente a partir de la cada vez más creciente y
compleja gama de variantes de control de constitucionalidad que se han ido
introduciendo en los textos constitucionales (y en las leyes orgánicas que los han
completado), hasta hacer de ellos un sistema de control completo (aunque la eficacia
depende de las circunstancias políticas de cada país y de la cultura de cada pueblo).
En América Latina existen los tres sistemas de control que nos
marca Fix-Zamudio en su obra clásica antes citada: el control difuso (a la manera
angloamericana), el control concentrado (a la manera europea) y el control legislativo (a
la manera colectivista: Cuba, en nuestro caso). Pero también podemos señalar que hay
una gran tendencia por incrementar el carácter mixto de los sistemas de control
(coexistencia del sistema difuso y del concentrado), lo cual no hace otra cosa que
ratificar la complejidad del sistema.
Veamos qué nos dice el cuadro comparativo de las diferentes
alternativas de control que se han utilizado, para luego sacar algunas conclusiones. En
Latinoamérica se han adoptado dos vías jurisdiccionales concentradas para salvaguardar
la supremacía de la Constitución (algunos países también aceptan el sistema difuso), a
saber:
a) Creando Tribunales Constitucionales como órganos especialmente afectados
a dicha función, de los cuales tenemos los siguientes casos:
1) El Tribunal Constitucional de Chile (artículos 92, 93 y 94 de la
Constitución reformada en 2005 por la  Ley Nº 20.050, publicada en el Diario Oficial
nro. 42 del 26.08.2005), está formado por diez miembros (tres elegidos por la Corte
Suprema en una votación secreta que se celebrará especialmente para tal efecto; cuatro
miembros elegidos por el Congreso: dos directamente por la Cámara de Senadores y dos
serán previamente propuestos por la Cámara de Diputados para su aprobación o rechazo
por el Senado; tres miembros elegidos por el presidente de la República), que duran
nueve años en sus funciones y se renovarán por parcialidades cada tres años. Los
miembros del Tribunal Constitucional serán inamovibles y no podrán ser reelegidos,
salvo aquél que lo haya sido como reemplazante y haya ejercido el cargo por un período
menor a cinco años.
2) El Tribunal de Garantías Constitucionales de Ecuador (artículos 140 y
141) está formado por once miembros electos por el Congreso (tres de fuera de su seno
y los restantes por ternas: dos del presidente, dos electos por la ciudadanía a través de
colegios electorales, uno por los alcaldes cantonales, y otro por los prefectos
provinciales, uno por las centrales de trabajadores y uno por las cámaras de la
producción) que duran dos años en sus funciones. Los ministros, el contralor general y
los directores de los partidos políticos participan de sus sesiones, pero sin voto.
3) La Corte Constitucional de Guatemala (artículos 268-272) está compuesta
por cinco miembros titulares y dos alternos (que intervienen cuando la Corte debe
manifestarse acerca de cuestiones de inconstitucionalidad en contra de los poderes del
Estado) que duran cinco años en sus funciones y son designados: uno por la Corte, uno
por el Congreso, uno por el presidente de la República, uno por la Universidad y uno
por el Colegio de Abogados. Se requiere para ser designado, además de las condiciones
para ser juez, tener quince años de ejercicio profesional.
4) El Tribunal Constitucional del Perú (artículo 201 de la Constitución
Política del Perú, reformada por las leyes 26.470 del 12 de junio de 1995 y 26.472 del
13 de junio de 1995) está compuesto por siete miembros, que tienen que cumplir con los
mismos requisitos que para ser vocales de la Corte; ellos duran cinco años en sus
funciones, y no son reelegibles en forma inmediata. Los miembros del Tribunal
Constitucional son elegidos por el Congreso de la República con el voto favorable de
los dos tercios del número legal de sus miembros. No pueden ser elegidos magistrados
del Tribunal Constitucional los jueces o fiscales que no han dejado el cargo con un año
de anticipación.
5) La Corte Constitucional de Colombia, compuesta por un número impar de
miembros que determine la ley: en su integración se atenderá al criterio de designación
de magistrados pertenecientes a diversas especialidades del derecho. Los magistrados,
que duran ocho años, serán elegidos por el Senado de ternas que le presente el
Presidente de la República, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado. Los
cargos no son reelegibles (artículo 239).
A la Corte Constitucional de Colombia se le confía la guarda de la integridad
y supremacía de la Constitución, en los estrictos y precisos términos del artículo 241.
6) En Costa Rica, se ha introducido una Sala Constitucional dentro de la
organización de la Corte Suprema de Costa Rica (por reforma constitucional de 1990,
del artículo 10 de la Constitución Costarricense). La misión fundamental de la Sala es
garantizar la supremacía de las normas y principios constitucionales y del Derecho
Internacional o Comunitario vigente en la República, su uniforme interpretación y
aplicación, así como los derechos y libertades fundamentales consagrados en la
Constitución o en los instrumentos internacionales de derechos humanos vigentes en
Costa Rica.
b) Habilitando la jurisdicción constitucional de la Corte Suprema del Estado de
acuerdo con las siguientes modalidades[18]:
1) Por acción de inconstitucionalidad: Brasil, artículo 102.I.a;
Colombia, artículo 241.4 y 5 por acción popular de inexequibilidad); El Salvador,
artículo 183: por petición de cualquier ciudadano, ante la sala constitucional; Honduras,
artículo 319.12: se trata de una habilitación imprecisa que hace presumir esta
jurisdicción; Panamá artículo 203.1: por impugnación de cualquier persona; Paraguay,
artículo 200; Uruguay, artículo 258.1: ante la Suprema Corte de Justicia; República
Dominicana, artículo 67.1 de la Constitución reformada en 2002, ante la
Suprema Corte de Justicia.
2) Por apelación extraordinaria: Argentina, artículo 101 y ley 48;
Bolivia, artículo 127.5: y en las cuestiones de puro derecho; Brasil, artículo 102.III.a;
Colombia, artículo 241.9; Paraguay, artículo 200: el incidente no suspende el juicio;
Uruguay, artículo 258.2: por vía de excepción planteada ante cualquier juez; República
Dominicana, de los recursos de casación de conformidad con la Ley, artículo 67.2  de
la Constitución reformada en 2002.
3) En forma preventiva respecto de los proyectos de ley objetados por el
gobierno como inconstitucionales (Colombia, artículo 241.4, sea por vicios formales  o
materiales; Chile, artículo 93.2: pero el recurso no suspende el trámite del proyecto,
aunque no se podrá sancionar la parte impugnada antes del plazo que tiene el Tribunal
Constitucional para pronunciarse, luego sí, si no ha sido declarado inconstitucional;
Guatemala, artículo 272.e y h: cuando emite opinión sobre la constitucionalidad de
tratados leyes y vetos del Ejecutivo).
En Colombia, la Corte Constitucional también controla todos los
decretos legislativos dictados durante los estados de excepción si el Ejecutivo no los
remite, la Corte se avocará de oficio (artículos 214.6 y 215 parágrafo).
4) De oficio (Ecuador, artículo 138: por avocación puede pronunciarse la
Corte, con efecto sólo en la causa; Panamá, artículo 203.1; Uruguay, artículo 258: en
tal caso se suspenden los procedimientos; Colombia 214.6 y 215. parágrafo: durante los
estados de excepción).
C) La jurisdicción difusa de control de la supremacía de la Constitución, es
decir, que dicha declaración puede ser efectuada por cualquier juez, se encuentra
dispuesto en[19]: Argentina, artículo 100; Brasil, artículo 97; Bolivia, artículo 122.2;
Guatemala, artículo 272.d; Ecuador, artículo 138; Honduras, artículo 315; México,
artículo 103; Nicaragua, artículo 165; Paraguay, artículo 200; Perú, artículo 138.
Podemos concluir que el Poder Judicial en Latinoamérica ha dado
grandes sorpresas, tal como citáramos a Fix-Zamudio, en párrafos anteriores, y esta
sorpresa se debe en gran medida, en la preocupación por moderar los avances del Poder
Ejecutivo, especialmente sobre el Poder Legislativo. Este último Poder, que
desarrollaremos a continuación, se encuentra en un momento de crisis en la mayoría de
los países Latinoamericanos, especialmente, sufre una crisis de “representatividad”
debido a la “politización” y “partidización” de sus miembros.
A raíz de este problema, el Poder Judicial, se erigió como un
defensor del equilibrio de los poderes del estado, que debe defender todo régimen
republicano de gobierno, que se encuentre imbuido en un real Estado de Derecho.
Es así, que el Poder Judicial, ha creado órganos específicos para dar
cumplimiento a su tarea de guarda del sistema constitucional, como hemos visto en los
párrafos anteriores, e incluyó instituciones típicas de los modelos parlamentarios, para
hacer frente a los avances del Poder Ejecutivo.
Debemos destacar, por que no hacerlo, cómo la Corte Suprema de
nuestro país ha jugado - incluso frente a los avatares de los gobiernos de facto - la
función de un verdadero órgano de control de los poderes de gobierno, integrados
asimismo, a través de su jurisprudencia, de la Constitución material de los argentinos:
un papel equivalente al que ha jugado la Corte Suprema de Estados Unidos.
 
2.1.2 El Poder Legislativo en Latinoamérica
 
Pasaremos ahora, al análisis del Poder Legislativo, pero
principalmente, en aquellos puntos que consideramos “débiles” y que generan la
situación de “crisis de representatividad” que mencionamos antes, sobre todo haciendo
hincapié en la politización y partidización de este Poder del Estado, que permite de esta
forma la intromisión y fortalecimiento del Poder Ejecutivo en sus facultades.
Desde antiguo el tema de la representación política ha ocupado un
amplio espacio en el campo de la investigación científica. La palabra "representar" tiene,
en el lenguaje vulgar, distintas acepciones; denota a veces la sustitución de una cosa por
otra, otras veces la reproducción de un hecho; y así en el teatro decimos que representa
escenas de la vida, tipos y caracteres de la realidad; y también significa exponer,
pedir, reclamar, como un hijo representa a su padre, etc. Del lenguaje vulgar el vocablo pasó
al campo jurídico y, en el derecho privado, por medio de la representación, una persona
sustituye a otra, cuya voluntad significa y manifiesta con eficacia legal, como si la persona
sustituida actuara por sí misma.
De esta somera reflexión sobre la representación han
surgido diversos elementos para crear una teoría o doctrina de la representación política
que, en realidad, debe ubicarse cronológicamente en la época de la revolución francesa, en
la que surge, según los destacados autores su primer expositor: el abate Sièyes, quien la
expone en su clásica obra "¿qué es el tercer estado?", aunque no faltan autores que
niegan a Sièyes tal privilegio.
Algunos autores hacen aparecer los principios de la representación
en la época medieval con las instituciones típicas; aunque debe advertirse que ese
concepto de representación era distinto al que aparece posteriormente, ya que
aquellas instituciones tenían en cuenta solamente a los estados (estamentos) y no a los
individuos.
En la actualidad, el sistema representativo esta todavía expuesto a
ataques y críticas, pues se lo considera engañoso y meramente aparente; este ataque
podría estar justificado si se prescinde de la profundidad en la distinción que debe existir
entre el mundo de los conceptos jurídicos y el de los hechos reales. Los autores que
objetan la bondad de la representación ofrecen argumentaciones doctrinarias,
sosteniendo que la representación tal como se la presenta no es cabalmente la expresión
de la voluntad del pueblo, pues falta el elemento concreto y certero que pruebe, pues
opinan, que la nación por medio del cuerpo electoral, no otorga ningún mandato ni delega
en los mandatarios ninguna clase de poderes. En esta posición, que Duguit ha llamado
teoría jurídico-orgánica, se encuentran otros autores, como Laband y Orlando.
La cuestión de la representación política, tiene relación entre otros
temas además del mandato, con el más importante que es el sistema electoral para la
elección de los representantes y sobre todo el reconocimiento, organización y
funcionamiento de los partidos políticos.
A este respecto, es importante señalar que en nuestro país, la ley
23.298 Orgánica de los partidos políticos, establece en su artículo 2° que les
corresponde en forma exclusiva la nominación de los candidatos para los cargos
electivos, es decir, que los partidos políticos con personería política reconocida y otor-
gada por la autoridad electoral gozan del monopolio en la elección de los candidatos,
por lo que se desprende que en nuestro ordenamiento legal no se admite la candidatura
independiente. Esto nos lleva a sostener, que la representación asumida por los
miembros del órgano legislativo, se encuentra “partidizada”, tanto en nuestro país, como
en la mayoría de los países Latinoamericanos.
Volviendo a la línea reflexiva que veníamos esbozando, el mandato
presenta varias especies que pueden estudiarse a través de la historia: a) el mandato imperativo,
característico del estado feudo-estamental; b) el mandato libre de la democracia representativa;
y c) el mandato que se observa en la actualidad y que podemos denominar “mandato
condicionado”, ya que el mismo se ejerce en íntima relación y hasta podría decirse
dependencia con el partido político, sus ideas, principios y programas, a lo que debe agregarse las
conductas estratégicas que se ponen en funcionamiento en los cuerpos parlamentarios, a través
de los grupos políticos (los llamados bloques parlamentarios).
En síntesis, el superado representante del mandato imperativo se
encuentra hoy sometido a tres órdenes o ámbitos de relaciones disciplinarias: 1) con la Cámara de
la cual forma parte en su carácter de legislador; 2) con el bloque parlamentario del partido al que
pertenece; y c) con el partido como afiliado y que lo ha designado o elegido como candidato,
de tal manera que el denominado “mandato libre y democrático del legislador” en
la actualidad, se ha transformado en un mandato que se encuentra “condicionado” – podríamos
decir “partidizado” o “politizado” - o acotado por los tres ordenes
disciplinarios expresados, en el sentido que se encuentra sometido a las estrategias e
indicaciones que emanan del partido y del bloque parlamentario, además de las disposiciones
reglamentarias que surgen de los Reglamentos propios de las Cámaras en donde de desempeñen.
El problema planteado no es menor, ya que esta práctica legislativa
“condicionada y politizada”, y no tan libre y democrática, atenta contra la forma de
gobierno republicana, y más aún, contra aquellos países que, como el nuestro, han
adoptado un sistema Federal de organización del Estado.  Porque un Estado Federal, sin
equilibrio entre el ejercicio del poder presidencial y las facultades del Parlamento,
inevitablemente compromete su “institucionalidad federal”.
Hay que tener en cuenta que, a raíz de estas prácticas, entre otros
factores que luego analizaremos, los Poderes Ejecutivos de nuestros sistemas
presidencialistas, han aumentado en las últimas décadas, su predominio sobre los otros
poderes del estado, principalmente sobre el Poder Legislativo. Como máximo
exponente, del predominio del Poder Ejecutivo, siguiendo esta línea argumental,
podemos mencionar los casos en que el partido político al que pertenece el Presidente
de la Nación, República o Estado, obtiene también mayoría en los cargos a asumir en el
Congreso General, Parlamento o Asamblea General, en fin, mayorías Parlamentarias.
Esto sin duda, ampliará los límites al ejercicio del poder presidencial.
Y si queremos agudizar más el ejemplo, imaginemos que el
Presidente de la Nación, también es el que preside el partido que lo llevó al poder.
Casos han existido y muchos, y las consecuencias han sido las mismas, sin importar el
país en donde se dieron. Sin la existencia de una oposición dentro o fuera del partido, y
con la certeza de que las líneas, estrategias e indicaciones que emanan del partido no se
verán frustradas por la acción de opositores, entonces tales mayorías parlamentarias
responderán al interés del partido, más que al interés regional o al interés nacional (en el
caso de los Senadores) y al interés de los ciudadanos que los eligieron (en el caso de los
Diputados), más allá de los partidos y las regiones.
En un párrafo anterior, nos referimos a la situación de que la
práctica legislativa “condicionada y politizada”, y no tan libre y democrática, atenta
contra la forma de gobierno republicana, y en aquellos países que, como el nuestro, han
adoptado un sistema Federal de organización del Estado, atenta contra la
institucionalidad Federal. El primer caso (atentar contra la forma republicana de
gobierno) ya ha quedado demostrado con el ejemplo explicado supra, ya que se
vulneran los principios fundamentales de la separación de poderes. Vamos a explicar el
segundo caso, el de atentar contra la forma Federal del Estado.
El tema se relaciona con la representación ejercida por los
Senadores Nacionales, y su función de garantizar el esquema Estado Federal, adoptado
por nuestra República. Siguiendo las mismas líneas argumentativas del ejemplo
anterior, muy comunes en los presidencialismos en Latinoamérica, cabe preguntarse
¿Dónde reside el poder real de representación de las Provincias (ante quien fuere) en
orden al proceso de toma de decisiones en el marco de nuestro Estado federal?  Además,
encontramos el inconveniente del diseño de las políticas de Estado, y siendo un Estado
federal, el tema fundamental radicaría en ¿Cómo se diseñas dichas políticas?
El tema radica, en si los Senadores representan fielmente los
intereses y la voluntad de las Provincias. Debemos aclarar, que el planteo no obedece a
intenciones de criticar las aptitudes de los propios Senadores para el desempeño de sus
cargos, tampoco es un problema que se pueda plantear sobre la arquitectura del diseño
institucional de las Cámaras, sino a criticar – como lo venimos haciendo – las
conductas, actitudes y/o comportamiento de los legisladores dentro de ese marco
institucional.
El artículo 22 de nuestra Carta Magna establece que “el pueblo no
delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por
esta Constitución…”.  Luego en sus artículos 37 y 38 establece el régimen de partidos
políticos para los cargos electivos, de acuerdo a las leyes que se dicten en su
consecuencia. También establece en su artículo 38 que “los partidos políticos son
instituciones fundamentales del sistema democrático.” 
Ya hemos visto, como a consecuencia de esta reforma introducida
en 1994, la ley 23.298 Orgánica de los partidos políticos, establece en su artículo 2° que
les corresponde a los partidos políticos, en forma “exclusiva”, la nominación de los
candidatos para los cargos electivos. Podemos hablar entonces, que la representación
provincial ha sido “partidizada”, y más grave aún, es este el único caso en que desde la
Constitución se les aseguró a los partidos políticos el monopolio de las candidaturas.
Nos encontramos entonces, ante un Senado que,
constitucionalmente, es reflejo de las mayorías partidarias antes que de la notabilidad
provincial y regional. Y esto trae aparejada, la posibilidad de la lealtad partidaria antes
que el compromiso con el interés provincial. En consecuencia, las decisiones sobre las
políticas de Estado, serán planteadas, discutidas y aprobadas en base a políticas e
intereses partidarios, más que en el interés y la voluntad de las Provincias.,
comprometiendo así la organización federal del Estado.
Para finalizar con el tema desarrollado en este punto, debemos
aclarar, que nuestro análisis no obedece a una línea de pensamiento negativo en relación
a lo estipulado por el artículo 38 de nuestra Carta Magna, en el sentido que estamos
convencidos que los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema
democrático. El problema radica en que, a nuestro entender, no estaban dadas las
condiciones necesarias, en ese momento histórico de nuestro país, para la inclusión de
esta reforma, puntualmente en el tema de los partidos políticos, lo que generó el dictado
de la ley Orgánica de los mismos.
Y nuestro pensamiento se basa en que no existía – aún no existe –
una pluralidad política reflejada en un sistema democrático multipartidista. Al contrario,
sólo existían dos partidos grandes y con antecedentes históricos (el partido Justicialista
y la Unión Cívica Radical), varios partidos extremadamente pequeños, y además, un
amplio predominio del partido Justicialista, que en ese momento histórico se encontraba
en el poder.
Las tratativas sobre la reforma constitucional de 1994 son un claro
ejemplo de lo que desarrollamos en los párrafos anteriores. Sin entrar en los detalles, las
mismas se acordaron en los “Pacto de Olivos” y “Pacto de la Rosada” entre los
Presidentes de los partidos Unión Cívica Radical (Raúl Alfonsín) y el partido
Justicialista (Carlos Saúl Menem, quién era también el Presidente de la República en ese
momento). Menem buscaba la reelección como Presidente de la República y Alfonsín –
que tenía la certeza que su partido no ganaría las elecciones, buscaba limitar las
facultades del Presidente introduciendo instituciones tales como el Jefe de Gabinete,
cuyo funcionamiento como “contrapeso” no ha tenido un buen resultado hasta el
momento.
Tanto los legisladores Justicialistas como los Radicales, amparados
en dichos pactos, votaron felizmente a favor de la reforma constitucional, sin importar si
ellos mismos estaban a favor o en contra, era un “pacto de partidos”. Lógicamente, hubo
algunos disidentes, como también los partidos menores, que no lograron imponerse con
su voto contrario a la misma.
Un claro ejemplo de esta cuestión es la relativa a la composición  y
elección de los Senadores Nacionales. En efecto, la reforma a la Constitución Nacional
en 1994 estableció en el artículo 54 que el Senado se compondrá de tres senadores por
cada provincia y tres por la Ciudad de Buenos Aires, elegidos directamente. El partido
político que obtenga la mayoría de votos se adjudicará dos bancas, quedando la tercera al
partido que le siga en la cantidad de votos. Este artículo modificó sustancialmente al
artículo 46 de la Constitución Nacional de 1853/60, que disponía que cada provincia y la
Capital Federal estarían representadas por dos senadores. Además se alteró la forma de
elección.
Con la reforma se pretendió asegurar la representación de las
minorías, aumentando el número de senadores; pero de la recta interpretación de esa
norma se desprende que se pone en duda a quien representan los senadores: a las
provincias o a los partidos políticos, además de dejar sin representación a la Capital
Federal. Estas cuestiones se debatieron en la Convención Nacional sin éxito, pues ya se
había acordado en el “Pacto de Olivos”.
La alternativa podría haber sido, volver a la cantidad de dos
senadores por provincia; y dos por la Capital Federal; y mantener la forma directa de
elección; pero permitiendo la más amplia libertad de elección, para que cada elector tenga a
su disposición en el momento de emitir su voto dos boletas del mismo partido político, una
para cada uno de los candidatos que representarán a la provincia.
Con este procedimiento se ofrecería a los ciudadanos la posibilidad de
elegir un candidato de cada partido. Para el caso que prefiera elegir a los candidatos del
mismo partido, colocará en el sobre ambas boletas que aparecen separadas por una
línea punteada. La alternativa permitiría que resulten electos candidatos de dos partidos en
una misma provincia, lo que en definitiva, el Senado se compondría de representantes
provenientes corno candidatos de varios partidos políticos, entre ellos los partidos
minoritarios, con lo que se obtendría el propósito perseguido al sancionarse el artículo 54.
Esta alternativa se asemejaría más a un plan de organización de
partidos políticos y de representación, basado en un sistema multipartidista, en la que se
hubiera contribuido a representar de mejor manera los intereses de las minorías.
El ejemplo es claro, y el asunto sólo compromete a la conciencia de
cada legislador.
Para finalizar este punto, debemos mencionar que como producto
de esta “politización o partidización” de los legisladores también debemos considerar un
marcado crecimiento de la falta de formación y/o capacitación técnica de los mismos,
sobre los aspectos que deben legislar. El tema es interesante y podría demandar una
producción muy extensa sobre el mismo. Solamente lo mencionamos como otro aspecto
de la debilidad que aqueja al órgano legislativo actual.
Debemos considerar también como un claro ejemplo de la
debilitación del Poder Legislativo en Latinoamérica las delegaciones realizadas por éste
al Poder Ejecutivo. Este tema lo analizaremos en el siguiente punto, haciendo hincapié
en el Poder Ejecutivo, y su configuración en América Latina.
 
 
2.2 El Poder Ejecutivo Latinoamericano y la tensión de poderes.
 
 
A lo largo del presente trabajo, hemos demostrado como el Poder
Ejecutivo en América Latina, puja por aumentar su poder, generando tensiones con los
otros poderes del Estado. Hemos visto como desde sus orígenes estuvo pensado para
lograr mantener un poder centralizado, y agilizar de este modo la toma de decisiones
sobre las políticas a desarrollar, tal fue el origen del presidencialismo en América del
Norte.
También hemos hecho alusión sobre la cultura, heredada del
imperio español, con un sesgo claramente autoritario y jerarquizante, basada en el poder
absoluto del Soberano, donde claramente nos alejamos – en aquella época embrionaria -
del ideal de libertad y participación que estaba implantando el sistema en Estados
Unidos de América.
A los efectos de delinear la fisonomía política de líder y demagogo
que lucen los titulares de los Ejecutivos hoy día en Latinoamérica – obviamente que
existen excepciones - recorrimos la historia, nuestra historia común independizante, y
analizamos la configuración caudillesca, autocrática, populista y paternalista de los
liderazgos políticos que fueron surgiendo luego de las independencias de nuestros
países, cuando reinaba la anarquía, previo a las organizaciones nacionales como estados
republicanos y democráticos.
Hemos iluminado esta escenografía política y de poder, con el
insigne legado que nos dejara el Padre de nuestra Constitución, Juan Bautista Alberdi,
pensador político e ideólogo  republicano para futuro, no sólo para nuestro país, sino
para todo el continente.
No hemos analizado el fenómeno general de las dictaduras y
regímenes totalitarios (con algún sesgo constitucional y sin el), ya que excedería el
marco del presente trabajo. Pero es necesario dejar sentado, que la oleada de dictaduras
que azotaron nuestro continente luego de la segunda guerra mundial, hasta los inicios de
la década de los ochenta, ha debilitado  - entre otras muchas cosas – aún más la cultura
de la participación ciudadana, el acostumbramiento, tanto de los ciudadanos como de las
instituciones, a vivir y funcionar en un régimen democrático.  Las costumbres – en
general, pero nos referimos a las democráticas -  una vez que son generalmente
aceptadas e internalizadas, construyen un piso inquebrantable donde se asientan los
Estados para seguir creciendo. Cuanto más es el tiempo que un Estado vive en
democracia, más alto y fuerte es el piso donde se asienta su estructura republicana.
Esto es, a nuestro parecer, el legado atrofiante que dejan las
dictaduras en las instituciones democráticas y republicanas, más allá de los hechos
concretos. Por otro lado, han ayudado a incrementar el “fuerte personalismo” que
poseen hoy los sistemas presidencialistas, evidenciados lógicamente, en los titulares de
sus Poderes Ejecutivos.
En última instancia, hemos analizado diversas tensiones entre los
poderes del Estado, debido a las debilidades que presenta el Poder Legislativo,
específicamente por la acción “Partidizante y Politizante” ejercida por el sistema de
partidos implantado por la ley 23.298 Orgánica de los partidos políticos, amparada  en
nuestro caso, por la Constitución Nacional.
Ahora bien, para terminar de analizar el predominio del Poder
Ejecutivo sobre los demás poderes del Estado, en nuestros sistemas presidencialistas
Latinoamericanos, debemos considerar especialmente las delegaciones realizadas por el
Poder Legislativo al Poder Ejecutivo.
Las leyes delegadas[20], plantean una serie de problemas vinculados
a lo propio que la delegación del poder implica (el peligro de la suma del poder
público), a los resguardos que hay que tomar para evitar dicho peligro y, por último, al
necesario deslinde que hay que hacer entre ellas y los decretos – leyes dictadas por
cuenta exclusiva del Ejecutivo.
Aclarado el primer punto en el sentido que delegación legislativa
no puede significar suma del poder público, a partir de la intervención necesaria del
legislativo en el control del ejercicio de dicha delegación - a cuyo efecto las leyes de
base cumplen un papel fundamental - y de su correspondiente revocación (con lo cual
está también aclarado el segundo punto), queda por especificar lo concerniente a los
decretos-leyes ejecutivos, los que sólo pueden ser admisibles en situaciones de necesidad
y urgencia.
Veamos cómo han sido reguladas las leyes delegadas en nuestras
Constituciones.
1) En Brasil ellas son una clase específica de leyes (artículo 59.IV) que
pueden ser elaboradas por el presidente de la República, previa solicitud en tal sentido
al Congreso; está prohibida la delegación de la competencia exclusiva de ese poder, así
como de la que corresponde, en forma privativa a ambas Cámaras, de las leyes
complementarias y sobre organización del Poder Judicial, del Ministerio Público, sobre
nacionalidad y ciudadanía, derechos individuales, políticos y electorales y sobre
planificación y directrices presupuestarias y presupuesto (artículo 68). La delegación
debe especificar el contenido y los términos de su ejercicio y puede (o no) requerir que
dicho ejercicio sea sólo "proyectivo" sometiéndolo a la apreciación del Congreso, quien
resolverá en tal caso, en votación única (una forma concreta de agilizar el trámite
legislativo); queda vedada cualquier enmienda a lo proyectado: se aprueba o se rechaza
(artículo 68.III.3).
De esta forma, en Brasil hay dos modalidades posibles de
delegación: de plenos efectos, que no quedan sometidas a ratificación del Congreso, sin
que ello signifique que este último no pueda derogar lo actuado o revocar la delegación,
debido a que está sancionado el control por el Congreso sobre las extralimitaciones del
Ejecutivo (artículo 49.V, reformado por la Enmienda Constitucional Nº 19 de 1.998) y
condicionada a la ratificación del Congreso, modalidad es la última que se compatibiliza
con nuestra propuesta de delegación a través de bases que pauten los reglamentos
legislativos
2) En Chile el presidente puede solicitar autorización
para dictar disposiciones con fuerza de ley durante un plazo no superior a un año, en
materias que le corresponden al dominio de la ley (artículo 64, reforma del 2005).
Están excluidas las leyes orgánicas constitucionales, las de quorum calificado, las que
regulan las garantías constitucionales, la nacionalidad y la ciudadanía, las electorales, y
las que disponen plebiscitos (artículo 64, reforma del 2005). La delegación debe ser
precisa y puede estar sometida a limitaciones; de ella debe tomar intervención la
Contraloría General, órgano que puede rechazar los decretos-leyes dictados en exceso de
la autorización (artículo 64, reforma del 2005).
3) En Nicaragua la Constitución norma el dictado de un Decreto-Ley Anual
Delegatorio "de las funciones legislativas" (no se precisa quién dicte dicho instrumento,
pero si es decreto lo debe dictar el Ejecutivo, fijando las materias que le debe delegar la
Asamblea Nacional), a partir del cual procede una delegación de
facultades legislativas a favor del presidente, durante el periodo del receso de la
Asamblea (artículo 138.16).
4) En Panamá el presidente puede recibir por delegación la atribución de
facultades extraordinarias precisas, durante el receso de la Asamblea Legislativa, en
casos de necesidad, para ser ejercidas a través de decretos-leyes (artículo 153.16). Pero
esas medidas no podrán alcanzar a los tratados internacionales, al presupuesto, a los
impuestos, ni a las garantías fundamentales, el sufragio, el régimen de los partidos y la
tipificación de delitos (artículo 153.16). Las medidas adoptadas estarán sometidas a
revisión del Legislativo. Como se puede apreciar, en Panamá la Constitución ha
tomado debido recaudo para impedir los excesos que pueda producir el ejercicio de las
atribuciones extraordinarias.
5) En Colombia sólo está prevista la delegación que el presidente puede
realizar a favor de sus ministros - vale decir de potestades administrativas y no
legislativas - u otras autoridades, incluidos los gobernadores. Se establece en forma
expresa que la delegación exime de responsabilidad al delegante, siendo exclusivamente
responsable el delegatario: pero también se dispone que la delegación es revocable en
todo momento (artículo 211). Como potestad legislativa sólo está prevista, en épocas
de normalidad (no en estados de excepción o de necesidad y urgencia) la delegación de
las Asambleas Departamentales de las funciones que ellas determinen a favor de los
consejos Municipales (artículo 301).
6) En Perú el Congreso puede delegar en el Poder Ejecutivo la facultad de
legislar, mediante decretos legislativos, sobre la materia específica y por el plazo
determinado establecidos en la ley autoritativa. No pueden delegarse las materias que
son indelegables a la Comisión Permanente. Los decretos legislativos están sometidos,
en cuanto a su promulgación, publicación, vigencia y efectos, a las mismas normas que
rigen para la ley. El Presidente de la República da cuenta al Congreso o a la Comisión
Permanente de cada decreto legislativo (artículo 104 de la Constitución Política del
Perú, con sus reformas hasta el año 2005).
7) En Venezuela el Congreso puede autorizar mediante ley, al presidente de
la República a dictar decretos con fuerza de ley (artículo 236.8 de la Constitución de
1.999).
                               Otra categoría corresponde a los Decretos leyes
ejecutivos[21]. Éstos son dictados por el Presidente de la República sin necesidad de una
delegación legislativa, por imperio de una competencia que en tal sentido le reconoce la
propia Constitución, con valor de ley propia (sin sujeción a una ratificación legislativa) y
al margen de situaciones de urgencia (de forma tal que quedan diferenciados de los
sectores de necesidad —y de urgencia—). Esto implica una virtual suma del poder
público —aunque lo sea en materias específicas y por lo tanto parcial— capaz de
generar un ejercicio autoritario del gobierno. Veamos en qué países se
produce esta hipótesis.
1) En Chile, a partir de que el presidente se encuentra facultado para dictar
"reglamentos autónomos", en todas aquellas materias ajenas a la competencia de la
ley (artículo 32.8 de la Constitución reformada en 2005), con lo cual se le está
asignando una atribución legislativa remanente, de carácter ordinario y no
provisorio (muy del tipo de la reserva legislativa reglamentaria dispuesta a favor del
presidente en el artículo 37 de la Constitución francesa).
2) En Colombia, en el caso de las leyes de planes económicos sociales, si
bien el Congreso no se pronuncia sobre los proyectos que le concierne en el lapso de
tres meses, el Poder Ejecutivo se encuentra habilitado para legislar en dicha materia a
través de decretos leyes (artículo 341)
El Gobierno Nacional fijará metas anuales de balance primario para
el sector público no financiero que garanticen la sostenibilidad de largo plazo de la
deuda pública consolidada del sector público no financiero (parágrafo introducido al
artículo 341, modificación realizada a través del Decreto 99 del 2003).
3) En Nicaragua, donde el presidente está facultado para dictar decretos
ejecutivos con fuerza de ley (artículo 150.4), pero sólo en materia fiscal y
administrativa.
4) En Cuba, a partir de que el Consejo de Estado (órgano ejecutivo
colegiado) con la firma de su presidente (jefe del gobierno) dicta decretos-leyes en
receso de la Asamblea Nacional (artículos 88.c y 91.h).
5) En Brasil la Constitución de 1988 suprimió el régimen vigente que hasta
entonces le otorgaba al presidente el poder de dictar decretos-leyes, que entraban
inmediatamente en vigor y, si no eran rechazados dentro de los sesenta días por el
Congreso, quedaban firmes, sin que su rechazo anulara los efectos cumplidos. Con la
derogación apuntada, la Constitución del Brasil avanza notablemente en la restricción
de los plenos poderes que prácticamente, se le habían conferido al Ejecutivo.
Pasemos ahora, a analizar las leyes de necesidad y urgencia, que
surgen cuando el Legislativo no pudiere (por su receso o por otras razones) atender
debidamente a una situación de verdadera necesidad determinante de urgencia, con
intervención ulterior del Congreso para que ratifique o deje sin efecto lo resuelto por el
Poder Ejecutivo. Veamos los casos:[22]
1) En Brasil, dichas leyes están asentadas bajo la denominación de "medidas
provisorias" (artículo 59.V), para casos de relevancia y urgencia, adoptadas por el
presidente con fuerza de ley, debiéndolas poner de inmediato a consideración del
Congreso. Estas medidas pierden eficacia (validez) desde su nacimiento si no han sido
convertidas en ley en sesenta días con derecho a una sola reedición[23]; pero el
Congreso debe regular las relaciones jurídicas por ellas producidas (artículo 62), De este
modo está claro que el efecto retroactivo de la invalidación no es absoluto, pues se
deberán respetar los derechos adquiridos.
A raíz de la modificación introducida a través de la enmienda
constitucional nro. 32 del 11 de septiembre de 2001, que alteró varios artículos entre
ellos el 62, se introdujo un nuevo régimen de las medidas provisionales que representa
un innegable avance en la búsqueda de la deseada seguridad jurídica. La nueva
redacción del artículo 62 es la siguiente:   "Art. 62. En el caso de relevancia y urgencia,
el presidente de la república podrá adoptar medidas provisionales con fuerza de ley,
debiendo someterlas de inmediato al Congreso Nacional".I. Relativa a: a)
nacionalidad, ciudadanía, derechos políticos, partidos políticos y derecho electoral; b)
derecho penal, procesal penal y procesal civil; c) organización del Poder Judicial y del
Ministerio Público, la carrera y la garantía de sus miembros; d) planes plurianuales,
directrices presupuestarias, presupuesto y créditos adicionales y suplementarios,
resguardando lo previsto en el artículo 167, parágrafo 3o.; II. Que tenga en vista la
detención o secuestro de bienes, de cuenta de ahorro popular o cualquier otro activo
financiero; III. Reservada la ley complementaria; IV. Ya disciplinada en proyecto de
ley aprobada por el Congreso Nacional y pendiente de sanción o veto del presidente de
la república. Parágrafo 2o... que implique institución o aumentar impuestos, excepto
los previstos en los artículos 153, I, II, IV, V y 154, II, sólo producirá efectos en el
ejercicio financiero siguiente, si hubiere sido convertida en ley hasta el último día de
aquel en que fue editada. Parágrafo 3o.: Las medidas provisionales resguardando lo
dispuesto en el parágrafos 11 y 12 perderán eficacia, desde la edición si no fueren
convertidas en ley en el plazo de sesenta días, prorrogable, en los términos del
parágrafo 7o., una vez por igual periodo, debiendo el Congreso Nacional disciplinar
por decreto legislativo, las relaciones jurídicas provenientes de las mismas. Parágrafo
4o.: El plazo a que se refiere el parágrafo 3o. será contado desde la publicación de la
medida provisional, suspendiéndose durante los períodos de receso del Congreso
Nacional.”
No obstante que la materia haya avanzado, si consideramos que la
producción de efectos de la medida provisional que conlleve impuestos, solamente
ocurrirá en el ejercicio financiero siguiente, todavía falta mucho por hacer. Primero
porque el texto alude a impuestos. El notable aumento de la recaudación tributaria se ha
verificado en los últimos tiempos por intermedio de la institución de contribuciones
sociales  (artículo 149). Son tributos evidentemente, aún calificados por la finalidad que
deban lograr.
Siendo así, es muy probable que siga el abuso en la utilización de
medidas provisionales en materia tributaria, instituyendo el Ejecutivo "aportaciones"
revestidas de la naturaleza de tasas para costear actividades desempeñadas por la unión
o por tercero.
2) También tiene este trámite la declaración de las emergencias en: Costa
Rica (artículo 140.4: sólo en receso del Legislativo); Chile (artículo 40); República
Dominicana (artículo 37.8 de la Constitución reformada en 2002);
Ecuador (artículo 78.n); El Salvador (167.6); Guatemala (artículo 138);
Honduras (artículo 187); México (artículo 29); Nicaragua (artículo 150.9): Panamá
(artículo 51); Paraguay (artículo 79); Perú (artículo 137 de la Constitución Política del
Perú, con sus reformas hasta el año 2005); Uruguay (artículo 168.17); Venezuela
(artículos 236.7 y 8 Constitución de Venezuela, reformada en 1.999).
3) En Honduras el presidente puede dictar medidas extraordinarias en
materia económica y financiera, cuando así lo requiera el interés nacional, debiendo dar
cuenta de ello al Congreso (artículo 245.20).
4) En Paraguay, durante el receso del Congreso o encontrándose éste
desintegrado —no olvidar que el presidente puede disolver dicho cuerpo (artículo 182)
—, este último puede dictar decretos con fuerza de ley, con dictamen del Consejo de
listado, con la obligación de someterlos a consideración de las Cámaras dentro de los
sesenta días del siguiente periodo de sesiones (artículo 183). Si bien no está indicada
la condición de urgencia, ella está implícita en esta autorización: la obligación de dar
cuenta al Congreso impide calificar a ésta atribuciones en forma equivalente a la
de dictar decretos-leyes ejecutivos.
5) En Perú el presidente puede expedir medidas extraordinarias en materia
económica y financiera por razones de interés nacional (no se tiene en cuenta la
urgencia, pero ella está implícita), con cargo de dar cuenta al Congreso (artículo
118.19); esto último es lo que impide calificar esta atribución como equivalente a la
de dictar decretos-leyes ejecutivos.
6) En Colombia el Congreso puede otorgarle al Presidente de la
República, por no más de seis meses, precisas facultades extraordinarias para expedir
normas con fuerza de ley cuando la necesidad lo exija o la conveniencia pública lo
aconseje: tales potestades deberán ser solicitadas expresamente por el gobierno y su
aprobación requiere la mayoría absoluta de los miembros de cada Cámara. Pero no se
pueden dictar este tipo de decretos leyes para expedir códigos, leyes estatutarias,
orgánicas, para crear impuestos, ni servicios técnicos o administrativos de las Cámaras
(artículo 150.10).
7) En la República Dominicana el Presidente puede en caso de alteración de
la paz pública, y si no se encontrare reunido el Congreso Nacional, decretar, donde
aquella exista, el estado de sitio y suspender el ejercicio de los derechos que según el
articulo 37.7 de esta Constitución se permite al Congreso suspender; podrá también, en
caso de que la soberanía nacional se encuentre en peligro grave e inminente, declarar el
estado de emergencia nacional, con los efectos y requisitos indicados en el inciso 8 del
mismo artículo. En caso de calamidad pública podrá, además, decretar zonas de
desastres aquellas en que se hubieren producido daños, ya sea a causa de meteoros,
sismos, inundaciones o cualquier otro fenómeno de la naturaleza, así como a
consecuencia de epidemias (artículo 55.7 de la Constitución reformada en 2002).
También en el caso de violación de las disposiciones contenidas en los
apartados a) y d) del inciso 1 del artículo 8 de la Constitución (conducta democrática de
las organizaciones sindicales; y derecho de huelga ejercido con arreglo a la ley,
respectivamente), que perturben o amenacen perturbar el orden público o la seguridad
del Estado o el funcionamiento regular de los servicios públicos o de utilidad pública o
impidan el desenvolvimiento de las actividades económicas, el Presidente de la
República puede adoptar las medidas provisionales de policía y seguridad necesarias
para conjurar la emergencia, debiendo informar al Congreso de esa emergencia y de las
medidas adoptadas (artículo 55.8 de la Constitución reformada en 2002).
Por último puede tomar las medidas necesarias para proveer a la legítima
defensa de la Nación en caso de ataque armado actual o inminente de parte de nación
extranjera, debiendo informar al Congreso sobre las disposiciones así
adoptadas (artículo 55.14 de la Constitución reformada en 2002).
A la hora de realizar una evaluación de las atribuciones
legislativas extraordinarias del presidente[24], debemos distinguirlas, antes que nada, de las
que ejerce a través de decretos-leyes, porque éstos son dictados no como atribuciones
de excepción sino como potestades propias o reservadas del Ejecutivo, ajenas al ámbito
competencial del Legislativo.
Cuba también marca un caso de poder irrestricto a favor del Eje-
cutivo, pero con el límite —que puede resultar relativo en los hechos— de que los
decretos-leyes sólo pueden dictarse en receso de la Asamblea Nacional.
Nicaragua establece un poder legislativo ordinario a favor del
presidente, pero sólo en materia fiscal (lo cual puede resultar
desbordante) y administrativa.
El caso colombiano es mucho más razonable porque habilita al
presidente luego de la inercia del Congreso y sobre materias precisas: la planificación.
Analizando los poderes legislativos extraordinarios, éstos encuen-
tran un límite preciso y suficientemente regulado en Brasil, porque, a falla de
ratificación por el Congreso, lo actuado por el presidente queda derogado.
En Perú, Venezuela, Nicaragua, Honduras y Paraguay, está exigido
que la legislación de excepción dictada por el Ejecutivo sea puesta en conocimiento del
Poder Legislativo, pero no se dispone ningún mecanismo de aprobación o de rechazo
ficto, que atenúe el poder del presidente.
En todo caso, se advierte que en Honduras, Venezuela y Perú,
dichas potestades únicamente pueden ser ejercidas en materias económicas y financieras,
acotamiento que otorga la seguridad de que no podrán ser utilizadas por razones
puramente políticas. En Venezuela, Panamá, Chile y México dichos poderes exigen
delegación expresa del Legislativo, circunstancia que restringe mucho más su ejercicio en
el caso de México, pues cabe en materia tarifaria o de comercio. Finalmente, en
Nicaragua y en Paraguay la restricción viene de que los poderes extraordinarios sólo
pueden ser ejercidos en receso del Legislativo.
Las potestades extraordinarias que los sistemas constitucionales
reconocen para ser ejercidos durante el Estado de sitio, suponen la declaración previa de
la emergencia, a partir de procedimientos que implican la inter-
vención legislativa; aunque sí es cierto que las Constituciones reconocen la atribución
ejecutiva para dicha declaración en ciertos casos sin necesaria intervención ratificadora;
en todo caso, se trata de medidas y no leyes, lo cual también ocurre en el potestamiento
colombiano a favor del presidente para retener personas sin que exista Estado de sitio.
Analizando el caso en nuestro país, y a raíz de la reforma
constitucional de 1994, se contempló expresamente la delegación legislativa en el actual
artículo 76 de nuestra Carta Magna. En dicha disposición,  si bien de modo genérico se
prohíbe la delegación legislativa en el Poder Ejecutivo Nacional seguidamente se la
admite respecto a dos materias: a) de administración y b) de emergencia pública. En el
segundo párrafo del mismo artículo se aclara que “la caducidad resultante del
transcurso del plazo previsto en el párrafo anterior no importará revisión de las
relaciones jurídicas nacidas al amparo de las normas dictadas en consecuencia de la
delegación legislativa”.
Esta delegación, o Poderes Delegados, como lo llama cierta parte
de la doctrina, se trata de normas generales que dicta la el Poder Ejecutivo Nacional, en
sus facultades de administración, con sustento a una autorización o habilitación del
Poder Legislativo, regulando materias de competencia de la zona exclusiva del
legislador, que si bien contiene normas sobre materias que, si bien deben ser reguladas
por la ley, el Congreso Nacional ha determinado que lo sean por la Administración.
 
En el caso de los decretos de necesidad y urgencia, luego de la
mencionada reforma de 1994, han sido avalados por el ordenamiento jurídico
constitucional de nuestro país. El dictado de normas de emergencia se presentan como
“figuras legales”, aunque el Congreso de la Nación se encuentre sesionando en forma
ordinaria. Es importante remarcar, que desde su legalización constitucional introducida
en la reforma estas prácticas han pasado a ser “prácticas de opción” en vez de
excepción.
Es obligada la cita al Dr. Quiroga Lavié quien marca la necesidad
de introducir límites al ejercicio de estas prácticas “Si no hay reglas limitando el
ejercicio de la necesidad y urgencia se gobernará de facto, tal como ocurriera antes de
la reforma del 94 durante el gobierno del presidente Menem, que firmó más de
trescientos decretos-leyes,  la mayoría sin razón alguna pero, peor aun sin normas
claras para poder nulificarlos”[25]
A continuación analizamos el artículo 99.3 que regula el dictado de
dichos decretos por parte del Poder Ejecutivo.
“Artículo 99.- El presidente de la Nación tiene las siguientes
atribuciones: … inciso 3: Participa de la formación de las leyes con arreglo a la
Constitución, las promulga y hace publicar. El Poder Ejecutivo no podrá en ningún
caso bajo pena de nulidad absoluta e insanable, emitir disposiciones de carácter
legislativo.”  Aquí claramente está referido a que la regla es la prohibición de legislar
por parte del Presidente.
Seguido el artículo reza: “Solamente cuando circunstancias
excepcionales hicieran imposible seguir los trámites ordinarios previstos por esta
Constitución para la sanción de las leyes, y no se trate de normas que regulen materia
penal, tributaria, electoral o el régimen de los partidos políticos, podrá dictar decretos
por razones de necesidad y urgencia, los que serán decididos en acuerdo general de
ministros que deberán refrendarlos, conjuntamente con el jefe de gabinete de
ministros.” Lógicamente si dichas excepciones no se hallan encuadradas en las
contempladas expresamente por el constituyente, o de otras normas constitucionales,
resultarán actos administrativos de alcance general o reglamentos nulos e insanables.
Continúa el artículo diciendo: “El jefe de gabinete de ministros
personalmente y dentro de los diez días someterá la medida a consideración de la
Comisión Bicameral Permanente, cuya composición deberá respetar la proporción de
las representaciones políticas de cada Cámara. Esta comisión elevará su despacho en
un plazo de diez días al plenario de cada Cámara para su expreso tratamiento, el que
de inmediato considerarán las Cámaras. Una ley especial sancionada con la mayoría
absoluta de la totalidad de los miembros de cada Cámara regulará el trámite y los
alcances de la intervención del Congreso.”
Y aquí debemos realizar una aclaración fundamental. Han pasado
más de diez años desde la reforma de este artículo, y hasta la fecha no se ha dictado la
ley especial que regule la intervención del Congreso para estos casos, como se estipula
al final del artículo. Por lo tanto, el trámite que debe seguirse para que el Congreso
examine y apruebe el dictado de los mismos, no existe. Esta es una gran deuda que se
tiene para poder atenuar los poderes legislativos del Poder Ejecutivo.
Hasta la fecha, los decretos de necesidad y urgencia que dicta el
Poder Ejecutivo se deciden en acuerdo general de ministros y son refrendarlos por éstos,
conjuntamente con el jefe de gabinete de ministros. Luego formalmente se incluye la
remisión al Congreso de la Nación en la parte resolutiva de los mismos, y se envían al
Congreso. Como se puede apreciar, al transcurrir los diez días que fija la Constitución,
los mismos quedan tácitamente aprobados, lo que es lógico, ya que la ley que regula el
trámite a seguir por el Poder legislativo, como antes mencionáramos, aún no fue
dictada.
 
 
 
 
3-    CONSIDERACIONES FINALES
 
 
3.1 Consideraciones de índole Económico-Social
 
 
En primer lugar debemos destacar que, si bien es cierto que las
democracias en América Latina se encuentran en un proceso de consolidación a nivel
institucional, existe a nivel general una tendencia de la ciudadanía – más marcada en
México, Paraguay y los países de Centroamérica – al descreimiento de las mismas.
Dicho descontento, se basa fundamentalmente, en la no superación de situaciones de
gravedad económica por parte de los gobiernos de turno, a las promesas incumplidas, la
corrupción y algún intento de irrupción de gobiernos autoritarios.
La baja participación electoral también es una constante en
Latinoamérica, por lo general, y en la gran mayoría de los casos, se debe a que existe un
nivel de desconfianza muy alto en los partidos políticos – la institución que menos
confianza recibe de todas las instituciones democráticas – y además se suma el
inconveniente que en varios países existen dos partidos mayoritarios y varios muy
pequeños, a lo cual gran parte de la población no encuentra sus intereses satisfechos en
los planes y políticas partidarias de los partidos mayoritarios. También existen casos de
partidos únicos, muy fuertes que evitan toda conformación de oposiciones – como es el
caso de Venezuela con Chávez – que siembran un descontento general en la ciudadanía
que se traduce en la abstención de presentarse en las urnas.
En otro orden de ideas, también existe el descontento ciudadano
sobre las políticas internacionales, o sobre la incidencia de organismos internacionales –
como también la incidencia de políticas de otras Estados – sobre el desarrollo de las
políticas nacionales, que influyen en la economía y los servicios sociales, entre otros
aspectos. Esto puede permitir conductas de descontento como las supra mencionadas, o
bien al contrario la unidad y concurrencia a las urnas para expresarse en contra de las
mismas – como fue el caso de Evo Morales en Bolivia.
En última instancia existe – también a nivel general – una gran
crisis de representatividad por parte de los Parlamentos, que se ubica un poco por
encima de los partidos políticos en el ranking de instituciones más descreídas. Pero este
tema lo trataremos en el punto siguiente.
 
 
3.2 Consideraciones de índole Político-Institucional.
 
En este aspecto, el punto más importante que intentamos demostrar
en el presente trabajo, es que en el Presidencialismo Latinoamericano, existe un gran
predominio del Poder Ejecutivo sobre los demás poderes del Estado. Hemos visto – con
las excepciones correspondientes – como la famosa balanza que mide los “cheks and
balances” hoy día carga con un aumentado sobrepeso en los Poderes Ejecutivos.
En este aspecto, hemos remarcado como la balanza no sufrió
quebraduras importantes, debido al crecimiento, adaptación y actuar constante del Poder
Judicial y sus controles sobre los intentos de avasallamiento del Poder Ejecutivo.
También hemos visto como un “debilitado” Poder Legislativo
intenta levantarse y recuperar su lugar primordial en las instituciones republicanas y
democráticas. Las democracias Latinoamericanas “necesitan” de un Poder Legislativo
sano y fuerte. Es necesario reforzar sus controles y su autonomía funcional, y que la
confianza de la ciudadanía le sea devuelta para poder “representar” los legítimos
intereses éstos. Pero para ello, creemos que es necesario realizar algunos cambios en la
estructura institucional de los Estados que se encuentran bajo regímenes
presidencialistas.
Frente a este postulado, adoptamos la postura de que no es
necesario instaurar un sistema parlamentario de raíz. Sería una empresa imposible de
realizar, por nuestra configuración política, social, cultural e histórica. Pero, si creemos
que es necesario - si bien en varios de los países de Latinoamérica se encuentran
regulados, pero funcionando debidamente en unos pocos de ellos – fortalecer y dotarlos
de legitimidad activa para su funcionamiento, a las diversas instituciones de índole
parlamentaria que hoy día se encuentran desprovistas de reglamentación para su
funcionamiento.
Tal son los casos de los Jefes de Gabinete que deberían funcionar
como una auténtica forma de desconcentrar el poder presidencial, es decir, lograr una
real división funcional de los poderes presidenciales, y atenuar sus facultades. Para esto
se reformular la forma de su nombramiento. En la mayoría de los países que
introdujeron esta figura, el nombramiento del Jefe de Gabinete, como así también del
Consejo de Ministros, los nombra el titular del Poder Ejecutivo, como también su
remoción. Por lo general, estos actos están fuera de la órbita de conocimiento de los
legisladores.
Una fórmula para recomendar es la dispuesta por los artículos 174
y 175 de la Constitución Política de la República Oriental del Uruguay, en su texto
vigente. En este caso, el Presidente adjudica los ministerios “entre ciudadanos que, por
contar con apoyo parlamentario, aseguren su permanencia en el cargo” (artículo 174)
y, en caso contrario, el Presidente “podrá declarar, si así lo entendiere, que el Consejo
de Ministros carece de respaldo parlamentario”  (artículo 175). También podría
implementarse para sus nombramientos el trámite de los votos de confianza, lo que
daría una mayor participación del Parlamento en la conformación del Gabinete, como
también sería un factor de deslindar responsabilidad al Presidente por los actos de los
mismos – en supuestos que debieran estar expresamente demarcados.
En otro orden de ideas, es necesario también que se fortalezca la
intervención del Parlamento en los trámites de los mencionados decretos de necesidad y
urgencia. Hemos visto como en varios países – y en especial en el nuestro – la
injerencia del Parlamento en estos asuntos es casi nula. También habría que reformular
la normativa constitucional en relación a al veto parcial de las leyes por parte del Poder
Ejecutivo, como así también a su promulgación parcial. Este es otro instrumento que
utiliza el Poder Ejecutivo para ejercer su predominio sobre el Parlamento.
Para concluir en el desarrollo de todas estas “tensiones” que habría
que mitigar, debemos señalar que es imprescindible revisar y reformular la normativa
relacionada con las leyes de Partidos Políticos, cuya crítica ya hemos desarrollado en el
punto 2.1.2 del presente trabajo. Casos como los de Colombia, Venezuela, República
Dominicana y Argentina – entre otros – hacen de la “representación y del mandato
imperativo de los legisladores” un juguete político para uso “exclusivo” de los partidos
políticos.
Latinoamérica debe tender hacia pluralismo político basado en un
sistema electoral multipartidario, que permita que la democracia sea realmente
representativa en todas sus instituciones, ya que el origen del poder se legitimiza por
medio de los sistemas electorales, entonces resulta imperativo para cumplir con este
principio democrático multiplicar las organizaciones políticas y de hacer competitivos
los procesos electorales. Podemos mencionar, como ejemplo de pluralismo político, a
algunas de las constituciones “nuevas” de Europa del este[26] han sostenido este
principio y lo han volcado en sus Cartas Magnas, como ser las Constituciones de
Bulgaria (artículo 11), Rumania (artículo 8), ambas dictadas en 1991.
 
 
 
 
 
4.  BIBLIOGRAFÍA
- Argentina. Constitución de la Nación Argentina. Texto Sancionado en 1853, con las
reformas de 1860, 1866, 1898, 1857 y 1994. Buenos Aires: Ediciones GrafiSur, 2003.
 
- ALBERDI, JUAN BAUTISTA.: Bases y puntos de partida para la organización
política de la República Argentina, Valparaíso, 1852, edición especial (1913), Buenos
Aires, El Ateneo y casa editora Pedro García y Cía.
 
- CONSTITUCIONES. Colección editada por el Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, México, DF. (1994). Las
Constituciones Latinoamericanas. (contiene las Constituciones de Argentina, Bolivia,
Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Haití,
Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana,
Uruguay y Venezuela) .
 
- FIX-ZAMUDIO, Héctor.: Veinticinco años de evolución de la justicia constitucional,
1940-1965, Instituto de Investigaciones Jurídicas - UNAM, México, 1968, en
QUIROGA LAVIÉ, Humberto.: Las Constituciones Latinoamericanas – Estudio
Preliminar, Departamento de Publicaciones del Instituto de Investigaciones Jurídicas de
la UNAM, México, DF, 1994.
 
- LEVAGGI, Abelardo.: Manual de Historia del Derecho Argentino, tomo I, Buenos
Aires, Ed. Depalma, 1986.
 
- PÉREZ TREMPS, Pablo.: La separación de poderes y la Asamblea Nacional de
1789,  Presentación y Traducción, CEC, Madrid, 1996.
 
- QUIROGA LAVIÉ, Humberto.: Constitución Argentina Comentada, Buenos Aires,
Editorial Astrea, 1997.
 
- QUIROGA LAVIÉ, Humberto.: Las Constituciones Latinoamericanas – Estudio
Preliminar, del Departamento de Publicaciones del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la UNAM, México, DF, 1994.
 
- SABSAY, Daniel A. y ONAINDIA, José M.: La Constitución de los Argentinos.
Buenos Aires, Errepar, 1997, 3º edición, 1998.
 
- SALDÍAS, Adolfo.: Historia de la Confederación Argentina, tomo II, Buenos Aires,
Editorial Americana, 1945.
 
- TAU ANZOÁTEGUI, Víctor.: Las facultades extraordinarias y la suma del poder
público en el derecho provincial argentino (1820 – 1853), en Revista del Instituto de
Historia del Derecho, Nº 12, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de
la Universidad de Buenos Aires, 1961.
CONSULTAS A PÁGINAS WEB[27]
 
 
 
Constitución de
Brasil: http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Brazil/brazil05.html (fecha de acceso:
2006, 11 de mayo).
 
Constitución de Bulgaria: http://www.asesor.com.pe/teleley/bulgaria.htm (fecha de
acceso, 2006, 16 de mayo).
 
Constitución de
Chile: http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Chile/chile05.html (fecha de acceso:
2006, 15 de mayo).
 
Constitución de
Colombia: http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Colombia/col91.html (fecha de
acceso: 2006, 09 de mayo).
 
Constitución del
Perú: http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Peru/per93reforms.html (fecha de
acceso: 2006, 14 de mayo).
 
Constitución de la República
Dominicana: http://www.jmarcano.com/mipais/politicos/constitu.html (fecha de acceso:
2006, 15 de mayo).
 
Constitución de Rumania: http://www.cdep.ro/pls/dic/site.page?
den=act1_5&par1=1 (fecha de acceso: 2006, 16 de mayo).
 
Constitución de
Uruguay: http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Uruguay/uruguay04.html (fecha de
acceso: 2006, 15 de mayo).
 
Constitución de
Venezuela: http://pdba.georgetown.edu/Constitutions/Venezuela/ven1999.html (fecha
de acceso: 2006, 14 de mayo).
 
HÄBERLE, Peter.: (fecha de acceso: 2006, 10 de mayo)  “Representación en la Unión
Europea” – Una contribución a una teoría constitucional Europea (En red). Disponible
en:
http://www.uniovi.es/constitucional/fundamentos/tercero/pdf/Representacion_en_la_Un
ion_Europea.pdf

 
*
 Santiago Costa Hoevel es Abogado (UBA); Profesor Universitario en Ciencias
Jurídicas (UCS); Especialista en Derecho Público y Económico (Universidad de Castilla
– La Mancha, España). Actualmente desarrolla su Tesis Doctoral sobre “Aspectos
Jurídico-Penales de los Delitos Informáticos y su Legislación Internacional”
(Universidad de Castilla - La Mancha, España). También se encuentra desarrollando
una Tesis sobre “Consorcios Universitarios en Latinoamérica – Una mirada
comparativa con el sistema de créditos Europeo” en la Maestría en Educación (UCS).
Es Profesor Adjunto de Derecho Civil III – Contratos (UCS). Participó como expositor
en seminarios sobre la “Didáctica en la Enseñanza de las Ciencias Jurídicas” (UCS).
Es Investigador del Instituto de Investigación Histórica “José Manuel de Estrada”
dependiente de la Sede San Miguel Arcángel de la Universidad Católica de Salta.
 
[1]
 Este punto fue desarrollado en base al trabajo titulado “PRESIDENCIALISMO,
CAUDILLISMO Y POPULISMO” del académico Dr. Dardo Pérez Guilhou,
comunicación en sesión privada de la Academia Nacional de Ciencias Morales y
Políticas, el 13 de abril de 2005.
 
[2]
 LEVAGGI, Abelardo. (1986). Manual de Historia del Derecho Argentino, tomo I,
Buenos Aires, Ed. Depalma,  cap. VI.
 
[3]
 TAU ANZOÁTEGUI, Víctor (1961). Las facultades extraordinarias y la suma del
poder público en el derecho provincial argentino (1820 – 1853), en Revista del
Instituto de Historia del Derecho, Nº 12, Buenos Aires, Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales de la Universidad de Buenos Aires, pp. 66 – 105.
 
[4]
 SALDÍAS, Adolfo. (1945). Historia de la Confederación Argentina, tomo II, Buenos
Aires, Editorial Americana, pp. 110. Trae la alocución.
 
[5]
 SALDÍAS, Adolfo, Historia de la Confederación ..., tomo II, cit., p. 108.
 
[6]
 Es necesario aclarar que en las citas a realizar de la obra de Alberdi, “Bases y puntos
de partida para la organización política de la República Argentina”, evitaremos el tipo
de citado tradicional (por obra y página), ya que sería engorroso en cada pequeño
extracto que se realice (que serán varios), mencionar las páginas de la obra donde se
encuentra la cita exacta. Las Bases se encuentran ordenadas por capítulos, y serán éstos
los que tendremos en cuenta para la identificación de las citas realizadas. La edición
consultada para este trabajo es una edición “especial” del año 1913, realizada en Buenos
Aires por la Librería “El Ateneo” en la casa editora “Pedro García y Cía.”
[7]
 Llamaremos en adelante “Bases” a la obra de Alberdi citada en la nota nro.5, debido
a la extensión de su título.
[8]
 Art. 121.- Las provincias conservan todo el poder no delegado por esta Constitución
al Gobierno federal, y el que expresamente se hayan reservado por pactos especiales al
tiempo de su incorporación.
 
[9]
 Un análisis de estos artículos se puede apreciar en las págs. 56 y ss del presente
trabajo.
[10]
 SABSAY, Daniel A. y ONAINDIA, José M. (1997). La Constitución de los
Argentinos. Buenos Aires. Argentina. Errepar, 3º edición, 1998, pág. 182.
[11]
 SABSAY y ONAINDIA, ob. cit, pág. 182 y ss.
[12]
 Cfr. LÉON DUGUIT, “Les fonctions de l'Etat moderne “, Revue internationale de
sociologie, 1894, pp. 161-197, en esp. p. 165, en  La separación de poderes y la
Asamblea Nacional de 1789, Present. y trad. de P. Pérez Tremps, CEC, Madrid, 1996,
pp. 3 y 132
[13]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 90 – 92. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
[14]
 Este tipo de cuerpos es típico del derecho europeo continental, en el cual la rama
judicial se desempeña como administración de justicia, los ejemplos más notorios son
los de Italia y España. En Francia, el Consejo actúa esencialmente como órgano de
asesoramiento, pero también tiene atribuciones disciplinarias. En nuestro país el
Consejo de la Magistratura fue incorporado como órgano permanente del Poder Judicial
por la Convención Reformadora de 1994, lo cual constituyó una profunda innovación en
el sistema institucional argentino. 
[15]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 93 y 94. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[16]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 95 y ss. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[17]
 Cfr. Veinticinco años de evolución de la justicia constitucional, 1940-1965, México.
UNAM. Instituto de Investigaciones Jurídicas,   1968. pp.  149 y ss., citado
por Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones Latinoamericanas – Estudio
Preliminar, del Departamento de Publicaciones del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF., pp. 94.
 
[18]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 100 y 101.
Las actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[19]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 102. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[20]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 83 – 85. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[21]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 85. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[22]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 86. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[23]
 Reforma introducida en el 2003, antes regía el texto de 1988 que estipulaba 30 días,
y nada decía sobre las reediciones.
[24]
 Según desarrollo del Dr. Humberto Quiroga Lavié en Las Constituciones
Latinoamericanas – Estudio Preliminar, del Departamento de Publicaciones del
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, 1994, México, DF, pp. 87. Las
actualizaciones posteriores a 1994 son nuestras.
 
[25]
 QUIROGA LAVIÉ, Humberto, (1997). “Constitución Argentina Comentada”,
Editorial Astrea, Buenos Aires, pp 580 y ss. 
 
[26]
 Según el estudio realizado por HÄBERLE, Peter.: (fecha de acceso: 2006, 10 de
mayo), pp. 23.
[27]
 Las consultas a páginas web que aquí se citan fueron realizadas a los efectos de
actualizar la información, respecto de las reformas introducidas a partir del año 1994
hasta la actualidad, de acuerdo a lo explicado en el inicio del punto 2.1 del presente
trabajo, aparte de las mencionadas en el último párrafo del punto 3.2.

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