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Importancia del daño psicológico en México

Eduardo Z

De acuerdo con Kilpatrick, Saunders, Amick-McMullan, Best, Veronen y Jesnick (1989;

como se citó en Echeburúa, Corral y Amor, 2004) un delito violento es cualquier evento

negativo, experimentado de manera brusca, que produce pavor e indefensión, colocan

en riesgo el bienestar físico o psicológico de un ser humano y ponen a la víctima en tal

estado emocional, que no es capaz de enfrentar la situación con sus recursos

psicológicos usuales.

Todo trauma, como por ejemplo un delito violento, conlleva a una fractura en el

sentimiento de seguridad de un individuo y, de forma colateral también afecta a la

familia próxima. Además del sufrimiento que genera en la victima, también modifica

toda la estructura familiar (Hanson, Kilpatrick, Falsetti y Resnick, 1995; como se citó en

Echeburúa, Corral y Amor, 2004). Aun con todo lo dicho, tradicionalmente, el Derecho

Penal ha centrado toda su atención a las lesiones físicas de las víctimas, dejando de

lado el daño psicológico. Sin embargo, en la actualidad se empieza a considerar la

violencia psíquica como delito en algunos países (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).

El quantum doloris, es decir la evaluación del daño psíquico padecido por las

victimas es esencial para la planeación del tratamiento, para tipificar los daños

criminalmente, para definir una compensación apropiada o indicar la incapacidad

laboral (Echeburúa, Corral y Amor, 2004). El daño psicológico necesita ser evaluado en

las personas cercanas a las víctimas de los sucesos violentos, dichas personas,
aunque no son víctimas directas, también sufren por la ocurrencia del mismo. Por

ejemplo, el caso de las madres que han padecido el shock tremendo de la agresión

sexual y asesinato de una hija o el de los hijos que se ven forzados toscamente a

reajustarse a una vida diferente después del asesinato de su padre en un atentado

terrorista. En este tipo de casos, es decir la muerte violenta de un ser querido, la

persona pasa por una serie de fases, en primera instancia experimenta sentimientos de

dolor, tristeza, impotencia o rabia, luego, de dolor e impotencia, y por ultimo de dolor y

soledad (esto no siempre mejora con el paso del tiempo) (Finkelhor y Kendall-Tackett,

1997; como se cito en Echeburúa, 2004).

El daño psicológico engloba a dos fenómenos, por un lado las lesiones psíquicas

y por otro las secuelas emocionales, las primeras se producen por un delito violento, y

en algunos casos desaparecen con el paso del tiempo, el apoyo social o un tratamiento

psicológico, las segundas, es decir, las secuelas emocionales, estas se mantienen en

el individuo de manera crónica, a raíz del evento sufrido, e interfiere con su vida diaria.

Ambos casos derivan del daño psíquico consecuencia de un evento negativo que

supera la capacidad de afrontamiento y de adaptación de la victima a la nueva

situación (Pynoos, Sorenson y Steinberg, 1993; como se citó en Echeburúa, 2004).

Algunas manifestaciones de daño psíquico en víctimas de delitos violentos

según Esbec (2000; como se citó en Echeburúa et al., 2004), son, sentimientos

negativos como humillación, venganza, culpa o ira; ansiedad; preocupación constante

por el trauma, con tendencia a revivir el suceso; depresión; pérdida progresiva de


confianza personal como consecuencia de los sentimientos de indefensión y

desesperanza experimentados; disminución de la autoestima; perdida del interés y de

la concentración en actividades anteriormente gratificante; cambios en el sistema de

valores, especialmente la confianza en los demás y la creencia en un mundo justo;

hostilidad, agresividad, abuso de drogas; modificación de las relaciones (dependencia

emocional, aislamiento); aumento de la vulnerabilidad, con temor a vivir en un mundo

peligroso, y pérdida de control sobre la propia vida; cambio drástico en el estilo de vida,

con miedo a acudir a los lugares de costumbre; necesidad apremiante de trasladarse al

domicilio; alteraciones en el ritmo y el contenido del sueño y disfunción sexual.

Según Green (1990; como se citó en Echeburúa, 2004), la amenaza a la propia

vida o a la integridad psicológica, una lesión física grave, la percepción del daño como

intencionado, la pérdida violenta de un ser querido y la exposición al sufrimiento de

otras personas (en especial si se trata de un ser querido o un ser indefenso), son las

situaciones que comúnmente generan el daño psicológico. En los delitos violentos

donde hay heridas físicas como consecuencia del delito, el daño psicológico es mayor

que en los casos donde no hay lesiones físicas. Este caso es algo especial, ya que, el

herido físicamente presenta mayor daño psicológico, sin embargo, aquel que no

presenta heridas tiene un menor grado de apoyo social y familiar respecto a aquellos

con heridas físicas, este hecho hace que el los heridos físicamente tengan un mejor

pronostico que los que no (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).


Las victimas indirectas experimentan un daño psíquico comparable al de las

víctimas directas, excepto en los casos donde las ultimas hayan sido heridas

físicamente. En casos de terrorismo, la gravedad psicopatológica de la víctima indirecta

es mayor cuando la víctima directa sobrevive, pero queda fuertemente incapacitada y

requiere muchos cuidados, que cuando la víctima fallece (Echeburúa, Corral y Amor,

2004).

El daño psicológico generalmente pasa por tres fases, en la primera, es común

que se presente una reacción de sobrecogimiento, con un cierto enturbiamiento de la

conciencia y con un embotellamiento general, particularizado por lentitud, un

decaimiento general, unos pensamientos de escepticismo y una carencia de

reacciones. En la segunda fase, a medida que la conciencia se aclara y se atenúa el

embotellamiento derivado del estado de shock, llegan vivencia afectivas con un tono

más dramático, dolor, indignación, rabia, impotencia, culpa, miedo, que alternan con

momentos de profundo abatimiento. En la última fase, hay una propensión a

reexperimentar el evento, esto puede suceder súbitamente, o en función de algún

estimulo especifico asociado, como un sonido o un olor, o de un estimulo más general,

como, una película violenta, el aniversario del delito, Navidad, entre otros (Echeburúa,

Corral y Amor, 2004).

La magnitud del daño psicológico sufrido estará en función de no solo el evento

en si, sino también de variables individuales de la víctima, como por ejemplo,

psicopatología previa y personalidad vulnerable, o variables biográficas, como por

ejemplo, divorcio, estrés laboral etcétera. La valoración del daño se hace con arreglo a
las categorías de discapacidad y minusvalía (Esbec, 2000; como se citó en Echeburúa,

2004).

El concepto de lesión psíquica alude a una alteración clínica aguda que padece

una persona derivado de haber vivido un delito violento, y además incapacita de forma

importante a la persona para enfrentar las demandas de la vida cotidiana a nivel

personal, laboral, familiar o social. Este fenómeno es medible por medio de ciertos

instrumentos de evaluación, anteriormente se le llamada daño moral, sin embargo,

dada la imprecisión de el concepto, el cual resulta subjetivo e implica una percepción

personal más de prejuicio a los bienes inmateriales del honor o de la libertad que de

sufrimiento psíquico propiamente dicho (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).

Los trastornos adaptativos (con estado de ánimo deprimido o ansioso), el

trastorno de estrés postraumático y la descompensación de una personalidad anómala

son las lesiones psíquicas más comunes. A nivel cognitivo la victima puede sentirse

confundía y tener complicaciones para la toma de decisiones, con una percepción

intensa de indefensión y de incontrolabilidad, en cuanto al nivel psicofisiológico, puede

experimentar sobresaltos constantes, y por último, a nivel conductual, la victima puede

manifestarse apático y con complicaciones para volver a su vida ordinaria (Acierno,

Kilpatrick y Resnick, 1999; como se citó en Echeburúa, 2004).

A la estabilización del daño psíquico se le llama secuelas emocionales, en otras

palabras en esta situación el daño psicológico derivo en una discapacidad permanente

de no se va con el paso del tiempo ni con tratamiento. Se está, por tanto, frente a una
alteración no reversible en el funcionamiento psicológico usual o, dicho de otra forma,

se trata de un menoscabo de la salud mental (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).

En las víctimas de delitos violentos las secuelas psíquicas más comunes son

modificaciones permanentes de la personalidad (CIE 10, F62.0), en otras palabras, a la

manifestación de rasgos de la personalidad nuevos, estables y desadaptativos, por

ejemplo, dependencia emocional, suspicacia, hostilidad, entre otros; dichos cambios se

mantienen durante por lo menos dos años y llevan a un deterioro de las relaciones

interpersonales y a una carencia de rendimiento en el desempeño laboral (Echeburúa,

Corral y Amor, 2004). De acuerdo con Echeburúa, Corral y Amor (2000; como se citó

en Echeburúa, 2004), esta alteración de la personalidad puede ser crónica o una

secuela no reversibles del trastorno de estrés postraumático, que puede aparecer como

consecuencia de haber vivido un delito violento.

En la evaluación Post Hoc se encuentra la complicación de la valoración de las

secuelas emocionales, ya que, no siempre es sencillo determinar el daño psicológico

de la estabilidad emocional anterior de la víctima, también estriba en la necesidad de

dar un pronóstico diferido, es decir curabilidad o incurabilidad (Echeburúa, Corral y

Amor, 2004). Algunas veces no es fácil conectar el daño psicológico sufrido ahora con

el evento violento sufrido anteriormente. Empero, el establecimiento de la relación de

causalidad delito violento – lesión psíquica es muy importante para efectos penales y

de responsabilidad civil (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).


La causa del daño psicológica no siempre es unívoca, ya que, hay muchas

variables involucradas, las cuales son necesarias pero no suficientes para hacer daño

psicológico. Estas variables, llamadas también concausas pueden ya haber estado

presentes en la victima antes del delito violento, pudiendo estar asociadas a un factor

de vulnerabilidad en la victima (e.g. una mujer que ha sido violada recientemente y que

fue abusada sexualmente en la infancia), simultaneas (e.g. haber sido infectado de sida

en una agresión sexual) o posteriores (e.g. haber sufrido una agresión sexual o la

muerte violenta de un hijo y divorciarse posteriormente de la pareja), estas concausas

implican, en esta última variable, una complicación del cuadro clínico, derivado de una

victimización complicada (Esbec, 1994a, 2000; como se citó en Echeburúa, 2004).

Es relevante diferenciar en las implicación y diferencias de una persona con

factores de riesgo de delitos violentos y aquellas con vulnerabilidad, las primeras (e.g.

mujer, joven, vivir sola, consumo de alcohol y/o drogas en exceso, deficiencia mental,

etc.), son atractivas para el agresor, sin embargo, en cuanto a las segundas, pueden

ser vulnerables psicológicamente (e.g. precariedad de equilibrio emocional), o

biológicamente (e.g. menor umbral de activación psicofisiológica), ambos tipos pueden

amplificar el daño psicológico del delito en la víctima (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).

En resumen, el nivel del daño psicológico esta modulado por la intensidad y la

forma de ver el evento sufrido. La peculiaridad del evento de ser inesperado y el nivel

real de riesgo padecido, el grado de vulnerabilidad de la víctima, la probable

concomitancia de otros conflictos presentes (e.g. en el ámbito familiar o laboral) y


pasados (historia de victimización), el grado de apoyo de las personas y los recursos

psicológicos de afrontamiento con los que se cuenta. Todo esto, determina el grado de

resistencia al estrés de la víctima del delito (Echeburúa, Corral y Amor, 2004). En

numerosas ocasiones el Trastorno de estrés postraumático y otros trastornos como,

depresión, problemas psicosomáticos, abuso de alcohol y una inadaptación a la vida

cotidiana, suelen ser las consecuencias de los delitos violentos (e.g. agresión sexual,

terrorismo, violencia) (Echeburúa, Corral y Amor, 2004).

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