Está en la página 1de 8

El testimonio postraumático: dimensión clínica y social

Francisco Landa Reyes*

En tiempos en en este país el abuso sexual infantil, la trata de personas, así como asesinatos,
torturas, masacres y desapariciones son parte de la desafortunada cotidianidad, agravada por la
impunidad que les sigue y acompaña, el testimonio postraumático representa la posibilidad
individual y colectiva de tomar lugar y tener una voz frente a la violencia, reelaborando y
sosteniendo posiciones narrativas en primera persona ante los demás, a veces frente al propio
opresor. En este sentido, el testimonio postraumático interpela a toda la sociedad pues contiene la
posibilidad de poner en cuestión las condiciones en que se sostiene el pacto social, y eventualmente,
modificarlas.
En este texto abordamos a grandes rasgos las determinantes que posibilitan que un testimonio sea
elaborado y sostenido a partir de un pasaje traumático, y los retos e implicaciones que esto plantea a
las posiciones clínicas sostenidas por psicoanalistas, psicólogos clínicos y psiquiatras. Finalmente,
abrimos un espacio de reflexión sobre intervenciones en el consultorio y más allá, en un momento
en el que la realidad llama a todos a ir más allá de la excelencia

1
¿Qué es un testimonio, en el contexto de una sociedad como la nuestra, escenario de interminables
y cada vez más graves actos de violencia y exterminio? Si bien se trata de un concepto complejo al
que nos podemos aproximar desde diversas miradas y disciplinas, podríamos decir en términos
generales que el testimonio es un discurso sobre lo vivido que se sostiene en primera persona y en
presencia frente a la colectividad. Cuando se trata de un testimonio postraumático quedan
implicadas algunas características específicas. Se trata a la vez de:
Una cierta reconstrucción de hechos acaecidos, que produjeron un colapso, una catástrofe en la
vida de una o varias personas
Un llamado a una escucha cuidadosa y auténtica por parte de la colectividad a la que se pertenece
Una toma de posición singular ante el horror, tras una primera elaboración experiencial
Un cuestionamiento profundo a la responsabilidad colectiva por haber sostenido aquello que hizo/
hace posible la violencia. Y, si se es afortunado,
Una posible invitación y apertura a la modificación de las relaciones sociales.
El testimonio, así, es un acto de coraje pues implica necesariamente un reto a los pactos implícitos
de silencio que permiten la violencia extrema, la repetición de la aniquilación subjetiva y en muchas
ocasiones, la impunidad. Es, inevitablemente, una protesta contra el orden de las cosas, y contra la
denegación como ejercicio colectivo sistemático. Requiere por supuesto por parte del testimoniante
de una fortaleza que se traduzca de inicio en mantenerse ante los otros de pie, con la voz firme, en
lo que esto implica literal y simbólicamente. Pero acceder a una posición de valor sostenido como
esta, necesaria para ser agente de un testimonio tras un evento o eventos traumáticos, implica un
proceso muy complejo. Sin entrar aún en la especificidad de lo terapéutico, podemos decir que
quien en algún momento ha sufrido uno o una serie de actos violentos, requiere haber elaborado su
discursividad testimonial sin entramparse por el propio lenguaje del opresor (Szaz). Es decir, la
narración testimonial exige no repetir ningún tipo de slogan (ni plegado a una autoridad ni
pretendidamente libertario). Ello, coincidimos con muchos colegas, comienza muchas veces por
haberse sacudido de encima la denominación de ‘víctima’, asignada por discursos legales,
sociológicos e incluso psicológicos:

“Una víctima no es solamente aquella persona que es oprimida, sino la que no cuenta con un lenguaje propio” (Felman).

Si un sujeto ha decidido hacer pública su narración testimonial, debe estar advertido de que su
palabra, esa palabra en nombre propio y en sus propios términos, tendrá muy probablemente que ser
sostenida en condiciones contextuales opresoras (fundamentalismo, machismo, corrupción) donde
quizá no encuentre fácilmente presencias dialógicas ni una escucha empática.
En la experiencia diversa de las comparecencias ante la justicia, se constata el frecuente colapso de
los testimonios ante la impronta de terror que retorna como efecto de las condiciones de su
recepción.
Como agentes clínicos o comunitarios que acompañamos a quien se ve en el reto de rendir
testimonio pos-traumático, debemos estar advertidos de que una característica común a nuestras
sociedades modernas es el rechazo o inhabilidad generalizados para aceptar la experiencia
traumática relatada. Dori Laub llama a esto shutdown of the empathic other o acallamiento del otro
empático.
Esto hace que el compromiso de ambos, testimoniante y acompañante (en posición terapéutica, de
defensor legal, etc.), implique un gran compromiso y responsabilidad. Así como la narrativa
testimonial no puede ser preconcebida, porque no es el sólo relato de lo sucedido, sino una
elaboración subjetiva singular, tampoco pueden ser anticipados los efectos que pueda producir.
Tanto para quien ha participado en la elaboración del testimonio como para quienes lo escuchen,
llegará un momento de encrucijada ante la dimensión de responsabilidad colectiva:

“Si la sociedad se ha vuelto mala y ha participado en el crimen y la destrucción, si vas a reconocer profundamente lo
ocurrido, tienes que cambiar tu
relación con esa sociedad de la que eres nativo” (Arthur S. Blank)

2
El que un paciente provenga de un terreno traumático no siempre resulta tan evidente. La forma en
que la afectación por trauma que llega a nuestra consulta no siempre hace evidente su origen. Por
un lado, la correlación neurofisiológica entre vivencias traumáticas y deterioro sistémico de
funciones, hace que por ejemplo algunos cuadros de dolor crónico, enfermedades crónico-
degenerativas, aparente depresión y sobre todo cuadros psiquiátricamente diagnosticados como de
‘ansiedad’, sean producto de eventos traumáticos. La referencia a estos no suele formar parte de los
relatos de las entrevistas preliminares, ni a veces del tramo inicial de los psicoanálisis o
psicoterapias. Es necesario estar advertidos de que en muchísimas ocasiones el relato traumático
llegará meses después, frecuentemente relatado como si no se tratara de un asunto nuclear en la vida
del paciente.
En otras ocasiones, sí llega a nosotros desde el principio la referencia directa del paciente y su
familia a eventos violentos -secuestros, asaltos, violaciones, violencia intrafamiliar o de pareja.
Estos traen como consecuencia visible cuadros típicos del denominado Síndrome de Estrés
Postraumático: alteraciones del estado de ánimo, sueño o alimentación; estados pánicos;
reviviscencias (flashbacks), etc.
Tanto los síntomas inmediatos y claros de estrés postraumático, como aquellos que dan cuenta de su
tramitación somática a lo largo del tiempo, pueden hacer oír de alguna manera lo ocurrido, es decir,
ya constituyen un grito que denuncia la vivencia traumatizante, pero están muy lejos de constituir
un testimonio tal como lo hemos delineado arriba. Pertenecientes al terreno del pathos, no son
empoderantes de ninguna manera para el sujeto, ni reformulan su psiquismo ni su lazo con los
otros: lo conservan en un estado pasivo y victimal. En otras palabras, lo mantienen en un momento
previo a la elaboración testimonial.
Y es que múltiples factores contribuyen al estancamiento postraumático. Pero desafortunadamente
no solamente se trata de la lógica misma de las reacciones sintomáticas, ni de la dificultad social
para hacer frente al daño que el trauma produce. La lógica de las mismas disciplinas del campo
‘Psi’ suele hacerse cómplice de la imposibilidad para tramitar lo traumático y acceder a la narración
testimonial. Desafortunadamente, la mirada psiquiátrica -y la mirada psicológica contaminada por
ella- no suelen reconocer que el S.E.P. (Síndrome de Estrés Postraumático) no se trata solamente de
ansiedad y conductas no adaptativas, sino de un muy complejo conjunto de reacciones atravesadas
entre otras cosas por procesos tan intrincados como la culpa y la vergüenza.
Y es que el sujeto, sintiéndose solo, reducido a la indignidad por la manera en que ha sido dañado,
se pregunta porqué no pudo reaccionar de otra forma, prevenir su caída en la trampa del otro, etc.
En el caso de que alguno de los suyos haya sido asesinado o vejado, se sentirá culpable por no
haberle asistido o salvado. La traición, activa o pasiva, propia o de otros, marca de alguna manera
cada caso de trauma por violencia.
De esta manera, lo postraumático, si bien implica de inicio una respuesta neurofisiológica de
ansiedad y pánico que hay que atender, y quizá por momentos aliviar sus síntomas más agudos con
ayuda farmacológica, en realidad tiene su nudo central en otro lugar: el colapso de la significación
del Yo y de su relación con la otredad. Si un profesional ‘psi’ no puede ver esto último, simplemente
no estará en condiciones de comprender la dimensión del trauma, mucho menos de la importancia
de la elaboración del testimonio, y muy probablemente se convertirá en agente de eso que hoy se
nombra como re-victimización.
A este respecto, es importante subrayar que la imposibilidad para testimoniar de quien ha sufrido un
trauma, no ocurre solamente por la dificultad intrínseca del aparato psíquico para tramitar el
colapso: se debe sobre todo a la incapacidad de los otros para acompañar primero el derrumbe
postraumático, y luego la elaboración testimonial. La neuro-psico-patologización de lo
postraumático que deriva en su tratamiento exclusivamente farmacológico, así como otras
respuestas sociales de acallamiento o denegación, se convierte desafortunadamente en cómplice de
dos procesos que algunos autores llaman falsos testimonios, o testimonios perversos:

- La insensibilización (numbing), consistente en la normalización de respuestas que abordan al


trauma como bidimensional, perteneciente al campo de lo que le ocurre a una sola persona, la
‘víctima’, y no toca ni atañe a los demás: familia, equipo tratante, comunidad.
- La tramitación en acto, tomando la ‘víctima’ el lugar de perpetrador. Sabemos que la búsqueda
pervertida de significado del trauma por violencia que ha sido padecido, puede implicar, a falta
de elaborar un testimonio, tomar o dañar la vida de otros para reafirmar la propia, fenómeno que
ocurre tanto individual como grupalmente.
Si desde Pierre Janet podemos pensar que la elaboración postraumática implica el pasaje por al
menos dos momentos iniciales:
i) El darse cuenta (réaliser): ‘Yo estuve ahí, eso me ocurrió’
ii) El regreso al presente: ‘Eso ya pasó, ahora estoy fuera de peligro y puedo crear para mí
condiciones menos amenazantes’,
podemos entonces postular que una sociedad puede tener ‘síndrome de no-darse cuenta’, como una
manera de no hacerse responsable de ninguna manera de lo que ha ocurrido, ni de una eventual
modificación de las condiciones que lo han posibilitado. Por supuesto, la consecuencia de la
evitación de la formulación y escucha del testimonio es la no-responsabilización. Digámoslo con
claridad: la patologización de lo postraumático desde los discursos ‘psi’ puede contribuir a esta
respuesta social denegatoria. Si solamente se reconoce el disturbio a la salud (ansiedad, trastornos)
y no el hecho traumático ocurrido -con sus terribles detalles-, sus causas, su imbricación social y la
tremenda complejidad de sus efectos, se actuará denegando, como si nada hubiera ocurrido en
realidad. Obturando todo testimonio.

3
La historia a contar como testimonio no se da naturalmente a partir de la ocurrencia del trauma; la
produce “la posibilitación de un destinatario interno que es a su vez posibilitado por uno externo”
(Laub). Para ocupar ese lugar de destinatario del testimonio del otro, es necesario cuestionarnos
sobre lo que nuestra formación puede aportar a este campo clínico, si estamos preparados para
enfrentarlo. Es común escuchar entre colegas, de diversas formaciones (psiquiatras, psicólogos,
psicoanalistas) expresiones como ésta:

“No sé qué hacer, cómo tratar a esa gente ¿Debería hacerlo si realmente no sé cómo?”

El desconcierto no debe ser asumido como una falta grave; se trata de que la atención al trauma por
violencia requiere un posicionamiento clínico diferente al de la atención a las demandas y
malestares neuróticos -que en tiempos de relativa paz son la mayoría de las que se reciben. Y se
trata también de que por razones histórico-políticas el estudio y desarrollo de ese posicionamiento
diferencial es marginal en la investigación, comunicaciones clínicas, etc.
Esbozo aquí, para su desarrollo y discusión en otros espacios, algunos aspectos que de acuerdo a
varios autores desde el psicoanálisis, la psiquiatría de guerra y la neuropsicología, son requeridos
para la clínica postraumática, aproximándose a la elaboración testimonial:
A consecuencia del trauma, en el cerebro ocurre un colapso permanente o intermitente en la
capacidad de integración de la experiencia. Como parte de un conjunto de fenómenos, se hiper-
activa un sistema de memoria que no recuerda, sino revive. La memoria traumática no es narrativa,
no puede comunicarse como un acto social, no va dirigida a nadie, es inflexible e invariable. A
partir de esto, relatar lo ocurrido a es una labor complicada de traducción desde esa memoria
traumática hacia una memoria narrativa que integre emociones, construcción del yo y la realidad, y
acciones efectivas de auto-reparación.
I. En un conjunto de fenómenos que podemos abordar tanto desde la neurología como desde el
psicoanálisis, el trauma apareja el disparo de un mecanismo de producción verbal que no
obedece a finalidades comunicativas sino a automatismos (a veces como simples repeticiones
de interjecciones relacionadas con la reviviscencia; a veces como cadenas asociativas
aparentemente explicativas pero en realidad circulares y estereotipadas, de carácter superyoico).
Para la elaboración testimonial es necesario atajar la destructividad culposa de algunos de estos
automatismos significantes y elicitar la producción de asociaciones mentales.
II. Los fenómenos disociativos son comunes como respuesta al trauma: el funcionamiento mental
puede efectuar procesos y respuestas diferenciados desde un sistema de acción defensiva y un
sistema de acción deseante, que pueden ser contradictorios (Van der Hart), y aparentar por
momentos la imposibilidad del testimonio (como cuando una pequeña defiende por momentos
al padre que la ha violado, respondiendo disociativamente a las investiduras afectivas que
depositó en él como proveedor de satisfactores).
III. Ahí donde no ocurre la fantasía ni la asociación libre, analista y paciente deben estar dispuestos
a la travesía de zonas de devastación del sujeto que se corresponden con zonas de devastación
del tejido social. Esto implica soportar y eventualmente, tras un tiempo, llegar a dar alguna
representación y delimitación imaginaria a espacios de silencio de muerte, imágenes terribles de
destrucción, impulsos inaceptables en cualquier otro contexto. Asimismo, el clínico debe estar
dispuesto a acompañar al paciente en la puesta en cuestión de los fundamentos mismos del
pacto social de la colectividad a la que pertenecen ambos, a partir de asumir que dada la
ocurrencia de la violencia extrema y/o la traición, estos están estallados.
IV. El clínico que enfrenta el trauma requiere establecer una posición terapéutica antes que la
propiamente psicoanalítica; esto implica mostrar una actitud compasiva y empática, aunque por
supuesto extremadamente respetuosa de lo a última instancia inefable del trauma y el dolor que
produce. Definitivamente, los mandamientos asépticos de no involucramiento afectivo
indicados para la clínica de la neurosis aquí, al menos a priori, no se aplican.
V. Es solamente tras un tiempo de paciente y firme atravesamiento de los efectos más devastadores
del trauma, de un acompañamiento a veces solitario, a veces interdisciplinario del paciente
traumatizado, desde los territorios de la repetición culposa de las escenas de destrucción y
traición hacia los primeros intentos de integración de la experiencia y su elaboración narrativa,
que el testimonio puede ser elaborado, sostenido y puesto a prueba en el espacio social. Es
cierto que esto último puede no ocurrir, pero en términos terapéuticos, al menos aproximarse a
la elaboración narrativa permite ya abrir la puerta a un tratamiento clínico estándar, que en el
caso del psicoanálisis representará la posibilidad de acceder de nuevo a la posibilidad del
despliegue del fantasear creativo, del jugar y el crear. Es decir, de una geografía psíquica donde
la asociación libre -en todos sus sentidos- sea posible.

A partir de estas y otras consideraciones, podríamos estar en condiciones de acompañar la


preparación de una posición testimonial: en eso consistiría estrictamente una labor clínica ya de por
sí complicada de lograr. Pero subrayemos: un testimonio no es tal si no pasa a lo social, si no es
escuchado por la comunidad. Para que el paciente acceda a la dimensión testimonial tal como la
definimos arriba, se requiere por nuestra parte como clínicos una colocación clínica específica, pero
también, quizá, una apuesta personal que amplíe los límites de nuestra labor como psicoanalistas,
psicólogos o psiquiatras, hacia un acompañamiento en el lazo social que permita la puesta en
público de testimonios donde se habilite la otredad empática, así como la apuesta por sostener una
modificación de las condiciones sociales que posibilitan la violencia, la guerra, el exterminio. Es
decir, una posición abiertamente política.
La invitación en este texto es por un lado a preguntarnos por nuestra preparación para la escucha
clínica de lo traumático por violencia en el contexto que nos ha tocado vivir; y, en segundo lugar
pensarnos, más allá de nuestra labor de consultorio, como posibles acompañantes en el
sostenimiento público de testimonios, lo que implica el reto de pensar esa política como
complementaria -o no, ustedes lectores decidirán-, a nuestro posicionamiento ético.
A fin de cuentas, el colapso de la simbolización encarnado en el trauma puede en última instancia
ser paradójicamente una oportunidad para reformular colectivamente los pactos simbólicos donde la
subjetividad se produce, incluidos los que nos dan lugar como clínicos en estas sociedades
gangrenadas de terror.
* Psicólogo y Psicoanalista, Fundador del Centro de Acciones Psicoterapéuticas A.C. y de Grafía Colectiva de Psicoanálisis
cenapsi.francisco@gmail.com

Felman, S. and Laub D., Testimony: Crises of Witnessing in Literature, Psychoanalysis and History (New York:
Routledge, 1992).

Janet P. (1919), Les médications psychologiques. Félix Alcan, Paris.

Laub, D. (2005) “Traumatic Shutdown of Narrative and Symbolization: A Death Instinct Derivative,” Contemporary
Psychoanalysis Vol 41, Núm 2, p.307– 26, USA

Szasz, T., (1970) Ideology and Insanity: Essays on the Psychiatric Dehumanization of Man. Doubleday/ Anchor, New
York.

Van der Hart, O. y van der Kolk, B (1995) “The Intrusive Past: The Flexibility of Memory and the Engraving of
Trauma,” in Trauma: Explorations in Memory, ed. Cathy Caruth (Baltimore: John Hopkins University Press).

También podría gustarte