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Ficino. Sobre El Furor Divino
Ficino. Sobre El Furor Divino
17
Marsilio Ficino
Edición bilingüe
P 254517
.
\.t Í..&
En su Transfiguración la m itad inferior, con el m u ch a
cho poseso, sus desesperados portadores, los perplejos y
angustiados discípulos, nos m uestra el reflejo del eterno
dolor prim ordial, fundam ento único del m undo: la «apa
riencia» es aquí reflejo de la contradicción eterna, m adre
de las cosas. De esa apariencia se eleva ahora, cual un p er
fume de am brosía, un nuevo m undo apariencial, casi vi
sionario, del cual nada ven los que se hallan presos en la
prim era apariencia —u n lum inoso flotar en u n a delicia
purísim a y en u n a intuición sin dolor que irrad ia desde
unos ojos m uy abiertos. Ante nuestras m iradas tenem os
aquí, en un sim bolism o artístico suprem o, tan to aquel
m undo apolíneo de la belleza com o su substrato, la horro
rosa sabiduría de Sileno, y com prendem os p o r intuición
su necesidad recíproca. Pero Apolo nos sale de nuevo al
encuentro como la divinización del principium individua-
tionis, sólo en el cual se hace realidad la m eta eternam ente
alcanzada de lo Uno prim ordial, su redención m ediante la
apariencia: él nos m uestra con gestos sublim es cóm o es
necesario el m undo entero del torm ento, p ara que ese
m undo empuje al individuo a engendrar la visión redento
ra, y cómo luego el individuo, inm erso en la contem pla
ción de ésta, se halla sentado tranquilam ente, en m edio del
mar, en su barca oscilante.
F. N ietzsche , El nacimiento de la tragedia
(trad. de A. Sánchez Pascual), Madrid, Alianza,
1973, págs. 57-58
D dTttH!f0 Ghl!ilantte¡° (1449-1494), Aparición del ángel a Zacarías,
detalle c°nM arsiIio Fiemo, Cristoforo Landino, Agnolo Poliziano ?
y Demetrio Greco. 1486-1490. Fresco. Florencia, S. Maria Novella
X
ESTUDIO INTRODUCTORIO*
XI
tre O riente y Occidente o el reencuentro entre las dos
m itades del antiguo Im perio rom ano y, adem ás, la en
tra d a de antiguas filosofías, olvidadas o desconocidas
en O ccidente.1
Se h a dicho a m enudo que u n a de las principales
diferencias en tre la E dad M edia y el R enacim iento
residía en el hecho de que la cu ltu ra m edieval apela
ba al aristo telism o p a ra conocer los secretos del
m undo terrestre y al cristianism o p ara todo lo refe
rente a los problem as del alm a, m ientras que el R ena
cim iento resolvió las relaciones entre el hom bre y
Dios, y justificó el com portam iento hu m an o gracias
al platonism o en detrim ento de la religión, y recurrió
a la naciente ciencia, justificada po r la confianza que
el neoplatonism o" tenía en la capacidad del hom bre
p a ra solventar problem as estrictam ente m ateriales o
terrestres. Si bien es cierto que la cultura aristotélica
no desapareció a p a rtir del siglo XV,2 entre la caída
del Im perio ro m an o de O ccidente en el siglo V, y el re
encuentro de R om a con Bizancio m il años m ás tarde,
en O ccidente sólo se conocieron cuatro diálogos de
P latón,3 y au n en versiones latinas, dado que el griego
cayó en el olvido.
XII
E n esta introducción a la antología de textos del
m onje renacentista M arsilio Ficino sobre el concepto
de furor divino, se quiere m o stra r que gracias a la re
cuperación de dicha noción, el hom bre dejó de ser un
«saco lleno de inm undicias y excrem entos», com o lo
calificaba el papa m edieval Inocencio III,4 y se co n v ir
tió en un poderoso d escubridor y do m in ad o r de n u e
vos m undos, así com o el cread o r en y de un m u n d o
h asta entonces inexistente: el universo de la fan ta sía
artística.
Se in te n ta rá volver so b re los p aso s de F icin o ,
d escu b rien d o ju n to con él y con id én tic a in o cen cia,
a algunos de los a u to re s y los textos que d e te rm in a
ro n su fo rm ació n filosófica y su concepción del fu
ror .'5 Se re a liz a rá n breves in tro d u c cio n e s h istó ric a s
a los d istin to s conceptos que Ficino m anejó, m o s
tra n d o cóm o su p o ética recoge in fluencias neopla-
tónicas, herm éticas, so b re todo, y c ristia n as, so b re
u n a base de sólido plato n ism o , y cóm o en su c o n
cepción del fu ro r poético se ju n ta n , p o r u n lad o , el
XIII
fu ro r del alm a plató n ica de c u alq u ier ser h u m an o
no e m b ru tec id o p o r los placeres cu ando descubre
in stin tiv am e n te la Verdad, y el fu ro r del alm a her-
m ético -p lo tin ian a de los religiosos en gracia del Ser
S uprem o, y, p o r otro, el en tu siasm o aristotélico de
los h o m b re s privilegiados, in fluenciados p o r S a tu r
no, los poetas.
5 Sobre el furor divino y otros textos está relacionada
con m i ensayo La inspiración artística en el Renaci
miento (pendiente de publicación). Estos dos volúm e
nes constituyen la base de mi tesis doctoral, dirigida
por el d o cto r Eugenio Trías Sagnier y leída en la ETS
de A rquitectura de Barcelona. G racias a u n a beca del
M inisterio de C ultura (1987) pude tran sfo rm ar el tex
to principal en el ensayo La inspiración artística, y
gracias al interés y a la confianza de E ditorial Anthro-
pos he podido a n o ta r y com entar los textos ficinianos
sobre el fu ro r que se incluyen en la presente anto
logía.
Sin em bargo, estos dos libros no son redundantes.
M ientras que en el ensayo la poética del furor, de Fici-
no, era to m ad a com o p unto de partid a p ara el estudio
de la poética y la tratadística m anieristas y barrocas,
en este presente volum en aquélla aparece com o final
de un m ovim iento iniciado mil años antes, durante el
helenism o. E n el prim er caso, se valoraba lo que la
teoría del a rte clásico debía a Ficino. Por el contrario,
ah o ra se insiste en lo que Ficino debe al neoplatonis
m o y al herm etism o helenísticos.
Ambos libros deben su punto de vista al ensayo
clásico de André Chastel, Marsile Ficin et l’art (Gine-
bra/Lille, Librairie É. Droz / Librairie R. Giard, 1954),
fundam ental p a ra entender la teoría del a rte de Ficino
com o p u en te entre dos m om entos, el helenism o y el
m anierism o, que tan to s puntos de contacto tienen
con la m odernidad.
Los estudios sobre Ficino son m uy accesibles ac
tualm ente gracias a las exhaustivas investigaciones de
XIV
h
M ichael J.B. Alien, especialm ente en The Platonism o f
Marsilio Ficino. A study o f his Phaedrus Commentary,
its sources and genesis (Berkeley / Los Angeles / L on
dres, Ucla C enter for M edieval and R enaissance Stu-
dies, University of C alifornia Press, 1984).
Mi lectura de la poética de Ficino y_su influencia
en las artes plásticas está necesariam ente influ en cia
da p o r m is investigaciones sobre la influencia de la
teurgia en la p in tu ra y la escultura ren acen tistas, em
prendidas en el W arburg Institute de L ondres (1990),
y que han dado lugar al ensayo Imagen de lo invisible
(Barcelona, A nagram a, 1992).
Quiero agradecer los consejos del d o c to r Eugenio
Trías sobre la filosofía helenística (cristiana, órfico-
herm ética y neoplatónica). P or un azar, y con finalida
des y am biciones distintas, hem os estado con su ltan d o
los m ism os libros. Sus enseñanzas, agudas y p e rtin e n
tes, han puesto el acento en autores com o Filón y Cle
m ente de Alejandría, am pliam ente co m en tad o s po r el
propio Ficino.
Agradezco igualm ente los desinteresados consejos
filológicos del doctor D arío López, quien tuvo a bien
repasar, tanto varias de las traducciones de los textos
ficinianos, sugiriendo posibles nuevas vías de investi
gación sobre la cultura filosófica de Ficino, com o la
presente introducción, aportando n u m ero sas clarifi
caciones y precisiones.
No olvido las facilidades concedidas p o r el p erso
nal de la B iblioteca de Letras de la U niversidad Cen
tral de Pedralbes en B arcelona y del W arburg Institute
de Londres (Biblioteca y Archivo Fotográfico), espe
cialm ente Franqois Quiviger, y la im pasibilidad (ingle
sa) que han m anifestado cuando he a rra sa d o con los
estantes que soportan el neoplatonism o y a Ficino.
Y un agradecido recuerdo para Félix de Azúa, que
m e anim ó a em barcarm e de nuevo p o r el furor.
xv
MARCO HISTÓRICO
XVI
se sentía orgullosa de su gobierno estable, y en él p a rti
cipaba la m ayoría de los grupos sociales trabajadores,
sin que, en principio, la nobleza del dinero se im pusie
ra. Sin em bargo, a m ediados del siglo XIV, se form aron
en Italia varios estados poderosos, especialm ente la ti
ranía m ilanesa de los Sforza, que p ro n to tra tó de reu
nir la península bajo su m ando, queriendo em ular el
antiguo m odelo de Julio César, a cam bio de algunos
pactos con Venecia y el papado. Florencia, que consti
tuía un obstáculo a los deseos expansivos m ilaneses,
no podía co n tar con el apoyo del resto de los estados
italianos, que veían con m alos ojos el tipo de gobierno
de la señoría florentina. Ésta, entonces, b uscó en la
historia el anhelo y el consuelo que no en c o n trab a en
el presente. Las ruinas del Im perio ro m an o eran el
vivo testim onio de la grandeza y la fortaleza de la Re
pública rom ana frente al poder absolutista de César,
defendidas y justificadas p o r Cicerón. Sin em bargo,
p ara poder leer y' apreciar las lecciones del m oralista
rom ano, hacía falta previam ente recu p erar la gram áti
ca clásica correcta.1Surgió entonces la necesidad del
estudio de las h u m anidades. La reg en eració n clásica r ': -L.ncc.
tuvo su razón de ser en la que Panofsky h a llam ado la
«regeneración política». É l interés «estético» p o r la
cultura y los m o n u m en to s de la A ntigüedad no se
produjo h a sta .u n siglo m ás tarde,bcuando, ju sta m e n
te, llegaron a O ccidente los textos de P latón c e n tra
dos en el tem a de la belleza y su a tra cc ió n extática o
«furiosa» ejercida sobre el hom bre, especialm ente
sobre el poeta.
XVII
m uerto en T únez de enferm edad contagiosa, habían
constituido com pletos fracasos.
Sin em bargo, el peligro ya no venía de los califatos
m usulm anes. De las estepas turcas habían ido su r
giendo nuevos invasores que habían acabado por do
m in a r el O riente M edio y, tras su conquista, am enaza
b an al debilitado Im perio rom ano de O riente y su ca
pital, C onstantinopla. Éste no reconocía el poder del
p ap a desde m ediados del siglo IX, cuando la Iglesia de
Bizancio se separó de R om a al no aceptar parte del
m isterio de la Trinidad (la generación del E spíritu
Santo del Padre y del Hijo),9 pero era cristiano. Por
tanto, el em p erad o r y el basileo solicitaron angustio
sam ente la ayuda de Occidente. ¿Qué E stado deseaba
volver a lan zar sus ejércitos en dirección a Oriente? El
problem a, com o intuía el reino de Nápoles, era que si
C onstantinopla caía en m anos de los turcos, Occiden
te se en co n traría a u n tiro de sus ejércitos. El Estado
pontificio aceptó finalm ente interceder frente a los
gobiernos occidentales, a cam bio de la reunión de las
Iglesias de O riente y Occidente bajo el único dom inio
papal. P o r aquellos años, O ccidente se curaba de las
heridas producidas po r el G ran Cisma, causado p o r
que F rancia no había aceptado de buen principio el
retorno del p ap a a Rom a y el abandono de Aviñón.
Dos concilios, en Basilea y Constanza, habían logrado
a duras penas que la Iglesia cristiana de Occidente
volviera a ten er u n solo jefe e sp iritu al.10
XVIII
Después de intensas y delicadas negociaciones, y
c u a n d o los tu rc o s a se d ia b a n ya C o n sta n tin o p la , el
7 de m arzo de 1438, el p a p a E ugenio IV y el e m p era
dor de O riente Ju an VIII se e n c o n traro n en Ferrara.
E ra la p rim era vez que las dos g ran d es potencias eu
ropeas se sentaban a discutir. La cu m b re em pezó en
m edio de grandes dificultades y, c u an d o se abordó el
tem a de la Trinidad, las negociaciones encallaron.
P o r el lado occidental, se h allab an los principales
gobernantes de la península italiana ju n to con la curia
y varios hum anistas. El e m p erad o r h a b ía acudido con
el basileo, la curia oriental, entre la que d estacaba el
futuro cardenal Besarión, y los p rin cip ales p en sad o
res de tradición griego-platónica,11 cuya presencia
suscitó de inm ediato el interés de O ccidente y, cu rio
sam ente, salvó el Concilio de F errara. E ran los here
deros de la Academ ia platónica. H ab ía sobrevivido
durante novecientos años hasta el año 529, cuando fue
definitivam ente clausurada por el e m p e rad o r Ju sti
niano debido a su defensa de un Ser S uprem o, el Dios
dem iurgo platónico, incom patible co n el dogm a cris
tian o .12 Sin em bargo, los textos de P latón y de sus exé-
Lettres, 1958, págs. 131-161; C.M.D. Crowder, Unity, Heresy and Re-
form, 1378-1460. The conciliar response to the Great Schism, Docu-
ments of Medieval History, 3, Edward Arnold Publishers, Ltd.; y
H. Vast, «Bessarionau Concile de Florence», ed. cit., II, págs. 53-113.
11. Sobre la lista de participantes por el lado oriental, véase Acta
Graeca, cois. 16 y 17. Reproducidas por H. Vast, op. cit., pág. 61.
12. Sobre la evolución del neoplatonismo a finales del Imperio
romano, véase un buen resumen en J. Alsina, El Neoplatonismo.
Síntesis de esplritualismo antiguo, Barcelona, Anthropos, 1989,
págs. 89-110. Consúltese la excelente y documentada colección de
ensayos de H.D. Saffaey, Recherches sur le Néoplatonisme aprés Plo-
tin, París, Librairie Philosophique J. Vrin, 1990.
Tanto Franqois Masal como Eugenio Garín señalan que, con
trariamente a lo que se cree, el Imperio bizantino era ortodoxamen
te cristiano y, por tanto, no hizo nada por preservar el legado plató
nico y neoplatónico helenístico (que protegían estudiosos aislados
como Psello), si bien mantuvo la lengua griega clásica (F. Masa!,
Pléthon et le Platonisme de Mistra, París, Les Belles Lettres, 1956,
XIX
getas de la A cadem ia se habían guardado y el conoci
m iento del griego no había desaparecido en Oriente.
Ya desde el siglo VIH, después del II Concilio de Ni
cea de 754, los que habían defendido la destrucción
de las im ágenes religiosas (iconoclastas) perdieron y
huyeron a O ccidente con algunos m anuscritos plató
nicos, y de nuevo, en el siglo XIII, cuando el Im perio
de O riente ya se tam baleaba, intelectuales bizantinos
se refugiaron en Occidente, trayendo consigo nuevos
m anuscritos platónicos y neoplatónicos. Debido al in
terés m anifestado por los filósofos occidentales, se
instalaron com o profesores de griego y com entaristas
platónicos.*13 Tal h ab ía sido el caso de Argiropulo, ya a
principios del siglo XV. Sus lecciones entusiasm aron
Florencia. El p ropio Cosme de M édicis estaba envian
do em isarios suyos a C onstantinopla p ara que com
p rara n m anuscritos con textos platónicos. Pero esta
b an en griego. P or esto, la presencia en F errara de los
m ejores exégetas clásicos de O riente constituía para
Occidente u n a ocasión única p a ra conocer en profun
didad lo que h a b ía ido probando desde hacía u n siglo.
Sin em bargo, O riente acudía com o u n derrotado que
suplicaba ayuda. No podía, por tanto, dejar de sentir
recelo frente a la superioridad m ilitar occidental, que
no coincidía con su debilitado poder cultural.
A fin de su p e ra r la desconfianza oriental y, a la vez,
desbloquear el Concilio, el cardenal Cesartini tuvo la
brillante idea de organizar encuentros laterales e in
form ales, donde intelectuales de am bos bandos p u
dieran conversar sobre tem as no estrictam ente doctri
XX
narios. A la vez, en tales reuniones, O riente pudo sen
tirse vencedora y se dio cuenta del sincero interés de
Occidente po r sus conocim ientos.
Después de u n a m agistral operación diplom ática
de Cosme de M édicis y tras la im posibilidad de F e rra
ra de seguir costeando el Concilio, éste se tra sla ^ A °
Florencia.
Se producía el p rim er encuentro entre los filósofos
platónicos orientales, encabezados p o r G em isto Ple-
tón, y los hum anistas florentinos. A p esar del p o strer
fracaso del Concilio (las dos Iglesias sólo consiguie
ro n estar unidas p o r unos años), la filosofía occiden
tal cayó bajo el em brujo de Platón.
Por influencia de Pletón, en 1459 Cosm e tuvo la
idea de re sta u ra r la A cadem ia platónica, d esaparecida
desde hacía ochocientos años, y de confiar su direc
ción a M arsilio F icino.14 Pletón era u n o de los pocos
pensadores que se declaraban paganos (de religión
m itrádica) y que consideraban el plato n ism o com o
u n a religión fu n d ad a en tiem pos rem o to s p o r Zoroas-
tro ,15 cuyo principal profeta era P latón y cuyos sacer
d o tes fueron los filósofos neoplatónicos de los p rim e
ros siglos de la edad c ristia n a.16 G racias a Pletón, y al
legado de textos platónicos y neoplatónicos en griego
que confió a Cosme de M édicis, la filosofía y el arte
occidentales to m aro n el rum bo que conocem os.
Pero antes había hecho falta tra d u c ir el legado al
latín, a fin de h acer llegar a la m ayoría de los intelec
tuales escolásticos el pensam iento de, y originado por,
Platón: en efecto, el legado no contenía ún icam en te la
obra com pleta de Platón, sino que se co m pletaba con
un gran núm ero de textos helenísticos y bizantinos,
entre los siglos I d.C. y IX d.C., algunos de los cuales
XXI
eran atribuidos entonces al propio Platón, y otros,¿sé
decíjy contenían enseñanzas antiquísim as, anteriores
a Platón: las de los «prim eros teólogos», Zoroastro,
H erm es Trism egisto y Orfeo.1718Éstos,(se afirmaba,/ h a
bían inspirado al propio Platón.
XXII
su form ación com o para el pensam iento occidental:
traducir el Corpus Platonicum. A cam bio, le fue conce
dida la villa de Careggi, cerca de Florencia, donde pudo
trabajar e instalar la sede de la Academ ia florentina.
Curiosam ente, no em pezó p o r tra d u c ir la obra de
Platón, sino que abordó textos n e o p lató n ico s, en co n
creto textos herm éticos helenísticos atrib u id o s a H er-
mes, im buidos de m agia y de astrologia, p o r los que se
entusiasm ó, lo que le llevó a ser acusado de im piedad
y paganism o. Sólo la ayuda de los M édicis le salvó.19
E ntre 1462 y 1468, se dedicó finalm ente a la tra
ducción de los diálogos platónicos, seguida de la obra
com pleta de Jám blico (1488), Pío ti no (1492), y de la
m ayoría de los neoplatónicos: Pseudo-D ioniso, H er-
mias, Proclo, Psello, Sinesio, Porfirio, Alcinoo, etc.20
Ya al final de su vida, se adentró en san Pablo, cuyo
Comentario no pudo completar.
Pero Ficino no se lim itó a ser u n excelente tra d u c
tor. E scribió com entarios y resú m en es de varios de los
textos citados, algunos de los cuales, com o sus Co
mentarios al Banquete, el Pedro y el Filebo de Platón o
Los Nombres Divinos del Pseudo-D ioniso, constituyen
obras personales, suficientem ente diferenciada$..-dc
los textos originales. Por eso, su concepción defdúror
divinó que tom a de Platón, pero tam b ié n de los tra ta
dos herm éticos, Plutarco, Porfirio, Plotino, los apolo
géticos cristianos y san Pablo, constituye u n a a p o rta
ción que m arcó tanto la teoría de las artes ren acen tis
ta y m anierista com o la concepción del hom bre en
relación con Dios.
XXIII
No obstante, .sus obras m ás personales se encuen
tran en su colección de Cartas destinadas a los hu m a
nistas m ás im portantes (desde Landino a Pico de la
M irándola y Lorenzo de M édicis, en Italia, y extranje
ros com o Jo h n Colet, en Inglaterra), cuya publicación
cuidó personalm ente,21 y que constituyen verdaderos
¡' tratados sobre tem as relacionados con los problem as
; del alm a, entre los q u e destaca la carta-tratado De Di-
| vino Furore (base de la presente antología) y dos Su
mas: Teología Platónica sobre la Inmortalidad del Alma
de 1482 (la inm ortalidad del alm a, de natura, no había
sido todavía declarada por la Iglesia com o dogm a de fe
—fue instau rad a en el Concilio de Letrán de 1540—),22
y Sobre la Vida {De Vita) de 1489, que estudia la «in
m ortalidad» del cuerpo: es un tratado de m edicina y
astrologia que m uestra cóm o las enferm edades, causa
das siem pre p o r influencias astrales negativas, afectan
la «salud» del alm a y le im piden rem o n tar al cielo.
Ficino es especialm ente recordado tanto po r su su
p uesta am istad con artistas com o Botticelli y Pol-
laiuolo,23 com o por su influencia en la teoría y la
XXIV
práctica del arte de creadores com o M iguel Ángel,24 [
El G reco,25 Tiziano26 y Palladio;27 los poetas de La \
Pléiade,28 com o R onsard,29 y de pensadores barrocos
com o D escartes y Shaftesbury.30 Sin em bargo, en sus
escritos apenas habla de arte, si no es de m an era gene
ral,31 y no com enta ninguna de las grandes creaciones
arquitectónicas y pictóricas que en aquellos años se j
XXV
realizaban en Florencia. Sin em bargo, él m ism o p rac
ticab a las artes de la poesía y la m úsica,*32 com o m ues
tra u n retrato alegórico en el que aparece con un libro
de gran tam año cuyas páginas parece tañ e r en estado
de inspiración poética.33 El propio Lorenzo de Médi-
cis le consideraba com o la reencarnación de Orfeo,34
si bien sus escritos carecen de la m usicalidad y del po
der de evocación de los de Platón o incluso de Porfi
rio.35 Ficino no ha acabado de ser reconocido com o
u n p ensador original, y a esto ha contribuido su pecu
liar personalidad, a m enudo servil y excesivam ente
som etida a la voluntad de los M édicis y, sobre todo, su
com portam iento condenable du ran te el «asunto Sa-
vonarola».36 Cosme de M édicis, protector de Ficino,
m ecenas y político, había acabado con el gobierno re-
XXVI
publicano, cuyas form as m an ten ía, al lograr d o m in ar
las C ám aras pasando po r encim a del poder del secre
tario. Al m orir, le sucedió su hijo P edro el Gotoso. G o
bernante indeciso y enrabiado, suscitó p ro n to la a n ti
patía general. Un m onje de la catedral, S avonarola,
em pezó a clam ar contra el gobierno despótico y la os
tentación de riquezas y fue escuchado por toda la c iu
dad y apoyado por el papa, rival de los M édicis. Éstos
fueron expulsados en 1492. S avonarola tom ó el m a n
do, instau ran d o una tiran ía teocrática. O rganizaba
autos de fe en los que los poderosos eran invitados a
qu em ar sus riquezas y las obras de arte. El p ap a em
pezó a inquietarse de tantos excesos p uristas y la n o
bleza se cansó del perm an en te estado de suspicacia.
Con la ayuda de R om a y la sim p a tía popular, los M é
dicis asediaron Florencia, p ren d ie ro n a Savonarola,
juzgaron a sus sim patizantes y co n d en aro n al m onje:
fue quem ado vivo en la plaza de la Signoria en 1494.
Ficino, am igo y m iem bro de la corte de los M édicis,
adm iraba a Savonarola y lo h a b ía defendido a rd ie n te
m ente, com parándolo con un nuevo M esías.37 Sin
em bargo, cuando los acontecim ientos se precip itaro n
y la guerra civil estuvo a punto de estallar, Ficino huyó
a su villa de Careggi, en las afueras de Florencia. C uan
do Lorenzo de Médicis, el Magnífico, se instaló, Ficino
se dio prisa en volver a la corte y calu m n iar a su otrora
adm irado Savonarola.38 No tuvo problem as p ara ser
nom brado m iem bro del cabildo de la catedral.
XXVII
Sin em bargo, desde joven, Ficino se autodefinió
com o u n a persona débil, influenciable y som etido a
los influjos perniciosos del astro negro y m elancólico:
S atu rn o .39 Toda su vida, p a rc a en salud, tuvo que p a
decer de u n alm a debilitada p o r el planeta de los co
bardes y los artistas.40
Q uizá fuera su carácter ensoñador y m ístico lo que
le llevara a entusiasm arse p o r la filosofía neoplatóni-
ca y los textos herm éticos. E n efecto, el tem a central
de su filosofía reside en el estudio de las relaciones en
tre el alm a h u m an a p o r un lado y el alm a del m undo y
Dios, p>or otro: Éste la ilum inaba de am or y la atraía
hacia Él, causándole el furor divino, que era el origen
de visiones extáticas y profecías vertidas en poem as
cuya belleza y profundidad superaban las de los p o e
m as «hum anos», com puestos técnicam ente y sin in
flujo divino.41
XXVIII
La A cadem ia florentina, en la villa de Careggi, no
estaba e stru c tu rad a com o lo fu ero n las A cadem ias del
siglo XVII.42 No tenía estatutos ni u n núm ero estable
cido de m iem bros. Tampoco se im p a rtía n clases. E ra
m ás bien u n grupo de en tu siastas del pensam iento
platónico, que recuperaron la c o stu m b re helenística
de celebrar el cum pleaños de P latón con u n banquete,
durante el cual se discutía info rm alm en te sobre el
concepto platónico del amor divino al que, junto con
el am or cortés medieval, convirtieron en el tem a de
m oda de finales del R enacim iento. Se escribieron un
sinnúm ero de «tratados del am or», en tre los cuales
sólo destacan los Diálogos del Am or de León H ebreo y
El Cortesano de B altasar de C astiglione.43
E ntre los m iem bros de dicha A cadem ia, se en co n
traban: Lorenzo de M édicis, b u e n poeta petrarquista;
Poliziano, a u to r de una Oda a Orfeo;44 Landino, co-
XXIX
m en tarista de la Divina Comedia en u n a célebre edi
ción ilustrada p o r Botticelli;45 Pico de la M irándola,
ju stam en te conocido en la actualidad po r su breve
Oración por la Dignidad del Hombre,46 que recoge p a r
te del texto del Asclepio,47 y p o r su defensa de u n a Ver
dad ú n ica revelada a la h u m anidad y contenida en
textos cabalísticos, árabes, judaicos, platónicos, bíbli
cos y herm éticos, que leía en lengua original.48 Oca
sionalm ente, León B atista Alberti y Botticelli se da
ban cita en dicha agrupación.49
La influencia de Ficino fue enorm e y perdurable.
Los poetas m anieristas franceses de La Pléiade tra d u
jero n sus escritos y difundieron sus principales ideas,
especialm ente sobre el furor poético. La teoría y la
práctica del arte m anierista, con su exaltación del a r
tista m elancólico que busca salvarse gracias al poder
de su im aginación ilum inada interiorm ente po r Dios,
XXX
y su concepción del genio que no tiene que resp o n d er
de sus creaciones ni necesita re c u rrir a reglas co noci
das p ara la práctica del a rte 50 no p u eden entenderse
sin el neoplatonism o m ístico d e Ficino.
El propio desarrollo de la m agia, que ta n ta in
fluencia tuvo p a ra el arte (a través del p in to r m anie-
rista m ilanés Lom azzo)51 y la ciencia (por m edio del
m ago alem án Cornelio A grippa,52 am igo de F austo),53
bebe en De Vita de Ficino.
XXXI
El gran especialista Festugiére com enta que la
vida en los siglos I y II d.C. poseía unas características
que la distinguían de épocas anteriores. La pax roma
na im peraba en todos los territorios. Apenas surgían
algunos conflictos fronterizos en la orilla del D anu
bio. La econom ía se encontraba en un m om ento flore
ciente: el Im perio era u n a balsa de aceite.
Solucionados los problem as materiales, la gente vol
vió la cabeza hacia los espirituales. Y aquí em pezaron
los problem as. La religión rom ana estaba en decaden
cia. Pocos creían ya en unos dioses que proliferaban y
habían caído en descrédito porque estaban ligados a la
tradición agrícola y fam iliar de los lares, que no cuadra
ban con una cultura urbana.55 Además, los dioses del
Olimpo y el Capitolio no intercedían nunca frente a los
XXXII
hom bres. Vivían aislados y tan sólo se preocupaban
cuando deseaban algo de ellos. Las corrientes filosófi
cas, neoplatónicas y estoicas, por otra parte, no dejaban
de repetir m ecánicam ente las certezas del pasado, y la
ciencia aristotélica basada en postulados librescos no
podía dem ostrar nada experim entalm ente. La física y la
m etafísica de la Antigüedad estaban agotadas. La gente
se orientó entonces hacia religiones y explicaciones del
m undo que prom etían un trato directo con un Dios p e r
sonal, y aseguraban que la vida tenía sentido y no a c a
baba en la tierra. Entre estas religiones de salvación p er
sonal destacaron el cristianism o (en sus versiones «re
conocida» y gnóstica)56 y el herm etism o (u orfism o).57
El herm etism o era u n extraño com pendio de la
concepción platónica del alm a h u m an a y su relación
con el alm a del m undo y Dios, la noción ju d aic a de
pueblo elegido y la creencia cristiana en la reciente vi
sita de u n M esías Redentor. Se pensaba que el h e rm e
tism o procedía de E gipto y se^ confundía a H erm es
con O siris,58 e incluso con Cristo. Se daban, adem ás,
influencias de religiones m itrádicas, persas y de la
Grecia arcaica.
XXXIII
Defendido p o r escritores neoplatónicos helenísti
cos, el herm etism o se apoyaba en unos textos crípti
cos, «com binando vaguedad con oscuridad»,59 supues
tam ente antiquísim os (aunque, en verdad, eran textos
apócrifos del siglo II a.C., a lo m ás tardar, redactados
po r autores desconocidos, salvo los Oráculos Caldeos,
de un tal Juliano el Teurgo, a u to r verdadero o trans-
criptor), inspirados por u n profeta, que a veces era
H erm es Trism egisto, y otras, Orfeo o Zoroastro (figu
ras, seguram ente, legendarias).
XXXIV
Según los principales «textos sagrados» — Corpus
Hermeticum ,60 Asclepio, Oráculos Caldeos, Himnos,
etc.—, H erm es, el prim itivo dios de las artes en Gre-
cia, se h abía refugiado en Egipto, y coincidió con
Moisés^ que se había ad iestrado en los m isterios egip-
cios 61 De regreso a Grecia, difundió la B uena N ueva
que fue recogida y tra n sm itid a por sucesivos «teólo
gos» occidentales: Orfeo, M useo y, finalmente, P latón.62
XXXV
P or su parte, M oisés se encargó de explicarla en
O riente.63
El herm etism o era, po r tanto, una sem irreligión
m onoteísta, según la cual Dios, creador de la tierra y
XXXVI
del hom bre a su sem ejanza, d irectam ente o m ediante
la intercesión de la p rim era hipóstasis divina, el Ver
bo,64 no dejaba de estar en relación con el ho m b re y le
rescataba de la m ateria gracias a la salvación del
alm a.
E ntre los siglos I y V d.C., el h erm etism o no consti
tuyó un cuerpo doctrinario fijo e inam ovible. Presenta
num erosas variantes, en función de la época, el lugar
(Rom a, Alejandría, Atenas o el N orte de Africa) y la re
ligión de origen de los adeptos. Según fuera é sta he
brea, egipcia, persa o grecorrom ana, se a lte ra b a n el
orden e incluso los nom bres de los siete p rim ero s teó
logos, así com o del profeta. Sin em bargo, tuvo u n éxi
to fulm inante y llegó a influenciar a los P adres de la
Iglesia.
Desde Filón y C lem ente de A lejandría h a s ta 's a n
Pablo," san A gustín y E usebio, no d e ja ro n de ten e r
en c u en ta la verdad h e rm é tic a ,65 si b ien los a p o lo
gistas cristian o s hiciero n p revalecer la su p e rio rid a d
m oral de M oisés sobre los p ro fe tas p a g a n o s.66 En
general, los Padres de la Iglesia c o n sid e ra b a n que
ces y cultivada por dos vías, procede de jsan Agustín, la Ciudad de1
Dios, VIII, 9. Para Clemente de Alejandría, igualmente, «la verdad
es una [...] Las sectas de ¡a filosofía griega y bárbara recibieron
cada una un fragmento [...] Se podría [...] mostrar que estudiados
conjuntamente todos los griegos y los bárbaros que tendieron ha
cia la Verdad poseían alguna parcela de la palabra verdadera» (Cle
mente de Alejandría, op. cit., XIII, 57).
64. Hermes Trismegisto, Poimandrés, I, 6.
65. Lactando, Divinas Instituciones, II, 9; san Agustín, La Ciu
dad de Dios, XVIII, 38; Clemente de Alejandría, Stromata, I, XXV,
165; Sinesio de Cirena, véase «Notice genérale», en Hymnes, París,
Les Belles Lettres, 1978, pág. 18, y Eusebio de Cesárea, Preparación
Evangélica, IV, 5, 1-3, entre otros, fueron autores cristianos primiti
vos que aceptaron la verdad (más o menos relativa) hermética.
66. Clemente de Alejandría, al igual que la mayoría de los apo
logistas cristianos de los primeros siglos, destacó la primacía de
Moisés en el orden de los teólogos (Stromata, I, XXI, 106-107). Tam
bién, por ejemplo, en Cirilo de Alejandría, Contra Juliano, 1,4, 513 a.
XXXVII
Dios h a b ía c o m u n icad o su P a lab ra a to d a la h u m a
n id ad , elegida y b á rb a ra , y que to d o s los escritos de
la A ntigüedad, ya fu eran de David, san Pablo, P la
tón o H erm es T rism egisto, c o n te n ía n u n a m ayor o
m e n o r c a n tid a d de V erdad.67 E ra legítim o in te n ta r
c o m p a ra r y u n ir los textos bíblicos, p latónicos y
h e rm é tic o s a fin de re s c a ta r la P alabra en su to ta
lid a d .68
5. Ficino y el hermetismo
XXXVIII
gión pagana y la filosofía neoplatónica convertida en
artículo de fe.73
El Corpus Platonicum, p o r tanto, no co m p ren d ía
únicam ente la obra com pleta (m ás algunos textos ap ó
crifos de Platón),74 sino que se enriquecía con la p ro
ducción neoplatónica helenística.
Los p rim eros filósofos bizan tin o s que a cu d iero n a
Italia p resen taro n este con ju n to de textos com o in te r
pretaciones del sup u estam en te an tig u o Corpus Her-
m eticum que, a firm a b a n , c o n te n ía la P a la b ra de
Dios.
Cosme de M édicis, in stru id o p o r P letó n ,75 estab a
im paciente p o r conocer d ire c ta m en te esta filosofía
m isteriosa. Ficino recibió el encargo de p o n erse a
tra d u c ir el Corpus Hermeticum antes que los diálogos
de Platón:76 el Pimandro (u n c o n ju n to de escritos
an ó n im os del siglo II d.C. que n a rra n la C reación, a
caballo entre el Génesis y el Timeo platónico), el As-
clepio (que describe lo sjaoderes m ágico-teúrgicos de
ciertos hom bres sobre la m ateria, capaces de m ode
lar estatuas de dioses y de otorgarles vida, de «crear o, uw-v-tf’
dioses» activos), atrib u id o al sa tirista ro m an o Apule-
XXXIX
yo,77 y los Oráculos Caldeos, otro breviario anónim o
heleníst ico com puesto de breves sentencias oscuras,
a veces de u n a sola palabra, com unicadas p o r el Pa
dre de los Dioses, el persa Zoroastro.
La gran preocupación de Ficino, com o ya había
sido la de los Padres de la Iglesia, fue arm onizar el pla
tonism o con el cristianism o78 o a Platón con san Pa
blo. Pero, al revés de aquéllos, no se proponía destacar
la superioridad del cristianism o, sino la de Platón, cu
yas enseñanzas eran tan válidas y sus com entarios tan
lúcidos que incluso coincidían con los escritos cristia
nos y los superaban: si éstos tenían sentido era porque
reflejaban u n contenido platónico. De este m odo, Fici- I
no, teólogo y m iem bro del cabildo de la catedral de
Florencia, com entarista al final de su vida de las Epís
tolas de san Pablo y autor de un texto sobre la Verdad
de la Religión Cristiana {De Christiana Religione), adop
taba u n a actitud am bigua. Si bien destacaba la prim a
cía absoluta de Moisés sobre Platón, H erm es y Orfeo,
tam bién creía en la superioridad relativa de Platón so
bre san Pablo. E n verdad, lo que le interesaba era des
tacar la existencia de (un) Dios, capaz, en su infinita
bondad, de com unicarse con los hom bres a través de
Herm es, Orfeo, Zoroastro, Platón o san Pablo. Todos
los escritos verdaderos venían a decir lo m ism o porque
reflejaban el encuentro íntim o entre el poeta-teólogo y
Dios.
Según Platón, tal com o se deduce del Banquete, el
Fedro y la Apología de Sócrates (los diálogos platónicos
XL
m ás im portantes recreados p o r Ficino), el alm a del
hom bre entraba en contacto con Dios de m an e ra casi
instintiva. D espertaba de su letargo terrestre gracias
al súbito recuerdo de la belleza divina, reflejad a en la
belleza de la naturaleza, se inflam aba de deseo y a n
siaba salir del cuerpo h u m an o en el que se en c o n trab a
prisionera. No todas conseguían escap ar po rq u e el
peso de los deseos terrenales inm ediatos podía m ás
que la prom esa de u n a felicidad futura. No obstante,
Dios y el alm a poco ten ían que ver con este regreso n e
cesario.
Los Padres de la Iglesia afirm aron, p o r el contrario,
que el reencuentro era sólo posible gracias a un acto
caritativo de un Dios condescendiente. El alm a, de por
sí, no estaba preparada. La versión de Ficino difiere
tanto de Platón com o de los Padres de la Iglesia y de
Plotino. En un principio, Ficino siguió paso a paso los
escritos de Platón. Pronto se desm arcaría a la luz de
los escritos herm éticos: el alm a no estaba pred estin a
da a volver a contem plar el rostro de Dios (com o afir
m aba Platón) ni Dios era la única causa (com o defen
dían los neoplatónicos, cristianos o no), sino que, si
bien la gracia divina era u n a condición necesaria,79 la
XLI
)
XLII
FUROR DIVINO.
HISTORIA DE UN CONCEPTO DE ARTE
1. Definición
XLIII
m a, era el fruto de un m om ento de arrobo, y su belle
za residía en el contenido inaudito y sorprendente, y
en el grado de verdad m isteriosa que encerraba, pero
no en la form a versificada.
P latón fue el gran tratad ista del fu ro r divino. Defi
nió las características, efectos y consecuencias de la
posesión en varios diálogos, entre los que destacan
Ion, Menón, Fedro, el Banquete y la República ,87
Sin em bargo, Tingerstedt88 ha dem ostrado que Pla
tón no se lim itó a repetir u n concepto cuyo origen re
m o n taría a la Grecia arcaica, sino que a p a rtir de
fenóm enos psíquicos caracterizados desde H om ero
definió u n concepto enteram ente nuevo.
XLIV
sos.90 Las m ujeres de las ciudades se veían atraídas
fuera de los m uros hacia un lugar a rb o lad o o en lo
alto de u n a m ontaña, donde, después de libaciones y
sortilegios, e n tra b an en tran ce «aguijoneadas p o r el
delirio de D ionisos» y re p e tía n litú rg ic a m e n te su
m uerte, sacrificando y despellejando un an im al (o, en
los tiem pos m ás lejanos, un ser h u m an o ).91 Las b a
cantes no sabían lo que hacían y, una vez la cerem onia
concluida, volvían ord en ad am en te a sus tareas do
m ésticas.
b) El furor de las Musas. Desde H o m ero existía
otro m odo de c o n ta c ta r íntim am ente con los dioses y
de indagar en sus designios: tal era el que p racticab an
algunos poetas. É stos no recu rrían a las reglas p o éti
cas, sino que invocaban a las m ensajeras de Apolo, las
M usas, a fin de que les ilu m in aran y facilitaran la
labor.92 Éstas, si estab an predispuestas, solían colabo
ra r con ellos, sum inistrándoles algún tem a fuera de lo
corriente, ofreciéndoles a través de la im aginación a l
gún paraje inédito que describir93 o ayudándoles en la
versificación. Este contacto con la divinidad se tra slu
cía po r una alegría aním ica desbordante.
XLVI
P latón se b urla de su ap aren te su p erio rid ad c u a n
do los alaba: pone de m anifiesto que son u n o s igno
rantes, unos poetas «malos» técnicam ente y «malos»
com o seres h um anos porque «carecen de sabiduría»
(una acusación m ucho m ás grave que la de in co m p e
tencia artística).98
Son, adem ás, unos poetas perniciosos, que deben
ser expulsados de la ciudad.99 A m enudo son u tiliza
dos po r los dioses cuando quieren resolver sus dife
rencias y exponer a la luz pública las infidelidades de
otro dios. Los habitantes del Olimpo descritos p o r
H om ero no eran m odelos de co m p o rtam ien to : se
peleaban entre sí, se engañaban y se traicio n ab an .
Cuatro siglos m ás tarde, en u n a época tu rb ia y en de
cadencia, después de los años cum bre de Pericles, la
pública exposición por los poetas del supuesto co m
portam iento inm oral de los dioses era ju zg a d a severa
m ente po r P lató n .100
XLVII
1
XLVIII
pero los hom bres son «movidos de acuerdo con sus
facultades naturales».102
H asta Clemente de Alejandría (s. III d.C.),103 los Pa
dres de la Iglesia, sin du d a bajo la influencia de la
cultura helenística, acepta ro n que las artes fu eran u n
don del cielo y no del diablo, y tuvieron en c u e n ta el
furor de las M usas. Sin em bargo, ya Sinesio (s. V d.C.)
sólo aceptaba la inspiración posesiva p ara los poetas
sagrados, autores de h im n o s.104 R echazaba, p o r el
contrario, el furor en los poetas laicos. Estos sólo p o
dían com poner con «arte», aplicando reglas y desde
ñando el azar. Todo poeta laico poseído lo estaba p o r
el dem onio, sim bolizado por un cuervo que c o n tra sta
XLIX
ba con la palom a del E spíritu Santo que ayudaba a los
«teólogos».105
E sta actitud apenas varió durante la E dad Media,
si bien con Isidoro de Sevilla (s. Vil) m ejoró algo la
consideración de los poseídos laicos que p asaron de
estar endem oniados a ser unos enferm os m entales.106
¡ Hay que esperar a D ante107 y Boccaccio,108 en el siglo
i XTV, p a ra que el furo r de las M usas sea rehabilitado
com o causa de la creación poética en detrim ento de la
técnica y que los poetas laicos entusiasm ados (entre
ellos, los trovadores, hasta entonces, despreciados des
de el p u n to de vista artístico) sean equiparados a los
teólogos in sp irad o s.109 En el Renacim iento, después
de B ru n i,110 Ficino y L andino,111 el fu ro r divino aca-
; bó p o r im ponerse como causa de la creación poética.
H asta este m om ento, nos hem os referido única
m ente a la poesía. E ra la única «arte» (en el m oderno
“Ci ÍWtHiWo M-V íUsaft J
---- --- • J 'j í? C. .
105. Véase Alice Sperduti, «Divine nature of poetry in Anti-
quity», Trans, and Pros, of the American Philological Association, 81
(1950), pág. 240.
106. San Isidoro de Sevilla, «De Poetis», en Etimologías, VIII,
7, 3. Dicha etimología se remonta a los escritores romanos Varro y
Verrius Flacus. Véase Jacques Fontaine, Isidore de Seville et la cul
ture classique dans i’Espagne wisigothique, París, Études Augusti-
niennes, 1959,1, pág. 162.
107. Dante, La Divina Comedia, XXIX.
108. G. Boccaccio, «Difesa della poesía», en Vita di Dante, XXII.
109. «Poetas gentiles diximus esse theologos» (G. Boccaccio,
Genealogia Deorum, VIII).
110. L. Bruni, Epistolarum, VI, ed. cit., pág. 237. Igualmente,
L. Bruni, Vita de Dante.
111. C. Landino, Disputationes Camaldulenses, III, Florencia,
Sansoni, 1980, pág. 111. Landino reproduce parte dei De Divino
Furore de M. Ficino, en C. Landino, Proemio al Commento Dantes
co (ed. de Roberto Cardini), Scritti critici e teorici, I, Roma, Bulzoni
Editore, 1974, págs. 143-145, líneas 15 y ss. Sobre la influencia del
De Divino Furore ficiniano en la obra de Landino (Comentarios a
Dante, Virgilio, prefacio de 1462), véase Sebastiano Gentile, «Mar
gine all'epistola “De Divino Furore” di Marsilio Ficino», Rinasci-
mento (Florencia), 23 (1983), Sansoni Editore, pág. 33, nota 4.
L
sentido de la palabra) que podía venir del cielo. Las
artes plásticas y la arq u itectu ra de la A ntigüedad, por
el contrario, se practicab an siguiendo cánones prefi
jados. Sólo en el siglo ll a.C., em pezó a in tro d u cirse el
concepto de fu ro r (no queda claro si bajo la m o d ali
dad de furor de las M usas o de fu ro r divino) com o ori
gen de la creación a rtístic a .112 Sin em bargo, las obras
enfurecidas no eran excesivam ente ap reciadas a cau
sa de su aspecto d escu id ad o 113 y la falta de técnica y,
contrariam ente a lo que o cu rría con los poetas, los a r
tistas inspirados no eran envidiados.114 Seguían sien
do artistas «m anuales».
LI
Con la decadencia del Im perio y la introducción
de la progresiva esquem atización b árb ara en el arte
de las provincias alejadas de R om a a p a rtir del s. III, el
concepto de insyiración, que sugería u n a creación
fruto de un m om ento de feliz azar, desapareció y no
volvió a ser tenido en cuenta, y aun con reticencias,
h asta m ediados del siglo XVI, gracias a la influencia de
los textos de Ficino sobre el fu ro r poético.
LII
los dioses se esfuerzan en escoger com o portavoces a
hom bres poco preparados y que no destacan por la
perfección de sus com posiciones, a fin de que no q u e
pa duda sobre la au to ría divina del poem a.
Sin em bargo, estas observaciones, que en Platón
sonaban a mofa., son recogidas p iadosam ente p o r Fi-
cino com o m u estra de la grandeza de quienes gozan
de la gracia de los dioses. No p arece que observara
contradicción alguna entre la necesaria «ignorancia»
del poeta, defendida po r Platón, y su «divinización»
heroica. Esto ha provocado q uebraderos de cabeza a
quienes, com o Yates, han estudiado la lógica del fu ro r
ficiniano.115 Algunos h a n hecho observar que Ficino
no se refería a la «ignorancia de las reglas» de los poe
tas inspirados, sino a la socrática «docta ignorancia»
de los filósofos que saben que no saben n ad a, no so
bre arte, sino sobre lo que les rebasa y D ios.116 Desde
LIV
E -----
r
LV
Sin em bargo, Platón no pensaba en la creación a r
tística cuando se refería al furor (entre otras cosas,
porque la inspiración no tenía que ver con el arte y_sí
con la religión). Lo que le preocupaba era la ilum ina
ción y el rescate del alm a gracias a la V erdad,122 de la
que se beneficiaban antes los filósofos poseídos por
los cuatro furores y no los poetas supuestam ente afec
tados p o r un solo furor. De todos m odos, para Platón,
tarde o tem prano toda alm a reto rn ab a palingenésica-
m ente a su lugar de origen, el cielo.
La filosofía de Ficino sí es contradictoria porque
el furo r poético se define tan to com o una solitaria
tu rb a c ió n del alm a, com o uno de los cuatro síntom as
de u n a excitación m ás im p o rtan te. ¿Cuándo se tiene
que co n sid erar el furor poético aisladam ente, y cu á n
do en com pañía, si en cada caso da lugar a un m ism o
resultado: la creación de versos? Dos afecciones dis
tintas, ¿pueden tener idénticas consecuencias? Fi
cino no aclara este punto, si bien parecería que recu
rría al furor poético aislado de los otros tres furores
cuando quería h o n rar educadam ente a algún poeta
LVI
am igo suyo, destacando que e sta b a en gracia con el
cielo.123124
¿Qué papel desem peña el fu ro r poético en la esca
la de furores? C ontestando a esta pregunta, no so la
m ente se aclarará la concepción ficiniana del furor,
sino que se desvelará su personal ap o rtació n al tem a
e, involuntariam ente sin d uda, a la divinización del
artista, desarrollada a lo largo del siglo XVI y todavía
no concluida.
Ficino adoptó de Plotino la teo ría de que el alm a
estaba envuelta p o r u n a «vestim enta», el pneum a .,24
Según p lo tin o ) el alm a, al ser co n d en ad a a vivir ence
rrad a en ü n cuerpo en la tie rra p a ra p u rg a r alguna fal
ta com etida en el cielo, se p rec ip ita b a desde el e n to r
no lum inoso de Dios en lo alto h acia el opaco de la
m ateria aquí abajo. D urante su caída, cruzaba las
cuatro regiones celestes que envuelven el núcleo m a
t e r i a l i M ente Angélica, ep_contacto perm an en te con
Dios y poblada de las Ideaste! Alma Cósm ica, sede del
Em píreo, los seres celestiales y los planetaá^él Cuerpo;
y4a M ateria. A m edida que el alm a descendía, la «ves
tim enta» se cargaba progresivam ente de im purezas
que ocasionaban desórdenes: deseo, placer, m iedo y
dolor.125 P or tanto, cuando Dios se p reo cu p ab a de sal
LVII
var n u estra alm a, debía restablecer el prim itivo esta
do de pu reza y de arm onía entre las distintas faculta
des aním icas, lim piado el pn eu m a quem ando esco
ria s.126 Tal era la m isión de los cuatro furores: se pro-
ducían en el m om ento que el alm a volvía a atravesar
en sentido inverso cada región del cielo y gracias a su
fuego purificador restablecían parcelas de la unidad
perd id a:127
LVIII
contem plando la im agen de Dios reflejada en ella.
Algunos seres d o tad o s c o n trib u ía n a c tiv am e n te a
su liberación: los filósofos, visionarios y poetas, los
hom bres de re lig ió n (san J u a n de la C ruz es el per-
despertar esta facultad que todo el mundo posee pero que pocos
utilizan» (Plotino, Enéadas, I, 6, 8). M. Ficino trata este tema en Co
mentario a las Enéadas, V, 8, 3, recogiendo a la vez influencias de
Proclo. Éste escribía: «No hay que buscar el bien a la manera de un
conocimiento, es decir de manera imperfecta, sino que es necesa
rio dejarse ir en la luz divina cerrando los ojos [...]» (Proclo, Teolo
gía Platónica, 1,25).
Para los Padres de la Iglesia, el alma también se encontraba in
ternamente con Dios. Cirilo de Alexandría escribe: «[para] contem
plar lo que sobrepasa nuestro entendimiento y es indescriptible [es
necesario] que Dios, soberano del mundo, ilumine nuestro espíritu,
engendre en nosotros la sabiduría [...] Semejante gracia no puede
ser otorgada a todo el mundo [...] La Naturaleza Suprema no po
dría ser percibida con los ojos del cuerpo, sino con las miradas to
das interiores y secretas del pensamiento [...] que, a través de visio
nes que sobrepasan la sensibilidad, captan el resplandor de la reve
lación divina» (Cirilo de Alexandría, op. cit., I, 20, 525 c-d, 528 a;
véase, igualmente, Eusebio de Cesárea, op. cit., TV, 11, 1).
Ficino escribirá: «[Cuando el alma] se recoge en su naturaleza,
se une inmediatamente a la divinidad» (M. Ficino, «De Fatidicis et
Prophetis», en Teología Platónica, XIII, ed. cit., pág. 206).
Según Alien: «Mientras que para los griegos el Furor simple
mente denotaba una temporal, incluso momentánea posesión que
dejaba al medium atontado o parcialmente paralizado, la recons
trucción de Ficino en términos de "formada por Dios” o por las
Formas Divinas, denota una inspiración más permanente y más
constructiva: sustituye la transitoriedad de la antigua posesión por
una experiencia más cercana a una conversión religiosa» (M.J.B.
Alien, op. cit., pág. 58).
Plotino (el modelo de Ficino) sigue a Platón cuando afirma que
el verdadero conocimiento se adquiere después de que el alma se
recoja en sí misma, pero para Platón aquél sólo se conseguía en el
Hades, una vez que el cuerpo del filósofo hubiera muerto (Fedón,
66-67). Macrobio se dio cuenta de la divergencia entre Platón y Plo
tino sobre el tema de la salvación del alma y el abandono del cuer
po, y trató de conciliar las dos posturas defendiendo que para Pla
tón, tal como podría llegar a deducirse del Fedón, 67 e, en verdad,
la muerte era alegórica; era la muerte del hombre con respecto a la
«vida» cotidiana y sensual, la muerte de los sentidos (A.T. Macro-
LIX
w
LX
Q
LX1
Ficino (hom bre de religión y poeta), som etido a las in
fluencias del planeta Saturno: era un m elancólico.
Tanto los estudios de m edicina de Ficino com o su
conocim iento del herm etism o m ágico (especialm ente
del Asclepio) le llevaron a enriquecer la teoría platóni-
ca del entusiasm o (y a m odificarla sustancialm ente
<? sin darse cuenta), ju n tan d o explicaciones físicas (aris
totélicas) y psíquicas (platónicas) de un m ism o hecho
i espiritual.
Desde la A ntigüedad se sabía que el furor divino
(báquico, de las M usas o platónico) era la m odalidad
noble y elevada de una vulgar enferm edad psíquica: la
«m anía», u n a especie de baile de san Vito que afecta
ba a los enferm os m entales y los epilépticos.136 Se m a
nifestaba, al igual que el fu ro r divino, p o r unos movi-
t m ientos convulsivos y p o r la pérdida de sí, pero eran
debidos no a causas ajenas sino a una m ala co n stitu
ción h um oral que se corregía m ediante determ inados
influjos y sortilegios,137 El cuerpo poseía un exceso
innato o tem poral de h u m o r negro o m elancólico^que
favorecía la captación de los influjos negativos del
p laneta som brío Saturno. E xistían personas sa tu rn i
nas de p o r vida (los locos, los perezosos, los ladrones,
los cam pesinos de cara ennegrecida p o r el sol, etc.), y
otras con tendencia a la m elancolía que se acentuaba
debido a tem porales alteraciones del hum or, causa
das, p o r ejem plo, por un excesivo trabajo intelectual.
Los m elancólicos, de n aturaleza o de tendencia,
LXII
eran personas extrañas, incom prensibles y a m enudo
incom prendidas.138
Fue Aristóteles el prim ero que descubrió que «todos
los hom bres que fueron excepcionales en filosofía, poe
sía o las artes eran m anifestam ente m elancólicos [...],
como Em pédocles, Platón y Sócrates y un a m ultitud de
otros personajes ilustres: y casi todos los que viven en el
m undo de la poesía».139 Aristóteles estudió el «cuadro
clínico» de estos «enfermos» y encontró que su excita
ción, sim ilar ál «mal sagrado», la epilepsia, era debida
a un recalentam iento del hum or negro que afectaba el
intelecto. Por esto, «son presos de enferm edades de
exaltación o de entusiasm o: y es por esto que las sibilas,
los adivinos y todos los inspirados p o r los dioses se m a
nifiestan, cuando su excitación no es debida a la enfer
m edad sino a la m ezcla natural de hum ores».
Aristóteles no llegó a asociar explícitam ente el fu
ror divino con una constitución m elancólica, pero su
análisis conducía a ello.
Fue durante la E dad M edia cuando se produjo esta
relación de ideas: los poetas furiosos fueron considera
dos seres con exceso de bilis negra, som etidos a S atur
no, al igual que los crim inales y los «fuera de la ley».
Ficino reto m ó dicha asociación y le d io la vuelta.
No es que considerara que la influencia de S aturno
fuera una bendición. Al revés, él m ism o, que de naci
m iento se consideraba bajo los efectos del p laneta si
niestro, lo tem ía y se tenía p o r un enferm o, pero tam
bién un ser aparte, escogido p ara u n a ta re a fuera de lo
co m ú n :140 la revitalización de Platón.
M ezclando platonism o, aristotelism o, m agia y m e
tafísica, y efectuando una lectura de P latón a la luz de
LXIII
H erm es y de san Pablo, Ficino llegó a una conclusión
que se ap artab a de Platón: los poseídos p o r el furor di
vino, los escogidos po r Dios p a ra ser portavoces suyos,
lejos de ser ignorantes tom ados al azar, eran personas
físicam ente predispuestas p a ra recibir la influencia di
vina: eran los religiosos-poetas, sim ilares a los «teólo
gos» de los que hablaban los Padres de la Iglesia, que,
lejos de ser poetas sagrados opuestos a los laicos dedi
cados a c a n ta r las bellezas terrenales, eran laicos, po r
que los únicos poetas que m erecían este nom bre eran
los que estaban naturalm ente facultados o predispues
tos p a ra recibir a Dios y ser presos del furor divino.141
La decisiva aportación de Ficino a la psicología de
la creación artística reside en que puso las bases para
que la grandeza de la ob ra de arte no fuera debida
ú n ica m ente a la «innata com posición del alma» y a
sus predestinadas relaciones con el alm a del m undo y
con Dios, com o pensaban los neoplatónicos helenísti
cos, a la peculiar com posición hum oral del cuerpo,
según Aristóteles, y a la gracia de Dios, com o afirm a
b an desde H erm es y Plotino h a sta los apologistas cris
tianos, sjno a la voluntad del poeta con talento que to
m ab a p arte activa en su «salvación», ayudando al
alm a y a Dios. Como escribía Ficino, Dios quería que
el h om bre quisiera ser raptado: y
t>
[...] como la luna no resplandece hacia el sol si primero
no es ilum inada por el sol, tú no amas este divino am or si no
estás inflamado de este divino am or que te ama y amándote
te asciende hacia el fervor de am ar.142
LXIV
3. El furor divino y la poesía: el papel de la poesía
en la salvación del alma
LXV
unos versos que, en últim o térm ino, están dirigidos a
Dios. Bajo los efectos del furor profético, el canto se
alzará h asta convertirse en un a profecía y, finalm ente,
en tran ce bajo el fu ro r religioso, callará de adm ira
ción y perm anecerá en paz o com pondrá him nos di
vinos.
P or otra parte, la poesía era un poderoso excitante
aním ico. Cantando, el hom bre ayudaba a su alm a a
p e n e trar m ás hondo en el reino de D ios.146
Según Ficino, el alm a «se» entusiasm aba (o era in
vitada a entusiasm arse) a causa de la visión de la be
lleza, prim ero de la corporal y a continuación del goce
de la belleza aním ica o interior gracias a los ojos del
alm a. Sin em bargo, el alm a tam bién podía excitarse a
la escucha de la silenciosa m úsica celestial, el ru m o r
LXVI
que acom paña el paso de los cuerpos divinos p o r las
esferas cristalinas.147 Dado que dicha m úsica evocaba
el reino de Dios, despertando, proustianamente , su re
cuerdo, el hom bre ardía en deseos p o r re c re ar en la
tierra parcelas de cielo a fin de alegrar su a lm a .148 P o r
esto, se ponía a c an tar poem as m usicados, cuya belle
za de contenido se a c o m p añ ab a tanto de la belleza de
la form a poética (el ritm o y la disposición) com o de la
belleza m elódica.149 Ficino sabía que los «cánticos»
eran, a la m anera de Orfeo, e n c an ta m ie n to s.150
¿Qué poem as eran m ás bellos? Sin duda, los poem as
m usicados cuya belleza aunaba las bellezas de la verdad
del texto y de la m úsica celeste.151 El poem a m usical
creaba a la vez las condiciones para el suprem o e n tu
siasmo del alm a y constituía la m eta final. «El oído, es
cribe Alien, es la provincia de la Verdad [...] El oído in
terno es capaz de escuchar la m úsica celestial ju sta m e n
te porque oye la voz de la filosofía [...]. El poeta-m úsico
es superior al simple m úsico —que no com pone ver
sos—,»152
LXVII
BREVES NOTAS SOBRE LA POSTERIDAD
EN LAS ARTES DEL CONCEPTO DE FUROR
DIVINO CARACTERIZADO POR FICINO
1. Poética
LXVIII
que el fu ro r era útil para o b ten er tem as o sugerencias
inéditos, pero que la versificación debía realizarse con
los sentidos alerta, no aletargados p o r el en tu sias
m o .154
H acia finales del siglo XVI, se puso en crisis el fu n
dam ento clásico del furor divino y se estableció el m o
derno concepto de inspiración. Para G iacom ini, era
de crédulos e ignorantes p e n sar que el entusiasm o
fuera el fruto de u n a posesión e x te rn a.155 Afirmó ag u
dam ente que si Dios era el verdadero a u to r del p o e
m a, ¿por qué el poeta enfurecido se sentía tan orgullo
so de unos versos que no h ab ía com puesto?; concluyó
que el alm a del poeta estaba facultada del don del ge
nio p a ra autoentusiasm arse. P o r tanto, el poeta era el
único responsable de la creación y un ser privilegiado,
divino. El furor, que en estricto sentido platónico-fici-
niano era un don o una gracia tem poral, se convertía
en u n don a perm anente disposición del poeta.
Si en Italia las consideraciones sobre el furor y sus
efectos fueron realizadas po r teóricos, en F rancia fue
ron los poetas m anieristas del círculo de La Pléiade
quienes analizaron lo que les o cu rría en el m om ento
de ponerse a com poner. P ro fu n d am en te influencia
dos p o r los textos de Ficino ta n to metafíisicos com o
astrológicos, no dejaron de valo rar el fu ro r com o ori
gen del arte, sin que distinguieran bien entre el fu ro r
de las M usas y el furor divino, el fu ro r com o gracia
tem poral y el furor com o don perm an en te. A veces el
entusiasm o aparecía com o u n a im posición inespera
da y violenta, y otras com o u n a sensación «suave» y
con el que se podía com poner lúcidam ente. No obs
tante, a finales del siglo xvi, un oscuro poeta francés,
LXIX
1
LXX
r
160. L.B. Alberti, Delia Pittura, III, en Luigi Malle (ed.), Rac-
colta di Fonti per la Storia del Arte, VIII, Florencia, G.C. Sansoni,
1950.
161. R. de Piles, Cours de Peinture par principes, París, Jacques
Estienne, 1708 (ed. facsímil, Ginebra, Slatkine Reprints, 1969,
págs. 117 y ss.).
LXXI
p o r los seres deform es y grotescos situados en fondos
carentes de perspectiva, com puestos po r una im agi
nación delirante y entusiasm ada (en El Greco, El Tin-
toretto, El Parm igiano y Miguel Ángel), se aceptó que
el arte representara figuras nerviosas, dejadas y ca
rentes de cuidado idealism o.
De este m odo, hacia 1650, especialm ente gracias a
los esfuerzos de los teóricos «modernos» de la Acade
m ia F rancesa (defensores del arte «a borrones» de
Rubens, en contra de la pulcritud del dibujo de Pous-
sin), el furor divino se convirtió en la única causa
aceptada del arte, en detrim ento del talento sin fuego
y de la técnica sin talento ni entusiasm o. Los que p in
tab a n «en frío», com o escribía De Piles, no llegaban
m uy lejos.162 Los entusiasm ados, po r m uchos errores
de com posición y dibujo que com etieran, eran los es
cogidos p o r el cielo p a ra «alcanzar unas riberas veta
das al com ún de los m ortales».163 Ciento cincuenta
años m ás tard e que en poética, el p in to r y el escultor
qu ed ab an definitivam ente divinizados, convertidos
en visionarios que intuyen o conciben, pero ya no
practican (porque quienes practican son los artesanos
y los artistas que no disponen del «don de entusias-
LXXII
marse»): se ponían las bases definitivas p a ra la noción
del patético artista contem poráneo que ya no sabe
qué «hacer».
CONCLUSIÓN
LXXIII
m ético helenístico) Dios era una iluminación dispues
ta p o r Él, pero buscada activam ente po r el hom bre
tras un intenso trabajo de interiorización y de prepa
ración a ním ica.165
En el p rim er caso, el poeta no ganaba nada. E ra
escogido com o portavoz de una Verdad que le rebasa
ba y no entendía. El poem a era un a m odo de augurio
indescifrable, cuyo sentido sólo podían desvelar los
hom bres de religión y los filósofos. M ientras que en el
segundo caso, el poem a «divino» culm ina el proceso
de ascesis, y quien gana no es la hum anidad en abs
tracto, ilu strad a por la voz del poeta poseído, sino el
poeta individual que se salva personalm ente. El poeta,
el hom bre de religión y el filósofo son u n a m ism a per
sona.
Con la concepción ficiniana del furor, el poeta se
equiparó con el teólogo ya que el santo era a la vez poe
ta, y la poesía divina se volvió «hum ana y laica». Los
poetas profanos que hasta entonces habían trabajado
aplicando reglas o, en todo caso, ayudados p o r las
M usas, fueron ascendidos a la categoría de seres su
periores sin dejar de ser «artistas» conscientes: fueron
superiores porque eran artistas, es decir, porque eran
los únicos capaces de salvarse. El poem a «enfureci
do», el poem a divino, a m odo de him no, era la prueba
de que el artista ya no era de este m undo. E ra ya un
dem iurgo.
H erm es había triu n fad o .166
P e d r o A zara
Barcelona y Londres,
mayo-octubre de 1990; junio-julio de 1991
LXXIV
JUSTIFICACIÓN DE LA SELECCIÓN
LXXV
Neoplatonismo helenístico Pneuma: LVII, LVIII
— exégetas de Platón: — furory:LVIII
XXXVIII — según Plotino: LVII
— FicinoyebXXVIII Poesía
— magia y: XXIII — causa y efecto: LXV-
LXVII
Padres de la Iglesia — Ficino y: LII-LV,
— chantas según: XLI, XLII LXIV-LXVII
— hermetismo y: XXXVII, — manierista: LXVTII,
XXXVIII LXIX
— platonismo y: XVIII, — Musas y: XLV, XLVI
XXXIV, XXXVII, XL, XLI — música y: LXVII
Pico de la Mirándola — Platón y: XLVI, LII-LV,
— oración sobre la dignidad LXXIII
del hombre: XXX •— reglas y
— teólogos y: XXXV, XXXVI — en el manierismo:
Platón LXVIII, LXIX
— el Alma según: XL-XLII — en la Edad Media:
— el artista inspirado según: L
XLVI, XLVII, LXXIII — según Platón: XLVI
— el Furor según (véase — salvación del alma por:
Furor) LXXIV
— las artes según: XLVI, LUI — velo poético: XLVIII
— los primeros teólogos y:
XXI, XXII, XXXV, Traductores de Platón
XXXVII — Bruni: XXII
— platonismo y cristianismo: — Ficino: XXIII, XL
XIX, XXXIV, XXXIX-XLII — medievales: XII, XIII
— textos sobre el furor de: — primera mitad del
XLIV, LV Renacimiento: XXXIX
— traducido por Bruni: XXII
XCVIII
Marsilio Ficino
QUATUOR D IU IN I F U R O R IS S P E C IE S SUNT,
AM O R O M N IU M P R A E ST A N T ISSIM U S
HAY CUATRO ESPECIES DE FUROR DIVINO,
3 EL AMOR ES EL MÁS EXCELENTE DE TODOS
D E D IV IN O FU R O R E
f -2Í SOBRE EL FUROR DIVINO
3¡ - IN PLATO N IS IO N EM , V E L D E FU RO RE
POETICO, E P IT O M E
EPÍTOME AL IO N DE PLATÓN,
O «DE LA LOCURA POÉTICA»
Y? , r l VERA P O E SIS A D EO AD D EU M
LA VERDADERA POESÍA PROCEDE
DE DIOS Y A DIOS SE DIRIGE
PO ETIC U S FUROR A D EO E S T
S T-sY EL FUROR POÉTICO PROCEDE DE DIOS
¿3 D E QUATUOR SP E C IE B U S D IU IN I FU RO RIS
SOBRE LAS CUATRO ESPECIES
. DE MUSICA &&Zkl2-
SOBRE LA MÚSICA
FILOSOFIA
SOBRE EL FUROR DIVINO
Y OTROS TEXTOS
QUATUOR DIUINI FURORIS SPECIES SUNT,
AMOR OMNIUM PRAESTANTISSIMUS a
2
HAY CUATRO E S P E C IE S D E F U R O R D IV IN O ,
E L A M O R E S E L M ÁS E X C E L E N T E D E T O D O S
G.K. Hall & Co., 1962, págs. 951-953. La cita de Ficino en Epistola
rum, en Opera Omnia, I, pág. 667. Reproducida en P.O. Kristeller,
Suppl. Fie., I, pág. 98.
Naldo Naldio (h. 1435-1513) fue, en palabras del propio Ficino
(Epist., V, en Opera Omnia, I, pág. 783), su primer amigo. Hijo de
un miembro al servicio de Cosme de Médicis, al igual que el padre
de Marsilio, fue su compañero de escuela. Llegó a ser Maestro de
Poesía y Retórica en la Universidad de Florencia y un activo miem
bro de la Academia florentina, prolífico poeta religioso y de pasto
rales. Véase R. Marcel, op. cit., págs. 170-172, y The Letters of M. Fi
cino, I, pág. 229.
3
DE DIVINO FURORE
4
SOBRE EL FUROR DIVINO
5
\ .
D E D IV IN O FU R O R E "
6
S O B R E E L F U R O R D IV IN O
7
\
DE DIVINO FURORE
8
SOBRE EL FUROR DIVINO
9
DE DIVINO FURORE
Idea, ed. cit., pág. 30). Por tanto, en contra de lo que se afirma en
The Letters o f Marsilio Ficino, ed. cit., I, 7, n. 4, pág. 206, Ficino se
inspira más en Plotino que en Platón (sin olvidarse del Pimandro).
Por el contrario, sigue efectivamente a Platón cuando escribe que
«sería natural que el espíritu, contemplando la mente de Dios, viese
de forma más clara la naturaleza de todas las cosas» (Fedro, 247 d;
República, VII, 517 b).
13. Cita casi literal de Platón, Fedro, 247 e.
14. Platón, La República, X, 621 b. Una bibliografía de textos
clásicos sobre el olvido de las realidades celestes después de su paso
por el río Leteo se encuentra en la ed. de Jámblico, De Mysteriis (Les
mystéres d’Egypte), París, Les Belles Lettres, 1966, pág. 127, n. 2.
11
DE DIVINO FURORE
13
D E D IV IN O F U R O R E
21. San Pablo, Ep. a los Romanos, I, 20; Actas de los Apóstoles,
17,24-29. Pseudo-Dioniso el Areopagita, Los Nombres Divinos, IV, 4.
22. Curiosamente, Ficino modifica sutilmente la frase de Só
crates, quien afirmaba que si el alma alcanzaba a ver «la represen
tación figurada de la sabiduría», en este caso se sentía enardecida
por «hondos amores admirables hacia aquella sabiduría» (Platón,
Fedro, 250, 250 b). La razón de este cambio puede encontrarse en
que, para Ficino, sólo ciertas tilmas, predestinadas, están «en dis
posición» de ver la realidad, mientras que, para Platón, «toda alma
humana ha, por naturaleza, contemplado estas Realidades» (ibi
dem, 249 e) durante más o menos tiempo (ibídem, 250) y, por tanto,
14
SOBRE EL FUROR DIVINO
15
D E D IV IN O F U R O R E
16
SOBRE EL FUROR DIVINO
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DE DIVINO FURORE
18
SOBRE EL FUROR DIVINO
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DE DIVINO FURORE
20
SOBRE EL FUROR DIVINO
~ c.I a A 5Í£ 21
DE DIVINO FURORE
30. Cita literal de Platón, Fedro, 245 a. Esta frase ha sido cita
da a menudo en el Renacimiento (L. Bruni, op. cit.; C. Landino,
Disputationes Camaldulenses, III; M. Ficino, «Poeticus Furor a Deo
est», en Epistolarum,!, en Op. Omn., I, págs. 614-615).
31. S. Gentile hace observar que la atribución de esta frase a
Platón, Ion, 534 b, que aparece en The Letters of Marsilio Ficino
(ed. cit., I, pág. 206, nota 15), es incorrecta porque en 1457, el año
en que De Divino Furore!_fue escrito, no se conocía todavía ninguna
traducción latina del diálogo platónico. Gentile menciona como
posible influencia a Platón, Apología de Sócrates, 22 b-c, en traducción
de L. Bruni (Laur. 76, 57, c. 59 v; véase S. Gentile, op. cit., pág. 58):
«visum est mihi quemvis alium melius de his rebus loqui posse
quam illos eos qui eas scripsere deprehendique in hoc brevi tempo
re poetas quidem non sapientia facere quae faciunt, sed natura
quadam et animi concitatione quemadmodum vaticinantes qui
dam atque furentes. Nam et hi multa dicunt atque preclara, sed
nihil eorum sciunt quae dicunt. Tale aliquid mihi visum est poetis
accidere et simul animadverti eos in aliis quoque sapientissimos se
putare in quibus non sunt».
32. A.T. Macrobio, op. cit., II, 3, 4 (véase The Letters of M. Fici
no, ed. cit., pág. 206, n. 16).
33. «Musa» deriva de «Desear [mószai] [...] la investigación y
22
SOBRE EL FUROR DIVINO
la filosofía» (Platón, Crátilo, 405 c). Las nueve Musas son fruto de
las nueve noches que Zeus pas,ó con Mnemosine (Hesiodo, prólogo,
Teogonia). Aac a. Les chiarn/t,
34. Platón, La República, X, 617 b.
35. A.T. Macrobio, op. cit., III, 1-2.
36. «Sirena» procede de Théi’eírein («decir cosas divinas»)
(Plutarco, Questiones Convivales, Moralia, IX, 14, 745 b. También:
Plutarco, De Procreatione Animi in Timaeo, XXXII, en Moralia,
XHI, 1.029 c.) Véase M. Ficino, Ion Epitome, In Omnia Platonis
Opera, en Op. Omn., II; De Sole, XII, E. Garin (ed.), «Prosatori latini
del Quattrocento», en La letteratura italiana, 13, Milán-Nápoles,
Riccardo Ricciardi, 1952. A este propósito, véase A. Chastel, Marsi
le Ficin et Vart, ed. cit., pág. 137.
37. A.T. Macrobio, op. cit.-, Himno a las Musas, Himnos Órfi-
cos, LXXVI, 203 e; Plutarco, op. cit.
DE DIVINO FURORE
24
SOBRE EL FUROR DIVINO
25
DE DIVINO FURORE
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SOBRE EL FUROR DIVINO
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DE DIVINO FURORE
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SOBRE EL FUROR DIVINO
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VLÍRA POüSIS A DI.'O Al.) DI2 UM" .
48
-.4r.‘ttm'íiif-t:' »¿SjíwrvM1»^ »*»*'**^ASnit* *'- 'x *
: ' ■: •* t*-
DE DIVINO FURORE
por Ficino (véanse The Lelte-'S o f Ai. Ficino, ed. cit., pág. 224, y
R. Marcel, op. cit., pág. 465).
6, M. Ficino, Teología Platónica, XIII, 4.
7. Platón, República, III, 390-392 e. (Nota procedente de The
letters o f Marsilio Ficino, I, ed. cit., pág. 220.)
POETICUS FUROR A DEO EST*
go de Ficino (G. Corsi, M. Ficino Vita, XX; ed. de R. Marcel, op. cit.,
pág. 688). Trabajó en la adm inistración de Florencia. (Véanse
R. Márcel, op. cit., págs. 18-20, y A. della Torre, op. cit., págs. 59-60.)
5. Cario Marsupino, Jr. (Carolus Aretinus), hijo del canciller
de la República, sucesor de Leonardo Bruni, muerto en 1453.
Miembro de la Academia platónica y uno de los oradores presentes,
junto con su hermana Cristóforo, en el Banquete descrito por Fici
no en él De Amore. Adoptó el papel de Agatón, siguiendo el Banqueé
te platónico. Colaboró con Políziano en la traducción de Homero
(M. Ficino, De Amore, V, 1). (Véanse The ~ztters o f M. Ficino, ed.
cit., pág. 227; M.E. Cosenza, Biographical and Bibliographical Dic-
tionary, ed. cit., I, pág. 271.)
6. Platón, Ion, 533 d.
7. Platón, Fedro, 244 y ss.; Platón, Ion, 533-534. (Nota proce
dente de The lettérs o f Marsilio Ficino, I, ed. cit., pág. 212.)
53
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54 K
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55
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FURORIS. ITEM LAUDES MEDICIS.
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58
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72
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77