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Para ser exactos, la música programática busca representar más que solo sonidos
armónicos: el clima, un río, una batalla, un sentimiento, un poema, y con ello
pretende evocar algo en el interior del que escucha. Con el fin de lograrlo recurre a
simbolismos musicales, auténticas metáforas instrumentales cuya connotación queda
fuera de la música, y aspira a un ideal definido por Richard Wagner como
la Gesamtkunstwerk, es decir, la Obra de Arte Total, lo que más tarde el arquitecto francés
Le Corbusier llamaría la Síntesis de las Artes.
trata de una obra descriptiva, ciertamente, pero sin el programa propio de este género. En
esta composición es posible identificar el tronar de la tormenta en los trémolos, el
discurrir del agua en el ritmo acelerado de los violines y se deja a los instrumentos de
viento, propios de la vida pastoril, el protagonismo musical.
Finalmente llegaría la otra gran figura de la música programática de la primera mitad del
siglo XIX, el compositor húngaro Franz Liszt, quien crearía el poema sinfónico a partir de la
influencia de la literatura, Berlioz, Wagner, Paganini, Chopin y Beethoven. Todo ello, en su
conjunto, dio a la música de programa una cima insospechada, que más tarde sería
escalada y explorada con creces por Jean Sibelius y Richard Strauss. Sus Poemas
sinfónicos (1848-1882) son trece composiciones inspiradas en obras poéticas, pictóricas,
teatrales y musicales.