Está en la página 1de 2

Música Programática

Se conoce bajo esta denominación un género musical ampliamente desarrollado durante


el romanticismo, cuyo fin era representar sentimientos, imágenes e ideas más allá de la
música (extramusicales), por contraste con la música absoluta, que explora una estética
musical específica. La primera tiene como referente la realidad, en tanto que la segunda
alude al lenguaje musical en sí mismo. Si se me permite la comparación, la música
programática es a la composición musical, por su grado connotativo, lo que la poesía a la
creación literaria.

Para ser exactos, la música programática busca representar más que solo sonidos
armónicos: el clima, un río, una batalla, un sentimiento, un poema, y con ello
pretende evocar algo en el interior del que escucha. Con el fin de lograrlo recurre a
simbolismos musicales, auténticas metáforas instrumentales cuya connotación queda
fuera de la música, y aspira a un ideal definido por Richard Wagner como
la Gesamtkunstwerk, es decir, la Obra de Arte Total, lo que más tarde el arquitecto francés
Le Corbusier llamaría la Síntesis de las Artes.

Su contraparte, la música absoluta, solo busca presentar, sin mayores ambiciones


simbólicas, un tema musical, lo cual no es óbice para que el oyente pueda evocar, por
ejemplo, algún estado de ánimo en particular. ¿Qué diferencia, entonces, a una de otra?
Que la primera tiene un programa, un argumento que desarrollar, en el que reside toda su
intención evocativa.

Detengámonos ahora un poco en la Gesamtkunstwerk, un concepto importantísimo y algo


olvidado por los artistas de hoy. Wagner lo planteó en Das Kunstwerk der Zukunft (La obra
de arte del futuro,1849) como ideal para rescatar la concepción integradora de las artes
que subyacía en la tragedia griega. Wagner estaba convencido de que la cultura moderna
se había apartado del arte colaborativo de los helenos, y que la Novena Sinfonía (1824) de
Beethoven era la «llave artística» que abriría el arte del futuro, el más importante
antecedente del drama universal, que era como Wagner entendía debía ser la Obra de
Arte Total. Esta no era la simple suma de las Bellas Artes (música, poesía —más
exactamente la declamación—, danza, pintura, escultura y arquitectura), sino su
integración, una fusión en la que cada arte se entregara cabalmente y de tal modo que
alcanzara el súmmum de su potencialidad creadora.

Los orígenes más tímidos de la música programática se remontan al Renacimiento, aunque


es en el barroco cuando podremos hallar dos piezas de enorme belleza: Las cuatro
estaciones (1723), de Antonio Vivaldi, y el Capricho sobre la partida de un querido
hermano (BWV 992), de Johan Sebastian Bach.
Con la llegada del romanticismo, sin embargo, la música programática alcanzó su
esplendor. Si bien el mismo Beethoven negaba que su Sinfonía N° 6 Pastoral (1808) fuese
una sinfonía programática, ha sido tomada como tal y la primera del romanticismo. Cabe
señalar, no obstante, que para algunos críticos se

trata de una obra descriptiva, ciertamente, pero sin el programa propio de este género. En
esta composición es posible identificar el tronar de la tormenta en los trémolos, el
discurrir del agua en el ritmo acelerado de los violines y se deja a los instrumentos de
viento, propios de la vida pastoril, el protagonismo musical.

Wagner desarrollaría un elemento esencial a la música programática y del que sacaría


partido más tarde Franz Liszt: el leitmotiv, una frase melódica recurrente que suele ir
asociada a un personaje, lugar, acción o carga simbólica. Los dramas musicales de Wagner
son el puente que comunica a Beethoven con Liszt, sin embargo, antes haría su aparición
el músico francés Hector Berlioz con su Sinfonía fantástica (1830), obra con la cual creó el
género de la sinfonía programática. Berlioz tuvo una gran influencia de Beethoven, cierto,
pero su pasión por la literatura lo condujo a fusionarla con la música dando origen a una
serie de composiciones de programa.

Finalmente llegaría la otra gran figura de la música programática de la primera mitad del
siglo XIX, el compositor húngaro Franz Liszt, quien crearía el poema sinfónico a partir de la
influencia de la literatura, Berlioz, Wagner, Paganini, Chopin y Beethoven. Todo ello, en su
conjunto, dio a la música de programa una cima insospechada, que más tarde sería
escalada y explorada con creces por Jean Sibelius y Richard Strauss. Sus Poemas
sinfónicos (1848-1882) son trece composiciones inspiradas en obras poéticas, pictóricas,
teatrales y musicales.

De este modo, la música programática acumuló un esplendor fecundo durante la primera


mitad del siglo XIX, que seguiría dando frutos en la segunda mitad y hasta en el siglo XX.

También podría gustarte