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[Edición corregida]
EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete
ÍNDICE
Prólogo 3
Unos liberan a Willy. Yo, al mono loco 5
Divinas palabras 7
Con Franco no se estudiaba inglés 8
Hipotecas comprensibles 12
El plá-cido placer de leer 14
El consentimiento informado del nasciturus 16
From Spain to the United Kingdom 19
La ducha de Cassen 23
Arma virumque cano 27
Momentos estelares del parlamentarismo 30
¿Cuánto tardaremos en llegar a donde vamos? 32
El quarterback 37
Ardor democrático y asambleario 40
For the times they are a-changin’ 43
Nuevo -y necesario- elogio de la necedad 45
España, nación de naciones 47
Dimes y diretes sobre la leyenda de Filípides 49
Desengaño de los políticos 53
¿Cantará Calíope la Covid-19? 54
Canciones para una pandemia 55
Cada espada, mejor en su vaina 58
Inventores de la pólvora 60
Los clásicos; ¿beneficiosos o nocivos? 62
Voy a contar mentiras 66
El disputado voto del diputado Cayo 68
Ayer tuve un sueño 70
Y la luz “se me hizió” 72
Retrato 74
Y treinta 78
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Del repórter Tribulete
PRÓLOGO
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Del repórter Tribulete
Quiero dejar constancia de que este libro es, de principio a fin, deudor de Rafael
González Martínez, a quien se debe la idea original de Tribulete, y de Guillermo Cifré y
de su continuador Antonio Ayné, a quienes se debe su imagen y decires. Ello no
obstante, advierto a dichos acreedores, o a sus causahabientes, de que no pienso darles
ni un céntimo de los derechos de autor que obtenga con esta publicación, hasta que no
tenga noticia cierta y comprobada de que Cide Hamete Benengeli le ha ganado el juicio
a Cervantes, siendo firme la sentencia.
Dicho lo cual, vayamos al tajo.
A. Álvarez Alcolea
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DIVINAS PALABRAS
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El sufijo “miento” indica acto, estado y efecto de.
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Del repórter Tribulete
En ese mismo año de 1955, llegó a España, en la voz de Tennessee Ernie Ford,
la canción Sixteen tons (Dieciséis toneladas) compuesta por Merle Travis en 1946.
Hablaba también del mundo de la minería y algunas estrofas decían así:
[Estribillo]
You load sixteen tons, whaddya get?
Another day older and deeper in debt.
St. Peter don'cha call me, 'cause I can't go:
I owe my soul to the company store.
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[Estribillo]
Cargas dieciséis toneladas, ¿qué obtienes?
Otro día más viejo y más endeudado.
¡San Pedro, no me llames!, porque no puedo ir:
debo mi alma a la tienda de la Compañía.
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corazón con pico y barrena; soy minero y con caña, vino y ron me quito las penas; soy
barrenero porque a mi nadie me espanta y quiero solo el sonido de una taranta…”, hasta
llegar a un espacio más ancho, en el que había una mesa de oficina; y sentado a ella,
vestido con sus acostumbrados chaqué y chistera, Luis Sánchez Polack, mientras afilaba
un lapicero con un sacapuntas, remataba la canción: “… que al compás del marro quiero
repetirle al mundo entero: ¡yo, yo soy minero!
Y en ese camino, ni se me ocurre negarlo, sigo.
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HIPOTECAS COMPRENSIBLES
Reconozco que tengo debilidad por los oxímoron, esas combinaciones, en una
misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto. Quizá
se deba a su literal sentido etimológico: de ὀξύς (agudo) y μωρός (tonto), por lo que
oxímoron bien puede valer por “tonta agudeza o aguda tontería”, terrenos en los que se
mueve con soltura mi mono loco. Tanto es mi gusto por ellos que hasta he acuñado uno,
a la vista de la contumacia independentista que, fantasma del siglo XXI, recorre
Cataluña: “seny catalán”, del que es posible que hable otro día.
Hoy me referiré al que da título al artículo, “hipotecas comprensibles”, obra del
sesudo legislador (-¡toma ya, otro oxímoron!-). Y digo que aquel es un oxímoron,
porque, dado el estado actual de la estabilidad de todo empleo o profesión, salvo la de
funcionario de cualquier ámbito territorial, es incomprensible que alguien se hipoteque.
Hagamos un poco de historia:
El legislador del XIX estableció que eran nulos los contratos en los que el
consentimiento se hubiese prestado por error, esto es, por un falso conocimiento de la
realidad. Y la jurisprudencia, cuando la misma aún era prudente (o sea, hace ya tiempo),
fijó los requisitos que debía reunir ese error para que fuese invalidante. Entre ellos, el de
“inexcusable”, es decir, que no tuviese excusa, que no se hubiese podido evitar con una
mínima diligencia, atención o comprensión. Pero, como bien cantó el nobel Bob Dylan,
the times they are a-changin'. Ahora, y desde hace un tiempo, las cosas ya no son así, al
menos en el tema de las hipotecas.
Recogiendo el espíritu que impera actualmente en la sociedad, la legislación se
ha propuesto como objetivo minimizar, eliminar incluso, la responsabilidad de los
sujetos por sus propios actos: si sobreviene un daño o un mal por los actos de uno, hay
que exculpar al uno y responsabilizar al otro, y más todavía si ese otro es una entidad
bancaria o tiene concertado un seguro de responsabilidad civil. En el particular de las
hipotecas de viviendas constituidas por una persona física, el Tribunal Supremo dictó
que su clausulado ha de ser comprensible, transparente y objeto de una detallada y
abrumadora información. Y la responsabilidad de ello ha recaído en los Notarios, los
cuales, por exigencia legal, han de explicar por lo menudo al hipotecante lo que firma,
e incluso han de incorporar un texto manuscrito de éste reconociendo que han entendido
determinadas partes del clausulado.
Pero la cosa no va a parar ahí. El proteccionista legislador se ha preguntado:
¿habrá entendido el tonto del hipotecante lo que el Notario le ha explicado, o el alcance
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del texto que ha manuscrito? Ante la duda, en aplicación del principio “in dubio pro
tonto”, se ha dicho que no. Y acaricia, se rumorea, un proyecto de Ley consistente en
que antes de la firma de una hipoteca, en la misma Notaría, el hipotecante será
examinado exhaustivamente sobre su contenido por un Tribunal formado por tres
magistrados jubilados, cuyos honorarios serán satisfechos por el propio Notario, caso de
que suspendan al examinando, y por el beneficiado de la hipoteca, caso de que le
aprueben.
Dado que el rumor es la antesala de la noticia, en previsión de que ese proyecto
de Ley llegue a buen fin, al Consejo General del Notariado le han temblado las
fedatarias carnes, ya que ¿cómo va a explicarle el Notario al hipotecante, para que éste
apruebe el examen, la fórmula
N
Cn = ∑c(1+i)n-j
j=n+1
inserta en la cláusula que trate de cuánto se le debe al banco después de pagar cada
cuota que incluya amortización de capital y pago de intereses?
El Consejo, para defensa de sus aconsejados, ha encargado a los eminentes José
María Navarro y Martín Garrido un manual titulado Álgebra para Notarios dummies, ya
en prensa, que se espera sea un éxito de ventas.
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Una muy conocida y afamada revista de artes y letras, férrea dictadora en este
país de los cánones rectores de la excelencia en dichos campos, me recomienda
encarecidamente la última novela de la multipremiada Esther Valle. Al parecer -si he
entendido bien su reseña crítica-, la novela se desencadena por un morboso crimen
cometido en extrañas circunstancias, y trata de sucesos múltiples y trepidantes, en
apariencia aislados y en realidad convergentes; de políticos, funcionarios, empresarios y
abogados, unos y otros cohechadores y cohechados, blanqueadores de dinero, evasores
de impuestos, malversadores de caudales y corruputos; de putas de alto standig in the
shadow; de sexo duro, con perversiones, profanaciones y mancillaciones: tanto
necrofílicas como biofílicas; de droga pura; de viajes de oca a oca y sigo porque me
toca, a lejanas ciudades y a caribeños paraísos fiscales, en lujosos vagones restaurados
de la Wagon Lits Cooke, en yates esloradísimos, mangadísimos y caladísimos, y en
supersónicos aviones superprivados; de violencias y crueldades exageradas; y poblada
de personajes señalados indeleblemente por la infancia. Todo ello -son palabras de la
revisteril reseña- “contado con la extenuante profundidad intelectual a que la autora
nos tiene acostumbrados, dejando constancia de la sociedad actual y pulverizando las
fronteras entre la vida y la muerte, lo femenino y lo masculino, la realidad y la ficción,
la verdad y la mentira, hasta colocar al lector al borde del absimo de un mundo vacío
de todo, lleno de nada, del que -¡ay!- él mismo forma parte y que -¡más ay!- él mismo
ha contribuido en parte a formar. Una novela que dará mucho que leer” (al menos 360
páginas, añado yo).
No me cabe ninguna duda de que la novela será un éxito de ventas, ya que
contiene todos los ingredientes de la moda en curso; y también de crítica, pues nadie se
atreverá a contradecir, so pena de excomunión latae sententiae del canon 1364, las
bendiciones impartidas por la revista suma sacerdotisa de la Santa Literatura.
Pero no voy a seguir la recomendación. Para mi entender, que no descarto que
sea corto, este tipo de novelas pertenece al género de aventuras peregrinas (llamado
bizantino en los manuales de Literatura), que podría admitir como meras novelas de
acción si no fuese porque están trufadas de pedestres y pretenciosas reflexiones sobre lo
divino y lo humano, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, con la vana creencia de
alcanzar una hondura psicológica o sociológica, intelectual, muy lejos de las
capacidades de sus autores; razones por las que me resultan insoportables. A mi juicio,
puede que desquiciado, al igual que las novelas de caballerías quedaron desprestigiadas
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por Cervantes con su Quijote, este género actual tan exitoso del thriller político-
económico-cuasipornográfico-exótico, quedó ridiculizado por Xavier Mallafré con su
genial El placer no ocupa lugar y su no menos ingeniosa secuela Salud, dinero…y una
visa en el billetero, novelas que parodian, caricaturizan y desacreditan el género de un
modo inclemente, atropellando la razón, escarneciendo la virtud y burlando la justicia -y
hasta la ortografía-. Después de haber leído a Mallafré, novelas como la de Esther Valle
es que se me caen de las manos a las veinte páginas.
Y mucho más en mi estado actual, físico y mental, tan necesitado de pausa,
tranquilidad y sosiego: de belleza, en suma. Por ello he decidido volver a lecturas
plácidas, esto es, releer al Plá de Un viaje en autobús o de La vida amarga. Son libros
en los que no pasa nada. O mejor, en los que pasa toda la Vida, donde pueden leerse
cosas como ésta:
“El tiempo me gustaba tanto que a veces ni me levantaba. La monotonía de la
lluvia me iba sumiendo lentamente en un estado de letargo, mi cuerpo perdía su pueril
relieve de agresividad, la imaginación no me convidaba ni me exigía nada. El
equinoccio de la primavera, aún frío pero ya matizado de la tibieza de la savia, parecía
acercarme a la esencia de la vida; y en mi habitación del hotel de aquella calle
solitaria, frente a los tilos a punto de florecer, bajo la luz mortecina y líquida que se
filtraba por los cristales de las ventanas, el tiempo pasaba con una suavidad entre tibia
y desdibujada”.
Hoy se lee poco o nada a Plá. Como él mismo escribió “el porvenir de los
hombres -y de los libros- juiciosos es en esta época -la suya de ayer y la mía de hoy- la
nube del olvido y la sombra del silencio”. Todo lo contrario de lo que les pasa a
escritores como Esther Valle, de los que son el reconocimiento, el ruido y las ventas, el
reino, el poder y la gloria. Espero que no sea para siempre, Señor.
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Durante años, prácticamente toda mi larga vida, salvo una tosferina padecida en
mi temprana infancia, mi salud física ha navegado por un océano pacífico, tranquilo;
pero ha querido Destino, entronizado en las rodillas de los dioses, que de unos meses a
esta parte se haya formado en el dicho océano una poderosa, agresiva y funesta
corriente que a punto ha estado -y quizá aún lo esté- de hacer zozobrar mi nave. Tales y
tantos han sido los golpes de mar sufridos, que la pobre barquilla mía, al estilo de las de
Lope y Horacio, ha quedado desarbolada, sin velas desvelada, sin remos desremada,
entre las olas sola, mero juguete del oleaje fiero y del violento viento.
Y para cada una de las pruebas médicas a que me han sometido los bandazos
sufridos, sobre todo por estribor, me he visto obligado a firmar el llamado
“consentimiento informado”, por el cual declaraba conocer y aceptar los riesgos a que
me exponía, y ello hasta extremos francamente exagerados: “Conozco y acepto que, con
ocasión de la incisión que se me ha de practicar en el pulgar de la mano derecha para
extraer una astilla enquistada, cabe la posiblidad, que no por improbable ha de
descartarse, de que se me introduzca un virus de la gripe aviar H1N1,
irremediablemente mortal, escapado del laboratorio que dirige el virólogo Yoshihiro
Kawaoka en la Universidad de Veterinaria de Wisconsin”.
He reflexionado largamente sobre esta propensión a avisar, en todas las esferas
de la vida, de los innumerables riesgos que acechan al hombre, en evitación de
reclamaciones por los inevitables daños y perjuicios que pueden causar, y he llegado a
la conclusión, que sin duda avalaría Segismundo, hijo de Basilio, rey de Polonia, que el
riesgo mayor del hombre es haber nacido. Y me he dicho que, dado el cariz que van
tomando las cosas, no está lejano el día en que los hijos reclamarán a sus padres por
haberles arrojado a este mundo. En prevención de ello, propongo a las autoridades,
estatales y autonómicas, que a toda madre gestante, antes de cumplirse la tercera
semana de gestación, se le implante en el útero -la ciencia dirá cómo- un formulario de
“consentimiento informado” para que sea firmado por el que ha de nacer, formulario del
que he preparado el siguiente borrador:
Instrucciones
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Introducción
Vivir entraña una serie de riesgos que, de no ser conocidos y aceptados,
conducen fatalmente a la infelicidad, por lo que es muy importante que los comprendas.
La decisión inividual de nacer o no ha de fundarse en la comparación de cada uno de los
riesgos con el beneficio potencial que puedan proporcionar.
Riesgos
Muerte. Es más que un riesgo: es una absoluta certeza. Es lo único seguro que te
ocurrirá en la Vida: que dejarás de vivir. Entiende bien que desde el mismo momento en
que naces ya te estás muriendo; que cada segundo que vivas te está acercando un
segundo más a tu muerte.
Ciertamente, ya lo dijo -en hebreo antiguo- Job, “militia est vita hominis super
terram”, y, como soldado que va a la lucha, irás pertrechado de armas así ofensivas
como defensivas, pero tu casco no será el del soldado James T. "Joker" Davis. El lema
que lucirá tu casco no será “born to kill”, sino “born to die”.
Beneficio potencial: Sabiéndolo, aprovecharás y disfrutarás cada segundo de tu
vida; y no lo malgastarás en gilipolleces.
Frustración. Mucho pretenderás y muy poco, si algo, conseguirás, porque hay
mucha variable que ni conoces ni controlas, y andan sueltos mucho hideputa, mucho
barbero, mucho cura, mucho bachiller empeñados en reducirte a la aldea.
Beneficio potencial: Sabiéndolo, no colocarás el éxito en el conseguir, sino en el
intentar. El intento es lo único que depende totalmente de ti.
Deus ex machina non est. No se descolgará de una grúa ningún dios para
resolver tus conflictos. No, no existe el deus ex machina. Para que no me entiendas:
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como dijo el filósofo argentino Enrique Santos Discépolo, “cuando rajés los tamangos
buscando este mango que te haga morfar, no esperes nunca en la Vida ni una mano, ni
un amigo, ni un favor”. Para que me entiendas, el Séptimo de Caballería no aparecerá al
final para salvarte: fue aniquilado hace años cerca del río Little Bighorn.
Beneficio potencial: Saber que sólo cuentas con tu propio esfuerzo te llevará a
perfeccionar tus capacidades y a adquirir las que no tengas, con tendencia a la
excelencia.
Y es que, como ya dijo Platón, “no entre nadie en la Vida, que no sepa de qué va
la cosa”.
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-En primer lugar, que desde 1812 hasta 1975, fecha de la muerte del dictador
Franco, en España se habían sucedido nada menos que nueve Constituciones, nueve -
una cada dieciocho años-, a saber:
1.- Constitución de 1812
2.- Estatuto Real de 1834
3.- Constitución de 1837
4.- Constitución de 1845
5.- Constitución de 1856 (suspendida nada más aprobada)
6.- Constitución de 1869
7.- Constitución de 1876
8.- Constitución de 1931
9.- Constitución -Siete Leyes Fundamentales Franquistas- de 1938 a 1966
-En segundo lugar, resalté una de estas últimas, concretamente la Ley
Fundamental de 17 de mayo de 1958 por la que se promulgaron los XII Principios del
Movimiento Nacional (B. O. del E. núm. 119, 19 de mayo de 1958, páginas. 4511-
4512), siendo el IV del siguiente tenor literal: “La unidad entre los hombres y las
tierras de España es intangible. La integridad de la Patria y su independencia son
exigencias supremas de la comunidad nacional”, declaración que se remataba con el
lapidario artículo primero, que sancionaba: “Articulo primero.- Los principios
contenidos en la presente Promulgación, síntesis de los que inspiran las Leyes
fundamentales refrendadas por la Nación en seis de Julio de mil novecientos cuarenta y
siete, son, por su propia naturaleza permanentes e inalterables”.
Y continuaba yo señalando que a la muerte de Franco en 1975 los españolitos
estábamos hasta los cojones2 de tanta precariedad constitucional, por un lado, y, por
otro, del reactivo inmovilismo del principio transcrito del Movimiento -que poco se
movía al parecer-, por lo cual, haciendo todos y cada uno corazón de nuestras tripas, nos
dimos en 1978 una Constitución que si bien tenía vocación de eternidad, era, y así se
decía, esencialmente reformable con sujeción a ciertos requisitos, muchos o pocos
según la materia a reformar.
En concreto, referido al tema que me ocupaba, señalaba que esta Constitución,
en su artículo segundo, perteneciente al Título Preliminar, afirmaba la “indisoluble
unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”,
artículo que, conforme al ciento sesenta y ocho, podía ser modificado por mayoría
2
Hasta los cojones: Así en el original en castellano. Como Mr. Chancellor, siempre prudente y educado,
se negó a traducir la frase por la correspondiente en inglés “up to the balls”, y como yo, siempre grosero y
descomedido, me empeñé en mantener la expresión, recurrí al latín, lengua culta en la que cualquier
ordinariez se tiñe de erudición. Y así, en el texto remitido al Times se leía “usque ad testes”, que muy bien
hubiese podido firmar Marco Tulio.
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Hostias: Así en el original en castellano. Por las razones expuestas en nota anterior, negándose Mr.
Chancellor a traducir la palabra por “blows”, tuve que acudir de nuevo al latín, por lo que en el texto
enviado figuró “hostias”, que también hubiese sido del agrado, creo yo, de Cicerón.
4
Joder la marrana: Así en el original en castellano. Por las mismas razones antes dichas, habiéndose
negado en redondo y en cuadrado Mr. Chancellor a consignar en su versión “screw the sow”, tuve que
acudir nuevamente al latín salvador, figurando en el texto remitido “futuere porcam”, con toda certeza del
gusto de Horacio e incluso de Virgilio.
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intensa en las palabras y moderada en la calle- para la destrucción del Estado, o que ese
Estado se defienda acudiendo a las Leyes y a los guardadores del Orden Público?
No puedo ocultar, y por ello no lo hago, que el monóloco me quedó muy, pero
que muy apañadito, por eso me he visto alta y desagradablemente sorprendido esta
mañana cuando el corresponsal Mr. Keeley me ha llamado para comunicarme que el
Consejo de Redacción de The Times había rechazado su publicación, con base en el
siguiente razonamiento:
Premisa mayor: Los catalanes -y es un axioma- son gente de buen sentido,
razonable, juiciosa y con un enfoque eminentemente práctico de las cosas.
Premisa menor: Nadie en su sano juicio, de ser ciertos los datos históricos,
económicos, demoscópicos y jurídico-políticos expuestos a lo largo del artículo, sería
partidario de una suicida, para Cataluña, y asesina, para España, “declaración unilateral
de independencia”.
Conclusión: Los datos manejados son, han de ser, falsos de toda falsedad, por lo
que el artículo es impublicable en The Times, que blasona de veracidad.
Al parecer, de todo el Consejo, sólo uno de sus componentes defendió con
vehemencia y entusiasmo su publicación, un tal Samuel Johnson, el cual, por mediación
de Mr. Keeley, ha puesto a mi disposición las páginas del semanario londinense
Universal Chronicle en el que aquél tiene gran influencia gracias al rotundo éxito de
público y crítica de la columna con la que colabora, titulada The Idler.
Tengo que informarme de ese Mr. Johnson y de su publicación, para juzgar si
están a la altura de mi pluma. De estarlo, aceptaré gustoso su invitación.
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LA DUCHA DE CASSEN
Desde hace unos cuantos meses, que ya van siendo demasiados, un lobo viene,
traicionero, a morderme por las noches. No me muerde, como a ese legionario anónimo,
audaz y temerario, el corazón, sino el hombro derecho, lo que me despierta y espabila y
levanta de la cama mucho antes de que Aurora extienda desde los balcones de Oriente
su rosáceo manto. Estas intempestivas y desveladas horas las dedico -en algo he de
ocuparlas- a encontrar una palabra, una frase, una expresión que defina nuestra época,
resaltando su más notable característica. En los momentos en que el lobo anda
enfurecido, se radicaliza mi pesimismo antropológico -movimiento en el que, tiempo ha
y a mucha honra, milito- y he acuñado, razonándola suficientemente, la denominación
“Coproevo”, o Edad de Mierda en román paladino (Merde Èpoque, se dirá cuando mi
sólido trabajo se traduzca al francés y Shit Age cuando al inglés). Y en los días en que el
avieso y lobuno cánido mitiga ligeramente su furor, sin soltar la presa, acosado por el
Celestone y la Scandinibisa que mi reumatólogo me infiltra con tino de banderillero de
postín, defino el tiempo actual como La Era del Monomando Programado.
Todo arranca de Cassen. Casto Sendra i Barrufet, actor y humorista, participó en
preciadas y míticas joyas del cine español como Atraco a las tres, de Forqué y Plácido,
de Berlanga, y alcanzó la cima del monte Parnaso de la Cinematografía Mundial, con su
participación en la in (superable + igualable + imitable) Amanece que no es poco, de
Cuerda, película en la que dio vida al cura don Andrés, sacerdote preconciliar de
mediana edad y muchísima nombradía, debida a que tenía una mano especial para la
liturgia, la cual llegaba al máximo con su afamado, por espectacular, alzamiento de
Hostia -de espaldas a los fieles-, hasta el punto de que gente de todo el mundo acudía a
presenciar sus Misas: universitarios de Eaton, metereólogos belgas y hasta disidentes de
los Coros del Ejército Soviético, que así, con tales palabras, era presentado el personaje
por el director en el dramatis personae del film.
Pues bien, mi admirado Cassen, corriendo el año 1961, protagonizó una serie en
televisión titulada En broma, cuyos programas se construían a base de sketches, en uno
de los cuales cantó y popularizó, y yo escuché, la canción La dicha es mucha en la
ducha, una de cuyas estrofas decía así:
Primero la caliente que abrasa de repente.
La mezclas con la fría mas quema todavía.
¡La dicha es mucha en la ducha!
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Izquierda y derecha en el sentido del duchante y en el hemisferio Norte, que en el Sur, digo yo, será al
revés.
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conveniente ducharse todos los días desde la primera infancia- le hará aplicarla a todos
los órdenes de la vida.
Pero la Era actual no lo permite. Hoy no hay dos mandos en las duchas, tan solo
uno y además programado:
-El sujeto cognoscente/duchante sólo tiene que accionar el único mando hasta
que una rayita, grabada en la parte derecha del propio mando, coincide con un número,
también grabado en el mando en su parte izquierda6, entre 25º y 30º, y el agua que le
cae alta de la alcachofa es, de inmediato, de su agrado, sin abrasarse ni congelarse.
-Con ello, el sujeto cognoscente abdica de buscar por sí mismo la temperatura de
su gusto, adscribiéndose, con la exagerada fe del converso, a lo que otras mentes han
programado/pensado. El que el sujeto pueda elegir un número entre 25 y 30, o más alto
o más bajo, no invalida lo dicho: lo esencial, lo determinante, es que no alcanza por sus
propios medios la temperatura del agua, la verdad, o lo conveniente, sino que abraza lo
que otra mente ha pensado y programado.
-En conclusión: el monomando programado acostumbra al sujeto cognoscente a
no pensar por sí, a adherirse al pensamiento ya formulado por otro; y esta práctica,
reiterada salvo que se sea de natural guarro, le hará aplicarla a todos los órdenes de la
vida.
En esta desgraciada Era del Monomando Programado que nos toca vivir, si uno
es progresista o conservador o lo que sea, ante cualquier asunto (la educación, la
sanidad, la Justicia, las pensiones, la inversión pública, los impuestos, la conformación
territorial del Estado, etc.), el sujeto aplica las soluciones buscadas por los pensadores
de su facción, rechazando de inicio y de plano, sin analizar su posible bonanza, las
opiniones de las otras banderías.
Sin embargo, en la periclitada -si es que existió y no fue todo sueño y deseo- Era
de la Ducha de Cassen, el sujeto manipulaba los mandos de las diversas y contrarias
opiniones y propuestas, analizando por sí cuál de ellas, mezclada con las demás en
distintas proporciones -por rara excepción, aislada, en estado puro-, sería la más útil a la
prosperidad de la República7. Y así en cualquiera de los temas apuntados, para formarse
una opinión, para adoptar una solución a los problemas públicos, según las lecturas -
valgan por inteligencia- del duchante, éste tomaba algo del pensamiento dictatorial, del
aristocrático, del democrático, del populista, del capitalista, del socialista, del liberal,
del anarquista -que tantos mandos, y más, tenían las duchas-, abrasándose o helándose
por veces hasta lograr, mediante una adecuada proporción, la dicha de una ducha
honesta intelectualmente, por haber encontrado, o haberse esforzado en encontrar, la
6
Ver nota anterior.
7
En su sentido de Cosa Pública.
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solución más conveniente al bienestar del común, y ello por sí mismo, ajeno a las
recetas programadas por los ideólogos de cada una de las tendencias.
Era por Era, me quedo con la Era que era y no con la Era que es, por ser ésta
hechura de muerte, teniendo en cuenta que pensar no es como bailar, es todo lo opuesto:
si bailar de lejos no es bailar, y bailar pegados es bailar (Sergio Dalma cecinit), por el
contrario, pensar servil y esclavo -pegado a otro- no es pensar, y pensar libre e
independiente -alejado- es pensar; y si el pensar es condición del existir (Renatus
Cartesius cogitavit), no pensar por uno mismo es no existir, es estar muerto.
Hasta aquí mi pensamiento, que resumo sirviéndome de lo que Café Quijano
cantó del Amor: ¡qué grande es esto del pensar por uno mismo!8
Ahora piensa tú, lector discreto, lo que te dé la gana.
¡Faltaría más!
8
¡Y qué jodida la tendinitis de hombro!
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Con este hermoso, sonoro y rotundo verso, comienza Virgilio su Eneida. Bueno,
así comienza la versión corregida por sus amigos Vario y Tucca, que fueron los
primeros editores del épico poema. En el original virgiliano, era el verso quinto, al que
precedían:
Yo soy aquél que modulé otro tiempo canciones pastoriles
al son de mi delgado caramillo. Después dejé los bosques
y forcé a las campiñas colindantes a plegarse
al codicioso afán de los labriegos. Mi obra fue de su agrado.
Y ahora ARMA VIRUMQUE CANO…
Creo que hicieron bien los editores: el arranque del poema es mucho más
vigoroso con la eliminación de los cuatro primeros versos del original, escritos en
alabanza propia al recordar las Bucólicas y las Geórgicas; aunque no estaban mal del
todo, como lo prueba que inspiraron poemas posteriores.
Y así:
Rubén Darío abrió su poemario Cantos de Vida y Esperanza con los versos:
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
Y Manuel Alejando compuso para Raphael la canción cuya primera estrofa
decía:
Yo soy aquel,
que cada noche te persigue,
yo soy aquel,
que por quererte ya no vive.
Lo que prueba la eterna vigencia de los clásicos.
Pero no nos desviemos de lo que quiero contar. Arma virumque cano, que no
creo que la huesa de mi buen profesor de Latín, don Manuel Gormaz, se revuelva en su
tumba si lo traduzco por Canto al héroe y sus penalidades, es un verso que me marcó
desde que me enfrenté a él una mañana del otoño de 1967 en un aula del Instituto Goya.
Me marcó porque desde un primer momento tuve, y tengo, para mí que expresa con
elegancia y concisión lo que debe ser el fin último de la Literatura: cantar a quienes
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digamos el campo a través!, y, en general, cualquier vía que no esté bien asfaltada y con
arcén.
Por lo que tengo leído, todo lo que yo soy incapaz de ser lo fueron los llamados
“hombres de la frontera”, que llevaron a cabo la conquista del Oeste Americano. Esos
son los héroes-en-mí. De entre ellos, tres: Daniel Boone, Christofer “Kit” Carson y
David Stern Crockett, conocido como “Davy” Crockett. Y de los tres, a quien voy a
cantar es a éste último, a David “Davy” Crockett, el “King of the Wild Frontier”. Me he
decidido por él porque, a las notas de carácter comunes a ese tipo de hombres, añadió un
glorioso final, cuando con 31 voluntarios texanos, sin ninguna esperanza de victoria -
¡un Héctor Priámida redivivo!-, fue a encerrarse un 1 de marzo de 1836 en la ratonera
de El Álamo, una vieja misión franciscana, uniéndose a los 155 hombres que desde el
23 de febrero allí estaban al mando del coronel William B. Travis, para retrasar el
avance del general mexicano Santa Anna que comandaba una fuerza de 4.000 soldados.
Santa Anna puso cerco a la misión hecha débil fuerte, conquistándola el 6 de marzo, tras
lucha cuerpo a cuerpo en la que resultaron muertos todos los defensores.
Sí, definitivamente, voy a cantar a David “Davy” Crockett, sus penalidades y su
glorioso final.
Tomada la decisión, dada mi tendencia al auto-psico-análisis, me he preguntado
de dónde me viene mi condición de retrato en negativo de un “hombre de la frontera”.
Espeleólogo de mi pasado, he dado con la razón, que viene a avalar el principio de auto-
exculpación según el cual “Toda virtud es adquirida y todo defecto, heredado:
¡Cherchez le père!”. Mi padre, desde la más tierna infancia me advertía continuamente:
“¡Descubre mundos nuevos y te tocarán los huevos!”, así que ¡¿cómo coño iba a salir
yo?!
Resueltas las cuestiones previas, mañana me pondré a escribir el poderoso
hexámetro dactílico que abrirá mi épico cantar, el cual titularé Crockettíada. Reconozco
que suena a bar especializado en croquetas, pero si Ilíada se llamó el poema que cantó
lo ocurrido en Ilios y Eneida el que cantó lo sucedido a Eneas, ¡qué le voy a hacer!
Ser un escritor clásico a carta cabal tiene estos riesgos.
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lectores que sean inteligentes y con sentido del humor, ya lo habrán advertido; y los que
no lo sean ni lo tengan, no lo advertirán por mucho y bien que yo escriba. Pero por
exigencia del Director de El Chafardero Indomable, mis artículos han de tener una
mínima extensión. Así que, para cumplir con ella (me faltan un par de líneas), añado a
lo dicho: Bliblibli, bliblibli, bli. Blibli, bli. Blibli bli, bliblibli blibli, blibliblibli bliblibli.
Bli, bli. Blibli, blibli. Bliblibli, bliblibli. Bli.
Y observe el lector el cuidado que he puesto en no plagiar el discurso del señor
Ministro.
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donde vamos?». «¡Oh, sí lo sé, señorito, -replicó el campesino-. Por su pregunta tengo
por seguro que los tres se van directos a la mierda y yo, con perdón, cagué en este
mismo camino hace una media hora».
En gallego tenía más gracia, pero no más verdad.
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EL QUARTERBACK
Mis amigos íntimos son sabedores de mi profunda aversión por los deportes de
riesgo. Me he quedado corto: fiel seguidor del eminente y poco conocido filósofo latino
del siglo I a. C. Mamercus Cornelius Escarius, desde mi juventud me he atenido con
rigor a su aforismo “Olympiis odi et athletarum miserere”9, por lo que mi repulsión
alcanza a cualquier deporte, ya arriesgado, ya seguro, al extremo de que ni el juego de
petanca se libra de mi inquina10.
Por lo tanto, no es de extrañar que mi círculo íntimo quedase conmocionado,
estupefacto y turulato cuando el otro día me vio llegar a la reunión mensual luciendo:
casco de policarbonato, con celada de rejilla; protector bucal; almohadillas para
hombros, codos, caderas, muslos y rodillas; costillera para la caja torácica; cuellera;
concha para los testículos; y botas con tacos. Vamos, tal que así, pero en talla para
esmirriados:
9
Odia los juegos olímpicos y compadece a los atletas
10
Las bolas del juego pesan entre 650 y los 800 g, por lo que si caen sobre un pie pueden dañar
gravemente los huesecillos metatarsianos.
11
Los Dragones Frenéticos, equipo fabulado de la NFL, Liga Nacional de Fútbol Americano.
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12
El quarterback, en el fútbol americano, es el líder del equipo ofensivo, se sitúa detrás del center e inicia
todas las jugadas, de las que es el máximo responsable. Recibe hostias por doquier de los jugadores del
equipo contrario y se le conoce como “mariscal de campo”.
13
Joseph Gottlieb Kölreuter, precursor de Gregor Mendel, guisantero agustino, en los estudios de
genética.
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fractura de los huesos propios de la nariz; dislocaciones de hombro y de codo, etc.; por
no hablar de conmociones cerebrales.
Como no me pareció justo que quien es capaz de causar daño a otro tenga mayor
protección que quien es susceptible de sufrir el daño causado; y dado que las
autoridades municipales competentes -progresistoides, alternativas, pseudoecologistas y
antisistema-, por no ofender a su parroquia -igualmente progresistoide, alternativa,
pseudoecologista y antisistema- no ponían remedio a la situación dictando las
ordenanzas oportunas, que forzosamente habrían de ser restrictivas (fascistas, en la
terminología progresistoide, alternativa, pseudoecologista y antisistema), me dije que
era cuestión de protegerme por mí mismo, y de hacerlo hasta el extremo. Rechazada la
armadura medieval, por pesada y engorrosa, me decidí finalmente por las protecciones
de los jugadores de fútbol americano, vulgarmente dit rugby, y desde entonces no he
tenido lesión alguna, e incluso los energúmenos autopropulsados, asustados por mi
aspecto, evitan chocar conmigo.
Explicadas mis razones, mis amigos tuvieron mi decisión por justa, racional, útil,
pertinente y en sazón, la aplaudieron con entusiasmo y dieron vítores, aplausos y hurras
al quarterback, cuyos huesos, cartílagos y tendones desearon que guardase Dios muchos
años.
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Corría que se las pelaba el año 1973 y estaba en pleno apogeo la era ante-
mortem de Franco, en la que las fuerzas antifranquistas redoblaban sus esfuerzos para
que, a base de darle tremendos disgustos, el denostado General muriese de muerte
natural, lo que conseguirían al fin en noviembre de 1975. En aquel tiempo, un fantasma
recorría la Universidad española, un fantasma optimista, radical y combativo, y un ardor
democrático y asambleario vibraba en nuestras universitarias voces.
Era un día de finales de enero en el que estaba convocada una asamblea de mi
Facultad, la de Derecho de Zaragoza, para debatir si se decretaba o no una huelga a
partir del día 30, con la finalidad de presionar al Consejo de Guerra que ese día se iba a
iniciar para juzgar a los miembros del colectivo Hoz y Martillo, situado ideológicamente
entre el trotskismo y el maoísmo, que el 2 de noviembre anterior habían
asaltado el Consulado Francés en Zaragoza, en protesta por las detenciones de
miembros de ETA VIª Asamblea que se estaban realizando en Francia, asalto
en el que, más por ignorancia inexcusable de la combustibilidad de la pintura
que por deliberado propósito de los asaltantes, le pegaron fuego al cónsul
Roger de Tur, que resultó muerto. Y muerte, precisamente, era la pena que
para ellos solicitaba el Ministerio Fiscal. La huelga, de acordarse, se iniciaría
el 30 de enero y había de durar hasta que se dictase la sentencia.
La Asamblea la había convocado la vanguardia de la intelligentsia
estudiantil, clase formada por, a saber: una base obediente integrada por los
lectores asiduos de Cuadernos para el Diálogo y Triunfo; una vanguardia
combativa formada por los lectores del Manifiesto Comunista; y una selecta
elite dirigente compuesta por los que habían abierto y hojeado alguna vez, sin
entender nada, El Capital (se rumoreaba que el máximo capitoste de la
aristocracia revolucionaria lo leía en alemán -Das Kapital- idioma que
desconocía absolutamente).
Tomada nota del número de asistentes -unos doscientos-, dio comienzo
la Asamblea presidida y dominada por la intelligentsia. Tras pocas y largas
intervenciones -todas de su vanguardia y todas a favor de la huelga- la
Presidencia estimó que el asunto estaba suficientemente debatido y que
llegado era el momento de pasar a la votación.
En ese momento, un espécimen revoltoso, disolvente y burlón, tomó la
palabra y planteó la cuestión de si la votación -cuyo resultado, por lo demás,
41
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estaba claro para todos- se resolvería por mayoría simple (la opción que
obtuviese más votos de los entre a favor, en contra, abstenciones y nulos), por
mayoría absoluta (la opción votada por la mitad más uno de los asistentes), o
por mayoría cualificada (dos tercios, por ejemplo, de los votantes). Se abrió
con ello un encendido debate con intervenciones a favor y en contra de cada
una de las posibilidades. En su transcurso, un compañero propuso someter a
una votación previa la decisión de qué tipo de mayoría había que adoptar,
propuesta que gozó de común aceptación. Pero entonces el mismo espíritu
burlón de antes dijo que no tenía ningún inconveniente en que se celebrase
una votación previa, pero que había que decidir previamente si la misma se
resolvería por mayoría simple, absoluta o cualificada, para lo que propuso una
votación previa a la previa, lo que originó un nuevo y enconado debate, que se
tornó violento cuando el exquisito de las mayorías afirmó que si la Asamblea
quería de verdad ser democrática, previamente a la votación previa a la que
había de ser previa a la votación de si se iba o no a la huelga, había que
resolver mediante la oportuna votación si el voto iba a ser público o secreto,
votación ésta -que sería previa a la previa de la previa a la votación definitiva
de la huelga- que a su vez requeriría de otra votación previa para decidir por
qué tipo de mayoría se resolvería, si bien se preguntó si no sería conveniente
celebrar otra votación previa que determinase si el voto de la votación previa a
la previa de la votación previa a la votación definitiva, había de ser público o
secreto, que a su vez planteaba la cuestión del tipo de mayoría que requeriría
dicha votación, lo que exigiría otra votación previa…
Se creó así una complicada estructura de muñeca rusa -matrioska,
mamushka o babushka, precisó un compañero rusófilo-, de votaciones previas
a las previas de las previas a la definitiva, para determinar si las votaciones,
cualquiera de ellas, había de ser pública o secreta y si se resolvería por una u
otra mayoría. A las dos horas de confusión, grita e insultos, cuando ya nadie
sabíamos qué nivel de votación estábamos discutiendo, intervino por primera
vez un compañero bien conocido por sus ideas anarco-individualistas para
sostener que lo que estaba ocurriendo en la Asamblea constituía la prueba
irrefutable de que rigor formal era una forma de decir rigor mortis, por lo que,
como terapia vivificadora, propuso que cada uno, individualmente, hiciese lo
que le saliese de los huevos o de los ovarios, según fuese su sexo y su
entender. La propuesta fue aprobada por aclamación regocijada, dándose por
concluido el acto.
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14
La pena de muerte solicitada por el Fiscal y la tan prolongada reclusión a la fueron condenados me
parecieron excesivas, pero un buen par de hostias ya se merecían, ya, los acusados.
15
La imprudencia con resultado de muerte, en apoyo de ETA, les salió por cuatro años de prisión
efectiva, en aplicación de la atenuante muy cualificada de obrar por motivos antifranquistas.
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Tributaria de entonces, radicada en la capitalina Madrid, dictó una orden dirigida al Juez
de Sevilla para que Miguel de Cervantes prestase fianzas de que en el plazo de veinte
días se presentaría en la Corte a dar cuentas y pagar, en su caso, el descubierto, cifrado,
como se deja dicho, en 79.804 euros; y para el caso de que no prestase las dichas
fianzas, lo prendiese y enviase preso y a buen recaudo a la cárcel real de la Corte.
Pues bien, el juez sevillano que había de cumplir la orden, ahíto de necedad,
estupidez o rebujitos, le exigió fianza por el total montante de 2.557.029 maravedís,
cifra inalcanzable para Miguel de Cervantes, y por no afianzarla, en vez de detenerlo y
mandarlo a Madrid, que era lo encargado, ordenó el 6 de septiembre de ese 1597 su
ingreso en la cárcel de Sevilla, en la que permaneció hasta marzo de 1598, en que lo
excarceló por nueva orden real. Por juez injusto, estúpido y necio, prevaricador e
hijoputa y quién sabe si borrachín también, lo nombraré para su eterna deshonra:
licenciado Gaspar de Vallejo.
Pero es el caso que las dos estupideces o necedades judiciales que dejo relatadas,
generaron enorme, desorbitado, colosal, giganteo provecho para el propio afectado y
para el Universo de la Literatura.
En lo personal, gracias al primer desafuero judicial, Miguel de Cervantes pasó a
Italia, donde bebió en las fuentes de Renacimiento y tuvo ocasión de alistarse en los
viejos tercios, y participar, con honor, en la batalla de Lepanto a las órdenes del regio
bastardo don Juan de Austria, logrando así su ideal de asemejarse en un todo a su
venerado Garcilaso de la Vega, encarnando los valores de la época del primero de los
reyes Carolos. Y feliz es quien llega a ser lo que quiso ser, felicidad que le ayudó a no
desfallecer en las innúmeras desventuras que le acontecieron a lo largo de su vida.
En lo universal literario, el segundo tuerto le llenó, hasta el colmo, de desilusión,
desencanto y amargura, a causa de lo cual, en su estancia carcelaria, comenzó a
pergeñar la epopeya quijotesca, en la que -bien leída- volcó su negra bilis, epopeya que
ha marcado un antes y un después en la Historia de la Literatura y por la que ha
conseguido perpetua y extendida memoria. ¡Y qué más se puede pedir que seguir siendo
después de dejar de ser!
En conclusión: que no hay estupidez o necedad que por bien no venga.
Renovemos, por tanto, su alabanza.
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Tras mucho cavilar no he llegado a una conclusión clara, rotunda, definitiva. Ignoro qué
naciones puedan constituir la nación española. Y aún hay más: suponiendo que se llegase a la
constitución de un Estado Federal integrado por las diversas naciones, sean éstas las que sean,
en pie de igualdad, ¿solucionaría ello las tensiones territoriales creadas fundamental, si no
únicamente, por Cataluña y País Vasco, adalides de la diferencia en exclusiva, entendida como
“yo sí soy diferente pero vosotros no”?
Por todo ello me siento tan perplejo y desalentado como debió sentirse Pi y Margall,
genialmente caricaturizado -él y la situación reinante en la España de 1873- en la revista La
Flaca (no es por presumir, pero la leyenda al pie es mía):
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A poco leído, o deportista -o deportista leído-, que seas, lector, tendrás noticia
del tal Filípides, del que cuenta la leyenda que, tras la victoria de la coalición de
atenienses y plateos contra los persas invasores, allá por el 490 a. C., corrió, con armas
y todo el equipo, desde la llanura de Maratón, escenario de la batalla, hasta Atenas,
distante 42’195 kilómetros, llegó ante los mandamases de la ciudad, les dijo ‘hemos
vencido’ y cayó muerto.
Una leyenda, según el DEL, es un relato basado en un hecho real, pero
deformado o magnificado por la fantasía o la admiración. Con humilde soberbia
considero que la definición diccionarista, regia, académica, hispánica y lingual, es
incompleta: además de lo anotado, para que el relato deformado de un hecho real
merezca la gloria de la leyenda, ha de ser ejemplarizante, servir de modelo. Y así, a la
inquieta luz del farol de esa definición completada examinemos la leyenda de Filípides,
para ver si se ajusta a ella.
Vayamos al hecho real. Según Hēródotos Halikarnāsseús (Historia VI), que
escribió su relato unos treinta o cuarenta años después de los hechos y se basó en
testimonios de participantes en ellos, por lo que hay que otorgarle un alto grado de
credibilidad, no menos que a Santos Juliá por poner un ejemplo, el 12 de agosto o
septiembre del 490 a. C., en la llanura de Maratón, allá en la Hélade continental, un
ejército compuesto por 10.000 hoplitas atenienses y 1.000 plateos, se enfrentó a otro
persa, invasor, formado por 25.000 infantes (había también 5.000 soldados de
caballería, pero éstos estaban embarcados para dirigirse a toda vela hasta Atenas). Sigue
contando el Padre de la Historia, y de esta historia, que ambos ejércitos combatieron
durante toda la mañana, siendo el resultado final: Coalición ateniense-platea, 192 bajas;
Persas, 6.400. En la quiniela, un 1, con los persas huyendo en desbandada con el escudo
entre las piernas. Y advertidos los vencedores de que la embarcada caballería de los
vencidos se dirigía contra Atenas, a la que suponían desguarnecida, los 10.808 hoplitas
sobrevivientes de los coaligados marcharon con sus bagajes a todo correr hacia Atenas
(distante, recordemos, 42’195 kilómetros) para protegerla, a la que llegaron al atardecer.
Los persas lo hicieron a la mañana siguiente y, al ver que la ciudad estaba bien
defendida, volvieron popas y se largaron a Asia, de donde habían venido.
¿Y Hēródotos no dice nada de Filípides, me preguntarás, lector interesado? Pues
sí. Dice de él que era un hemeródromo o corredor-mensajero oficial en la Grecia clásica,
que, unos días antes de la batalla, fue enviado por los atenienses a Esparta para pedir su
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ayuda en la lucha contra el invasor persa, a lo que le dijeron que sí, que encantados se
sumarían a la lucha, pero que acudirían cuando fuese luna llena (y para cuando la luna
se llenó, ya todo se había consumado). El caso es que el Filípides hizo el viaje de vuelta
de Esparta a Atenas, unos 246 kilómetros, en dos días.
En verdad, tales hechos no tenían nada de ejemplares. El que unas tropas
recorriesen 42’195 kilómetros en unas 6 horas (7’03 kilómetros a la hora), siendo una
buena marca, no es portentosa, merecedora de constituir una leyenda. Lo mismo lo del
Filípides: 246 kilómetros en 2 días, suponiendo que corriese 12 horas al día, dan como
promedio 10’25 kilómetros a la hora, lo que, siendo notable, tampoco es una plusmarca.
(Compara, lector: el récord mundial de maratón lo tiene desde septiembre de 2018 el
keniano Eliud Kipchoge en 2 horas, 1 minuto, 39 segundos, lo que da un promedio de
20’81 kilómetros a la hora)
De lo expuesto se deduce, con la claridad de una certidumbre, que ni los
innominados hoplitas atenienses y plateos, ni el hemeródromo Filípides, llevaron a cabo
una gesta ejemplarizante, ni en lo físico ni en lo moral, que pudiera elevarse a la
categoría de leyenda.
Allá por el año 100 d. C., o sea, 590 años, ¡que ya son años!, después de la
batalla de Maratón, Lucius Mestrius Plutarchus (Obras Morales y de Costumbres V.
Capítulo ¿Los atenienses fueron más ilustres en guerra o en sabiduría?, apartado 3),
silencia la marcha del ejército y, citando como fuente a un tal Heráclides Póntico,
cuenta que la noticia de la victoria la llevó de Maratón a Atenas un tal Tersipo Erquieo
(o quizá fuese otro mensajero de nombre Eucles), pero no dice que al llegar muriese
(‘έμπίπτω’, término que utiliza el Plutarchus, emendate, significa presentarse de pronto,
abalanzarse, caer de bruces -como mucho-, pero no morir, que se decía ‘άποθνήσκω’ o
‘τελευτέω’), ni que pronunciase el famoso ‘vencimos’ (‘χαίρετε καὶ χαίρομεν’,
expresión de la que se sirve el autor, también emendate, significa ‘¡saludos y
alegrémonos o estemos de enhorabuena!’, pero no ‘hemos vencido’, que se decía
‘νενικήκαμεν’).
Vemos, por tanto, que ha empezado a retorcerse la realidad, pero el
retorcimiento, por las mismas razones antes dichas, seguía sin ser suficiente para
merecer el título de leyenda.
Así las cosas, en el 165, más o menos, d. C., Lucianus Samósatus, dada su
condición y calidad de conspicuo escritor satírico-irónico-humorístico, fue el que dio
otra vuelta de tuerca al retorcimiento de la verdad histórica: al mensajero le llamó
Filípides, le hizo decir el ‘νενικήκαμεν’, ‘¡hemos vencido!’, y le hizo morir exhausto.
A pesar de que el samosatiense, en sus escritos, fue bien sincero al proclamar:
“Escribo, por tanto, acerca de lo que ni vi, ni comprobé, ni supe por otros y, es más,
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acerca de lo que no existe en absoluto ni tiene fundamento para existir. Por lo tanto, los
que me lean no deben creerme en absoluto”, a pesar de ello, digo, a pesar de tan
escandalosa sinceridad, el mundo tragó y dio por buena su versión, y le otorgó licencia
de leyenda que ha llegado hasta nosotros.
¿Leyenda? Parémonos un punto a reflexionar sobre este aspecto. Primero: ¿qué
necesidad tenía el Filípides de ir a todo correr de Maratón a Atenas para dar el resultado
de la batalla?, ¿qué más daba que llegase al día siguiente, o al otro?; ¡un tonto, eso es lo
que era el Filípides, un tontarra! Segundo: correr 42’195 kilómetros en 6 horas tampoco
era para llegar a una extenuación mortífera; ¡un blando!, eso es lo que era el Filípides,
un hombre blandengue, que decía el Fary. Por lo tanto, siendo un tonto y un blando,
¿qué tiene de ejemplarizante su acción? Y si, como es evidente, nada tiene, no puede, no
podía, merecer la corona de la leyenda. ¡Pero el mundo tiene unas tragaderas…!
Menos mal que en tiempos más recientes, los años cuarenta del siglo XX, el
eminente y escasamente conocido José Bastida (Historia de Castroforte del Baralla)16,
llevó a cabo la adulteración definitiva, de fabula ferenda, de los hechos: tomó la
versión, ya re-corrompida de Lucianus Samósatus, pero -¡y ahí su genialidad!- hizo
morir a Filípides ¡a mitad del trayecto! Escribe Bastida: “Había muerto [Filípides]
justamente a mitad del camino, pero era tal su prisa, era tal su obsesión por llegar
pronto, que no se dio cuenta y siguió corriendo. Pero, claro, al llegar y gritar
«¡Victoria!», lo que constituía el motivo de su obsesión desapareció; se dio entonces
cuenta de que estaba muerto, y cayó a los pies de los ancianos”.
Ahora, sí. Ya tenemos completa la leyenda: hecho real, falseado y ejemplar;
pues esta versión es, en verdad, en verdad os digo, ejemplarizante: sólo la obsesión
mantiene vivo al hombre; cuando no existe o se abandona, el sujeto adquiere
conciencia de que está muerto y se muere. Esa es la moraleja que hace legendaria la
acción de Filípides. Quien no tenga y mantenga contra viento y marea una obsesión que
le consuma, téngase por muerto, por muy vivo que se crea. Da igual cuál sea el agente
obsesionante, aunque es preferible que sea legal y moral, en evitación de juicios y
condenas humanos o divinos, aunque los ilegales o inmorales también sirven como
ejemplo de lo que ha de evitarse.
Estoy seguro de que tú, lector, si por desgracia perteneces a la estirpe de los
impertinentes, y profesas, ¡desventurado!, en la Orden de la Psiquiatría o acaso en la de
la Psicología, te habrás llevado las manos a la cabeza. “¡¿Pero cómo es posible -te dirás-
que este irresponsable haga apología de la obsesión, siendo que la misma es nociva de
toda nocividad ya que es una idea o pensamiento intrusivo, recurrente, persistente,
incoherente e irracional, que causa ansiedad, temor, inquietud y preocupación, o sea,
16
De ello da noticia Gonzalo Torrente Ballester en La saga / fuga de J. B. Ed. Destino, 1972
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Hace muchísimo tiempo, en año incierto alrededor del 1200 ante Christum
natum, una negra y apolínea peste asoló el campamento aqueo que cercaba Troya, la
bien murada, causando tremenda mortandad. Ello dio pie al ingenio de Homero para
fabricar, años después, esa invaluable joya que es el Canto I de su magistral Ilíada.
Hace mucho tiempo, entre el 1338 y el 1353 post Christm natum, hubo una
pestífera mortandad, universalmente funesta, que se enseñoreó de la egregia ciudad de
Florencia entre junio del 1347 y agosto del 1348. Ello dio pie al ingenio de Giovanni
Boccaccio, ya a partir del 1349, para componer, disipando medievales nubarrones
dantescos, el espíritu del Renacimiento en su eminente libro llamado Decamerón y
apellidado Príncipe Galeoto.
En el año que corre, 2020 del Señor Cristo, y ya desde el anterior, una pandemia
está causando globalizadas muertes, tribulaciones y ruinas. ¿Ello dará pie a algún
ingenio a levantar con su pluma un monumento, si no igual, al menos semejante a los
citados, para constancia de lo ocurrido, para asombro y enseñanza de los venideros o
para fundar un nuevo modelo de sociedad?
¿Se contará mi tiempo literario entre los giganteos o entre los enaneos? Mucho
me temo que mis años se escribirán con minúscula.
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Una es Resistiré, compuesta por Carlos Toro y Manuel de la Calva, y que grabó
el Dúo Dinámico en 1988. En ella, con un júbilo más propio de una victoria -que en
realidad está todavía en el tejado de la esperanza-, se anima a aguantar, a no
abandonarse, a ser junco y no quebrarse cuando los vientos de la vida soplan, como hoy,
fuertes y contrarios.
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total o parcial si fuese preciso. La canción Facciamo, por lo dicho, no tiene nada de
alegre, de optimista. Por el contrario, tiene el fondo de tristeza, de imposibilidad de
cambiar las cosas, de ilusiones frustradas, que encontramos en El Quijote, en el que por
muchas veces que lo leamos, el hidalgo Alonso Quijano, travestido de Caballero
Andante, iluso reformador de la sociedad de su tiempo, que todo lo acomete e intenta y
en todo fracasa, siempre acaba derrotado en las playa de Barcelona y muere por aceptar
la muerte de su ideal.
Una ha sido propuesta por quienes se tienen y son tenidos por “optimistas
antropológicos”, según los cuales estos meses de universal confinamiento serán ocasión
para que el ser humano reflexione, y fruto de ello modifique sus prioridades, cambie sus
hábitos, rectifique sus finalidades, alumbre a un nuevo ser más solidario, responsable y
altruista, establezca nuevas y distintas prioridades, se inflame de compañerismo y
empatía. En resumen, que de las ruinas de lo viejo nacerá una “Nueva Normalidad”, en
la que la humanidad, cumpliendo -¡ya era hora!- el mandato del artículo 6 de la
Constitución Española de 1812, será justa y benéfica.
Y la canción lleva por título Más allá, una adaptación de parte de la Sinfonía del
Nuevo Mundo de Antonín Dvořák, hecha por Juan Carlos Calderón, autor también de la
letra, que grabó el grupo Mocedades en 1970. Nos describe un lugar nuevo donde el sol
y el mar tienen otro color y siempre hay una luz al anochecer. Y proclama el estribillo:
Un nuevo mundo,
nuevo amanecer,
nuevas ilusiones,
Nuevas raíces,
una fuerte fe,
nuevas esperanzas,
ver una espiga crecer.
La otra canción ha sido apoyada por quienes se tienen por “realistas
antropológicos”, y son tenidos por “pesimistas antropológicos”; se confiesan miembros
de la grey del afamado paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, el cual, en públicas
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Del repórter Tribulete
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XL Semanal núm. 1699, del 17 al 23 de mayo de 2020
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EL MONÓLOCO
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Tengo para mí que en esta España machadiana de charanga y pandereta, del poco leer
nadie se escapa, menos entre los rectores de la cosa -res, en latín- pública, y casi nada si de la
Historia nuestra se trata. A la prueba que a continuación expongo me remito.
Los viejos romances históricos, así como las nuevas historias en romance, siempre
dejados en los ángulos oscuros de las bibliotecas, siempre olvidados y cubiertos de polvo,
siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar, ¡andaluces de Jaén!...
[¡Perdón, perdón, perdón!, que me he dejado llevar por la escritura automática. Ahora
vuelvo al tema]
Decía que esos textos, arpas becquerianas, cuentan, y más que contar enseñan, que
meter la espada en vainas inapropiadas, inadecuadas o peligrosas, siempre es causa de males:
para el envainador y para lo que éste represente, sea la Casa Rius (“Paños de calidad”) sea una
Nación (“I need Spain”)
Y así, don Rodrigo o don Roderico. Éste, que cerró con deshonor la temida lista de los
Reyes Godos, allá por el siglo VIII, mancilló -vulgarment dit, se la cepilló- a la virginal doña
Florinda (a) La Cava, la cual se quejó del atropello a su señor padre, el reivindicado conde don
Julián, a la sazón gobernador de Ceuta, quien para lavar su honor quiso guerrear con el causante
de la mancilla, para lo que llamó en su auxilio a Tāriq ibn Ziyād al-Layti, quien acudió con unos
cuantos bereberes sadaf. Pasaron todos el Estrecho y, cerca del río Guadalete, se enfrentaron a
un desmotivado, desorganizado, mal armado y peor dirigido, ejército visigodo al mando de don
Rodrigo, al que le dieron la del pulpo, pues como explicaron los pocos supervivientes, “vinieron
los sarracenos y nos molieron a palos, pues Dios ayuda a los malos cuando guerrean mejor que
los buenos”. Lo que puso fin a la monarquía visigoda y dio entrada al Islam en la Historia de
España.
El derrotado Rey, según los romances, de todos abandonado, abolladas las armas
defensivas, tinto en sangre, muerto de sed y hambre, anduvo desmayado por esos cerros
andaluces salpicados de olivos altivos y, consciente de la tamaña catástrofe a que había dado
lugar, llorando de los sus ojos, desta manera decía: “Ayer era Rey de España y hoy no lo soy de
una villa”. Llegó finalmente a una ermita y rogó al ermitaño le dijese qué penitencia cumplía a
los pecados que le confesó. Tras consultarlo con Dios, el eremita le dijo que debía cavar una
tumba y meterse en ella con una culebra viva. Y así lo hizo don Rodrigo. Nada pasó hasta el
tercero día. Preguntó el anacoreta al penitente cómo le iba, y éste le respondió que la culebra ya
le comía y que había empezado por la parte de su cuerpo que todo lo merecía. “¡Ya me roe, ya
me roe por do más pecado había!”. Y allí, y así, el mal rey murió.
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Pues bien, si el actual y demérito rey Juan Carlos I hubiese leído los mencionados
textos, a buen seguro que no habría contraído el Corinavirus que le aqueja y que, no menos
seguramente, acabará con él, y dejará temblando -si acaso lo resiste- la Monarquía en España,
tierra proclive al menor motivo a la algarabía y el desbarajuste.
Sea lo que haya de ser, aconsejo a quien venga a gobernarnos a cualquier título, y a todo
el que tenga algún mando en plaza, que, caso de que porten espada juguetona, se graben a fuego
en ella el siguiente lema: “No me saques sin razón ni me envaines donde no haya honor”.
Y a ver si aprendemos todos de la Historia, madre de lo ocurrido, de lo ocurrente y de lo
por ocurrir.
SIGLO VIII
SIGLO XXI
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INVENTORES DE LA PÓLVORA
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¿Leer a los clásicos nos hace mejores personas?, ¿nos hace más justos, benéficos
y honestos? ¿O por el contrario nos hace amorales, egoístas y perversos? Juzguen
ustedes por lo que hoy les traigo.
Mi amigo A., desde un tiempo, que ya se alarga, viene aquejado de diversos
males. Bueno, en realidad es un único mal que se diversifica, muta, desparece de un
órgano, aparece en otro, se adormece unos días para despertar agresivo, sin perder
nunca su condición de amenaza fatal. Por ello, mi amigo se ve sometido a continuos
tratamientos y pruebas, indoloros los más, pero todos molestos e incómodos, que
limitan y condicionan su vida y sujetan su humor a constantes variaciones. Su estado, y
el del país, éste enfermo de cornudo virus, le tienen enclaustrado en su casa, donde pasa
el tiempo con sus libros, que, en medida no pequeña, suelen ser de los tenidos por
“clásicos”.
Hará cosa de un mes que le visité, encontrándole entristecido por, según dijo,
haber suspendido el último examen que había tenido. “¿Qué cómo me encuentro, me
preguntas? Pues como un Gregorio Samsa: ¡cada vez más escarabajo!” Respuesta que
da idea del bajonazo moral en que estaba instalado. Intenté animarle con apelación a la
épica, de la que siempre ha sido devoto en oposición a la lírica. Pero fue peor el remedio
que la enfermedad.
-Pues ya que me hablas de épica, te recordaré que, no obstante su tenaz
resistencia, alguna durante años, Troya fue incendiada y devastada, Cartago destruida,
Numancia arrasada y don Quijote derrotado. Tu épica es inútil, amigo; puedes metértela
en el culo, querido. Ya he ingresado en un estado en cuyo umbral se lee: Lasciate ogni
speranza, voi ch’intrate. Sobra lo demás.
Salí de su casa contrariado y maldije para mí sus lecturas de Kafka, Quinto de
Esmirna, Apiano, Polibio y Cervantes, con la puntilla lírica del Dante, las cuales habían
inspirado, si no dictado, sus repuestas y su estado de ánimo. Él, que siempre había
hecho gala de un gran “sentido del tumor”, se estaba desvaneciendo a causa de sus
lecturas de los clásicos. Más le valdría, pensé, leer un último Planeta, o Nadal o Ateneo
de Sevilla, si me apuras.
Hoy mismo he vuelto a visitarle. Le he llevado un ejemplar de Aquitania, de Eva
García. Mi amigo estaba de un buenísimo humor. Lo ha cogido, le ha dado un vistazo a
las solapas y a la contraportada, y, desdeñoso, lo ha arrojado sobre una mesa cercana.
Lo he encontrado con una vitalidad que creí había perdido.
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-¡Qué bien te veo, A.! -le he dicho-. ¿Has aprobado recientemente algún escáner,
tac, pet tac o similar que te hayan hecho?
-No, ¡qué va! -me ha respondido-. Sigo suspendido y apurando, apurando,
incluso un poco peor.
-Entonces, ¿de dónde, de qué o de quién te viene tu buen humor de hoy?
La respuesta que me ha dado me ha dejado horrorizado. Me ha dicho que desde
mi última visita, tres días a la semana va matutino al Hospital del que es “cliente”, se
sienta en alguno de los espacios de espera cercano a los ascensores, y ve pasar a los
hospitalizados que en sus camas, empujados por auxiliares o celadores, van a, o vuelven
de, las salas de operaciones o de pruebas, unidades de vigilancia, o cualquier otra
dependencia del hospital. Y así ve a los enfermos: macilentos, tristes, de rostro grisáceo,
descolorido, avellanado, meros bultos bajo los cobertores, conectados a máquinas, tubos
y aparatos varios, dormidos, o adormilados, o quejumbrosos, según los casos, pero
todos dolientes y con gestos, rictus o expresiones malhumoradas.
-Es decir, que todos están, o los encuentro, mucho peor que yo, pues aún me
queda un resto de vida disfrutable, a sorbos cada vez más pequeños, es la verdad, pero
disfrutable. A ellos los veo en las últimas, o en las penúltimas. Cierto que yo estoy en
las antepenúltimas y que como los veo me veré y otros me verán. Pero aún quedan
cartas en el mazo, aún quedan la mano que estoy jugando y dos más. Sé que tengo la
partida perdida, pero todavía hay juego, amigo, todavía hay juego. Mi partida no ha
acabado.
-Pero eso que me dices es inmoral, inhumano. ¡Alegrarte del mal ajeno! ¡O
consolarte con él! ¿Cómo se te ha ocurrido semejante mostruosidad?
Mi amigo se la levantado. De su biblioteca ha cogido un libro y lo ha puesto en
mis manos. Se trataba de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Y se ha vuelto a
sentar.
-Lee tú -me ha dicho-, que a mí el enfisema me ahoga: Jornada 1ª, Escena II,
Versos 247 y siguientes.
Y, obediente, he leído. Alto y claro. Habla Rosaura a Segismundo:
Solo diré que a esta parte
hoy el cielo me ha guiado
para haberme consolado,
si consuelo puede ser
del que es desdichado, ver
a otro más desdichado.
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
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virtud, y de las supremas, el conocerse a uno mismo, no tengo más remedio que
concluir que la lectura de los clásicos es altamente beneficiosa.
Ítem más: Y que, por extensión o contagio, algún provecho tendrá la lectura de este
monóloco. Espero que se entere de ello mi Director.
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Uno no es Antonio Machado, que soñó que soñaba; ni Martin Luther King, que
tiene un sueño. Uno ni siquiera es Manolo Díaz, del que Los Pasos cantaron eso de que
ayer tuve un sueño, ¡fue sensacional! Pero uno, en su modestia, también sueña. Y sueña
un sueño recurrente, luminoso y agradable. Helo aquí.
Sueño que vivo en una ciudad en la que la administración se ejerce en favor de
la mayoría, y no de unos pocos; en la que todos gozan de iguales derechos en la defensa
de sus intereses particulares; a los cargos políticos se les elige por sus méritos; se
respeta la libertad: nadie, en los asuntos públicos, ante todo por un respetuoso temor,
jamás obra ilegalmente; todo el mundo obedece a quienes les toca el turno de mandar, a
las leyes escritas, y aún a las que, no estándolo, todos consideran vergonzoso infringir;
todos gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, amamos
el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos; la riqueza
representa para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con
soberbia; deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no
creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse
instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer; y, por último, la
fama de cada uno está en conformidad con sus obras y con nada más.
Esa vida que yo vivía una y otra noche en el sueño, era, precisamente, la que
siempre había deseado. Vivir en un país regido por la concordia, el bienestar y la
justicia y donde los ciudadanas se comportasen, motu propio, con espíritu cívico; deseo
éste altamente insatisfecho, pues el tren de la realidad siempre va contrario a él.
Ahíto de tanto sueño, como Alfonso VII lo estaba de tanto parche y tanto pito,
hoy me he decidido acudir a la consulta de un psiquiatra. Tenía mucho miedo porque
me imaginaba su diagnóstico: “Esa realidad soñada por usted, absolutamente
inexistente, por no decir que imposible, que usted mismo reconoce como deseada e
inalcanzable, es manifestación, simbolización diría Jung, de lo que mantiene reprimido:
de un deseo de algo que nunca se atreverá a realizar por tenerlo por imposible o
prohibido, por lo que lo mantiene escondido a su consciente, a pesar de lo cual su
inconsciente se sigue gozando de ese algo deseado y vetado. ¿Y qué es lo que usted
reprime? Hay que encontrarlo. Veamos: ¿es hetero y quisiera ser homo, o al revés?,
¿quiso acostarse con su madre?, ¿tuvo deseos de matar a su padre?, ¿o quizá fue al
revés?”
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Es decir, que “me se hizió la luz”. Sí, sí, así mismo: “me se” e “hizió”. Que se
note que soy un notable demócrata de toda la vida, desde la muerte de Franco.
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RETRATO
Ése que veis ahí, sofá de dos plazas -de tres culos, si magros y algo apretados-,
tapizado en velludo granate, mal centrado -por algo escorado al lado del Evangelio-,
entre dos amplios ventanales, que por no ser armario de madera fina y poca altura no
merece, con propiedad académica, el título de entredós, aunque ontológicamente sí lo
sea, y por tal lo tengo y nombro, es mi retrato.
Lo cual, por inusual en el arte pictórico y extraño a tu entendimiento, asombrado
lector, merece el comento que a continuación te endoso. En realidad es la descripción de
un iter, que me ha llevado a la situación actual, final de etapa de una carrera próxima a
terminar.
Don Francisco Sánchez Gomes (a) Paco el de la Lucía, algecireño, musicó su
propio ser, nacido y criado entre las aguas atlánticas -grises, bárbaras y brumosas,
surcadas por bebedores de cerveza y comedores de pan de centeno- y las mediterráneas
-coloristas, civilizadas y despejadas, mareadas por bebedores de vino y comedores de
pan de trigo-. Y así me dejó -sólo tengo autoridad para hablar de mí mismo- Entre dos
aguas.
Don Enrique Ortiz de Landázuri e Izarduy (a) Enrique Bunbury, zaragozano,
musicó y letraficó la situación de indecisión de una persona que se encuentra con un
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paisaje a la espalda con muchos errores que esconder y con un panorama al frente con
mucho barro que tragar (¡aunque vaya usted a saber lo que quiso decir el rarito del
Ortiz!). Y así, con otros héroes ruidosos, me dejó Entre dos tierras.
Los cicerones, quintilianos y demás estilistas de la palabra que en la Historia han
sido, fijaron dos estilos, dos formas de decir (y escribir): de una parte, la neo-ática,
concisa, carente de artificio y de adorno, atenta al contenido; de otra, la asiánica,
inflada, hinchada, brillante, exuberante, florida, atenta al continente. Y así me situaron
Entre dos estilos.
Luis Vives, taxónomo de la Literatura y su ética, apoyado por Alonso López
Pinciano, y reforzados y divulgados ambos por un canónigo de Toledo, de linaje
cervantino, versado en Súmulas de Villalpando, tan graves y pesadas que las portaban
cuatro bueyes e iban sudando, todos a una, dieron carta de naturaleza a la división de las
ficciones literarias en dos categorías o géneros: apólogas, que son las que sobre una
invención fundan un consejo fino y verdadero que enseña y deleita a un tiempo; y
milesias, las que carecen de verdad, verosimilitud y utilidad, y son, al cabo, una pura
pérdida de tiempo, una idiota y disparatada patraña, que atiende tan solo al deleite, con
olvido de la enseñanza. Y así dividieron, para mi uso, la Literatura Entre dos géneros.
Los “listillos” me diréis que lo expuesto no es más que el pálido e intrascendente
reflejo de un dualismo cósmico tan viejo como Zoroastro y que nos ha llegado vía
Pitágoras. Pero, ¡tened, amigos!, que ese dualismo lo es de contrarios:
Límite / Ilimitado
Impar / Par
Uno / Múltiple
Derecho / Izquierdo
Macho / Hembra
Estático / En movimiento
Recto / Curvo
Luz / Oscuridad
Bueno / Malo
Cuadrado / Rectángulo
Y de contrarios entre los que existe vital oposición, resuelta temporalmente por
el exceso de uno sobre el otro, que genera reacción, por lo que el exceso cambia de
dirección, y así sucesivamente y angustiosamente al no encontrar un ápeiron integrador,
sopa primordial, en el que desintegrarse.
Pero ese no es mi caso, ya que soy, al mismo tiempo, sincrónica y no
diacrónicamente, (términos que no susurro, sino que grito, subrayo y ennegritezco,
para llamar tu atención, lector, pues son la clave que me interpreta, la cifra que me
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cuchillo”, “soy una tetera”, y nadie les dice nada. Sin embargo a mí, si grito que soy un
“entredós”, enseguida they´re coming to take me away, ho, ho, hee, hee, ha, ha, to the
happy home, que cantó Napoleón Decimocuarto.
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…Y TREINTA
Sí, salvo error de cuenta, éste es, va a ser, el trigésimo monóloco, con el cual he
decidido poner fin a un bloque de los de su especie, decisión fundada en las razones que
de seguido expongo. En numerología, ciencia que estudia el significado oculto de los
números, el 30: (i) contiene en sí mismo las vibraciones de los números 3 y 0: (ii) el 3
simboliza, entre otros estados y/o efectos y/o actitudes y/o habilidades emocionales y/o
mentales, la autoexpresión, el entusiasmo, el aumento (por efecto lupa o exageración),
la creatividad, la inspiración y la manifestación, cosas todas ellas que le van bien a la
literatura; (iii) el número 0, entre otras ideas y/o realidades, representa el infinito, la
eternidad, la integridad, así como los finales y comienzos de ciclos, que bien vienen -¡y
de qué manera!- a éste que les escribe, cuya vida, por razones de vejez -ya comenzada-
y de salud –ya muy quebrantada-, es música compuesta en clave de sos: S de silencio, O
de olvido y S de soledad, melodía que, mediando Dios, espero en breve interpretar al
ordenador para todos ustedes, lectores. En definitiva, el número 30, como combinación
que es del 3 y el 0, simboliza la creatividad, la alegría y la sociedad, lo que conviene a
todos y en todo. Además, y ya sería bastante, trigésimo está en relación de parafonía con
“trismegisto”, palabra de hermético significado, con la que los antiguos griegos, de
cuando los griegos eran griegos, designaban a lo que en su valoración era tres veces
grandísimo, o sea, lo más de lo más o casi (por desgracia nuestro DEL ignora esta
palabra).
Pero pongamos fin al exordio y vayamos al meollo del monóloco.
Por mi carácter marcadamente liberal, sostengo que cada cual es libre de gustar
de la literatura que quiera; y aunque mi talante fuese tradicionalista o carcunda -no son
pocos quienes por tal me tienen-, carecería de legitimación para reprobar las
preferencias literarias de nadie, ya que, aún hoy en día, pese a mi edad -o quizá gracias a
ella-, paso frecuentes y agradables ratos en compañía de El Coyote de José Mallorquí y
con El Hombre Enmascarado en los dibujos de Wilson McCoy. Así que nadie tome a
mal la opinión y preferencias literarias que voy a emitir:
Convencido por Vicente Risco, el Inadaptado, tengo por los mejores libros a los,
por él llamados “libros de viento, escritos sobre páginas de vacío por el solo pensar,
libre de la irrevocabilidad de lo escrito, del cuerpo transitorio de la palabra”.
Y en la categoría de los escritos, otorgo la primacía, la supremacía incluso, a los
que, parafraseando al hiteño Juan Ruiz, llamo “Libros del Buen Decir”, precisando que
empleo “decir” en el sentido de manifestar el pensamiento con palabras escritas; y
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“buen”, con el valor de “gustoso, apetecible, agradable y divertido”. En estos libros los
protagonistas son las palabras: su eufonía, su armonía, su ritmo, los acordes que forman.
Nada importa lo que las palabras digan, sino cómo “suenan”, cada una y en conjunto.
Leer estos libros es como escuchar música, el arte abstracto por excelencia, que incide,
no en las razones ni las emociones, sino en la sensibilidad, que, curiosamente, el DEL
define como “manera peculiar de sentir (emociones) o de pensar (razones)”, sin que
tenga huevos para indicar en qué consista esa “especialidad”, que precisamente es el
quid de la cuestión.
Estos libros no aumentan nuestros conocimientos (como lo hacen los ensayos, la
historia, las biografías y similares), ni muestran un suceder real y/o inventado como es,
o como fue, o como debería ser o haber sido o será (materia de todas las narraciones), ni
exponen en verso la belleza o el sentimiento (así, la poesía). No, nada de eso. Su
contenido, su enseñanza, su efecto, es indefinible, inefable más bien, que no se puede
decir (aquí tendría que acabar mi discurso ya que “de lo que no se puede decir…-para lo
que sigue véase Wittgenstein-)
Ad exemplum: supongamos que un devoto de Tchaikovsky escucha su -de él, de
Tchaikovsky, no del devoto- Concierto para piano y orquesta n.º 1 en si bemol menor,
opus 23. Durante los 40 minutos, más o menos, de duración, el devoto ha permanecido
extasiado, “enotrosado” (neologismo del que soy padre y que significa: recogido en la
intimidad no de uno mismo -que sería ensimismado-, sino de otra persona o cosa,
desentendido del mundo exterior). Y supongamos que acabada la audición (que es lo
mismo que “terminado y cerrado el libro”), le preguntásemos que de qué iba el libro,
digo, el concierto, cuál era su contenido y porqué le había gustado tanto. Pues bien, no
sería posible que el devoto respondiese con palabras a tales preguntas; sí lo haría con un
gesto de “arrobamiento”, de enajenación, de haber quedado fuera de sí y haber sido
trasportado a otro universo, al Imperio de la Sensibilidad. Pues lo mismo pasa con los
“libros del buen decir18”.
A quienes hayan seguido hasta esta consumación de hoy el conjunto de
“caricaturas” de algunos aspectos de “mi” realidad y/o imaginación, que es lo que son
estos monólocos, les agradezco la compañía y, a título de recompensa y puesto en plan
José Luis Rodríguez, les voy a aconsejar que combinen los colores, que la raza es
natural. ¡Numeral, numeral, viva la numeración! ¡Chévere, chévere, chévere! ¡Pavo real,
uh! ¡Pavo real!
Quod erat demonstrandum.
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Para experimentar lo dicho, remito al lector a Un hombre que se parecía a Orestes, de Álvaro
Cunqueiro, y a La bola del mundo (Escenas cotidianas) de Camilo José Cela,