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LOS MONÓLOCOS

DEL REPÓRTER TRIBULETE

[Edición corregida]

Alfredo Ávarez Alcolea


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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

ÍNDICE
Prólogo 3
Unos liberan a Willy. Yo, al mono loco 5
Divinas palabras 7
Con Franco no se estudiaba inglés 8
Hipotecas comprensibles 12
El plá-cido placer de leer 14
El consentimiento informado del nasciturus 16
From Spain to the United Kingdom 19
La ducha de Cassen 23
Arma virumque cano 27
Momentos estelares del parlamentarismo 30
¿Cuánto tardaremos en llegar a donde vamos? 32
El quarterback 37
Ardor democrático y asambleario 40
For the times they are a-changin’ 43
Nuevo -y necesario- elogio de la necedad 45
España, nación de naciones 47
Dimes y diretes sobre la leyenda de Filípides 49
Desengaño de los políticos 53
¿Cantará Calíope la Covid-19? 54
Canciones para una pandemia 55
Cada espada, mejor en su vaina 58
Inventores de la pólvora 60
Los clásicos; ¿beneficiosos o nocivos? 62
Voy a contar mentiras 66
El disputado voto del diputado Cayo 68
Ayer tuve un sueño 70
Y la luz “se me hizió” 72
Retrato 74
Y treinta 78
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

PRÓLOGO

Estando yo un día de viernes en la calle Mercaderes de mi ciudad, husmeando en


sus muchas tiendas, llegó un muchacho a vender unos cartapacios a una librería de
lance; y como soy aficionado a leer, aunque sea la Gaceta de Madrid, llevado de esa mi
natural inclinación, tomé uno de los que el muchacho vendía y leí en su tapa:
Monólocos de Tribulete (I).
Fue un volver a mi infancia. O un revolverse de ésta. De entonces sabía que
Tribulete fue un repórter (hoy reportero) del periódico El Chafardero Indomable,
editado por Bruguera y dirigido, en el tiempo en que fui su asiduo lector -finales de los
50, principios de los 60 del pasado siglo-, por Josep Ramón Correal.
Vencido por infantil e irresistible impulso, me entrometí en la negociación que,
regatea que te regatearé, llevaban librero y muchacho:
-¿Cuánto pides, chaval? –le dije.
-Cincuenta euros por cada cartapacio, y llevo nueve, lo que hacen cuatrocientos
cincuenta euros.
-¿Y cuánto ofrece usted? –pregunté al lancero.
-Treinta euros por todos.
-Te doy novecientos –le ofrecí al vendedor.
-Está usted loco –dijo el librero, desistiendo de encimar mi puja.
-¡Hecho! ¡Suyos son! –dijo el jovenzuelo, con lo que quedó matada y rematada
la subasta.
Fuimos hasta un cajero cercano, saqué el dinero, pagué al muchacho, me entregó
los nueve cartapacios, y, completados título y modo, hice mío el tesoro.
Con avidez, durante el gozoso fin de semana, leí su contenido. Eran juicios,
pareceres, menciones o consideraciones hechas acerca de sucesos, personajes,
producciones artísticas, historias, etc., o sea, acerca de todo, de todos y de nada. Vamos,
lo que vienen a ser “comentarios”. Di por supuesto que serían los originales o copias de
los artículos que Tribulete redactó para El Chafardero Indomable, y para comprobarlo,
el siguiente lunes lo mal empleé no encontrando en Internet ni la sede de la Editorial, ni
la del Periódico, ni su hemeroteca. Y puesto que “quod non est in Internetis non est in
mundo”, tuve por muy tamaña desgracia que se perdiesen para siempre tan
incomparables joyas tribuletescas. A poner remedio a tal desgracia obedece la
publicación en libro que de ellas he llevado a cabo, para ilustración de unos, conmoción
de otros y diversión de todos.
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

Quiero dejar constancia de que este libro es, de principio a fin, deudor de Rafael
González Martínez, a quien se debe la idea original de Tribulete, y de Guillermo Cifré y
de su continuador Antonio Ayné, a quienes se debe su imagen y decires. Ello no
obstante, advierto a dichos acreedores, o a sus causahabientes, de que no pienso darles
ni un céntimo de los derechos de autor que obtenga con esta publicación, hasta que no
tenga noticia cierta y comprobada de que Cide Hamete Benengeli le ha ganado el juicio
a Cervantes, siendo firme la sentencia.
Dicho lo cual, vayamos al tajo.
A. Álvarez Alcolea
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

UNOS LIBERAN A WILLY; YO, AL MONO LOCO

El Chafardero Indomable se transmuta hoy de periódico en paritorio para acoger


el nacimiento de esta Columna, bautizada El Monóloco, nombre genérico que, creo,
define, con aproximación en el sonido y exactitud en el concepto, lo que habrán de ser
sus contenidos, de lo que paso a dar las oportunas explicaciones.
En cuanto al sonido, “monóloco” está muy cercano a “monólogo”, palabra ésta
cuya primera acepción según el DEL (antes DRAE) es “soliloquio”, que el mismo
Diccionario define como “reflexión interior o en voz alta y a solas”. Y lo que bajo aquel
nombre se escriba serán reflexiones que en mi soledad me haga, cuya publicación
equivale a emitirlas en alta voz.
Lo de la exactitud en el concepto requiere de una más prolija explicación.
Sostienen los profesores García Campayo, Marcelo Demarzo et alia, que algunas
tradiciones orientales consideran que la mente es un mono loco, distraído, inquieto,
infantil e impredecible, dado al constante vagabundeo, siempre hablando consigo
mismo en un diálogo interminable -obviamente interno- sobre el yo pensante en sí
mismo y en su relación con el mundo. Ese mono, sin parar un punto, juzga, interpreta,
analiza, sintetiza, comenta, evalúa y critica a sí mismo y a la realidad circundante, en su
pasado, su presente y su futuro, diferenciando cómo son las cosas y cómo le gustaría
que fuesen. Y ello sin darse un respiro, lo que le hace desgraciado, pues en tal estado
resulta imposible -dicen los profesores, si les he entendido bien- la paz y el bienestar
personales. Para conseguir esos objetivos de paz y bienestar, de felicidad en suma, esas
tradiciones orientales aconsejan “amaestrar al mono”: atarle bien sujeto a una estaca
firmemente anclada en el suelo. Al principio el mono “chillará, se agitará y rebelará,
queriendo liberarse”, pero con el tiempo “verá que es imposible escapar, poco a poco
luchará menos”, y finalmente se rendirá, absolutamente y sin condiciones, de tal modo
que, aunque lo soltemos, se olvidará de ese vagabundear inútil y perverso, y, sin traer a
su presente su pasado y su futuro, aceptará sin más ese presente -lo que es y cómo es él
y el mundo-, con lo cual no tendrá pensamientos, controlará sus emociones, eliminará el
estrés, mejorará su salud, aumentará su concentración, alcanzará el bienestar
psicológico. En resumen: será feliz.
Confieso ante vosotros, hermanos, que he intentado amaestrar, amansar, aquietar
a mi mono loco. Pero sea por falta de voluntad, de constancia o de capacidad, no lo he
conseguido. Es más, la tentativa agravó su locura y me generó ansiedad e hizo más
desgraciado. Buscando mi felicidad perdida, le he dado absoluta libertad al mico, se ha
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

subido a mi hombro izquierdo y desde allí me cuenta al oído sus vivencias y


ocurrencias, las cuales pretendo reflejar en los escritos de esta columna que, por lo
dicho, serán, con toda propiedad, monólocos.
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EL MONÓLOCO
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DIVINAS PALABRAS

Hesíodo (Teogonía): En primer lugar existió, realmente, el Caos.


Moisés (Génesis): En el principio … la tierra era Caos.
San Juan (Evangelio): En el principio estaba la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y
la Palabra era Dios.
Ciencia termodinámica: Caos: estado de máxima uniformidad = máximo desorden =
máxima entropía.
Si nada había antes de Dios, y al principio era el Caos: el Caos era Dios y Dios era el
Caos.
Pero como Dios es Palabra, por trasposición de términos, la Palabra es el Caos y el Caos
es la Palabra.
Y como Caos es lo mismo que decir Desorden:
En el principio existió la Palabra Desordenada, que era Dios.
Conclusión: la palabra caótica es divina.
Y es mi mono quien me la dicta.
NIHIL VERUM PUNTO EST
A horcajadas, con una pierna sobre el pensamiento y la otra sobre el sentimiento,
en doloroso spagat, o grand écart, a punto de desagarrarme la horcajadura, me percato
de que el factor común de pensamiento y sentimiento es, en verdad, –miento. Miento es
el factor común de pensa- y de senti-. Lo formularé matemáticamente: “-miento (pensa-,
senti-)”. Podré pensar lo que quiera. Podré sentir lo que quiera. Pero lo único cierto es
que mentiré al pensar y mentiré al sentir. Mentiré al decir: será un decimiento. Mentiré
al escribir: será un escribimiento. ¡Feliz descubrimiento! Y sigo mintiendo. Del
partidario pensaré, sentiré, diré y escribiré lo mejor, y callaré lo peor; del contrario
pensaré, sentiré, diré y escribiré lo peor, y calllaré lo mejor. Un auténtico callamiento,
encallamiento, encanallamiento.
Son las divinas diabluras de las palabras, que hacen que el efecto de π sea un
pimiento1.

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El sufijo “miento” indica acto, estado y efecto de.
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CON FRANCO NO SE ESTUDIABA INGLÉS

En España, en mis años escolares -1955 a 1965-, cuando al Pequeño Timonel


todavía no le temblaba el pulso físico ni el moral, no se estudiaba inglés, carencia que
ha marcado, para mal, a mi generación. En la práctica totalidad de los Colegios se
enseñaba solo francés (“el lenguaje de la diplomacia”, se nos decía). El inglés se
reservaba para los Centros de Enseñanza privadísimos, accesibles solo a familias
privilegiadísimas. Para el resto de los escolares mortales, facción en la que me
integraba, nuestro único contacto con la lengua de Shakespeare se reducía al deporte del
fútbol (por football), y así, con inaudita soltura, hablábamos de “córner” (por “corner”,
esquina, con valor de saque desde ella); de “fau”, corrupción de “foul”, (por infracción
del Reglamento); de “órsay”, corrupción de “off-side”, (por fuera de juego); “réfere”,
corrupción de “referee”, (por árbitro); de “golaverage”, corrupción de “goal-average”
(por promedio o diferencia de goles); de “escore”, corrupción de “score”, (por
marcador), y poco más.
Me he preguntado cuáles pudieron ser las razones que tuvieron las autoridades
de esa época para escamotearnos la enseñanza del idioma inglés. He descartado que se
debiese a una consecuencia, a un resabio, de la aliadofobia y consecuente germanofilia
de España en la II Gran Guerra, ya que nadie estudiaba alemán y que, al fin y al cabo,
Francia, cuya lengua se nos impuso, acabó la Guerra del lado de los aliados y daba
refugio y altavoz a muchos y activos exiliados muy beligerantes con la política
franquista. Y he llegado a la conclusión de que la razón fue el miedo de Franco y los
suyos a que los españoles escuchásemos y comprendiésemos las cosas que se decían en
inglés. A las pruebas voy:
El mundo de la minería ha sido, de siempre -y razones no le han faltado-,
proclive al descontento, a la revuelta e incluso a la subversión. Sin embargo la visión
que en España se quería dar de ese mundo en el año 1955, quedó reflejada en la canción
Soy minero, compuesta por Ramón Perelló y Daniel Montorio y popularizada por
Antonio Molina, que decía así:

Yo no maldigo mi suerte porque minero nací.


Aunque me ronde la muerte no tengo miedo a morir.
No me da envidia el dinero porque de orgullo me llena
ser el mejor barrenero de toda sierra Morena.
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Bajo a la mina cantando porque sé que en el altar


mi madre queda rezando por el hijo que se va
y cuando tengo una pena lanzo al viento mi cantar

Soy minero y templé mi corazón con pico y barrena.


Soy minero y con caña, vino y ron me quito las penas.
Soy barrenero porque a mi nadie me espanta
y quiero solo el sonido de una taranta.

Compañero, dale al marro pa cantar mientras garbillo,


que al compás del marro, quiero
repetirle al mundo entero: ¡yo, yo soy minero!

En ese mismo año de 1955, llegó a España, en la voz de Tennessee Ernie Ford,
la canción Sixteen tons (Dieciséis toneladas) compuesta por Merle Travis en 1946.
Hablaba también del mundo de la minería y algunas estrofas decían así:

Some people say a man is made out of mud.


A poor man's made out of muscle and blood:
muscle and blood and skin and bones,
a mind that's weak and a back that's strong.

I was born one morning when the sun didn't shine,


I picked up my shovel and I walked to the mine,
I loaded sixteen tons of number-nine coal
and the straw boss said, "Well, bless my soul!"

[Estribillo]
You load sixteen tons, whaddya get?
Another day older and deeper in debt.
St. Peter don'cha call me, 'cause I can't go:
I owe my soul to the company store.

Y, claro está, como no teníamos ni idea de inglés, no nos enteramos de que lo


que decía esa canción era:
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EL MONÓLOCO
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Algunos dicen que un hombre está hecho de barro.


Un pobre hombre hecho de músculo y sangre:
músculo y sangre y piel y huesos,
una mente débil y una espalda fuerte.

Nací una mañana cuando el sol no brillaba,


cogí mi pala y caminé hacia la mina,
cargué dieciséis toneladas de carbón número nueve
y el testaferro dijo, "¡Guau, no puedo creerlo!"

[Estribillo]
Cargas dieciséis toneladas, ¿qué obtienes?
Otro día más viejo y más endeudado.
¡San Pedro, no me llames!, porque no puedo ir:
debo mi alma a la tienda de la Compañía.

No es de extrañar que las autoridades vetasen el conocimiento del inglés.


Querían hacernos creer que, como cantaba el Molina, el trabajar de minero, y nada
menso que como barrenero, era una bicoca, un chollo, ya que te pasabas el día dándole
al cante al compás de los picos y que cualquier pena se aliviaba con unas dosis de caña,
vino y ron. Una juerga, vamos, ocultándonos que, como cantaba el Ernie Ford, las
condiciones de ese trabajo eran inhumanas y embrutecedoras, que los mineros eran poco
menos que animales, que se dejaban su magro sueldo en las tiendas de la Compañía
minera, y que, como lógica -aunque implícita-, su redención estaba en colocar unos
barrenos bajo los testes de los propietarios de las minas y de sus capataces.
En lo personal, ¿cómo me afectó ese falseamiento de una triste realidad social
causada por mi ignorancia del inglés propiciada por las autoridades político-académicas
de la época? ¿Me hizo insensible a la explotación de las clases trabajadoras? ¿Me
condujo, por reacción, a la revolución cuando, más adelante, gracias a la lectura -
obviamente en castellano- del orweliano El camino de Wigan Pier, fui consciente del
engaño? ¿Corrí presuroso a la prestigiosa academia de inglés The ugly dog que regenta
el oxoniense profesor Chancellor, para vacunarme contra futuras artimañas de
desaprensivos políticos de cualquier color?
Pues nada de eso. Mi mono loco me mostró el camino del absurdo: fue en un
sketch que pasaron por televisión; la escena mostraba la entrada a una mina,
escasamente iluminada; la cámara se iba adentrando por un estrecho corredor mientras
se oía una destemplada y quebrada voz que cantaba eso de “soy minero y templé mi
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corazón con pico y barrena; soy minero y con caña, vino y ron me quito las penas; soy
barrenero porque a mi nadie me espanta y quiero solo el sonido de una taranta…”, hasta
llegar a un espacio más ancho, en el que había una mesa de oficina; y sentado a ella,
vestido con sus acostumbrados chaqué y chistera, Luis Sánchez Polack, mientras afilaba
un lapicero con un sacapuntas, remataba la canción: “… que al compás del marro quiero
repetirle al mundo entero: ¡yo, yo soy minero!
Y en ese camino, ni se me ocurre negarlo, sigo.
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HIPOTECAS COMPRENSIBLES

Reconozco que tengo debilidad por los oxímoron, esas combinaciones, en una
misma estructura sintáctica, de dos palabras o expresiones de significado opuesto. Quizá
se deba a su literal sentido etimológico: de ὀξύς (agudo) y μωρός (tonto), por lo que
oxímoron bien puede valer por “tonta agudeza o aguda tontería”, terrenos en los que se
mueve con soltura mi mono loco. Tanto es mi gusto por ellos que hasta he acuñado uno,
a la vista de la contumacia independentista que, fantasma del siglo XXI, recorre
Cataluña: “seny catalán”, del que es posible que hable otro día.
Hoy me referiré al que da título al artículo, “hipotecas comprensibles”, obra del
sesudo legislador (-¡toma ya, otro oxímoron!-). Y digo que aquel es un oxímoron,
porque, dado el estado actual de la estabilidad de todo empleo o profesión, salvo la de
funcionario de cualquier ámbito territorial, es incomprensible que alguien se hipoteque.
Hagamos un poco de historia:
El legislador del XIX estableció que eran nulos los contratos en los que el
consentimiento se hubiese prestado por error, esto es, por un falso conocimiento de la
realidad. Y la jurisprudencia, cuando la misma aún era prudente (o sea, hace ya tiempo),
fijó los requisitos que debía reunir ese error para que fuese invalidante. Entre ellos, el de
“inexcusable”, es decir, que no tuviese excusa, que no se hubiese podido evitar con una
mínima diligencia, atención o comprensión. Pero, como bien cantó el nobel Bob Dylan,
the times they are a-changin'. Ahora, y desde hace un tiempo, las cosas ya no son así, al
menos en el tema de las hipotecas.
Recogiendo el espíritu que impera actualmente en la sociedad, la legislación se
ha propuesto como objetivo minimizar, eliminar incluso, la responsabilidad de los
sujetos por sus propios actos: si sobreviene un daño o un mal por los actos de uno, hay
que exculpar al uno y responsabilizar al otro, y más todavía si ese otro es una entidad
bancaria o tiene concertado un seguro de responsabilidad civil. En el particular de las
hipotecas de viviendas constituidas por una persona física, el Tribunal Supremo dictó
que su clausulado ha de ser comprensible, transparente y objeto de una detallada y
abrumadora información. Y la responsabilidad de ello ha recaído en los Notarios, los
cuales, por exigencia legal, han de explicar por lo menudo al hipotecante lo que firma,
e incluso han de incorporar un texto manuscrito de éste reconociendo que han entendido
determinadas partes del clausulado.
Pero la cosa no va a parar ahí. El proteccionista legislador se ha preguntado:
¿habrá entendido el tonto del hipotecante lo que el Notario le ha explicado, o el alcance
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del texto que ha manuscrito? Ante la duda, en aplicación del principio “in dubio pro
tonto”, se ha dicho que no. Y acaricia, se rumorea, un proyecto de Ley consistente en
que antes de la firma de una hipoteca, en la misma Notaría, el hipotecante será
examinado exhaustivamente sobre su contenido por un Tribunal formado por tres
magistrados jubilados, cuyos honorarios serán satisfechos por el propio Notario, caso de
que suspendan al examinando, y por el beneficiado de la hipoteca, caso de que le
aprueben.
Dado que el rumor es la antesala de la noticia, en previsión de que ese proyecto
de Ley llegue a buen fin, al Consejo General del Notariado le han temblado las
fedatarias carnes, ya que ¿cómo va a explicarle el Notario al hipotecante, para que éste
apruebe el examen, la fórmula
N

Cn = ∑c(1+i)n-j
j=n+1
inserta en la cláusula que trate de cuánto se le debe al banco después de pagar cada
cuota que incluya amortización de capital y pago de intereses?
El Consejo, para defensa de sus aconsejados, ha encargado a los eminentes José
María Navarro y Martín Garrido un manual titulado Álgebra para Notarios dummies, ya
en prensa, que se espera sea un éxito de ventas.
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EL PLÁ-CIDO PLA-CER DE LEER

Una muy conocida y afamada revista de artes y letras, férrea dictadora en este
país de los cánones rectores de la excelencia en dichos campos, me recomienda
encarecidamente la última novela de la multipremiada Esther Valle. Al parecer -si he
entendido bien su reseña crítica-, la novela se desencadena por un morboso crimen
cometido en extrañas circunstancias, y trata de sucesos múltiples y trepidantes, en
apariencia aislados y en realidad convergentes; de políticos, funcionarios, empresarios y
abogados, unos y otros cohechadores y cohechados, blanqueadores de dinero, evasores
de impuestos, malversadores de caudales y corruputos; de putas de alto standig in the
shadow; de sexo duro, con perversiones, profanaciones y mancillaciones: tanto
necrofílicas como biofílicas; de droga pura; de viajes de oca a oca y sigo porque me
toca, a lejanas ciudades y a caribeños paraísos fiscales, en lujosos vagones restaurados
de la Wagon Lits Cooke, en yates esloradísimos, mangadísimos y caladísimos, y en
supersónicos aviones superprivados; de violencias y crueldades exageradas; y poblada
de personajes señalados indeleblemente por la infancia. Todo ello -son palabras de la
revisteril reseña- “contado con la extenuante profundidad intelectual a que la autora
nos tiene acostumbrados, dejando constancia de la sociedad actual y pulverizando las
fronteras entre la vida y la muerte, lo femenino y lo masculino, la realidad y la ficción,
la verdad y la mentira, hasta colocar al lector al borde del absimo de un mundo vacío
de todo, lleno de nada, del que -¡ay!- él mismo forma parte y que -¡más ay!- él mismo
ha contribuido en parte a formar. Una novela que dará mucho que leer” (al menos 360
páginas, añado yo).
No me cabe ninguna duda de que la novela será un éxito de ventas, ya que
contiene todos los ingredientes de la moda en curso; y también de crítica, pues nadie se
atreverá a contradecir, so pena de excomunión latae sententiae del canon 1364, las
bendiciones impartidas por la revista suma sacerdotisa de la Santa Literatura.
Pero no voy a seguir la recomendación. Para mi entender, que no descarto que
sea corto, este tipo de novelas pertenece al género de aventuras peregrinas (llamado
bizantino en los manuales de Literatura), que podría admitir como meras novelas de
acción si no fuese porque están trufadas de pedestres y pretenciosas reflexiones sobre lo
divino y lo humano, el bien y el mal, lo justo y lo injusto, con la vana creencia de
alcanzar una hondura psicológica o sociológica, intelectual, muy lejos de las
capacidades de sus autores; razones por las que me resultan insoportables. A mi juicio,
puede que desquiciado, al igual que las novelas de caballerías quedaron desprestigiadas
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por Cervantes con su Quijote, este género actual tan exitoso del thriller político-
económico-cuasipornográfico-exótico, quedó ridiculizado por Xavier Mallafré con su
genial El placer no ocupa lugar y su no menos ingeniosa secuela Salud, dinero…y una
visa en el billetero, novelas que parodian, caricaturizan y desacreditan el género de un
modo inclemente, atropellando la razón, escarneciendo la virtud y burlando la justicia -y
hasta la ortografía-. Después de haber leído a Mallafré, novelas como la de Esther Valle
es que se me caen de las manos a las veinte páginas.
Y mucho más en mi estado actual, físico y mental, tan necesitado de pausa,
tranquilidad y sosiego: de belleza, en suma. Por ello he decidido volver a lecturas
plácidas, esto es, releer al Plá de Un viaje en autobús o de La vida amarga. Son libros
en los que no pasa nada. O mejor, en los que pasa toda la Vida, donde pueden leerse
cosas como ésta:
“El tiempo me gustaba tanto que a veces ni me levantaba. La monotonía de la
lluvia me iba sumiendo lentamente en un estado de letargo, mi cuerpo perdía su pueril
relieve de agresividad, la imaginación no me convidaba ni me exigía nada. El
equinoccio de la primavera, aún frío pero ya matizado de la tibieza de la savia, parecía
acercarme a la esencia de la vida; y en mi habitación del hotel de aquella calle
solitaria, frente a los tilos a punto de florecer, bajo la luz mortecina y líquida que se
filtraba por los cristales de las ventanas, el tiempo pasaba con una suavidad entre tibia
y desdibujada”.
Hoy se lee poco o nada a Plá. Como él mismo escribió “el porvenir de los
hombres -y de los libros- juiciosos es en esta época -la suya de ayer y la mía de hoy- la
nube del olvido y la sombra del silencio”. Todo lo contrario de lo que les pasa a
escritores como Esther Valle, de los que son el reconocimiento, el ruido y las ventas, el
reino, el poder y la gloria. Espero que no sea para siempre, Señor.
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EL CONSENTIMIENTO INFORMADO DEL NASCITURUS

Durante años, prácticamente toda mi larga vida, salvo una tosferina padecida en
mi temprana infancia, mi salud física ha navegado por un océano pacífico, tranquilo;
pero ha querido Destino, entronizado en las rodillas de los dioses, que de unos meses a
esta parte se haya formado en el dicho océano una poderosa, agresiva y funesta
corriente que a punto ha estado -y quizá aún lo esté- de hacer zozobrar mi nave. Tales y
tantos han sido los golpes de mar sufridos, que la pobre barquilla mía, al estilo de las de
Lope y Horacio, ha quedado desarbolada, sin velas desvelada, sin remos desremada,
entre las olas sola, mero juguete del oleaje fiero y del violento viento.
Y para cada una de las pruebas médicas a que me han sometido los bandazos
sufridos, sobre todo por estribor, me he visto obligado a firmar el llamado
“consentimiento informado”, por el cual declaraba conocer y aceptar los riesgos a que
me exponía, y ello hasta extremos francamente exagerados: “Conozco y acepto que, con
ocasión de la incisión que se me ha de practicar en el pulgar de la mano derecha para
extraer una astilla enquistada, cabe la posiblidad, que no por improbable ha de
descartarse, de que se me introduzca un virus de la gripe aviar H1N1,
irremediablemente mortal, escapado del laboratorio que dirige el virólogo Yoshihiro
Kawaoka en la Universidad de Veterinaria de Wisconsin”.
He reflexionado largamente sobre esta propensión a avisar, en todas las esferas
de la vida, de los innumerables riesgos que acechan al hombre, en evitación de
reclamaciones por los inevitables daños y perjuicios que pueden causar, y he llegado a
la conclusión, que sin duda avalaría Segismundo, hijo de Basilio, rey de Polonia, que el
riesgo mayor del hombre es haber nacido. Y me he dicho que, dado el cariz que van
tomando las cosas, no está lejano el día en que los hijos reclamarán a sus padres por
haberles arrojado a este mundo. En prevención de ello, propongo a las autoridades,
estatales y autonómicas, que a toda madre gestante, antes de cumplirse la tercera
semana de gestación, se le implante en el útero -la ciencia dirá cómo- un formulario de
“consentimiento informado” para que sea firmado por el que ha de nacer, formulario del
que he preparado el siguiente borrador:

CONSENTIMIENTO INFORMADO PARA SER PARIDO

Instrucciones
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Este es un documento que ha sido preparado por la Sociedad Mundial Receptora


de Nacidos para informarte sobre la Vida en la que vas a ingresar, tal como prescribe la
Ley 1/2018, de 1 de enero, básica reguladora del Nacimiento Consciente, cuyo art. 8
dispone: “1.- El consentimiento al nacimiento se prestará o denegará expresamente y
por escrito. 2.- De prestarse, el Nasciturus será parido. 3.- De denegarse, el Nasciturus
será abortado. 4.- De no prestarse ni denegarse, en aplicación del Digesto 19.2.13.11,
núm. 300, que establece que ‘qui tacet consentire videtur ubi loqui potuit et debuit’, se
entenderá que se presta”.
Es importante, Nasciturus que vienes al mundo, ¡te guarde Dios!, que leas esta
información de forma cuidadosa y completa. Por favor, pon tus iniciales en cada página,
indicando así que la has leído; al final, escribe de tu puño y letra que consientes, o en su
caso rechazas, el parto propuesto por tu madre; y firma.

Introducción
Vivir entraña una serie de riesgos que, de no ser conocidos y aceptados,
conducen fatalmente a la infelicidad, por lo que es muy importante que los comprendas.
La decisión inividual de nacer o no ha de fundarse en la comparación de cada uno de los
riesgos con el beneficio potencial que puedan proporcionar.

Riesgos
Muerte. Es más que un riesgo: es una absoluta certeza. Es lo único seguro que te
ocurrirá en la Vida: que dejarás de vivir. Entiende bien que desde el mismo momento en
que naces ya te estás muriendo; que cada segundo que vivas te está acercando un
segundo más a tu muerte.
Ciertamente, ya lo dijo -en hebreo antiguo- Job, “militia est vita hominis super
terram”, y, como soldado que va a la lucha, irás pertrechado de armas así ofensivas
como defensivas, pero tu casco no será el del soldado James T. "Joker" Davis. El lema
que lucirá tu casco no será “born to kill”, sino “born to die”.
Beneficio potencial: Sabiéndolo, aprovecharás y disfrutarás cada segundo de tu
vida; y no lo malgastarás en gilipolleces.
Frustración. Mucho pretenderás y muy poco, si algo, conseguirás, porque hay
mucha variable que ni conoces ni controlas, y andan sueltos mucho hideputa, mucho
barbero, mucho cura, mucho bachiller empeñados en reducirte a la aldea.
Beneficio potencial: Sabiéndolo, no colocarás el éxito en el conseguir, sino en el
intentar. El intento es lo único que depende totalmente de ti.
Deus ex machina non est. No se descolgará de una grúa ningún dios para
resolver tus conflictos. No, no existe el deus ex machina. Para que no me entiendas:
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

como dijo el filósofo argentino Enrique Santos Discépolo, “cuando rajés los tamangos
buscando este mango que te haga morfar, no esperes nunca en la Vida ni una mano, ni
un amigo, ni un favor”. Para que me entiendas, el Séptimo de Caballería no aparecerá al
final para salvarte: fue aniquilado hace años cerca del río Little Bighorn.
Beneficio potencial: Saber que sólo cuentas con tu propio esfuerzo te llevará a
perfeccionar tus capacidades y a adquirir las que no tengas, con tendencia a la
excelencia.

Dación o denegación de consentimiento


He sido informado, y me doy por plenamente enterado, de que la presente
dación o denegación de consentimiento no podrá ser revocada por el abajo firmante en
ningún momento.
Así pues, …………… [presto / deniego, escribe lo que proceda] el
consentimiento para mi nacimiento, estando satisfecho/a con la información que se me
ha facilitado.
En…………………., a…… de…………….. de…….. …

Y es que, como ya dijo Platón, “no entre nadie en la Vida, que no sepa de qué va
la cosa”.
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

FROM SPAIN TO THE UNITED KINGDOM


[A Julian Chancellor,
por colega en la Fosca Vista;
a José María Navarro,
por perenne inspirador;
a Martín Garrido,
porque no tendrá ocasión de leer algo así
en el Diari de Tarragona]
Hace un par de meses recibí una comunicación de Graham Keeley, conspicuo
corresponsal del prestigioso The Times en Madrid. En ella, tras confesarse lector devoto
y habitual de El Chafardero Indomable y, en particular, degustador entusiasta de esta mi
sección -ceda Modestia a Verdad-, me pidió que compusiese un monóloco sobre la
posición de la sociedad española ante el llamado “problema catalán”, para que de él
tuviese una cabal comprensión el público británico.
Como es lógico, halagado por la distinción que me hacía, compluge
(incorrección que me suena mejor que el ortodoxo “complací”) su simpática petición
con el trabajo que titulé Desde España para el Reino Unido, que, puesto que no hablo ni
entiendo, y mucho menos escribo, el inglés, fue traducido a esta lengua por mi buen
amigo Mr. Chancellor, de lores presidente, con absoluta y académica corrección -según
me juró por la huesa de Shakespeare- bajo la rúbrica From Spain to the United
Kingdom.
Mi trabajo comenzaba exponiendo, con profusión de datos que lo acreditaban,
que nunca, desde la remota aparición en la localidad de Els Hostalets de Pierola
(Barcelona) del primer Pierolapithecus catalaunicus, allá por mediado el Mioceno, hace
la friolera de unos trece millones de años, nunca, nunca desde entonces, el territorio de
Cataluña se había constituido como sujeto político independiente y soberano, como no
lo fueron los condados de Kent o de Lancashire, por poner dos ejemplos que los
británicos entenderían. A continuación pasaba repaso a su historia económica, poniendo
de relieve -asimismo con remisión a las abundantes pruebas de ello- cómo su pujanza la
obtuvo merced a los privilegios, monopolios y momios que le fueron concedidos por los
sucesivos gobernantes de la ya nación española, en detrimento del desarrollo de otros
territorios que la integraban. Y concluía la exposición de hechos con las vicisitudes
jurídico-políticas por las que atravesó España desde comienzos del siglo XIX.
Valiéndome de los datos que me facilitó el ínclito profesor de Derecho Constitucional,
Navarro Viñuales, hice notar:
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EL MONÓLOCO
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-En primer lugar, que desde 1812 hasta 1975, fecha de la muerte del dictador
Franco, en España se habían sucedido nada menos que nueve Constituciones, nueve -
una cada dieciocho años-, a saber:
1.- Constitución de 1812
2.- Estatuto Real de 1834
3.- Constitución de 1837
4.- Constitución de 1845
5.- Constitución de 1856 (suspendida nada más aprobada)
6.- Constitución de 1869
7.- Constitución de 1876
8.- Constitución de 1931
9.- Constitución -Siete Leyes Fundamentales Franquistas- de 1938 a 1966
-En segundo lugar, resalté una de estas últimas, concretamente la Ley
Fundamental de 17 de mayo de 1958 por la que se promulgaron los XII Principios del
Movimiento Nacional (B. O. del E. núm. 119, 19 de mayo de 1958, páginas. 4511-
4512), siendo el IV del siguiente tenor literal: “La unidad entre los hombres y las
tierras de España es intangible. La integridad de la Patria y su independencia son
exigencias supremas de la comunidad nacional”, declaración que se remataba con el
lapidario artículo primero, que sancionaba: “Articulo primero.- Los principios
contenidos en la presente Promulgación, síntesis de los que inspiran las Leyes
fundamentales refrendadas por la Nación en seis de Julio de mil novecientos cuarenta y
siete, son, por su propia naturaleza permanentes e inalterables”.
Y continuaba yo señalando que a la muerte de Franco en 1975 los españolitos
estábamos hasta los cojones2 de tanta precariedad constitucional, por un lado, y, por
otro, del reactivo inmovilismo del principio transcrito del Movimiento -que poco se
movía al parecer-, por lo cual, haciendo todos y cada uno corazón de nuestras tripas, nos
dimos en 1978 una Constitución que si bien tenía vocación de eternidad, era, y así se
decía, esencialmente reformable con sujeción a ciertos requisitos, muchos o pocos
según la materia a reformar.
En concreto, referido al tema que me ocupaba, señalaba que esta Constitución,
en su artículo segundo, perteneciente al Título Preliminar, afirmaba la “indisoluble
unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles”,
artículo que, conforme al ciento sesenta y ocho, podía ser modificado por mayoría

2
Hasta los cojones: Así en el original en castellano. Como Mr. Chancellor, siempre prudente y educado,
se negó a traducir la frase por la correspondiente en inglés “up to the balls”, y como yo, siempre grosero y
descomedido, me empeñé en mantener la expresión, recurrí al latín, lengua culta en la que cualquier
ordinariez se tiñe de erudición. Y así, en el texto remitido al Times se leía “usque ad testes”, que muy bien
hubiese podido firmar Marco Tulio.
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EL MONÓLOCO
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cualificada de dos tercios de cada una de las Cámaras -Congreso de Diputados y


Senado-, disolución de éstas, elecciones, posterior aprobación de la reforma por las
nuevas Cortes Generales y ratificación por referéndum del conjunto de la Nación.
Ciertamente que el procedimiento era algo engorroso, largo y complejo, pero había que
tener en cuenta de dónde veníamos y las muchas hostias3 que nos habíamos repartido,
con saña, en las Guerras Carlistas, Guerra Civil, pronunciamientos, asonadas, revueltas
y levantamientos varios que habían caracterizado nuestra convivencia en los últimos
ciento setenta años.
Y así las cosas, decía mi artículo, el panorama que resultaba del censo electoral
en enero 2018, de las últimas elecciones celebradas en Catalunya en diciembre de 2017
y de la encuesta llevada a cabo en enero de 2018 por el Centre d’Estudis d’Opiniò de la
propia Generalitat de Catalunya sobre el contexto político de esa Comunidad, era el
siguiente:
-De un censo electoral catalán cifrado en 5.536.089 personas, votaron por
opciones secesionistas / independentistas de España, 2.387.056, un 43’11 %.
-De éstos, era partidarios de la separación unilateral, por ellos y ante ellos, sin
sujetarse al procedimiento previsto en la Constitución, esto es, partidarios de la
Declaración Unilateral de Independencia, 1.055.346, un 19’06 % del total.
Este 19’06 % -denunciaba yo-, con injusta, ilegítima e inmoral arrogancia se ha
arrogado la representación de tot el poble català, y desoyendo la prudencia y las
resoluciones de los Tribunales de Justicia, y confundiendo decibelios y escaños con
votos, se dedica con reiteración y cansina insistencia a joder la marrana4, montando
algaradas callejeras, insultando y despreciando pública y oficialmente los símbolos de
España, aprobando leyes contrarias al pie de la letra y al ala del espíritu de la
Constitución, del Estatuto Catalán y del sentido común, y organizando referéndums sin
apoyo legal alguno, con daño evidente a la economía -a la suya y a la de todos- y a la
convivencia -de los catalanes y del resto de españoles-.
Ha sido por ello, les decía a los amigos britanos, que el Estado Español ha
sacado a pasear el Código Penal y las policiales porras, instruyendo procedimientos
judiciales y sacudiendo estopa. Y terminaba preguntándoles qué consideraban más
justo, legitimo, democrático y moral ¿que el 19’06 % de los electores de parte del
territorio de un Estado actúen con violencia -máxima contra las Leyes e Instituciones,

3
Hostias: Así en el original en castellano. Por las razones expuestas en nota anterior, negándose Mr.
Chancellor a traducir la palabra por “blows”, tuve que acudir de nuevo al latín, por lo que en el texto
enviado figuró “hostias”, que también hubiese sido del agrado, creo yo, de Cicerón.
4
Joder la marrana: Así en el original en castellano. Por las mismas razones antes dichas, habiéndose
negado en redondo y en cuadrado Mr. Chancellor a consignar en su versión “screw the sow”, tuve que
acudir nuevamente al latín salvador, figurando en el texto remitido “futuere porcam”, con toda certeza del
gusto de Horacio e incluso de Virgilio.
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EL MONÓLOCO
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intensa en las palabras y moderada en la calle- para la destrucción del Estado, o que ese
Estado se defienda acudiendo a las Leyes y a los guardadores del Orden Público?
No puedo ocultar, y por ello no lo hago, que el monóloco me quedó muy, pero
que muy apañadito, por eso me he visto alta y desagradablemente sorprendido esta
mañana cuando el corresponsal Mr. Keeley me ha llamado para comunicarme que el
Consejo de Redacción de The Times había rechazado su publicación, con base en el
siguiente razonamiento:
Premisa mayor: Los catalanes -y es un axioma- son gente de buen sentido,
razonable, juiciosa y con un enfoque eminentemente práctico de las cosas.
Premisa menor: Nadie en su sano juicio, de ser ciertos los datos históricos,
económicos, demoscópicos y jurídico-políticos expuestos a lo largo del artículo, sería
partidario de una suicida, para Cataluña, y asesina, para España, “declaración unilateral
de independencia”.
Conclusión: Los datos manejados son, han de ser, falsos de toda falsedad, por lo
que el artículo es impublicable en The Times, que blasona de veracidad.
Al parecer, de todo el Consejo, sólo uno de sus componentes defendió con
vehemencia y entusiasmo su publicación, un tal Samuel Johnson, el cual, por mediación
de Mr. Keeley, ha puesto a mi disposición las páginas del semanario londinense
Universal Chronicle en el que aquél tiene gran influencia gracias al rotundo éxito de
público y crítica de la columna con la que colabora, titulada The Idler.
Tengo que informarme de ese Mr. Johnson y de su publicación, para juzgar si
están a la altura de mi pluma. De estarlo, aceptaré gustoso su invitación.
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EL MONÓLOCO
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LA DUCHA DE CASSEN

Desde hace unos cuantos meses, que ya van siendo demasiados, un lobo viene,
traicionero, a morderme por las noches. No me muerde, como a ese legionario anónimo,
audaz y temerario, el corazón, sino el hombro derecho, lo que me despierta y espabila y
levanta de la cama mucho antes de que Aurora extienda desde los balcones de Oriente
su rosáceo manto. Estas intempestivas y desveladas horas las dedico -en algo he de
ocuparlas- a encontrar una palabra, una frase, una expresión que defina nuestra época,
resaltando su más notable característica. En los momentos en que el lobo anda
enfurecido, se radicaliza mi pesimismo antropológico -movimiento en el que, tiempo ha
y a mucha honra, milito- y he acuñado, razonándola suficientemente, la denominación
“Coproevo”, o Edad de Mierda en román paladino (Merde Èpoque, se dirá cuando mi
sólido trabajo se traduzca al francés y Shit Age cuando al inglés). Y en los días en que el
avieso y lobuno cánido mitiga ligeramente su furor, sin soltar la presa, acosado por el
Celestone y la Scandinibisa que mi reumatólogo me infiltra con tino de banderillero de
postín, defino el tiempo actual como La Era del Monomando Programado.
Todo arranca de Cassen. Casto Sendra i Barrufet, actor y humorista, participó en
preciadas y míticas joyas del cine español como Atraco a las tres, de Forqué y Plácido,
de Berlanga, y alcanzó la cima del monte Parnaso de la Cinematografía Mundial, con su
participación en la in (superable + igualable + imitable) Amanece que no es poco, de
Cuerda, película en la que dio vida al cura don Andrés, sacerdote preconciliar de
mediana edad y muchísima nombradía, debida a que tenía una mano especial para la
liturgia, la cual llegaba al máximo con su afamado, por espectacular, alzamiento de
Hostia -de espaldas a los fieles-, hasta el punto de que gente de todo el mundo acudía a
presenciar sus Misas: universitarios de Eaton, metereólogos belgas y hasta disidentes de
los Coros del Ejército Soviético, que así, con tales palabras, era presentado el personaje
por el director en el dramatis personae del film.
Pues bien, mi admirado Cassen, corriendo el año 1961, protagonizó una serie en
televisión titulada En broma, cuyos programas se construían a base de sketches, en uno
de los cuales cantó y popularizó, y yo escuché, la canción La dicha es mucha en la
ducha, una de cuyas estrofas decía así:
Primero la caliente que abrasa de repente.
La mezclas con la fría mas quema todavía.
¡La dicha es mucha en la ducha!
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EL MONÓLOCO
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Los lectores vulgares, filisteos y colmadores de letrinas, tomarán a risa esta


reflexión, como los eleáticos se mofaron del bueno de Parménides cuando afirmó que
las cosas consisten en ser lo consistente (óν τó òν), sin advertir, necios, que con ello
fundaba la ontología, que es tanto como decir la metafísica, cénit de la Filosofía. Por el
contrario, el público prudente, discreto y avisado, notará de inmediato la trascendencia
gnoseológica del pensamiento casseniano. Analicemos brevemente el algoritmo que
desarrolla:
-El sujeto cognoscente se empelota y coloca bajo la alcachofa de la ducha. Tiene
ante él dos mandos. Uno, a la izquierda, señalado con un punto rojo o una alambicada C
(del tipo C ), que indica agua caliente; otro, a la derecha, señalado con un punto azul o
una no menos emperejilada F (del tipo F ), que indica agua fría5.
-El sujeto abre el mando de la izquierda y se abrasa; previa blasfemia, si es
creyente, o alarido, si es ateo, acciona el mando de la derecha pero el agua quema
todavía; abre más el del agua fría, tanto que se hiela; también previa blasfemia o alarido,
según el caso, compensa con el de la izquierda: no es bastante; aumenta el agua caliente:
es demasiado; vuelve al mando derecho: aún no es de su gusto; más izquierdo: casi; un
poco del derecho… Y así hasta que consigue la tibieza acogedora que andaba buscando:
¡la mucha dicha en la ducha!
-El sujeto, con ello, ha puesto en práctica, nada más y nada menos, que el
método científico de “ensayo/error” en búsqueda de la verdad o de la mayor
aproximación a ella. Y se ha servido también de la regla de inferencia en lógica
proposicional conocida como modus tollendo tollens, que establece que si una primera
afirmación implica una segunda afirmación, y la segunda afirmación no es verdadera, se
puede inferir, sin lugar a error, que la primera no puede ser verdadera. Es decir, si P
implica Q, y Q no es verdadera, entonces P tampoco es verdadera:

Si la temperatura del agua es la correcta (la que busco),


entonces no me abrasaré ni congelaré.
Es así que me quemo o me hielo;
por lo tanto, la temperatura del agua no es la correcta (la que busco).
-En conclusión: la ducha de Cassen permite al sujeto cognoscente acostumbrarse
a una forma de pensamiento científico, racional, falsable, que toma en consideración,
analiza, examina la realidad y las diferentes posibilidades ideológicas de acercarse a ella
hasta adoptar la postura que se tiene por más acertada; y esta práctica reiterada -es muy

5
Izquierda y derecha en el sentido del duchante y en el hemisferio Norte, que en el Sur, digo yo, será al
revés.
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EL MONÓLOCO
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conveniente ducharse todos los días desde la primera infancia- le hará aplicarla a todos
los órdenes de la vida.
Pero la Era actual no lo permite. Hoy no hay dos mandos en las duchas, tan solo
uno y además programado:
-El sujeto cognoscente/duchante sólo tiene que accionar el único mando hasta
que una rayita, grabada en la parte derecha del propio mando, coincide con un número,
también grabado en el mando en su parte izquierda6, entre 25º y 30º, y el agua que le
cae alta de la alcachofa es, de inmediato, de su agrado, sin abrasarse ni congelarse.
-Con ello, el sujeto cognoscente abdica de buscar por sí mismo la temperatura de
su gusto, adscribiéndose, con la exagerada fe del converso, a lo que otras mentes han
programado/pensado. El que el sujeto pueda elegir un número entre 25 y 30, o más alto
o más bajo, no invalida lo dicho: lo esencial, lo determinante, es que no alcanza por sus
propios medios la temperatura del agua, la verdad, o lo conveniente, sino que abraza lo
que otra mente ha pensado y programado.
-En conclusión: el monomando programado acostumbra al sujeto cognoscente a
no pensar por sí, a adherirse al pensamiento ya formulado por otro; y esta práctica,
reiterada salvo que se sea de natural guarro, le hará aplicarla a todos los órdenes de la
vida.
En esta desgraciada Era del Monomando Programado que nos toca vivir, si uno
es progresista o conservador o lo que sea, ante cualquier asunto (la educación, la
sanidad, la Justicia, las pensiones, la inversión pública, los impuestos, la conformación
territorial del Estado, etc.), el sujeto aplica las soluciones buscadas por los pensadores
de su facción, rechazando de inicio y de plano, sin analizar su posible bonanza, las
opiniones de las otras banderías.
Sin embargo, en la periclitada -si es que existió y no fue todo sueño y deseo- Era
de la Ducha de Cassen, el sujeto manipulaba los mandos de las diversas y contrarias
opiniones y propuestas, analizando por sí cuál de ellas, mezclada con las demás en
distintas proporciones -por rara excepción, aislada, en estado puro-, sería la más útil a la
prosperidad de la República7. Y así en cualquiera de los temas apuntados, para formarse
una opinión, para adoptar una solución a los problemas públicos, según las lecturas -
valgan por inteligencia- del duchante, éste tomaba algo del pensamiento dictatorial, del
aristocrático, del democrático, del populista, del capitalista, del socialista, del liberal,
del anarquista -que tantos mandos, y más, tenían las duchas-, abrasándose o helándose
por veces hasta lograr, mediante una adecuada proporción, la dicha de una ducha
honesta intelectualmente, por haber encontrado, o haberse esforzado en encontrar, la

6
Ver nota anterior.
7
En su sentido de Cosa Pública.
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solución más conveniente al bienestar del común, y ello por sí mismo, ajeno a las
recetas programadas por los ideólogos de cada una de las tendencias.
Era por Era, me quedo con la Era que era y no con la Era que es, por ser ésta
hechura de muerte, teniendo en cuenta que pensar no es como bailar, es todo lo opuesto:
si bailar de lejos no es bailar, y bailar pegados es bailar (Sergio Dalma cecinit), por el
contrario, pensar servil y esclavo -pegado a otro- no es pensar, y pensar libre e
independiente -alejado- es pensar; y si el pensar es condición del existir (Renatus
Cartesius cogitavit), no pensar por uno mismo es no existir, es estar muerto.
Hasta aquí mi pensamiento, que resumo sirviéndome de lo que Café Quijano
cantó del Amor: ¡qué grande es esto del pensar por uno mismo!8
Ahora piensa tú, lector discreto, lo que te dé la gana.
¡Faltaría más!

8
¡Y qué jodida la tendinitis de hombro!
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ARMA VIRUMQUE CANO

Con este hermoso, sonoro y rotundo verso, comienza Virgilio su Eneida. Bueno,
así comienza la versión corregida por sus amigos Vario y Tucca, que fueron los
primeros editores del épico poema. En el original virgiliano, era el verso quinto, al que
precedían:
Yo soy aquél que modulé otro tiempo canciones pastoriles
al son de mi delgado caramillo. Después dejé los bosques
y forcé a las campiñas colindantes a plegarse
al codicioso afán de los labriegos. Mi obra fue de su agrado.
Y ahora ARMA VIRUMQUE CANO…
Creo que hicieron bien los editores: el arranque del poema es mucho más
vigoroso con la eliminación de los cuatro primeros versos del original, escritos en
alabanza propia al recordar las Bucólicas y las Geórgicas; aunque no estaban mal del
todo, como lo prueba que inspiraron poemas posteriores.
Y así:
Rubén Darío abrió su poemario Cantos de Vida y Esperanza con los versos:
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
Y Manuel Alejando compuso para Raphael la canción cuya primera estrofa
decía:
Yo soy aquel,
que cada noche te persigue,
yo soy aquel,
que por quererte ya no vive.
Lo que prueba la eterna vigencia de los clásicos.
Pero no nos desviemos de lo que quiero contar. Arma virumque cano, que no
creo que la huesa de mi buen profesor de Latín, don Manuel Gormaz, se revuelva en su
tumba si lo traduzco por Canto al héroe y sus penalidades, es un verso que me marcó
desde que me enfrenté a él una mañana del otoño de 1967 en un aula del Instituto Goya.
Me marcó porque desde un primer momento tuve, y tengo, para mí que expresa con
elegancia y concisión lo que debe ser el fin último de la Literatura: cantar a quienes
28

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pasan por avatares, vicisitudes y calamidades, y se enfrentan a ellas con ánimo y


resolución, siendo lo de menos que las venzan o resulten derrotados.
Y en este mi declinar vital, que es literario amanecer al tiempo, antes de
morirme quiero, como trovó José Martí, echar mis versos del alma y cantar a mi vez,
épico, a un héroe.
He empezado por delimitar el concepto. No el concepto-en-sí, sino el concepto-
en-mí (¡qué le voy a hacer!, nadie sale indemne de haber visitado, auque con escaso
fruto, al teutonazo -y tostonazo- de Heidegger).
El DEL me dice que héroe en sí es la persona que realiza una acción muy
abnegada en beneficio de una causa noble, o que es ilustre y famosa por sus hazañas o
virtudes.
Según esa definición, por mi condición de profesional dedicado durante años a la
práctica abogacil del Derecho Civil, debería cantar a José Castán Tobeñas, autor de un
Derecho Civil Español, Común y Foral que, en la edición de la Editorial Reus, Madrid
1941, constaba de cuatro tomazos de 21 x 25 cm que completaban 2.547 páginas.
Indudablemente, ¡una heroicidad!, teniendo en cuenta que en esa época no existían
ordenadores ni bases de datos de legislación y jurisprudencia.
Y por mi condición de adicto irredento a jugar con las palabras, debería cantar a
María Moliner, autora del alabado y manoseado Diccionario de Uso del Español que,
en la edición de Editorial Gredos, 1966-67, constaba de dos tomos de 19 x 25 cm,
incluía 80.000 entradas y ocupaban 3.018 páginas. Indudablemente, ¡una hembrada! -
neologismo de mi invención, re-femenino de “hombrada”, palabra ya de por sí
femenina, con lo que acredito mi utilización de un lenguaje no sexista o generista-. Sí
señor, teniendo en cuenta que se sirvió de fichas escritas por ella misma a lápiz a lo
largo de dieciséis años, es toda una hazaña a la altura de “A puro huevo”, película de los
años 20 protagonizada por Tom Mix.
Pero no. Ni el Castán ni la Moliner son héroes-en-mí. Para mí, sólo alcanzan
dicho título los que llevan a cabo acciones de las que yo sería incapaz de toda
incapacidad; y con voluntad, constancia y trabajo, me considero capaz de escribir otros
cuatro tomos, si no son cinco, de Derecho Civil y otros dos, si no son tres, de uso
debido, e incluso indebido, de las palabras. Sin embargo, me conozco y sé que por
mucha voluntad, constancia y trabajo que le eche al asunto, nunca he sido, y nunca seré,
un hombre de recio carácter, resuelto, decidido, dado a explorar o inventar nuevos
mundos; no confío que mi vida pueda mejorar más allá de mi propio horizonte (“zona
de confort” dicen que se dice ahora), sino todo lo contrario; no tengo ningún interés en
saber qué hay más allá de la siguiente colina o del siguiente recodo del camino; me
horroriza un viaje de ida que no tenga vuelta; y detesto las trochas, las sendas, ¡no
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EL MONÓLOCO
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digamos el campo a través!, y, en general, cualquier vía que no esté bien asfaltada y con
arcén.
Por lo que tengo leído, todo lo que yo soy incapaz de ser lo fueron los llamados
“hombres de la frontera”, que llevaron a cabo la conquista del Oeste Americano. Esos
son los héroes-en-mí. De entre ellos, tres: Daniel Boone, Christofer “Kit” Carson y
David Stern Crockett, conocido como “Davy” Crockett. Y de los tres, a quien voy a
cantar es a éste último, a David “Davy” Crockett, el “King of the Wild Frontier”. Me he
decidido por él porque, a las notas de carácter comunes a ese tipo de hombres, añadió un
glorioso final, cuando con 31 voluntarios texanos, sin ninguna esperanza de victoria -
¡un Héctor Priámida redivivo!-, fue a encerrarse un 1 de marzo de 1836 en la ratonera
de El Álamo, una vieja misión franciscana, uniéndose a los 155 hombres que desde el
23 de febrero allí estaban al mando del coronel William B. Travis, para retrasar el
avance del general mexicano Santa Anna que comandaba una fuerza de 4.000 soldados.
Santa Anna puso cerco a la misión hecha débil fuerte, conquistándola el 6 de marzo, tras
lucha cuerpo a cuerpo en la que resultaron muertos todos los defensores.
Sí, definitivamente, voy a cantar a David “Davy” Crockett, sus penalidades y su
glorioso final.
Tomada la decisión, dada mi tendencia al auto-psico-análisis, me he preguntado
de dónde me viene mi condición de retrato en negativo de un “hombre de la frontera”.
Espeleólogo de mi pasado, he dado con la razón, que viene a avalar el principio de auto-
exculpación según el cual “Toda virtud es adquirida y todo defecto, heredado:
¡Cherchez le père!”. Mi padre, desde la más tierna infancia me advertía continuamente:
“¡Descubre mundos nuevos y te tocarán los huevos!”, así que ¡¿cómo coño iba a salir
yo?!
Resueltas las cuestiones previas, mañana me pondré a escribir el poderoso
hexámetro dactílico que abrirá mi épico cantar, el cual titularé Crockettíada. Reconozco
que suena a bar especializado en croquetas, pero si Ilíada se llamó el poema que cantó
lo ocurrido en Ilios y Eneida el que cantó lo sucedido a Eneas, ¡qué le voy a hacer!
Ser un escritor clásico a carta cabal tiene estos riesgos.
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MOMENTOS ESTELARES DEL PARLAMENTARISMO

Cuentan de sir Michael Hicks-Beach, Ministro de Finanzas en el gabinete


conservador que presidía lord Salisbury en la Gran Bretaña allá por el año 1895, que en
una intervención en la Cámara de los Comunes en defensa de los presupuestos generales
que él mismo había presentado, ante la airada increpación de un miembro de la
oposición liberal, interrumpió su discurso y, dirigiéndose a su compañero de bancada
más cercano, le dijo en alta voz: “Vaya, por favor, junto a él y dígale de mi parte que es
un cerdo”.
A la altura de esa cumbre de la oratoria parlamentaria se sitúa la actuación de
nuestro Ministro de Justicia el día de ayer en el Congreso de los Diputados. Presentaba
a la Cámara, para su aprobación, el proyecto de Código Penal redactado por el Gobierno
y que había sido aprobado en Comisión por los grupos que forman la actual mayoría
parlamentaria. En espera de que su discurso quede grabado en inmortales mármoles o en
nobles bronces, helo aquí en perecedero y vulgar papel:
“Señor Presidente, Señorías: Bla bla bla, bla bla bla, blablabla blabla. Blabla: bla
bla bla; bla bla bla. ¿Bla bla bla blabla? Bla. Blablablablabla, blablabla, blablabla,
blablabla. Bla, bla, bla. Muchas gracias, señorías”.
Y con prisa, recogió sus papeles, bajó de la tribuna de oradores y abandonó el
hemiciclo. A la salida fue abordado por una nube de periodistas que le preguntaron si no
consideraba una descortesía, una burla al Parlamento el discurso que acababa de
pronunciar, a lo que contestó:
“Tengo mucho trabajo pendiente en el Ministerio. Ayer me estaba devanando los
sesos preparando mi intervención de hoy y me dije: «Los grupos que constituyen
mayoría en la Cámara y apoyan al Gobierno, ya han aprobado el proyecto en Comisión,
y diga yo lo que diga no van a cambiar su voto; y los grupos de la oposición, que son
minoría, van a votar en contra, sean cuales sean los argumentos que yo exponga». Así
que, ¿para qué perder el tiempo componiendo un discurso? Mejor emplearlo en los
asuntos pendientes de solución. Y ahora, si me lo permiten, me voy volando al
Ministerio”. Y fuese, y no hubo nada.
Yo debería ahora glosar tan magnífica intervención; encomiar el sarcástico
discurso; resaltar la agria y mordaz y valiente ironía del Ministro, que pone de relieve
la inutilidad de estos Plenos del Parlamento, a los que los diferentes grupos acuden con
el voto decidido e irreversible, absolutamente impermeables a las razones que unos y
otros expongan en tan solemne ocasión. Pero me he dicho: ¿para qué? Los de mis
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EL MONÓLOCO
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lectores que sean inteligentes y con sentido del humor, ya lo habrán advertido; y los que
no lo sean ni lo tengan, no lo advertirán por mucho y bien que yo escriba. Pero por
exigencia del Director de El Chafardero Indomable, mis artículos han de tener una
mínima extensión. Así que, para cumplir con ella (me faltan un par de líneas), añado a
lo dicho: Bliblibli, bliblibli, bli. Blibli, bli. Blibli bli, bliblibli blibli, blibliblibli bliblibli.
Bli, bli. Blibli, blibli. Bliblibli, bliblibli. Bli.
Y observe el lector el cuidado que he puesto en no plagiar el discurso del señor
Ministro.
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¿CUÁNTO TARDAREMOS EN LLEGAR A DONDE VAMOS?

Con inefable horror me entero de que un equipo de la Universidad Politécnica de


Valencia está desarrollando, con fundadas esperanzas de culminarlo con éxito, el
proyecto de un medio de transporte de pasajeros y mercancías que levita por tubos al
vacío a velocidades de hasta 1.000 kilómetros a la hora.
Por inefable -todo horror extremo lo es, como nos enseña Conrad en El corazón
de las tinieblas- no puedo poner en palabras mi sentimiento, pero sí exponer la razón
por la que la mencionada noticia me lo causa. Y la razón es que revela que la Hybrisitis
que viene padeciendo desde el siglo XIX la Humanidad ha alcanzado tales grado y
extensión que la hacen, a muy corto plazo, irremediablemente mortal.
Es la Hybrisitis, como todo lo que acaba en -itis, una inflamación de la hybris; y
ésta, un concepto griego que bien puede traducirse -mi recordado Serafín Agud con
seguridad así lo haría- por desmesura, exagerados orgullo, soberbia y confianza, debidos
-y ahí está lo malo- no a un impulso irracional y desequilibrado -siempre disculpable-,
sino a un intento voluntario de transgresión de los límites impuestos al Hombre, bien
por los dioses, bien por la Naturaleza.
Los sabios antiguos nos previnieron contra la enfermedad:
-Historia de Ícaro (circa siglo XX a.C.):
Para escapar de Creta, Dédalo construyó para él y para su hijo Ícaro dos pares de
alas con plumas de aves. Las centrales las trenzó con hilo y las de los extremos
con cera. El padre advirtió al hijo: “¡Hijo mío, ten cuidado! No vueles
demasiado alto para que el sol no funda la cera, ni demasiado bajo, no sea que el
mar empape las plumas”. Pero Ícaro desobedeció la advertencia paterna, y
entusiasmado y enorgullecido por la altura a que le elevaban las alas, quiso
llegar hasta el sol. Al acercarse, el calor derritió la cera, las alas se desarmaron y
cayó al mar, donde se ahogó.
Así lo contaron Higinio, Ovidio, Isidoro de Sevilla y lo recoje Robert Graves.
-Libro del Génesis (circa siglo VIII a.C.):
«¿Con que os ha mandado Dios que no comáis de los árboles todos del paraíso?»
Respondió la mujer a la serpiente: «Del fruto de los árboles del paraíso
comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: No
comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir». Y dijo la serpiente a la
mujer: «No moriréis, es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán
los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal»
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Y Adán y Eva comieron y así les -nos-fue.


-Libro de Isaías (siglo VII a.C.):
¡Cómo has caído de los Cielos,
Lucero, hijo de la Aurora!
¡Has sido abatido a tierra,
dominador de naciones!
Tú que habías dicho en tu corazón:
“Al cielo voy a subir,
por encima de las estrellas de Dios
alzaré mi trono
y me sentaré en el Monte de la Reunión,
en el extremo norte,
subiré a las alturas del nublado,
me asemejaré al Altísimo”
¡Ya! Al Sheol (lugar de las almas olvidadas) has sido precipitado,
a lo más hondo del pozo.
-Solón de Atenas (siglo VII a.C.):
Nada en exceso.
-Heródoto (siglo V a.C.):
Puedes observar cómo la divinidad fulmina con sus rayos a los seres que
sobresalen demasiado, sin permitir que se jacten de su condición; en cambio, los
pequeños no despiertan sus iras. Puedes observar también cómo siempre lanza
sus dardos desde el cielo contra los mayores edificios y los árboles más altos,
pues la divinidad tiende a abatir todo lo que descuella en demasía.
Mal que bien -más mal que bien-, el Hombre siguió el sabio consejo de los
hombres sabios durante siglos, pero en el XIX la Técnica descubrió la máquina de
vapor, el teléfono, el motor de combustión interna, el avión, la bombilla y el pavimento
de las carreteras y el Hombre se dijo, para sí y para el Mundo, que “esto es Jauja” y
“todo el monte es orégano”, y rescató para su escudo el olvidado lema -anotado por el
fementido historiador Pedro Muñoz Seca- que Alfonso VII de Castilla concedió a don
Pero, duque de Toro, en recompensa por las tomas a los moros de las plazas Al-Coló y
El Olivo: “No hay barreras para mí; pues si hay barreras, las salto”, lema que el
dominico Henri Didon, en 1891, convirtió en citius, altius, fortius, pretendiendo, con la
formulación en latín, dotar de una espuria pátina de antigüedad clásica a lo que era
moderna invención.
¿Y a dónde nos llevó ese afán de ir más rápido, subir más alto y ser más fuertes?
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En el Victimario Histórico Militar publicado en la página de Internet “De re militari”,


me encuentro con el siguiente ranking de muertos causados por guerras, dictaduras y
genocidios, desde que el citado dominico pronunció su arenga -1891- hasta la fecha:

1. Comunismo Chino, de 1949 a la actualidad: 77.300.000 muertos (hasta 1987 )


2. II Guerra Mundial y Nazismo, de 1939 a 1945: 66.200.000 a 73.800.000
muertos
3. Comunismo Soviético, de 1917 a 1991: 61.900.000 muertos (hasta 1987)
4. Imperialismo de Japón, de 1894 a 1945: 25.692.000 muertos
5. I Guerra Mundial, de 1914 a 1918: 15.000.000 a 18.400.000 muertes
6. Guerra Civil Rusa, de 1917 a 1922: 9.640.000 a 14.940.000 muertos
7. Guerra Civil China, de 1928 a 1949: 7.692.000 muertos
8. Comunismo Norcoreano, 1948 a actualidad: 6.500.000 a 7.000.000 muertos
(hasta 2003)
9. Guerras de Indochina, de 1945 a 1975: 3.860.000 a 4.910.000 muertos
10. II Guerra Civil del Congo, 1998 a 2005: 3.800.000 a 4.400.000 muertos
11. Guerra de Corea, de 1950 a 1953: 2.945.000 muertos
12. Nacionalismo Turco, 1894 a 1938: 2.425.000 muertos (desde 1900)
13. Comunismo de Kampuchea, de 1975 a 1978: 2.100.000 a 3.000.000 muertos
14. Estado Libre del Congo, 1886 a 1908: 2.000.000 muertos (desde 1900)
15. Independencia de Bangladesh, 1971: 2.000.000 muertos
16. II Guerra Civil de Sudán; 1983 a la actualidad: 1.900.000 muertos (sin datos)
17. Guerras Civiles de Afganistán, 1979 a actualidad: 1.800.000 muertos (hasta
2007)
18. Guerras de Nigeria y Biafra 1966 a 1970: 1.500.000 muertos
19. Guerras Civiles y Comunismo de Etiopia, 1962 a 1993: 1.482.000 muertos
20. Genocidios de Ruanda y Burundi, 1959 a actualidad: 1.450.000 muertos (hasta
2003)
21. Régimen Baasista de Iraq, 1979 a 2003: 1.393.000 muertos
22. Guerra Civil de Angola, 1975 a 2002: 1.300.000 a 1.500.000 muertos
23. Invasión Vietnamita de Kampuchea, 1978 a 1989: 1.090.000 muertos
24. Comunismo de Yugoslavia, 1944 a 1989: 1.070.000 muertos
25. I Guerra Civil China, 1917 a 1928: 1.010.000 muertos
26. Guerra Filipino-Americana, 1899 a 1913: 1.004.200 muertos
27. Genocidio Colonial de Francia, 1900 a 1946: 1.000.000 muertos
28. Guerras Civiles de México, 1910 a 1920: 1.000.000 muertos
29. Guerra Civil de Mozambique 1975 a 1992: 1.000.000 muertos
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30. Colonialismo y Fascismo Italiano, 1912 a 1945: 922.000 a 1.068.000 muertos


31. Comunismo de Vietnam, 1955 a la actualidad: 908.000 muertos (hasta 1987)
32. Guerra Civil Española y Franquismo, 1936 a 1975: 810.000 muertos
A mí me salen 309.693.200 muertos, a los que hay que sumar millones y
millones de desplazados, millones y millones de huérfanos, de familias destrozadas, de
vidas, esperanzas y sueños rotos.
No soy tan estúpido como para ignorar que el progreso técnico, con la mejora de
las condiciones de vida de los hombres, ha evitado millones de muertes. Pero me atrevo
a afirmar que si efectuásemos un balance de situación, el resultado sería, con mucho,
favorable a la Muerte, a la Desesperación y a la Desgracia.
A la Humanidad en mi opinión, le ha faltado combinar de un modo efectivo el
citius, altius, fortius, con el rectius, doctius, benignius. Ciertamente, un deseo
vehemente de ser más justos, más instruídos y más bondadosos mitigaría las
consecuencias negativas de querer ser solamente más rápidos, más altos, más fuertes.
Pero la noticia que motiva este Monóloco es prueba de que los tiros no van por la
combinación, por la mitigación, sino todo lo contrario: ¡hay que potenciar el citius por
el citius! ¡Hasta los 1.000 kilómetros por hora!
Y por eso mi horror, para el que busco inútil consuelo en los versos de Cavafis:
Cuando emprendas tu viaje a Ítaca,
pide que que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
Ten siempre a Ítaca en tu mente.
Llegar allí es tu destino.
Mas no apresures nunca el viaje.
Mejor que dure muchos años,
y atracar, viejo ya, en la isla,
enriquecido de cuanto ganaste en el camino
sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.

Alto de ánimo y de ilusión, me pregunto a dónde vamos y cuánto tardaremos en


llegar. Y me responde el viejo cuento gallego que me contó mi padre:
“Tres empingorotados señoritingos de ciudad, de excursión por un trocha de la
Galicia interior, vieron llegar a ellos a un labriego. «Vamos a tomarle el pelo a este
ignorante», se dijeron, y el más graciosillo paró al paisano y le preguntó: «¿Podría
decirnos cuánto tardaremos en llegar a donde vamos?». El lugareño les miró a los ojos,
se rascó la cabeza y contestó: «Una media hora». Los tres señoritos se rieron con ganas,
y el mismo de antes le dijo: «Pero, alma de cántaro, ¿cómo puede decir eso si no sabe a
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EL MONÓLOCO
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donde vamos?». «¡Oh, sí lo sé, señorito, -replicó el campesino-. Por su pregunta tengo
por seguro que los tres se van directos a la mierda y yo, con perdón, cagué en este
mismo camino hace una media hora».
En gallego tenía más gracia, pero no más verdad.
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EL QUARTERBACK

Mis amigos íntimos son sabedores de mi profunda aversión por los deportes de
riesgo. Me he quedado corto: fiel seguidor del eminente y poco conocido filósofo latino
del siglo I a. C. Mamercus Cornelius Escarius, desde mi juventud me he atenido con
rigor a su aforismo “Olympiis odi et athletarum miserere”9, por lo que mi repulsión
alcanza a cualquier deporte, ya arriesgado, ya seguro, al extremo de que ni el juego de
petanca se libra de mi inquina10.
Por lo tanto, no es de extrañar que mi círculo íntimo quedase conmocionado,
estupefacto y turulato cuando el otro día me vio llegar a la reunión mensual luciendo:
casco de policarbonato, con celada de rejilla; protector bucal; almohadillas para
hombros, codos, caderas, muslos y rodillas; costillera para la caja torácica; cuellera;
concha para los testículos; y botas con tacos. Vamos, tal que así, pero en talla para
esmirriados:

Al asombro siguió la chacota: que si ya había llegado el Carnaval; que si era el


fichaje estrella de los Dragons Frenzied11 para la próxima temporada; que si estaba loco

9
Odia los juegos olímpicos y compadece a los atletas
10
Las bolas del juego pesan entre 650 y los 800 g, por lo que si caen sobre un pie pueden dañar
gravemente los huesecillos metatarsianos.
11
Los Dragones Frenéticos, equipo fabulado de la NFL, Liga Nacional de Fútbol Americano.
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EL MONÓLOCO
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de remate; y chanzas similares que ultimaron, gozosos, apodándome “el quarterback”12.


Acabado el alboroto, di comienzo al tiroteo, nutrido y certero -anda jaleo, jaleo-, de mis
bien compuestas razones que justificaban sólida y sobradamente mi exótica vestimenta,
razones de las que aquí dejo constancia.
La primera Ley de Kölreuter13, nos informa de que si se cruza una vaca hética,
perlética, perliperlambrética, cornúa y con el morro hocicúa, con un toro idiotizado por
la luna, los descendientes de primera generación serán todos héticos, perléticos,
perliperlambréticos, cornúos y con el morro hocicúa, iguales entre sí fenotípica y
genotípicamente. Y en virtud de dicha Ley, que es inexorable, si se cruzan unos
gobernantes progresistoides, alternativos, pseudo-ecologistas y antisistema con una
sociedad mayoritariamente necia y proclive al modernismo, al postureo y a la utopía, los
gobernados de primera generación serán todos progresistoides, alternativos, pseudo-
ecologistas y antisistema, iguales entre sí fenotípica y genotípicamente.
Por tal motivo, de un tiempo a esta parte, las calles de la ciudad donde resido…
¿He escrito calles…? Seré más preciso. Las aceras, sí las aceras, todas, de las calles de
la ciudad en que resido, se han visto invadidas hasta el colmo por diversos medios de
trasporte individual: bicicletas; patines de ruedas en paralelo; patines de ruedas en línea;
patinetes de tracción animal racional; patinetes de tracción eléctrica, con y sin manillar,
con y sin sillín; monopatines de todo tipo: skateboard, longboard, cruiser, freeboard,
waveboard, T-Board, flowboard, carveboard, hamboard, skate eléctrico, etc. ¡Hasta he
llegado a ver a un fulano deslizarse cuesta abajo en una acera, sobre unos esquíes con
ruedas, en vertiginoso eslalon!
Y se dio el caso de que, como por naturaleza, convicción y decisión, soy de la
estirpe de los viandantes, y, dentro de ella, de la familia de los despistados, en mis
paseos ciudadanos, de un tiempo a esta parte, con reiteración, he sido embestido,
atropellado, arrollado, derribado y golpeado por los enumerados ingenios de transporte.
¿Con qué consecuencias? Como los que los que los conducen suelen ir provistos de
casco, rodilleras y coderas, si por casualidad caían al suelo, a ellos no les pasaba nada.
¿Y a mí? Pues como vestía a la moda occidental normal, he sufrido todo tipo de daños y
quebrantos: contusiones musculares; lesión del ligamento medial colateral (LMC) y del
ligamento cruzado interior (LCA); desgarre de menisco; torceduras y esguinces de
tobillos; desgarros de tendones; tendinitis en los hombros; luxación temporomandibular;

12
El quarterback, en el fútbol americano, es el líder del equipo ofensivo, se sitúa detrás del center e inicia
todas las jugadas, de las que es el máximo responsable. Recibe hostias por doquier de los jugadores del
equipo contrario y se le conoce como “mariscal de campo”.
13
Joseph Gottlieb Kölreuter, precursor de Gregor Mendel, guisantero agustino, en los estudios de
genética.
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EL MONÓLOCO
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fractura de los huesos propios de la nariz; dislocaciones de hombro y de codo, etc.; por
no hablar de conmociones cerebrales.
Como no me pareció justo que quien es capaz de causar daño a otro tenga mayor
protección que quien es susceptible de sufrir el daño causado; y dado que las
autoridades municipales competentes -progresistoides, alternativas, pseudoecologistas y
antisistema-, por no ofender a su parroquia -igualmente progresistoide, alternativa,
pseudoecologista y antisistema- no ponían remedio a la situación dictando las
ordenanzas oportunas, que forzosamente habrían de ser restrictivas (fascistas, en la
terminología progresistoide, alternativa, pseudoecologista y antisistema), me dije que
era cuestión de protegerme por mí mismo, y de hacerlo hasta el extremo. Rechazada la
armadura medieval, por pesada y engorrosa, me decidí finalmente por las protecciones
de los jugadores de fútbol americano, vulgarmente dit rugby, y desde entonces no he
tenido lesión alguna, e incluso los energúmenos autopropulsados, asustados por mi
aspecto, evitan chocar conmigo.
Explicadas mis razones, mis amigos tuvieron mi decisión por justa, racional, útil,
pertinente y en sazón, la aplaudieron con entusiasmo y dieron vítores, aplausos y hurras
al quarterback, cuyos huesos, cartílagos y tendones desearon que guardase Dios muchos
años.
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ARDOR DEMOCRÁTICO Y ASAMBLEARIO

Corría que se las pelaba el año 1973 y estaba en pleno apogeo la era ante-
mortem de Franco, en la que las fuerzas antifranquistas redoblaban sus esfuerzos para
que, a base de darle tremendos disgustos, el denostado General muriese de muerte
natural, lo que conseguirían al fin en noviembre de 1975. En aquel tiempo, un fantasma
recorría la Universidad española, un fantasma optimista, radical y combativo, y un ardor
democrático y asambleario vibraba en nuestras universitarias voces.
Era un día de finales de enero en el que estaba convocada una asamblea de mi
Facultad, la de Derecho de Zaragoza, para debatir si se decretaba o no una huelga a
partir del día 30, con la finalidad de presionar al Consejo de Guerra que ese día se iba a
iniciar para juzgar a los miembros del colectivo Hoz y Martillo, situado ideológicamente
entre el trotskismo y el maoísmo, que el 2 de noviembre anterior habían
asaltado el Consulado Francés en Zaragoza, en protesta por las detenciones de
miembros de ETA VIª Asamblea que se estaban realizando en Francia, asalto
en el que, más por ignorancia inexcusable de la combustibilidad de la pintura
que por deliberado propósito de los asaltantes, le pegaron fuego al cónsul
Roger de Tur, que resultó muerto. Y muerte, precisamente, era la pena que
para ellos solicitaba el Ministerio Fiscal. La huelga, de acordarse, se iniciaría
el 30 de enero y había de durar hasta que se dictase la sentencia.
La Asamblea la había convocado la vanguardia de la intelligentsia
estudiantil, clase formada por, a saber: una base obediente integrada por los
lectores asiduos de Cuadernos para el Diálogo y Triunfo; una vanguardia
combativa formada por los lectores del Manifiesto Comunista; y una selecta
elite dirigente compuesta por los que habían abierto y hojeado alguna vez, sin
entender nada, El Capital (se rumoreaba que el máximo capitoste de la
aristocracia revolucionaria lo leía en alemán -Das Kapital- idioma que
desconocía absolutamente).
Tomada nota del número de asistentes -unos doscientos-, dio comienzo
la Asamblea presidida y dominada por la intelligentsia. Tras pocas y largas
intervenciones -todas de su vanguardia y todas a favor de la huelga- la
Presidencia estimó que el asunto estaba suficientemente debatido y que
llegado era el momento de pasar a la votación.
En ese momento, un espécimen revoltoso, disolvente y burlón, tomó la
palabra y planteó la cuestión de si la votación -cuyo resultado, por lo demás,
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EL MONÓLOCO
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estaba claro para todos- se resolvería por mayoría simple (la opción que
obtuviese más votos de los entre a favor, en contra, abstenciones y nulos), por
mayoría absoluta (la opción votada por la mitad más uno de los asistentes), o
por mayoría cualificada (dos tercios, por ejemplo, de los votantes). Se abrió
con ello un encendido debate con intervenciones a favor y en contra de cada
una de las posibilidades. En su transcurso, un compañero propuso someter a
una votación previa la decisión de qué tipo de mayoría había que adoptar,
propuesta que gozó de común aceptación. Pero entonces el mismo espíritu
burlón de antes dijo que no tenía ningún inconveniente en que se celebrase
una votación previa, pero que había que decidir previamente si la misma se
resolvería por mayoría simple, absoluta o cualificada, para lo que propuso una
votación previa a la previa, lo que originó un nuevo y enconado debate, que se
tornó violento cuando el exquisito de las mayorías afirmó que si la Asamblea
quería de verdad ser democrática, previamente a la votación previa a la que
había de ser previa a la votación de si se iba o no a la huelga, había que
resolver mediante la oportuna votación si el voto iba a ser público o secreto,
votación ésta -que sería previa a la previa de la previa a la votación definitiva
de la huelga- que a su vez requeriría de otra votación previa para decidir por
qué tipo de mayoría se resolvería, si bien se preguntó si no sería conveniente
celebrar otra votación previa que determinase si el voto de la votación previa a
la previa de la votación previa a la votación definitiva, había de ser público o
secreto, que a su vez planteaba la cuestión del tipo de mayoría que requeriría
dicha votación, lo que exigiría otra votación previa…
Se creó así una complicada estructura de muñeca rusa -matrioska,
mamushka o babushka, precisó un compañero rusófilo-, de votaciones previas
a las previas de las previas a la definitiva, para determinar si las votaciones,
cualquiera de ellas, había de ser pública o secreta y si se resolvería por una u
otra mayoría. A las dos horas de confusión, grita e insultos, cuando ya nadie
sabíamos qué nivel de votación estábamos discutiendo, intervino por primera
vez un compañero bien conocido por sus ideas anarco-individualistas para
sostener que lo que estaba ocurriendo en la Asamblea constituía la prueba
irrefutable de que rigor formal era una forma de decir rigor mortis, por lo que,
como terapia vivificadora, propuso que cada uno, individualmente, hiciese lo
que le saliese de los huevos o de los ovarios, según fuese su sexo y su
entender. La propuesta fue aprobada por aclamación regocijada, dándose por
concluido el acto.
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La huelga, según se mire, resultó todo un éxito: duró desde el 30 de


enero hasta el 5 de febrero siguiente, fecha de la sentencia en primera
instancia; fue secundada por el 95 % del alumnado de la Facultad, que quedó
así paralizada; y el Consejo de Guerra -aunque sinceramente no creo que fuese
por acojono ante nuestra presión-, condenó a los portantes de la Hoz y el
Martillo a treinta años de prisión, luego elevados a cuarenta y siete por una
instancia superior14.
Andando el implacable tiempo, al que nada detiene, la mayoría de los
asambleístas de aquel día llegamos a saber: a) que ETA VIª Asamblea no
merecía apoyo solidario alguno, sino desprecio y vituperio; b) que el
flambeado Roger de Tur había sido un acrisolado antifascista, que al servicio
de la OSS (Office of Strategic Services, antecedente de la CIA) se infiltró en
una organización nazi, denominada España o Muerte, que operaba en
Zaragoza después de la II Guerra, la cual tenía por misión facilitar la huída de
Alemania de criminales de guerra nazi, dándoles nueva identidad, empleo y
destino en diversos países, de lo que aquél daba debida cuenta a la OSS para
su persecución y detención; c) que Roger de Tur obtuvo el reconocimiento
ciudadano, siéndole dedicada una calle en Zaragoza; d) que los miembros del
colectivo Hoz y Martillo salieron en libertad en julio de 197715, gracias a un
indulto general; y e) que uno de ellos se jacta públicamente de que no tiene
nada de qué arrepentirse porque nunca tuvo intención de matar a nadie.
En lo que a mí respecta, como efecto de lo que dejo narrado, desde
entonces desconfío de las Asambleas Democráticas más que de los dánaos
cuando hacen regalos, hasta el punto de que nunca he asistido, ni asistiré, a las
Juntas de la Comunidad de Propietarios del edificio al que pertenece la casa
que habito.

14
La pena de muerte solicitada por el Fiscal y la tan prolongada reclusión a la fueron condenados me
parecieron excesivas, pero un buen par de hostias ya se merecían, ya, los acusados.
15
La imprudencia con resultado de muerte, en apoyo de ETA, les salió por cuatro años de prisión
efectiva, en aplicación de la atenuante muy cualificada de obrar por motivos antifranquistas.
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FOR THE TIMES THEY ARE A-CHANGIN’

O lo que es lo mismo: Porque los tiempos están cambiando. Tal es la advertencia


que nos hace Bob Dylan. Y a mi fe que tiene razón el nobel oficiante del moderno
mester de juglaría. Razón en lo del cambio, pero sólo en afirmar la existencia de un
cambio.
En mi adolescencia fui lector asiduo de las novelas del Oeste, joyas destacadas
de la luego llamada “literatura de kiosco”.
Alcanzada la razón en el tiempo en que es razonable alcanzarla, o sea con
cuarenta años bien cumplidos, fui leedor devoto de la Ilíada.
Extremada la razón, me instalé, con vocación de permanencia indefinida, en el
locus amoenus del Ingenioso Hidalgo de la Mancha.
Rendido a la primacía de la helicónida Calíope, vencedora sin discusión de sus
ocho hermanas, y también de la temida titánida Temis y ya no digamos de la divinidad
Aún-Sin-Nombre favorecedora de la Física Cuántica, escarbé superficialmente, sin
llegar a excavarlas, las tierras fronteras a México de Nuevo México y Texas.
Y ahora que resido en la Alta Senectud, navego desorientado por los espacios
interestelares de la Galaxia en guerra, en un intento de acercarme a los héroes de mis
nietos, para una mejor comprensión del mundo y literatura que a ellos les son propios.
He ordenado cronológicamente los autores destacados de mis reseñadas lecturas:
Homero, Cervantes, Faulkner, Cormac McCarthy, Frank Caudett, y James Luceno. Los
he comparado en un mismo terreno: la descripción de muertes. Y he aquí el resultado
obtenido:
Homero: “Apenas hablar así, el cumplimiento de la muerte lo cubrió. / El
aliento vital voló de la boca y marchó a la morada de Hades, / llorando su hado y
abandonando la virilidad y la juventud”.
Cervantes: “Y, tomándole un desmayo, se tendió de largo a largo en la
cama […] En fin, llegó el último de don Quijote, […] el cual, entre compasiones
y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu: quiero decir que se murió.
Faulkner: “Continuó sentado, inmóvil, impertérrito, observando cómo los
dedos temblorosos y pequeños de Mink se esforzaban en colocar de nuevo el
percutor en posición de tiro y en hacer girar el tambor hasta poner la única bala
bajo su acción […] Produjo un ruido estruendoso, aunque Mink no fuese capaz
de oírlo. El cuerpo de su primo se retorció en un curioso movimiento convulsivo
y arrastró la silla en su caída”.
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EL MONÓLOCO
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Cormac McCarthy: “Chigurg le disparó a la cara. Todo cuanto Wells


había sabido o pensado o amado en su vida se escurrió lentamente por la pared
que tenía detrás”.
Frank Caudett: “Apretó ambos gatillos con los cañones proyectados a
menos de un palmo del rostro de Perry Kimble que, en un abrir y cerrar de ojos,
quedó convertido en un estallido rojo, sanguinolento, destrozado por completo,
escupiendo pedazos de hueso, saliendo disparadas las pupilas en direcciones
distintas, igual que si tuviesen vida propia... Mejor dicho, muerte propia”.
James Luceno: “Al verlo, el humano de largos cabellos se giró hacia él y
disparó. Los sensores de calor de OLR-4 entraron en rojo y sus sistemas
sobrecargados lanzaron un chillido. Los circuitos se le fundieron, mientras
transmitían una última imagen al ordenador central, antes de desaparecer de la
existencia”.
Sí, Bob, tienes más razón que un santo en afirmar el cambio. En lo que te
equivocas, admirado Bob, al final de tu cantar, es en advertir, recomendar u ordenar
que, porque los tiempos están cambiando, los padres y madres de todo el mundo -en
cuyo número me incluyo yo como abuelo-, dado que nuestro viejo camino es ya una
ruina, debemos tender la mano de la comprensión a nuestros hijos e hijas, e incluyo
nietos y nietas, o dejar libre el nuevo camino.
Ahí no, Bob, querido, ahí no. Una y mil veces, no. Yo educaré a mis adorables
nietos en las muertes de Héctor Priámida y de Alonso Quijano, las cuales les encomiaré;
y les silenciaré o denigraré las de Flem Snopes, Perry Kimble y, sobre todo, la de OLR-
4. Que los tiempos están cambiando, sí, Bob del alma mía, pero tanto, tanto…, no creo.
O creo que hay que resistirse con denuedo a ese tanto.Y en eso estoy.
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NUEVO -Y NECESARIO- ELOGIO DE LA NECEDAD

Desiderius Erasmus van Rotterdam o Desiderius Erasmus Roterodamus o, más


vulgarmente, Erasmo de Roterdam, compuso en 1508 la obra que intituló Morias
encomion, id est: stvltitiæ lavs, que, en román paladino, viene a ser Encomio de la
necedad o Elogio de la estupidez. En ella, con manifiesta ironía, se pregonan los
beneficios que una y otra, si acaso no son lo mismo, han deparado a la sociedad, siendo
la necedad (de ne-scire) la ignorancia, el no saber lo que se debe saber; y la estupidez
(de stupere), el alelamiento, la falta de inteligencia, de entendimiento o comprensión.
Por la fecha de composición, el amigo Desiderio no pudo incluir en su larga
relación la más alta merced que vieron los siglos pasados, los presentes ni esperan ver
los venideros, generada por la estupidez / necedad de unos jueces -cualidades, por otra
parte, nada extrañas a la generalidad de tales togados-. A remediar esa falta, acude mi
proclama de hoy, en la que ensalzo la insoportable necedad del juez.
Corriendo la primavera de 1569, en el Madrid cortesano del Segundo de los
Reyes Felipes, un tal Antonio de Sigura resultó herido, que no muerto ni mutilado, o
sea, con meras lesiones, pongamos que leves, graves o de pronóstico reservado, en
duelo contendido con un desconocido Miguel de Cervantes. Se celebró juicio en
rebeldía de éste -que se ve que se olía la tostada-, siendo la sentencia su condena a que,
con vergüenza pública, le fuese cortada la mano derecha, y al destierro de los filipinos
Reinos por tiempo de diez años, sentencia para cuya ejecución se dictó el 15 de
septiembre de ese año orden de busca y captura del entonces joven Miguel, el cual,
puestos los pies en polvorosa, ya se encontraba camino de Italia.
Siendo, como es, la justicia proporción, y siendo, como es, la misión de los
jueces el hacerla, hay que concluir que los que tal sentencia pronunciaron no la hicieron,
o sea, que no supieron lo que deberían saber sobre su misión o eran unos alelados: esto
es, fueron estúpidos o necios. Para su deshonra, los pondré en la picota consignando sus
nombres: los licenciados Salazar, Ortiz, Hernán Velázquez y Álvaro García de Toledo.
Andando el tiempo, hasta 1597, a Miguel de Cervantes, que tres años antes había
sido recaudador de alcabalas y tercios en el reino de Granada, se le descubrió un alcance
o descubierto en las cuentas que presentó: debiendo haber recaudado, e ingresado en las
arcas públicas, 2.557.029 maravedís (al cambio actual unos 360.000 euros), tan solo
había entregado 2.467.225, faltando por tanto, y por lo que se le pidieron explicaciones,
89.804 (en moneda actual, unos 12.650), que, quizá por error de transcripción, se
quedaron en 79.804 maravedís (hoy 11.250 euros, más o menos). La Agencia Estatal
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Tributaria de entonces, radicada en la capitalina Madrid, dictó una orden dirigida al Juez
de Sevilla para que Miguel de Cervantes prestase fianzas de que en el plazo de veinte
días se presentaría en la Corte a dar cuentas y pagar, en su caso, el descubierto, cifrado,
como se deja dicho, en 79.804 euros; y para el caso de que no prestase las dichas
fianzas, lo prendiese y enviase preso y a buen recaudo a la cárcel real de la Corte.
Pues bien, el juez sevillano que había de cumplir la orden, ahíto de necedad,
estupidez o rebujitos, le exigió fianza por el total montante de 2.557.029 maravedís,
cifra inalcanzable para Miguel de Cervantes, y por no afianzarla, en vez de detenerlo y
mandarlo a Madrid, que era lo encargado, ordenó el 6 de septiembre de ese 1597 su
ingreso en la cárcel de Sevilla, en la que permaneció hasta marzo de 1598, en que lo
excarceló por nueva orden real. Por juez injusto, estúpido y necio, prevaricador e
hijoputa y quién sabe si borrachín también, lo nombraré para su eterna deshonra:
licenciado Gaspar de Vallejo.
Pero es el caso que las dos estupideces o necedades judiciales que dejo relatadas,
generaron enorme, desorbitado, colosal, giganteo provecho para el propio afectado y
para el Universo de la Literatura.
En lo personal, gracias al primer desafuero judicial, Miguel de Cervantes pasó a
Italia, donde bebió en las fuentes de Renacimiento y tuvo ocasión de alistarse en los
viejos tercios, y participar, con honor, en la batalla de Lepanto a las órdenes del regio
bastardo don Juan de Austria, logrando así su ideal de asemejarse en un todo a su
venerado Garcilaso de la Vega, encarnando los valores de la época del primero de los
reyes Carolos. Y feliz es quien llega a ser lo que quiso ser, felicidad que le ayudó a no
desfallecer en las innúmeras desventuras que le acontecieron a lo largo de su vida.
En lo universal literario, el segundo tuerto le llenó, hasta el colmo, de desilusión,
desencanto y amargura, a causa de lo cual, en su estancia carcelaria, comenzó a
pergeñar la epopeya quijotesca, en la que -bien leída- volcó su negra bilis, epopeya que
ha marcado un antes y un después en la Historia de la Literatura y por la que ha
conseguido perpetua y extendida memoria. ¡Y qué más se puede pedir que seguir siendo
después de dejar de ser!
En conclusión: que no hay estupidez o necedad que por bien no venga.
Renovemos, por tanto, su alabanza.
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ESPAÑA, NACIÓN DE NACIONES


Un amplio sector de la izquierda de mi país propugna constituirlo en Estado Federal
como única solución de los problemas de tensión o cohesión territorial que le agobian. Tal
solución está fundada en el concepto de España como nación de naciones. Llevaba un tiempo
reflexionando sobre esta cuestión y pensé adherirme a dicho planteamiento. Vale, me dije,
aceptemos que España sea una nación de naciones; pero de inmediato me surgió una duda: ¿de
cuántas y de cuáles naciones se compone la nación España? Lo que me llevó a un repaso de
nuestra Historia. Y me encontré lo siguiente:

En un principio, que podríamos llamar inflacionario, antes de la llegada de los romanos


imperialistas, unificadores y exterminadores ellos, hubo un mosaico de pueblos o tribus,
independientes unas de otras y bien diferenciadas, a saber: Mastienos, Turdetanos, Bastetanos,
Bástulos, Oretanos, Ilercavones, Turboletas, Lobetanos, Edetanos, Contestanos, Laietanos,
Ausetanos, Bergistanos, Andosinos, Iacetanos, Indigetes, Ilergetes, Ártabros, Quarquernos,
Gigurros, Límicos, Tamagunos, Orniacos, Lugones, Paesicos, Tamaricos, Coniscos,
Orgenomescos, Vadanienses, Turmódigos, Nervios, Várdulos, Vascones, Túrdulos, Brácaros,
Titos, Belos, Lusones, Turboletas, Lobetanos, Pelendones, Arévacos, Berones, Vacceos,
Vetones, Carpetanos, Suessetanos, Sedetanos, Astures, Cántabros, Autrigones, Caristios,
Ceretanos, Sordones, Lacetanos y Cesetanos. Salvo omisión o inclusión indebidas, o error en la
cuenta, me salen 56. ¿Se pueden considerar pre-naciones o proto-naciones de las naciones
componentes finales de la nación España?

En la Edad Media Inferior o principios de la Baja Edad Media, la cosa se simplificó o


contrajo, y el puzle anterior se resumió en: Reino Suevo, Reino Visigodo y los irreductibles
astures, cántabros y vascones que seguían empeñados en sus tribunidades. ¿Los consideramos
socios fundadores del Club España?

Mediada la Edad Media, el Club se descompone un tanto y aparecen: Reino de Galicia,


Reino de León, Reino de Castilla, Reino de Aragón, Reino de Mallorca, Reino de Toledo, Reino
de Valencia, Reino de Sevilla, Reino de Còrdoba, Reino de Jaén, Reino de Murcia, Reino de
Navarra, Reino de Granada y Principado de Cataluña. ¿Son éstas las naciones que deben
conformar la España actual?

A finales de la Edad Media y en la Edad Moderna, los anteriores reinos se fundieron en


tres: Corona de Aragón, Corona de Castilla y Reino de Navarra. ¿Nos quedamos con estas
naciones?
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Ya en la Edad Contemporánea -ayer como quien dice- el Proyecto de Constitución


Federal de 1873, estableció en su artículo 1: Componen la Nación española los Estados de
Andalucía Alta, Andalucía Baja, Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla la Nueva,
Castilla la Vieja, Cataluña, Cuba, Extremadura, Galicia, Murcia, Navarra, Puerto Rico, Valencia
y Regiones Vascongadas. Excluidos hoy en día, por razones obvias, los Estados de Cuba y
Puerto Rico, ¿son los quince Estados restantes los componentes de España?

Pero por las mismas fechas, para desesperación de Pi y Margall, se proclamaron


Cantones Independientes: Cataluña, Málaga, Cádiz, Valencia, Granada, Sevilla, Alcoy,
Cartagena, Algeciras, Almansa, Andújar, Jaén, Torrevieja, Murcia, Castellón, Salamanca,
Bailén y Tarifa (por no incluir la muy literaria y torrentiana Castroforte del Baralla). ¿Son estos
dieciocho Cantones Independientes, junto con los territorios que no se cantonizaron, las
naciones integradas en la nación española?

Tras mucho cavilar no he llegado a una conclusión clara, rotunda, definitiva. Ignoro qué
naciones puedan constituir la nación española. Y aún hay más: suponiendo que se llegase a la
constitución de un Estado Federal integrado por las diversas naciones, sean éstas las que sean,
en pie de igualdad, ¿solucionaría ello las tensiones territoriales creadas fundamental, si no
únicamente, por Cataluña y País Vasco, adalides de la diferencia en exclusiva, entendida como
“yo sí soy diferente pero vosotros no”?

Por todo ello me siento tan perplejo y desalentado como debió sentirse Pi y Margall,
genialmente caricaturizado -él y la situación reinante en la España de 1873- en la revista La
Flaca (no es por presumir, pero la leyenda al pie es mía):

¿España, nación de naciones?


¡Vaya un lío de cojones!
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DIMES Y DIRETES SOBRE LA LEYENDA DE FILÍPIDES

A poco leído, o deportista -o deportista leído-, que seas, lector, tendrás noticia
del tal Filípides, del que cuenta la leyenda que, tras la victoria de la coalición de
atenienses y plateos contra los persas invasores, allá por el 490 a. C., corrió, con armas
y todo el equipo, desde la llanura de Maratón, escenario de la batalla, hasta Atenas,
distante 42’195 kilómetros, llegó ante los mandamases de la ciudad, les dijo ‘hemos
vencido’ y cayó muerto.
Una leyenda, según el DEL, es un relato basado en un hecho real, pero
deformado o magnificado por la fantasía o la admiración. Con humilde soberbia
considero que la definición diccionarista, regia, académica, hispánica y lingual, es
incompleta: además de lo anotado, para que el relato deformado de un hecho real
merezca la gloria de la leyenda, ha de ser ejemplarizante, servir de modelo. Y así, a la
inquieta luz del farol de esa definición completada examinemos la leyenda de Filípides,
para ver si se ajusta a ella.
Vayamos al hecho real. Según Hēródotos Halikarnāsseús (Historia VI), que
escribió su relato unos treinta o cuarenta años después de los hechos y se basó en
testimonios de participantes en ellos, por lo que hay que otorgarle un alto grado de
credibilidad, no menos que a Santos Juliá por poner un ejemplo, el 12 de agosto o
septiembre del 490 a. C., en la llanura de Maratón, allá en la Hélade continental, un
ejército compuesto por 10.000 hoplitas atenienses y 1.000 plateos, se enfrentó a otro
persa, invasor, formado por 25.000 infantes (había también 5.000 soldados de
caballería, pero éstos estaban embarcados para dirigirse a toda vela hasta Atenas). Sigue
contando el Padre de la Historia, y de esta historia, que ambos ejércitos combatieron
durante toda la mañana, siendo el resultado final: Coalición ateniense-platea, 192 bajas;
Persas, 6.400. En la quiniela, un 1, con los persas huyendo en desbandada con el escudo
entre las piernas. Y advertidos los vencedores de que la embarcada caballería de los
vencidos se dirigía contra Atenas, a la que suponían desguarnecida, los 10.808 hoplitas
sobrevivientes de los coaligados marcharon con sus bagajes a todo correr hacia Atenas
(distante, recordemos, 42’195 kilómetros) para protegerla, a la que llegaron al atardecer.
Los persas lo hicieron a la mañana siguiente y, al ver que la ciudad estaba bien
defendida, volvieron popas y se largaron a Asia, de donde habían venido.
¿Y Hēródotos no dice nada de Filípides, me preguntarás, lector interesado? Pues
sí. Dice de él que era un hemeródromo o corredor-mensajero oficial en la Grecia clásica,
que, unos días antes de la batalla, fue enviado por los atenienses a Esparta para pedir su
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ayuda en la lucha contra el invasor persa, a lo que le dijeron que sí, que encantados se
sumarían a la lucha, pero que acudirían cuando fuese luna llena (y para cuando la luna
se llenó, ya todo se había consumado). El caso es que el Filípides hizo el viaje de vuelta
de Esparta a Atenas, unos 246 kilómetros, en dos días.
En verdad, tales hechos no tenían nada de ejemplares. El que unas tropas
recorriesen 42’195 kilómetros en unas 6 horas (7’03 kilómetros a la hora), siendo una
buena marca, no es portentosa, merecedora de constituir una leyenda. Lo mismo lo del
Filípides: 246 kilómetros en 2 días, suponiendo que corriese 12 horas al día, dan como
promedio 10’25 kilómetros a la hora, lo que, siendo notable, tampoco es una plusmarca.
(Compara, lector: el récord mundial de maratón lo tiene desde septiembre de 2018 el
keniano Eliud Kipchoge en 2 horas, 1 minuto, 39 segundos, lo que da un promedio de
20’81 kilómetros a la hora)
De lo expuesto se deduce, con la claridad de una certidumbre, que ni los
innominados hoplitas atenienses y plateos, ni el hemeródromo Filípides, llevaron a cabo
una gesta ejemplarizante, ni en lo físico ni en lo moral, que pudiera elevarse a la
categoría de leyenda.
Allá por el año 100 d. C., o sea, 590 años, ¡que ya son años!, después de la
batalla de Maratón, Lucius Mestrius Plutarchus (Obras Morales y de Costumbres V.
Capítulo ¿Los atenienses fueron más ilustres en guerra o en sabiduría?, apartado 3),
silencia la marcha del ejército y, citando como fuente a un tal Heráclides Póntico,
cuenta que la noticia de la victoria la llevó de Maratón a Atenas un tal Tersipo Erquieo
(o quizá fuese otro mensajero de nombre Eucles), pero no dice que al llegar muriese
(‘έμπίπτω’, término que utiliza el Plutarchus, emendate, significa presentarse de pronto,
abalanzarse, caer de bruces -como mucho-, pero no morir, que se decía ‘άποθνήσκω’ o
‘τελευτέω’), ni que pronunciase el famoso ‘vencimos’ (‘χαίρετε καὶ χαίρομεν’,
expresión de la que se sirve el autor, también emendate, significa ‘¡saludos y
alegrémonos o estemos de enhorabuena!’, pero no ‘hemos vencido’, que se decía
‘νενικήκαμεν’).
Vemos, por tanto, que ha empezado a retorcerse la realidad, pero el
retorcimiento, por las mismas razones antes dichas, seguía sin ser suficiente para
merecer el título de leyenda.
Así las cosas, en el 165, más o menos, d. C., Lucianus Samósatus, dada su
condición y calidad de conspicuo escritor satírico-irónico-humorístico, fue el que dio
otra vuelta de tuerca al retorcimiento de la verdad histórica: al mensajero le llamó
Filípides, le hizo decir el ‘νενικήκαμεν’, ‘¡hemos vencido!’, y le hizo morir exhausto.
A pesar de que el samosatiense, en sus escritos, fue bien sincero al proclamar:
“Escribo, por tanto, acerca de lo que ni vi, ni comprobé, ni supe por otros y, es más,
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acerca de lo que no existe en absoluto ni tiene fundamento para existir. Por lo tanto, los
que me lean no deben creerme en absoluto”, a pesar de ello, digo, a pesar de tan
escandalosa sinceridad, el mundo tragó y dio por buena su versión, y le otorgó licencia
de leyenda que ha llegado hasta nosotros.
¿Leyenda? Parémonos un punto a reflexionar sobre este aspecto. Primero: ¿qué
necesidad tenía el Filípides de ir a todo correr de Maratón a Atenas para dar el resultado
de la batalla?, ¿qué más daba que llegase al día siguiente, o al otro?; ¡un tonto, eso es lo
que era el Filípides, un tontarra! Segundo: correr 42’195 kilómetros en 6 horas tampoco
era para llegar a una extenuación mortífera; ¡un blando!, eso es lo que era el Filípides,
un hombre blandengue, que decía el Fary. Por lo tanto, siendo un tonto y un blando,
¿qué tiene de ejemplarizante su acción? Y si, como es evidente, nada tiene, no puede, no
podía, merecer la corona de la leyenda. ¡Pero el mundo tiene unas tragaderas…!
Menos mal que en tiempos más recientes, los años cuarenta del siglo XX, el
eminente y escasamente conocido José Bastida (Historia de Castroforte del Baralla)16,
llevó a cabo la adulteración definitiva, de fabula ferenda, de los hechos: tomó la
versión, ya re-corrompida de Lucianus Samósatus, pero -¡y ahí su genialidad!- hizo
morir a Filípides ¡a mitad del trayecto! Escribe Bastida: “Había muerto [Filípides]
justamente a mitad del camino, pero era tal su prisa, era tal su obsesión por llegar
pronto, que no se dio cuenta y siguió corriendo. Pero, claro, al llegar y gritar
«¡Victoria!», lo que constituía el motivo de su obsesión desapareció; se dio entonces
cuenta de que estaba muerto, y cayó a los pies de los ancianos”.
Ahora, sí. Ya tenemos completa la leyenda: hecho real, falseado y ejemplar;
pues esta versión es, en verdad, en verdad os digo, ejemplarizante: sólo la obsesión
mantiene vivo al hombre; cuando no existe o se abandona, el sujeto adquiere
conciencia de que está muerto y se muere. Esa es la moraleja que hace legendaria la
acción de Filípides. Quien no tenga y mantenga contra viento y marea una obsesión que
le consuma, téngase por muerto, por muy vivo que se crea. Da igual cuál sea el agente
obsesionante, aunque es preferible que sea legal y moral, en evitación de juicios y
condenas humanos o divinos, aunque los ilegales o inmorales también sirven como
ejemplo de lo que ha de evitarse.
Estoy seguro de que tú, lector, si por desgracia perteneces a la estirpe de los
impertinentes, y profesas, ¡desventurado!, en la Orden de la Psiquiatría o acaso en la de
la Psicología, te habrás llevado las manos a la cabeza. “¡¿Pero cómo es posible -te dirás-
que este irresponsable haga apología de la obsesión, siendo que la misma es nociva de
toda nocividad ya que es una idea o pensamiento intrusivo, recurrente, persistente,
incoherente e irracional, que causa ansiedad, temor, inquietud y preocupación, o sea,

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De ello da noticia Gonzalo Torrente Ballester en La saga / fuga de J. B. Ed. Destino, 1972
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infelicidad absoluta, y que si se acompaña de una conducta repetitiva, de una


compulsión, dirigida en principio a reducir la ansiedad, pero que acaba potenciándola,
se convierte en un TOC, esto es, en un patológico trastorno obsesivo compulsivo?!” A
lo que te respondo que, siendo, como soy, un humilde servidor de las palabras, siempre
me atengo a su más prístino significado, el cual encuentro en su historia, que es tanto
como decir en su etimología. Y en este plano has de saber, lector, que ‘obsesión’ viene
de obsessio, -ōnis, palabra formada por el prefijo ob- (delante, ante) y el verbo sedeo
sedi sessum, cuyo infinitivo es sedere (quedarse fijo), por lo que obsessio viene a
significar ocupación permanente delante de algo, de un espacio o un lugar (y de ahí que
se utilizase esa palabra para designar lo que nombramos ‘asedio’). En consecuencia,
podemos hoy definir la obsesión como una idea que se queda fija ante nuestra mente, lo
que, en principio no es ni bueno ni malo. El encomio que hago de la obsesión se basa en
que mantiene vivo al obsesionado. Cierto que hay obsesiones muy, muy nefastas, de las
que hay que huir como de si un mal encantador se tratase (y estoy pensando en Adolf
Hitler, epítome de ellas). Pero también, diis gratias, hailas fastas, muy, muy fastas,
productoras de pingüedinosos beneficios: por la obsesión de Cristoforo Colombo fue
descubierta América; por la obsesión de Johann Ludwig Heinrich Julius Schliemann,
fue desenterrada Troya y puesta en la Historia; por la obsesión de John Winston Lennon
y James Paul McCartney existieron The Beatles; por la obsesión de Alonso Quijano
nació don Quijote. Y nota, lector, que, cuando la acción conjunta de curas, barberos,
bachilleres, nobles y labriegos hizo imposible al caballero universal obsesionante, el
hidalgo manchego obsesionado murió.
¡Ahí queda eso!
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DESENGAÑO DE LOS POLÍTICOS

Te propongo, lector, jugar conmigo. ¡Atrévete y te asombrarás del resultado!


Cojamos el famoso soneto de Quevedo intitulado Desengaño de las mujeres; sí, ese que
se abre con el potente y rotundo verso Puto es el hombre que de putas fía, y que en los
trece versos restantes incluye otras tantas veces la palabra puto o puta o putaril o
putilla, y sustituyamos ese soez término por el -no menos vil- de político. He aquí el
resultado:

Político es el hombre que de políticos fía,


y político el que sus gustos apetece;
político es el estipendio que se ofrece
en pago de su política compañía.

Político es el gusto, y política la alegría


que el rato político nos encarece;
y yo diré que es político a quien parece
que no sois política vos, señoría mía.

Mas llámenme a mí político enamorado,


si al cabo para político no os dejare;
y como político muera yo quemado,

si de otros tales políticos me pagare;


porque los políticos graves son costosos,
y los polítiquillos viles, afrentosos.

Si la expresión putas graves del penúltimo verso te lleva, lector, a pensar en


Winston Churchill, Margaret Thatcher, Willy Brandt o Angela Merkel; y putillas viles
del último lleva tu imaginación hasta Aznar, Zapatero, Rajoy o Sánchez-Iglesias, estarás
conmigo, compañero del alma, compañero, en que este soneto de Quevedo es de una
presciencia política que asombra y asusta.
Ya se ha acabado el juego, ahora empieza el cachondeo. ¡Anda jaleo, jaleo!
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¿CANTARÁ CALÍOPE LA COVID-19?

Hace muchísimo tiempo, en año incierto alrededor del 1200 ante Christum
natum, una negra y apolínea peste asoló el campamento aqueo que cercaba Troya, la
bien murada, causando tremenda mortandad. Ello dio pie al ingenio de Homero para
fabricar, años después, esa invaluable joya que es el Canto I de su magistral Ilíada.
Hace mucho tiempo, entre el 1338 y el 1353 post Christm natum, hubo una
pestífera mortandad, universalmente funesta, que se enseñoreó de la egregia ciudad de
Florencia entre junio del 1347 y agosto del 1348. Ello dio pie al ingenio de Giovanni
Boccaccio, ya a partir del 1349, para componer, disipando medievales nubarrones
dantescos, el espíritu del Renacimiento en su eminente libro llamado Decamerón y
apellidado Príncipe Galeoto.
En el año que corre, 2020 del Señor Cristo, y ya desde el anterior, una pandemia
está causando globalizadas muertes, tribulaciones y ruinas. ¿Ello dará pie a algún
ingenio a levantar con su pluma un monumento, si no igual, al menos semejante a los
citados, para constancia de lo ocurrido, para asombro y enseñanza de los venideros o
para fundar un nuevo modelo de sociedad?
¿Se contará mi tiempo literario entre los giganteos o entre los enaneos? Mucho
me temo que mis años se escribirán con minúscula.
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EL MONÓLOCO
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CANCIONES PARA UNA PANDEMIA

Es un hecho de sobra conocido que dos canciones se postulan hoy -mayo de


2020- para ser el himno de la presente tribulación:

Una es Resistiré, compuesta por Carlos Toro y Manuel de la Calva, y que grabó
el Dúo Dinámico en 1988. En ella, con un júbilo más propio de una victoria -que en
realidad está todavía en el tejado de la esperanza-, se anima a aguantar, a no
abandonarse, a ser junco y no quebrarse cuando los vientos de la vida soplan, como hoy,
fuertes y contrarios.

La otra es Facciamo finta che…!, compuesta por Maurizio Costanzo, Umberto


Simonetta y Franco Pisano, que grabó en 1975 la guapísima Ombretta Comelli, de
nombre artístico Ombretta Colli (curioso apellido bacteriano para este tiempo de
calamidad vírica) y popularizada por el periodista Carlos Alsina en su programa en
Onda Radio, Más que uno. Esta canción creo que está siendo mal interpretada.
Facciamo finta che tutto va ben se canta con alegre energía, como estímulo para hacer,
para creer, pese al confinamiento y al incierto futuro, que el cielo sigue y seguirá siendo
constantemente azul, que el sol sigue y seguirá brillando siempre alegremente, que los
ancianos están y estaránn bien y que los jóvenes tienen y seguirán teniendo
oportunidades. Facciamo finta che se traduce por “pretendamos”, “hagamos”,
“consigamos”, “tengamos confianza”, “esperemos”, “creamos” que “todo va o irá bien”,
que tutto va ben a pesar de la desgracia actual. Por eso el entusiasmo, la energía, el
optimismo con el que se canta, hasta por los niños pequeños. Error de bulto. Facciamo
finta che tutto va ben, rectamente traducido, significa “finjamos que todo va bien”. Al
tanto con la palabra: ¡finjamos! Dice el DEL que fingir, del latín fingĕre, significa: 1.
Dar a entender algo que no es cierto. 2. Dar existencia ideal a lo que realmente no la
tiene. La canción, por lo tanto, es un reconocimiento expreso de que “todo va mal”, de
que el cielo no siempre es azul, ni el sol está siempre alegre, ni los ancianos están
atendidos, ni los jóvenes tienen oportunidades, ni los políticos son instruidos, diligentes
y prudentes, ni los jueces son rectos, ni los técnicos son honestos intelectualmente, ni
los ciudadanos honrados (escribo mayoritariamente). Y, al mismo tiempo, es una
invitación a que nos comportemos con ánimos, con fortaleza, “como si todo fuese bien”.
“Finjamos que las ventas son castillos”. Eso está muy bien, queda como muy
quijotesco, pero siempre y cuando no nos conformemos con que las ventas nos parezcan
castillos, sino que nos dediquemos a rehabilitarlas como tales, previa su demolición
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total o parcial si fuese preciso. La canción Facciamo, por lo dicho, no tiene nada de
alegre, de optimista. Por el contrario, tiene el fondo de tristeza, de imposibilidad de
cambiar las cosas, de ilusiones frustradas, que encontramos en El Quijote, en el que por
muchas veces que lo leamos, el hidalgo Alonso Quijano, travestido de Caballero
Andante, iluso reformador de la sociedad de su tiempo, que todo lo acomete e intenta y
en todo fracasa, siempre acaba derrotado en las playa de Barcelona y muere por aceptar
la muerte de su ideal.

Pero, tras la pandemia, cuando pasada la presente tribulación estemos en las


fases del llanto y del crujir de dientes, ¿cuál será entonces el himno que entonaremos?

La cuestión ha sido objeto de una encuesta realizada por el Departamento de


Sociología de la Facultad de Letras de la Universidad de Argamasilla, consulta de la que
ha resultado que hay dos canciones candidatas para ser el emblema musical de la
postpandemia.

Una ha sido propuesta por quienes se tienen y son tenidos por “optimistas
antropológicos”, según los cuales estos meses de universal confinamiento serán ocasión
para que el ser humano reflexione, y fruto de ello modifique sus prioridades, cambie sus
hábitos, rectifique sus finalidades, alumbre a un nuevo ser más solidario, responsable y
altruista, establezca nuevas y distintas prioridades, se inflame de compañerismo y
empatía. En resumen, que de las ruinas de lo viejo nacerá una “Nueva Normalidad”, en
la que la humanidad, cumpliendo -¡ya era hora!- el mandato del artículo 6 de la
Constitución Española de 1812, será justa y benéfica.
Y la canción lleva por título Más allá, una adaptación de parte de la Sinfonía del
Nuevo Mundo de Antonín Dvořák, hecha por Juan Carlos Calderón, autor también de la
letra, que grabó el grupo Mocedades en 1970. Nos describe un lugar nuevo donde el sol
y el mar tienen otro color y siempre hay una luz al anochecer. Y proclama el estribillo:
Un nuevo mundo,
nuevo amanecer,
nuevas ilusiones,

ver una espiga nacer.

Nuevas raíces,
una fuerte fe,
nuevas esperanzas,
ver una espiga crecer.
La otra canción ha sido apoyada por quienes se tienen por “realistas
antropológicos”, y son tenidos por “pesimistas antropológicos”; se confiesan miembros
de la grey del afamado paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, el cual, en públicas
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

declaraciones17, sostiene que de la pandemia no saldremos mejores ni peores; que la


naturaleza humana no va a cambiar; que creer que lo que estamos viviendo va a cambiar
todo es pensamiento mágico, como creer que una revelación en forma de virus va a
hacer que la Humanidad caiga de rodillas y diga: ¡Ya lo hemos comprendido!
Y su canción lleva por título Fiesta, compuesta -letra y música- y cantada por
Joan Manuel Serrat, y grabada también en 1970. En ella el Noi del Poble Sec nos cuenta
que un determinado día, la víspera de San Juan, en su calle, vestida de fiesta, por la
noche, las miserias se irán a dormir; gentes de cien mil raleas compartirán pan, mujer y
gabán; y el noble y el villano, el prohombre y el gusano, bailarán y se darán la mano.
Pero al llegar la mañana siguiente, concluye el Nano:
Y con la resaca a cuestas
vuelve el pobre a su pobreza,
vuelve el rico a su riqueza
y el señor cura a sus misas.
Se despertó el bien y el mal.
La zorra pobre vuelve al portal,
la zorra rica vuelve al rosal,
y el avaro a las divisas.
Se acabó,
el sol nos dice que llegó el final,
Por una noche se olvidó
que cada uno es cada cual.
Vamos bajando la cuesta
que arriba en mi calle
se acabó la fiesta.
Las autoridades, que se tienen y son tenidas por democráticas y de progreso, han
decidido que sea una votación popular la que decida qué canciones han de ser los
himnos a entonar mientras dura la pandemia y para después. Yo tengo mis votos
decididos, pero no te los digo, lector, porque el voto es secreto. Pero te voy a dar una
pista para qie los deduzcas. Soy, en palabras de Salvador de Madariaga, un
pesioptimista, postura que él mismo definía así: “Si se considera lo mala que es la
gente, es asombroso lo bien que se porta”.

17
XL Semanal núm. 1699, del 17 al 23 de mayo de 2020
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EL MONÓLOCO
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CADA ESPADA, MEJOR EN SU VAINA

Tengo para mí que en esta España machadiana de charanga y pandereta, del poco leer
nadie se escapa, menos entre los rectores de la cosa -res, en latín- pública, y casi nada si de la
Historia nuestra se trata. A la prueba que a continuación expongo me remito.
Los viejos romances históricos, así como las nuevas historias en romance, siempre
dejados en los ángulos oscuros de las bibliotecas, siempre olvidados y cubiertos de polvo,
siempre con sangre en las manos, siempre por desenclavar, ¡andaluces de Jaén!...
[¡Perdón, perdón, perdón!, que me he dejado llevar por la escritura automática. Ahora
vuelvo al tema]
Decía que esos textos, arpas becquerianas, cuentan, y más que contar enseñan, que
meter la espada en vainas inapropiadas, inadecuadas o peligrosas, siempre es causa de males:
para el envainador y para lo que éste represente, sea la Casa Rius (“Paños de calidad”) sea una
Nación (“I need Spain”)
Y así, don Rodrigo o don Roderico. Éste, que cerró con deshonor la temida lista de los
Reyes Godos, allá por el siglo VIII, mancilló -vulgarment dit, se la cepilló- a la virginal doña
Florinda (a) La Cava, la cual se quejó del atropello a su señor padre, el reivindicado conde don
Julián, a la sazón gobernador de Ceuta, quien para lavar su honor quiso guerrear con el causante
de la mancilla, para lo que llamó en su auxilio a Tāriq ibn Ziyād al-Layti, quien acudió con unos
cuantos bereberes sadaf. Pasaron todos el Estrecho y, cerca del río Guadalete, se enfrentaron a
un desmotivado, desorganizado, mal armado y peor dirigido, ejército visigodo al mando de don
Rodrigo, al que le dieron la del pulpo, pues como explicaron los pocos supervivientes, “vinieron
los sarracenos y nos molieron a palos, pues Dios ayuda a los malos cuando guerrean mejor que
los buenos”. Lo que puso fin a la monarquía visigoda y dio entrada al Islam en la Historia de
España.
El derrotado Rey, según los romances, de todos abandonado, abolladas las armas
defensivas, tinto en sangre, muerto de sed y hambre, anduvo desmayado por esos cerros
andaluces salpicados de olivos altivos y, consciente de la tamaña catástrofe a que había dado
lugar, llorando de los sus ojos, desta manera decía: “Ayer era Rey de España y hoy no lo soy de
una villa”. Llegó finalmente a una ermita y rogó al ermitaño le dijese qué penitencia cumplía a
los pecados que le confesó. Tras consultarlo con Dios, el eremita le dijo que debía cavar una
tumba y meterse en ella con una culebra viva. Y así lo hizo don Rodrigo. Nada pasó hasta el
tercero día. Preguntó el anacoreta al penitente cómo le iba, y éste le respondió que la culebra ya
le comía y que había empezado por la parte de su cuerpo que todo lo merecía. “¡Ya me roe, ya
me roe por do más pecado había!”. Y allí, y así, el mal rey murió.
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

Pues bien, si el actual y demérito rey Juan Carlos I hubiese leído los mencionados
textos, a buen seguro que no habría contraído el Corinavirus que le aqueja y que, no menos
seguramente, acabará con él, y dejará temblando -si acaso lo resiste- la Monarquía en España,
tierra proclive al menor motivo a la algarabía y el desbarajuste.
Sea lo que haya de ser, aconsejo a quien venga a gobernarnos a cualquier título, y a todo
el que tenga algún mando en plaza, que, caso de que porten espada juguetona, se graben a fuego
en ella el siguiente lema: “No me saques sin razón ni me envaines donde no haya honor”.
Y a ver si aprendemos todos de la Historia, madre de lo ocurrido, de lo ocurrente y de lo
por ocurrir.

SIGLO VIII

SIGLO XXI
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EL MONÓLOCO
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INVENTORES DE LA PÓLVORA

Los españoles en general, y sus políticos en particular, somos muy dados a


“inventar la pólvora”, o sea, a atribuirnos la invención o el descubrimiento de algo que
ya existe. Dicho en términos más cultos, estamos aquejados de “adanismo”, hábito de
comenzar una actividad cualquiera como si nadie la hubiera ejercitado anteriormente.
Y así, aunque parezca lo contrario:
Aznar no fue el inventor de la “prepotencia despectiva”; ni Rajoy del “pasotismo
feliz”; ni Zapatero de la “imbecilidad histórica”; ni Iglesias de la “democracia popular”;
ni Sánchez del “maquiavelismo”. Es más, ni siquiera Tezanos ha inventado la
manipulación de las encuestas (más bien de los resultados) populares: don Práxedes
Mateo Sagasta, en 1871, dejó atónito a Amadeo de Saboya al responderle a una
pregunta que le hizo sobre elecciones y sufragio: “No se preocupe S. M., serán todo lo
sinceras que pueden ser en España”.
Y hoy mismo, en estos días que corren de tribulación a causa de la pandemia que
nos aflije, parece que los españoles nos enfrentamos por primera vez en la Historia a
conciliar salud pública con economía y a establecer quién deba tomar decisiones en caso
de epidemias: si los políticos o los científicos. Y hablamos, reñimos y descubrimos, una
y otra vez, unos y otros, la pólvora. Veamos qué nos dice Clío:
Nos dice que el 28 de noviembre de 1855 (dentro de nada, hará la friolera de 165
años), doña Isabel II, por la gracia de Dios y por la Constitución de la Monarquía
Española, Reina de las Españas, hizo saber a quienes a la sazón veían y entendían (nada
dijo de los que, con el tiempo habíamos de ver y entender, y así nos luce el pelo que nos
luce), que las Cortes Constituyentes habían decretado y ella misma sancionado una Ley
“disponiendo lo conveniente sobre el Servicio General de Sanidad”, que constaba de
104 artículos, entre los cuales hace al caso citar:
-El art. 99, que ordenó la vacunación obligatoria de los niños.
-Los arts. 57 y 58, por los que se prohíbía, por regla general, la adopción del
sistema cuarentenario, que sólo podía imponer el Gobierno, disponiendo el modo de
ejecutarlo, cuando lo aconsejasen circunstancias especiales.
-Los arts. 52 a 56 que ordenaban la creación, con carácter permanente, de Juntas
Provinciales de Sanidad, y también Municipales en poblaciones de más de 4.000
“almas”. Y, lo que más importa a este monóloco, establecían su composición, que debía
incluir:
-Un arquitecto o ingeniero civil.
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EL MONÓLOCO
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-Dos profesores de la Facultad de Medicina (uno en las Juntas Municipales).


-Otros dos de la Facultad de Farmacia (uno en las Municipales).
-Uno de la Facultad de Cirugía.
-Un veterinario.
-¡”Tres vecinos que representasen la propiedad, el comercio y la industria”!
Es decir, que ¡ya en 1855!, en cuestiones de salud pública, se atribuía al
Gobierno la decisión de ordenar cuarentenas (léase confinamientos); se ordenaba y
regulaba un “comité de expertos”, real y no fantasmal; se ordenaba la presencia de
representantes de las actividades económicas, esto es, que se era consciente de la
necesidad de conciliar las medidas sanitarias con el mantenimiento de la actividad
económica; e incluso se contemplaba la presencia de un arquitecto o ingeniero civil
(¿para confinamientos de barrios?, ¿para la adopción medidas urbano-higiénicas?).
Y hoy, 165 años después, estamos inventado todo eso. Y -¡tontos de nosotros!-
todavía no hemos encontrado solución a problemas que ya conocíamos hace 165 años.
Conclusión: estamos inventando la pólvora.
Y aún voy más lejos. Este monóloco, quejoso de nuestra sociedad y de nuestros
políticos, es también una “invención de la pólvora”, porque ya don Estanislao Figueras
y Moragas, primer Presidente del Ejecutivo de la Iª República, en el año 1873 (¡hace
147 años!), dejó dicho, y muy bien dicho, en una reunión del Consejo de Ministros:
“Senyors, ja no aguanto més. Vaig a ser-los franc: estic fins als collons de tots
nosaltres!” (sin comentarios y sin traducción).
Y “nosaltres” somos todos: los de antes, los de ahora y los de después.
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EL MONÓLOCO
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LOS CLÁSICOS: ¿BENEFICIOSOS O NOCIVOS?

¿Leer a los clásicos nos hace mejores personas?, ¿nos hace más justos, benéficos
y honestos? ¿O por el contrario nos hace amorales, egoístas y perversos? Juzguen
ustedes por lo que hoy les traigo.
Mi amigo A., desde un tiempo, que ya se alarga, viene aquejado de diversos
males. Bueno, en realidad es un único mal que se diversifica, muta, desparece de un
órgano, aparece en otro, se adormece unos días para despertar agresivo, sin perder
nunca su condición de amenaza fatal. Por ello, mi amigo se ve sometido a continuos
tratamientos y pruebas, indoloros los más, pero todos molestos e incómodos, que
limitan y condicionan su vida y sujetan su humor a constantes variaciones. Su estado, y
el del país, éste enfermo de cornudo virus, le tienen enclaustrado en su casa, donde pasa
el tiempo con sus libros, que, en medida no pequeña, suelen ser de los tenidos por
“clásicos”.
Hará cosa de un mes que le visité, encontrándole entristecido por, según dijo,
haber suspendido el último examen que había tenido. “¿Qué cómo me encuentro, me
preguntas? Pues como un Gregorio Samsa: ¡cada vez más escarabajo!” Respuesta que
da idea del bajonazo moral en que estaba instalado. Intenté animarle con apelación a la
épica, de la que siempre ha sido devoto en oposición a la lírica. Pero fue peor el remedio
que la enfermedad.
-Pues ya que me hablas de épica, te recordaré que, no obstante su tenaz
resistencia, alguna durante años, Troya fue incendiada y devastada, Cartago destruida,
Numancia arrasada y don Quijote derrotado. Tu épica es inútil, amigo; puedes metértela
en el culo, querido. Ya he ingresado en un estado en cuyo umbral se lee: Lasciate ogni
speranza, voi ch’intrate. Sobra lo demás.
Salí de su casa contrariado y maldije para mí sus lecturas de Kafka, Quinto de
Esmirna, Apiano, Polibio y Cervantes, con la puntilla lírica del Dante, las cuales habían
inspirado, si no dictado, sus repuestas y su estado de ánimo. Él, que siempre había
hecho gala de un gran “sentido del tumor”, se estaba desvaneciendo a causa de sus
lecturas de los clásicos. Más le valdría, pensé, leer un último Planeta, o Nadal o Ateneo
de Sevilla, si me apuras.
Hoy mismo he vuelto a visitarle. Le he llevado un ejemplar de Aquitania, de Eva
García. Mi amigo estaba de un buenísimo humor. Lo ha cogido, le ha dado un vistazo a
las solapas y a la contraportada, y, desdeñoso, lo ha arrojado sobre una mesa cercana.
Lo he encontrado con una vitalidad que creí había perdido.
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EL MONÓLOCO
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-¡Qué bien te veo, A.! -le he dicho-. ¿Has aprobado recientemente algún escáner,
tac, pet tac o similar que te hayan hecho?
-No, ¡qué va! -me ha respondido-. Sigo suspendido y apurando, apurando,
incluso un poco peor.
-Entonces, ¿de dónde, de qué o de quién te viene tu buen humor de hoy?
La respuesta que me ha dado me ha dejado horrorizado. Me ha dicho que desde
mi última visita, tres días a la semana va matutino al Hospital del que es “cliente”, se
sienta en alguno de los espacios de espera cercano a los ascensores, y ve pasar a los
hospitalizados que en sus camas, empujados por auxiliares o celadores, van a, o vuelven
de, las salas de operaciones o de pruebas, unidades de vigilancia, o cualquier otra
dependencia del hospital. Y así ve a los enfermos: macilentos, tristes, de rostro grisáceo,
descolorido, avellanado, meros bultos bajo los cobertores, conectados a máquinas, tubos
y aparatos varios, dormidos, o adormilados, o quejumbrosos, según los casos, pero
todos dolientes y con gestos, rictus o expresiones malhumoradas.
-Es decir, que todos están, o los encuentro, mucho peor que yo, pues aún me
queda un resto de vida disfrutable, a sorbos cada vez más pequeños, es la verdad, pero
disfrutable. A ellos los veo en las últimas, o en las penúltimas. Cierto que yo estoy en
las antepenúltimas y que como los veo me veré y otros me verán. Pero aún quedan
cartas en el mazo, aún quedan la mano que estoy jugando y dos más. Sé que tengo la
partida perdida, pero todavía hay juego, amigo, todavía hay juego. Mi partida no ha
acabado.
-Pero eso que me dices es inmoral, inhumano. ¡Alegrarte del mal ajeno! ¡O
consolarte con él! ¿Cómo se te ha ocurrido semejante mostruosidad?
Mi amigo se la levantado. De su biblioteca ha cogido un libro y lo ha puesto en
mis manos. Se trataba de La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Y se ha vuelto a
sentar.
-Lee tú -me ha dicho-, que a mí el enfisema me ahoga: Jornada 1ª, Escena II,
Versos 247 y siguientes.
Y, obediente, he leído. Alto y claro. Habla Rosaura a Segismundo:
Solo diré que a esta parte
hoy el cielo me ha guiado
para haberme consolado,
si consuelo puede ser
del que es desdichado, ver
a otro más desdichado.
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

que sólo se alimentaba


de unas yerbas que cogía.
¿Habrá otro -entre sí decía-
más pobre y triste que yo?
Y cuando el rostro volvió
halló la respuesta viendo
que iba otro sabio cogiendo
las hojas que él arrojó.
Quejoso de la Fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
piadoso me has respondido;
pues volviendo en mi sentido,
hallo que las penas mías
para hacerlas tú alegrías
las hubieras recogido.
-Suficiente, suficiente -me cortó mi amigo-. Ya sabes en qué fuente he bebido,
pero cambiemos de tema. ¿Qué te cuentas?
Ya en mi casa escribo estas líneas para mejor reflexionar sobre lo ocurrido. Hace
un mes, los clásicos eran motivo de depresión para mi amigo; y hoy, otro clásico lo
vigoriza. Pero el clásico estimulante, pese a ser como era Calderón de la Barca, es
contrario a la caridad humana, a la compasión, haciendo del mal de unos la alegría de
otros. Y no salgo de mi perplejidad: ¿los clásicos, nos hacen virtuosos o nos envilecen?
¿Nos levantan o nos abajan?
Y lo que es peor. Vengo de unos días de grave preocupación y justificada
intranquilidad por unas conversaciones con el Director de El Chafardero sobre la forma
y el contenido de estos monólcos que, al parecer, no son del agrado de numerosos
lectores que así lo manifiestan, por lo que mi empleo está seriamente en la cuerda floja.
Pues bien: tras pensar en mi amigo, en su estado y sus problemas, compruebo que sobre
mi cabeza no hay ninguna damoclea espada pendiente de delgado hilo. Y este
pensamiento, ahora mismo lo estoy sintiendo, me alegra, conforta y satisface.
Ante lo cual concluyo: los clásicos lo son porque, burla burlando unos, veras
verando otros, ponen al descubierto la naturaleza humana y que ésta es poliarística. Y
dado que el sabio Quilón ordenó, puesto que lo dijo en imperativo, teniéndolo como
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

virtud, y de las supremas, el conocerse a uno mismo, no tengo más remedio que
concluir que la lectura de los clásicos es altamente beneficiosa.
Ítem más: Y que, por extensión o contagio, algún provecho tendrá la lectura de este
monóloco. Espero que se entere de ello mi Director.
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EL MONÓLOCO
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VOY A CONTAR MENTIRAS

Me la juego. Sé que me la juego por la difusión de este monóloco. El Gobierno


de mi país ha iniciado un fiero combate contra la información verificablemente falsa
para engañar deliberadamente a la población (la cercanía de los adverbios de modo es
gubernamental, no mía), por lo que este articulo me va a hacer objeto de cuantos
Organismos y medidas se relacionan, especifican y detallan en la Orden
PCM/1030/2020, de 30 de octubre, por la que se publica el Procedimiento de actuación
contra la desinformación aprobado por el Consejo de Seguridad Nacional, publicada
en el Boletín Oficial del Estado, núm. 292, del jueves 5 de noviembre de 2020, Sec. III,
Pág. 96673 y siguientes. Pero la valentía me puede. Si soy así, ¡cómo lo voy a impedir!
Nací buen mozo y embalao para escribir.
Porque lo que voy a contar, son mentiras. Ahora que vivo despacio, ¡eh!, vivo
despacio, ¡eh! -por razones personales que no hacen al caso exponer, unidas a la general
pandémica-, ¡voy a contar mentiras!
Primera.- Me encontré con un ciruelo cargadito de manzanas.
Segunda.- La soberanía nacional reside en el pueblo español, siendo la Nación
española, patria común e indivisible de todos los españoles.
Tercera.- Comencé a tirarle piedras y cayeron avellanas.
Cuarta.- El castellano es la lengua española oficial del Estado, que todos los
españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
Quinta.- Al caer, con el ruido de las nueces salió el dueño del peral.
Sexta.- La estructura interna y funcionamiento de los partidos políticos deberán
ser democráticos.
Séptima.- Me dijo que no tirase piedras porque no era suyo el melonar.
Octava.- Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer
discriminación alguna por ninguna condición o circunstancia personal o social, lo que
incluye o debería incluir, lógicamente, la vecindad territorial.
Novena.- Que era de una pobre viuda que vivía con seis maridos.
Décima.- Se garantiza la libertad ideológica.
Undécima.- Por el mar corren las liebres, por el monte las sardinas.
Duodécima.- Se reconoce la libertad de enseñanza, y los poderes públicos
garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación
religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
Decimotercera.- Y aquí se acaba la historia de un torero sin igual.
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EL MONÓLOCO
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Decimocuarta.- Los administradores, de hecho o de derecho, de una sociedad (y


los gobiernos, ministros, son Administradores de la Sociedad, son “la Administración”
por antonomasia -o por antofagasta-) que falsearen las cuentas anuales u otros
documentos que deban reflejar la situación jurídica o económica de la entidad, de forma
idónea para causar un perjuicio económico a la misma, a alguno de sus socios, o a un
tercero, serán castigados con la pena de prisión de uno a tres años y multa de seis a doce
meses, penas que se impondrán en su mitad superior si el perjuicio económico llegare a
causarse.
Decimoquinta.- Que metió seis goles en el último mundial.
Decimosexta.- Los poderes públicos están sujetos a la Constitución, y al tomar
posesión de sus cargos juran o prometen guardar y hacer guardar la Constitución.
¡Tralará, tralará, tralará!
P.S. Juego: Descubra el lector, de las 16 mentiras anteriores, cuáles son de una
antigua y popular canción infantil, cuáles de mi invención, cuáles de la Constitución
Española de 1978, cuáles del Código Penal Español de 1995, en su redacción actual, y
cuáles del Real Decreto 707/1979. La solución, en el próximo número.
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EL DISPUTADO VOTO DEL DIPUTADO CAYO

Mi amigo Cayo, Cayo Fernández, es diputado a Cortes por el Partido del


Gobierno y mañana tiene votación del Pleno para decidir sobre una modificación del
Código Penal, propuesta por mayoría de su propio Grupo Parlamentario, por la que, de
aprobarse, se reducirán considerablemente las penas por delitos contra la Constitución.
El voto de mi amigo Cayo, me dice éste cuando he ido a verle esta tarde, se lo están
disputando: de una parte, su Partido, y de otra, su Conciencia.
Y mi amigo, que es muy ordenado, muy racionalista y muy escrupuloso, más por
explicarse a sí mismo que por explicármelo a mí, me ha dicho (y resumo su profuso
discurso):
Uno.- Que el mandato que ha recibido de sus votantes, con arreglo al artículo
67.2 de la Constitución, no es imperativo, sino representativo; es decir, que, respecto de
quien le ha votado, mi electo y dilecto amigo puede defender las tesis y emitir los votos
que tenga a bien.
Dos.- Que los Estatutos de su Partido le imponen, como miembro de su Grupo
Parlamentario, la llamada “disciplina de voto”, por la que está obligado a acatar, seguir
y ejecutar las decisiones del Congreso Federal o del propio Grupo, so pena de sanción
que puede llegar, según sea la gravedad del caso, a la expulsión del Partido.
Tres.- Que la modificación a votar mañana ha sido decidida por el Congreso
Federal del Partido, y asumida por el Grupo Parlamentario, con posterioridad a las
elecciones.
Cuatro.- Que el Programa Electoral con el que el Partido, y él, se presentó a las
elecciones, programa titulado “AHORA, GOBIERNO. AHORA, ESPAÑA. 35 COMPROMISOS
SOCIALES”, nada decía, ni daba pistas, sobre la modificación que mañana se pretende.
Cinco.- Que mi amigo, concienzudo él, se hace estas dos preguntas:
La primera: ¿Habría aceptado presentarse como candidato del Partido, si
el Congreso Federal hubiese acordado esa modificación con anterioridad
a las elecciones, con independencia de que se hubiese incluido o no en el
Programa Electoral?
La segunda: ¿Le habría votado el mismo número de electores, y habría
resultado igualmente elegido, si esa modificación del Código Penal se
hubiese incluido en el Programa Electoral?
Seis.- Que en una relación de mandato representativo, esto es, sin instrucción
obligatoria a seguir, argumenta mi amigo, muy legalista, muy exhaustivo y muy
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EL MONÓLOCO
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pelmazo, relación como es la de un diputado respecto de sus votantes, el mandante, o


sea, el que vota, espera que el mandatario, o sea, el votado, actúe como lo haría “un
buen padre de familia, dada la naturaleza del negocio”, pues ese y no otro es el espíritu
que debe regir tal relación, según analogía con lo dispuesto en el artículo 1.719 del
Código Civil, que regula el contrato de mandato.
Siete.- Que la Constitución de 1978, razona historiográfico mi amigo, ha dado a
España, al menos hasta octubre de 2017, un período de treinta y nueve años y diez
meses de unión de sus gentes y estabilidad de sus gobiernos sin el recurso a la violencia,
algo insólito en su historia contemporánea y que no se conocía desde que formó parte
como provincia, del Imperio Romano; por lo cual, concluye mi amigo, quien la ataque y
desacate, fuera de los cauces legítimos de libertad de expresión y de modificación que
ella misma establece, causa al común tremendo daño merecedor de tremendo castigo,
que no es bueno, ni justo, ni necesario mitigar, pues con las cosas del convivir no se
juega.
Todo eso me ha dicho mi buen amigo. Cuando, ya nocturno y abrumado, me he
despedido de él y voy camino de mi casa, tengo para mí que, mañana, el disputado voto
del diputado Cayo va a ser contrario a la modificación del Código Penal. Resultado
final: Conciencia, 1; Partido, 0.
[En memoria de Miguel Delibes y del señor Cayo]
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AYER (Y ANTEAYER, Y EL OTRO Y EL OTRO) TUVE UN SUEÑO

Uno no es Antonio Machado, que soñó que soñaba; ni Martin Luther King, que
tiene un sueño. Uno ni siquiera es Manolo Díaz, del que Los Pasos cantaron eso de que
ayer tuve un sueño, ¡fue sensacional! Pero uno, en su modestia, también sueña. Y sueña
un sueño recurrente, luminoso y agradable. Helo aquí.
Sueño que vivo en una ciudad en la que la administración se ejerce en favor de
la mayoría, y no de unos pocos; en la que todos gozan de iguales derechos en la defensa
de sus intereses particulares; a los cargos políticos se les elige por sus méritos; se
respeta la libertad: nadie, en los asuntos públicos, ante todo por un respetuoso temor,
jamás obra ilegalmente; todo el mundo obedece a quienes les toca el turno de mandar, a
las leyes escritas, y aún a las que, no estándolo, todos consideran vergonzoso infringir;
todos gozamos individualmente de un digno y satisfactorio bienestar material, amamos
el arte y la belleza sin desmedirnos, y cultivamos el saber sin ablandarnos; la riqueza
representa para nosotros la oportunidad de realizar algo, y no un motivo para hablar con
soberbia; deliberamos y decidimos conforme a derecho sobre la cosa pública, pues no
creemos que lo que perjudica a la acción sea el debate, sino precisamente el no dejarse
instruir por la discusión antes de llevar a cabo lo que hay que hacer; y, por último, la
fama de cada uno está en conformidad con sus obras y con nada más.
Esa vida que yo vivía una y otra noche en el sueño, era, precisamente, la que
siempre había deseado. Vivir en un país regido por la concordia, el bienestar y la
justicia y donde los ciudadanas se comportasen, motu propio, con espíritu cívico; deseo
éste altamente insatisfecho, pues el tren de la realidad siempre va contrario a él.
Ahíto de tanto sueño, como Alfonso VII lo estaba de tanto parche y tanto pito,
hoy me he decidido acudir a la consulta de un psiquiatra. Tenía mucho miedo porque
me imaginaba su diagnóstico: “Esa realidad soñada por usted, absolutamente
inexistente, por no decir que imposible, que usted mismo reconoce como deseada e
inalcanzable, es manifestación, simbolización diría Jung, de lo que mantiene reprimido:
de un deseo de algo que nunca se atreverá a realizar por tenerlo por imposible o
prohibido, por lo que lo mantiene escondido a su consciente, a pesar de lo cual su
inconsciente se sigue gozando de ese algo deseado y vetado. ¿Y qué es lo que usted
reprime? Hay que encontrarlo. Veamos: ¿es hetero y quisiera ser homo, o al revés?,
¿quiso acostarse con su madre?, ¿tuvo deseos de matar a su padre?, ¿o quizá fue al
revés?”
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EL MONÓLOCO
Del repórter Tribulete

Para mi sorpresa, de lo imaginado y temido por mí no ha habido nada de nada.


Me ha dicho el sanador de mentes que le contase con pelos y señales mi sueño. Me ha
preguntado mi edad (70 años), mi actividad (jubilado), mi salud (quebrantada en
extremo), y, cosa que me ha extrañado, si mi formación era de Ciencias o de Letras (de
Letras). Durante cerca de una hora ha estado consultando libros de su biblioteca, y al
cabo me ha dicho, poco más o menos, esto:
-Es usted un viejo, enfermo de importancia y que no ejerce ya actividad alguna.
Prácticamente está “out” de todo. Si algún sentimiento tiene, lo sepa o no, aunque lo
sabe y no quiere reconocerlo, es el de “decaimiento”, o mejor, de “declinación”. Sabe
que cada día está perdiendo algo de salud, de inteligencia, de lozanía, de memoria, de
vida y que se aproxima a su fin, a su término. Eso es “declinar”. Ahora bien, y aquí
entra su inconsciente dinámico: forjado en el mundo de las Letras, usted sabe que un
sinónimo de “declinar”, es “periclitar”. Se siente “periclitado” o “periclitante”, palabra
que le ha llevado, por asociación y porque es usted de Letras, a Pericles, del que en su
adolescencia, por los planes de estudio de su época, seguro que tradujo su Oración
Fúnebre, que recogió Tucidides en su Historia de la Guerra del Peloponeso. Ahora
mismo la acabo de releer y su sueño repite palabra por palabra lo que dice Tucídides
que dijo Pericles acerca de las bondades de la ciudad de Atenas, con ocasión del
homenaje que los atenienses rindieron a los caídos en la Guerra del Peloponeso en
defensa de esa ciudad, de esa sociedad.
Eso es lo que me ha soltado con toda la crudeza del mundo. Y a continuación me
ha prescrito el tratamiento:
-Si quiere dejar de tener ese sueño, yo en su lugar no lo haría caballero, le
recomiendo que lea y relea, anote y analice, el libro Los 100 mejores discursos de Pablo
Iglesias Turrión. Selección, introducción y notas de Irene Montero Gil, Ediciones “El
coñazo ibérico”, Galapagar (Madrid), 2020, ISBN 020-84-95363-31-2. ¡Y que tenga
buenas pesadillas! Son 1.021 euros por la consulta.
Así que, como soy un buen enfermo y que se toma sin rechistar lo que los
doctores le recetan, esta misma mañana me he comprado el libro de marras. Ya les
contaré.
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Y LA LUZ “ME SE HIZIÓ”

Vivía yo sumido en la oscuridad que es la incomprensión, el no entender.


Siempre, bueno, desde la muerte de Franco, he creído que un pueblo instruido es
consustancial a la democracia; que instrucción y democracia están en proporción
directa. ¡Ojo!, que no quiero decir sabiduría, ya que a ésta la carga el diablo con balas
de soberbia y jacobinismo de punta hueca. Quiero decir, y he dicho, instrucción, que
quiere decir “caudal de conocimientos”. Me decía que si es el pueblo el que ha de
detentar el poder, por sí o por representación, cuantos más conocimientos posea en
todas las materias, así del trivium como del quadrivium, valgan los latines por Letras y
Ciencias, más posibilidades hay de que el pueblo acierte, sea en sus decisiones de
gobierno sea en sus votos electorales.
Por ello no entendía yo que desde la muerte del general Franco, en que la
Democracia se hizo régimen y habitó entre nosotros, los gobiernos de mi nación, de
uno y otro color, sedicentes demócratas, estuviesen empeñados, con una firmeza, una
energía y una perseverancia dignas de mayor y mejor causa, en debilitar, enflaquecer,
empobrecer los estudios de secundaria (elementales en la instrucción de un pueblo) y
los universitarios (básicos en la formación de elites), de tal modo que la instrucción de
los discentes viene a ser un mero daño colateral del objetivo primordial: superar un
examen u obtener un título, convertidos así en recipientes objeto brillante de
irrefrenable deseo, con independencia de cuál sea su contenido e incluso de si lo tienen
o no (contendido).
Andaba, decía, sin comprender, a oscuras, cuando me he topado con las
declaraciones de quien va a ser el conductor de un rescatado programa-concurso de la
televisión titulado El precio justo, que consiste en que los concursantes han de acertar, o
aproximarse sin excederlo, el precio de las cosas. Y lo declarado (a “fórmulatv” y a
“ecotv.es”, en día 30 o 31 de marzo de 2021) ha sido que el programa-juego “es muy
demócrata porque no exige unos estudios, solo un bagaje en la vida e intuición” (así en
“fórmulatv”); y que “los concursos de hoy en día necesitan de una licenciatura y un
master; éste es más democrático”. Es decir, que, en contra de lo que pensaba,
instrucción y democracia están, deben estar, hay que hacer que estén, en proporción
inversa: a menor instrucción, más democracia. Y entonces he entendido la política
educativa que vienen adoptando los gobiernos: simplemente quieren hacer de los
españoles unos demócratas perfectos tras cuarenta años de dictadura.
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EL MONÓLOCO
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Es decir, que “me se hizió la luz”. Sí, sí, así mismo: “me se” e “hizió”. Que se
note que soy un notable demócrata de toda la vida, desde la muerte de Franco.
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RETRATO

Ése que veis ahí, sofá de dos plazas -de tres culos, si magros y algo apretados-,
tapizado en velludo granate, mal centrado -por algo escorado al lado del Evangelio-,
entre dos amplios ventanales, que por no ser armario de madera fina y poca altura no
merece, con propiedad académica, el título de entredós, aunque ontológicamente sí lo
sea, y por tal lo tengo y nombro, es mi retrato.
Lo cual, por inusual en el arte pictórico y extraño a tu entendimiento, asombrado
lector, merece el comento que a continuación te endoso. En realidad es la descripción de
un iter, que me ha llevado a la situación actual, final de etapa de una carrera próxima a
terminar.
Don Francisco Sánchez Gomes (a) Paco el de la Lucía, algecireño, musicó su
propio ser, nacido y criado entre las aguas atlánticas -grises, bárbaras y brumosas,
surcadas por bebedores de cerveza y comedores de pan de centeno- y las mediterráneas
-coloristas, civilizadas y despejadas, mareadas por bebedores de vino y comedores de
pan de trigo-. Y así me dejó -sólo tengo autoridad para hablar de mí mismo- Entre dos
aguas.
Don Enrique Ortiz de Landázuri e Izarduy (a) Enrique Bunbury, zaragozano,
musicó y letraficó la situación de indecisión de una persona que se encuentra con un
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paisaje a la espalda con muchos errores que esconder y con un panorama al frente con
mucho barro que tragar (¡aunque vaya usted a saber lo que quiso decir el rarito del
Ortiz!). Y así, con otros héroes ruidosos, me dejó Entre dos tierras.
Los cicerones, quintilianos y demás estilistas de la palabra que en la Historia han
sido, fijaron dos estilos, dos formas de decir (y escribir): de una parte, la neo-ática,
concisa, carente de artificio y de adorno, atenta al contenido; de otra, la asiánica,
inflada, hinchada, brillante, exuberante, florida, atenta al continente. Y así me situaron
Entre dos estilos.
Luis Vives, taxónomo de la Literatura y su ética, apoyado por Alonso López
Pinciano, y reforzados y divulgados ambos por un canónigo de Toledo, de linaje
cervantino, versado en Súmulas de Villalpando, tan graves y pesadas que las portaban
cuatro bueyes e iban sudando, todos a una, dieron carta de naturaleza a la división de las
ficciones literarias en dos categorías o géneros: apólogas, que son las que sobre una
invención fundan un consejo fino y verdadero que enseña y deleita a un tiempo; y
milesias, las que carecen de verdad, verosimilitud y utilidad, y son, al cabo, una pura
pérdida de tiempo, una idiota y disparatada patraña, que atiende tan solo al deleite, con
olvido de la enseñanza. Y así dividieron, para mi uso, la Literatura Entre dos géneros.
Los “listillos” me diréis que lo expuesto no es más que el pálido e intrascendente
reflejo de un dualismo cósmico tan viejo como Zoroastro y que nos ha llegado vía
Pitágoras. Pero, ¡tened, amigos!, que ese dualismo lo es de contrarios:
Límite / Ilimitado
Impar / Par
Uno / Múltiple
Derecho / Izquierdo
Macho / Hembra
Estático / En movimiento
Recto / Curvo
Luz / Oscuridad
Bueno / Malo
Cuadrado / Rectángulo
Y de contrarios entre los que existe vital oposición, resuelta temporalmente por
el exceso de uno sobre el otro, que genera reacción, por lo que el exceso cambia de
dirección, y así sucesivamente y angustiosamente al no encontrar un ápeiron integrador,
sopa primordial, en el que desintegrarse.
Pero ese no es mi caso, ya que soy, al mismo tiempo, sincrónica y no
diacrónicamente, (términos que no susurro, sino que grito, subrayo y ennegritezco,
para llamar tu atención, lector, pues son la clave que me interpreta, la cifra que me
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revela): atlántico (irracional e imaginativo) y mediterráneo (racionalista y lógico);


habitante de tierras ya andadas (pasadista, amante de la tradición) y explorador sin base
alguna de lo que viene (futurista tanto utópico como distópico); neo-ático (de los
conceptistas de sujeto, verbo y predicados los justos) y asiánico (de los culteranos
neólogos e hipotáxicos hasta el exceso); apólogo (serio, instructivo y formal) y milesio
(disparatado, descarriante y frívolo).
Y así, mis imaginaciones y fantasías son de todo punto lógicas; sitúo mi deseado
futuro en ambientes del pasado pero con los avances técnicos del presente; y me ocupo
animo iucundo de lo grave y animo gravis de lo jocoso. El ser así me ha acarreado
muchos problemas en todos los órdenes: personal, familiar, profesional, literario, et alii.
Dado que todos, todos sin excepción, llevamos un hijo de puta y un psiquiatra
/psicólogo dentro, me razonan que, como no se puede querer dos mujeres a la vez y no
estar loco, necesariamente he de ser ora bipolar, ora esquizofrénico, ora maníaco-
depresivo, diagnóstico éste último que tengo a título de honra, pues es pasaporte de
ingreso en la distinguida orden de mi bien amado Alonso Quijano.
Desconocen u olvidan mis torquemadas, que soy nacido en Aragón, de padre
gallego, invasivo y belicoso, y madre aragonesa, apaciguadora y pacifista, por lo que
tengo inserto como gen predominante, cual guisante grande, verde y liso, el
término/concepto del fusco-lusco, que designa el momento o sentimiento en el que el
día está dejando de ser y la noche aún no es, y viceversa, en que luz y sombra se igualan
antes de la victoria de la una sobre la otra. El gallego reclama la paternidad/maternidad
(seamos inclusivos) de la palabra, aunque es evidente su linaje latino: “lux lūcis”, sol,
brillo; “fuscus -a -um”, oscuro, velado. La pincelada gallega está en la agrupación de los
miembros. En vez de bautizar ese momento/sentimiento, o sentimiento que se tiene en
ese momento, como “equilucio” o “equifusco”, que dan protagonismo sea a la luz, sea
la oscuridad, los ha fundido en ese hermoso “fusco-lusco” o “lusco-fusco”, cuya
traducción correcta sería Entre dos luces, mucho más exacta que la castellana
“crepúsculo”, ya que en latín “crepúsculum -i” significaba sólo atardecer o anochecer, y
no alborear (y de ahí que “crepúsculo de los dioses” signifique su deshacerse y no su
hacerse). Si quieres, lector, tener una más exacta idea de lo que sea el “lusco-fusco”, te
recomiendo visitar Castroforte del Baralla y aguardar esos momentos (hay dos al día) en
que la niebla gris nacida del rápido y alborotado río Baralla se confunde con la amarilla
proveniente del lento y siniestro río Mendo, contenedor de lampreas. ¡Inolvidable!
En resumen, soy un ser entre dos aguas, entre dos tierras, entre dos estilos, entre
dos géneros, entre dos luces. O sea, un ENTREDÓS.
Con desprecio de mis ajustadas razones, por ello, injustamente, me llaman loco.
Conozo gente que va por ahí diciendo, incluso cantado, “soy una cuchara”, “soy un
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cuchillo”, “soy una tetera”, y nadie les dice nada. Sin embargo a mí, si grito que soy un
“entredós”, enseguida they´re coming to take me away, ho, ho, hee, hee, ha, ha, to the
happy home, que cantó Napoleón Decimocuarto.
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…Y TREINTA

Sí, salvo error de cuenta, éste es, va a ser, el trigésimo monóloco, con el cual he
decidido poner fin a un bloque de los de su especie, decisión fundada en las razones que
de seguido expongo. En numerología, ciencia que estudia el significado oculto de los
números, el 30: (i) contiene en sí mismo las vibraciones de los números 3 y 0: (ii) el 3
simboliza, entre otros estados y/o efectos y/o actitudes y/o habilidades emocionales y/o
mentales, la autoexpresión, el entusiasmo, el aumento (por efecto lupa o exageración),
la creatividad, la inspiración y la manifestación, cosas todas ellas que le van bien a la
literatura; (iii) el número 0, entre otras ideas y/o realidades, representa el infinito, la
eternidad, la integridad, así como los finales y comienzos de ciclos, que bien vienen -¡y
de qué manera!- a éste que les escribe, cuya vida, por razones de vejez -ya comenzada-
y de salud –ya muy quebrantada-, es música compuesta en clave de sos: S de silencio, O
de olvido y S de soledad, melodía que, mediando Dios, espero en breve interpretar al
ordenador para todos ustedes, lectores. En definitiva, el número 30, como combinación
que es del 3 y el 0, simboliza la creatividad, la alegría y la sociedad, lo que conviene a
todos y en todo. Además, y ya sería bastante, trigésimo está en relación de parafonía con
“trismegisto”, palabra de hermético significado, con la que los antiguos griegos, de
cuando los griegos eran griegos, designaban a lo que en su valoración era tres veces
grandísimo, o sea, lo más de lo más o casi (por desgracia nuestro DEL ignora esta
palabra).
Pero pongamos fin al exordio y vayamos al meollo del monóloco.
Por mi carácter marcadamente liberal, sostengo que cada cual es libre de gustar
de la literatura que quiera; y aunque mi talante fuese tradicionalista o carcunda -no son
pocos quienes por tal me tienen-, carecería de legitimación para reprobar las
preferencias literarias de nadie, ya que, aún hoy en día, pese a mi edad -o quizá gracias a
ella-, paso frecuentes y agradables ratos en compañía de El Coyote de José Mallorquí y
con El Hombre Enmascarado en los dibujos de Wilson McCoy. Así que nadie tome a
mal la opinión y preferencias literarias que voy a emitir:
Convencido por Vicente Risco, el Inadaptado, tengo por los mejores libros a los,
por él llamados “libros de viento, escritos sobre páginas de vacío por el solo pensar,
libre de la irrevocabilidad de lo escrito, del cuerpo transitorio de la palabra”.
Y en la categoría de los escritos, otorgo la primacía, la supremacía incluso, a los
que, parafraseando al hiteño Juan Ruiz, llamo “Libros del Buen Decir”, precisando que
empleo “decir” en el sentido de manifestar el pensamiento con palabras escritas; y
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“buen”, con el valor de “gustoso, apetecible, agradable y divertido”. En estos libros los
protagonistas son las palabras: su eufonía, su armonía, su ritmo, los acordes que forman.
Nada importa lo que las palabras digan, sino cómo “suenan”, cada una y en conjunto.
Leer estos libros es como escuchar música, el arte abstracto por excelencia, que incide,
no en las razones ni las emociones, sino en la sensibilidad, que, curiosamente, el DEL
define como “manera peculiar de sentir (emociones) o de pensar (razones)”, sin que
tenga huevos para indicar en qué consista esa “especialidad”, que precisamente es el
quid de la cuestión.
Estos libros no aumentan nuestros conocimientos (como lo hacen los ensayos, la
historia, las biografías y similares), ni muestran un suceder real y/o inventado como es,
o como fue, o como debería ser o haber sido o será (materia de todas las narraciones), ni
exponen en verso la belleza o el sentimiento (así, la poesía). No, nada de eso. Su
contenido, su enseñanza, su efecto, es indefinible, inefable más bien, que no se puede
decir (aquí tendría que acabar mi discurso ya que “de lo que no se puede decir…-para lo
que sigue véase Wittgenstein-)
Ad exemplum: supongamos que un devoto de Tchaikovsky escucha su -de él, de
Tchaikovsky, no del devoto- Concierto para piano y orquesta n.º 1 en si bemol menor,
opus 23. Durante los 40 minutos, más o menos, de duración, el devoto ha permanecido
extasiado, “enotrosado” (neologismo del que soy padre y que significa: recogido en la
intimidad no de uno mismo -que sería ensimismado-, sino de otra persona o cosa,
desentendido del mundo exterior). Y supongamos que acabada la audición (que es lo
mismo que “terminado y cerrado el libro”), le preguntásemos que de qué iba el libro,
digo, el concierto, cuál era su contenido y porqué le había gustado tanto. Pues bien, no
sería posible que el devoto respondiese con palabras a tales preguntas; sí lo haría con un
gesto de “arrobamiento”, de enajenación, de haber quedado fuera de sí y haber sido
trasportado a otro universo, al Imperio de la Sensibilidad. Pues lo mismo pasa con los
“libros del buen decir18”.
A quienes hayan seguido hasta esta consumación de hoy el conjunto de
“caricaturas” de algunos aspectos de “mi” realidad y/o imaginación, que es lo que son
estos monólocos, les agradezco la compañía y, a título de recompensa y puesto en plan
José Luis Rodríguez, les voy a aconsejar que combinen los colores, que la raza es
natural. ¡Numeral, numeral, viva la numeración! ¡Chévere, chévere, chévere! ¡Pavo real,
uh! ¡Pavo real!
Quod erat demonstrandum.

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Para experimentar lo dicho, remito al lector a Un hombre que se parecía a Orestes, de Álvaro
Cunqueiro, y a La bola del mundo (Escenas cotidianas) de Camilo José Cela,

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