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Finlandia: geografía llana, con leves ondulaciones del terreno, moteado por lagos dispersos, y con

un invierno que puede llegar a durar 120 días al año, durante los cuales la mayor parte del día se
carece de luz solar y se alcanzan temperaturas glaciales. País que logró su independencia el 6 de
diciembre de 1917, como consecuencia histórica del hiato cultural e ideológico entre el Imperio
Ruso y el Imperio Alemán, del vacío de poder legado al Ducado de Finlandia tras la Revolución de
Octubre. Es crucial retener estas dos grandes dimensiones, la geográfico-espacial y la histórico-
cultural, puesto que de allí deriva el surgimiento de una personalidad tan arraigada a la identidad
nacional de su país como lo es el compositor Jean Sibelius (1865-1957), y de la misma forma, toda
su producción y su pensamiento estará atravesada por esa doble variable. Afirmamos esto ya que,
literalmente, Sibelius “pinta” con la música, por medio de texturas - recurso extendido en sus
poemas sinfónicos, sus sinfonías y su música incidental-, y a la vez agrega pequeños elementos de
mitología nórdica, de folclore, de epopeyas nacionales. La obra que nos toca es una de las más
importantes de toda su producción, y constituye uno de los conciertos más reconocidos e
imponentes del repertorio del violín. La apertura del primer movimiento nos presenta el clima
general de la pieza: un azul oscuro, una línea de horizonte levemente acariciada por brisas heladas,
representadas por un ostinato rítmico a cargo de la cuerda, una voz cantante que se escucha
misterioso emerger del viento y la quietud. Mucho, mucho frío, por sobre todo. Luego, un lapsus de
introspección personal, especulaciones virtuosísticas y secciones cromáticas nos llevan a un
memorable segundo tema que, intensísimo, pareciera aspirar a la lejana línea de luz solar que se
percibe por entre las nubes. Se trata de un primer movimiento que alterna el carácter cadencial e
improvisatorio del solista con los grandes paisajes retratados por la melodía y su acompañamiento.
Segundo movimiento, más romántico, recuerda mucho a los colores de Tchaikovsky, y el tercer
movimiento, una típica polonesa, se abre rítmica y formidable, se desarrolla llevando al violín a
virtuosismos extremos.
No podemos dejar de destacar algunos aspectos de la interpretación que compartimos: primero,
nótese la íntima conexión que se establece entre el solista y la orquesta. Esto, sin dudas, no sólo se
debe a la inmensa calidad de cada uno de los músicos, sino al hecho de que Les Dissonances es una
orquesta creada y liderada por David Grimal, el mismo solista que interpreta el concierto. En ese
sentido, en esta versión se percibe una atmósfera de “gran familia” y, si se presta atención, se puede
apreciar que todos los músicos allí reunidos tocan conectados, con muchísima entrega y, lo que es
más importante, divirtiéndose muchísimo. Segundo, nótese que esta versión carece de director de
orquesta. Esto hace que el sonido general y el “aire” que se respira sean netamente camarísticos: los
músicos se esperan, se miran y se acompañan en los movimientos. No hay dudas que es una
interpretación única de esta pieza.

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