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Santa Ana, madre de María

Santa Ana no es una figura bíblica, por lo que puede clasificarse como una santa “construida”.
Aparece por primera vez en los evangelios apócrifos de mediados del siglo II y su figura se
construye a partir del modelo que presentan mujeres bíblicas como Ana, madre de Samuel y
Sara, madre de Isaac. Según estos paradigmas, la madre soporta varios años de esterilidad
seguidos de una intervención divina, luego de lo cual nace el niño en cuestión cuya vida es
prometida a Dios.

Santa Ana, Inmaculada concepción y virginidad de María


El protoevangelio de Santiago es una de las primeras fuentes para el desarrollo de la figura de
Ana. Además, toca dos problemas teológicos que involucran a María: el primero atañe a la
naturaleza de la concepción de María. La mayoría de los manuscritos son ambiguos con
respecto a si la concepción de María fue milagrosa o no. Este tema no será resuelto por la
iglesia católica hasta el siglo XIX, cuando se adopta la doctrina de la Inmaculada Concepción o,
dicho de otro modo, que la concepción de María en el vientre de Ana se hizo sin pecado (según
la doctrina de San Agustín, el pecado original era transmitido a partir de las relaciones
sexuales. La idea de que María fue concebida sin pecado debía sortear esta complicación).
El segundo problema se origina en el conflicto entre la perpetua virginidad de María y las
numerosas referencias en los Evangelios a los hermanos de Jesús. El protoevangelio resuelve
este problema atribuyéndole a José otros hijos de un matrimonio anterior. San Jerónimo, sin
embargo, que condena los evangelios apócrifos de la infancia, sostiene que esos hermanos
hacen referencia a los hijos de las hermanas de María.

Origen de la familia extensa de María (parentela sagrada)


Un sermón del siglo IX sostiene que tres de las cuatro Marias mencionadas en los evangelios,
eran hermanas (a excepción de María Magdalena), aunque no dice quien era su madre.
Haimon de Auxerre conecta esto con las explicación de Jerónimo sobre los primos de Jesús,
deduciendo la conclusión lógica de que Ana había sido madre de las tres, aunque de diferentes
maridos. Este argumento exigía la muerte temprana de Joaquin. Como una de las Marias era
llamada Maria Cleofas, se dedujo que su padre debió haberse llamado Cleofas y debió haber
sido el segundo esposo de Ana. Santiago el Menor, que es llamado hermano de Jesús, debió
haber sido su hijo. En otro lado fue llamado hijo de Alfeo, por lo que se dedujo que el marido
de María Cleofas se llamaba así. María Salomé, por otro lado, tuvo que haber tenido un padre
que se llamara igual y tuvo que haber sido el tercer esposo de Ana. Santiago el Mayor y Juan el
Evangelista, también llamados hermanos de Jesús así como hijos de Zebedeo, debieron ser
entonces los hijos de Maria Salomé que estaba, por lo tanto, casada con Zebedeo.
Este triple matrimonio de Ana se conoce como trinubium y la colocaba en el lugar de matriarca
de una larga familia.
Había cierta incompatibilidad entre la idea la inmaculada concepción de María y los múltiples
casamientos de Ana. Pero a pesar de las oposiciones, el trinubium fue aceptado por escritores
como Pedro Lombardo, Petrus Comestor y Jacopo de la Voragine, quienes lo difunden y
establecen.

Siglo XII: crecimiento del culto


El culto a Santa Ana comienza a crecer a partir del siglo XII.
Las primeras manifestaciones de un culto particular a Ana se manifiestan en torno a un
santuario local y sus reliquias y fue impulsado a partir de un creciente interés en el linaje de
María. Aunque en Francia, las imágenes mejor conocidas la muestran solo junto a su hija, en
los siglos XIV, XV y principios del XVI se popularizan las imágenes la Santa Ana Triples, que la
muestra junto con María y Jesús.
Su culto tendrá mayor popularidad en el Norte de Europa, especialmente en Alemania, Flandes
y Holanda.

Ana como intercesora


Muchas confraternidades son fundadas en su nombre, considerándola una figura propicia para
interceder por la salvación del alma. A partir de su relación carnal con María y Cristo, se le
adjudicaba un poder propio y se la veía como capaz de abrir las puertas del cielo.
También se le atribuía poder a partir de su identificación con María. En la nueva literatura
devocional aparecen plegarias marianas en donde el nombre de María es reemplazado por el
de Ana o es agregado junto al de su hija. A veces, los autores unen a Ana con María
haciéndolas actuar en conjunto.
De esta manera, el poder intercesor que se le atribuía a Ana sobrepasaba el de cualquier otro
santo, ya que se la consideraba obrando a la par de su hija ante el trono de Dios. A partir de la
generación de la carne de la fuente más grande de salvación que es Cristo, adquirió una cierta
cuota de participación en ese poder. En otras palabras, el poder de Ana derivaba no de su
santidad espiritual sino de su cercanía física con las figuras de Jesús y María.

Ana y la ancianidad femenina


Según Virginia Nixon1, la representación de Ana como una mujer madura, pero no anciana, es
común en Alemania y Flandes. Esta autora propone que la reticencia a representar rasgos de
vejez en Ana puede deberse a las connotaciones negativas asociadas a la imagen de la mujer
anciana en la Alemania medieval. Pero también, dice, podría querer señalar la continuidad de
la fertilidad, característica esencial de la Parentela Sagrada y justificativo del trinubium.
Los prejuicios contra la mujer anciana estaban apoyados por ideas surgidas de la filosofía
natural. Era común la creencia, de base aristotélica, de que la mujer era por naturaleza mucho
más fría que el hombre y, por lo tanto, no tenía la capacidad de procesar la sangre de manera
adecuada. Cuando la mujer no estaba embarazada, la sangre no procesada era expulsada, por
eso la sangre menstrual se consideraba impura. Sin embargo, cuando la mujer llegaba a la
menopausia, le era imposible deshacerse de ese veneno, volviéndose todavía más peligrosa.
Por otro lado, se consideraba en general que la vejez en el hombre traía consigo experiencia y
sabiduría, pero cuando se trataba de la mujer, este conocimiento estaba más bien ligado a las
artes mágicas. Como da cuenta la autora antes citada, numerosos predicadores, panfletistas y
moralistas, acusaban a la mujer anciana de hechicera y maga.

Matrimonio y santidad
El culto a Ana se expandió entre la clase burguesa alta pero, dentro de este sector, sus
promotores apuntaron más especialmente a las mujeres. En las descripciones de la vida de
Ana, generalmente se presenta como modelo femenino de la mujer casada, mostrándola como
una esposa que permanecía en su casa, evitando ocasiones para el chusmerío y el
comportamiento poco decoroso. Una de sus vidas la describe en su juventud huyendo de las
frivolidades propias de la adolescencia, que el autor compara a serpientes venenosas.
En otro documento se enfatiza el hecho de que raramente era vista en lugares públicos,
combinando esta observación con un consejo a las madres para que mantengan a sus hijas en
las casas. Las virtudes que le atribuyen las vitas se contraponen a una serie de estereotipos
negativos que en la literatura contemporánea solían aparecer asociadas con las mujeres. Pero
además, Ana presenta un nuevo paradigma de la santa casada. Mientras que en las
hagiografías femeninas más tempranas, el matrimonio era visto como un impedimento para la
santidad y al esposo como un rival de Cristo, en la vida de Ana es justamente a través del
matrimonio y de la cooperación con sus maridos que vive su santidad. Pero a pesar de que

1
V. Nixon. Mary´s mother. Saint Anne in late medieval Europe, The Pennsylvania State University Press,
Pennsylvania, 2004, p.147.
introducen esta nueva idea de la santidad marital, las vitas retienen un modelo tradicional del
matrimonio en relación con la santidad en el que se repite varias veces que Ana no conoció el
deseo carnal en sus relaciones matrimoniales. Esto coincide con la antigua idea de que la
santidad no es compatible con el deseo sexual. Las vidas insisten en la idea de que a pesar de
que los matrimonios de Ana tuvieron como resultado tres hijas, estas fueron concebidas sin
deseo sexual. En una de sus vidas explica, por ejemplo, que ella no se casó por deseo sino para
cumplir con la demanda de la ley y en la esperanza de tener herederos y descendientes. La
ausencia de deseo carnal intenta reconciliar por lo tanto dos cosas que en la mentalidad
medieval eran irreconciliables: la santidad y la actividad sexual.

Intercesora de mujeres casadas


A partir de su hagiografía, es natural que esta santa tuviese un rol particular como intercesora
de las mujeres casadas y de las madres. Ana ofrecía protección especial a las personas casadas
y convertía la pobreza en prosperidad matrimonial. De hecho, se le pedía mucho por la
riqueza, un tema de interés tanto para hombres como para mujeres. El tema del confort
material está presenta en las hagiografías de Ana al describir a ella y a sus maridos como ricos,
capaces de hacer importantes donaciones y también a través de las historias que se repiten
sobre devotos cuyo devoción los lleva no solo a la prosperidad material sino también la
salvación celestial.
También promovía la fertilidad basándose en la concepción milagrosa de María cuando ya era
de avanzada edad y, al igual que María, era una santa particularmente apropiada para pedir
por la salud de los niños enfermos.

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