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orden cisterciense*
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«Cuando las tormentas de la tentación rompan sobre ti…: mira a la
estrella, invoca a María. Cuando te veas golpeado por las olas del or-
gullo, o de la ambición, o del odio, o de los celos: mira a la estrella, invo-
ca a María. Si, turbado por la perversidad de tus pecados… empiezas
a hundirte en el golfo insondable de la tristeza y a ser tragado por el
negro abismo de la desesperación: ¡Oh, entonces piensa en María! En
los peligros, en las dudas, en todas tus dificultades, piensa en María,
invoca a María. Que su nombre no se separe de tus labios, no toleres
jamás que abandone tu corazón… Con ella por guía, no te extraviarás
nunca; mientras la invoques no perderás el ánimo… Y así experimen-
tarás en ti mismo la verdad de lo que está escrito: ‘y el nombre de la
Virgen era María’ (Lc 1, 27)»1.
San Bernardo, Canto a la Estrella
1 En Luddy, Ailbe J.: San Bernardo. El siglo XII de la Europa cristiana, ediciones
Rialp S.A., Madrid, 1963, pág. 104.
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1. COMIENZOS DE LA DEVOCIÓN MARIANA. DE MADRE
DE JESÚS A REINA DE LOS CIELOS
2 «Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer,
nacido bajo el régimen de la ley».
3 Warner, Marina: Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la Virgen María,
Taurus Humanidades, Madrid, 1991, pág. 28.
4 Marina Warner sitúa a los evangelistas por este orden: Marcos, Mateo, Lucas y
Juan. También sigue esta hipótesis Stefano de Fiores en de Fiores, Stefano: María: síntes-
is de valores, Historia cultural de la mariología, San Pablo, Madrid, 2011.
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el evangelista nombra a la madre de Jesús se encuentran en Mc 3, 31-
355 y Mc 6, 2-46. Aunque en ambas se habla de hermanos y hermanas
de Cristo, cuestionando la virginidad de María —o al menos su virgini-
dad post-partum—, la primera es tanto o más polémica por la falta de
interés que Jesús parece mostrar hacia su familia:
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que menciona a María (Mt 1, 16)11 la nombra como esposa de José y
madre de Cristo: María es agente pasivo. Lo que ha hecho el evange-
lista ha sido explicar la nobleza de la casa de José vinculándola con
el rey David (algo que también hace Lucas). Pero esto vuelve a ser
controvertido, ya que si José es el descendiente de David no se puede
decir que stricto sensu lo sea también Jesús.
A continuación expone brevemente cómo se dio la concepción de
Jesús (Mt 1, 18-25), y se preocupa por señalar que María queda encin-
ta «antes de que conviviesen» José y ella, subrayando así el carácter
virginal de María ante-partum, de acuerdo con la profecía de Isaías
(Is 7, 14)12. La llegada de los magos (Mt 2, 11), el sueño de José con la
consiguiente huida a Egipto (Mt 2, 13-14), y el retorno a Israel después
de haber sido «muertos los que atentaban contra la vida del niño» (Mt
2, 20-21) son los siguientes episodios que narra Mateo. A partir de este
punto no da más detalles sobre la infancia de Jesús, y las siguientes
veces que menciona a María son en las dos ocasiones ya analizadas
en el evangelio de Marcos.
Tal y como ha observado Marina Warner, no menos de nueve ve-
ces el evangelista relaciona un hecho con la profecía de Isaías (Is 7,
14). Intenta así evidenciar que se han cumplido, por fin, las promesas
sobre la llegada del Mesías, identificando a Jesús de Nazaret con el
Emmanuel del que habla el profeta13.
Pero cuando María entra realmente en escena es en el relato de Lu-
cas, donde aparecen por fin la Anunciación y la visita de María a Isabel.
En la Anunciación (Lc 1, 26-38) se pone de manifiesto que María es la
elegida de Dios y que cree en el mensaje: «He aquí la esclava del Señor;
hágase en mí según tu palabra». Y el ángel la dejó y se fue» (Lc 1, 38).
Con estas palabras, María ofrece su consentimiento mediante una
respuesta de fe ejemplar14.
En el relato de la visita de María a Isabel (Lc 1, 39-46) Lucas vuelve
a dar voz a María, y hace salir de su boca un cántico inspirado en los
salmos davídicos.
Después de narrar el nacimiento de Jesús (Lc 2, 1-7) y la adoración
de los pastores (Lc 2, 18-20), Lucas recoge otros dos pasajes inéditos: la
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presentación del niño Jesús en el templo (Lc 2, 27-35) y el momento en
el que Jesús escapa de sus padres en la fiesta de Pascua para acudir
al templo (Lc 2, 41-52). En el primero de ellos son sugestivas las pala-
bras que el anciano Simeón dirige a María: «¡y a ti misma una espada
te atravesará el alma!» A través de ellas, Lucas añade una profecía
sobre el dolor que pasará la Virgen ante la muerte de su hijo.
Por su parte, en el pasaje del incidente del templo en la fiesta de
Pascua, el evangelista plasma una de las pocas conversaciones escri-
tas en el Nuevo Testamento entre María y Jesús. Este episodio pone
fin a la historia de la infancia. Lucas presenta aquí un relato catequé-
tico, subrayando la filiación divina de Jesús, quien permanece en el
templo entre los doctores pero no lo hace como discípulo, sino como
maestro de sabiduría15:
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de Jesús a María —«¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha lle-
gado mi hora»— como un desprecio hacia ésta. Sin embargo, también
se puede objetar que Jesús realiza el milagro y, por tanto, complace a
su madre cuando ella le pide un favor.
Más adelante, Juan cita a la madre y a los hermanos de Jesús como
seguidores suyos, indicando que María formaba, en ocasiones, parte
de su entorno (Jn 2, 12).
La última mención de Juan hacia María es en la Crucifixión, donde
Cristo la encomienda a los cuidados de su «discípulo amado» (Jn 19, 25-
27). Siguiendo a Benko en este punto, Jesús quiere que María, hija de
la tradición judía y símbolo de la sinagoga, encuentre a su hijo en la co-
munidad de sus seguidores, mientras que, a su vez, la nueva iglesia cris-
tiana debe recordar que no es sino un vástago de la sinagoga judía: «el
viejo pacto debe ser absorbido por el nuevo, la sinagoga por la Iglesia»18.
Por último, en los Hechos de los Apóstoles se habla una vez de Ma-
ría (Hch 1, 14):
vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen
vino». Jesús le responde «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora».
Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga».
18 Benko, Stephen: Los evangélicos, los católicos y la Virgen María, Casa bautista,
El Paso, 1981.
19 Warner, Marina: Op. Cit., pág. 37.
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durante y después del parto, en oposición a la calumnia recogida por
Celso quien, a finales del II, sostenía que Jesús había sido fruto del
adulterio de María con un soldado llamado Panthera20.
También comienzan a emerger hacia el siglo II las leyendas sobre
la muerte y asunción de María, si bien no será hasta el V cuando se
plasmen por escrito de una manera completa21, destacando, en Occi-
dente, el Tránsito de María-B.
20 «En los primeros días de la cristiandad los judíos esparcieron el rumor de que
Cristo había nacido de una unión adúltera; María, aunque desposada con José, según
este cuento, se unió a un cierto soldado romano, llamado Panthera, por lo que a Jesús
se le llamó ben-Panthera, «hijo de Panthera», texto de Celso recogido por González,
Carlos Ignacio: María evangelizada y evangelizadora, Colección de textos básicos para
seminarios latinoamericanos, V. IV-2, Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM),
Bogotá, 1988.
21 de Puig i Tàrrech, Armand (edit.): Los evangelios apócrifos, vol. I, Ariel, Madrid,
2008, pág. 376.
22 García Paredes lo explica muy bien al exponer cómo los dirigentes de la Iglesia
respondían a las herejías con planteamientos teológicos fieles al mensaje revelado. En este
contexto «se advirtió, que la figura de María resultaba esencial e imprescindible a la hora
de abordar las grandes cuestiones de la fe». García Paredes, José Cristo Rey: Mariología,
Serie de Manuales de Teología, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1995, pág. 191.
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más radicales, el docetismo, llegaba a negar el nacimiento de Cristo:
su cuerpo habría llegado al mundo a través de una mujer, María, sin
tomar nada de su sustancia23; por lo tanto, Cristo nunca deja de ser
Dios para ser hombre. No es de extrañar que, ante este panorama,
los defensores de la ortodoxia comenzaran a apelar a María como
Theotokos («parturienta de Dios»), conscientes de que «María simbo-
liza el lado físico de la existencia de Jesús, su conexión con la raza
humana»24. Ignacio de Antioquía, por ejemplo, se esforzó por recalcar
que María había parido a Jesús y, como consecuencia, éste no había
permanecido exento de pasar experiencias humanas25.
El arrianismo, por su parte, lejos de negar la humanidad de Cris-
to, la destacaba con tanta fuerza que fue su divinidad la que se vio
amenazada. Ante las tesis arrianas fue preciso recalcar el milagro
del nacimiento de Cristo de una mujer virgen mediante la acción del
Espíritu Santo. A pesar de las condenas hacia el arrianismo procla-
madas en el Concilio de Nicea (325), el debate cristológico estaba lejos
de terminarse. Con todo, la figura de María y su virginidad fueron
cobrando mayor protagonismo.
En el siglo III se extiende el adopcionismo, defendido por el obispo
de Antioquía Pablo de Samosata. Según su tesis, Cristo era un hu-
mano sobre el que habría descendido el Espíritu Santo, de manera
que no se había producido una verdadera encarnación: únicamente
Jesús, no el Verbo, había nacido de María26.
Además, entre las herejías surgidas en las primeras comunidades
cristianas, cabe destacar el montanismo por su posible influencia en
el impulso de la devoción popular mariana en los primeros momen-
tos. Fundado por Montano, un cristiano convertido, el montanismo
tenía ciertas influencias del culto a Cibeles. Se caracterizaba por des-
tacar, en su teología, la dimensión femenina: se daba las gracias a Eva
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por haber comido el fruto del árbol de conocimiento y María se elevó
como la figura primordial de su culto. No es casualidad, o al menos
no lo cree así García Paredes, que los dos teólogos que comenzaron
a exponer los paralelismos entre Eva-María procedieran del Medite-
rráneo oriental, donde el montanismo se había extendido con vigor27.
El Concilio de Éfeso del 431 supuso un punto de inflexión en la de-
voción a María. En él se recalca a la Virgen como madre de Dios o
Theotokos. Aunque, en realidad, el Concilio no estaba interesado en
María, sino en Cristo, y la aprobación de la Virgen como Theotokos
no significaba tanto el triunfo de María como el de la doctrina de las
dos naturalezas de Jesús.
En verdad, el origen del término Theotokos se remonta a varios si-
glos antes del Concilio de Éfeso. Así, en el siglo III, Orígenes lo utilizaba
en Egipto donde incluso parece que habría una devoción a la Virgen
bajo este título. La expresión se hizo más popular con Atanasio, quien
la utilizó con frecuencia en las disputas contra los arrianos28. Poco
después, Apolinario de Laodicea defendía frente al adopcionismo de
Pablo de Samosata la idea de que no existía diferencia alguna entre el
«hijo de Dios» e «hijo de María», siendo Cristo una sola persona. Habla,
así, de un «Dios nacido de mujer», lo que, en esencia, viene a significar
lo mismo que Theotokos29. Desde estos momentos (s. IV), empieza a
extenderse por oriente y occidente el título Theotokos30.
27 García Paredes, José Cristo Rey: Op. Cit., págs. 180-181. El propio García Paredes
menciona también a las «koliridianas», posible rama del montanismo. Según el autor, las
koliridianas eran mujeres de la zona de Tracia y Arabia que, en su culto, sacrificaban
pan a María. Epifanio habló sobre ellas diciendo que ofrecían a María una pequeña tor-
ta de pan en señal de adoración y que hacían de María «una diosa, la Reina del Cielo».
28 Benko, Stephen: Op. Cit.
29 Ibídem.
Apolinario exaltó a tal grado la divinidad de Cristo que su humanidad desapareció
por completo. Al terminar por admitir tan sólo una naturaleza en Cristo —la divina—,
su doctrina se presentó como herejía cercana al docetismo. En el año 381, el emperador
Teodosio dictó varias leyes en contra de sus seguidores. Como reacción al apolinarismo,
se vuelve a exaltar la humanidad de Cristo. Gregorio Nacianceno, defendiendo la orto-
doxia, escribió:
«Porque nosotros no separamos al hombre de la Deidad, sino que sentamos como un
dogma… que de antiguo no fue hombre sino Dios, y el único Hijo antes de todas las eda-
des, no mezclado con cuerpo o cosa alguna corporal; pero el que en estos últimos días ha
asumido también la naturaleza humana para nuestra salvación… Si alguno no cree que
la santa María es la madre de Dios, él está separado de la Deidad. Si alguno afirmase
que él pasó a través de la Virgen como a través de un conducto, y no fue formado divina
y humanamente en ella al mismo tiempo … él es igualmente impío». Ibídem.
30 González, Carlos Ignacio: Op. Cit., pág. 103.
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Éfeso tiene su origen en el debate cristológico y político entre Nes-
torio y Cirilo. Nestorio, patriarca de Constantinopla, oyó hacia el 428
cómo el predicador Proclo presentaba a María, entre muchos otros ho-
nores, como Theotokos31. El patriarca se escandalizó, pues el término,
tal y como él lo concebía, implicaba que Dios había nacido con Jesús, lo
que era una contradicción, ya que sería negar su condición eterna. En
lugar de Theotokos, María debería ser llamada, más concretamente,
Anthropothokos o Christotokos, es decir, «madre de Cristo», la madre
de la parte humana de Jesús. Además, el uso de la forma «madre de
Dios» implicaba colocar a María en la posición de una diosa, a la ma-
nera de los cultos paganos32. Su pensamiento, así explicado, no parece
caer en ninguna herejía, ya que Nestorio no está negando la dualidad
de la naturaleza de Cristo, simplemente se sitúa en contra del concep-
to Theotokos. Sin embargo, este desacuerdo entre Nestorio y Proclo
reavivó las antiguas enemistades entre Constantinopla y Alejandría33,
saliendo el patriarca de esta última, Cirilo, en defensa de Proclo34.
Nestorio pasó a considerarse el hereje por antonomasia, «el nuevo
Judas», el «diablo encarnado», en palabras del propio Cirilo35. Cirilo
comenzó su proceso contra Nestorio escribiendo cartas y mandando
al diácono Posidonio a Roma con una antología donde se presenta-
ban las tesis nestorianas. Fue él, además, quien convocó en el 430 un
sínodo en Alejandría condenando su doctrina36.
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El Concilio de Éfeso, convocado por el emperador Teodosio para
solucionar la disputa37, supuso, finalmente, la excomunión de Nestorio
y el triunfo de Cirilo: María es declarada oficialmente madre de Dios,
Theotokos38. Sin embargo, siguiendo a Warner, «las reyertas religiosas
y políticas no terminaron en Éfeso»39. En efecto, en el 451 se convoca
un nuevo concilio: el Concilio de Calcedonia, donde se reafirman las
dos naturalezas de Cristo. A María se le da un nuevo título de manera
oficial: Aeiparthenos, o «siempre virgen», reafirmando así la teoría de
la concepción virginal además de su virginidad post-partum40.
Además de la defensa de María como Theotokos, los Padres de la
Iglesia comenzaron a definir la virginidad de María como la prue-
ba irrefutable de la divinidad de Cristo. Se vinculan entonces virgi-
nidad y maternidad: «la virginidad es maternal y la maternidad es
virginal»41. Posteriormente, la virginidad de María acaba adquiriendo
un matiz moral, dejando la maternidad a un lado: María pasa a ser
presentada como modelo de la monja —y del monje—, donde la virgini-
dad se da sin maternidad42. Esta moral virginal contaba ya con cierto
bagaje en la cultura occidental. Para los antiguos griegos y romanos,
la virginidad era considerada un valor, aunque privativo de ciertos
grupos como las vestales. Del mismo modo, ciertas corrientes filosó-
ficas pregonaban una vida ascética y miraban con recelo la sexuali-
dad. Son muchos los estudiosos que ven en estas corrientes filosóficas
y religiosas (el pietismo judío es otro ejemplo) una clara influencia
para la Iglesia y su exaltación de la virginidad43. Ante la consideración
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de la sexualidad como el peligro más grave del hombre, era necesario
que la madre de Dios se presentara prístina y sin tacha para que el
propio Cristo no estuviera «contaminado» de tales obscenidades que,
además, si eran inherentes a toda la especie humana, más acentua-
das se encontraban en la mujer44. Así, María se presenta, desde muy
pronto, como la «iniciadora y modelo de virginidad»45.
Uno de los primeros Padres en hablar de la virginidad fue Oríge-
nes, quien la concebía como requisito indispensable de la Redención46.
En el sigo II Ignacio de Antioquía escribe su Carta a los Efesios. En
ella habla de María en un contexto claramente cristológico y comba-
tiendo a los docetas:
«Puesto que nuestro Dios Jesucristo fue llevado en el seno por Ma-
ría según la economía de Dios… por obra empero del Espíritu Santo…Y
quedó oculta al príncipe de este mundo la virginidad de María y el
parto de ella, del mismo modo que la muerte del Señor: tres misterios
sonoros que se cumplieron en el silencio de Dios»47.
ligión cristiana amplía este concepto para integrarlo en una ascética más desarrollada.
Warner explica que «la interpretación del nacimiento virginal como la sanción moral de
la bondad de la castidad sexual fue la contribución distintiva y grandiosa de la religión
cristiana a la antigua fórmula mitológica». Warner, Marina: Op. Cit, págs. 80-81.
44 Ibídem.
45 de Fiores, Stefano: Op. Cit., pág. 157.
46 «Si alguno cree que aquel que fue crucificado bajo Poncio Pilato entró en el mun-
do como un ser santo y portador de salvación y mantiene que no nació de la virgen y
del Espíritu Santo, sino de José y de María, a ese tal le falta lo necesario para tener la fe
plena». Orígenes, Contra Cel I, 37, García Paredes, José Cristo Rey, Op. Cit., pág. 226.
47 de Fiores, Stefano: Op. Cit., págs. 143-144 y García Paredes, José Cristo Rey: Op.
Cit., pág. 227.
48 Ibídem., pág. 227.
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Justino (s. II), insistió también en la virginidad de la madre de Jesús,
defendiéndola de los incrédulos49, así como Ireneo, que también se
refiere a este tema50. Justino, además, es el primer teólogo que llama
a María «la Virgen», como si fuese su nombre51.
En el siglo III destaca Tertuliano, posicionándose a favor de la vir-
ginidad de María en la concepción de Jesús pero no ya en el parto52.
Por su parte, Orígenes destacaba la virginidad perpetua de Ma-
ría53. Buscó en el Antiguo Testamento toda una serie de símbolos que
parecieran prefigurar el nacimiento virginal de Cristo, al modo de
profecías. Estas especulaciones metafísicas de Orígenes y su escuela
alejandrina tendrán influencia a lo largo de toda la Edad Media, y a
partir de aquí, los Padres de la Iglesia recurrirán con frecuencia a pa-
sajes del Antiguo Testamento para rodear a María de diferentes atri-
butos con los que todavía se denomina a la Madre de Dios: Torre de
David, Rosa Mística, Torre de Marfil, Casa de Oro, Arca de la Alianza,
etc.54 El vientre virginal de María está prefigurado en imágenes como
la rama de Aarón que florece por sí misma, la piedra del sueño de
Nabucodonosor que se desprende sola, el cayado de Moisés que se
convierte en serpiente, etc. También el Cantar de los Cantares pro-
fetizaría la virginidad de la madre de Cristo: «Eres huerto cerrado/
hermana y novia mía,/ huerto cerrado,/ fuente sellada» (Cnt 4, 12).
En todos estos pasajes y en muchos otros, los Padres de la Iglesia
vieron prefiguraciones del nacimiento milagroso de Jesús55.
49 «Escuchad ahora cómo a su vez fue literalmente profetizado por Isaías que
Cristo había de ser concebido por una virgen… Por lo que los hombres pudieran tener
por increíble e imposible de suceder, eso mismo indicó Dios anticipadamente por me-
dio del Espíritu profético, para que cuando sucediera no se le negara la fe, sino que,
justamente por haber sido predicho, fuera creído… Fue la virtud de Dios la que vino
sobre la virgen y la cubrió de su sombra y, permaneciendo virgen, hizo que concibiera».
Justino, I Apología, 31-33. de Fiores, Stefano: Op. Cit., pág. 145.
50 «El Verbo se habría hecho carne, y el Hijo de Dios, hijo del hombre (puro que, de
modo puro, habría abierto aquel puro seno que regenera a los hombres en Dios: seno
que él mismo hizo puro)» Ireneo, Contra las herejías», IV, 33, 11. Ibídem, pág. 147.
51 González, Carlos Ignacio: Op. Cit., pág. 191.
52 «Reconozcamos, pues, como signo de contradicción la concepción y el parto de la
Virgen María… en efecto, ella parió, porque parió desde su carne, y no parió porque no parió
mediante el semen del varón, y es virgen en cuanto respecta al varón, no es virgen en rela-
ción con el parto». Tertuliano: La carne di Cristo 23, 2. de Fiores, Stefano: Op. Cit., pág. 147-148.
53 «Yo creo razonable que la primicia de la pureza casta de los varones sea Jesús,
y de las mujeres lo sea María: en efecto, no sería piadoso atribuir a otra sino a ella la
primicia de la virginidad». Orígenes: Comentario de Mateo 10, 17. Ibídem, pág. 148.
54 Warner, Marina: Op. Cit., págs. 97-99.
55 Ibídem.
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En el siglo IV Epifanio escribía:
Después del IV, muchos Padres opinan que si María había conce-
bido sin placer carnal también es justo que hubiese parido sin expe-
rimentar ningún tipo de dolor. Esta es la tesis de Ambrosio y Agustín.
Algunos otros autores, intentando defender la humanidad de Jesús,
escriben el proceso del parto de un modo explícito, como es el caso del
papa San Hormisdas, en una misiva enviada al emperador Justino57.
En Siria, San Efrén escribe himnos marianos en los que presenta a
María como virgen in partum:
Más difícil era defender la virginidad post partum debido a los es-
critos evangélicos y a los mismos apócrifos. Hasta el siglo IV no pa-
rece que haya sido indispensable para la ortodoxia la creencia en la
virginidad perpetua de María. Sin embargo, la mayoría de los Padres
de la Iglesia coinciden, salvo raras excepciones59, en defender la vir-
ginidad de María tras el parto de Jesús60. Se estableció, así, la virgini-
dad de María antes, durante y después del parto. Destacan Atanasio
de Alejandría y Ambrosio de Milán, que insisten en la perpetua virgi-
nidad de la madre de Cristo:
153
«María perseveró siempre en su virginidad, como mujer que había
engendrado al Señor y que por este motivo era ejemplo para todos»61.
Ambrosio de Milán reflexiona sobre este tema en sus obras Las vír-
genes y La educación de la Virgen. En ellas se presenta a María como
modelo de virgen62, e incluso va más allá y se atreve a bosquejar una
descripción de María:
«María era virgen no sólo de cuerpo, sino también de mente, y no
falseó jamás, con dobles intenciones, la sinceridad de sus afectos. Hu-
milde de corazón, reflexiva, prudente, no locuaz, amante del estudio
divino, no depositaba su esperanza en las inestables riquezas sino en
la oración de los pobres… No se decidía a salir de casa, a no ser para
dirigirse al templo e incluso entonces lo hacía en compañía de sus pa-
dres o de sus parientes»63.
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como nuevo Adán, los Padres de la Iglesia retoman el paralelismo y lo
extienden hasta su madre, asociándola al proceso de Redención: Cris-
to, al obedecer a su Padre en la Crucifixión, repara los pecados del
primer hombre, mientras que la obediencia de María en la Anuncia-
ción repara los pecados de la primera mujer. La Virgen se presenta,
frente a Eva, como mujer virtuosa que acepta los designios de Dios67;
se define como «segunda Eva» y madre de todos los vivientes, ya que
gracias a ella recibimos la vida que Eva nos había arrebatado68. La
idea será revitalizada en el siglo XII con San Bernardo69.
El primer autor conocido en establecer la relación María-Eva es
Justino en su Diálogo con Trifón (s. II):
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llegará para redimir al primero y, para ello, debe recorrer el camino
inverso de la caída en lo que Ireneo llama «la recirculación». María es
una pieza fundamental, pues no solamente queda redimida por el nue-
vo Adán sino que, además, participa de manera activa a su lado73. Tal y
como recoge García Paredes, Jesús es el nuevo Adán en la cruz, María,
la nueva Eva en la anunciación74. Ireneo lo explica argumentando que
Cristo, al obedecer a su Padre en la crucifixión, reparó los pecados del
primer hombre, mientras que la obediencia de María en la anuncia-
ción hizo lo propio con respecto a los pecados de la primera mujer75.
En Oriente, San Efrén de Siria (306-372) escribió un precioso himno
donde se recalca el papel de María en la Redención. En él describe
cómo la creación se vistió «con un vestido de flores/ y una túnica de
lirios» en el momento de la Anunciación. Eva había cubierto a Adán
con un vergonzoso vestido de pieles; María llega para iluminar el
mundo76. María ha de ser causa de alegría para Adán, pues gracias a
ella se ha salvado.
Gregorio de Nisa (s. IV) retoma el paralelismo bajo un nuevo enfo-
que: el dolor de Eva al dar a luz a sus hijos frente a la alegría de María
en el nacimiento de Jesús77. Pero quizá la frase más célebre sea la de
Jerónimo de Estridón: Mors per Evam; vita per Mariam. Escueta pero
exacta, San Jerónimo expresó en pocas palabras lo que sus anteceso-
res habían venido proclamando.
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A lo largo de la Edad Media, el gusto por el juego de palabras y adi-
vinanzas hizo que el saludo del ángel a María, «Ave», diera la vuelta a
la maldición de Eva formando así un eficiente anagrama. El Ave Maris
Stella, escrita hacia los siglos VII y VIII para la fiesta de la Anuncia-
ción, es el resultado de ello78:
«Al recibir este Ave/ de los labios de Grabriel/ nos estableció en la
paz/ cambiando el nombre de Eva».
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El personaje de María no está, en los Padres de la Iglesia, exento de
contradicciones y obstáculos. Muchos textos explicitan que la madre
de Jesús no escapa del pecado. María parece no comprender bien a
su Hijo, cae en la soberbia e incluso en la duda. Paulette L’Hermite-
Leclercq en L’eglise et les femmes dans l’occident chretien; des origenes
à la fin du Moyen Age, recoge una serie de textos que muestran estas
ambigüedades respecto a la Virgen83. Uno de los más destacados es
el de Cirilo de Alejandría en sus comentarios al Evangelio de Juan,
donde Cirilo pone voz a los pensamientos de María al pie de la cruz,
preguntándose si realmente el crucificado será hijo de Dios. María
duda; y su duda demuestra no sólo su debilidad sino también la debi-
lidad intrínseca del género femenino:
«Es muy probable que esta mujer, ignorante del misterio, se dejase
llevar por este tipo de reflexiones. Si Pedro, el príncipe de los apósto-
les, se ha escandalizado cuando Cristo ha dicho que debía sufrir la
cruz y la muerte ha exclamado: ‘¡Que Dios no lo quiera! ¡Señor, no! ¡A
ti eso no te pasará nunca!’, ¿qué hay de sorprendente, os pregunto si el
espíritu débil de una mujer se deje llevar por unas reflexiones todavía
más débiles?»85
«María dice a Jesús: «No tienen vino». Deseaba ganarse el favor ge-
neral y quería, gracias a su hijo, hacerse valer. Puede ser que experi-
2-3: «Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo
esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo».
Por otra parte, la Iglesia es madre de todos sus miembros y esposa de Cristo como
María es madre de Jesús y esposa de José.
83 L’Hermite-Leclercq, Paulette: L’eglise et les femmes dans l’occident chretien; des
origenes à la fin du Moyen Age, Brepols, París, 1997, págs. 405-408.
84 Ibídem.
85 Ibídem.
158
mentara algún sentimiento muy humano … Es por eso por lo que Él le
respondió secamente: «¿Qué nos va a mí y a ti, mujer?»86
86 Ibídem.
87 Ibídem.
88 de Fiores, Stefano: Op. Cit., pág. 54.
89 Ibídem.
90 García Paredes, José Cristo Rey: Op. Cit., pág. 176 y De Fiores, Stefano: Op. Cit.,
págs.54-56.
159
Los ritos eran obscenos y sexuales91. No fue hasta el último año del
siglo IV cuando el templo de Caelestis fue convertido en iglesia. Gar-
cía Paredes señala cómo, a pesar de las sucesivas prohibiciones a los
cultos paganos y la posterior demolición del templo a Caelestis, «los
cartagineses permanecieron ligados a su Reina del cielo. No sólo los
paganos, también los cristianos en secreto»92.
La diosa Isis era popular en Egipto y Roma. Su devoción resistió a
las luchas de los cristianos por derrotar la idolatría y el paganismo.
Una característica de su culto era la participación de mujeres como
sacerdotisas93.
Por último, la diosa Cibeles era la Gran Madre frigia, a la que co-
menzaron a adorar los romanos en el siglo III a. C. durante la se-
gunda guerra púnica94. Muchos devotos de Cibeles se castraban y se
vestían con ropajes femeninos, adoptando formas afeminadas para
configurarse con la propia diosa95.
Estas tres diosas dejaron su impronta en la nueva figura de mu-
jer introducida por el cristianismo96. Los cultos ya analizados como el
montanismo y las koliridianas (ver nota 27) mostraban ecos de los cul-
tos a estas diosas mediterráneas. Pero, además, María aparece con
connotaciones claramente paganas si pensamos, por ejemplo, en su
vinculación con la tierra. Ambrosio de Milán identificó a María con la
tierra virgen al sostener: ex terra virgine Adam, Christus ex virgine97.
Del mismo modo, un himno medieval se refería a María denominán-
dola terra non arabilis quae fructum parterit98. Con estas referencias,
la mayoría de los primeros cristianos empezó a ver en María las mis-
mas cualidades que sus antiguas diosas. María era la tierra que da la
vida, la Gran Madre, la Cibeles cristiana.
En el siglo V un discípulo de Juan Crisóstomo, Isidoro de Pelusio,
responde por carta a una pregunta de un teólogo que le interroga so-
bre las diferencias entre la madre de Dios y las madres de los dioses
derivados del panteón griego99. En su misiva, Isidoro reconocía las
160
semejanzas entre María y Cibeles, sin embargo señalaba la prodigio-
sa exclusividad de la madre de Cristo al darse en ella la paradoja de
maternidad y virginidad. En realidad este rasgo ya se había dado en
otras diosas madres, como recuerda Belting, pero lo verdaderamente
original de la maternidad virginal de María —aunque Isidoro no cayó
en la cuenta— era la cualidad humana de su embarazo, pues frente
a las diosas paganas María no era ni sería nunca una diosa. Y este
punto era fundamental, ya que si María no hubiese contado con un
embarazo humano, su hijo carecería de naturaleza humana100.
El afán por establecer diferencias entre María y Cibeles vuelve a
aparecer con Juan Damasceno, entre los siglos VII y VIII. El autor ase-
gura que a la Gran Madre de los dioses se le atribuyen muchos hijos,
pero en realidad no pudo tener ninguno, ya que es imposible que un
ser incorporal pueda concebir a partir de un acto sexual. Además, en
el caso de haber tenido hijos, éstos ya no podrían ser llamados «dio-
ses», puesto que el carácter inmortal de un dios es incompatible con el
hecho de haber nacido. Juan Damasceno habla, pues, de un «primer
nacimiento», o nacimiento intemporal del Logos divino, y un «segundo
nacimiento» en donde «el que no tiene principio ni cuerpo» se hace hu-
mano bajo el seno de una criatura humana. María es madre de Dios,
pero no es una diosa:
161
construidas es negro; en otros casos se suele decir que la antigüedad
y la suciedad las han vuelto negras. Esta explicación de teólogos ca-
tólicos no es adecuada. Son negras porque representan a la Madre-
tierra. La veneración a las Black Madonnas es una continuación de la
piedad popular en la que era venerado el gran misterio de la tierra» 103.
162
Esposo, Esposa, Paloma, Casa, Reina, Amiga fiel para siempre, ven a
coger las rosas de la guerra y los lirios alegres de la paz. He aquí que
florece para ti una flor de la raza real de Jessé»106.
163
zan a germinar, como la Inmaculada Concepción, cuyas raíces se re-
montan a Beda el Venerable o a Pascasio Radberto, quien empieza a
ver a María como exenta del pecado original111.
Es además en este momento en el que se da el resurgir de la figura
tridimensional en lo que se refiere a las imágenes de culto mariano.
Fernández Ladreda recuerda cómo tradicionalmente se creía que la
primera figura de la Virgen en escultura de bulto redondo tras finales
de la antigüedad era la desaparecida Majestad de Clermont-Ferrand,
encargada por el obispo Esteban II hacia el 946. Sin embargo, el es-
tudio de diversos textos de los siglos VIII y IX manifiesta que ya en
época carolingia se hacían este tipo de representaciones, a pesar de
la reticencia carolingia por la imagen112.
Las representaciones que se hacen en estos momentos de la Virgen
suelen ser de dos tipos: María sumida en la oración o la Virgen en
majestad con Jesús113.
Para los Otones también María ocupará un lugar especial. Warner
pone de manifiesto la especial devoción mariana de Otón III y Roger
II en relación directa con la influencia que sobre ellos hubieron de
ejercer sus madres. En el caso de Otón III su madre, la princesa grie-
ga Teófano, lleva la religiosidad bizantina a la corte occidental, así
como gran parte de su cultura. Por su parte, Adelaida de Montserrat,
madre del futuro rey de Sicilia Roger II, ocupó la regencia al trono
mientras su hijo no cumplía la mayoría de edad y se rodeó de solda-
dos griegos, recibiendo el príncipe una educación oriental mediante
la que adquirió muchas costumbres bizantinas y una enorme devo-
ción a la Virgen114.
Warner sitúa en el siglo X el momento en el que la adoración a la
Virgen la transforma de una reina distante en una «madre miseri-
cordiosa y amable …, la que inspira amor y alegría, la amiga íntima
de monjes y pecadores»115. De modo genérico, Occidente empieza a
otorgar enorme importancia a María a partir del siglo XI. Se extiende
su devoción privada y se convierte en objeto temático de oradores,
teólogos y, con el tiempo, también de los poetas116. La cultura románi-
ca muestra, pues, un giro en su religiosidad. Según Marisa Melero, la
164
concepción de María como intercesora en época románica aparece
en contextos tan diversos como el funerario, el escatológico o el tau-
matúrgico117. En muchas iglesias las visiones del Cristo apocalíptico se
sustituyen por las de la Virgen en majestad con el Niño.
Pronto, ante la demanda de la devoción popular, comenzaron a apa-
recer todo tipo de reliquias de la madre de Jesús. Reau explica cómo
fueron buscadas con fervor las llamadas «reliquias indirectas o extrín-
secas», es decir, aquellas reliquias que, sin formar parte del cuerpo de
la virgen, estuvieron en contacto con ella. Entre los ejemplos más co-
munes se encuentran las túnicas o camisas de María, cuyo modelo más
célebre lo constituye la Sancta Camisia, donada a Chartres por Carlos
el Calvo y que anteriormente pertenecía al tesoro de Aquisgrán. No fal-
ta tampoco la Santa Casa, supuesta casa de María trasportada por los
ángeles a Loreto. Entre las reliquias directas hay diócesis que se jactan
de poseer cabellos de la Virgen o incluso «leche de Nuestra Señora»118.
La devoción a María alcanza unas cuotas tan elevadas de fervor
que llegó a inhibir el culto de Cristo119. No es de extrañar que, para
referirse a esta época, el historiador Michelet se expresara diciendo
«Dios cambió de sexo»120. De hecho, el fervor del que María era objeto
en el gótico se tradujo en el siglo XV en un texto que ilustra una dispu-
ta entre Cristo y su madre121:
165
María empieza a ser la Reina de las reinas, la Emperatriz. Los clé-
rigos comenzaron a alabarla, rivalizando entre ellos con sus exalta-
ciones123. En todo este proceso una orden religiosa tendrá especial
relevancia: la cisterciense.
166
teología van más allá de lo visto hasta el momento y marcan nuevos
caminos a seguir: si con la doctrina patrística María era identificada
con la Iglesia, Bernardo la sitúa en una posición superior a ésta129.
129 de Fiores, Stefano: Op. Cit., pág. 246: «…así como el vellón se encuentra entre el
rocío y el secadal, y la mujer entre el sol y la luna, así María ha sido situada entre Cristo
y la Iglesia» (San Bernardo).
130 Reau, Louis: Op. Cit., pág. 58.
131 Velado Graña se refiere al estilo literario de San Bernardo en los siguientes
términos:
«¿Cuál es el secreto, la clave de este influjo? Un no sé qué de dulce y de tierno unge
los escritos de San Bernardo. Su estilo suave y penetrante hasta lo más hondo del alma,
al estilo de la gracia divina… Y el amor, la piedad, la encendida devoción, la eficacia y la
fuerza artística con que habló y escribió de la Virgen, son incomparables».
Velado Graña, Bernardo en «Homilías marianas de San Bernardo en la liturgia de
las horas», Actas… Óp. Cit., págs. 1019-1020.
132 Leclercq, Jean: Bernardo de Claraval, Edicep C. B., Valencia, 1991, pág. 175.
Leclercq expone los límites de la mariología de San Bernardo, aclarando que a pesar
del gran valor de sus escritos marianos hay que tener cierta cautela, puesto que «nunca
llamó a María ‘Madre nuestra’ …No cedió jamás a la exageración. Nunca hubiera escrito
una fórmula como esta que le ha sido atribuida: ‘Nunca se dirá bastante sobre María’.
Todo el valor de su mariología procede de que la totalidad de los símbolos que emplea
para exponer su pensamiento —salvo el acueducto— son bíblicos», pág. 176.
167
si Jesús es «fuente de vida», María es necesariamente el «acueducto»
por el que se canaliza dicha fuente:
133 San Bernardo: Obras Completas, vol. IV, BAC, Madrid, 1986, págs. 420-423, en Ve-
lado Graña, Bernardo: Op. Cit., págs.1013-1014.
134 Leclercq, Jean: Op. Cit., pág. 179.
135 Luddy, Ailbe J. : Op. Cit., pág. 713.
136 Reau, Louis.: Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos, tomo 2/volu-
men 3. Ediciones del Serbal, Barcelona, 1997, págs. 213-214.
137 Luddy, Ailbe J.: Op. Cit., pág. 711.
138 Recogido por Luddy, Ailbe J.: Op. Cit., pág. 711.
168
a María, la abogada por excelencia, y que además mantuvo siempre
una naturaleza exclusivamente humana, lo que la aproxima más a
nosotros y no debe suscitar ningún tipo de temor:
139 «¿Por qué ha de temer la fragilidad humana el recurrir a María? En ella no se en-
cuentra nada austero, nada que aterrorice. Todo en ella está lleno de dulzura. Ella tiene
para todos solamente la dulzura de la leche y la suavidad de la lana». Luddy, Ailbe J.: Op.
Cit., pág. 711.
140 Ibídem.
141 Ibídem, pág. 172
142 «Señora Nuestra, mediadora nuestra, abogada nuestra, reconcílianos con tu
Hijo, recomiéndanos a tu Hijo, represéntanos ante tu Hijo», recogido por de Fiores, Ste-
fano: Op. Cit., pág. 247.
143 Leclercq, Jean: Op. Cit, pág. 181.
169
«Es indudable que cuanto proclamamos en alabanza de la Virgen
Madre, corresponde igualmente al Hijo. Y, a su vez, cuando honramos
al Hijo no menoscabamos la gloria de la Madre»144.
170
una palabra fugaz y acoge en tu seno a la Palabra eterna. ¿Por qué
tardas? ¿Qué recelas? Cree, di que sí y recibe. Que tu humildad se
revista de audacia, y tu modestia de confianza … Abre, Virgen dicho-
sa, el corazón a la fe … Mira que el deseado de todas las gentes está
llamando a tu puerta. Si te demoras en abrirle, pasará adelante, y
después volverás con dolor a buscar al amado de tu alma. Levántate,
corre, abre»149.
149 Recogido por Velado Graña, Bernardo: Op. Cit., págs. 1008-1009.
150 Ibídem.
151 «el Hacedor, al hacerse hombre, … tuvo que … formar para sí, entre todas, una
madre … Quiso, pues nacer de una virgen inmaculada que venía a limpiar las máculas
de todos. Quiso que su madre fuese humilde, ya que él, manso y humilde de corazón,
había de dar a todos el ejemplo necesario y saludable de estas virtudes. Y el mismo que
ya antes había inspirado a la Virgen el propósito de la virginidad y la había enriquecido
con el don de la humanidad, le otorgó también el don de la maternidad divina». Ibídem,
pág. 1006.
152 «Unámonos ahora nosotros a los apóstoles, y sigamos con ellos al Señor para ver
lo que va a hacer y creer como ellos. ‘Pues bien, como llegó a faltar el vino, le dijo su ma-
dre a Jesús: ya no tienen vino’ (Jn 2, 3). Ella tuvo piedad de ellos en su bondad y participó
en su apuro. ¿Qué podía brotar de la fuente de la bondad sino bondad? si os pregunto,
¿cómo vamos a asombrarnos de que de las entrañas mismas de la benevolencia se pro-
duzca semejante benevolencia? ¿Acaso la mano que, durante media jornada, ha tenido
cogido un fruto, no conservará su olor el resto del día? … Es posible que la respuesta
del Señor pueda parecer un poco dura y severa; pero el que la dio sabía bien a quien
hablaba, del mismo modo que esta no ignoraba quien era el que le daba esta respuesta.
Pero si queréis saber cómo recibió ella esta respuesta y cuánto contaba con la bondad
de su Hijo, escuchad lo que dijo a los que servían: Haced todo lo que él os diga (Jn 2, 4)»
en Leclercq, Jean: Op. Cit., págs. 183-184.
171
gido y leído hasta nuestros días para el Oficio de la fiesta de los Dolo-
res es uno de sus sermones: La Madre estaba junto a la cruz153.
Ante aquellos que puedan dudar de la fe de María por el hecho de
haber sufrido con la Crucifixión, Bernardo explica:
«¿Es que María no sabía que su Hijo había de morir?, Sí, y con toda
certeza, ¿Es que no sabía que había de resucitar al cabo de muy poco
tiempo? Sí, y con toda seguridad, ¿Y a pesar de ello sufría por el Cru-
cificado? Sí, y con toda vehemencia. Y si no ¿qué clase de hombre eres
tú, hermano … que te extrañas más de la compasión de María que de
la pasión del Hijo de María? Éste murió en su cuerpo, ¿ella no pudo
morir en su corazón?»154
153 «En verdad, Madre santa, una espada traspasó tu alma … Después que Jesús
hubo expirado, la cruel espada abrió su costado, sin perdonarlo aun después de muerto,
cuando ya no podía hacerle mal alguno, no llegó a tocar su alma, pero sí atravesó la tuya
… Por esto, con toda razón, te llamamos más que mártir, ya que tus sentimientos de com-
pasión superaron las sensaciones del dolor corporal», en Velado Graña, Bernardo: Op.
Cit., pág. 1011.
154 En Ibídem, pág. 1012.
155 Melero Moneo, Marisa: Op. Cit., pág. 120.
156 Ibídem.
157 Recogido por Velado Graña, Bernardo: Op. Cit., pág. 1010.
172
mujer, la elegida para borrar las consecuencias de su pecado. Tam-
bién se dirige, del mismo modo, a Eva:
«Así, corre, Eva, a María, madre corre a tu Hija: ella responderá por
ti, quitará tu oprobio, dará satisfacción a su Padre por su Madre; pues
ha dispuesto Dios que, ya que el hombre no cayó sino por una mujer,
tampoco sea levantado sino por una mujer»161.
«Cristo, sin duda alguna, habría sido suficiente, pues incluso aho-
ra ‘toda nuestra suficiencia proviene de Él’ (2 Corintios 3, 5); pero no
158 Recogido por Melero Moneo, Marisa: Op. Cit, págs. 120-121.
159 Ibídem.
160 «…Esto le da paso a realizar la contraposición Eva-Ave, o, lo que es lo mismo, Eva-
María, que implica el punto de partida de la restauración de la mujer en la edad media.
En este sentido, la recuperación del valor moral de la mujer medieval se ha localizado
en el siglo XII y se ha conectado con los textos de San Bernardo en los que se habla de la
restauración de Eva gracias a la maternidad divina de María». Ibídem, pág. 120.
161 San Bernardo en «Homilías sobre la Virgen Madre» en Obras Completas de San
Bernardo, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1953, págs. 193-194.
173
sería bueno para nosotros que el hombre estuviese solo (Gen 2, 18).
Parecería más adecuado que como ambos sexos contribuyeron a la
ruina de nuestra raza, ambos sexos también participaran en la obra
de reparación»162.
162 Recogido por Luddy, Ailbe J.: Op. Cit., pág. 710.
163 En Ibídem, pág. 711.
164 «…nunca de nuevo, oh Adán, nunca de nuevo dirás a Dios: ‘La mujer que me diste
por compañera me dio la fruta prohibida’ (Gen 3, 12); sino más bien que tus palabras
sean en adelante: ‘La mujer que Tú me diste me ha alimentado con el fruto de la bendi-
ción’». Fragmentos de «Sermones sobre la Anunciación y la Natividad de la Santísima
Virgen», en Ibídem, pág. 712.
165 Reau, Louise: Iconografía del arte cristiano. Iconografía de los santos…, Op. Cit.,
pág. 21.
174
la puesta en escena de una simple metáfora acerca de la elocuencia
‘dulce como la leche’ de San Bernardo»166. En efecto, la elocuencia del
abad se veía como un don «dulce como la leche», un simbolismo al
que hubo de recurrir algún hagiógrafo ingenioso para desarrollar el
milagro de la Lactancia167. Así pues, la leyenda debió de forjarse a fi-
nales del XIII, momento en el que aparecen ejemplos semejantes en la
literatura mariana168. No debe olvidarse el simbolismo eucarístico que
desde siempre ha tenido la leche de la Virgen como alimento eterno
y salvífico169. El propio Bernardo, en sus sermones sobre el Cantar de
los Cantares, utiliza a la leche como metáfora:
166 Ibídem.
167 Ibídem.
168 Sánchez Ameijeiras, Rocío: «De la cabeza al corazón» en Sémata. En femenino:
voces, miradas, territorios, vol. 20 (2008), USC, pág. 307.
169 Warner cita, por ejemplo, las apócrifas Odas de Salomón, escritas antes del siglo
III donde «la leche es el vehículo de la concepción del Logos». Warner, Marina: Op. Cit.,
pág. 260.
170 En Ibídem, pág. 262.
171 Leclercq, Jean: Op. Cit, pag. 173.
175
igualdad con su Hijo: Cristo es Dios, juez y misericordioso, redentor
y salvador; María es su madre, su naturaleza es puramente humana,
no actúa como jueza, tan sólo es intercesora, a pesar de corredento-
ra. Por esto se dice ad Iesum per Mariam: María es el camino medio
perfecto para llegar a Jesús, y las alabanzas a María no dejan de ser
alabanzas al Hijo.
A pesar de su respeto y cariño hacia la Virgen, Bernardo negó sin
contemplación la doctrina de la Inmaculada Concepción: María hubo
de nacer del pecado como el resto de los mortales. Cristo es el único
que ostenta el privilegio de haber sido concebido sin mácula.
A partir del siglo XIII, los teólogos comienzan a basarse para sus
doctrinas en los textos de Bernardo, más que en los propios Padres
de la Iglesia. El nombre del abad de Claraval queda, desde entonces,
íntimamente unido a María.
176
Otro gran admirador de María fue el italiano Beato Ogler. En sus
tratados y homilías insta a la humanidad a alegrarse por el nacimien-
to de María.
En resumen, las ideas desarrolladas tras San Bernardo se basan
en sus mismas reflexiones: María Corredentora, nueva Eva, el con-
sentimiento de María a la Encarnación, la Compasión… pocas nove-
dades añadieron realmente estos monjes posteriores. Sin embargo,
un mérito debemos reconocerles, y es que contribuyeron a extender
la devoción de esta figura maternal, presentándola como una suerte
de «diosa» misericordiosa que reunía en su persona aquellos aspectos
que el Cristo-Juez no podría asumir nunca: abogada, defensora, guía,
estrella, madre compasiva…
El cristianismo necesitaba un personaje más humano, capaz de
mediar entre el pecador y aquel Dios un tanto distante que tenía la
potestad de salvar y condenar. Así se enriqueció el personaje de Ma-
ría; así se difundió más intensamente su devoción popular. El llamado
«marianísimo siglo XII» dio paso a una nueva religiosidad, más maria-
na que nunca.
4. CONCLUSIONES
177
de Dios. De este modo quedaba claro que, a pesar de los títulos con
los que se le podía invocar, «…nosotros no la llamamos diosa —nos en-
contramos lejos de semejantes fábulas de sutilezas griegas— y anun-
ciamos también su muerte» (Juan Damasceno).
La defensa de la ortodoxia frente a las herejías en los primeros
años del cristianismo dio el impulso a María, aumentando su devo-
ción y pasando, con el tiempo, por estratos distintos que no suponen
la desaparición del anterior, sino que se unen para mayor gloria de
María: Madre de Dios, Corredentora, Intercesora…
Cuando San Bernardo escribe sobre la Virgen lo hace expresando
el sentir de su tiempo. María, en el XII, se presenta ya sin traba alguna
como la Madre de todos los creyentes. Es la antítesis de Eva, del peca-
do. No es que haya sido San Bernardo el impulsor de su devoción en
el XII: es que la espiritualidad mariana del XII se expresa en San Ber-
nardo. No es que haya sido la orden del Císter la propagadora de la fe
en María: es que el Císter se apropia de la religiosidad imperante. El
éxito de María era ya un hecho. Aunque, evidentemente, no se puede
negar que la Orden dio a la devoción un empuje extraordinario. El
arte y cultura del gótico navegan de la mano de esta espiritualidad
más humana, más mariana y más permisiva. El fiel se apoya en María
como en una auténtica madre. Su piedad hace que se requiera su pre-
sencia en contextos funerarios. Si Dios es justo, ella es misericordiosa.
Las catedrales góticas se dedican a María. Ella es también la primera
en acercarse al fiel en jambas y parteluces. Se materializa aquel ser-
món de San Bernardo: «Cristo es un mediador tan grande que nece-
sitamos otro que medie entre Él y nosotros y para esto no podemos
encontrar a nadie tan bien calificado como María».
La historia de la mariología todavía tiene mucho por recorrer des-
pués de San Bernardo y los monjes cistercienses, pero con ellos se
consigue llegar a la cumbre de un proceso. Sus escritos sobre María
son auténticos cantos de amor, de esperanza y de fe hacia la Madre,
con mayúsculas. Porque ya no sólo es la Madre de Cristo, es la Madre
de toda la humanidad, a la que ayuda y protege. La historia que pro-
sigue tiene ya una base sólida sobre la que despuntar y a partir de
ahora el culto a la Virgen ya no duda: María ha entrado en la religión
cristiana para quedarse.
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