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VOLUME 3 ISSUE 1

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Revista Internacional de

Religión y Espiritualidad
en la Sociedad
__________________________________________________________________________
Evolución del cristianismo entre los siglos IV y
V
Definición del dogma desde Nicea (325) hasta Calcedonia
(451) y su incidencia en la autonomía de las iglesias

JUAN JOSÉ ESTRELLA RAMÍREZ

RELIGIONINSOCIETY.COM
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REVISTA INTERNACIONAL DE RELIGIÓN Y ESPIRITUALIDAD
EN LA SOCIEDAD

Primera Edición Common Ground Research Networks 2021


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2001 South First Street, Suite 202
Champaign, IL 61820 USA
Tel.: +1-217-328-0405
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ISSN: 2689-3061 (versión electrónica)

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La Revista Internacional de Religión y Espiritualidad en la Sociedad


es una publicación académica arbitrada bajo el proceso de revisión por pares.
Evolución del cristianismo entre los siglos IV y V:
definición del dogma desde Nicea (325) hasta
Calcedonia (451) y su incidencia en la autonomía
de las iglesias

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(Evolution of Christianity During the IV and V Centuries: Definition of the Dogma From
Nicaea (325) to Chalcedon (451) and its Influence in the Autonomy of the Churches)

Juan José Estrella Ramírez1, Universidad de Jaén, España


Resumen: Desde la crucifixión de Jesús de Nazaret en el año 33 d.C., surgió una nueva fe que progresivamente, se fue
extendiendo por Eurasia. En el caso del Imperio Romano, esta fe comenzó extendiéndose de forma clandestina,
posteriormente fue perseguida, después tolerada y finalmente a ser tomada como religión oficial del Imperio Romano.
Esta privilegiada posición le permitió modelar la sociedad en la que se introdujo y permitió tanto unirla como provocar
fracturas en su seno. Entre los elementos que contribuirán a definir el dogma destacarán los conflictos entre las
grandes sedes y las rivalidades políticas dentro del Imperio, que a menudo conllevaba a la comunidad religiosa a
cuestionarse su propia identidad religiosa y forzaba que el Estado interviniese en materia religiosa para ayudar a
definir la ortodoxia.

Palabras clave: concilios, Nicea, Constantinopla, Éfeso, calcedonia, cristianismo, historia, religión, Etiopía

Abstract: Since Jesus of Nazareth crucifixion in 33 A.D., a new faith was born that steadily extended all over Eurasia.
In the case of the Roman Empire, this faith started to spread as a clandestine faith, afterwards it was persecuted, later
tolerated and finally it was established as the official faith of the Roman Empire. This privileged position allowed it to
model the society in which it was introduced and allowed it to unify and provoke rifts in its core. Among the elements
that contributed to define the dogma, the conflicts between the different sees and the political rivalries would stand out
the most, which often entailed for the religious community to question their own religious identity and forcing the State
to intervene in religious affairs to help define orthodoxy.

Keywords: Councils, Nicaea, Constantinople, Ephesus, Chalcedon, Christianity, History, Religion, Ethiopia

Introducción al funcionamiento de los concilios ecuménicos

E l cristianismo ha sido una de las religiones más influyentes de la historia, la cual ha sido
modelada a lo largo de los siglos por diferentes corrientes de pensamiento, las disputas
internas y externas además de los eventos sociales y políticos que transcurrían en torno a
ella. Cuando comenzó a introducirse en el Imperio Romano, esta tuvo que competir con otras
religiones como el culto a Mitra, el culto a Isis o los cultos al emperador y la tríada capitolina.
Con todo, esta fue la religión que acabó triunfando sobre las otras y algunas de las razones de
ello fueron su sólida organización, unas escrituras bien definidas, la absorción de la cultura
clásica y el convertirse en una religión de masa y no solo pensada para la aristocracia, además
de la propia decadencia del paganismo a partir del siglo IV (Blázquez 1995, 403).
El papel que desarrollarían los concilios ecuménicos, comenzando con el Concilio de
Nicea, sería especialmente relevante para definir la ortodoxia y por tanto eliminar la herejía y
unificar la Iglesia. Aunque no siempre se tuvo éxito a la hora de unificar diferentes tendencias,
1
Corresponding Author: Juan José, Campus de Lagunillas s/n, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad de Jaén, Jaén, 23071, España. email: jjer0002@red.ujaen.es

Revista Internacional de Religión y Espiritualidad en la Sociedad


Volumen 3, Número 1, 2021, https://la–religion.com/revista
© Juan José Estrella Ramírez
Publicado por Common Ground Research Networks.
Attribution License, (CC BY 4.0).
ISSN: 2689-3053 (versión impresa), ISSN: 2689-3061 (versión electrónica)
http://doi.org/10.18848/2689-3053/CGP/v03i01/19-31 (Article)
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si es cierto que todas estas tendencias acabaron por basar sus fundamentos teológicos en torno a
los dogmas establecidos en estos concilios, ya fuese para aceptarlos o rechazarlos.
Conviene eso sí aclarar en qué consiste un concilio. Un concilio es una asamblea de
obispos y otros dignatarios eclesiásticos para deliberar y legislar sobre materias eclesiásticas. En
el caso de los de tipo ecuménico, buscan representar a toda la Iglesia (Berardino 2014, 1:625).

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Durante los cuatro primeros concilios, las figuras que convocaron estos concilios fueron
principalmente el emperador y el papa, las resoluciones que se tomaron en ellos eran
consideradas infalibles y por tanto se perseguía a aquellos que rechazaban seguirlas. En los
periodos que hubo entre la convocatoria de un concilio hasta el siguiente, se siguieron
convocando sínodos y otros concilios locales para resolver disputas que habían quedado
pendientes o se trataba de imponer nuevas concepciones.
En las disputas que se sucedieron entre las diferentes corrientes teológicas, hubo cinco
sedes apostólicas que tuvieron especial protagonismo a la hora de determinar qué formaba parte
del dogma y qué no. Estas sedes eran la de Roma, Alejandría, Constantinopla, Antioquía y
Jerusalén, reservándose a Roma una primacía sobre las demás (Berardino 2014, 3:86). Durante
el Concilio de Nicea se estableció a tres sedes, Roma, Alejandría y Antioquía, además de
conceder a Jerusalén un puesto de honor y será en el Concilio de Constantinopla que la ciudad
en el que se celebró el concilio sería añadida también al grupo por haberse convertido en la
nueva capital del imperio (Berardino 2014, 3:86).
Habiendo aclarado el funcionamiento de los concilios, procederemos a continuación a
analizar uno por uno los concilios ecuménicos desde Nicea (325) hasta Calcedonia (451).

Guerra de la tetrarquía y convocatoria del primer concilio ecuménico (325)


Con la proclamación como emperador de Diocleciano por el ejército en el año 284 se puso fin a
la crisis del siglo III y comenzó una etapa de reformas administrativas entre las que se
encontraba la tetrarquía. Este sistema, fundado en el año 293, se basaba en la división del
imperio entre dos Augustos y dos Césares, los cuales cooperarían entre sí para gobernar el
territorio y a la muerte de los Augustos, los Césares heredarían los cargos y se nombrarían
nuevos Césares (Bunson 2002, 528). Esta tetrarquía estuvo compuesta por Diocleciano como
Augusto de Oriente y Galerio como su César mientras que Maximiano era el Augusto de
Occidente y su César era Constancio Cloro (el padre de Constantino).
Algunas políticas que tomarían estos gobernantes para reforzar la tetrarquía serían el
establecer uniones matrimoniales entre sus familias y además añadir a sus cargos una fuerte
connotación religiosa, otorgando a cada Augusto y a cada César una divinidad propia de la que
ascendían (Christol y Nony 1988, 216).

Descomposición de la tetrarquía

En 305 Diocleciano abdica y fuerza a Maximiano a hacer lo mismo. Tras esto, los dos césares,
Constancio Cloro en Occidente y Galerio en Oriente, son elevados a la categoría de Augustos y
son nombrados como Césares Severo en Occidente y Maximino Daya en Oriente. En un
principio no se tenía pensado que los Césares fuesen necesariamente hijos de los Augustos, si
no que valía con que fuese algún oficial competente que fuese elegido por el Augusto (Christol
y Nony 1988, 216), pero esto cambió con la muerte de Constancio Cloro. Con la muerte de este,
su hijo Constantino fue proclamado como César en Julio del 306 y reconocido como tal por
Galerio, mientras que en Occidente Severo se convertía en el nuevo Augusto.
El hecho de que el hijo de Constancio Cloro, Constantino, hubiese obtenido el título de
César, pero que el hijo de Maximiano, Majencio, no hubiese obtenido ningún título, provocó
fuertes divisiones internas dentro del gobierno, agravadas además por la impopularidad de
Severo como Augusto (Bravo 1989, 241). Las consecuencias inmediatas fueron la proclamación

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ESTRELLA: EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO ENTRE LOS SIGLOS IV Y V

de Majencio como Augusto por parte del Senado y los pretorianos en Octubre del 306, al que se
unió su propio padre, Maximiano, como muestra de apoyo a la pretensión de su hijo (Christol y
Nony 1988, 221).
Severo trató de acabar con el usurpador, pero fue derrotado por este, obligado a renunciar al
título de Augusto y murió poco tiempo después. Con la muerte de Severo, Constantino se

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convierte en el nuevo Augusto de Occidente y además Maximiano es expulsado de Italia por su
propio hijo y surge un nuevo usurpador en la diócesis de África, Domicio Alejandro (Bravo
1989, 242).
Se trató de solucionar el problema mediante un acuerdo en la ciudad de Carnuntum, en el
que participó también Diocleciano y donde se acordó el nombramiento de Licinio como
Augusto para Occidente, se confirmó la abdicación de Maximiano de nuevo, se declaró a
Majencio y Domicio Alejandro usurpadores y Constantino quedaba relegado a César de Licinio.
Sin embargo, el acuerdo no prosperó y pronto se volvieron a las hostilidades entre los diferentes
bandos, que a la muerte de Galerio estaban compuestos por Constantino, Licinio, Majencio y
Maximino Daya.

“In hoc signo Vinces”

La guerra sería ganada por Constantino, que en el 312 derrotaría a Majencio en la batalla del
Puente Milvio. En la tradición historiográfica cristiana posterior, se atribuye la victoria de
Constantino a una intervención divina, cuando él comienza a rezar a Dios para que le ayude en
la batalla y este responde mostrándole en el cielo una cruz de luz con la inscripción “In hoc
signo vinces”, tras lo cual durante la noche, Cristo le ordena que haga una cruz para obtener la
victoria (De Cesarea 1994, 171). Este evento serviría para considerarlo como el emperador
cristiano y se suele mencionar este acontecimiento como el momento en el que Constantino
comienza a creer en el cristianismo, tras ser testigo de esta teofanía. No sabemos a ciencia cierta
cuando se realizó la conversión personal de Constantino al cristianismo (sabemos con certeza
que se bautizó en su lecho de muerte por Eusebio de Nicomedia) o si realmente mandó hacer
una cruz antes de la batalla del puente Milvio, pero si sabemos con certeza que a partir de este
momento el cristianismo sería favorecido considerablemente por el emperador (Daniélou y
Marrou 1964, 273–274).
Una de las muestras del apoyo al cristianismo por parte del emperador fue la ratificación
del acuerdo que se ha acabado por conocer en la historiografía como el Edicto de Milán en
Febrero del 313 junto a Licinio, por el cual no solo se legalizaba el culto cristiano, sino que
además se le concedieron privilegios como la devolución de las propiedades confiscadas
durante las persecuciones y prestó apoyo financiero a las iglesias (Bunson 2002, 367). Tras
haber establecido este acuerdo los dos Augustos, Licinio marchó para acabar con Maximino
Daya, al que derrotaría en la batalla de Tzirallum. Finalmente, el acuerdo sancionado entre
Constantino y Licinio se haría público en Nicomedia en Junio del 313 (Bunson 2002, 368) y el
imperio quedaría divido entre los dos emperadores, con Constantino en la parte occidental y
Licinio en la parte oriental.
A pesar de todo esto, la paz no entre los dos Augustos no duraría demasiado. Con el resto
de rivales eliminados, las tensiones entre ambas partes comenzaron a aumentar . El motivo
principal fue la discordancia en materia religiosa, ya que mientras Constantino continuaba por
favorecer a los cristianos, Licinio tomaba medidas contra ellos, hasta que en 321, Constantino
entra en el territorio de su rival para luchar contra los sármatas, dando a Licinio oportunidad de
utilizar esto como casus belli (Christol y Nony 1988, 222). Constantino lograría imponerse a su
rival definitivamente en el 324 y se convertiría de forma indiscutida en el único gobernante del
imperio.

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División en la cristiandad, convocatoria del Concilio de Nicea (325)

Durante el siglo IV, el cristianismo se encontraba en una posición cada vez más influyente
dentro del Imperio Romano, pero al mismo tiempo se encontraba profundamente dividido. Las
disputas que socavaban la unidad de la Iglesia eran de diverso tipo, pero a menudo orbitaban en

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torno a la relación entre la naturaleza de Cristo y sobre qué hacer con aquellos que durante el
periodo de las persecuciones habían cometido apostasía. Por ilustrar con un ejemplo, la elección
del archidiácono Ceciliano como obispo de Cartago en el 312 supuso una controversia
importante porque uno de los obispos que lo habían consagrado estaba acusado de haber
colaborado con las autoridades romanas durante las persecuciones (Christol y Nony 1988, 282).
Esta controversia daría paso a la conformación de los donatistas, que amenazaron con crear un
cisma en la provincia de África.
Es en este contexto de división cuando surge el arrianismo. Comenzó con las predicaciones
de Arrio en Alejandría, en las cuales argumentaba que Dios Padre existía desde el inicio de los
tiempos y que sobre todo, no fue engendrado, al contrario que el Hijo, que fue creado por el
Padre para enviar su mensaje de salvación y por tanto no compartían la misma condición divina.
La doctrina era controvertida y provocó que el obispo de Alejandría, Alejandro, convocase un
concilio en el que se excomulgó a Arrio y sus seguidores (Davis 1983, 46). Arrio no aceptó esta
condena y buscó apoyos, entre los que se encontraba Eusebio de Nicomedia, un miembro de la
corte de Constantino que contaba con bastante influencia (Davis 1983, 48)
Es por esta situación de disputas y fracturas, especialmente la arriana, que Constantino se
decide finalmente por convocar un concilio en el que se fijara un credo y una ortodoxia a seguir
avalada por el poder imperial. Había habido anteriormente concilios para resolver disputas
doctrinales, pero por primera vez intervenía el poder secular para imponer una solución que se
debía de seguir en toda la cristiandad.
El concilio tocó una gran variedad de temas, como cuando se debía de celebrar la Pascua,
normas para los clérigos, la readmisión en la Iglesia de antiguos seguidores de ciertas herejías
como la Iglesia de los puros, los privilegios de las sedes metropolitanas de Roma, Alejandría,
Antioquía y Jerusalén y sobretodo la cuestión arriana.
Desde un comienzo, la definición arriana de la trinidad comenzó a vacilar frente a las ideas
que se iban formando sobre la igualdad de sustancia entre el Padre y el Hijo (Daniélou y Marrou
1964, 290). El término que se utilizó para establecer la igualdad del Padre y el Hijo fue
consubstancialidad (homoousios). De esta forma, el Hijo no quedaba subordinado al Padre, pues
participaba de la naturaleza del mismo y por tanto las ideas de Arrio quedaban deslegitimadas.
Con esta última definición, quedaba formado el credo niceno y se declaró como heréticas
las enseñanzas arrianas. Se procedió entonces a firmar la declaración con penas de exilio para
todos aquellos que no lo hiciera. Entre aquellos que se negaron a firmar la declaración se
encontraban el propio Arrio, que sería desterrado.
Finalmente, se fijó el canon eclesiástico, pero esto no supuso ni mucho menos la
desaparición del arrianismo y de las disputas. A lo largo del reinado de Constantino, sus
posiciones anti–arrianas se suavizaron, llegando incluso a ser bautizado en su lecho de muerte
por Eusebio de Nicomedia (Davis 1983, 68), un arriano declarado. Durante los años siguientes,
las disputas entre los seguidores de las ideas del Concilio de Nicea no harían otra cosa que
recrudecerse.

Nuevas divergencias y convocatoria del Concilio de Constantinopla (381)


A pesar del énfasis que en un inicio Constantino mantuvo respecto de la ortodoxia a seguir
establecida en el Concilio de Nicea, el propio Constantino acabaría por tomar medidas que
contradecían lo establecido en el Concilio, como traer de vuelta del exilio a Arrio y a otros
obispos como Eusebio de Nicomedia o llegar incluso a exiliar a Atanasio de Alejandría, uno de

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ESTRELLA: EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO ENTRE LOS SIGLOS IV Y V

los más fervientes detractores de las ideas arrianas y que fue clave para la adopción del término
“homoousios” (Davis 1983, 66–67). Esto favorecía el rearme ideológico en Oriente de las
posiciones a favor de la teología arriana, que comenzaría a realizar movimientos para expulsar a
aquellos que se les habían opuesto en Nicea (Daniélou y Marrou 1964, 295).

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Dominio del arrianismo en el poder imperial

La influencia arriana llegaría lejos, hasta el punto de que, tras la muerte de Constantino y el
reparto del imperio entre sus hijos Constantino II, Constante y Constancio II, el segundo
tomaría posiciones claramente arrianas frente a su hermano Constante, que se decidiría por
tomar posiciones nicenas. Con la muerte de Constante, asesinado por el usurpador Magnencio y
la recuperación de estos territorios por Constancio II, las posiciones arrianas quedarían
asentadas sobre las establecidas en el Concilio de Nicea. El ideal arriano de Constancio II
llegaría a tal punto que incluso llegaría a escribir una carta al rey Ezana de Axum para que el
obispo de este reino, Frumencio, fuese enviado a Roma para asegurarse de que predicaba un
mensaje adecuado a la ortodoxia de ese momento, además de que sobre su caso se agravaba
bastante el haber sido ordenado por Atanasio de Alejandría como obispo de Axum (Hable
Sellassie 1972, 101–102).
El arrianismo se trató de concretar y establecer sus puntos de partida de forma definitiva en
el Concilio de Constantinopla del 360 (aunque este concilio no está considerado como
ecuménico por las Iglesias que basan sus creencias en el credo niceno). De esta forma quedaba
fijado lo que se ha venido a llamar como el arrianismo histórico (Daniélou y Marrou 1964,
299).

Inicios de la vuelta a la ortodoxia

Esta tendencia de supremacía del arrianismo acabaría por revertirse tras la muerte de Majencio
y la subida al trono de Juliano el Apóstata, el cual permitió volver del exilio a los grupos que
habían sido expulsados durante el reinado de su sucesor, entre ellos los que seguían siguiendo el
credo niceno. El motivo de esto fue que este emperador deseaba volver a restaurar el
paganismo, por lo que decidió tomar elementos que a sus ojos habían hecho que el cristianismo
se hiciera fuerte como un clero organizado, caridad entre los pobres, introducir maestros de la
moral griega, etc (J. M. Blázquez 1995, 277–278). Aunque Juliano llegó a acabar con algunos
de los privilegios de los cristianos y dificultó la predicación de su religión (J. M. Blázquez
1995, 278), esto permitiría que se reorganizaran las diferentes corrientes religiosas.
La política de tolerancia se mantuvo con su sucesor Joviano (aunque no el apoyo al
paganismo), llegando este incluso a traer de vuelta a Atanasio de Alejandría de su exilio
(Gwynn 2012, 51). Esto abrió otro periodo de confrontaciones entre las diferentes partes de la
Iglesia, todo esto mientras Valentiniano I llegaba al poder y dividía el imperio en dos con su
hermano, gobernando Valentiniano la parte occidental y Valente la oriental.
Valentiniano no se involucraría demasiado en asuntos religiosos y mantendría en general
una tolerancia religiosa, mientras que Valente se mantendría en los postulados arrianos
establecidos en el Concilio de Constantinopla del 360, persiguiendo a aquellos que no se
adecuaban al mismo (Daniélou y Marrou 1964, 300–301). Valente moriría posteriormente en la
batalla de Adrianópolis del 378 y Teodosio subiría al trono.
Teodosio por su parte, era seguidor del credo niceno y terminaría con las políticas de
tolerancia religiosa o de apoyo al arrianismo, para centrarse de pleno en apoyar al credo niceno
con todo el poder que le otorgaban las instituciones del Estado.

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Fin del paganismo, Edicto de Tesalónica (380) y Concilio de Constantinopla (381)

Teodosio terminó por ser el golpe de gracia ante la posibilidad de que el paganismo volviera a
resurgir como culto oficial del imperio. Entre las medidas que este tomó se encontraban la
renuncia al título de Pontifex Maximus, la prohibición de los sacrificios y la clausura de

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numerosos templos (J. M. Blázquez 1995, 281). También el arrianismo vería sus alas cortadas,
como se puede ver con la destitución del obispo arriano de Constantinopla Demófilo por uno de
credo niceno, Gregorio de Nacianzo (Daniélou y Marrou 1964, 303).
El emperador llegaría a ir incluso más lejos. En el 380, se acabaría por promulgar el edicto
de Tesalónica en el cual se establecía el credo niceno como la religión oficial del imperio y se
condenaba al arrianismo (Berardino 2014, 3:373) con el apoyo del papa Dámaso y el obispo de
Milán San Ambrosio (Daniélou y Marrou 1964, 303).
La ortodoxia quedaría plenamente definida cuando un año después se convocase el segundo
concilio ecuménico, el de Constantinopla (481). La razón principal para la convocatoria del
concilio se debió a la necesidad de acabar con una nueva herejía, la del macedonianismo. Esta
herejía se basaba en la negación de la divinidad del Espíritu Santo y que este era por tanto era
inferior al Padre y al Hijo (Berardino 2014, 1:599), algo que chocaba de frente contra el credo
niceno y la idea del “homoousios”.
En este concilio, se ratificarían cuatro cánones principales (los tres restantes son o bien
decisiones tomadas en concilios posteriores o de documentos posteriores) (Davis 1983, 111). En
el primero se establecía que la fe de Nicea era la correcta a seguir y por tanto se anatemizaban
las doctrinas contrarias como los arrianos eunomianos y anomianos, los macedonianos, los
modalistas, etc. En el segundo canon se volvía a hacer énfasis en lo establecido anteriormente
en los cánones 15 y 16 de Nicea, el que los miembros de la Iglesia debían de mantener su
actividad religiosa en los límites propios de sus jurisdicciones y no ir a otras zonas que no eran
las suyas propias (Davis 1983, 112). El tercer canon establecía que dado que Constantinopla se
había convertido en la nueva capital del imperio, la sede de esta ciudad debía de contar con una
primacía de honor después de la ciudad de Roma, lo cual acabaría por convertirse en
problemático para la Iglesia Occidental debido a que en Roma se argumentaba que su
supremacía provenía por contener en su ciudad los restos del apóstol Pedro (Davis 1983, 112–
113). Por último, el cuarto canon establecía que la ordenación de Máximo I de Constantinopla
no era legal y por tanto todas sus ordenanzas y actos oficiales quedaban anulados (Davis 1983,
113).

Rivalidades entre sedes, aparición del nestorianismo y convocatoria del


Concilio de Éfeso (431)
Con la muerte del emperador Teodosio en el 395, el imperio se dividiría definitivamente en dos
mitades que heredarían sus dos hijos, correspondiendo la parte occidental a Honorio y la
oriental a Arcadio. Estos monarcas heredaron desde una edad demasiado temprana los dos
imperios, por lo que se les un tutor a cada uno de ellos: el prefecto del pretorio Rufino para
Arcadio y el general vándalo Estilicón para Honorio (esto no impediría que Estilicón tratase de
ser tutor también de Arcadio y llegase a mandar asesinar a Rufino) (Treadgold 2001, 47).
Ambos emperadores continuarían la política anti–pagana de su padre, tomando como
medidas principalmente el mantener la prohibición de sacrificios, el prohibir el culto público del
paganismo e incluso llegando a prohibir a los paganos el servir en la corte imperial y en cargos
militares y civiles y ordenando demoler templos rurales (Davis 1983, 119).
Con la muerte de Arcadio en el 408 el siguiente emperador sería Teodosio II, durante cuyo
reinado se convocaría finalmente el Concilio de Éfeso. El motivo para la celebración de este

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ESTRELLA: EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO ENTRE LOS SIGLOS IV Y V

concilio se debió principalmente a las doctrinas que predicaba Nestorio, obispo al cargo de la
sede de Constantinopla, pero había también otros motivos para que la polémica estallara.

Rivalidades entre sedes

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Desde la convocatoria del Concilio de Constantinopla y el establecimiento del tercer canon por
el que Constantinopla se convertía en la segunda sede con mayor importancia del imperio,
comenzó una importante rivalidad entre esta sede y las de Antioquía y Alejandría (Davis 1983,
121). El motivo principal se debía a que estas dos sedes habían contado con una dignidad
superior desde que se suscribió el sexto canon del Concilio de Nicea y ahora una nueva sede las
estaba comenzando a eclipsar.
Esta rivalidad se manifestaría con las luchas entre el obispo Juan Crisóstomo y Teófilo de
Alejandría, los cuales tendrían importantes disputas entre sí, llegando a convocarse un sínodo
(el sínodo de la Encina) para destituir a Juan por parte de Teófilo (Davis 1983, 122) que llegó a
tener éxito e hizo que se exiliara a Juan, aunque rápidamente se revertió la decisión. Finalmente,
Juan sería exiliado y apartado de la sede de Constantinopla cuando criticó a la emperatriz al ver
una estatua de plata de la misma delante de su catedral (Davis 1983, 122–123).

Aparición del Nestorianismo

El incidente parecía haberse resuelto y los ánimos entre las principales sedes calmado, pero esto
no significaría el fin de las luchas entre las sedes orientales y la de Constantinopla. Con el
nombramiento de Nestorio como nuevo obispo de Constantinopla, se abría una nueva disputa,
esta vez inaugurada por la negativa por parte de este obispo de concederle a María el título de
Theotokos (madre de Dios).
Nestorio desde el comienzo se caracterizó por una gran convicción en su concepciones
religiosas, algo que demostró persiguiendo la herejía cuando tuvo la oportunidad para y
pidiendo ayuda al poder laico para ello (Daniélou y Marrou 1964, 378). Estas persecuciones
provocarían hostilidad contra él, lo cual se volvería en su contra cuando comenzó a predicar
sobre la doble naturaleza de Cristo, divina y humana. Aunque Cristo contaba con ambas, estas
estaban claramente separadas, de ahí la polémica que despertó a la hora de negar a María el
título de Theotokos, ya que María había dado luz a la parte humana de Cristo y sobretodo
porque no era posible para él que una mujer hubiera dado luz a Dios mismo.
Pronto comenzaron a aparecer las réplicas a la decisión de Nestorio, principalmente de
Cirilo de Alejandría, sobrino de Teófilo y sucesor en la sede de Alejandría. El principal
argumento que Cirilo esgrimía consistía en establecer que ya que el logos se encarnó en un
cuerpo humano y que el Hijo es parte de la trinidad, no resulta extraño otorgar a María el título
de Thetokos, ya que ella había en efecto dado luz a Dios (Daniélou y Marrou 1964, 379). Para
solidificar su idea de la unión de la esencia divina y humana del Hijo, acuñaría el término de
“unión hipostática” para expresar dicha unidad (Daniélou y Marrou 1964, 380).

Convocatoria del Concilio de Éfeso (431)

Para solucionar la disputa, Teodosio II decidiría que la convocatoria de un concilio sería la


mejor decisión posible para este problema. Con todo, el desarrollo del concilio estaría lejos de
ser justo y exento de polémica. En el momento del inicio del concilio se encontraban en ese
momento Nestorio, obispo de Constantinopla, Cirilo, obispo de Alejandría, Memnón, obispo de
Éfeso (el cual estaba en contra de Nestorio) , Juvenal, obispo de Jerusalén (este también estaba
en contra de Nestorio) y los legados papales (Davis 1983, 136–137).
Ante esta situación de falta de apoyos para Nestorio y especialmente ante el retraso de
Juan, obispo de Antioquía y partidario de la causa de Nestorio, Cirilo trató de iniciar el concilio

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cuanto antes de manera que el juicio no fuese favorable para su rival, provocando las protestas
del grupo de Nestorio y que estos abandonaran el concilio (Daniélou y Marrou 1964, 381). Con
el concilio bajo su poder y sin ningún tipo de oposición, Cirilo inició el concilio el 22 de Junio
fue capaz de declarar como heréticas las enseñanzas de Nestorio y excomulgarlo. Cirilo envío
tras esto una carta al emperador para informarle de cuál había sido el veredicto del concilio,

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pero Nestorio y sus seguidores enviaron una réplica denunciando todo el proceso. La situación
se agravaría aún más cuando por fin el 26 de Junio llegase Juan de Antioquía a Éfeso, que al
enterarse de la situación, decidió convocar su propio concilio donde excomulgo a Memnón y
Cirilo (Davis 1983, 138–139).
Ante esta situación de mutua excomunión, los legados imperiales decidieron colocar bajo
custodia a los tres obispos que habían sido excomulgados hasta que se tomara una decisión
sobre quien debía de ser definitivamente expulsado de su sede, tiempo que aprovecharon los
afectados para tratar de ganar el apoyo imperial mediante cartas y sobornos (Daniélou y Marrou
1964, 381).
Finalmente, se decidiría que Nestorio sería depuesto de su sede a favor de Maximiano y se
terminaría por aceptar el término de Theotokos (Davis 1983, 141) aunque el concilio no lograría
tomar una decisión total sobre si las enseñanzas de Nestorio habían de ser declaradas heréticas o
no, ya que había una importante discordancia dentro del concilio en este aspecto (Tanner 2003,
12). Finalmente, ambas partes lograron llegar a un acuerdo liderado por Cirilo de Alejandría y
Juan de Antioquía en el 433 por el cual finalmente se condenaba las doctrinas de Nestorio a
cambio de aceptar un credo elaborado por los obispos de Antioquía durante el contra–sínodo de
los obispos orientales (Daniélou y Marrou 1964, 383).

Convocatoria del Concilio de Calcedonia (451) y primer gran cisma de la


Iglesia
Con todo, cabe señalar que no todo el mundo llegó a aceptar plenamente lo establecido en el
acuerdo del 433. Todavía existían importantes tensiones en las sedes tanto de Juan de Antioquía
como de Cirilo de Alejandría, que debieron de resolverse primero de forma diplomática y
finalmente para los más belicosos, con exilios (Daniélou y Marrou 1964, 384).

Concilios de Constantinopla (448) y de Éfeso (449). Antesala a Calcedonia (451)

La polémica por tanto no tardaría demasiado en volver a estallar, siendo protagonizada esta vez
por Eutiquio, archimandrita de Constantinopla. El motivo se debía a que Eutiquio sostenía que
antes de la encarnación, el hijo contaba con dos naturalezas, humana y divina, pero tras la
encarnación estas naturalezas se unían para formar una sola, por lo que Cristo dejaba de ser
consustancial al ser humano2 (Vasilije 2008, 208–209).
La persona que lo delató al obispo de Constantinopla, Flaviano, fue Eusebio de Dorilea,
que realizó las acusaciones en un sínodo en Constantinopla en el 448 con el obispo de la ciudad
presente (Davis 1983, 153–154). Esto supuso que se examinara su caso y que finalmente fuera
excomulgado y relegado de su cargo, dando comienzo así al surgimiento de la herejía
monofisita. A pesar de esto, Eutiquio no aceptó la decisión y buscó apoyo entre sus aliados,
principalmente Dióscoro, patriarca de Alejandría y sucesor de Cirilo y el eunuco Crisafio, el
cual contaba con una gran influencia sobre el emperador Teodosio II (Treadgold 2001, 49).

2
Sobre este último punto dudó en varias ocasiones, pero lo afirmó antes de su condena en el concilio de Constantinopla
de 448.

26
ESTRELLA: EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO ENTRE LOS SIGLOS IV Y V

Sus aliados lograron que el emperador convocase un nuevo concilio ecuménico en Éfeso3
en el 449 en el cual Dióscoro presidiría. Durante el transcurso de este concilio, a los obispos que
habían estado presentes durante la excomunión de Eutiquio les fue denegada la posibilidad de
participar en el concilio y únicamente podían asistir como espectadores, además de ignorar a los
legados papales que traían cartas del Papa León I oponiéndose a la doctrina de Eutiquio (Davis

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1983, 157). Además, se vengaron de Flaviano y Eusebio de Dorilea logrando su deposición de
sus respectivos cargos.

Sucesión imperial y convocatoria del Concilio de Calcedonia (451)

Este evento levantó importantes disputas dentro de la cristiandad tanto oriental como occidental
que culminaron con la muerte del emperador Teodosio II en el 450. El siguiente emperador fue
Marciano, lugarteniente del general bárbaro Aspar, que se casó con la hermana del anterior
emperador, Pulqueria, para que de este modo continuara en el trono la dinastía teodosiana y
conferir a su gobierno legitimidad dinástica (Treadgold 2001, 50).
Este nuevo gobierno supuso un giro importante en la política del imperio, ya que entre las
primeras medidas que tomaron estaba la ejecución del eunuco Crisafio y la muestra de fidelidad
al papa (Daniélou y Marrou 1964, 386), lo que suponía una ruptura importante con respecto al
gobierno anterior y sobre todo a lo establecido en el concilio anterior.
Un año después, ambos emperadores convocaron un nuevo concilio en el que revisar lo
estipulado en el anterior y retomar el caso de Eutiquio y sus doctrinas para comprobar si estas
eran herejía o no. Comenzaron por leer las actas de los dos concilios anteriores y lograron que
los obispos que participaron en el de Éfeso del 449 admitieran que habían errado (Davis 1983,
162), la confirmación de los símbolos de Nicea y Constantinopla y la creación de uno nuevo en
este concilio (Price y Gaddis 2005, 202–205) y la deposición de Dióscoro4. Se llegó por tanto a
la idea de que Cristo era plenamente Dios y hombre, que las mantuvo ambas al encarnarse y por
todo esto es perfecto en la divinidad y en la humanidad (Rodríguez 2020, 119).
Por último, se aprobarían varios cánones, entre los cuales, lo más controvertidos se
encontraban los cánones nueve, diecisiete y veintiocho. Los motivos de esta controversia, se
debían a que estos cánones daban demasiada influencia al obispado de Constantinopla,
permitiéndole ejercer como árbitro en disputas que salían fuera de su jurisdicción según los
cánones nueve y diecisiete y además el canon 28 otorgaba los mismos derechos eclesiásticos a
esta ciudad que los que tenía Roma (Davis 1983,168–169), algo que no fue bien aceptado en
Roma.

Oposiciones al Concilio de Calcedonia (451). Iglesias independientes del


Imperio Romano
Al igual que en otros concilios, Calcedonia estaba lejos de erradicar por completo la herejía a la
que trataba de enfrentarse. El monofisismo seguiría teniendo bastantes adeptos en diferentes
partes del imperio, especialmente en Alejandría, donde la autoridad del obispo de Alejandría era
muy influyente. Cuando en esta ciudad llegase la noticia de la destitución de Dióscoro,
estallarían revueltas violentas que llevarían a que el ejército interviniese para aplacarlas y
colocar a un obispo ortodoxo (Daniélou y Marrou 1964, 387–388). El problema del

3
Este concilio, en la tradición católica y ortodoxa posterior, sería declarado como nulo durante el concilio de
Calcedonia del 451 e incluso se le llegaría a llamar el latrocinio de Éfeso debido a que este concilio estuvo preparado
desde el comienzo para que Eutiquio fuese restituido y sus enemigos condenados.
4
Entre las diferentes acusaciones que se lanzaron contra Dióscoro, cabe señalar que se le acusó de que en su
consagración solo había habido dos obispos presentes (Acerbi 2007, 31), algo que contradecía lo estipulado en el cuarto
canon del Concilio de Nicea (325).

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REVISTA INTERNACIONAL DE RELIGIÓN Y ESPIRITUALIDAD EN LA SOCIEDAD

monofisismo nunca llegaría a ser totalmente resuelto, formando estas comunidades Iglesias
cismáticas respecto de la ortodoxia fijada en el Concilio de Calcedonia.
Con todo, las doctrinas monofisitas no solo se dieron dentro del Imperio Romano, y este
Estado no fue el único que se llegó a convertir al cristianismo. Uno de estos Estados
independientes y que escapaba por completo de las fronteras romanas sería el reino de Axum,

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localizado en Etiopía.

Introducción del cristianismo en Axum y conversión del reino

Conservamos textos escritos por autores del Imperio Romano en el que se relata la introducción
del cristianismo dentro de las fronteras de Axum y el nombramiento de su primer obispo,
Frumencio de Etiopía. En esta historia, un filósofo llamado Metropio se adentró en la India5 con
dos muchachos, Edesio y Frumencio y que a la vuelta entraron en un puerto para
aprovisionarse, pero fueron atacados y Metropio asesinado. Los dos fueron encontrados debajo
de un árbol, pero los locales decidieron no atacarles y llevarlos a su rey. El rey decidió hacer a
Edesio copero y a Frumencio administrador y canciller. Finalmente el rey moriría y dejaría un
heredero muy joven, por lo que la reina madre pediría a los dos chicos que le ayudasen con la
administración del reino hasta que su hijo se hiciese mayor. Durante este periodo, Frumencio se
dedicó a favorecer a los comerciantes romanos cristianos con privilegios y construcciones hasta
que finalmente el heredero se hizo mayor de edad. Tras esto, Frumencio marchó a Alejandría
para comentarle a Atanasio de Alejandría todo lo que ocurrió y este decidió conferirle a
Frumencio el título de obispo del reino en el que estuvo para que guiase y proselitizara a la
población local (Aquilea 2016, 393–396).
Aunque en el relato no se menciona los nombres de los reyes, la reina o del reino mismo, si
es cierto que hemos conservado una carta de Constancio II al rey Ezana de Axum en el que se
menciona directamente a Frumencio para que lo envíen de vuelta al Imperio Romano para
probar si este se adecuaba a la ortodoxia arriana del momento6, además de que se conserva en
textos etíopes como el Sinasario, que aparentemente se basa en dos textos, uno que hemos
perdido y otro una homilía (Getatchew 1979, 310).
Lo que sí sabemos con certeza es que este reino se convertiría al cristianismo durante el
reinado del rey Ezana de Axum por la presencia de pruebas epigráficas y numismáticas
(Phillipson 2012, 94). Cabe destacar también que el cristianismo fue adoptado primero por el
poder real y que esta religión se iría extendiendo posteriormente al resto de la población
(Phillipson 2012, 99). Posteriormente, la Iglesia etíope rechazaría los dogmas establecidos en el
Concilio de Calcedonia y mantendría posiciones monofisitas junto a la Iglesia de Egipto
(Daniélou y Marrou 1964, 408).
Es especialmente relevante observar que Calcedonia supuso el primero de los grandes
cismas de la Iglesia, ya que hasta ahora las decisiones tomadas en los concilios habían sido
seguidas en gran medida incluso por Iglesias situadas fuera de las fronteras romanas, pero
finalmente Calcedonia supuso un punto de fractura que acabaría por romper la unidad de la
Iglesia.

Conclusiones
Desde la convocatoria del primer concilio ecuménico en el Imperio Romano, se estableció un
modelo para la conformación del dogma por el cual el representante del poder secular se

5
Cabe señalar que la India durante esta época no se aplicaba exclusivamente al subcontinente que conocemos, sino que
también se aplicaba para zonas de la Península Arábiga y África oriental.
6
La carta (Hable Sellassie 1972, 101–102) ya ha sido mencionada anteriormente en este artículo en la página 4.

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ESTRELLA: EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO ENTRE LOS SIGLOS IV Y V

convierte en árbitro y defensor de la fe, ya no solo dentro de las fronteras del propio Imperio
Romano, sino de todos los territorios donde haya una Iglesia organizada.
Para que esta ortodoxia pudiese ser establecida, la posición del Emperador debía de ser
indiscutida. Los concilios se celebraban una vez los usurpadores habían sido completamente
eliminados y la autoridad imperial estaba claramente definida. No importaba que hubiese dos

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emperadores o más en el imperio, siempre y cuando estos actuaran con unos límites claramente
establecidos y de forma coordinada. Por tanto, la religión no siempre se convertía
automáticamente en una forma de legitimidad del poder político, sino que era el poder político
el que legitimaba al religioso, lo cual era únicamente posible cuando el poder político estaba
plenamente asentado.
Con todo, el Imperio Romano no podía controlar todos los territorios que practicaban el
cristianismo. En el caso de otros estados, el esquema que se seguía era similar aunque la forma
que tomase allí la ortodoxia variase de la forma romana, como era el caso de la Iglesia etíope
monofisita, protegida por el rey de Axum (Getnet 1998, 88) o la Iglesia nestoriana del Imperio
Sasánida (Daniélou y Marrou 1964, 404).
Podían existir comunidades contrarias a las formulaciones favorecidas por el poder en ese
momento, pero estas siempre debían de actuar al margen de la legalidad y para triunfar debían
de acercarse a este poder. La religión cristiana en sus diferentes variantes tenía una importante
presencia en la sociedad y por tanto era defendida con gran ahínco por los creyentes, lo que a
veces podía llevar a conflictos sociales importantes cuando había disensiones sobre algún tipo
de práctica o creencia, motivo más que suficiente para que interviniese el emperador y
consagrara el orden de nuevo estableciendo los límites de lo permitido y lo prohibido (Christol
y Nony 1988, 243).
El poder no tenía absolutamente ninguna duda en utilizar todos sus recursos a la hora de
imponer su doctrina, incluso a la hora de utilizar la violencia para imponerse, como ocurrió
cuando se ordenó la deposición de Dióscoro al ser sus doctrinas rechazadas por el Concilio de
Calcedonia. El plano religioso era una materia más en la que el Estado debía de intervenir con
sus herramientas propias, como lo podía ser la legislación o la economía.
De esta forma, la identidad de la Iglesia evoluciona y se metamorfosea, se define a sí
misma por las interacciones entre la herejía y la ortodoxia, intercambiables ambas entre sí en el
momento específico de la definición de un dogma, pero asentada plenamente una vez pasa el
tiempo y se llega a la siguiente controversia, dotando de esta forma a la Iglesia y por tanto a su
comunidad de una continuidad común.
Cuando el acuerdo no se logra entre las diferentes partes y el Estado es incapaz de imponer
la concepción que tiene como correcta, surgen entonces los cismas que llevan asociadas
instituciones eclesiásticas propias y una mayor independencia del poder central.
Por tanto, la comunidad religiosa se identificaba plenamente con la comunidad política,
encabezada por el emperador. Aunque en el caso etíope, la conversión comenzó primero con el
rey y en el romano ya había una importante presencia cristiana en el imperio antes de la
conversión de los emperadores, es con el decidido patronazgo de los monarcas que se extiende
el dogma y se unifica la Iglesia, aunque en algunas ocasiones haya una fuerte respuesta por
parte de los movimientos heterodoxos, que se llega entonces al cisma.
En definitiva, los concilios buscaban ante todo lograr un acuerdo en el que la mayor parte
de los representantes de la Iglesia estuvieran de acuerdo, no solo para fijar la doctrina correcta
sobre la que se debía de basar la Iglesia para poder identificar la ortodoxia y combatir la herejía,
sino también porque de esta manera se lograba la uniformidad y la paz social, siendo la
expresión final del desacuerdo el cisma, por el que una parte de la cristiandad rompía con el
resto, algo que solía tener consecuencias funestas dentro del Imperio Romano.

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REVISTA INTERNACIONAL DE RELIGIÓN Y ESPIRITUALIDAD EN LA SOCIEDAD

REFERENCIAS
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análisis a partir de las Actas de los Concilios de Éfeso II (449) y Calcedonia (451).
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ESTRELLA: EVOLUCIÓN DEL CRISTIANISMO ENTRE LOS SIGLOS IV Y V

SOBRE EL AUTOR

Juan José Estrella Ramírez: Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,


Universidad de Jaén, España.

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