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Religión y Espiritualidad
en la Sociedad
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Evolución del cristianismo entre los siglos IV y
V
Definición del dogma desde Nicea (325) hasta Calcedonia
(451) y su incidencia en la autonomía de las iglesias
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REVISTA INTERNACIONAL DE RELIGIÓN Y ESPIRITUALIDAD
EN LA SOCIEDAD
Palabras clave: concilios, Nicea, Constantinopla, Éfeso, calcedonia, cristianismo, historia, religión, Etiopía
Abstract: Since Jesus of Nazareth crucifixion in 33 A.D., a new faith was born that steadily extended all over Eurasia.
In the case of the Roman Empire, this faith started to spread as a clandestine faith, afterwards it was persecuted, later
tolerated and finally it was established as the official faith of the Roman Empire. This privileged position allowed it to
model the society in which it was introduced and allowed it to unify and provoke rifts in its core. Among the elements
that contributed to define the dogma, the conflicts between the different sees and the political rivalries would stand out
the most, which often entailed for the religious community to question their own religious identity and forcing the State
to intervene in religious affairs to help define orthodoxy.
Keywords: Councils, Nicaea, Constantinople, Ephesus, Chalcedon, Christianity, History, Religion, Ethiopia
E l cristianismo ha sido una de las religiones más influyentes de la historia, la cual ha sido
modelada a lo largo de los siglos por diferentes corrientes de pensamiento, las disputas
internas y externas además de los eventos sociales y políticos que transcurrían en torno a
ella. Cuando comenzó a introducirse en el Imperio Romano, esta tuvo que competir con otras
religiones como el culto a Mitra, el culto a Isis o los cultos al emperador y la tríada capitolina.
Con todo, esta fue la religión que acabó triunfando sobre las otras y algunas de las razones de
ello fueron su sólida organización, unas escrituras bien definidas, la absorción de la cultura
clásica y el convertirse en una religión de masa y no solo pensada para la aristocracia, además
de la propia decadencia del paganismo a partir del siglo IV (Blázquez 1995, 403).
El papel que desarrollarían los concilios ecuménicos, comenzando con el Concilio de
Nicea, sería especialmente relevante para definir la ortodoxia y por tanto eliminar la herejía y
unificar la Iglesia. Aunque no siempre se tuvo éxito a la hora de unificar diferentes tendencias,
1
Corresponding Author: Juan José, Campus de Lagunillas s/n, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación,
Universidad de Jaén, Jaén, 23071, España. email: jjer0002@red.ujaen.es
si es cierto que todas estas tendencias acabaron por basar sus fundamentos teológicos en torno a
los dogmas establecidos en estos concilios, ya fuese para aceptarlos o rechazarlos.
Conviene eso sí aclarar en qué consiste un concilio. Un concilio es una asamblea de
obispos y otros dignatarios eclesiásticos para deliberar y legislar sobre materias eclesiásticas. En
el caso de los de tipo ecuménico, buscan representar a toda la Iglesia (Berardino 2014, 1:625).
Descomposición de la tetrarquía
En 305 Diocleciano abdica y fuerza a Maximiano a hacer lo mismo. Tras esto, los dos césares,
Constancio Cloro en Occidente y Galerio en Oriente, son elevados a la categoría de Augustos y
son nombrados como Césares Severo en Occidente y Maximino Daya en Oriente. En un
principio no se tenía pensado que los Césares fuesen necesariamente hijos de los Augustos, si
no que valía con que fuese algún oficial competente que fuese elegido por el Augusto (Christol
y Nony 1988, 216), pero esto cambió con la muerte de Constancio Cloro. Con la muerte de este,
su hijo Constantino fue proclamado como César en Julio del 306 y reconocido como tal por
Galerio, mientras que en Occidente Severo se convertía en el nuevo Augusto.
El hecho de que el hijo de Constancio Cloro, Constantino, hubiese obtenido el título de
César, pero que el hijo de Maximiano, Majencio, no hubiese obtenido ningún título, provocó
fuertes divisiones internas dentro del gobierno, agravadas además por la impopularidad de
Severo como Augusto (Bravo 1989, 241). Las consecuencias inmediatas fueron la proclamación
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de Majencio como Augusto por parte del Senado y los pretorianos en Octubre del 306, al que se
unió su propio padre, Maximiano, como muestra de apoyo a la pretensión de su hijo (Christol y
Nony 1988, 221).
Severo trató de acabar con el usurpador, pero fue derrotado por este, obligado a renunciar al
título de Augusto y murió poco tiempo después. Con la muerte de Severo, Constantino se
La guerra sería ganada por Constantino, que en el 312 derrotaría a Majencio en la batalla del
Puente Milvio. En la tradición historiográfica cristiana posterior, se atribuye la victoria de
Constantino a una intervención divina, cuando él comienza a rezar a Dios para que le ayude en
la batalla y este responde mostrándole en el cielo una cruz de luz con la inscripción “In hoc
signo vinces”, tras lo cual durante la noche, Cristo le ordena que haga una cruz para obtener la
victoria (De Cesarea 1994, 171). Este evento serviría para considerarlo como el emperador
cristiano y se suele mencionar este acontecimiento como el momento en el que Constantino
comienza a creer en el cristianismo, tras ser testigo de esta teofanía. No sabemos a ciencia cierta
cuando se realizó la conversión personal de Constantino al cristianismo (sabemos con certeza
que se bautizó en su lecho de muerte por Eusebio de Nicomedia) o si realmente mandó hacer
una cruz antes de la batalla del puente Milvio, pero si sabemos con certeza que a partir de este
momento el cristianismo sería favorecido considerablemente por el emperador (Daniélou y
Marrou 1964, 273–274).
Una de las muestras del apoyo al cristianismo por parte del emperador fue la ratificación
del acuerdo que se ha acabado por conocer en la historiografía como el Edicto de Milán en
Febrero del 313 junto a Licinio, por el cual no solo se legalizaba el culto cristiano, sino que
además se le concedieron privilegios como la devolución de las propiedades confiscadas
durante las persecuciones y prestó apoyo financiero a las iglesias (Bunson 2002, 367). Tras
haber establecido este acuerdo los dos Augustos, Licinio marchó para acabar con Maximino
Daya, al que derrotaría en la batalla de Tzirallum. Finalmente, el acuerdo sancionado entre
Constantino y Licinio se haría público en Nicomedia en Junio del 313 (Bunson 2002, 368) y el
imperio quedaría divido entre los dos emperadores, con Constantino en la parte occidental y
Licinio en la parte oriental.
A pesar de todo esto, la paz no entre los dos Augustos no duraría demasiado. Con el resto
de rivales eliminados, las tensiones entre ambas partes comenzaron a aumentar . El motivo
principal fue la discordancia en materia religiosa, ya que mientras Constantino continuaba por
favorecer a los cristianos, Licinio tomaba medidas contra ellos, hasta que en 321, Constantino
entra en el territorio de su rival para luchar contra los sármatas, dando a Licinio oportunidad de
utilizar esto como casus belli (Christol y Nony 1988, 222). Constantino lograría imponerse a su
rival definitivamente en el 324 y se convertiría de forma indiscutida en el único gobernante del
imperio.
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Durante el siglo IV, el cristianismo se encontraba en una posición cada vez más influyente
dentro del Imperio Romano, pero al mismo tiempo se encontraba profundamente dividido. Las
disputas que socavaban la unidad de la Iglesia eran de diverso tipo, pero a menudo orbitaban en
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los más fervientes detractores de las ideas arrianas y que fue clave para la adopción del término
“homoousios” (Davis 1983, 66–67). Esto favorecía el rearme ideológico en Oriente de las
posiciones a favor de la teología arriana, que comenzaría a realizar movimientos para expulsar a
aquellos que se les habían opuesto en Nicea (Daniélou y Marrou 1964, 295).
La influencia arriana llegaría lejos, hasta el punto de que, tras la muerte de Constantino y el
reparto del imperio entre sus hijos Constantino II, Constante y Constancio II, el segundo
tomaría posiciones claramente arrianas frente a su hermano Constante, que se decidiría por
tomar posiciones nicenas. Con la muerte de Constante, asesinado por el usurpador Magnencio y
la recuperación de estos territorios por Constancio II, las posiciones arrianas quedarían
asentadas sobre las establecidas en el Concilio de Nicea. El ideal arriano de Constancio II
llegaría a tal punto que incluso llegaría a escribir una carta al rey Ezana de Axum para que el
obispo de este reino, Frumencio, fuese enviado a Roma para asegurarse de que predicaba un
mensaje adecuado a la ortodoxia de ese momento, además de que sobre su caso se agravaba
bastante el haber sido ordenado por Atanasio de Alejandría como obispo de Axum (Hable
Sellassie 1972, 101–102).
El arrianismo se trató de concretar y establecer sus puntos de partida de forma definitiva en
el Concilio de Constantinopla del 360 (aunque este concilio no está considerado como
ecuménico por las Iglesias que basan sus creencias en el credo niceno). De esta forma quedaba
fijado lo que se ha venido a llamar como el arrianismo histórico (Daniélou y Marrou 1964,
299).
Esta tendencia de supremacía del arrianismo acabaría por revertirse tras la muerte de Majencio
y la subida al trono de Juliano el Apóstata, el cual permitió volver del exilio a los grupos que
habían sido expulsados durante el reinado de su sucesor, entre ellos los que seguían siguiendo el
credo niceno. El motivo de esto fue que este emperador deseaba volver a restaurar el
paganismo, por lo que decidió tomar elementos que a sus ojos habían hecho que el cristianismo
se hiciera fuerte como un clero organizado, caridad entre los pobres, introducir maestros de la
moral griega, etc (J. M. Blázquez 1995, 277–278). Aunque Juliano llegó a acabar con algunos
de los privilegios de los cristianos y dificultó la predicación de su religión (J. M. Blázquez
1995, 278), esto permitiría que se reorganizaran las diferentes corrientes religiosas.
La política de tolerancia se mantuvo con su sucesor Joviano (aunque no el apoyo al
paganismo), llegando este incluso a traer de vuelta a Atanasio de Alejandría de su exilio
(Gwynn 2012, 51). Esto abrió otro periodo de confrontaciones entre las diferentes partes de la
Iglesia, todo esto mientras Valentiniano I llegaba al poder y dividía el imperio en dos con su
hermano, gobernando Valentiniano la parte occidental y Valente la oriental.
Valentiniano no se involucraría demasiado en asuntos religiosos y mantendría en general
una tolerancia religiosa, mientras que Valente se mantendría en los postulados arrianos
establecidos en el Concilio de Constantinopla del 360, persiguiendo a aquellos que no se
adecuaban al mismo (Daniélou y Marrou 1964, 300–301). Valente moriría posteriormente en la
batalla de Adrianópolis del 378 y Teodosio subiría al trono.
Teodosio por su parte, era seguidor del credo niceno y terminaría con las políticas de
tolerancia religiosa o de apoyo al arrianismo, para centrarse de pleno en apoyar al credo niceno
con todo el poder que le otorgaban las instituciones del Estado.
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Teodosio terminó por ser el golpe de gracia ante la posibilidad de que el paganismo volviera a
resurgir como culto oficial del imperio. Entre las medidas que este tomó se encontraban la
renuncia al título de Pontifex Maximus, la prohibición de los sacrificios y la clausura de
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concilio se debió principalmente a las doctrinas que predicaba Nestorio, obispo al cargo de la
sede de Constantinopla, pero había también otros motivos para que la polémica estallara.
El incidente parecía haberse resuelto y los ánimos entre las principales sedes calmado, pero esto
no significaría el fin de las luchas entre las sedes orientales y la de Constantinopla. Con el
nombramiento de Nestorio como nuevo obispo de Constantinopla, se abría una nueva disputa,
esta vez inaugurada por la negativa por parte de este obispo de concederle a María el título de
Theotokos (madre de Dios).
Nestorio desde el comienzo se caracterizó por una gran convicción en su concepciones
religiosas, algo que demostró persiguiendo la herejía cuando tuvo la oportunidad para y
pidiendo ayuda al poder laico para ello (Daniélou y Marrou 1964, 378). Estas persecuciones
provocarían hostilidad contra él, lo cual se volvería en su contra cuando comenzó a predicar
sobre la doble naturaleza de Cristo, divina y humana. Aunque Cristo contaba con ambas, estas
estaban claramente separadas, de ahí la polémica que despertó a la hora de negar a María el
título de Theotokos, ya que María había dado luz a la parte humana de Cristo y sobretodo
porque no era posible para él que una mujer hubiera dado luz a Dios mismo.
Pronto comenzaron a aparecer las réplicas a la decisión de Nestorio, principalmente de
Cirilo de Alejandría, sobrino de Teófilo y sucesor en la sede de Alejandría. El principal
argumento que Cirilo esgrimía consistía en establecer que ya que el logos se encarnó en un
cuerpo humano y que el Hijo es parte de la trinidad, no resulta extraño otorgar a María el título
de Thetokos, ya que ella había en efecto dado luz a Dios (Daniélou y Marrou 1964, 379). Para
solidificar su idea de la unión de la esencia divina y humana del Hijo, acuñaría el término de
“unión hipostática” para expresar dicha unidad (Daniélou y Marrou 1964, 380).
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cuanto antes de manera que el juicio no fuese favorable para su rival, provocando las protestas
del grupo de Nestorio y que estos abandonaran el concilio (Daniélou y Marrou 1964, 381). Con
el concilio bajo su poder y sin ningún tipo de oposición, Cirilo inició el concilio el 22 de Junio
fue capaz de declarar como heréticas las enseñanzas de Nestorio y excomulgarlo. Cirilo envío
tras esto una carta al emperador para informarle de cuál había sido el veredicto del concilio,
La polémica por tanto no tardaría demasiado en volver a estallar, siendo protagonizada esta vez
por Eutiquio, archimandrita de Constantinopla. El motivo se debía a que Eutiquio sostenía que
antes de la encarnación, el hijo contaba con dos naturalezas, humana y divina, pero tras la
encarnación estas naturalezas se unían para formar una sola, por lo que Cristo dejaba de ser
consustancial al ser humano2 (Vasilije 2008, 208–209).
La persona que lo delató al obispo de Constantinopla, Flaviano, fue Eusebio de Dorilea,
que realizó las acusaciones en un sínodo en Constantinopla en el 448 con el obispo de la ciudad
presente (Davis 1983, 153–154). Esto supuso que se examinara su caso y que finalmente fuera
excomulgado y relegado de su cargo, dando comienzo así al surgimiento de la herejía
monofisita. A pesar de esto, Eutiquio no aceptó la decisión y buscó apoyo entre sus aliados,
principalmente Dióscoro, patriarca de Alejandría y sucesor de Cirilo y el eunuco Crisafio, el
cual contaba con una gran influencia sobre el emperador Teodosio II (Treadgold 2001, 49).
2
Sobre este último punto dudó en varias ocasiones, pero lo afirmó antes de su condena en el concilio de Constantinopla
de 448.
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Sus aliados lograron que el emperador convocase un nuevo concilio ecuménico en Éfeso3
en el 449 en el cual Dióscoro presidiría. Durante el transcurso de este concilio, a los obispos que
habían estado presentes durante la excomunión de Eutiquio les fue denegada la posibilidad de
participar en el concilio y únicamente podían asistir como espectadores, además de ignorar a los
legados papales que traían cartas del Papa León I oponiéndose a la doctrina de Eutiquio (Davis
Este evento levantó importantes disputas dentro de la cristiandad tanto oriental como occidental
que culminaron con la muerte del emperador Teodosio II en el 450. El siguiente emperador fue
Marciano, lugarteniente del general bárbaro Aspar, que se casó con la hermana del anterior
emperador, Pulqueria, para que de este modo continuara en el trono la dinastía teodosiana y
conferir a su gobierno legitimidad dinástica (Treadgold 2001, 50).
Este nuevo gobierno supuso un giro importante en la política del imperio, ya que entre las
primeras medidas que tomaron estaba la ejecución del eunuco Crisafio y la muestra de fidelidad
al papa (Daniélou y Marrou 1964, 386), lo que suponía una ruptura importante con respecto al
gobierno anterior y sobre todo a lo establecido en el concilio anterior.
Un año después, ambos emperadores convocaron un nuevo concilio en el que revisar lo
estipulado en el anterior y retomar el caso de Eutiquio y sus doctrinas para comprobar si estas
eran herejía o no. Comenzaron por leer las actas de los dos concilios anteriores y lograron que
los obispos que participaron en el de Éfeso del 449 admitieran que habían errado (Davis 1983,
162), la confirmación de los símbolos de Nicea y Constantinopla y la creación de uno nuevo en
este concilio (Price y Gaddis 2005, 202–205) y la deposición de Dióscoro4. Se llegó por tanto a
la idea de que Cristo era plenamente Dios y hombre, que las mantuvo ambas al encarnarse y por
todo esto es perfecto en la divinidad y en la humanidad (Rodríguez 2020, 119).
Por último, se aprobarían varios cánones, entre los cuales, lo más controvertidos se
encontraban los cánones nueve, diecisiete y veintiocho. Los motivos de esta controversia, se
debían a que estos cánones daban demasiada influencia al obispado de Constantinopla,
permitiéndole ejercer como árbitro en disputas que salían fuera de su jurisdicción según los
cánones nueve y diecisiete y además el canon 28 otorgaba los mismos derechos eclesiásticos a
esta ciudad que los que tenía Roma (Davis 1983,168–169), algo que no fue bien aceptado en
Roma.
3
Este concilio, en la tradición católica y ortodoxa posterior, sería declarado como nulo durante el concilio de
Calcedonia del 451 e incluso se le llegaría a llamar el latrocinio de Éfeso debido a que este concilio estuvo preparado
desde el comienzo para que Eutiquio fuese restituido y sus enemigos condenados.
4
Entre las diferentes acusaciones que se lanzaron contra Dióscoro, cabe señalar que se le acusó de que en su
consagración solo había habido dos obispos presentes (Acerbi 2007, 31), algo que contradecía lo estipulado en el cuarto
canon del Concilio de Nicea (325).
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monofisismo nunca llegaría a ser totalmente resuelto, formando estas comunidades Iglesias
cismáticas respecto de la ortodoxia fijada en el Concilio de Calcedonia.
Con todo, las doctrinas monofisitas no solo se dieron dentro del Imperio Romano, y este
Estado no fue el único que se llegó a convertir al cristianismo. Uno de estos Estados
independientes y que escapaba por completo de las fronteras romanas sería el reino de Axum,
Conservamos textos escritos por autores del Imperio Romano en el que se relata la introducción
del cristianismo dentro de las fronteras de Axum y el nombramiento de su primer obispo,
Frumencio de Etiopía. En esta historia, un filósofo llamado Metropio se adentró en la India5 con
dos muchachos, Edesio y Frumencio y que a la vuelta entraron en un puerto para
aprovisionarse, pero fueron atacados y Metropio asesinado. Los dos fueron encontrados debajo
de un árbol, pero los locales decidieron no atacarles y llevarlos a su rey. El rey decidió hacer a
Edesio copero y a Frumencio administrador y canciller. Finalmente el rey moriría y dejaría un
heredero muy joven, por lo que la reina madre pediría a los dos chicos que le ayudasen con la
administración del reino hasta que su hijo se hiciese mayor. Durante este periodo, Frumencio se
dedicó a favorecer a los comerciantes romanos cristianos con privilegios y construcciones hasta
que finalmente el heredero se hizo mayor de edad. Tras esto, Frumencio marchó a Alejandría
para comentarle a Atanasio de Alejandría todo lo que ocurrió y este decidió conferirle a
Frumencio el título de obispo del reino en el que estuvo para que guiase y proselitizara a la
población local (Aquilea 2016, 393–396).
Aunque en el relato no se menciona los nombres de los reyes, la reina o del reino mismo, si
es cierto que hemos conservado una carta de Constancio II al rey Ezana de Axum en el que se
menciona directamente a Frumencio para que lo envíen de vuelta al Imperio Romano para
probar si este se adecuaba a la ortodoxia arriana del momento6, además de que se conserva en
textos etíopes como el Sinasario, que aparentemente se basa en dos textos, uno que hemos
perdido y otro una homilía (Getatchew 1979, 310).
Lo que sí sabemos con certeza es que este reino se convertiría al cristianismo durante el
reinado del rey Ezana de Axum por la presencia de pruebas epigráficas y numismáticas
(Phillipson 2012, 94). Cabe destacar también que el cristianismo fue adoptado primero por el
poder real y que esta religión se iría extendiendo posteriormente al resto de la población
(Phillipson 2012, 99). Posteriormente, la Iglesia etíope rechazaría los dogmas establecidos en el
Concilio de Calcedonia y mantendría posiciones monofisitas junto a la Iglesia de Egipto
(Daniélou y Marrou 1964, 408).
Es especialmente relevante observar que Calcedonia supuso el primero de los grandes
cismas de la Iglesia, ya que hasta ahora las decisiones tomadas en los concilios habían sido
seguidas en gran medida incluso por Iglesias situadas fuera de las fronteras romanas, pero
finalmente Calcedonia supuso un punto de fractura que acabaría por romper la unidad de la
Iglesia.
Conclusiones
Desde la convocatoria del primer concilio ecuménico en el Imperio Romano, se estableció un
modelo para la conformación del dogma por el cual el representante del poder secular se
5
Cabe señalar que la India durante esta época no se aplicaba exclusivamente al subcontinente que conocemos, sino que
también se aplicaba para zonas de la Península Arábiga y África oriental.
6
La carta (Hable Sellassie 1972, 101–102) ya ha sido mencionada anteriormente en este artículo en la página 4.
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convierte en árbitro y defensor de la fe, ya no solo dentro de las fronteras del propio Imperio
Romano, sino de todos los territorios donde haya una Iglesia organizada.
Para que esta ortodoxia pudiese ser establecida, la posición del Emperador debía de ser
indiscutida. Los concilios se celebraban una vez los usurpadores habían sido completamente
eliminados y la autoridad imperial estaba claramente definida. No importaba que hubiese dos
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REFERENCIAS
Acerbi, Silvia. 2007. Jerarquías eclesiásticas y abusos de poder en las Iglesias de Oriente: un
análisis a partir de las Actas de los Concilios de Éfeso II (449) y Calcedonia (451).
Collectanea christiana orientalia, 2007: 23–40.
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